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el inagotable corazón de Juan Forn

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"A mí me gusta la elegía. Me gusta recordar tiempos idos. Me gusta ver la trayectoria de una vida cuando esa vida ya pasó. En ese sentido yo me siento en una retarguardia”, dice Juan Forn, de 59 años, en el departamento de Recoleta donde nos juntamos a charlar, el mismo que usa para dar sus talleres cada vez que viene a Buenos Aires, cada quince días.

Forn, que es autor de novelas y cuentos, traductor, editor a cargo de una de las colecciones más emblemáticas de la argentina (Biblioteca del sur, en Planeta) y responsable de la creación del suplemento Radar, se siente de otra época, y probablemente lo sea. Una época donde los escritores todavía se agrupaban en camarillas y se peleaban furiosamente entre sí.

"Yo veo la situación actual menos jugada. Me parece que la carrera literaria hoy está más pautada, es más visible, conseguís una mínima visibilidad y ya podés dar talleres, ya te mantenés, empezás el circuito de las invitaciones a festivales y lentamente conseguirás alguna traducción, tenés que tener agente, tenés la obligación de estar escribiendo un libro cada dos años para no salir del candelero, y si te va bien en una cosa te convertís en un mico que tiene que reproducirla, entonces te invitan a los festivales para que hables de eso que hiciste y después cuando te sentás a escribir inconscientemente querés ser fiel a eso para cuidar tu kiosco, hay una especie de acuerdo generalizado de ya no pelear, no hay discusiones estéticas”.

 

Forn sirve té. Es amable, inteligente, ácido. Habla rápido. Parece haber leído todo lo que vale la pena leer en este mundo y un poco más.

"Era una persona tremendamente afectiva”, dice Sylvia Iparraguirre, “tremendamente cariñosa, pero también muy ocultador. Un cocoíto, un tipo temperamental. Y que el temperamento lo podía mandar al frente en una situación. Era celoso de sus novias. Conmigo compartimos un sentido del humor total. Recuerdo a Abelardo y Juan sentados en la cama, comiendo pizza y viendo Chuky el muñeco diabólico en la tele. Les encantaban esa películas, también. La mosca, por ejemplo. O Duro de matar”.

"Es muy generoso, divertido”, dice la fotógrafa Adriana Lestido, su amiga. “Es estimulante verlo, generalmente nos encontramos cuando voy a la costa, solemos tener largas charlas, interminables. El tiempo siempre queda corto… el contacto con él produce algo similar a lo que pasa cuando se está frente a una obra genuina, impulsa a la acción. Bioy decía que él reconocía a un buen escritor cuando al leerlo le daban ganas de escribir. Yo siento algo parecido, pero no solamente con las obras sino también con los creadores. Hay algo vital que se transmite, que va más allá de uno y que por eso puede ser común a otros. Creo que Juan con el tiempo fue dándole más cabida a su sensibilidad e intuición, desarrolló una percepción muy abierta de la realidad”.

 

Forn fuma marihuana constantemente. Y cuando no, fuma unos habanitos negros de olor picante. Es un resabio de sus años locos en el Página, cuando editaba Radar y le pedía al cuerpo más de lo que podía darle. En esa época abusaba de las pastillas y el alcohol y el cuerpo le terminó pasando la cuenta. Forn sufrió un coma hepático que estuvo a punto de matarlo. Entonces se escapó a Villa Gesell y nació de nuevo como persona y como escritor.

"Lo del coma pancreático fue un frenazo general de su existencia. Su enfermedad lo marcó mucho, lo puso al borde de la muerte”, dice Sylvia Iparraguirre, escritora, amiga de Forn y viuda de Abelardo Castillo, que lo conoce desde los veinticinco años.

Forn ya había estado pensando en mudarse, incluso había considerado la posibilidad de irse a Córdoba. Acababa de tener una hija, Matilda, con Flora Sarandón, de quien después se divorciaría, y juntos eligieron Villa Gesell como destino. Acostumbrado a un ritmo intenso de vida, a Forn lo asustó al principio el silencio y el tedio del campo.

Dice:

"En tu vida como lector de cada tres libros que comprás leés uno. Vas acumulando los pendientes. A mí a los cuarenta me fletaron, me jubilaron antes de tiempo, me dijeron: no te da, tu forma de ser está equivocada, forzás la máquina y la rompés. Así que cambiá de forma de vida. Y ahí cuando llegué y acomodé los libros en la biblioteca me di cuenta de que tenía un montón sin leer. Y dije: mirá que bueno, esto es tener tiempo para leer lo que se te cante el orto. Si quería leer las 1200 páginas de El fantasma de Harlot, de Mailer, las 1000 páginas de Vida y Destino de Grossman y después las 1000 páginas de Karamazov, sí. No hay otra cosa que hacer. Salvo criar a mi hija y verme con Sacommano, cuando está. Ir a ver el mar cuando puedo. Y ahí me funcionó, y una vez que me gustó no lo cambio por nada. En mi biblioteca quedan los libros que me dan ganas de releer. La verdad es que encontré la vida como lector. Aira decía: Yo escribo porque a mí lo que me gusta es leer, pero si digo que leo no soy productivo para la sociedad. Entonces tengo que inventar una coartada”.

Hasta ese momento, Forn había escrito y publicado novelas y cuentos. Pero a partir de su etapa Gesell, del tiempo libre para leer que significó, su escritura se volcó a las contratapas de los viernes en Página 12, todo un género en sí mismo, en el que confluyen las Vidas imaginarias, de Marcel Schwob y la Historia universal de la infamia, de Borges. Hay algo en esas biografías condensadas, un ordenamiento del material, un ritmo, una búsqueda poética, que las convierte en pequeñas joyas.

Forn no cree que vuelva a escribir ficción, ni narrativa de largo aliento. Encontró su voz en las contratapas.

Iparraguirre: “Juan logró con sus contratapas una fórmula donde está el escritor y el lector. Hay mucha información en lo que cuenta, y un caudal de lecturas monumental”.

 

Hijo de una familia acomodada, Juan Forn nació el 5 de noviembre de 1959, en Buenos Aires. De niño veraneaba con sus padres y su familia en La Cumbre, Córdoba. Dice que fue un niño retraído, que leía cómics todo el día, que su madre, que falleció hace poco, era muy sobreprotectora con él.  

"Había muchas mujeres y pocos varones. Mi vieja era una señora bien, lo único que le importaba en la vida eran los apellidos. Pero ella había regido su vida por otro criterio. Lo único que me interesa de la clase de la que vengo es cuando construyen una ética privada que no es la misma que el careteo social al que tienen que responder. De la misma manera que lo que más me gustaba de mi bisabuelo el almirante era precisamente esa ética privada, haber tenido una hija en Japón y mandarle plata en silencio, esa clase de cosas me interesan mucho más que las pelotudeces y las hazañas patrias de las que uno se jacta”.

La historia es conocida, y está narrada minuciosamente en su novela María Domecq. A partir de Madame Butterfly, la ópera de Puccini, Forn descubre un secreto familiar, en el que está involucrado su abuelo el Almirante Forn. La publicación de la novela, en el 2007, significó una ruptura con su familia, que llegó a llamar a su madre para insultarla.

Dice:

"Me gustaba mucho hacer deportes. Jugar al fútbol y al tenis, y al rugby, porque en el Newman había que jugar al rugby. A mí me gustaba el fútbol y el rock nacional en una época donde era grasa el rock nacional, en ese circuito. Y leía un montón, pasé de las revistitas mexicanas a El Tony y Dartagnan, y de pronto descubrí que había algo que no tenía dibujitos y producía lo mismo y dije: es esto. Y ahí empecé a escribir poemas, empecé a leer poesía y me partió la cabeza. Compré el mito Rimbaud, el poeta maldito, y el desorden de los sentidos, y el surrealismo, y gracias eso llegué a zonas más interesantes de la poesía y me encantaba y hasta los 18 más o menos era eso. Y de pronto descubrí que impostaba escribiendo poesía que era un tic, y que a mí lo que más me gustaba eran los libros que contaban historias. Y ahí descubrí las novelas. Las historias que me contaba el cine me encantaba, veía mucho cine, y un día me di cuenta de que a mí lo que me gustaba era eso. Y empecé a leer como un descosido pensando: tengo cuatro años de atraso, soy un pelotudo por no haber escrito novelas. Me parecían sucedáneos anacrónicos del cine, me acuerdo de que lo escribí alguna vez. Y ahí se me dio vuelta la cabeza”.

A los dieciocho, después de terminar el colegio secundario, Forn se escapó: se fue a Europa a vivir de mochilero.

"Me tocó la colimba”, dice. “En la época, además de la dictadura, de la guerra con Chile, recontra brava. Nos iban a fletar al sur, no quise ir a Comodoro, y me tuve que causar una ataque de asma para que me dieran la baja, quedé con un soplo al corazón, todo mal. Lo hice aspirando fósforos. Y te mojabas la camiseta para dormir, y te cagás de frío y (ruido de ahogo) quedás así. Imaginate el nivel de desesperación, yo estaba en una carpa donde se llevaron a un pibe porque el hermano era montonero. Se lo llevaron en medio de la noche. Entonces terminé la colimba y trabajé de pintor de paredes para juntar unos pesos. Era la época de Martínez de Hoz, que hacías pesos dólares. Me subí a un avión de cargas y me fui a Europa. Estuve un año vagando por el circuito de los exiliados. Haciendo la cosecha, o trabajando de lavaplatos o viviendo en una casa abandonada. Y cuando no daba para más volví y entré de cadete en Emecé”.

 

Empezaste en Emecé a los 21 años.

Entré de cadete, sí. Telefonista, lo que fuera. A la vuelta de mi viaje a Europa. Y me publicaron un poema en La Nación, el viejo Del Carril que era el dueño de Emecé leía La Nación y la hija le dijo “este trabaja en la editorial”. Si escribe tiene que estar adentro, entonces de cadete me pasaron a revisor de pruebas y así fui ascendiendo. El viejo Frías dirigía la colección de escritores argentinos y yo le quemaba la cabeza para publicar escritores nuevos, lo que para mí eran nuevos, era publicar a Rabanal, a Vlady Kociancich, a Blaisten. Lo conocí a Tomás Eloy Martínez, que estaba escribiendo La novela de Perón y yo le decía: es un bombazo. Y finalmente Frías el viejito se enfermó y me pusieron de asesor literario fantasma. No tenía oficina, Frías no se tenía que enterar pero ahí empecé a publicar algunos libros: El que tiene sed, de Abelardo; las Anticonferencias, de Blaistein. Publiqué a Laiseca, a Dal Masetto. Publiqué mi primera novela. Hice traducciones. Hicimos con Aira todo Chandler de nuevo.

 

En esa época conoció a Sylvia Iparraguirre y Abelardo Castillo y comenzó una amistad que duraría toda su vida.  

"A Juan lo conocimos en una feria del libro, cuando la feria estaba todavía en Pueyrredón, acá al fondo”, dice Sylvia. “Abelardo dio una charla. Juan estaba con su novia, que después fue su mujer, Flora. Y Abelardo me dijo una frase que lo retrataba en ese momento a Juan: Yo a este pibe me le pego como una lapa. Era un chico súper ávido de literatura”.

El que tiene sed, la novela de Castillo en la que narra sus años como alcohólico, surgió de esa amistad. Forn le insistió tanto para que la escribiera que Castillo terminó cediendo.

"Como editor tiene una percepción notable acerca del texto ajeno”, dice Sylvia. “Me acuerdo de las discusiones larguísimas que tenían con Abelardo sobre una palabra. Tiene un instinto literario formidable”.

Después de su trabajo en Emecé, Forn recibió una propuesta desde Planeta.

"Apareció un tipo de Planeta que estaba en Chile y que querían montar Planeta acá. Porque primero se habían unido con Sudamericana y había sido un fracaso. Y me contrataron. Yo propuse dos colecciones, una de ficción y una de no ficción. Para la de ficción me dieron, me acuerdo, cincuenta mil dólares para un año. Y fiché veinticinco autores todos a mil, y con los otros veinticinco pagamos la reedición de Tomás de Santa Evita, que lo tenía con Alianza y no quería publicarlo con ellos y Tomás que era el rey del fragoteo dijo: Me paso a Biblioteca del Sur. Pero había que devolver las veinticinco lucas que le dieron de anticipo. Y fue el primer libro que contraté en el noventa, y el último libro que publiqué antes de irme en el noventa y seis, o noventa y cinco. Durante cinco años tuvimos que pasar el anticipo de Tomás, que dibujarlo, yo tenía que inventar excusas. Pero después vendió más de cien mil. Era un librazo. Lo que él logró con ese libro fue contener el mito. Nadie que hable de Evita hoy no está diciendo que ya está en el libro. Y habla más del cajón y de la muñeca que de la persona en vida. En la colección de no ficción empezaron a salir Verbitsky, El jefe de Cerruti, eran unos bombazos. Y Biblioteca del Sur andaba bárbaro. Tenía una variedad muy grande, tenía buen nivel, todos vendían”.

 

¿Fue la época de las famosas traducciones de Aira de Stephen King?

Sí. Misery salía en folletín. Entonces yo tenía que convertirla. Tenía que tener una extensión de 200 páginas porque eran diez entregas, César la traducía y yo la adaptaba y la corregía. En esa época apareció un banquero, Jorge Garfunkel, el papá del Garfunkel de ahora, que quería escribir un bestseller de cómo pagar la deuda externa. Y era cool. Su papá había sido el dueño de BGH, que quería decir Boris Garfunkel e Hijos. Yo lo llamé a César y le pregunté si se copaba. Yo tenía veinticinco años. Garfunkel le contaba la trama del libro entre viajes de avión. César hacía una primera versión y yo le tenía que poner todas las marcas, guiños, yeites, para convertirlo en bestseller. Emecé no lo quería publicar pero sí distribuir. Y él toda la plata que daba el libro la quería invertir en publicidad. Y nos pagaba bárbaro. Yo ganaba lo mismo trabajando para él que en un año de cadete. Hicimos un libro que se llamaba la conspiración de los banqueros que vendió como veinte mil ejemplares. Y otro que se llamaba Alfonso y sus fantasmas que era Alfonsín en su disyuntiva histórica. El tipo te recibía y te decía ¿te gusta el cuadro? Y era un Mark Rothko que se acababa de comprar. Él lo disfrutaba un montón a César. Cuando publiqué mi primer libro se lo mandé pero ni me contestó.

 

En 1987 Forn publicó su primer libro: Corazones cautivos más arriba (reeditado después como Corazones). La historia, en segunda persona, de la relación entre un nieto rebelde y su abuelo.

"Por supuesto lo primero que escribí fue una narración autobiográfica. Yo tenía una relación muy intensa con mi abuelo y cuando yo estaba en Europa vinieron mis viejos, con un pasaje de vuelta y con la noticia de que había muerto mi abuelo. Y volví y empecé a escribir la novela de mi abuelo. Y al año se murió mi viejo y entonces la novela se recargó de sentido porque en la novela me adjudico a los trece que se muere mi viejo ahí. Y purgué ahí y aprendí el oficio ahí. Y encontré esa segunda persona, y dije: es perfecto. Y viste que dicen que el primer libro es el libro en el que aprendés a escribir. Y yo puse todo en ese libro. Hace poco leí a alguien, no me acuerdo de quien era, de que lo que ponés en tu primer libro nunca más lo volvés a poner. El nivel de impunidad con el que laburás es impresionante. Todavía me cruzo con gente que me dice: sí, lo que escribís está bien, pero Corazones”.

La colección que armó Forn en Planeta se llamaría Biblioteca del Sur, y significaría un aire de renovación en la literatura argentina de la post dictadura y el establecimiento de muchos nuevos escritores. En ella publicó a Mujica Láinez, a Martín Caparrós, a Rodrigo Fresán, a Antonio Dal Masetto, a Alberto Laiseca, a Elvio Gandolfo, a David Viñas, entre otros.

 

¿Cómo instalabas esos autores en una época pre internet?

Era más fácil. Porque nadie lo hacía. Luis Chitarrroni vegetaba en Sudamericana, porque ya Pezzoni se había muerto, y no lograba publicar un puto libro. En las editoriales vos dejabas un original y te contestaban al año que te lo iban a publicar a los dos años, era una locura. Publicar escritores argentinos era pérdida total. Las que los publicaban después desaparecían. Y de pronto cuando hicimos Biblioteca del Sur todos los libros vendían la primera edición de una, y era de tres mil ejemplares. Era una época generosa. Y hubo unos cuantos libros que siguieron reeditándose y vendiendo. Y las demás editoriales de pronto se dieron cuenta de que eso estaba vendiendo y lo hicieron también. De pronto se pusieron las pilas y empezaron a publicar a la par. Y empezó a correr el runrún y todos tenían un original en el cajón, lo único que había que hacer era elegir el mejor. Y al instante Sudamericana y Alfaguara empezaron a hacer lo mismo, Emecé menos. Soriano me decía: Quiero estar en Biblioteca del Sur, boludo, porque no arreglás con Carmen Balcells. Y cada vez que íbamos a verla nos decía que Sudamericana había arreglado para que le dieran la última posibilidad a ellos. Pasaba eso que había algunos autores que querían estar en Biblioteca del Sur por afinidad. A mí me tocó Crónica de un iniciado de Abelardo, que se publicó en Emecé, y Soriano, que me daba a mí para leer la primera corrección. Y yo lo hacía de onda porque me gustaba, me divertía hacerlo. Y había tipos que querían estar en la contra, tipo Fogwill. De pronto dijo: No quiero estar en tu fm, todo suena igual. Todo suena parecido y afín a tu manera de escribir, boludo.

Eran época de disputas. Los babélicos (Guebel, Bizzio, Tabarovsky) versus los narrativistas: Forn, Fresán, Saccomanno.

"Por debajo de la rivalidad había muchísima camaradería. Veníamos de la época del exilio (esa fue la primera grieta, los que se quedaron y los que se fueron) y después la oportunidad perdida de tipos que volvieron con la democracia y decían: Antes de la camada de la pendejada de veintitrés, veinticuatro, venimos nosotros, que nos robaron la juventud. Ahí fue cuando Dorio inventó la categoría de los psicobolches contra los posmodernos. Entonces los Babélicos eran posmo de una manera más académica, más Puán, más francesa. Yo tenía un ADN mucho más anglo, mucho más pop, me cabía tanto el Indio y Luca como los mejores libros de la época. Entonces ahí empezó el duelo entre los narrativistas y los babélicos que eran metaficcionales. Que también era una categoría absurda porque Fresan era re metaficcional. Y a mí me parece que lo que ellos hacían era viejo. Esa idea de vanguardia que sigue teniendo Tabarovsky hasta el día de hoy que para mí no tiene ni medio swing, es plomo. Está todo bien con Chefjec, pero me desmayo de tedio, loco.

Nuestras rivalidades eran completamente demagogas, dábamos golpes por debajo del cinturón, pero en el fondo no nos queríamos cagar a trompadas. También nos divertía estar juntos para pelear. Y me parece que el hecho de escribir sabiendo que ibas a tener malas críticas de una. Todo se reducía a que las malas críticas fueran de mala leche. Decirle: no me podés entrar por acá. Yo sé lo que estoy haciendo. Entonces había convicciones. Un poco ridículas, porque la literatura nos enseña que es politeísta. Pero uno siempre escribe con rivalidad, contra una manera de escribir que le aburre. Y en esa época estaba muy en primera fila eso, y eso te llevaba a un nivel de creatividad superior por el puro estímulo”.

 

En 1995, Planeta España mandó a Guillermo Schavelzon para revisar las cuentas de la sucursal argentina. Forn renunció a su puesto y se quedó bogando como asesor editorial externo. Entonces lo llamaron del Página 12 para hacer Radar, el famoso suplemento que marcó un antes y un después en la forma de considerar el periodismo cultural en la Argentina.

"Lo hacía con Link, que tenía otra onda, pero estaba bueno. A mí siempre me obsesionaba el tema de registrar el Zeigest, el signo de los tiempos. La que no me compro es el snobismo de la vanguardia. Pero por venir de la cultura rock estaba acostumbrado a eso, a mirar para adelante. A entender atrás mirando para adelante. Y me parecía que la mirada de Alan, Link y María Moreno garpaban. Porque con Rodrigo nos podíamos en un nivel de pelotudez yanky que era inmirable. Era una pelea permanente. Yo le decía “hay que leer más variado”. Y él me decía: “déjame de hinchar las pelotas con esos mittleeuropeos que leés vos”. Hasta que descubrió a Proust y se fue a vivir a España. Yo con Alan nunca me llevé bien. Pero con Daniel me encantaba laburar. Aunque nos peléaramos, me encantaba. Con María Moreno también. Y había grandes cabezas. Estaba Julio Nudler que era un tipo que escribía sobre economía pero sabía una bocha de todo. Escribió unas notas sobre tango judío en la Argentina que eran una gloria. Diego Fisherman que era otro zarpado. Me acuerdo que una vez contó dos días en la casa de Marta Argerich en Bélgica, una nota de tapa de Radar.

Con Daniel (Link) laburamos la reedición de la obra de Walsh cuando yo estaba en Planeta. En vez de ir a Ferro, que era el santificado por la crítica y comerte un prólogo de mierda y un criterio de edición plomo, con Daniel hablábamos con las viudas y con Verbitsky y decidimos cosas que le dieron una vitalidad a Walsh. De pronto publicar el libro ese de periodismo reunido, El duro oficio. O publicar Operación Masacre con todos los prólogos o las contratapas que le hizo a cada edición. Era creativo. A mí lo que menos me gusta de la academia es la cosa esta de los moldes y que todo quede fijo. Porque si se mueve están en problemas. A mí lo que más me gusta es que se mueva. La cosa anfibia de mirar desde otro punto de vista. Mi límite es Piglia. La manera en la que juega, me divierte mucho, porque habla en un idioma que yo entiendo. Tiene una serie de prioridades que son afines a las mías. Pero la veo a Sarlo, o lo veo a Tabarovsky. Es tan boludo, es tan frívolo, que copia lo peor de Aira. Sus libros son malos libros de Aira copiados. Después se burlan de los que le copian a Cortázar.  

Su trabajo en Radar fue intenso, y duró seis años. Seis años en los que trabajó y se drogó más de lo que el cuerpo le daba. Son los 90: la época de la cocaína, de la pizza con champán, del mundo como espectáculo mediático. Forn era amigo de rockeros y a su “grupo” literario, donde también estaba Fresán, lo llamaban “los rockeritos”. Una mañana, después de una de esas noches de juerga, tuvieron que internarlo. Estaba en coma.

Cuando se recuperó, tuvo que cambiar radicalmente de vida. No más alcohol, no más juerga. Ese mundo había quedado atrás para siempre.

 

¿Es aburrido vivir en Villa Gesell?

Sí. Al principio me parecía un horror vacui total. Después le encontré la vuelta. Si viviste un poco y estuviste mínimamente atento y curioso, empezás a encontrar en los libros una versión más intensa de la vida. Para mí la idea de vivir leyendo es espectacular. Ya viví la vida, conocí el amor, ahora lo que me gusta hacer es nadar, caminar, leer, verme con mis amigos, con mi chica, con mi hija. Y las cosas que hago: esta colección en Tusquets, Rara Avis. Hacerla artesanal, hacer libros lindos. Mal no andan. Y poner en circulación libros lindos, desde un lugar chiquito, sin presiones, está buenísimo.

¿Cómo ves hoy al campo literario?

Por más que hagas todas las trampas, hay un nivel de honestidad intelectual profunda donde decís: tengo que pelar, acá. Acá hay un lugar donde se pela o no se pela y se tiene que jugar. Si el libro no está bien no lo publico, si estoy empezando una cosa que me parece falsa pero me conviene no la termino. Es como que levanta la vara. Es tan fácil este juego, sino. Te familiarizás con las palabras y vas atendiendo. Ser guionista de historieta, o los dibujantes. Son escritores que hacen lo suyo y que lo único que les interesa es copiar obedientemente el modelo. Me interesa lo que está vivo, lo que se mueve, lo que no sabe del todo lo que es o a lo que aspira. El efecto que te produce lo que leés, a diferencia de leer algo inerte. Electrocardiograma plano.

La literatura logró una sobrevida increíble con la computadora y con las redes. Porque la gente estaba perdiendo el lenguaje escrito. La relación con la palabra escrita era cada vez más básica, tosca, ocasional. Y ahora todos los pibes escriben. Por ejemplo: mi hija tiene una pandilla de amigos en Gesell que hacen freestyle. Vos te das cuenta de que eso es algo vivo. O la manera que tienen catastrófica para contar algo. Pero hay una disponibilidad de medios en donde el bichito de la lógica literaria, la fascinación con el sobreentendido, por ejemplo. La posibilidad de combinaciones por el lado de los sonidos, por el lado de lo visual y por el lado de lo escrito es infinita. Yo practico un arte casi difunto, o en extinción.

Ese es Forn: un hombre de otra época, no mejor ni peor: diferente. Un hombre tranquilo, ahora, que mira desde la distancia el caos de la vida contemporánea con una sonrisa luminosa.

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Luciano Lamberti
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Oscar Bony

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(1941-2002). En los años sesenta se convierte en referente de la vanguardia artística, al desplegar una obra radical y multifacética. En 1968 presenta La Familia Obrera en el Instituto Di Tella. También es uno de los fotógrafos fundantes de la estética del rock argentino: Los Gatos, Manal y Almendra fueron retratados por su lente. Algunas de sus obras forman parte de la colección del Malba, MoMA y Kunsthaus Zurich, entre otros. www.oscarbony.com

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un corte supremo

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Dos asesinos, una víctima, 1998, tríptico (detalle), serie El triunfo de la muerte | Oscar Bony © The Estate of Oscar Bony

Dos asesinos, una víctima, 1998, tríptico (detalle), serie El triunfo de la muerte | Oscar Bony © The Estate of Oscar Bony

 

Todo experimento político-cultural tiene en su origen un acontecimiento que lo define. Una marca de fuego. Para crisis fue la muerte de Néstor Kirchner en la primavera de 2010, cuando preparábamos el número dos de la revista. Entonces escribimos: “Al kirchnerismo se le quemó, de un día para el otro, el sistema operativo. La función que cumplía Néstor en el emprendimiento político que comandaba no tiene remplazo posible. No hubo tiempo para prever, en los instantes finales, los necesarios relevos”.

Para dar cuenta de aquel cisma reunimos en ese momento a jóvenes militantes oficialistas. La Cámpora aún estaba en pañales. Uno de los invitados, Iván Heyn, moriría poco después de forma inesperada, a los 34 años. Era economista y en diciembre de 2001 había sido presidente de la FUBA. En el medio de la conversación, disparó: “Kirchner nos enseñó que la política es, básicamente, dos cosas: territorio y dinero. Todo lo demás son boludeces”. Lo que Heyn había descubierto en el adagio del conductor era la lengua del poder. Y, gracias a esa revelación, decidió dejar atrás su pasado romántico de activismo estudiantil. “Territorio y dinero” era una actualización doctrinaria de la fórmula empleada por la militancia revolucionaria en los setenta: “sindicatos y fierros”.

Salvando las enormes distancias, el kirchnerismo se encuentra hoy respecto de su manejo de la guita en una posición similar a la que los setentistas padecieron en su relación con las armas durante el “retorno de la democracia”. Lo que poco tiempo atrás era considerado parte del paisaje sistémico, de golpe se convirtió en abominable. La principal figura de la oposición deberá rehacerse con celeridad para perforar esta encerrona de la historia, o terminará cediendo su poltrona a una “renovación peronista” de tinte conservador y servil.

Nos sumergimos en una crisis de magnitudes inéditas. El macrismo superó ampliamente las peores predicciones acerca de su capacidad para gestionar la cosa pública. El presidente cedió el destino económico del país a un organismo de crédito internacional que nadie votó y al que la enorme mayoría de la gente desprecia. Ya nadie duda que durante los próximos meses la vamos a pasar muy mal. Mientras tanto, el sistema político muestra su incapacidad de producir soluciones y se hunde en el cálculo mezquino, cada vez más lejos de las necesidades populares.

Buena parte de nuestro futuro inmediato se juega durante este mes en Brasil, donde la coyuntura se ha convertido en un thriller fantástico y surrealista. Allí el círculo rojo perdió toda capacidad de conducir el proceso electoral y en el balotaje se verán las caras dos candidatos que, por motivaciones y cualidades antagónicas, desafían los marcos de racionalidad del establishment. La gran incógnita que se develará el 28 de octubre es si la operación retorno de Lula a través de su delfín Haddad resulta exitosa. Y en el caso de que el líder del PT consiga la proeza de recuperar el gobierno desde la cárcel, habrá que ver cuál será el tono y el alcance de su resurrección: ¿la templanza fisiológica o una irreverencia aún mayor?

En la Argentina falta una eternidad para los comicios. Y se debate públicamente la conveniencia o incorrección de dar por concluido el final del errático mandato de Mauricio Macri. Mas allá de las elucubraciones que circulan en las filas opositoras, o en el sindicalismo y los movimientos sociales, la decisión vuelve a estar en manos de aquellas franjas de la población que verán sus condiciones de vida deteriorarse radicalmente. ¿Asumirán el ajuste como una fatalidad o harán tronar el escarmiento en la escena pública, en reclamo de una solución democrática? Nos vemos en diciembre.

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Colectivo Editorial Crisis
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Oscar Bony
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el golpe dentro del golpe

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El resultado de las elecciones presidenciales en Brasil es lapidario. La probabilidad de revertir el impactante ascenso de Jair Messias Bolsonaro hacia el poder es muy remota, aunque esa mínima posibilidad haya que exprimirla al máximo. La elección del PT estuvo por encima de lo esperado, pero el 46% conseguido en primera vuelta por el candidato más derechista que hayamos conocido nos dejó perplejos. Estas notas son un intento por comprender, en la urgencia y aunque sea tarde, porque lo cierto es que nadie lo vio venir. Y una invitación a salir del mero lamento.

punto de inflexión

Durante la última semana de campaña aconteció un vuelco en la tendencia que mostraba el crecimiento sostenido del candidato del PT. Primero fue la encuesta de Ibope del lunes 1, que mostró un envión de Bolsonaro. El candidato del Partido Social Liberal había comenzado la campaña a finales de agosto promediando un 20% de intención de votos. Cuando Lula (que llegó a tener el 40%) fue definitivamente excluido del comicio, Bolsonaro pasó a liderar la carrera pero su techo parecía estar en el 28%. El sondeo mencionado le dio por primera vez 31%.

El dato causó sorpresa, no solo porque implicaba un giro en la recta final, sino además porque la pesquisa fue realizada durante el mismo fin de semana en que el país fue sacudido por las impactantes movilizaciones que gritaron ele nao, organizadas en rechazo del excapitán del Ejército y actual Diputado Federal.

Al mismo tiempo, la encuesta mostraba un frenazo en el ascenso de Fernando Haddad, hasta ahí la sensación de las elecciones. Haddad había partido con el 4% y en un mes promediaba el 21%, cumplimentando el traspaso del voto más fiel de Lula hacia su candidato sucesor.

Las explicaciones quedaron en suspenso hasta el martes a la noche, cuando se anunciaba la publicación de una nueva encuesta, esta vez de Datafolha, quizás la más confiable de las empresas de sondeos. Llegado el momento los temores se confirmaron y el escenario se tornó más negro aún, pues las simulaciones de una segunda vuelta entre Haddad y Bolsonaro comenzaron a arrojar un empate técnico, cuando antes el petista figuraba ganador. Las últimas pesquisas publicadas el sábado 6 de octubre, a horas del comienzo de la elección, le otorgaban el 40% de los votos válidos al derechista y 25% a Haddad. El resultado final confirmó la polarización y elevó el porcentaje de ambas fórmulas a 46,06 versus 29,24 respectivamente.

Dos razonamientos circularon para explicar lo sucedido. El propio crecimiento de Haddad y la gran movilización de repudio organizada por las mujeres despertaron un monstruo que permanecía latente: el antipetismo, articulado durante los últimos años de una manera sistemática por los principales medios de comunicación. Según esta clave interpretativa, la polarización orbita hoy en torno a las cadenas de rechazo y el mensaje de las urnas benefició a quien mejor logró canalizar ese repudio. En este rubro tuvo influencia decisiva el uso hipereficaz de las redes sociales por parte del ganador.

Otras visiones hacen foco en el cúmulo de factores de poder que se definieron durante los últimos días a favor de Bolsonaro. Primero fue Edir Macedo, el líder de la Iglesia Universal del Reino de Dios. Luego la poderosa Bancada Ruralista, que reune a 262 parlamentarios de distintos partidos. Muchos candidatos a  diputados, senadores e incluso aspirantes a gobernadores de los partidos del “centrão”, que formalmente apoyan la candidatura de Geraldo Alckmin (el preferido del establishment que nunca despegó), saltaron hacia la candidatura del puntero. En la misma saga debe leerse la “rendición” del capital financiero frente a una figura impredecible del que hasta hace poco desconfiaba.

ciudad de dios

El miércoles 3 fuimos a la favela inmortalizada por la película de Fernando Meirelles. Fuimos a acompañar la recorrida de un candidato a diputado federal nacido y criado en el barrio. Anderson Quack, activista de toda la vida, director del documental Remocao. Ni bien entramos a Ciudad de Dios, Anderson señaló uno de los cientos de monoblocks amarillos y dijo: “ahí fue donde lo mataron a Ze pequeño”.

El padrón del barrio supera los 70 mil votantes. “El objetivo es quebrar la pauta histórica de que los habitantes de la favela no votan candidatos de aquí”, dice Anderson. De conseguirlo, lo cuál no parece sencillo, quizás llegue a ser el primer diputado federal favelado. “Somos el 6% de la población, 11 millones de personas, y no tenemos un solo representante que defienda de verdad nuestros intereses”.

Quack saluda a los vecinos a los gritos. Ríen, se besan y gesticulan como si no se vieran hace décadas. Entrega calcomanías y volantes, poniendo énfasis en las doñas y los ancianos. Uno de los amigos del candidato se adelanta y conversa con los caras que están en la vereda en bandita. Quack pregunta “¿está todo bien?”, el compañero asiente y la caravana avanza. Todo de querusa.

El adelantado es un tipo con formación, criterioso y su opinión me sorprende. Cuando le pregunto cómo ve la batalla presidencial, dice que los gobiernos del PT fueron los mejores que vivió pero las mejorías fueron migajas y no cambió nada realmente. Recuerda cuando en 2006 trajeron a Lula. “Miles de personas aquí adentro, desbordaba, tuvimos que cortar la avenida, había mucha esperanza”. El balance que trasmite es durísimo: “A mi me parece que Lula terminó siendo como el capataz bueno de la Casa Grande, que le tiraba migajas a la senzala”. Va a votar a Ciro Gomes en la primera vuelta. Y si al balotaje pasan Haddad y Bolsonaro, no va a votar a ninguno. No lo puedo creer. Quack coincide en que el escenario de balotaje que se perfila es poco estimulante, pero anuncia su voto a Haddad en la instancia decisiva.

Se hizo de noche y para salir del barrio nos guía un pibe negro de veinte años, de nombre Wallace. Le pregunto cómo anda el tema de la violencia, dice que ahora está tranquilo pero que anoche entró la Fuerza de Choque y la balacera fue infernal. Llegamos tarde al acto de cierre en Cinelandia del candidato de la izquierda, Guilherme Boulos. En el “comicio” del PSOL no hay mucha gente pero sobran energía, colorido y discursos. El candidato a gobernador de Rio se llama Tarcisío Motta y terminaría tercero con el 10,7%, por encima de la candidata del PT y del mismísimo Romario. Al final, Boulos hace una arenga impactante. Su voz carraspea y ciertas inflexiones de la tonalidad recuerdan al joven Lula. El mitin alcanza su clímax cuando el candidato pide un minuto de aplausos para Marielle Franco, mirando hacia la Cámara Municipal donde trabajaba quien fuera vereadora del mismo partido. 

Detrás del escenario anda Pablo Capilé, referente de MidiaNINJA, un movimiento político comunicacional de enorme potencia. Capilé exuda entusiasmo. Considera que la fuerza de la izquierda en la segunda vuelta será imbatible. Dice más, dice que aún si gana Bolsonaro se avecina una revitalización de los sujetos contestatarios que tiene su anuncio en ele nao y son imparables. Hacen falta muchos Capilé para lo que viene, aunque suene demasiado optimista. Ayer a la noche le envié un mensaje: “¿cómo la ves?”. La respuesta fue mas cauta: “complexo”.

Foto: Ximena Talento

pronósticos incumplidos

Vale la pena remontarse al 9 de junio, cuando todavía no había comenzado la campaña pero ya estaban definidos los principales candidatos a presidente... menos uno. Ese día Ciro Gomes, tercero en la elección de ayer con el 12,5%, estuvo en Buenos Aires y conversé con él un largo rato. El escenario que dibujó fue más o menos el siguiente: “Hay cinco candidatos competitivos. Dos representan a la derecha, dos a la izquierda y uno va a quedar sin lugar, Marina Silva. En la derecha, Bolsonaro aparece bien posicionado en las encuestas pero Alckmin, cuando comience la campaña, lo va a eclipsar y pasará a la segunda vuelta. Lo mismo va a ocurrir en el espacio de la izquierda: hoy Lula está primero pero no se va a poder presentar y tampoco logrará transferir sus votos a un candidato del PT; por eso tengo muchas posibilidades de pasar a la segunda vuelta”. El razonamiento tenía sentido pero, salvo en lo que refiere a la única candidata mujer, no se cumplimentó.

Por la misma fecha conversé con Fernando Barros, director editorial de la revista Piauí, fino analista de la política brasilera, quien diagnosticaba algo similar: “Bolsonaro no es Trump, por tres elementos fundamentales: no tiene partido, no tiene dinero y no tendrá espacio en la televisión”. Barros preveía que Alckmin sacaría provecho de su enorme tiempo televisivo y del apoyo decidido de los grandes medios y el poder económico, para ultrapasar al fantoche derechista. Pero el candidato mimado nunca levó, no llegó a medir dos dígitos y terminó computando menos del 5%.

Por el lado del PT, el voto popular sobre todo del norte y el nordeste del país que mantiene su fidelidad al símbolo Lula, alcanzó para despositarlo en segunda vuelta. Mientras tanto Bolsonaro, youtuber carismático, se convirtió en un huracán de los social media y capturó una subjetividad antisistema cada vez más extendida, llegando incluso a desafiar a los principales medios de comunicación. Su inquina manifiesta con O Globo le apunta a las telenovelas que, según su perspectiva retardataria, amenaza los valores tradicionales de la familia.

Hay un punto que no ha sido suficientemente analizado: la captura del centro de la escena por parte de esta nueva derecha radical constituye un golpe dentro del golpe. Una desviación imprevista en la hoja de ruta de los que manejan el tablero de comandos. Habrá que estar atento a la rearticulación de las alianzas y los bloques de poder más importantes de Brasil. ¿Bolsonaro será manejado como títere por los poderes fácticos? ¿O tendrá la fuerza para imponer sus términos al estilo Fujimori? Por lo pronto, hoy el capital financiero volvió a otorgar su consentimiento. Quizás el slogan elegido por Bolsonaro sobre el final de la campaña constituye un mensaje hacia ellos: “é melhor Yair se acostumando”.

el debate final

El jueves 4 salimos a las 18 horas del centro carioca y llegamos a las 20 a los Estudios Centrales de Producción de la TV Globo, ubicados en la zona de Jacarepaguá, en el suroeste de Rio. A un kilómetro del canal la calle estaba cortada por un enorme operativo de seguridad privada. Un montón de empleados de logística, trajeados y con headset, manejaban las listas de invitados y solo dejaban pasar al personal con acreditación, que se dividían entre “convidados” (acceso al auditorio) y la “prensa” (destinados a una sala contigua llena de pantallas y monitores). Mientras esperábamos el visto bueno, pasaron varios helicópteros a baja altura a punto de aterrizar.

El debate final fue el evento más importante de la campaña y tuvo una audiencia de 44 millones y medio de televidentes. Bolsonaro se excusó por estar convaleciente del atentado que sufrió en plena campaña. Sin embargo, en lo que fue considerado uno más de sus desplantes a los códigos básicos de la “convivencia democrática”, el candidato mejor posicionado apareció a la misma hora en una entrevista exclusiva para Record, la segunda cadena televisiva del país, propiedad del Obispo Edir Macedo: lo vieron 27 millones de espectadores.

En el panel de O Globo participaron siete candidatos: Fernando Haddad (PT), representando al proscripto Lula; Ciro Gomes (PDT), la centroizquierda no petista; Geraldo Alckmin (PSDB), candidato fallido del establishment; Marina Silva (Red de Sustentabilidad), cada vez más desperfilada sacó apenas el 1% de los votos válidos; Henrique Meirelles (MDB), actual Ministro de Hacienda del gobierno Temer; Álvaro Dias (Podemos), otro representante de la derecha; y Guilherme Boulos (PSOL), líder del Movimiento de Trabajadores sin Techo, 36 años, el más joven de los aspirantes a presidente. El evento arrancó pasadas las 22 hs y recién finalizó a las 2 de la madrugada.

Durante el primer bloque se vio el pasaje más potente del debate. Frente a una pregunta del candidato del PT, Guilherme Boulos tuvo un instante de vacilación, pareció descolocado y en lugar de responder arrojó un alegato sobre el riesgo inminente de recaer en una dictadura. Heavy. Fue una de las pocas situaciones en que la emoción se impuso al recetario de propuestas. En la platea se escucharon aplausos y las redes explotaron.

Como era de esperar, la mayoría de las intervenciones cuestionaron la polarización. “Desolador y perjudicial para el futuro del país” y “Brasil no necesita fuerza física sino fuerza moral: yo voy a unir a los brasileños”, dijo Marina. “Esta campaña muestra la primacía de una disputa entre el odio y el miedo” y “yo soy el único que puede garantizar la victoria frente a Bolsonaro en segunda vuelta”, explicó Ciro. Buena parte de las críticas apuntaron hacia el ausente Bolsonaro (lo acusaron de “amarelar”, lo que vendría a ser algo así como “arrugar”). Pero los cuestionamientos también enfilaron con fuerza contra Haddad, centrados en las acusaciones de corrupción que golpean al PT.

Una sensación quedó flotando en esa bruma de rumores que es la opinión pública: Haddad precisa ser más convincente, mostrarse más seguro y encontrar un discurso menos defensivo para atravesar la segunda vuelta con éxito. Una sola vez apeló a Lula: “yo entré en la campaña de una manera anormal, porque nuestro candidato que lideradaba las pesquisa fue excluido arbitrariamente”. Sus alocuciones tendieron a reivindicar los trece años de gobierno petista (2003 - 2016), como si lo hecho fuera la llave de lo que vendrá. El slogan preferido promete trabajo y educación para todos. También insinúa un programa de resurección desarrollista, con el Presal como bandera. Pero lo que no consigue encarnar aún, es la fuerza de un rechazo visceral al impresentable Bolsonaro. Y ya no queda tiempo.

la gedencia

El factor más desconcertante de la actual escena electoral brasileña es que la extrema derecha ha conseguido apropiarse del descontento popular. Bolsonaro decidió ser candidato a presidente en 2015 al comenzar su ¡séptimo! mandato como Diputado Federal, justo cuando Dilma se había reelegido en un balotaje peliadísimo (51 a 49) contra el mineiro Aecio Neves, del PSDB. Cuando los amigos del exmilitar escucharon la idea de su postulación les pareció insensato, por eso intentaron convencerlo para que desistiera. “No hay vuelta atrás, si llego a sacar el 10% está más que bien”, respondió.

Lo primero que hizo fue cambiar de escudería. Huyó de Progresistas (nombre adoptado cínicamente por una escición del partido que apoyó a la dictadura) pues estaba siendo amenazado por el Lava Jato, recaló por un tiempo en el Partido Social Cristiano, hasta que se instaló como precandidato a presidente del Partido Social Liberal. En 2016 contrató una asesora de imagen que había trabajado para Lula y Dilma: Olga Curado. Pero quizás el fichaje más definitorio para el éxito de su estrategia fue el economista Paulo Guedes, un gurú de la ortodoxia liberal, también un poco freak.

Un exquisito perfil publicado por la revista Piauí cuenta el recorrido de Guedes, desde los años de formación en Chicago hasta su actualidad como asesor estrella en Leblon, el barrio cheto de Rio de Janeiro. “Soy el único economista que se hizó conocido sin nunca haber pasado por el gobierno”, se enorgullece. Guedes también se considera un “excluido” de las principales usinas académicas del país, la Pontificia Universidad Católica (PUC) y la Fundación Getulio Vargas (FGV), incubadoras de los economistas que han construido una puerta giratoria con el Ministerio de Hacienda. Su carrera se desempeñó en el sector privado como artífice de fondos de inversión y consultor de grandes empresarios. Con una constante: la crítica furibunda a todos los programas económicos implementados desde el Plan Cruzado de Sarney hasta el presente.

Una anécdota lo pinta de cuerpo entero. Cuentan que de joven soñaba ser “el mejor economista del mundo” y no se siente tan lejos de ese sitial porque ganó todos los “duelos intelectuales” que libró. Uno de ellos fue contra Thomas Piketty en 2014, pleno estrellato del francés, en la Universidad de San Pablo. “Yo le dije a Piketty: escoge las armas. Él sonrió, pero se dio cuenta que tenía un negocio indigesto por delante... Al final, los estudiantes estaban entusiasmados y exclamaban: ‘Nuestro Piketty es mejor que el de ellos’”.

El duelista declaró su apoyo a Bolsonaro en febrero de 2018. Y le construyó un puente de plata con el empresariado brasilero, de modo tal que el cachivache nacionalista y estatista poco a poco fue tornándose digerible. Una pesquisa de XP Investimentos en agosto de 2017 pronosticaba que el 88% de los inversores creía que la bolsa iba a caer en caso de que Bolsonaro ganara las elecciones. Apenas cinco meses después, el 62% estimaba que el impacto de un triunfo del exmilitar sería positivo para sus acciones.

Entre los entusiastas se cuenta la industria armamentística, que se está haciendo un festín por anticipado. Forja Taurus, la principal fabricante de armas de Brasil, perdió 92,5 millones de reales en el primer semestre de 2018 y aun así sus acciones subieron 160% en lo que va del año.

era por abajo

Bolsonaro sintoniza con un sentir popular muy extendido. Hospitalizado durante buena parte de la campaña, por lo tanto impedido de recorrer las calles y con poquísimo tiempo de publicidad en la tevé, el candidato se hizo fuerte en web a través de la gameficación de su figura. Bolsonaro se volvió una especie de héroe de videogame.

La clave en este punto, además del trasfondo antipolítico ampliamente mayoritario, es su capacidad para romper las “burbujas” que suelen conformarse en las redes, limitando el alcance de la conversación. El arma principal para lograrlo es la producción sistemática y profesional de noticias falsas (fakenews) que perforan las barreras de lo verosímil. También la utilización de aquellas herramientas que escapan a los controles de verificación y permiten ampliar infinitamente el radio de acción: mucho whatsapp y YouTube, poco Facebook, Twitter e Instagram. Uno de sus repertorios más eficaces es la constitución de cientos de grupos para conversar directamente con una masa enorme de seguidores y replicadores, que a su vez conforman sus propias redes a los que hace llegar el mensaje.

Hay quienes concluyen que el pueblo brasilero está muy desinformado y posee enormes bolsones de fascismo difuso. Pero algunos testimonios que pueden leerse en la prensa local introducen otras aristas posibles. Frases que llegan desde Pernambuco: “Yo votaba a Lula porque él representaba la esperanza de cambio; ahora quien representa la mudanza es Bolsonaro”. O bien: “La gente dice que él está loco, pero es el único que puede cambiar el país”. Otras dos fueron recabadas en el norte pobre de Rio de Janeiro: “Bolsonaro es tosco y no mide sus palabras, pero es el único de los candidatos a presidente que parece ser auténtico. Dice sin pelos en la lengua lo que las personas hablan a escondidas”. Y esta otra: “Ciro Gomes tiene respuesta para todo. Alckmin es del PSDB, que tiene relación con bandidos. No quiero sufrir de nuevo con el PT. Entonces, tengo que ir con Bolsonaro”.

A veces el humor provee una válvula de escape para graficar el patetismo de la situación. Ayer un hasthag que estuvo un rato largo como trending topic decía así: #FicaTemer.

Así las cosas, los primeros comicios luego del golpe institucional que en 2016 destituyó a la presidenta Dilma Rouseff, lejos de permitir la “normalización democrática” nos sumergen en una dimensión desconocida y muy turbia. La situación del líder que poseía la mayor intención de voto, Lula Da Silva, encarcelado, proscripto e impedido incluso de hacer uso de la palabra, podría empeorar. La propia expresidenta sufrió una derrota muy dura en su estado natal Minas Gerais: luego de liderar las encuestas durante toda la campaña, terminó cuarta con el 15% de los votos y está fuera del Senado. Estamos ante el cierre del ciclo de gobiernos progresistas iniciados en 2003, a manos de una derecha fascista con fuerte arraigo popular que ha sido capaz de representar anhelos antisistema de una manera desconocida. Si este movimiento totalmente atípico llegara a encaramarse en el Gobierno Federal de Brasil por la via electoral, difícil pronosticar lo que nos espera. André Singer, creador del término “lulismo”, llamó ayer a evitarlo con una “epopeya democrática”. La gran pregunta es, a esta altua, de qué hablamos cuando hablamos de democracia.

Copete: 
Desde Rio y San Pablo, una crónica sobre el proceso electoral que define el destino de la región. Y un intento de comprender cómo y por qué la derecha radical está a un paso de acceder al poder en Brasil.
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Mario Santucho
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la bala de plata

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Culpable inocente, 1998, díptico, serie El triunfo de la muerte. Oscar Bony © The Estate of Oscar Bony

 

Dicen sus amigos que Claudio Bonadío agrupa bien. Contiene la respiración, afina la puntería y nunca se relaja. Puede gatillar antes de tiempo y puede incluso no dar en el blanco, ni con el primer tiro ni con el segundo. Pero, mientras dispara, va contorneando un círculo que abrasa a su objetivo. Impactar hasta volver incapaz a lo que ve como una amenaza, eso es lo que busca.

Amante de las armas, con dos muertos en la espalda, el juez federal que Carlos Menem nombró por decreto hace 24 años es dueño de una trayectoria densa, que domina sin mayores inconvenientes. Ni su
prontuario ni su filiación le impiden ser la esperanza de la Argentina republicana que quiere desterrar la impunidad de los que pierden, sin importarle cómo.

Desde que Cristina Fernández de Kirchner empezó a declinar su poder, Bonadío erectó al círculo rojo, llenó páginas de diarios, procesó con prisión preventiva, encarceló sin sentencia y nunca dejó de disparar.
La expresidenta fue su blanco predilecto: le dictó cuatro procesamientos en causas de lo más disímiles, desde el dólar futuro hasta los cuadernos de Centeno, una investigación que por primera vez trasciende
al circuito previsible del kirchnerismo y sus empresarios aliados.

El magistrado que llegó a lo más alto del poder de la mano de Carlos Corach está enredado en una contradicción. Tiene los trámites de la jubilación listos y podría irse hoy mismo, pero se siente ante la oportunidad más preciada. Una causa con la que, supone, puede resetear una vida entera, la suya. Redimirse de un cuarto de siglo como actor funcional a los inquilinos de la Casa Rosada, con un impacto que trascienda las fronteras.

De 62 años, nacido en San Martín, con orígenes militantes en Guardia de Hierro, Bonadío puede completar una nueva enciclopedia de Derecho, con fallos que hicieron historia. Se crió en el viejo Concejo Deliberante y se acercó al PJ de la ciudad en tiempos de Carlos Grosso, fue el segundo de Corach en la secretaría de Legal y Técnica de Menem y sobrevivió siempre al poder de turno, con fallos a medida. Del récord de 75 denuncias que acumuló en el Consejo de la Magistratura, sobreviven apenas un puñado en estado vegetativo. Es capaz de procesar hoy al mismo que sobreseyó ayer, como puede atestiguarlo el secretario de CFK, Daniel Álvarez.

Bonadío se mueve siempre con una Glock 40, que maneja a la perfección. Ese reaseguro permanente, que llevó a la expresidenta a llamarlo pistolero, explica en parte una de las características con la que coinciden en definirlo aquellos que lo frecuentan. No tiene miedo físico: no sabe de qué se trata o lo domina por completo ante lo desconocido. No tiembla, no se sobresalta.

 

la criatura

Si Menem no hubiera tenido la fabulosa idea de crear los tribunales de Comodoro Py, hace 27 años, Bonadío nunca hubiera existido. Hasta que el riojano llegó a la presidencia, los jueces federales funcionaban en un edificio aledaño al del Palacio de Tribunales, como un estamento menor y dependiente. Menem amplió a 12 su número, les dio entidad de casta y Corach los inmortalizó en una servilleta que, según repite, jamás existió. Entre aquellos pioneros de la justicia delivery, ninguno hubiera pasado por un filtro, ni siquiera mínimo y tendencioso, como el del actual Consejo de la Magistratura.

Historia antigua que solo recuerdan los hijos del rencor, los nuevos tribunales estuvieron mal paridos. Carlos Arslanian, el entonces ministro de Justicia, los inauguró a desgano en un acto en el que, dicen los
memoriosos, el excamarista que juzgó a las juntas le hablaba al presidente que estuvo ausente. Poco después, el hoy senador creó además la Cámara de Casación Penal. Cuando designó a los primeros jueces, Arslanian los definió como “unos esperpentos”. Fue su último aporte al menemismo ejecutivo, porque después de eso, en enero de 1992, renunció a ser parte de la epopeya. Tuvieron que llamar a Jorge Maiorano para que se haga cargo de asumir la función en el esquema que gobernaban Corach y el secretario de Justicia, César Arias. En ese tiempo, se inicia la colonización del poder judicial por parte del gobierno y los servicios de inteligencia.

Bonadío, María Romilda Servini de Cubría, Rodolfo Canicoba Corral sobrevivieron a todo, con una capacidad innegable para adaptarse al viento de cola. Aliados del poder de turno, ensañados con el pasado que ellos mismos encarnaron, activos con los desposeídos, indulgentes con los inquilinos de turno de la Casa Rosada y el establishment. Para eso fueron creados los tribunales federales de Comodoro Py.

¿Cómo hizo Bonadío para llegar con este vigor al filo de la jubilación? Con ese libreto, una red de contactos imperecederos, la protección de la política y una personalidad única. De un juzgado de Morón, con apenas seis años como abogado,al poder omnímodo de la servilleta; la historia se contó pero se omite ante cada fallo que fue tapa y cada sobreseimiento que cayó en la intrascendencia. Siempre un juez aliado al gobierno de turno, pero sin permitir nunca que se lo llevaran por delante. "Hay cosas en las que no negocia". Eso dicen sus amigos.

Peronista, de un raro nacionalismo, Bonadío conserva desde Guardia de Hierro algunos rencores que entiende como lealtades. Su secretario y mano derecha, Enrique Rodríguez Varela, es hijo del exministro de Justicia de Videla y fiscal de Estado en la provincia de Buenos Aires en tiempos de Ramón Camps. Alberto Rodríguez Varela sabía lo que pasaba: actuó como abogado del dictador en plena democracia.

Tiempista y decidido, el juez se ofrece a dar en el blanco, cuando un ciclo se quiebra o busca empezar. Lo hizo, por ejemplo, en agosto de 2003 cuando -en pleno amanecer de los derechos humanos- ordenó la detención de Fernando Vaca Narvaja, Roberto Perdía y Mario Firmenich por considerarlos responsables de la desaparición y muerte de 15 militantes montoneros. Sin fundamentos, los viejos guerrilleros salieron en libertad en un mes y querellaron al juez, que fue sobreseído por Norberto Oyarbide y protegido como siempre por la Cámara Federal.

En palabras de un menemista aún irreductible: “Claudio dejó la política para ser juez y, como juez, es un monarca”.

la doctora

Miguel Ángel Pichetto lo cuenta así, en las mesas del peronismo. Un día de finales de 2014, el amigo Bonadío se acercó a verlo con un mensaje destinado a la presidenta. Había caído en su juzgado la denuncia de Margarita Stolbizer que involucraba a Cristina Kirchner en la llamada causa Hotesur, por los hoteles fantasmas de El Calafate. Bonadío le dijo que se podía arreglar sin mayores inconvenientes, que debía elegir un abogado que facilite las cosas y acredite buena llegada a Comodoro Py. Mencionaba, por ejemplo, el caso de Juan Carlos Relats, el dueño del Hotel Panamericano que también estaba involucrado en la causa y tenía como abogado a Joaquín Da Rocha, el fugaz Procurador del Tesoro en 2010.

La entonces presidenta quedó en contestar. Cuando lo hizo, afirmó que su hijo Máximo consideraba el ofrecimiento una extorsión destinada a sacarle plata a la familia. Si existió, fue una oportunidad perdida.

Después vino lo que el juez denuncia como una persecución de la ex SIDE y que incluyó un procedimiento en el que quedó involucrado su hijo. Mariano Fulvio Bonadío, dueño del sello MCL Records y baterista de la banda Alelí Cheval, quedó afectado en la pelea con el gobierno cristinista. Fue denunciado por lavado de dinero por el senador Marcelo Fuentes y el espionaje oficial intentó enredarlo en una causa por drogas. Dicen que un comisario le avisó al juez que le iban a “meter drogas” en el estudio de su hijo. Bonadío parece no tener dudas: menciona a los altos mandos del espionaje criollo como responsables de una maniobra que la senadora alentaba o conocía.

Desde entonces, el Bonadío parsimonioso y servil se convirtió en el depredador que vemos hoy. Motivos para juzgar la corrupción kirchnerista le sobran, pero se rige por un Código que solo él conoce. Dos de los procesamientos para la expresidenta fueron por causas resonantes pero carentes de pruebas. La denuncia por el dólar futuro, una decisión de política económica que generó perjuicio para el Estado, y la del supuesto encubrimiento por el memorándum con Irán, que nunca llegó a consumarse. El magistrado que ilusiona a la República busca revancha. Lo explica en parte el letrero que, según dicen, todavía conserva en su escritorio: “todo pasa, todo vuelve”.

En las adyacencias de la expresidenta, desmienten que haya existido algún tipo de mensaje del juez a través de Pichetto. La convivencia de Bonadío con el kirchnerismo fue amable durante más de diez años. En ese lapso, el ex Guardia de Hierro sobreseyó a los secretarios del matrimonio presidencial Daniel Muñoz, Daniel Álvarez -ahora sí, procesado- e Isidro Bounine. A cambio, consiguió protección ante la avalancha de denuncias que lo apuntaban en el Consejo de la Magistratura. En 2005, Pichetto lo salvó del juicio político con un dictamen de 115 páginas que presentó ante la comisión de Disciplina. Su denunciante era Alejandro Rúa, entonces titular de la Unidad Especial AMIA, que lo acusaba de dormir el expediente en el que se investigaba el encubrimiento al atentado. Entre gracioso y macabro, en 2017 ese mismo juez se dedicó a procesar por encubrimiento a CFK, Héctor Timerman, Carlos Zannini y un selecto grupo de personajes menores.

En 2008, fue denunciado por mal desempeño por Ezequiel Nino, de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia, y Pedro Biscay, entonces director del Centro de Investigación y Prevención de la Criminalidad Económica, en causas de fraude empresario al Estado que el juez liquidaba con la sistemática prescripción. El encargado de protegerlo en ese caso fue Hernán Ordiales, representante del Poder Ejecutivo entre 2011 y 2014. Su jefa era Cristina.

Un tiempo después, cuando el kirchnerismo empezó a hacer agua, algo comenzó a resquebrajarse. Cuando Sergio Massa decidió romper con lo que había sido el Frente para la Victoria, cuando el proyecto de la expresidenta comenzó a marchitarse, Bonadío volvió a martillar.

 

la embajada

Bonadío se mueve protegido por una armadura de la que poco se sabe. Sus procedimientos están plagados de arbitrariedades, tanto como sus omisiones. Ya a principios de siglo se hablaba en la Cámara Federal de que existía el Código Procesal y el Código Bonadío, porque “hay reglas que aplica en sus expedientes y solo él conoce”. Lo recuerdan en un libro de 2005 los periodistas Mariano Thieberger y Pablo Abiad, Justicia en la era K. En los días de Cambiemos, al juzgado de Bonadío comenzaron a llamarlo “La embajada” porque es el único lugar donde no rige la ley argentina.

Durante los años del kirchnerismo, Bonadío se enfrentó con una dupla que parecía imbatible, Alberto Nisman y Antonio Jaime Stiuso. Era la época en que los servicios de inteligencia se movían como una orquesta aceitada al servicio del oficialismo, los jueces federales estaban alineados con la Casa Rosada y el estudio Richarte-Pirota los defendía a todos. El Auditor General de la Nación, Javier Fernández, era el director de una sinfonía que, con partituras de Stiuso, llegaba a los tribunales federales y respiraba a través de medios de comunicación que eran partícipes por complicidad y comodidad. Por alguna razón, Bonadío no era eso.

Es lo que puede confirmarse hoy cuando el intocable Fernández cae víctima de lasaga de los cuadernos: procesado por haber sido una de las estaciones del chofer Centeno, se confiesa ante la misma sede judicial como una pieza en desuso, a detonar. “Que el señor juez pretendiera desvincular de la causa a ‘Jaime’, involucrando a su amigo personal Javier Fernández en episodios de soborno que ha negado en su acto indagatorio, tal vez porque en la causa debería caer solamente el Auditor y no el Agente de Inteligencia, amigo personal del doctor Bonadío y del fiscal Stornelli, como daño colateral de una operación promovida o pergeñada por ‘Jaime’, quien debería desaparecer de la escena judicial”. La presentación del abogado Domingo Montanaro, a diez días de que estallara el Gloria Gate, tuvo escasa difusión
mediática pero incluye una comparación inquietante. “Fueron desplazados de la escena los otrora amigos y confidentes del agente Jaime, el Lauchón Viale (...), luego apareciera ‘suicidado’ y muerto Alberto Natalio Nisman (...) y esta vez sería la hora de desplazar de la escena al doctor Francisco Javier Fernández”.

De acuerdo a ese relato, Bonadío tendría una amistad con Stiuso, pese a las peleas en las que se enfrentaron. O por lo menos, un canal de diálogo. La trama que se abre detrás de Centeno muestra un estado de descomposición entre factores de poder y no se limita al mundo empresario. También, en tribunales hay cambio de mando.

Pese a que lo ayuda a zafar del presente, el exmilitante de Guardia de Hierro no exhibe demasiada simpatía por Mauricio Macri. Dicen a su lado que detesta a los empresarios que crecieron mamando de la teta del Estado. Aunque le atribuyen diálogo directo con José Torello -el jefe de asesores del presidente, made in Newman y sus golpes de efecto beneficiaron casi siempre al macrismo, sus actos parecen hijos del rencor con Cristina Kirchner y de la construcción trabajosa de un peronismo poskirchnerista. Tardó dos años en pedir la detención de la expresidenta y lo hizo justo cuando el senador Pichetto se quedó con la llave de su libertad, el desafuero.

Bonadío llegó a cuestionar a Macri en su mejor momento, apenas unos días después de que el presidente pidiera que los jueces trabajen más y paguen Ganancias, con la autoridad de los votos de 2017. “Empezamos mal”, dijo en noviembre pasado, en una de sus contadas apariciones públicas, en el Rotary Club. Era una forma de alinearse con Ricardo Lorenzetti, el presidente de la Corte Suprema que se empeñó en convertirse en líder del partido judicial y jefe de Comodoro Py. El rafaelino se acercó a los jueces federales en busca de conformar una escuadra imbatible y logró incluso cultivar un buen vínculo con el intratable Bonadío, que se convirtió en una de las estrellas del Centro de Información Judicial y llegó incluso a escribir artículos en los libros que editaba el órgano de difusión del máximo tribunal durante los once años del Lorenzetti supremo. Con su salida, Bonadío parece haberse quedado sin un respaldo político en la Justicia.

La causa más importante en muchos años, con la mitad del gabinete kirchnerista, los empresarios de la burguesía nacional que no fue y la patria contratista en pleno, tiene las características de un Lava Jato aborigen. Junto con la narrativa recurrente de la corrupción K, aparecen elementos de una jugada mayor que amenaza con barrer a las grandes empresas que quedan. Techint, Angelo Calcaterra, IECSA, Aldo Roggio, Gabriel Romero, Enrique Pescarmona, Marcelo Mindlin; esa gente nunca tuvo que tocar el pianito ni escuchar los relatos de gerentes que fueron encerrados en el territorio en el que mandan las ratas. Se exige desde el Norte un mensaje claro a favor de la transparencia que entierre el pasado. Denunciado por forum shopping, ¿Bonadío es el indicado?

 

las galias

No se sabe con precisión cuándo, pero en la década del noventa Bonadío edificó un vínculo que lo marcó a fuego. Conoció a Rodolfo Galimberti a través de un amigo común. Junto con el excanciller Rafael Bielsa y el exjuez federal Gabriel Cavallo, los cuatro iban a practicar tiro al Belgrano Shooting Club y mantenían largas conversaciones. Los que conocen ese lazo afirman que Bonadío forjó una relación de respeto y confianza con el exlíder de la JP que terminó como socio de Jorge Born y hombre de la CIA. Con filiaciones enfrentadas dentro del peronismo, el juez reverenciaba a Galimberti como un hombre de acción y un jefe político que le abriría un preciado universo de contactos. En 2002, a pocos días de su muerte, Bonadío llegó a defenderlo en público ante un grupo de jueces en un restaurante de Retiro. Con el exjefe de la Columna Norte de Montoneros, el juez escuchó una teoría que tornaba compatible el nacionalismo y el reconocimiento de Estados Unidos como madre patria. “Nosotros somos las Galias. Luchamos hasta que no pudimos más que sobrevivir”. La comparación sirve, tal vez, para descifrar el razonamiento de un tipo de peronismo que inauguró un nuevo criterio de soberanía y resultó más confiable afuera que adentro.

El nexo de Bonadío con la embajada norteamericana es pública. Lo mismo que otros jueces federales figura como abonado, a pura simpatía, en cada cóctel del 4 de julio y tiene una relación anterior con el actual representante de Trump, Edward Prado, exjuez durante 35 años y con unas cuantas visitas previas a la Argentina, antes de ser nombrado embajador.

Sin embargo, allegados a Bonadío deslizan que cuenta con dos terminales distintas, el Departamento de Justicia y la CIA. Eso lo ubica como antagonista de otros abanderados de la pureza con DNI argentino, que suelen entenderse mejor con el FBI.

El juez se siente en su mejor momento,con todos pendientes de sus movimientos. Al final de su carrera se topó con la bala de plata y no quiere desperdiciarla. Tiene un respaldo superior y cree que merece un mayor reconocimiento. Alguien, hace no tanto, le hizo creer que podía llegar a ministro de la Corte. Se está jugando todo, pero necesita que su balacera impacte en la diana. Para no terminar como víctima de una venganza, como la que hoy disfruta ejecutar.

Copete: 
El magistrado que hace suspirar a la República y provoca erecciones en el círculo rojo fue nombrado en 1994 juez federal por sus amigos de la política y ejerce el poder como un monarca. Peronista de exquisita puntería, indiferente al temor, tiempista y rencoroso, apunta contra Cristina Kirchner y está presto a disparar.
Sección: 
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poder toga / la glock y el martillo / claudio bonadío
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Destacado
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Diego Genoud
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Emiliano Ciarlante

feminismo, autobiografía y sumisión

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Convencida de que un hombre que conoció a través de un sitio web que promueve vínculos sexuales fetichistas quiere matarla, Catt se escapa de Los Ángeles, donde su astucia la ha llevado a garantizar una existencia holgada a base de la especulación inmobiliaria. Catt está casada, pero ya no vive con su marido. Tienen y siempre han tenido una relación abierta o, incluso, poli amorosa. El hombre que conoció por internet, su supuesto asesino, como ella misma lo designa, le propuso hacerse cargo de la administración del dinero que Catt ha logrado juntar y aún cuando en un principio ella no veía con malos ojos esta propuesta, termina huyendo convencida de que la intención del hombre no es completar el círculo virtuoso de la sumisión sino robarle. La heroína deambula por el sudoeste norteamericano, entre pueblo y pueblo, con destino final Albuquerque para completar una nueva operación inmobiliaria. El recuerdo de su asesino la lleva a revisar el conjunto de vínculos amorosos y sexuales que ha atravesado en los últimos años.

Catt escapa de la muerte pero ya se siente acabada. En El verano del odio, la novela de Chris Kraus, el vehículo de la trama es propiamente un vehículo. Un auto que la traslada hasta su destino final, donde la protagonista va a establecer un nuevo vínculo amoroso con un ex convicto, también ex alcohólico. El manto de ficción que el BSDM no le completaba se va a recalibrar en la subjetividad de Catt cuando conoce a Paul García. Paul es mitad mexicano y acaba de salir de la cárcel. Sin opciones ni amigos ni herramientas y orillado por la impotencia, responde a un anuncio de trabajo de Catt buscando un administrador para las propiedades que está a punto de adquirir. El flechazo para ella es inmediato. Apenas al sentir su voz del otro lado del teléfono sabe que ha dado con la persona que necesita. Y esa certeza que se expande en ella de forma automática se reproduce en la misma manera en que ya nos ha sido expuesta en relación al vínculo con su asesino. Una convicción ciega, un acto de fe que vemos repetirse. Catt se embelesa y Paul empieza a cortejarla. En la relación, ella es todo lo clara que una mujer de sus características puede serlo con un hombre de las características de Paul: los negocios y el vínculo deben permanecer en senderos separados. Al menos para Paul, porque ella es blanca y rica y, por ende, libre. Catt se empeña en ayudar a Paul, dotarlo de entusiasmo y de recursos: salvarlo de la imposibilidad a la que su circunstancia lo ha sometido. En esa ficción de amor caritativo Catt se reconoce y se afirma; una forma de sometimiento invertida, un ejercicio de feminismo liberal, blanco y culpable. A esta sumisión Catt sí consigue entregarse. La superficialidad del vínculo exclusivamente sexual y mercantil que le proponía su asesino la vaciaba; con la sensación de estar haciendo algo productivo, de formar un equipo y salvar en ese proceso a un hombre, se blinda en un entusiasmo que tenía olvidado, una tranquilidad luminosa, un sentido que la aferra a la vida.

Desde ese prisma, a través del vínculo amoroso, la novela va posándose sobre muchos de los grandes crímenes con los que la administración gringa somete a la población más vulnerable: la cortina de hierro que impide siquiera nombrar a la tortura, las implicancias en micro de la macro burbuja inmobiliaria, la estafa como mecanismo consentido para la supervivencia de la white trash, las aristas extorsivas de un sistema siniestro que empuja a la reincidencia a los sujetos que han logrado saltar el cerco de la cárcel y, por fin, la función coactiva del sistema judicial.

Por otro costado se recrean los mecanismos que forman las estructuras de ciudadanía norteamericana de la que Catt es testigo desde su privilegio: el hipermercado, las formas estandarizadas de consumos vigorosos y rutinarios que definen la geografía desde los costados de la ruta, la matriz de la idiosincrasia ciudadana de segunda y tercera. La imagen que nos ofrece, claro, está filtrada por la subjetividad de quien narra: hay una interpretación de la mujer blanca, intelectual y citadina sobre un Estados Unidos que no se proyecta en el mainstream de la industria del cine y los sitcoms que arrasan en estas latitudes. Aquellos que no tienen lugar y que, por tanto, como metáfora perfecta, descansan de las carreteras vacías en las plazas enormes de cemento que existen lindantes a los monstruosos centros de consumo, y son orillados a una sumisa pertenencia: comprar cosas. Los sujetos sin horizontes devienen objetos a través de la realización de este otro círculo virtuoso: son parte del gran país del norte como consumidores no irónicos.

lost in translation

I love Dick es un compendio de cartas eróticas que Chris le escribió a un tal Dick: es el relato de una obsesión. La potencia del título se pierde en la traducción porque Dick significa también pija. Dick es un hombre real, que en la narración se erige como la representación del ideal de la masculinidad. La protagonista de la novela se llama como la autora y el Dick de la obsesión intentó frenar por vía judicial la publicación del libro. Aquí Kraus hace prevalecer el valor del relato en primera persona para desarrollar una hipótesis de inversión de la relaciones de fuerzas. Así, nos brinda una herramienta subversiva para el abordaje de las violencias machistas. Esta forma de construir sentido está en boga: lo vemos en la adaptación de la novela The Handmaid´s Tale, de Margaret Atwood, a la televisión, en Tarde Baby de Malena Pichot y en el estallido mediático del monólogo de la australiana Hannah Gadsby, Nanette. La primera edición de I love Dick es de 1997. Kraus fue pionera.

Para adueñarse de sí misma como mujer y como artista una debe volver a sus problemas sociales, dice nuestra Chris: en I love Dick el ejercicio de la creación legitima la obsesión, y a la vez que se erige la novela, carta tras carta, la autora y la protagonista, ante la explicitación de la negativa masculina, se reconocen como libres en la exploración de la indignidad.

Amazon propone la adaptación de la novela al soporte de serie, y lo que consigue es exaltar con la imagen la contundencia de la palabra. La serie es más atractiva porque, a diferencia del libro, no persigue el objetivo de legitimarse como algo más que la narración de una obsesión. Se despega de la pretensión de ser una voz autorizada de la crítica de arte contemporáneo y, además, en la adaptación al soporte audiovisual, la protagonista ocupa un espacio más central. En el libro es el matrimonio en su conjunto el que se obsesiona con un tercero; en la serie, es ella la que rompe todos los cercos de contención y arrasa con la paz social de un pueblo chico. La Chris de la pantalla es intensa, errática y nos cuesta a las mujeres empatizar con ella. Llega junto a Sylvere, su marido, hasta Marfa, un pueblo en el centro del desierto texano en donde este tiene comprometida su participación en el internado de intelectuales y artistas que Dick dirige. El flechazo aquí también es automático. Dick enciende a Chris involuntariamente y ella empieza a escribirle. La casa del matrimonio se vuelve un burdel. Primero el deseo no resuelto de Chris reaviva la pareja y las escenas explícitas de sexo se multiplican. Pero Chris no consigue conformarse, no se asienta, no se silencia. Ella se coloca en el centro de la cuestión, todo el tiempo, imponiéndole al mundo su propio ritmo. Dick la maltrata, la desoye, la ridiculiza. Y frente al límite que erige el hombre blanco ante la enunciación del deseo de la mujer blanca, nuestra heroína decide transitar a toda marcha el proceso creativo que abre para ella el entregarse a la humillación. Game on.

Frente a la voz viva de la fantasía de la hembra, el macho reclama a voz cansada, que se respete el límite de su masculinidad privativa. En la ficción y en la realidad. El hombre se agobia y, en la pantalla, se emborracha. Y cuando el límite infranqueable de la negativa se cierra sobre el cuerpo del varón, la mujer utiliza entonces el escenario social para exhibir el resultado integrado de su voluntad de humillarse. Decide entonces saltar del ejercicio privado al escenario colectivo: la obra, su obra, las cartas eróticas que no ha dejado de escribirle se exhiben en todas las esquina de Marfa, el pequeño poblado texano. Si asumiéramos que todas las cartas son cartas de amor, qué sucedería. Este interrogante particular se vuelve social también en el capítulo en que cada una de las voces femeninas de la serie cuentan su historia y le hablan, también, a Dick. Lo implícito exhibe la contundencia de su filo: ¿Qué pasaría si todas las mujeres reivindicáramos todas juntas y al mismo tiempo la voluntad de desatender la voluntad expresa de las masculinidades?

 

falsas comparaciones

Si consideramos que el liberalismo político generó la ficción de la división en términos de público y privado, inmediatamente después podríamos afirmar que esa división consagró a lo público como único espacio para lo político. Chris Kraus parte de esta consigna cuando afirma en I love Dick que si quiere que el mundo sea más interesante que sus problemas entonces sus problemas –privados– tienen que volverse sociales –públicos. En I love Dick nos entrega un dispositivo autoficcional rizomático y disidente para revelar el potencial de transformación que supone adueñarnos de nuestras experiencias. La posibilidad de tomar por asalto un lugar en el centro y volverse sujeto activo en las relaciones de fuerza que componen lo que denominamos como público, para las mujeres, parte del ámbito de lo privado y supone la inversión de los roles, adueñarse de la indignidad dándole voz a los cuerpos.

La Chris que llega a Marfa junto a su marido se planta en el ejercicio de la indignidad para reivindicar su derecho a que su subjetividad participe de la construcción de sentidos colectivos. Propone un método, lo ejecuta y en la ficción como en la realidad, triunfa. En Verano del odio, en cambio, la apuesta es por la solidez narrativa para relatar las maneras en que el empoderamiento femenino puede transformarse en sumisión por el vehículo de la culpa de la subjetividad privilegiada. Catt, agente portadora del privilegio blanco, se nos presenta libre en la acepción liberal del término. Tiene, cuenta, utiliza su posibilidad de elegir. Escapar de su asesino, formar pareja con un ex convicto, hacer sus negocios. Es su cuerpo, las fronteras de su propio cuerpo lo que se vuelve un territorio de conquista. Porque una mujer que ha logrado garantizar su libertad se ve inclinada a consentir el sometimiento en el plano de lo que designamos bajo la noción de lo privado. Así las cosas, no está de más preguntarnos qué subjetividades produce el privilegio y qué vértices de las formas de sociabilidad que nos erigen como mujeres fuertes, nos inclinan hacia la sumisión como deseo. Porque, además, lo privado tiene como marco este territorio hostil de Estados Unidos, en donde se exhibe la marginación y la violencia de ciudadanías silenciadas y excluidas de la que Paul García es una metáfora perfecta. Lo que Verano del odio expresa es que la posibilidad de elegir también contiene a la sumisión como condición para el ejercicio de esa libertad. Pero en la novela que Kraus construye hay una complejidad específica: en la sumisión de los libres a los sumisos estructurales, estos últimos podrían empoderarse.

Ambos libros rondan cuestiones que los feminismos reconocen como centrales: la libertad de acción de las mujeres en las relaciones afectivas, la sumisión como práctica posible y hasta deseable, y la importancia de configurar una narrativa con perspectiva de género para reapropiarnos de nuestros cuerpos a través de ciertas prácticas. Pero mientras que en I love Dick exhibe la potencia del empoderamiento, en Verano del odio se identifican sus límites. Porque los feminismos no recorren el mundo o las rutas del sur de Estados Unidos en soledad, ni son los únicos agentes que bregan por la ampliación de derechos. Hay una voluntad de transformación en su narrativa y también una denuncia de lo ineficaces que resultan los métodos tradicionales para combatir las violencias machistas pero también el racismo institucional gringo. Los límites contra los que chocamos en Verano del odio son límites objetivos que proyectan otras subjetividades sometidas, formas de ciudadanía silenciadas, poblaciones vulnerables, pobreza y violencia institucional. El feminismo de Kraus no solo persigue el objetivo político de correr la frontera que la división liberal estableció entre lo público y lo privado. Se trata, más que de cualquier otra cosa, de exponer la desigualdad que esconde el ideal de ciudadanía del liberalismo político. Aun cuando Chris Kraus ejerció su derecho a publicar el libro ante la amenaza judicial de Dick y pudo, como añoraba la Chris de Dick, transformar sus problemas privados en objeto público, en Verano del odio explicita la violencia con la que la corporación judicial norteamericana cercena la libertad de los ciudadanos de segunda y tercera.

Lo que pone en el centro del debate la obra de Kraus es que el ejercicio de empoderarse, como mujer blanca, es impostergable. Que no existe para nosotras otra posibilidad que ser feministas y como afirma Hannah Gadsby en Nanette: tenemos que contar bien nuestras historia. También, claro, es necesario descentralizar la mirada para ampliar la visión: la autonomía de las mujeres no se conquista cerrada sobre sí misma, sin miramientos a otro tipos de relaciones de opresión que redundan en el privilegio con el cual las mujeres blancas contamos. Lo valioso de la no tan nueva narrativa feminista es que las voces propias se constituyen como un ejercicio de poder en sí mismo. En I love Dick se niega a permanecer en silencio, en Verano del odio nos orilla a cuestionar nuestros privilegios. Las novelas de Kraus son dispositivos de lucha. Lo político, siempre, se juega en el cómo.

Copete: 
Chris Kraus, invitada al FILBA, es escritora, cineasta y crítica. En su narrativa erige una interpretación sagaz de un Estados Unidos silencioso, desde Los Ángeles hasta Albuquerque. Pero a la descripción de los vértices sórdidos del imperio suma el ingrediente de la construcción de la libertad de las mujeres como un campo de batalla. Una indagación sobre los límites de la ficción, la denuncia de una matriz ciudadana de desiguales y los desafíos políticos del feminismo.
Volanta: 
políticas de la narración / invierno del odio / gringolandia
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Sofía Balbu
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Emiliano Ciarlante
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Pelon Cho

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(1977). Aka Germán Echave. Estudió en la UBA, vive en Buenos Aires. Nómada entre la arquitectura y la ilustración. Instagram @pelon_cho

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Colaboradores

el balneario de los doctores crotos

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Hasta abril de este año, en la superficie de los discursos del mainstream económico más o menos cercano al oficialismo y a la City, el diagnóstico del panorama rozaba un decidido optimismo. El gradualismo de Cambiemos era seguramente demasiado lento para el gusto de estos expertos, consultores, asesores de bancos, exfuncionarios y demás fauna que habita oficinas, aulas universitarias, despachos y estudios de televisión, por lo que el paraíso neoliberal (la utopía de la “economía normal”) todavía estaba distante, pero “el camino era el correcto”. Los indicadores más superficiales mostraban signos al alza: construcción, autos, créditos hipotecarios. Incluso bienes durables más asociados con los sectores de ingresos medianos para abajo como las motos mostraban dinamismo ascendente. El dólar estaba planchado en torno a los 17 pesos hacía un año y la inflación volvía a niveles (kirchneristas) del 25%, después del alza de 2016 promovida por la devaluación que implicó la salida del cepo cambiario. A finales de 2017, el año cerraba con la promesa de un gobierno fortalecido que iría por el triple premio de las reformas fiscal, laboral y previsional. Nada de eso pasó.

 

papel picado, papel mojado

Para comprobar la fortaleza unánime de este consenso entre los economistas amarillos basta recurrir a un interesante documento que todos los meses elabora el Banco Central. Se trata del Relevamiento de Expectativas de Mercado, un sondeo que la entidad monetaria lleva a cabo entre unos sesenta consultores económicos, analistas de mercado de bancos, casas de inversión y centros de estudios. Esta encuesta mide el pulso de ese sector de la profesión económica que más allá de leves diferencias doctrinarias compone el grupo de los pronosticadores que creen en el mercado y son creídos por el mercado. Leer los sucesivos informes de esta pesquisa mensual resulta, desde la crisis actual, un ejercicio entre morboso y angustiante. Un poco como revisar, en cámara lenta, la filmación de alguien que alegremente retrocede paso a paso hacia un precipicio buscando el mejor encuadre para tomarse una linda fotografía.

En diciembre de 2017, a dos meses de las consagratorias elecciones del gradualismo y aún cuando la movilización en las calles había empañado la aprobación de la reforma previsional, el cielo estaba despejado: los economistas pronosticaban una inflación para todo 2018 de 15%. El precio del dólar, verdadero núcleo de toda la política económica, seguiría casi al mismo nivel de 2017: apenas por encima de los 20 pesos. Incluso en 2019, el dólar rondaría los 22 pesos. Las tasas de interés seguirían un camino pausado de descenso a niveles de 21% a final de 2018, y de 16% en 2020. Eran números que coincidían casi exactamente con las proyecciones que el gobierno y el BCRA habían formulado para el presupuesto. En términos de crecimiento económico, 2018 pintaba para quebrar lo que Miguel Bein (cotizado y veterano asesor de políticos y empresas) llama la “maldición de los años pares”, la recurrente caída de la economía argentina en los períodos no electorales. En este caso el promedio de los economistas coincidía en augurar tres años seguidos de crecimiento por encima del 3%, algo que no sucede desde hace más de una década.

Pero después de ese diciembre pacífico y soleado para el mercado comenzaron a “pasar cosas”. El 28 de diciembre (según la narrativa post festum que se fue construyendo en estos meses por parte de los mismos economistas que intentan explicar sus pifies), el gobierno entusiasmado por su impulso político decidió cambiar las metas de inflación del BCRA (que no habían estado ni cerca de la realidad en 2016 y 2017) para darle mayor cuerda al crecimiento bajando las tasas y dejando correr levemente el dólar. Ese pecado original que para muchos de los economistas ortodoxos explica el desencadenamiento de los males que vinieron, al manosear el lugar sagrado que es la “independencia del Banco Central”, en realidad no alteró el optimismo general que prosiguió durante los meses anteriores al inicio de la corrida contra las reservas de abril/mayo de 2018. Más bien lo contrario: todas las encuestas de expectativas del BCRA muestran que el consenso de los economistas se mantenía en torno a pronósticos que desde hoy, septiembre de 2018, rozan lo inverosímil.

En el relevamiento de abril, a días de la primera corrida, el credo ortodoxo todavía pronosticaba una inflación a finales de año de 19%. Y para 2019 de 13%. Al dólar, en las vísperas de su huida a los cielos, lo veían en diciembre a 22,6 pesos y a 25 pesos en 2019. Y el crecimiento económico seguía prometiendo un auge sólido de 2%, casi lo mismo que en 2017. Basta mirar, y esto es aún más interesante para pensar cómo funciona la producción de expectativas entre ese grupo de analistas tan vinculados al latir de los mercados, cómo cambian los números en las encuestas de los meses sucesivos, ya cuando la crisis era imparable y los movimientos erráticos del gobierno terminaron llevándose puesta a la conducción del BCRA y acudiendo de emergencia al FMI: en mayo, junio, julio y agosto, los pronósticos de los economistas no hicieron más que seguir de atrás la evolución alocada de las variables.

En julio, por ejemplo, predecían un dólar a fin de año de 30 pesos y una inflación anual de 31%. Un mes después todas esas proyecciones eran papel mojado: ahora pronosticaban un dólar a 42 pesos en diciembre y una inflación de 40,3%. Es decir, que sus pronósticos no hicieron otra cosa que replicar las cifras que resultaban y agregarles apenas unas décimas. Es como la imagen del búho de Minerva que Hegel usaba para explicar la relación entre los filósofos y los acontecimientos históricos, solo que al revés: acá el búho nunca levanta vuelo después del atardecer, sino que se va a dormir.

pidió respuestas, le dieron un cisne negro

En 2008 (el annus horribilis del crack de Lehman Brothers y la subsiguiente crisis financiera mundial) la reina de Inglaterra sorprendió con una pregunta de apariencia inocente a un grupo de economistas de la London School of Economics: “¿Cómo nadie vio venir esto?”. La respuesta estuvo llena de interjecciones y balbuceos pero terminó pareciéndose a esto: “Todos confiábamos en que las cosas se estaban haciendo bien”. Era reveladora de la cuestión de fondo: el consenso de los economistas del mercado es un loop de autoafirmación y validación de lo que todos quieren escuchar. También era expresión de la pobreza epistemológica que prima cuando un grupo comprometido con determinados intereses anula los datos que resultan problemáticos para mantener su relato del momento histórico.

Los complejísimos modelos econométricos que ponen en relación cientos de variables para diseñar los pronósticos financieros, los algoritmos que calculan la variación a corto y largo plazo de los escenarios, las teorías del comportamiento de los actores económicos basadas en proposiciones matemáticas, todo ese arsenal no puede nada cuando la corriente ascendente del mercado derrama ganancias y nuevos instrumentos financieros que las multiplican creando, literalmente, dinero de la nada. La crisis de 2008 abrió numerosas discusiones sobre los fallidos diagnósticos de los economistas neoliberales. Al mismo tiempo que los estados nacionales se dedicaban a “salvar al capitalismo de sí mismo” inyectando moneda y rompiendo todos los sagrados supuestos ortodoxos de la autoregulación de los mercados, se expandieron las reflexiones sobre el rol desmesurado que los expertos habían tenido en la génesis de la crisis.

Prakash Loungani, un economista del FMI, analizó los pronósticos de los especialistas y encontró que habían fallado en predecir 148 de las últimas 150 recesiones. Su explicación tiene que ver con la dinámica de posicionamientos que se da en el campo específico de los economistas: no hay mucho incentivo en términos de prestigio para pronosticar un crash cuando el consenso es optimista. Uno se expone a ser considerado un escéptico a contracorriente, con las consecuencias profesionales que en un mundo dominado por la avidez de ganancias fáciles eso representa. La perspectiva de “pegarla” y predecir una recesión garpa menos que sumarse a la ola de optimismo generalizado. En todo caso si uno se equivoca (con las consecuentes pérdidas para sus clientes, para no hablar de los perjuicios en términos sociales, ese es un horizonte que ni existe) puede camuflarse en el error generalizado, en el mítico “cisne negro” que nadie podía anticipar, en el brusco cambio de variables imposibles de predecir. Después de todo, el mercado financiero vende básicamente algo que se llama riesgo. Su mercancía está hecha de proporciones variables de oportunidad y peligro.

 

¿nunca más?

La recurrencia de las crisis bancarias y cambiarias desde 1980 (cuando las políticas neoliberales le ganaron definitivamente la batalla al keynesianismo de posguerra) son elocuentes en un mundo dominado por el riesgo y la deuda. En un libro de reciente aparición, compilado por el sociólogo económico Ariel Wilkis y editado por la Universidad de San Martín (El poder de evaluar), se analizan los mecanismos sociales que moldean los imaginarios y las prácticas de aquellos que se dedican profesionalmente a mover la rueda de la valorización financiera. Los supuestos que utilizan para pensar la dinámica de los mercados, los valores y las inversiones, están basados en la idea del mercado como un eficiente dispositivo de asignación de recursos, como un lugar de producción de “verdad”.

Sin embargo, como muestran algunos de los artículos del libro, este supuesto que forma el núcleo ideológico del consenso de los economistas y analistas financieros, convive con las presiones sociales, para nada eficientes y autoreguladas, en el contexto de mercados que fluctúan día a día, hora a hora, y los conduce a privilegiar su lugar en la manada, siguiendo lo que dicen y hacen los demás. Si el riesgo es un activo, mejor que lo asuman los clientes y el público destinatario de sus análisis, pero que se mantenga lejos de su ejercicio profesional. Como dijo un beisbolista de los años sesenta, famoso por sus pocas luces y su sentido común: “It’s tough making predictions, especially about the future”(es difícil hacer predicciones, en especial cuando se trata del futuro).

Copete: 
Los economistas neoliberales se mostraron meticulosamente incapaces de predecir las crisis económicas gracias a las que el capitalismo financiero viene consolidando su poder económico. Todo eso, sin perder su hegemonía mediática y social. La debacle de Cambiemos es un capítulo más en esta oprobiosa historia de chamanes mercenarios que fallan, se extinguen y renacen, dentro de la puerta giratoria que va de la city al poder político. ¿Hasta cuándo habrá que escucharlos? ¿Por qué lo hacen?
Sección: 
Número: 
Volanta: 
chamanes de humo / pobres epistemológicos / siempre pasan cosas
Ubicación en portada: 
Destacado
Autor: 
Mariano Canal
Ilustrador: 
Pelon Cho
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Martín Kohan

Sukermercado

justicialista gran sport

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Un truco netamente comercial (el fascículo como coartada y un regalo que en verdad no es tal) han provocado una transformación muy notoria en el paisaje urbano actual: las calles han cobrado un cierto aspecto de juguetería. Y eso porque los kioscos de diarios y revistas han multiplicado, en una escala exponencial, su oferta de autos de juguete. Los hay de toda índole, en colecciones no menos diversas: la de las Ferrari, la de Turismo Carretera, la de Fórmula Uno, la de los batimóviles, la de los coches de James Bond, la de los de Juan Manuel Fangio, la de taxis del mundo, la de autos clásicos. En ese desborde abarrotado de ofertas inacabables, hay dos series que a mí, en lo personal, me interpelan con frecuencia: la de los “Autos inolvidables” y la de “Vehículos inolvidables de reparto y de servicio”.

Esas dos colecciones comparten diseño y criterio. Y aunque invocan, expresamente, la condición singular de lo que no puede olvidarse, funcionan más bien sobre la base de traer a la memoria algo que, no estando exactamente olvidado, tampoco figuraba demasiado en los recuerdos más usuales. ¿Cuánto hacía, por ejemplo, que no evocaba yo el Ford Fairlane? ¿Cuánto hacía que no pensaba yo en el Dodge Polara? ¿Cuánto hacía que el Mehari no cruzaba por mi mente? ¿Cuánto hacía que no me figuraba un taxi Siam Di Tella? Que son inolvidables, no lo niego; pero sin llegar por eso a ser exactamente memorables. Ocupan, según creo, algo así como un estadio intermedio, que por cierto me interesa: el de las cosas que no se olvidan, pero que tampoco acuden mayormente al recuerdo.

Estas dos colecciones de autos entablan, por eso, una relación muy definida con el pasado, que no es la de forjar memorias ni es tampoco la de reparar olvidos, que no funciona como un museo pero no encaja tampoco, así sin más, en el presente. En especial si se considera que, tanto los “autos” como los “vehículos” inolvidables, son siempre argentinos; y que lo que marcadamente prevalece, tanto en una como en otra colección, son modelos de los años ’60 y ’70. Algunos, más esporádicos, avanzan en el tiempo: hay por caso un Ford Escort, hay una Renault Fuego, hay un Fiat 147, etc. Pero no es ése en absoluto el tenor predominante, sino el del Chevrolet 400, el del Torino, el del Peugeot 404, el del Renault 12, el de la ambulancia Dodge, el del IKA del Automóvil Club, el del Renault Gordini, el del AutoUnión, el del Fiat 1500, el de la Estanciera, etc.

La relación que se establece así, desde el presente, con esos años, es menos de evocación que de invocación: menos de reminiscencia que de presentificación. Y es que no se trata, por esta vez, de alguna memoria política, de algún testimonio de época, del rescate de algún hecho o algún personaje de ese tiempo, del análisis politológico de lo que pudo pasar o de lo que pasó; sino de otra cosa, de otro orden: algo del orden de la colección y de las miniaturas. ¿Y qué decir, en fin, de las colecciones y de las miniaturas, que no haya dicho Walter Benjamin? ¿Y qué decir, en fin, acerca de la redención del pasado, que no haya dicho también él?

La necesidad indeclinable de agotar lo que es, por definición, inagotable; la ambición de totalidad que no podrá nunca alcanzarse pero a la que no se podrá tampoco jamás renunciar; el ajuste y el desajuste, en clave de pequeñez, entre la parte y el todo; el efecto de realidad que producen los detalles, el milagro comprobable de su admirable precisión visual. Y un pasado que, reducido con frecuencia a la disquisición elemental de si hay que tenerlo en cuenta (o mejor: tenerlo presente) o si hay que dejarlo atrás para poder mirar para adelante, puede abrirse, tanto mejor, a otras preguntas: ¿a cuáles de los tantos pasados definimos como pasado? ¿Qué de todo lo pasado entendemos por pasado? ¿Y en qué forma lo abordamos? ¿En qué forma lo pensamos?

El precio de los “Autos inolvidables” subió, al igual que el precio de todas las cosas, mucho más que el miserable 25% (con sumas en negro) concedido a los docentes, por lo que han quedado decididamente fuera de mi alcance. No obstante, esta semana, ocurrió algo de excepción y decidí corresponderlo con un esfuerzo económico de excepción también. Salió un auto de un tiempo más distante: un auto de 1953. ¿Cuál? El Justicialista Gran Sport, fabricado por IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado), “el primer modelo del país en ser construido con fibra de vidrio y equiparse con motor Porsche” (transcribo del fascículo)

Tomo este lanzamiento como lo que más profundamente es: una intervención política en la actualidad argentina. Porque este cochecito de la serie algo tiene de fuera de serie. Y viene a expresar, con su sola aparición, el sueño pasado de un proyecto de industrialización nacional y un modelo de Estado pujante. Ese sueño entra objetivamente en contraste con la pesadilla que en el presente perpetra quien fuera dudoso gestor de SEVEL.

Yo no soy justicialista, y presumo que ya nunca habré de serlo. Pero en la repisa donde he ido alineando mi colección de autos inolvidables, agrego ahora el único de entre ellos que no forma parte de ningún segmento de mi memoria vivencial: el Justicialista Gran Sport de 1953. Lo ubico en un lugar destacado, en un ángulo en el que por cierto reluce.

Copete: 
Un mini ensayo sobre la memoria, los vehículos, los no museos y lo que todavía reluce.
Volanta: 
políticas de la narración / reparto y servicio / fierros inolvidables
Ubicación en portada: 
Destacado
Autor: 
Martín Kohan
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cómo alimentar a un troll

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Utopía, 1994, serie de amor y violencia. Oscar Bony © The Estate of Oscar Bony

 

En el verano de 2011, Luis Ameghino Escobar tenía 36 años. A los diecinueve había elegido la misma carrera que su padre, quien había sido juez. Para entonces era prosecretario en la Cámara Federal de Casación Penal, el tribunal penal de mayor jerarquía del país, el que revisa procesamientos, condenas, absoluciones, encarcelamientos, el último escalón antes del vértice de la pirámide. “Casación” está integrada por doce jueces divididos en cuatro salas -Sala I, Sala II, etcétera. En las semanas anteriores al 26 de enero de aquel año, participaba de una negociación telefónica entre varias partes. Como trabajaba en la oficina de sorteos, que asigna a qué jueces les toca cada causa que llega a la Cámara, los otros nudos de la trama lo llamaban “el señor de las teclas”.

Ángel Stafforini tenía 65 años, hacía veintiséis que trabajaba como contador en la Unión Ferroviaria (UF), el sindicato de los trabajadores de trenes, y desde 2007 era vicepresidente de Belgrano Cargas S.A, una empresa del sindicato. La UF estaba en problemas: el 20 de octubre de 2010, durante una marcha y por orden de José Pedraza, su secretario general, un grupo atacó a balazos a trabajadores tercerizados y asesinó a Mariano Ferreyra, militante del Partido Obrero. La Policía Federal había colaborado despejando la zona. Una semana después del crimen, había muerto el expresidente Néstor Kirchner. Desde fines de noviembre, había siete procesados como presuntos autores y se acercaba el momento en el que Casación tendría que intervenir. En el río revuelto, algunos pensaban que podían pescar. El 1 de febrero de 2011, Stafforini sacó 50.000 dólares de una caja de seguridad del Banco Galicia, en cinco fajos de cien billetes de cien, los metió en un sobre que decía “Octavio” y los llevó a una oficina en la calle Viamonte al 1400, a la vuelta de Tribunales.

Octavio Aráoz de Lamadrid tenía 41 años. Hasta fines de 2009 había sido integrante de la familia judicial, en los sentidos institucional y biológico de la palabra. Su abuelo y su papá fueron jueces y él había
ingresado a los diecinueve, mientras estudiaba Derecho en la Universidad Católica Argentina (UCA). Ascendió muy rápido en la estructura de cargos porque el camarista Eduardo Riggi, a quien conocía desde
que tenía dos años, le había dado la mano para ayudarlo a avanzar varios casilleros a la vez. Durante más de una década trabajó en su Sala, junto con el señor de las teclas. Cuando el juez Juan José Galeano fue destituido por inventar una confesión y encubrir el atentado a la AMIA, Aráoz de Lamadrid asumió como juez federal subrogante, aunque se había sacado uno (1) en el concurso para acceder al cargo. Luego de renunciar por una serie de traspiés, para el verano de 2011 tenía un estudio jurídico y un árbol de amistades con frondosas ramas en Comodoro Py. El 26 de enero, Escobar le mandó un mensaje de texto para avisarle que había hecho el sorteo y que la causa por el asesinato de Ferreyra había sido asignada a la Sala III, la de Riggi. El 1 de febrero, en su estudio jurídico, en Viamonte al 1400, estaba el sobre con los 500 billetes de cien dólares.

Juan José Riquelme tenía 72 años, trabajaba en la Secretaría de Inteligencia y era visitante recurrente de las salas de espera de los despachos de Casación. Tenía contactos por aquí y por allá, en el mundo sindical, en la Iglesia Católica, entre los militares y los políticos. A Eduardo Riggi lo conocía desde que el juez había asistido a unos cursos de la Escuela de Inteligencia, en los años noventa, y Riquelme organizaba almuerzos de camaradería con funcionarios del Poder Judicial. Su oficio de conectar esferas de poder lo había llevado a ser el grado de separación entre la Unión Ferroviaria y Comodoro Py. El 24 de enero de 2011 dejó un mensaje en el contestador automático de José Pedraza: “Informan del otro lado que son verdes. Reitero: son verdes”.

Eduardo Riggi tenía 62 años. Egresado de la UCA, fue nombrado juez en 1978, luego de haber hecho sus primeros pasos judiciales en el Camarón, un tribunal creado por el dictador Agustín Lanusse para perseguir a la subversión. Su padre fue juez y, hoy, tres de sus hijos son judiciales. Es miembro fundador de la Cámara Federal de Casación Penal: la integra desde que fue designado por Carlos Menem en 1992 para su primera conformación. En las charlas telefónicas del verano de 2011, se referían a él como “Don Eduardo”.

Entre diciembre de 2010 y el primer día de febrero de 2011, Riquelme, Escobar, Stafforini, Pedraza y Aráoz de Lamadrid mantuvieron decenas de intercambios telefónicos en los que hablaron de la investigación del crimen de Ferreyra, de 75.000 dólares como tarifa total, de qué decisión tomarían los jueces sobre los procesamientos de la patota, de cómo influir sobre el juez Wagner Mitchell, otro de los integrantes de la Sala III, de “atenciones” de fin de año, del “precio de la persona con la que se tiene que reunir”. Lo que buscaban era una decisión favorable para los procesados por el crimen de Ferreyra que, sobre todo, desvinculara a José Pedraza. El método era manipular el sorteo para que el caso les tocara a tres jueces sobre los que podían influir. La maniobra se detectó porque los teléfonos de varios de ellos estaban intervenidos por la jueza que investigaba el asesinato.

Riquelme: La buena noticia, la muy buena noticia es la del hombre de las teclas.
Aráoz de Lamadrid: Sí, sí, eso salió perfecto.
R: ¿Y le dijo quiénes son?
ADL: Es la sala de nuestro amigo.
R: ¿De Eduardo?
ADL: Sí.
R: Ah, ¡muy bien! Listo.
ADL: Claro, ahí lo hicimos.

Las conversaciones terminaron el 1 de febrero cuando Aráoz de Lamadrid le dijo a Stafforini: “Me están allanando por el tema este. Corten todos los teléfonos”.

 

sangre azul

En abril de 2013, quienes mataron a Mariano Ferreyra fueron condenados; también quienes ordenaron el ataque a los manifestantes. Ocho años después de los hechos, la causa de los sobornos sigue
peregrinando en cámara lenta por los vericuetos de la burocracia judicial. Cada uno de los procesados argumentó en su defensa: que el dinero del sobre era del hermano de Aráoz de Lamadrid -también abogado y actual defensor de De Goycoechea, el primero de los empresarios en arrepentirse en “el caso de los cuadernos”-, que en las charlas no se discutía un soborno sino el monto de unos honorarios, que el sorteo es imposible de manipular. La investigación de lo que hicieron Riquelme, Stafforini, Pedraza, Aráoz de Lamadrid y Escobar concluyó pero el juicio oral sigue sin realizarse debido a una discusión de competencia sobre si el caso corresponde a la justicia nacional o a la federal, cuestión que ya se discutió por los menos dos veces en el mismo expediente. Al final de un laberinto judicial inenarrable un
tribunal determinará si los cinco hombres son culpables de los delitos de tráfico de influencias y cohecho por los que están acusados, por el Ministerio Público Fiscal y por la querella de Beatriz Rial, la mamá de Ferreyra.

En este juicio se dirimen las responsabilidades penales que le caben, o no, a cada uno por la comisión de delitos y, también, otra cuestión central: si algo de lo que constituye el modo de funcionamiento de la justicia federal puede pasar del orden de lo invisible al orden de lo público. Las escuchas judiciales mostraron que se intentó obstaculizar la averiguación de la verdad en un caso con una relevancia política de primer nivel. Pero, sobre todo, exhibieron que el plan no era una conspiración externa al mundo judicial, un intento desesperado por encontrar una vía para influir desde afuera, sino que se activaba a partir de sus propias células. Abogados propietarios de estudios jurídicos que ofrecen sus servicios con marketing aspiracional, empleados de la estructura judicial de distintas jerarquías, operadores orgánicos o inorgánicos, servicios de inteligencia que todos creen que pueden usar hasta que se dan cuenta de que el usufructo es a la inversa, jueces que informan sobre pesquisas en curso y calculan cuál devenir los dejará mejor posicionados en la pirámide. La maniobra de los sobornos develó que no se trataba de chismes ni de conspiranoias trasnochadas. La trama era real y por sus hilos fluía información, influencias, dinero. Mostraba también que no era la primera vez que se activaba, y los años posteriores mostrarían que no era la última, ni probablemente, la que tuvo consecuencias mayores.

En septiembre de 2012, después de dilatar la decisión todo lo que resultaba posible, el juez Luis Rodríguez procesó al abogado, al contador, al sindicalista, al señor de las teclas y al del estudio jurídico y dijo que el juez no tenía nada que ver. La querella de la familia Ferreyra y el Ministerio Público Fiscal apelaron. Rodríguez es cercano a la red judicial de los servicios de inteligencia -entre otras cosas, Javier Fernández es el padrino de su hija. Una semana después de su decisión en el caso de los sobornos, fue ascendido y designado juez federal.

A partir de su salida, y como si hubiera sido rociada con pintura fluorescente, se hizo visible otra de las tramas que explican mucho de lo que ocurre en la administración de justicia. El expediente comenzó a pasar de mano en mano. Por lo menos catorce jueces dijeron que no podían hacerse cargo de la causa. Sus motivos: 1) haber compartido con uno de los investigados “eventos y festejos dentro y fuera del tribunal (…) con participación de ambas esposas”; 2) “He sido relator del entonces Juez de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de esta ciudad, Luis Ameghino Escobar, padre de uno de los imputados (…) conocí su hogar y también a la esposa (…); debo destacar que me unió al exmagistrado, hoy fallecido, una estrecha relación de confianza y respeto intelectual, en virtud de los cuales me integró académicamente a las cátedras en las que él participaba (…) y a la vez promovió mi carrera dentro delPoder Judicial”; 3) “Con relación al Dr. Riggi lo conozco desde hace más de cuarenta (40) años, ha estado en mi casa, el suscripto ha estado en la suya, hemos compartido vacaciones juntos, (…) y es el padrino de bautismo de mi hijo menor. Además tiene una relación de parentesco con la madre de mis hijos”. Entre las carreras judiciales, la vida académica, las esposas y los hijos, la expectativa de que los jueces investigaran a otro juez parecía una ingenuidad.

Esos lazos de familia no son una anécdota. Durante décadas el Poder Judicial argentino se autoformó agregando familiares en todos sus niveles. Por mencionar un solo ejemplo: en la oficina de la Corte Suprema que está a cargo de las escuchas telefónicas trabajan hijos de jueces y fiscales de primera línea. Además, ese centenar de carreras judiciales se despliegan en convivencia, en edificios como Comodoro Py en los que durante décadas la burocracia es una rutina entre viejos conocidos. Con el correr de los años, ese muchacho que debe un ascenso aquí es el que debe tomar una decisión allí. Aunque cada tanto emerge una excepción, la posibilidad de que en ese nido institucional haya mecanismos de control no hace más que debilitarse. Durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner hubo un intento de establecer un “ingreso democrático” al Poder Judicial. A diferencia del Ministerio Público, nunca fue implementado por la resistencia de la Corte Suprema para reglamentarlo.

En los hechos, el caso de los sobornos quedó dividido en dos. La cadena de favores de Riquelme, Stafforini, Pedraza, Aráoz de Lamadrid y Escobar iría a juicio. En octubre de 2015, apareció una de esas excepciones: la fiscal federal Paloma Ochoa pidió que el juez Eduardo Riggi fuera llamado a indagatoria porque, afirmó, “estamos en condiciones de sostener que no solo estaba al tanto de las maniobras ejecutadas por el resto de los imputados (ya procesados) sino que además formaba parte de un pacto previo que culminaría con la entrega del dinero prometido a contraprestación de la resolución judicial buscada”. La defensa apeló. En mayo de 2016, el juez Norberto Oyarbide sobreseyó a su colega. Dijo que Riggi ya había explicado por qué conocía a Juan José Riquelme. Se refería al descargo del camarista en el Consejo de la Magistratura en el que afirmó que conocía al hombre de la Secretaría de Inteligencia porque era “el nexo” con jueces y fiscales. Por un pase de magia, ese reconocimiento se convirtió en una exculpación; Oyarbide consideró que nadie necesitaba saber más sobre esos nexos y que tampoco era su obligación investigar si habían tenido alguna consecuencia. Dijo que Riggi había sido “lisa y llanamente una víctima de lo que se conoce como una ‘venta de humo’” y que no tenía nada que ver con la cadena de favores. La Sala I de la Cámara Federal de Apelaciones tomó como propio uno de los ardides de las defensas: sostener que Riquelme no era un agente de inteligencia que operaba dentro de la justicia federal sino un señor mayor que llevaba y traía sin generar ningún daño. Tres meses después, con un voto dividido la Sala IV de Casación confirmó el sobreseimiento. Al rechazar tratar el caso, la Corte Suprema cerró la historia.

La forma de descubrir si Eduardo Riggi era parte de la maniobra había estado disponible en aquellos días del verano de 2011. Hubiera alcanzado con que los investigadores no allanaran el estudio de Octavio Aráoz de Lamadrid, dieran órdenes precisas de vigilancia y seguimiento y esperaran a que el dinero se moviera, ya que, según las charlas telefónicas, al día siguiente, el 2 de febrero, Aráoz tenía una cita que era parte de la maniobra. Tan definitorio como sencillísimo de organizar. Alguien decidió que no se hiciera.

En el Consejo de la Magistratura todo fue similar. El Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) pidió en 2012 que se iniciara el proceso de juicio político contra Riggi. Pasaron cuatro años sin que el Consejo tratara el caso pero justo un día antes de que fuera sobreseído por Oyarbide, desestimó la denuncia por unanimidad. Ni los jueces, ni los abogados, ni los legisladores, las fuerzas político partidarias representadas allí votó por investigar el tráfico de influencias. Hoy, Riggi es el presidente de la Cámara Federal de Casación Penal. En 2016, revocó la condena a prisión perpetua de tres militares por el fusilamiento de catorce militantes del ERP en 1974, con el argumento, contrario a la jurisprudencia, de que el hecho es anterior a 1976, condimentado con la teoría de los “probables excesos” en la represión. En agosto de 2017, convalidó el cierre definitivo de la causa penal contra Gustavo Arribas, el titular de la AFI, por su presunta vinculación al caso Odebrecht. En septiembre 2018, revocó el sobreseimiento de tres periodistas de medios alternativos que habían sido detenidos en una marcha. Dijo que los reclamos deben ser “canalizados por los cauces y vías legales correspondientes” y no “poniendo en vilo la tranquilidad de las personas y la preservación de los bienes públicos”.

 

lo que no te mata te hace más fuerte

El intento de sobornar a funcionarios judiciales para desligar a la Unión Ferroviaria del asesinato de un militante político no se transformó en escándalo. En parte porque el crimen sí fue aclarado por la investigación judicial. En parte porque su escala parecía módica: no se trataba de millones de dólares y los personajes que fueron escuchados con las manos en la masa no dejaban de ser unos grises caminadores de pasillos. Pero es justamente ese tinte de normalidad el que explica cómo sedimentan las condiciones de posibilidad en las que florecen los casos de trascendencia mayor.

Dos cuestiones están, entonces, en juego en esta historia. La comisión de delitos y de actos que no están penados pero que es evidente que son contrarios a la imparcialidad del Poder Judicial. Y la naturalización de ese funcionamiento. Décadas de microgestiones y trueques, tratados como si fuera solo un poco del barro propio de cualquier gestión, no son separables de la consolidación de un Poder Judicial opaco y regido por un pacto de lealtades y negocios que configura sus relaciones con los otros poderes -el político, el económico- y explica, también, su capacidad extorsiva.

Probablemente, este año judicial será recordado porque en pocos meses la justicia federal guardó en los anaqueles buena parte de los criterios que deben regir un debido proceso: la prisión preventiva dejó de funcionar solo como el mecanismo de control social preferido por los manoduristas para hacinar pobres en las cárceles y pasó a ser también la caña de pesca de Comodoro Py, un utensilio que sirve para obtener declaraciones que incriminen a otros quienes incriminarán a otros.

En la otra cara de esta moneda, el jefe de los servicios de inteligencia denunció al fiscal federal y al de la Procuraduría de Investigaciones Administrativas por intentar investigar su relación con el caso Odebrecht y la Cámara, integrada por jueces recién designados, le dio curso a la denuncia. No hay que alejarse mucho del cuadro para ver la imagen completa: lo que debe perdurar es que las ventanas de la casa estén siempre cerradas porque es lo único que permite que no deje de crecer.

Uno de los protagonistas de la historia de los sobornos fue bastante visionario al respecto. En 2008, Octavio Aráoz de Lamadrid era juez. La Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia y el Centro de Investigación y Prevención de la Criminalidad Económica pidieron acceder a información de una causa que investigaba hechos de corrupción en la empresa Ferrovías. Aráoz de Lamadrid lo impidió. Dijo que las organizaciones “pretenden constituirse en una suerte de ‘controladores’ de la actividad de los jueces (solo requieren intervenir en causas particularmente notorias; luego solicitan acceder a nuestras declaraciones juradas patrimoniales; y en ocasiones promueven investigaciones contra los jueces, que ellos entienden que han obrado mal, ante el Consejo de la Magistratura); con lo cual entiendo que se desnaturaliza absolutamente el sistema procesal y aún la independencia judicial. Los controles jurisdiccionales de los jueces de primera instancia, son las cámaras de apelaciones, no particulares que representan organizaciones de dudosa representatividad (valga el juego de palabras)”. Ese sueño, el de un Poder Judicial que solo se gobierna por sus propios pactos, es el que parece haber comenzado a cumplirse.

Copete: 
En el origen del envilecimiento del poder judicial hay una red viscosa de trueques y negocios que involucra a miles de profesionales de cuello blanco, para quienes el arbitrio y la endogamia son lo más natural del mundo. Un caso de encubrimiento como tantos otros, devela la microfísica de una corporación inmune al juicio moral y a la consigna ideológica.
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poder toga / sé lo que hicieron el verano pasado / mariano ferreyra: el encubrimiento
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Paula Litvachky
Ximena Tordini
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Paula Litvachky

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(1972). Abogada de derechos humanos. En el CELS desde Cemento. Trabajó cinco años en la Procuración General de la Nación. @paula_lit

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Colaboradores

plástico cruel

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Cuando el Sistema Único de Boleto Electrónico (SUBE) llegó a nuestras manos dos monedas de un pe alcanzaban para abonar la tarifa mínima de un viaje en tren y uno en bondi dentro del área metropolitana de Buenos Aires. Era el año 2011 y la “tarjeta inteligente” que podía “espiarnos y acumular datos personales” hacía paranoiquear por igual a lectores de Foucault y a usuarios y usuarias que tímidamente se acercaban a los Centros de Atención. “Al principio venían tres personas por día y nadie la quería registrar, no te querían pasar el documento, te decían: ´vos me querés controlar´”, cuenta Natalia, que trabaja en el Centro de Constitución.

La tarjeta electrónica –inspirada en el sistema de pagos utilizado en Santiago de Chile– venía, como su antecesora la Tarjeta Monedero o como cualquier tarjeta de crédito o débito, cargada de sueños de consumo: además de abonar trenes, colectivos, subtes y peajes, servía para comprar productos en algunos pocos kioskos del microcentro porteño y para utilizar en el sistema vending (las maquinitas expendedoras de golosinas, café y boludeces varias). Pero las últimas subes –las “celestes”– ya no vienen chipeadas para esos fines, a las máquinas las están volando y en los peajes ya no funcionan.

aumentos y derrames

En pocos años pasamos de flashear Black Mirror a putear por el brutal tarifazo en el transporte público, que para octubre llevará el boleto mínimo de colectivos a 13 pesos (en lo que va del año los bondis
subieron casi un 120%). Cada aumento derrama en una oleada de usuarios que saturan los locales para pedir la tarifa social. “La semana pasada en Congreso pasaron casi doscientas personas por turno”, dice Florencia con tono cansado, “encima si en una sucursal se necesitan cuatro empleadas la empresa pone dos, entonces la gente tiene que esperar y se enoja más”.

Crecimiento geométrico de usuarios que patalean y aritmético de empleadas que entregan la tarjeta, la registran o la dan de baja por pérdida, robo o rotura, asesoran sobre el servicio, asientan reclamos, realizan gestiones de reintegro de saldo, cargan saldo con tarjeta de débito o crédito y aplican la Tarifa Social Federal (TSF) que permite un descuento del 55% al valor de viaje para jubilados y pensionados, ex combatientes de Malvinas, personal de trabajo doméstico, beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo, Hacemos Futuro y monotributistas sociales. “Tendrían que agregar a los desocupados, vienen cada vez más a preguntar”, acota Cintia –también laburante del local de Constitución.

Si bien el registro de la SUBE puede hacerse por Internet o a través de la línea de atención telefónica, desde principios de año la inscripción en la TSF es un trámite únicamente presencial en donde por poco se le hace un antidoping o “se le pide hasta el ADN al usuario”. Incluso, quienes tienen la Tarifa Social y pierden el DNI no pueden renovar el beneficio hasta conseguir nuevamente el documento, no se aceptan comprobantes en trámite ni denuncias, “supuestamente porque había mucho fraude… vos se lo hacías a tu abuelo, ponele, y él ni se enteraba. Llega gente que te dice: tal familiar está postrado y no puede venir. Y bueno, entonces no puede viajar, le contestás y te mandan a cagar”.

Cosmética de limpieza ética que esconde más precarización del laburo jeta a jeta, y que se combina con una burocracia torpe y lenta de supervisores ineficientes que únicamente mandan pdfs con información desactualizada que para colmo cae en medio de una mañana caótica en donde leer es imposible. “Hace poco aumentó la tarjeta de 25 a 50 pesos”, continua Florencia, “me daba vergüenza y miedo decirlo, pero mucha gente ya lo sabía”.

 

atiendo boludos

Beneficiarias y beneficiarios de la Tarifa Social que se resignan y “viejas chetas” y “ratas” que se indignan. Tipologías que expresan de manera didáctica la fórmula: a mayor nivel adquisitivo más caos. Florencia, Natalia y Cintia laburaron previamente en los locales de Avellaneda, Lanús y Belgrano, lo que les permite dibujar un gráfico con la distribución geográfica de la indignación usuaria. “Consti mucha Tarifa Social y poco quilombo de reclamos; Congreso menos Tarifa y más quilombo; Belgrano es quilombo total”. Mucha señora mayor de corazón ortiva y rostro-máscara de Fernández Mejide, que rompe los ovarios a las pibas que atienden y más aún en tiempos de crisis. “Las jubiladas chetas son las más violentas. El humilde –‘tarifado’– no te grita ni te putea, el laburante tiende a no bardear –excepto algún ‘quemadito’– pero estas viejas, sí. Vienen y te tiran, ‘si yo cargué la tarjeta, si la plata es mía por qué no me la vas a devolver, pendeja’”.

En los locales no se maneja efectivo, los reintegros se realizan a los tres días hábiles cuando los usuarios pasan la tarjeta por “el tótem” (así denominan a las terminales automáticas de carga que se encuentran en estaciones de trenes y subtes) y las recargas se pueden realizar con tarjetas de crédito o débito. El monto máximo de carga aumentó a 1200 pesos y muchos laburantes se endeudan y tarjetean el saldo de viajes de todo el mes. La mayoría de los reclamos son porque la tarjeta se pierde, alguien la encuentra, la usa y el dueño original pierde el saldo cargado. O se le rompe y suponen que la tarjeta se reemplaza en forma gratuita. O lo más frecuente, explica Cintia, “la gente encuentra una tarjeta, la carga, la carga, la carga y después se le bloquea y cagó: todo ese saldo va a parar al titular. Como la tarjeta no se bloquea al toque quizás la terminan de cargar y ya no la pueden usar”. Motivo reciente de consulta y de conflicto es la Red Sube, que a veces no funciona y entonces el descuento en el margen de dos horas -cuando uno hace combinaciones de diferentes medios de transporte- no se concreta.

También caen muchos “ratas de traje” con el speech del consumidor estafado e indignado. “La otra vez uno empezó: ‘que yo trabajo dieciocho horas por día y voy y vengo y cómo que no me vas a dar la plata y le voy a decir a Macri’", rememora Florencia alternando risas con muecas de bronca. “Ahora vas a ver, porque yo te pago el sueldo, decime tu nombre, ya vas a ver. Hasta a veces te sacan fotos…es un garrón”. A pesar de la confusión perceptiva que las asimila a empleadas estatales, los Centros de Atención de SUBE pertenecen a la empresa Nación Servicios, del grupo Banco Nación, en la cual el Ministerio de Transporte “confía”, como dice en el sitio web, “la solución para pago del transporte público de la República Argentina”.

En estos nodos en los que se atiende a un público en llamas y mal viajado a veces no alcanza la “cara de perro” y hay que poner el cuerpo en posición vertical, “muchos usuarios varones se abusan de nosotras: gritan, se hacen los valientes, te carajean. Te les tenés que parar de mano: ‘mirá que yo también me la banco eh’”, cuenta Natalia moviendo los brazos en modo boxeadora. Además de la pegajosa violencia ambiente, la jornada laboral deja un vuelto de ansiedad y angustia: “los primeros meses me la pasaba llorando a cada rato”, dice Florencia, “ahora trato de abstraerme de la situación. A veces me gustaría que me agredan físicamente para ver cómo reaccionan los supervisores, ja. Aunque ya me lo imagino…”. Un fantasioso test de deshumanización empresaria, en una planta laboral compuesta mayoritariamente por mujeres “con más aguante que licencias psiquiátricas”.

El turno terminó, pero aún queda la larga vuelta a casa. Algún vagón del Roca o del Sarmiento pueden ser la continuidad de la oficina y para ellas, usuarias ilustradas y sin SUBE vip, aunque sus tarjetas tengan el nombre y apellido grabados en el plástico que quedó como souvenir de la gestión anterior, la pantallita del celular y los auriculares al mango no son paliativos suficientes. En sus cuerpos el agotamiento es al cuadrado: el de la caótica atención al público y el del viaje tedioso y áspero. Obligadas a fumarse los mismos garrones que los pasajeros, sin descuento ni tarjetas gratis, pero con un berretín para el futuro inmediato: ser delegadas y agitarla un poco dentro del espectral Sindicato de Comercio.

 

devenir colectiveras

La “tragedia de Once” expuso de modo obsceno y terrorífico el mal viaje de los laburantes que cotidianamente entran y salen a la ciudad de Buenos Aires, e instaló en la agenda pública con el zócalo de “urgente” la necesidad de que el Estado intervenga para mejorar las condiciones y la infraestructura de los transportes públicos. “Fantasma” Randazzo con sus trenes modernos o Cambiemos con el Metrobús se propusieron surfear la experiencia sensible del viajero frecuente de bondis, trenes y subtes (sin perforar ni visibilizar la trama social subterránea compuesta de indiferencia, gorrudismo y una belicosidad neoliberal vigorizada en estos años de sociedad ajustada).

En julio, el gobierno de la ciudad de Buenos Aires lanzó el concurso “Vamos los vecinos” que se propone premiar a los “grandes choferes”. Se puede “reconocerlos” votando en las redes sociales o llamando por teléfono y diciendo el número que figura en el pasillo de cada bondi y que identifica al chofer. Los conductores con más reconocimiento se ganan un viaje a un destino turístico de la Argentina y el pasajero que participa va a un sorteo por un año de viajes gratis en su tarjeta SUBE. Mas allá de estas boludeces friendly, el verdadero reconocimiento cotidiano para los choferes existe cuando se los manda a la mismísima mierda.

Cintia se engrana al hablar del enemigo fantasmagórico de cada día, “los colectiveros mal informan, la mayoría no saben nada. La TS se las explicaron mal y bajan a la gente: a las doñas que les falla la tarjeta, a madres con pibes discapacitados, a viejitos que ni siquiera visualizan el saldo”. Hay mal educados, pero también hay plus de violencia inútil o ganas de redistribuir al azar una dosis del odio anónimo que la ciudad permanentemente les tira sobre el lomo. “La otra vez uno me hizo bajar porque no tenía saldo”, dice Florencia que en modo pasajera “los putea hasta el cansancio” pero cuando se switchea a empleada siente la peligrosa –pero materialmente inevitable– proximidad sensible con ellos, “a veces pienso que una acá atendiendo también se vuelve como el colectivero”.

SUBE “sin saldo” –como el celular sin crédito– es un golpe en la línea de flotación de la sociabilidad popular. Implica la obstrucción de las arterias urbanas y una obligada guetificación de bolsillo pelado: los verdaderos “piquetes” que bloquean el acceso a la ciudad y cortan las piernas –y las alas– de los pibes y pibas que se ven demorados en un interminable sedentarismo barrial.

Si bien el dispositivo buchón de la SUBE complica la acción permisiva “de onda” del colectivero que no puede, como en la era de las monedas, coparse tan fácilmente, y el monto cada vez mayor de los pasajes empuja a mirar para otro lado cuando alguien pide a gritos una tarjeta porque se quedó sin saldo –aún cuando el pedido de ayuda se acompaña con el latiguillo de “te pago el boleto”–, la realidad es que la solidaridad espontánea entre transeúntes –o entre laburantes– tiene cada vez menos lugar social. Apoyás el plástico, el visor hace sonar la chicharrita que marca “saldo insuficiente”, y un pinchazo de terror te atraviesa el cuello. Se abre un momento de suspenso en el que entran a jugar diferentes fuerzas y lógicas: microrracismos, machirulismos, antipibismos, miradas lombrosianas, buenas ondas y la decisión soberana del chofer que te hace bajar o te permite pasar. “La otra vez vino un tipo que cargó una tarjeta que no era de él, después se le bloqueó y quería la plata”, recuerda Florencia. “No tenía guita para comprar otra y no podía volver a su casa. Ya había intentado y lo bajaron del bondi: estaba desesperado”.

Copete: 
Los tarifazos en el transporte público modifican el humor y la movilidad de los bonaerenses. La bronca bulle, levanta temperatura y condensa en la tarjeta SUBE, que se convierte en una superficie sensible de la tensión social. Las empleadas de los Centros de Atención, que cargan y reciben reclamos, conocen mejor que nadie la genealogía del descontento.
Sección: 
Número: 
Volanta: 
conurbano sin saldo / mal viaje / las pibas de la sube
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Autor: 
Leandro Barttolotta
Fotógrafo: 
Sebastián Andrés Vricella
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María Ferreira

fabián tomasi y los venenos

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Es julio del 2017 y el calor abruma la ciudad entrerriana de Basavilbaso. El monocultivo cambió el clima y también el paisaje. Hay soja en los grandes campos, soja en las pequeñas parcelas y soja en las banquinas a la vera de los caminos. Hay soja en todos lados y, junto a ella, hangares para los aviones fumigadores, depósitos donde guardan los químicos y, por sobre todas las cosas (las plantas, las personas), hay químicos. La soja se ve bien verde. Los químicos son mucho más discretos.

A unas cuadras del centro de la ciudad, en el living de su casa, con dificultad Fabián Tomasi intenta sentarse. La silla está especialmente acondicionada con almohadones para alivianar el dolor que le causa la rigidez de sus músculos. Lleva puesto un buzo azul de lana, pantalones grises y unas pantuflas. La espalda curva, las manos cerradas en un puño. La delgadez extrema también parece dolerle.

De chico, quería ser piloto como sus tíos. A los 23 años comenzó a trabajar como apoyo terrestre en la empresa de fumigación aérea Molina & Cía.

12 horas por día cargando con una manguera los aviones fumigadores con glifosato, endosulfán, gramoxone, 2,4-D.

12 horas por día cargando herbicidas, fungicidas, insecticidas creados para matar a las chinches, al amaranto, a las malezas, a todo lo que no fuera soja.

12 horas que incluían ponerse entre los cultivos para ser la marca de propiedad que alertaba al avión hasta donde podía fumigar. Así, después de manipular los químicos, era rociado por ellos.

Nos juntábamos a la mañana antes de la salida del sol con un plan de vuelos para el día. Los venenos que se iban a echar no eran siempre los mismos y entonces había que saber qué se echaba en cada campo, para cargarlos en una camioneta. En el camino, recuerdo, solíamos parar para recoger a maestras que iban a dedo a su escuela y las acercábamos. Ellas, por supuesto, tenían que viajar atrás, junto a los bidones (de veneno) hinchados por el calor. Cuando llegábamos, el avión descendía en el propio campo y nosotros cargábamos el tanque, y el avión carreteaba y salía a hacer lo suyo”, escribió en su Facebook en junio de 2016.

Y nosotros ahí, expuestos. Si nos agarraba el mediodía, así mismo como estábamos, vestidos de verano, nos sentábamos debajo del ala del avión, y nos preparábamos sandwichs sobre los mismos bidones”.

Las semillas transgénicas propiedad de Monsanto, híbridas y estériles, estaban diseñadas para ser resistentes a las malezas y los insectos si a sus brotes se les aplicaba una serie de agroquímicos, como el glifosato, también de Monsanto. Estos productos, decía su publicidad, eran biodegradables, es decir, se eliminaban al contacto con el suelo. Pero sus propiedades milagrosas nunca existieron: el glifosato fue prohibido en 74 países y fue declarado por la Organización Mundial de la Salud como “posiblemente” cancerígeno.

 

silencio cómplice

El dolor empezó en 2006. A la noche le ardía la espalda. Le salieron llagas. Sin una razón aparente, le sangraban las puntas de los dedos. Bajó mucho de peso. Se cansaba con facilidad. Cuando el dolor se hizo insoportable y no pudo trabajar más, fue despedido. El médico de su ciudad, Roberto Lescano, fue el primero que advirtió que podría estar intoxicado: “Esto que tenés no lo causa una diabetes”, le dijo: “Vos te estás secando por dentro”.

Sin trabajo ni dinero decidió presentarse a la ANSES para que lo jubilaran y ahí recibió su diagnóstico definitivo: polineuropatía tóxica severa causada por su exposición a los agroquímicos. Le dieron seis meses de vida hace doce años.

Se convirtió en la primera persona a la que licenciaban por esa enfermedad.

En una vitrina del living, hay avioncitos. Pequeños, de colores, inofensivos.

Ese solía ser su pasatiempo, antes de perder la fuerza y la movilidad de las manos: armar réplicas a escala de aviones de la Segunda Guerra. Los mismos bombarderos que años después Estados Unidos utilizó en Vietnam para arrojar el agente naranja, un veneno causante de muerte y malformaciones congénitas. Esos aviones aún están en una vitrina del living de su casa.

 

-¡Nadia!-, grita Tomasi. La espalda se le arquea y suelta un quejido leve.

Su hija de 21 años se encarga de cuidarlo, pero estos días están distanciados. Discutieron. Ella le reprochó que su exposición pública estaba teniendo consecuencias sobre su salud. Él le dijo que eso es lo único que lo mantiene vivo. Desde entonces no se hablan.

Luego de que apareció en la muestra fotográfica “El costo humano de los agrotóxicos”, de Pablo Piovano, la exposición pública de Fabián Tomasi fue creciendo, apoyada también en su verborragia y en su humor. Sus ideas fueron ganándole terreno al testimonio de su experiencia personal y así fue como se convirtió en un referente de la lucha contra el uso de venenos para la producción de alimentos.

-Yo escribo las letras con el mouse sobre la pantalla. A veces empiezo a     las dos de la tarde y termino a las 19hs. y lo publico-. Y así lo hizo todos los lunes.          

Empezó a ser invitado cada vez más a participar de congresos: para hablar con los estudiantes y los médicos, los primeros alertados de la situación sanitaria que estaban atravesando los pueblos fumigados.

En el Congreso de la UNR en Rosario de 2015 dijo: “Yo creo que la medicina está callando. Sean dignos. Les estoy pidiendo ayuda, pero no por mí. Pido por toda esta gente que está atrás mío sufriendo mucho más que yo”. El país cubierto de soja verde. El país rociado con agrotóxicos.

Según la Red de Médicos de Pueblos Fumigados, en las zonas agrícolas los casos de cáncer se han triplicado. Los abortos espontáneos se han triplicado. Los nacimientos con malformaciones aumentaron un 400 por ciento.

¿Por qué nadie hace nada?

En Argentina se sigue usando porque es parte del modelo de producción de soja transgénica. El país cubierto de soja verde: el 55% de las 37 millones de hectáreas sembradas. Más de 300 millones de litros de venenos al año. 300 millones de litros. 300 millones.

-Por eso digo, vos quedate quietito que el veneno te va a venir a buscar. Así actúa. El veneno anda, camina, te espera, se esconde, ataca, porque son sustancias diseñadas para eso. No hay manera de tirar tantos litros de veneno y pensar que no van a hacer nada.

Aunque esté sentado, Fabián Tomasi parece un hombre alto. Antes del veneno, debe haber sido robusto.

Un informe que el SENASA difundido ese año reconoce que el sesenta por ciento de las frutas, verduras, hortalizas, verduras, maíz, soja, girasol, trigo y arroz tienen restos de agroquímicos. Los cítricos llegan al noventa por ciento y las peras, al cien. Peras con jugo de veneno.

-Vos hablás del problema de agroquímicos y dicen “los pueblos fumigados” como si en Buenos Aires o en Rosario no tuvieran el mismo problema. O acá que dicen “paren de fumigar las escuelas”. Es ridículo. Para qué carajo cuidamos a los chicos en las escuelas rurales si después los dejamos ir en bici por los campos y pasan los fumigadores por arriba y llegan a la casa y los padres los abrazan con veneno.

un ataque a la política económica del país

Fin del día algo tarde y muy cansado y hambriento. Volvía a mi casa, munido de la misma ropa con la que había salido pero esta vez cargada de venenos con los que trabajé toda la jornada. Aun me acuerdo ver a mi chiquita, muy pequeña... correr con sus bracitos abiertos dándome la bienvenida también ansiada por mí.... ese abrazo venenoso que yo sin intención le propinaba”. Escribió en su Facebook.

-¡Nadia!- la vuelve a llamar. Está inmóvil como si un dolor eléctrico, medular lo envolviera.

-¿Qué? - responde su hija, desde algún rincón de la casa.

-Traeme calmantes -dice Tomasi.

-¿Qué te duele?

-Todo.

 

Los gestos y los movimientos se limitan a su cara. Su cuerpo permanece inmóvil. Tiene las manos rígidas sobre su regazo cerradas en un puño y sus hombros, que están inclinados hacia delante, dejan ver su delgadez extrema y la curvatura imposible de su espalda. En esta misma casa dio más de 300 entrevistas para medios radiales, gráficas, digitales y se filmaron documentales nacionales e internacionales. Cuando todavía podía caminar, asistía a congresos y daba charlas. Además se convirtió en la versión autóctona de David contra Goliat al entablar una demanda al Estado Nacional y 11 empresas multinacionales: Monsanto-Bayer, Syngenta y DuPont, entre ellas, por el daño que le causaron.

Esta demanda comienza con una frase categórica: “Iniciamos proceso colectivo urgente, autónomo y definitivo por daño ambiental, moral y punitivo”. El abogado de Fabián Tomasi, Daniel Sallaberry, dice en su estudio porteño:

-Cuando la justicia nos admitió la demanda dijo que esto es un proceso colectivo que se va a tramitar como acción de clase y que la clase va a estar constituida por toda la población.

Esto fue así porque la demanda le pide a la justicia que dicte normas mínimas de protección ambiental en materia de bioseguridad, que declare la urgente suspensión de la venta y aplicación de agrotóxicos, como el glifosato o glufosinato de amonio (químicos utilizados para la siembra), que deje sin efecto la primera norma administrativa –a la que le siguieron más de veinte– que autorizó la venta y utilización de semillas transgénicas, modificadas genéticamente por Monsanto, y que los alimentos que los contengan estén etiquetados. Este último punto fue clave. La jueza entendió que como las semillas transgénicas estaban presentes en sardinas, panificados, galletitas y casi todos los alimentos ultra procesados que se encontraban en los supermercados, la población debería estar informada de ello apelando a su derecho de consumidor.

En esta misma acción legal también se demanda a todas las empresas que fabrican y comercializan estas semillas y agrotóxicos (Monsanto-Bayer, Dow AgroSciences, Nidera, Ciba Geigy, Novartis Agrosem, Agrevo, Syngenta Seeds, Syngenta Agro y Pioneer Argentina).

En la demanda, acompaña al caso de Fabián Tomasi la historia de tres niños: “Julieta Florencia SANDOVAL: fallecida a los siete meses, el 13 de diciembre de 2010, en la ciudad de Bandera, departamento Belgrano, provincia de Santiago del Estero, producto de sus múltiples malformaciones a causa de los agroquímicos. Sus estudios genéticos dieron en dos oportunidades «femenino normal 46 cromosomas». (...) Juan Estanislao MILESI: Leucemia linfoblástica aguda luego de ser bañado por la fumigación de una avioneta en Mercedes, provincia de Buenos Aires, cuando tenía 2 años. (...) Selena Aylén LEMOS: de seis meses, con diagnóstico presuntivo de epilepsia, anemia hipocrónica y microcítica y pelvis renal derecha bífida sin dilatación según la historia clínica del Hospital Garrahan”.

Pero el negocio es millonario: las semilleras tienen una facturación anual superior a los 2.500 millones de dólares. En nuestro país la soja representa el principal rubro de exportación, el 46%, en forma de granos, harinas, aceites y otros subproductos. Dos de cada tres dólares que ingresan lo genera el campo con este modelo de producción de alimentos.

Por eso, cuando la jueza Claudia Rodríguez Vidal consultó al Ministerio de Agroindustria, a la Cámara de Diputados y a la de Senadores sobre la inocuidad de este modelo agroindustrial, los tres organismos respondieron lo mismo, que la demanda “era un ataque a la política económica del país porque no está probado que sea peligroso”. Entonces la jueza rechazó la cautelar que pedía la inmediata suspensión de las fumigaciones, la prohibición de la venta de semillas transgénicas y sus agrotóxicos y la obligatoriedad del etiquetado de los productos.

 

- Yo soñaba con ir a un estrado.

- ¿Usted piensa que eso no va a pasar?

- No, nunca. Nunca. ¿O me vas a decir que en este país tenemos justicia? Sería ridículo pensarlo.

La demanda se elevó a la Cámara Federal N°2 donde también la rechazaron. Lo que hizo que la decisión final vuelva a estar en manos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, quien no tiene plazos para expedirse.

-Una cosa es pelear por las convicciones, otra cosa es pelear porque se está sufriendo. Esto es lo que me está matando. Lo que no me deja hacer todas las cosas que quería hacer en la vida. Sé que voy a morir y no voy a conseguir nada. Pero voy a morir diciendo la verdad.

 

amaranto

En el 2017 tuvo tres infartos: en enero, febrero y marzo. El último, después de recibir el premio Rieles, otorgado a la personalidad del pueblo. No llevaba adelante ningún tratamiento, no podía costearlos con su jubilación de cinco mil pesos.

-Cobro la mínima y a eso le resto todos los créditos que saco para sobrevivir, no hay magia, no me alcanza. La salud es directamente proporcional al dinero que uno tiene. El pobre muere más fácil.

-Ahí voy-, responde su hija y aparece por el pasillo. Busca dentro de una caja de cartón. —Hay Diclofenac y Tafirol-, dice.

-Bueno-, responde él.

Entonces su hija le pone la pastilla en la boca y le inclina sobre los labios un vaso con agua. Le pregunta si tiene calor y le sube con suavidad las mangas del buzo azul. Abre las cortinas y las ventanas para que entre el aire y la luz blanca de la capitulación. Ya no parece enojada. Después le ofrece la merienda. Tomasi sonríe.

 

El 7 de septiembre de 2018, el día del agricultor, Fabián Tomasi murió a los 52 años a causa de los venenos de Monsanto-Bayer y el silencio del Estado.

Fabián Tomasi firmaba sus columnas de opinión agregándose el nombre de Amaranto. Decía tener la tenacidad de esa hierba que se cuela entre la soja hasta ahogarla, una plaga en Entre Ríos.

A mí me quieren arrancar de raíz como a ese yuyo, decía.

Pero lo que ellos no saben es que yo no soy la planta.

Yo, decía, yo soy la semilla.

Copete: 
Quería ser aviador pero se quedó en la tierra, y señalaba los límites hasta donde el glifosato podía llegar. Y el glifosato lo terminó matando justo el día del agricultor. Mientras en Estados Unidos el jardinero Dewayne Johnson le ganó un juicio histórico a la multinacional Monsanto, propiedad de Bayer, por 289 millones de dólares, por un hecho similar, en Argentina la justicia tiene caminos misteriosos. Esta es la historia de Fabián Tomasi.
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distancia de rescate / agromatanza / si es monsanto es malo
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María Ferreira
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el amor según netflix

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Conocemos la manera en que Netflix ama a nuestras mentes, pero no tanto la manera en que ama a nuestros cuerpos. ¿Y eso qué significa? En lo inmediato, que todavía nos falta un plano general del modo en que la tecnología digital administra nuestra existencia. Sí, por supuesto, sabemos que los algoritmos analizan nuestros hábitos online, y sabemos que el objetivo es crear una burbuja a la medida de la pereza de nuestra imaginación, afianzada luegopor periodistas y “nanoinfluencers” que revenden las novedades como si se tratara de algún hallazgo creativo y no del producto de la gélida probeta del Big Data. Pero, ¿sabemos que esas cámaras frontales de 5 megapixeles en nuestros celulares, tablets, laptops y televisores no son “inteligentes” porque compensen el déficit de amor en Instagram, sino porque registran nuestras reacciones ante los contenidos que consumimos?

Ese es uno entre los discretos “microservicios” de la singular arquitectura tecnológica de Netflix, en marcha mientras 250 millones de horas de video se distribuyen cada día entre más de 190 países.¿Silencios? ¿Risas? ¿Llantos? ¿Ven las plataformas de streaming a clientes satisfechos? ¿O detectan, en cambio, una indiferencia que amenaza con cancelar la suscripción? Estas son cuestiones delicadas aún en Argentina, y no solo porque el dólar avanza mes a mes lapidando la demanda local, sino porque, en simultáneo, crece la competencia planetaria contra plataformas como Amazon Prime Video, una de las subsidiarias de Amazon, que con el valor de un billón de dólares en Wall Street es, por si fuera poco, propietaria de Amazon Web Services, la red de servidores donde no solo se almacenan los archivos de Airbnb o la NASA, sino también los de Netflix.

 

sé lo que me gusta de tu guardarropa neuronal

Si hubiera que catalogar a Netflix como amante, sería importante recordar que su primer gran fetichismo siempre han sido las manos. ¿Qué dispositivo sostienen las personas? ¿Cómo lo sostienen? ¿A qué hora? ¿Y dónde prefieren sostenerlo? La “arquitectura de microservicios” de Netflix es una de las tecnologías más exitosas de internet porque presta atención a estos detalles. Pero, ¿qué es un “microservicio”? En términos sencillos, es un programa diseñado para cumplir una función específica dentro de una estructura más amplia, que incluye muchos otros “microservicios” con otras funciones específicas. La ventaja de esta arquitectura de programación no-monolítica es simple: Netflix opera sin que su estructura tenga que reescribirse a cada instante, conservando el flujo de datos entre sus “microservicios” gracias a una “interfaz de programación de aplicaciones” propia. En castellano, eso quiere decir que Netflix funciona con unos 700 “microservicios” que desean saber quiénes somos y qué queremos desde el momento mismo en que pensamos en BoJack Horseman.

Sí, algunos “microservicios” evalúan de manera atroz nuestra conformidad y otros limitan nuestras expectativas —con listas de lo que vimos y podríamos ver—, pero la mayoría se ocupa simplemente de que Netflix sea seductor. Un “microservicio” debita el pago mensual, otro nos muestra los estrenos, otro los pósters de las películas, otro predice nuestro estado civil y otro observa si nos dormimos. Entre los más importantes, están los “microservicios” que envían el tipo de archivo de video y audio requerido por nuestro propio dispositivo. Y ahí el fetichismo de las manos es esencial, porque para Netflix no es lo mismo si nos conectamos desde un televisor, una tablet o un teléfono, ni tampoco si sostenemos ese teléfono en posición vertical u horizontal, ni si hacemos todo eso en Argentina o Yemen, aunque sean dos países con un índice parecido de inflación. En otras palabras, Netflix sabe que su producto triunfa solo si dispone del mejor archivo de video y audio para cada experiencia posible de consumo, y para solucionar esto (y todo lo demás) en segundos y para millones de clientes a la vez, hace falta más memoria física que la que puede comprar. Es el turno de los “servidores en la nube” de Amazon Web Services.

 

del enigma de la caja negra al amor de la caja roja

Volvamos al principio. Conocemos la manera en que Netflix ama a nuestras mentes, pero no tanto la manera en que ama a nuestros cuerpos. Quizás corresponde asumir una relación entre “lo viviente que es” y “la máquina que fabrica” en la que existimos al mismo nivel que las máquinas (más allá de su “utensilidad”, para decirlo como Muriel Combes en Simondon. Una filosofía de lo transindividual). Esto es trascendental porque entonces la capacidad de las máqunas de pensarnos -y de observarnos amorosamente- se nos presenta como otro relato acerca de los negocios de Silicon Valley. Y, a través de esta mirada maquínica, es como aún experimentamos la totalidad sagrada del amor en nuestra vida técnica. Es cierto que el de las pantallas es un amor cognitivo e interesado, un amor ascético diseñado por hasta 700 “microservicios”, pero es amor al fin. Cuando estamos encerrados en cualquier habitación el mundo está más allá de nuestro entendimiento, pero cuando salimos y caminamos vemos que consiste en tres o cuatro colinas y una nube. A esto lo sabe Netflix mejor que aquellos que se citan desesperados para comentar Luis Miguel, la serie en una fiesta.

Que Netflix sea el mejor cliente de Amazon Web Services y el mayor competidor de Amazon Prime Video debería adentrarnos en la danza macabra de las TELCOS e iluminar la verdad sobre la“neutralidad de la red”, cuyo último capítulo incluye otra batalla de cotillón entre el estado de California y la administración Trump, que derogó las leyes que le permitían al gobierno federal impedir la cartelización de internet entre las empresas que proveen contenidos y las empresas que proveen tráfico. En esta batalla, por un lado están las proveedoras de conectividad (At&t o US Cellular, que vendrían a ser como Claro o Movistar o Personal) que se fusionan con productoras de contenidos (Fox, o Disney, por ejemplo) enfrentadas contra Facebook o Google, que son las dueñas de todos los contenidos de los usuarios -y de sus datos. Amazon, la empresa quizás más poderosa de la tierra, hace las tres cosas juntas, ya que produce contenidos, produce conectividad y también hasta cierto punto posee todos los datos de sus clientes, y por eso Wall Street intenta que Jeff Bezos, su dueño y CEO,divida su empresa en dos y nada interrumpa las ganancias.

Pero mientras tanto, y para asegurar su amor, las viejas cajas negras con el software, el contenido y la tecnología de Netflix convergen en la última love machine (máquinas amatorias): las cajas Open Connect, tan rojas y transportables como un maletín, y entregadas en mano a los principales proveedores de internet del mundo. Estas cajas rojas piensan en ritmos regionales pero descargan sus videotecas desde los principales servidores de Netflix en los Estados Unidos. Esa es la razón por la cual muchas películas se ven algo pixeladas al principio: Netflix todavía tarda algunos segundos hasta ubicar la caja Open Connect más cercana a nosotros y redirigirnos el contenido. Ahí es donde, también, vive la serpiente, la sin cuerpo. Su cabeza es aire y en cada cielo, por la noche, debajo de su cola, se abren ojos que nos miran.

Copete: 
Sabemos que Netflix mide preferencias, analiza reacciones y modela nuestras demandas. Sin embargo, en medio de la batalla por la neutralidad de la red, sus nuevas máquinas amatorias -red boxes- se proponen monitorear nuestras expresiones faciales y nuestros cuerpos, inaugurando un nuevo amor sintético y total.
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vida y streaming / no todo es bojack / love machines
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Nicolás Mavrakis
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Ezequiel García
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miedo brasil

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Foto: Media Red (Uruguay)

Jair Messias Bolsonaro ganó el balotaje con casi 58 millones de votos (55%) y es el nuevo presidente electo de Brasil. El cambio resulta tan lacerante que cuesta captar su significado y alcance. Para encontrar un antecedente de la misma magnitud aunque opuesto en su orientación ideológica, hay que remontarse al primer gobierno de Lula quien en 2002 alcanzó el 61% de los votos con un partido de origen antisistema.

Anoche escuchamos el resultado, precisamente, en el búnker del Partido de los Trabajadores (PT) en el hotel Pestana de San Pablo. Allí no solo se palpaba, entre el estupor y los sollozos, la clausura de un ciclo político; también podía olerse el comienzo de una etapa oscura cuyos efectos se sentirán en Argentina. “No tengan miedo, nosotros estaremos aquí, estaremos juntos”, intentó tranquilizar el candidato perdedor Fernando Haddad (47 millones de votos, 45%), sin restarle dramatismo al desenlace.

Lo que sigue es un intento por comprender de dónde extrae Bolsonaro su fortaleza, cuál es el nuevo mapa del poder político en Brasil y qué puede acontecer cuando el ultraderechista que ganó gracias al apoyo popular asuma la presidencia el 5 de enero de 2019. Para esbozar este análisis en tiempo real conversamos con dos diplomáticos de Itamaraty, un experimentado periodista del jornal O Globo, un dirigente de la conducción nacional del Movimiento Sin Tierra (MST), un fino analista argentino de la política internacional y decenas de brasileños de a pie.

luz larga

Si se quiere interpretar a Bolsonaro es preciso tener en cuenta dos procesos políticos contemporáneos que crearon las condiciones para su emergencia, indica el periodista que trabaja en O Globo y pide mantener su identidad en reserva. De un lado, la “lenta, gradual y segura” (al decir del último presidente de facto Ernesto Geisel) transición a la democracia, digitada por los militares a partir de 1982 y consagrada en 1985 con la elección del emedebista José Sarney (candidato a vicepresidente de Tancredo Neves, político experimentado que enfermó gravemente muy poco antes de asumir).

Luego de dos períodos de inestabilidad, que incluyeron la irrupción y caída de otro “salvador de la patria”, el inefable Fernando Collor de Melo, emergió una gobernabilidad consistente durante los dos mandatos de Fernando Henrique Cardoso (PSDB) y su Plan Real, análogo a la Convertibilidad menemista. La gran diferencia con lo sucedido en Argentina a comienzos de siglo es que entre Cardoso y su sucesor Lula existió más una continuidad que un cisma, como el experimentado en diciembre de 2001 entre nosotros. Según una periodización recurrente entre algunos analistas brasileños, se ubica a la etapa 1995-2008 como una década virtuosa por el crecimiento económico y la redistribución de los ingresos en el marco del primado de las reglas democráticas. En esa manera de leer el pasado reciente la crisis financiera internacional funciona como bisagra para un devenir descendente que se acelera durante los gobiernos de Dilma Rousseff.

El segundo elemento clave que explica el surgimiento de la ola bolsonarista es la consolidación del PT como principal partido moderno de Brasil, el único con bases sólidas en todo el país, capaz de aglutinar a distintas corrientes de la izquierda, con densidad intelectual y un activismo surgido de muy distintos estratos sociales. Cuando Lula finalmente accede a la presidencia en 2003, el Partido de los Trabajadores “salta” (y no “asalta”) al Estado ubicando a buena parte de su militancia en las más diversas casamatas institucionales.

La estabilización del sistema político, entonces, implicó una polarización entre un partido ideológico de izquierda y un partido pragmático de centro. El dato a tener en cuenta es que la derecha ideológica permaneció excluida del juego de poder (solo hubo espacio para la derecha “fisiológica”) hasta que “la lenta, gradual y segura” crisis de la representación hizo su trabajo de zapa para asegurarle un lugar en la escena.

las tres patas de la mesa

La serie corta del ascenso de Bolsonaro comienza con las grandes protestas callejeras de 2013, que mostraron el hartazgo de amplias masas de la población con las políticas económicas de Dilma. En noviembre de ese mismo año el Parlamento aprobó una ley que habilitó la delación premiada, eslabón clave para la apertura del Lava Jato en abril de 2014. En marzo de 2015 se inicia el impeachment contra la presidenta Rousseff, acompañado por otra ola de enormes movilizaciones a favor de la destitución que culminaran en agosto de 2016 con el golpe institucional que expulsa al PT del gobierno. Otro acontecimiento decisivo tiene lugar con el encarcelamiento de Lula en abril de 2018 y su posterior proscripción de la contienda electoral, cuando lideraba todas las encuestas de intención de votos.

En el transcurso de esta lenta agonía del ciclo progresista, las tres corrientes de la derecha ideológica que habían permanecido subterráneas convergieron en torno al candidato Bolsonaro y su poder de fuego en las redes sociales. En primer lugar, la derecha nacionalista representada por oficiales del ejército “en reserva” como el propio presidente electo. De las filas de este sector también proviene el vicepresidente de la fórmula, Antonio Hamilton Mourão. Y uno de los tres ministros nombrados por Bolsonaro durante la campaña, Augusto Heleno, quien asumirá la cartera de Defensa.

El segundo contingente es el conservadurismo religioso, tanto católico como evangélico. Vale la pena mencionar a Everaldo Pereira, líder de las Asambleas de Dios y presidente del Partido Social Cristiano, una de las formaciones que aupó a Bolsonaro en su zizagueante trayectoria; y Edir Macedo, dueño de la Iglesia Universal del Reino de Dios y de la segunda empresa mediática del país.

El tercer afluente es el neoliberalismo ortodoxo en la economía, consecuentemente crítico de los gobiernos del PSDB y del PT, por considerarlos estatistas y clientelares. Paulo Guedes, un Chicago gentleman convencido, estará a cargo del ministerio más importante del gobierno, desde donde anuncia privatizar las empresas estatales, entre ellas Petrobras.

La irrupción de esta extrema derecha conmovió el escenario y desarmó los planes del “círculo rojo”, que había apostado a desalojar al PT del gobierno para reponer al centrão en el comando. Según la explicación del jornalista consultado, la incapacidad del PSDB para entronizar un candidato competitivo y el cálculo de Lula que decidió elegir como antagonista a Bolsonaro, colaboraron para que este último se proyectara con una potencia inusitada. Como consecuencia, los partidos históricos del centro (tucanos y emedebistas) se hundieron. El resultado implica un cambio de fuste en la regla principal que estructura al sistema político, ya que a partir de ahora la polarización enfrentará a dos agrupamientos ideológicos, uno de izquierda y otro de derecha, con el recalentamiento de la conflictividad que eso implica.

 

nadie sabe lo que puede un charlatán

Un axioma que circula en la intelligentzia brasilera sugiere que Bolsonaro no podrá concretar lo que su verba incendiaria anuncia. “La democracia en Brasil está siendo puesta a prueba”, admiten dos diplomáticos de la embajada en Buenos Aires que también solicitan estricto off. Pero confían en la capacidad de las corporaciones para domesticar las ínfulas antipolíticas del nuevo presidente, una vez que el candidato se “baje del palenque”. Entre ellas la propia Itamaraty. El Tribunal Supremo de Justicia. El Ministerio Público, “orgullo” de los republicanos brasileños por su carácter independiente. Y sobre todo las grandes empresas que definen los trazos gruesos del rumbo nacional, mas allá de los gobernantes de turno. En cuanto a las Fuerzas Armadas, si bien el Ejército no esconde sus simpatías por el mandamás surgido de las propias filas, es conocida la poca estima de la Armada y la relativa distancia de la Aeronáutica.

Algunos ejemplos parecen avalar la tesis del amansamiento. Bolsonaro anunció que trasladará la embajada en Tel Aviv a Jerusalén, pero eso podría complicar las cuantiosas exportaciones brasileñas al mundo árabe. También insinuó sospechas sobre las inversiones chinas en el país, lo que motivó críticas entre los hombres de negocios.

En el plano interno, las predicciones sobre un giro autoritario a “lo filipino” o “fujimorista”, dicen los vaqueanos de Palacio, suenan poco verosímiles. El razonamiento es atendible: “Brasil es un país demasiado grande y se precisa mucho poder para introducir mutaciones significativas en su estructura”. O más metafóricamente “Brasil es un transatlántico, no es tan fácil cambiarle el rumbo de un día para el otro”.

La pegajosa telaraña parlamentaria quizás funcione como otro elemento apaciguador. El presidente electo ya designó como Ministro de la Casa Civil a Onyx Lorenzoni, del partido Democrátas, nueva denominación del PFL, uno de los apoyos principales que tuvo la dictadura. Este experto en componendas fisiólogicas será el encargado de entretejer alianzas en un Congreso super atomizado. Para muestra basta un rápido repaso de la Cámara de Diputados resultante, donde el PT será la primera fuerza con 56 bancas (aunque perdió 13 representantes); muy cerca, con 52 escaños figura el PSL de Bolsonaro; el MDB, partido del saliente presidente Temer, se vino abajo al perder 32 diputados y conserva una bancada de 34; mientras el PSDB redujo su influencia a 29 asientos. Los restantes 342 legisladores se reparten entre 26 partidos chicos, muchos de ellos especializados en la rosca.

Tampoco será fácil el vínculo con los poderes regionales. En solo tres estados triunfaron gobernadores del partido de Bolsonaro: Santa Catarina, Rondônia y Roraima, aunque en Rio de Janeiro ganó un miembro del PSC que pertenece a la coalición del “Capitão”. Mientras otras diez provincias declararon su propósito de aliarse al nuevo presidente, ya sea por oportunismo o convicción, entre ellos el gobernador electo de San Pablo, Joao Doria, integrante del PSDB de Fernando Henrique. Por su parte, el PT obtuvo cuatro estados, todos en el nordeste: Ceará, Piauí, Bahía y Río Grande do Norte, donde Fátima Bezerra se convirtió en la única gobernadora mujer del país. Pernambuco, Paraíba y Espírito Santo en manos del PSB, Sergipe y Paraná a cargo del PSD, Amapá en poder del PDT de Ciro Gómez y Maranhao gobernado por el Partido Comunista do Brasil, completan el hemisferio de izquierda de la Federación.

El razonamiento de quienes diagnostican un gobierno frágil señala también las contradicciones programáticas que se explicitaron en plena campaña. Uno de los deseos más fervientes de Paulo Guedes consiste en privatizar las empresas estatales, entre las que se cuentan Petrobrás, Electrobrás, el Banco de Brasil y la minera Vale. El anuncio fue observado por el sector nacionalista militar y obligó al propio Bolsonaro a mediar en lo que se anuncia como una resonante disputa interna.

pesimismo en la sinrazón

Gilmar Mauro es miembro de la dirección nacional del MST y advierte que ya no hay margen para el optimismo a prueba de bala que obnubiló a la izquierda brasilera en la coyuntura reciente. Su diagnóstico es que Bolsonaro está llamado a radicalizar el programa de reformas económicas impuesto por Temer, a partir del aval otorgado por las urnas. Ese detalle será aprovechado por el gran capital que exige, además de las privatizaciones, una nueva reforma previsional, el ahondamiento del ajuste fiscal y una apertura comercial sin matices. Son las medidas que se apresuró a anunciar el futuro Ministro de Economía en medio de los festejos dominicales, en la misma conferencia de prensa donde sentenció que la Argentina y el Mercosur no serán socios prioritarios del esquema a implementar.

Tampoco será fácil echar a Bolsonaro de Brasilia en caso de una pronta pérdida de apoyos, sostiene Mauro, pues el vicepresidente pertenece a la casta militar que funcionará como garante de la estabilización. No es difìcil imaginar el miedo que el ejército, las policías y las empresas de seguridad privada van a inocular en amplias capas de la población. Antes de ayer ocurrió un hecho que vale como anticipo de lo que vendrá: “Un histórico dirigente del movimiento, Jaime Amorim, fue detenido el sábado en Pernambuco mientras repartía publicidad de la fórmula Haddad-Manuela. Primero llegó un grupo de bolsonaristas y comenzó a provocar a los compañeros, lo que motivó un altercado. Entonces vino la policía y lo apresó. Luego descubrimos que los agresores eran militares y policías vestidos de civil, que hacían campaña para Bolsonaro".

El punto clave es que la consagración de un personaje autoritario significa el estímulo de las fuerzas más retrógradas de la sociedad que van a sentirse habilitadas y saldrán empoderadas a la calle. “La izquierda siempre habló de radicalizar la lucha de clases pero no pasó del discurso, y entonces fue la derecha quién radicalizó”. Los movimientos sociales que utilizan la ocupación como parte de su repertorio de acciones (y otros métodos que rozan las fronteras de la legalidad y amenazan la propiedad privada) serán apuntados como blancos privilegiados y tendrán que extremar a su turno las medidas de seguridad. El activismo ambientalista ya comenzó a recibir serias amenazas, desde que el conglomerado victorioso se propone avanzar sobre la Amazonia luego de denunciar un complot ecologista internacional.

Desde la perspectiva geopolítica, el giro de Brasil consolida exponencialmente la influencia de Estados Unidos en el Cono Sur, en tándem con Colombia y con el beneplácito de Chile y la Argentina. Hay quienes preanuncian una intervención militar en Venezuela (el enemigo externo), amén de la intensificación de la “guerra civil” que ubica al narcotráfico como objetivo interno y se cobra más de 60 mil asesinatos por año, la mayoría de ellos jóvenes de las periferias. Para el investigador Juan Gabriel Tokatlián, se trata de un desplazamiento que ya está transcurriendo y puede intensificarse: “por primera vez el año pasado se hizo una maniobra militar conjunta en el Amazonas, entre las fuerzas armadas de los Estados Unidos, Brasil, Perú y Colombia. Es un cambio considerable si tenemos en cuenta que la Amazonía era el epítome de la zona de exclusión para los norteamericanos. Estimo que Bolsonaro va a reforzar los lazos con el Comando Sur y en general con Washington”.

Un asunto más inquieta a Tokatlián: “Es qué sucederá con la política nuclear de Brasil. Hasta ahora mantenemos un protocolo de compromisos compartidos y tenemos un mecanismo que es la Agencia Brasilero-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares (ABACC), con la cual nos inspeccionamos mutuamente. Si Brasil modifica algo en la materia, puede convertirse en un dolor de cabeza para la Argentina. En ese punto seguramente van a jugar las restricciones que el propio Estados Unidos le imponga”.

la noche de los progresistas

El PT resistió como pudo la feroz embestida que padeció en los últimos años y será el principal partido de la oposición. Pero no es seguro que consiga recuperar la iniciativa y alumbrar un nuevo horizonte de poder. Para relanzarse necesita resolver al menos tres entuertos que lo inmovilizan y le amputan alcance estratégico: la proscripción del líder, que quizás continúe en la cárcel por varios años (¿refulguirá su estrella si “al mito” le queda grande el Planalto? ); la sombra de la corrupción, que es el núcleo duro de sentido en torno al cuál se organiza un antipetismo mayoritario; y la asociación de los gobiernos de Dilma con una política económica defectuosa de efectos negativos para los sectores populares.

En su seno ya se debate si convocar a un Frente Amplio para coordinar la resistencia y alimentar el reformateo de una izquierda que permanece desorientada (como propone “desde afuera” Guilherme Boulos, candidato a presidente del PSOL); o encarar la construcción de una fuerza de defensa de la democracia, que implicaría más pragmatismo y menos ideología, además de un corrimiento hacia el centro del espectro político.

Lo cierto es que la resistencia a la derechización feroz ya comenzó en las calles de Brasil y durante los últimos días se expresó con una vitalidad alentadora. Son las nuevas sujetividades que desbordan las estructuras cupulares y están creando una narrativa de rechazo visceral, sobre la base de valores y afectos de otro orden. Pero no hay lugar para la esperanza retórica ni tiene sentido inflar los globos de un optimismo de circunstancia. Brasil da miedo. Y es muy posible que todavía no hayamos visto lo peor.

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la transición a la posdemocracia / internacional reaccionaria / bolsonaro al poder
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Mario Santucho
Sebastián Rodríguez Mora
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