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el futuro del trabajo (y del capital)

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El tercer acto del Ciclo Ciudad Revuelta tuvo lugar el último día de julio. Y otra vez el Centro Cultural Torquato Tasso se vistió de lleno completo. El panel, heterogéneo y sustancioso, prometía un debate inédito en nuestras costas sobre un asunto urgente de la vida contemporánea: el futuro del trabajo. Para bajar el tema a tierra, los organizadores propusieron una ristra de preguntas instigadoras: ¿Hay vida después del empleo? ¿Cómo responde el sindicalismo ante los cambios tecnológicos en la producción? ¿Qué impacto tiene el movimiento feminista en la lucha de la clase trabajadora? ¿Se puede reconstruir una estrategia común para el conjunto de las y los laburantes? ¿Puede el capitalismo que viene garantizar el bienestar de toda la sociedad?

Los expositores elegidos, voces autorizadas en la materia, aceptaron con interés el desafío: Juan Carlos Schmid, actual secretario general de la CGT, es uno de los cuadros gremiales más reflexivos y de mejor formación en el movimiento obrero organizado; Emilio Pérsico, líder del Movimiento Evita, fundador e inspirador del sindicalismo de la economía popular, surgido a partir de las reconfiguraciones del capital en el siglo XXI; Verónica Gago, integrante del colectivo Ni una menos, militante e investigadora del movimiento feminista, uno de los vectores de radicalización política más dinámicos del presente; Eduardo Levy Yeyati, decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella, y autor de varios libros sobre la mutación laboral contemporánea. También se sumó Matías Tombolini, Presidente del Consejo Económico y Social de la ciudad de Buenos Aires. Luego de la bienvenida a cargo de Rafael Klejzer, principal referente de la CTEP local, Maisa Bascuas condujo las intervenciones y formuló las preguntas a cada uno de los panelistas.

 

El capitalismo ya no le garantiza el bienestar a toda la población a través del trabajo asalariado, como sucedía en el siglo XX. ¿Qué pueden hacer los marginados del empleo formal en blanco para conseguir un lugar digno en la sociedad que viene?

Pérsico: Muchas gracias por ofrecer este espacio de reflexión. En realidad no sé qué es lo que tenemos que hacer; lo que sí sé es lo que estamos haciendo. En la Argentina, y creo que también en el mundo, han cambiado las condiciones del capitalismo. Este ya no es el viejo capitalismo que conocíamos. Los modelos alternativos que construimos los trabajadores tampoco aparecen como salidas posibles al capitalismo de hoy: ni el socialismo real, ni el Estado de bienestar, ni el peronismo en nuestro caso resuelven los problemas que nos plantea este nuevo capitalismo.

La primera cuestión que notamos desde las organizaciones sociales es que la problemática del trabajo había cambiado totalmente. En los barrios veíamos cómo el capitalismo dejaba al margen de los procesos productivos a montones de compañeros. Entonces, empezamos a trabajar con lo que en ese momento llamaban “los desocupados”. Los mismos militantes que habían peleado en otro momento con otras herramientas, empezaron a ver una nueva problemática en el barrio: la desocupación, la falta del trabajo, la marginación estructural de sectores de la población, regiones enteras que quedaban en esa situación. Recuerdo que las primeras discusiones tenían que ver con sentirnos nuevamente trabajadores. Nos decían que éramos los “movimientos de desocupados”, pero nosotros nos pusimos Movimiento de Trabajadores Desocupados, es decir le agregamos la T.

Ese proceso de identificarnos que viene desde aquel entonces, desde fines de los noventa, me dio el momento más lindo de mi vida. Fue cuando Smith y el triunvirato que conduce la CGT, veinte años más tarde en el Salón Felipe Vallese, nos reconocieron como trabajadores. Fue un camino largo el que hicimos hasta llegar a ese lugar, porque al principio apenas éramos “sujeto de derechos”, así nos decían. Habíamos pasado de ser “los que producían el mundo” a convertirnos en “sujeto de derechos”. Montones de palabras neoliberales para explicar un problema que era económico, consecuencia de un modelo de capitalismo supranacional y especulativo. Hoy, de cada once pesos que se ganan en el sistema financiero, uno el capitalismo lo gana en la explotación, con la plusvalía; lo que llamábamos la explotación del hombre es un peso contra once del capital financiero. La consigna que ya aparecía en los barrios desde fin del siglo pasado era: “Por favor, explótenme, quiero ser parte de ese uno al que explotan”. Porque el otro recurso, esos once pesos, ¿de dónde salían? Tardamos un tiempo grande en darnos cuenta de que también salen de nosotros, porque hay una explotación indirecta que es la explotación de la marginación, sacar recursos de nuestros lugares para llevarlos a otro, y el Estado no es inocente en ese camino.

La segunda discusión que tuvimos fue cuál metodología íbamos a utilizar para luchar porque la huelga ya no servía. El paro dejó de ser una herramienta para resolver los problemas de la clase trabajadora. Ya ni siquiera podíamos pelearle al patrón porque nos habían sacado al patrón de la fábrica, y apareció un tipo que era el CEO, que venía a administrar ese pedacito de capital financiero que habían puesto en esa fábrica. Antes íbamos a golpearle la casa al patrón, lo molestábamos un poco para ver si podíamos sacarle algo; ya no sabíamos ni dónde estaba.

Un paréntesis. Estuve leyendo las propuestas que la política se ha dignado en escribir sobre qué hacer ante la crisis. Escribe uno, escribe otro, leí cuatro o cinco trabajos que se van a presentar en estos días y la verdad es que dicen todos los mismo: nosotros no existimos, no veo ninguna propuesta para el cincuenta por ciento de la sociedad argentina, y en aquel momento tampoco veíamos propuestas que nos tuvieran en cuenta. La primera lucha fue esa: volver visible esta realidad que la política no quería reconocer. Salir a la ruta fue una manera de mostrar esto. En el barrio veías pasar los camiones que llevaban mercadería, pero en el barrio no veías nada de eso. Así que hubo que salir a movilizarse, hacer las grandes marchas sobre las ciudades, los escraches, aparecieron montones de nueva formas de pelea y organización.

La organización en el barrio trató de suplir las cosas que el Estado nos iba robando, como el roperito comunitario para que los compañeros se vistan, la olla popular para que la comida alcance, inventamos el tema de los promotores de salud, y no sé cuántas cosas más. Teníamos coordinadores para cada cosa en el barrio que el Estado no hacía. Al principio empezamos a reclamar planes sociales y comida, y la primera reivindicación que se nos ocurre es: “Necesitamos subsidio del Estado”. Hicimos grandes movilizaciones, puebladas y mucho lío para que la política mirara y los subsidios empezaron a aparecer. Yo digo siempre que el momento de quiebre fue cuando hicimos Cutral-Có y el Norte. Hasta entonces llevábamos a la gente a las movilizaciones, pero a los cortes no porque cada corte terminaba con palos y a la bolsa, es decir, terminaba con represión. Yo en ese momento fui, yo qué sé, unas cuarenta veces preso por esos cortes. Pero aparecen los primeros: en Corrientes aparece un corte muy masivo, que es el corte del puente; después vienen los cortes del Norte y con estos empezó a aparecer el Estado con los subsidios y la comida. Cuando nos juntábamos les decíamos “la comunidad organizada” –porque venían del peronismo también–, y organizaban el trabajo, organizaban todo. Después vinimos para acá, para Buenos Aires, y empezamos a cortar todo, por supuesto con la misma metodología. La Gendarmería tiene un censo, y hasta ese momento había más o menos cuarenta cortes por año en la Argentina; después de eso hubo ciento y pico de cortes en tres meses, había más de cien cortes, cortaba todo el mundo, ¿por qué? Porque el Estado había empezado a hacer aparecer los planes sociales y la gente salía a la calle a pedir los planes sociales.

Después llegó la universalización de esas políticas sociales con la Asignación Universal por Hijo y con montones de cosas que fueron apareciendo de la política. Llegamos a un punto en donde el cincuenta por ciento de los hogares argentinos reciben más del Estado que de su trabajo, es una cifra de 2015. Hoy, antes de venir, estuve mirando las cifras del INDEC: el sesenta y ocho por ciento de los argentinos recibe el treinta y siete por ciento del Estado y no de su trabajo, con todas las políticas sociales que aparecieron a partir de los reclamos que hicimos nosotros. Pero nos empezamos a dar cuenta de que eso no servía, porque el subsidio no organizaba socialmente a los compañeros y, con el tiempo, se transforma en una enfermedad social que no organiza a la familia sino que la destruye. A partir de ahí comenzamos a insistir con el tema del trabajo, a organizar cuestiones productivas: conseguir una maquinita, conseguir una plancha, una máquina de coser para hacer remeras, o bordaditos para venderlos en la feria del barrio. El problema del trabajo se volvió una meta central para nosotros porque la política nos seguía dando subsidios, no nos veía como trabajadores. Empieza a aparecer la idea de la economía popular y, más allá de las organizaciones, los compañeros comienzan a levantarse y a decir: “Bueno, esto va para largo, va para siempre”. Ya no esperaron la reincorporación a la fábrica, porque la fábrica estaba abandonada y los chicos iban a jugar a la pelota adentro o la utilizábamos como vivienda –las fábricas de San Martín las transformamos en villa. Aparecieron otros problemas (después quiero hacer una referencia chiquita por lo menos al tema de la tierra). Y aparece un problema más profundo, la cuestión del modelo: un nuevo modelo desde los trabajadores, porque desde la política no va a venir. Les aclaro: los modelos alternativos nunca salen de la política y menos de la academia.

Los trabajadores juntan plata en el Estado, porque los bancos se la roban –esto lo decía Perón. Y juntan ideas en el Estado, tecnología y capacidad, porque la universidad es el espacio que utiliza la burguesía para seguir desarrollándose. Con esto no quiero ir en contra de las universidades ni nada por el estilo, pero sí decir que no va a salir de ahí un modelo alternativo. Y espero que no salga tampoco de Europa, de un señor barbudo que escribe cosas, porque tampoco sale de ahí: el programa alternativo lo construyen los trabajadores. Nosotros propusimos un puntito de lo que va a ser ese programa alternativo (que hoy no tenemos) a este capitalismo, y acá lo llamamos “economía popular”. En otros lugares lo llaman de otra manera, pero empieza a haber coincidencias en el mundo sobre ese programa alternativo que llamamos economía popular. Al principio, ya les digo, no lo llamábamos economía popular, le pusimos “socialismo criollo”.

Esta era la idea central: los compañeros estaban recuperando su trabajo. Salían a vender chipá, a vender pan, no se quedaban en la casa. Resistían la falta de empleo y hacían cosas, salían a vender con la manta, los corrían de acá y se iban para otro lado. Se resistían a vivir donde los querían llevar a vivir, se resistían a vivir en la marginalidad. Y empezaron a construir una economía, y a partir de ahí empezamos a construir una teoría, que es la economía popular. Al principio, entonces, fuimos movimientos piqueteros, porque lo que hacíamos eran cortes de ruta; después fuimos organizaciones sociales porque organizábamos el trabajo comunitario; y después armamos nuestro sindicato que es la CTEP. ¡A la mierda! Llegamos al punto máximo: que se empezara a discutir que somos un pedazo de la clase trabajadora, y tenemos ideas y un programa desde este lugar, explicándole al mundo, explicándole a la sociedad y a los políticos, una nueva teoría económica basada en este pedacito de la sociedad.

Después, tenemos que juntarnos en la clase trabajadora, volver a la CGT, no solo para resistir al modelo, que lo venimos haciendo muy bien, es una cuestión mucho más estratégica: necesitamos juntarnos con los otros sectores de los trabajadores para construir el germen de un proyecto que sea alternativo a esto. Que no sea la integración que han logrado las políticas que hasta ahora se han implementado para nuestros sectores, que transformaron a los compañeros que eran trabajadores en consumidores. Nos dan algo de plata, una tarjeta para bancarizarnos, y podemos ir a gastar un poquito al shopping, pero hasta ahí. No hablemos de educación, no hablemos de salir de esa situación, no hablemos de tierra, de vivienda, de esas cosas no hablemos, de trabajo, de dignidad. Entonces se trata de una de las cosas centrales, porque no inventamos la economía popular ya que la economía popular está ahí, nosotros peleamos por la dignidad de esa economía popular. Para que la Constitución Nacional se cumpla con los sectores de la economía popular, para que se cumplan las leyes sociales. Es por eso que queremos parecernos lo más que podamos a la historia de nuestro movimiento obrero. Por eso es que hablamos de paritaria social cuando nos ponemos a discutir las condiciones del sector con el Estado. Por eso no hablamos más de planes sociales, no queremos más planes sociales, queremos salario social complementario. El compañero está trabajando y es un trabajador, pero no le alcanza para vivir, entonces acepto sí la limosna del Estado y el plan social, pero no la quiero como plan, la quiero como salario, porque es la dignidad del salario la que te recupera a vos con la dignidad ante tu familia, ante la sociedad, ante los otros. Y quiero mejorar mi productividad, sí, quiero mejorar mi productividad, y quiero producir mejor, sí, quiero producir mejor. Para eso necesitamos, ahí sí, a la academia, a los políticos, ahí los necesitamos para que nos digan cómo lo hacemos.

Nosotros teníamos un problema y encontramos un camino; ahora necesitamos profundizar ese camino y que la política, la academia y nuestros hermanos trabajadores se hagan cargo de esta situación y empecemos a construir política ahí, en ese lugar, con estos compañeros que están trabajando, que producen. El INDEC empezó a medir la productividad que nosotros llamábamos “productividad oculta”. Siempre doy este ejemplo: cuando una compañera nuestra en el barrio agarra un litro de leche y un vasito de yogur que guardó del yogur anterior, lo mezcla y hace un litro de yogur, ahí hay una “productividad oculta” que no está en el balance de la productividad. O cuando se cuida a un abuelo. O cuando las viejas nuestras del barrio van, revuelven la olla y le dan de comer a los pibes. O cuando a los compañeros nuestros de la universidad los sacamos de ahí, los llevamos al barrio y les decimos: “Hacé los pollos al corral y limpiá mocos, empezá por ahí, empezá a amar a los humildes, y empezá cuidándolos y hacerlos hacer los deberes a la tarde, porque el Estado nos prometió una educación con doble escolaridad y la doble escolaridad la hacemos nosotros en el comedor nuestro”. Y traemos a los pibes de la universidad y enseñan a leer y escribir, transfieren poder de una clase social a otra clase social. Nosotros decimos que ellos construyen poder popular. Le transfieren poder al que no tiene poder, al que necesita el poder, al que no es parte de la sociedad, al que no es parte del Estado, de un Estado trunco. Perón se enorgullecía de tener la mitad de la Cámara de Diputados integrada por trabajadores, de tener 6 de los 8 ministerios a cargo de trabajadores, de tener los agregados obreros. Una democracia más completa, donde el Estado, que es el lugar en el que se tiene que discutir el bien común, también tenga la participación de las mayorías, no solo de las minorías. Un Estado más parecido a su pueblo.

Fuimos una organización piquetera, fuimos una organización social y hoy somos un sindicato, y empezamos a discutir un modelo de país. Y quiero decir una cosa: nosotros venimos planteando la idea de que también la economía popular puede ser una solución a muchos de los problemas que tenemos. Otra de las características del neoliberalismo es la urbanización del mundo: la gente se va en masa a vivir a las ciudades. En nuestra época la gente se iba a vivir a las ciudades porque allí había trabajo. Hoy se van a vivir a las ciudades porque llega más política social; porque estás más cerca del poder y podés ir a tramitar mejor una pensión, esto o aquello; porque no hay más trabajo en la ciudad, pero hay más cartón, y no es lo mismo ser cartonero en un pueblito del interior, en Jujuy, que ser cartonero en la ciudad de Buenos Aires. Nosotros sabemos las diferencias. Pero ¿qué queremos decir con esto? Que esta economía popular puede generar muchísimo trabajo en la sociedad, el que genera y más.

Uno de los problemas graves de la Argentina es el de la tierra. Nosotros tenemos el 8% de la población viviendo en el campo; no hay país en el mundo con este porcentaje. Luxemburgo, los Países Bajos que no tienen tierra y que hacen diques para que se junte la tierra y ahí sembrar, tienen el 10%; Italia tiene el 30%, o sea 20 millones de tipos viviendo en el campo, y es una piedra en el medio del mar. La provincia de Buenos Aires tiene las mismas dimensiones y tiene 400.000. Italia produce en ese lugar la misma riqueza agropecuaria que produce la Argentina. Si vos mirás los datos del Banco Mundial, Italia produce lo mismo, el mismo Producto Bruto Agropecuario en una piedra en el medio del mar, pero tiene 20 millones de tipos laburando, y nosotros tenemos 400.000. ¿Este modelo agroexportador resuelve el problema de la gente? Yo nunca pensé que el problema de la economía de las cosas, hacer más cosas, fuera la solución de la economía, siempre pensé que era el hombre. Francisco nos decía cómo es esto, que en la economía vale más el que produce más, no el que es mejor persona. ¡A la miércoles! Cambiaron todos los valores.  Pero así mismo, un modelo de distribución de la tierra, o que los compañeros tengan donde vivir, produce más, ¿y qué lo demuestra? No lo quiero demostrar con otros países, lo demuestra Italia. Lo mismo que la situación urbana: los alemanes tienen la política de generar ciudades, las llaman “ciudades fábricas” y es parecido a lo que hizo Perón. El otro día fui a San Nicolás y miraba la ciudad que había generado Perón para atender a las fábricas. ¿Por qué? Porque decía que la gente en un lugar así, tan lindo y tan bello, con las casitas lindas, trabajaba mejor, más alegre y producía más. El patrón era el que generaba las ciudades fábricas, y desconcentraba y se llevaba a la gente a vivir al interior. Ni hablar de otros países que lo han hecho mucho mejor todavía.

Segundo punto, la economía del cuidado. ¿Cuál es el sindicato más grande de Alemania? El sindicato de cuidadores domiciliarios, un millón y medio de personas, donde el Estado pone la mitad de la plata, la mitad del salario, un salario social complementario –de ahí lo choreamos– que es la mitad del salario mínimo vital y móvil, y el que cuida pacta con el enfermo, con el niño o con quien sea cuánto más es su salario. En la ciudad de Buenos Aires hacen falta 500.000 de estos, nada más que en la ciudad de Buenos Aires.

La tercera cuestión es la obra pública. En la Argentina está todo por hacer. Recién lo hablaba con el compañero Rafa, que cuando iniciamos todo esto fuimos a un lugar donde íbamos a empezar una obra, nosotros teníamos 500 compañeros trabajando en esa obra, las empresas cuando hacen la misma obra ponen 60. Porque para nosotros, la cooperativa fue una herramienta de los trabajadores para distribuir plusvalía. No hay plusvalía para distribuir compañeros, ya cambió la cosa, para nosotros la cooperativa es un lugar para distribuir trabajo y organizar el trabajo, es eso lo que hacemos. Hemos transformado hasta las instituciones que generó históricamente la clase trabajadora, y en ese lugar, para nosotros, lo central es el trabajo. Entonces decimos: tenemos que tener obra pública de pico y pala, porque ahí también se pueden generar muchos puestos de trabajo. Y somos mejores productivos porque lo hemos demostrado. Me estaba fijando en el último año, y nosotros –las organizaciones– tuvimos para construir, para terminar, 2000 viviendas, y las terminamos; el sector empresario tenía que terminar 5000, ¿saben cuántas terminó? Trescientas, no terminó ninguna. ¿Quién es más eficiente? Ante la inflación ellos se van de la obra; nosotros sabemos que van a vivir nuestros compañeros ahí, y nos quedamos y nos sacrificamos, y esperamos para ver cómo resolver los problemas. Eso es la economía popular, compañeros, es la organización del pueblo para eso, y es eso lo que nosotros pretendemos del Estado y es lo que le reclamamos a la política. Le vamos a seguir reclamando a la política y vamos a seguir organizándonos desde la CTEP, desde los movimientos populares, para la dignificación de la economía popular. Muchas gracias, compañeros.

Las formas de producción contemporáneas emplean cada vez menos fuerza laboral. Una de las propuestas surgidas para dar respuesta a esta tendencia es el ingreso universal o renta básica. ¿Cuál es la potencia de esta idea?

Levy Yeyati: Creo que hay dos dimensiones cuando hablamos de ingreso básico: una es la viabilidad y la otra es más cultural. Por el lado de la viabilidad sería algo así: imaginemos que con la tecnología lo que hacemos es aumentar la productividad a expensas de la demanda de trabajo, entonces producimos más pero necesitamos menos gente, la torta se agranda –o es la misma torta pero con menos gente– y lo que hacemos es, a través de intervenciones del sector público transferir parte de la torta a la gente, a la masa salarial ocupada. Como se necesita menos gente, la masa en realidad se achica, pero se complementa con un salario complementario, como reclamaba Emilio, no es más ni menos que eso.

Pienso que la tecnología no va a aumentar la productividad del trabajo, sino que simplemente lo va a desplazar, como sucede por ejemplo en los peajes: no es que el peaje es más eficiente, simplemente es más barato poner un peaje automático. Una manera de compensar el impacto que tiene esto sobre el trabajo es dividiendo el trabajo entre la gente, es decir, la famosa reducción de la jornada laboral. El punto fundamental que hay que tener en cuenta cuando uno piensa en la reducción de la jornada laboral para distribuir el menor trabajo entre la misma cantidad de gente, es que si la tecnología no aumenta la productividad al reducir la jornada laboral lo que hago es reducir el salario. Entonces puede ser un instrumento de distribución en la medida en que compensa la reducción del salario y ahí es donde entra el salario complementario o la renta universal, la renta básica.

Para que nosotros podamos hacerlo, tenemos que tener un aumento de productividad tal que permita hacer esta distribución. Hoy la tecnología trae cambios en la manera en que se organiza el trabajo, incluso trae desplazamientos, vocaciones que se destruyen y otras nuevas que se crean, problemas de gente que hacía esto y que no está capacitada para hacer lo otro. No es que lo que se crea de un lado compensa lo que se excluye del otro, porque la productividad global no está aumentando todavía, no se cumple aún la idea de que la tecnología la aumenta. En el futuro la va a aumentar y vamos a tener más para distribuir, trabajaremos menos pero tendremos lo mismo. De eso se trata. La idea no es distribuir la escasez.

Todavía no tenemos esas condiciones de viabilidad y, de hecho, podemos ver el caso argentino en el que vamos de ajuste en ajuste. Entonces, para plantear hoy el ingreso universal como forma de compensación de la tecnología nos está faltando ese plus de productividad que haga que podamos tener, por un lado el incremento de la torta y, por el otro, la capacidad de redistribuirla. Aspiro a que lleguemos a eso, sino lo que vamos a tener es un desplazamiento sin productividad: eso es lo peor de los mundos. Ahora, en paralelo a esta dimensión de viabilidad que podemos llamar fiscal, de distribución, que permita que el producto no implosione y que todos finalmente trabajemos menos y tengamos lo mismo o tengamos más, hay una dimensión cultural.

Emilio la caracterizó de manera muy resumida, yo diría de manera perfecta. Emilio dijo: “el subsidio destruye familias”. El ingreso universal es un subsidio, es una transferencia gratis, una cosa que uno recibe por nada; lo que estaba diciendo Emilio es que el ingreso universal hoy, en estas condiciones, en las condiciones en las cuales están estas familias, las destruye. Y ahí hay una contradicción que me parece cultural, pero que vale la pena tener en cuenta. Una de las primeras cosas que leí cuando hablaba de ingreso universal fueron los discursos de Martin Luther King, quien defendió el ingreso universal. Nixon, que no tenía ninguna simpatía con el tema, mandó una ley al Congreso que fue discutida en Estados Unidos por dos años; una ley de ingreso universal que se llamaba “el plan de asistencia familiar”. Y lo que decía King en su último discurso antes de que lo mataran, era que había que eliminar la pobreza, había que hacer de cada uno de los ciudadanos un consumidor, volviendo un poco a entroncar con lo que decías, pero decía que luego de eliminar la pobreza había que darles trabajo.  

¿Por qué decía esto King? Salvando las distancias, King estaba acostumbrado a transitar los guetos en Estados Unidos en una época donde había muchas revueltas protagonizadas por los negros. Lo que él veía era que el tipo que recibía el subsidio, el cheque del welfare, del bienestar americano, se daba a la bebida, se tiraba a ver televisión, le pegaba a la mujer, se deprimía. Cuestiones culturales que hacían que recibir dinero por no hacer nada no terminaba de cuadrar en la realidad. Por más que en términos abstractos parecía ser una mejora de bienestar, en el fondo ese ocio mal tramitado generaba un efecto contraproducente. Lo que decía King era: “bueno, démosle algo para hacer”. Él pensaba en trabajo social, trabajo de asistencia, cosas que no se evaluaban: atemos esta transferencia de ingreso universal a algo que tenga un valor social, y que el sujeto, al volverse trabajador, pueda realizarse.

A lo que voy con esto es que tenemos condicionantes culturales para el ingreso universal. Pensemos que los griegos en la época clásica no trabajaban y no tenían ningún problema, ni se deprimían, ni se daban a la bebida; trabajaban los esclavos, los filósofos que nosotros estudiamos, los ciudadanos griegos, no trabajaban. Si uno extrapola la situación, y pensáramos que las máquinas fueran como los esclavos griegos y nosotros pudiéramos no trabajar, igual tendríamos un problema cultural, porque como dice Emilio en muchos casos el subsidio, y su supuesto de un crecimiento del ocio, no se tramita de manera tan simple. Entonces, hay una cuestión del trabajo que va más allá de lo económico, a eso me refiero. Quizás el ingreso universal puede ser pensado como salario complementario, pero necesitamos la otra parte que mencionábamos recién, necesitamos darle algo para hacer a la gente, algo en lo cual se realice porque culturalmente hemos sido criados en esta ética protestante del trabajo, y no es tan fácil decirle al trabajador “a partir de ahora hacé lo que quieras”.

En resumen, entonces, hay dos dimensiones a tomar en cuenta: hay una cuestión económica por la que yo no puedo decirle a la gente “no trabajes”, si no resuelvo el problema económico. Por cierto, el ingreso universal tiene que ser suficientemente alto, porque dar un ingreso universal de pobreza sería contraproducente, pero aún si pudiera darle 20.000 pesos en el marco de la ley de emergencia social, igual todavía tendríamos el tema cultural.

Yo simplemente voy a mencionar que, en un panel que compartimos con Juan Carlos hace relativamente poco, surgió el tema del ingreso universal como el antitrabajo, y lo que está implícito detrás de esto es que el trabajo nos define. Pero entonces, ¿para qué queremos ingreso universal si lo único que queremos es trabajo? Nosotros estamos formateados para pensar así, no es la única manera de pensarlo. Creo que gradualmente –mis hijas ya la manejan mejor que mi viejo– vamos a empezar a desvincular nuestra realización como sujetos, como seres humanos, del trabajo asalariado al cual nos ha condenado esta solución capitalista de la ética protestante, pero no podemos llevarlo a cabo de un día para el otro.

 

¿Qué impacto tiene el movimiento feminista en las luchas y la imaginación política de la clase trabajadora?

Vero Gago: Quiero empezar contando, para dar cuenta de esta imaginación política, una actividad que se hizo hoy al mediodía, en la ciudad de Buenos Aires, una coordinación con las metrodelegadas del subte de Buenos Aires, con el colectivo Ni Una Menos y con la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Lo que hicimos hoy fue tomar todas las líneas de subte coordinadamente: intervenimos los vagones, hablamos con las y los pasajeros, y en cada una de las líneas de subtes tratamos de plantear una línea de conflictividad social. Y quiero empezar por esta escena concreta que sucedió, que tomó la ciudad, porque nosotras planteamos la cuestión del aborto en términos de autonomía, en términos de conflicto laboral, en términos de violencias económicas, es decir, lo que hacemos es poner la cuestión del aborto como algo que está vinculada a una cantidad de problemas y no simplemente a una cuestión de mujeres de clase media, como se nos quiso decir en un momento.

De acá surge algo que el movimiento feminista está proponiendo en el último tiempo de manera muy fuerte: cómo el feminismo se plantea ser un movimiento popular, y para conseguir eso hay que ligarse a la conflictividad social. La cuestión del trabajo tiene así un papel fundamental, porque si el movimiento feminista empieza a ser muy masivo en la calle, a ir más allá de los lugares donde habitualmente se hablaba de feminismo, es porque justamente empieza a pensar la cuestión de las violencias. Lo primero que piensa el feminismo cuando sale a la calle es “por qué nos matan”; es una pregunta incluso anterior a si nos explotan. Pero el movimiento de inmediato posterior es cómo vinculamos esta violencia que hoy se ensaña especialmente contra el cuerpo de las mujeres, de las lesbianas, de las trans y de los travestis, con las violencias laborales, con las violencias institucionales, con las distintas formas de explotación. Y eso nos lleva a repensar cuál es el trabajo que hacemos las mujeres, y qué hacemos los cuerpos feminizados, las y los migrantes, y las travestis.

Así, estamos obligadas a repensar el trabajo de un modo muy radical, nos obliga a mapear el trabajo en clave feminista. Cuestión muy importante porque históricamente el trabajo de las mujeres es el trabajo no reconocido, no pago, no remunerado, invisibilizado. Y esto nos permite una conexión con formas de trabajo como la economía popular, porque tienen las características más próximas o más afines a lo que es el trabajo históricamente feminizado, históricamente de las mujeres.

En este camino, el movimiento feminista como movimiento popular empieza a repensar la metodología del paro, de la huelga, justamente. En esta secuencia o genealogía que se hacía antes, del movimiento de desocupados y la reinvención de la estrategia a partir de la herramienta del piquete, que ya no está dentro de la fábrica sino que va a cortar las vías de comunicación, lo que el feminismo intenta es reinventar la metodología de la huelga, la metodología del paro, porque las primeras compañeras que dicen que quieren hacer paro son las que se supone que no pueden hacer paro. Varias compañeras con las que hemos coordinado estas iniciativas decían: “bueno, pero si yo hoy paro, hoy no como”, o “cómo voy a parar si eso implica dejar de alimentar a un comedor de un barrio”, o “cómo voy a parar si mi sindicato no me da el permiso para parar”. Entonces, la pregunta era: ¿qué significa hacer paro cuando esa herramienta no estaba disponible para estas formas de trabajo, para estas situaciones laborales muchas veces informales, no remuneradas, no reconocidas como trabajo?

En ese sentido el movimiento feminista aporta una redimensión del concepto mismo de trabajo y, por lo tanto, la reapertura de la pregunta de quién es hoy la clase trabajadora, quiénes la componemos, y cuál es el tipo de trabajo que hace esa clase que llamamos trabajadora. Lo que el movimiento feminista aporta es la idea de que no son sólo trabajadoras y trabajadores los que cobran salario, y en ese sentido desobedece la idea de que el salario marca la jerarquía entre ocupados y desocupados, entre ocupadas y desocupadas, porque desde el punto de vista del capital, las mujeres fueron históricamente desocupadas o trabajadoras de segunda, trabajadoras inferiorizadas. O sea que si no tomamos la idea de salario como la única definición y la única medida del trabajo, lo que podemos descubrir es una afinidad evidente entre el movimiento feminista y la economía popular, por ejemplo.

Pero también lo que ha hecho el movimiento es una alianza con las trabajadoras asalariadas, con las trabajadoras de los sindicatos. Me parece que hay una especie de triángulo que tiene que ver con cómo interpelar también a las compañeras de los sindicatos, en especial a las compañeras más jóvenes que están dando luchas internas muy importantes, y que quieren discutir cómo se combina, por ejemplo, una paritaria formal con una paritaria callejera o paritaria social. Es decir, empiezan a mapearse de otra manera las alianzas entre las mujeres “ocupadas” y las “desocupadas”, aparece otro punto de vista.

En ese sentido, me interesa enfatizar la desobediencia a la atribución que se arroga el capital de definir qué es trabajo. Esto tiene que ver con luchas históricas de las mujeres por discutir el concepto mismo de productividad. Cuando nosotras lanzamos la consigna “trabajadoras somos todas” lo que intentamos es dar cuenta de esta multiplicidad, señalando las formas de producción de valor que no son reconocidas aunque involucran a las mayorías, o son reconocidas de manera siempre inferiorizadas, en términos jerárquicos, siempre hacia abajo.

También encontramos una idea en el movimiento feminista que dice así: “hay explotación, incluso si no hay salario”, y esto abre la posibilidad de pensar las formas de explotación actuales que no pasan necesariamente por la mediación del salario. Por ejemplo la explotación financiera, que hoy esta extrae valor y explota a un montón de compañeros y compañeras que no necesariamente están inscriptos en el mundo asalariado, a través del endeudamiento masivo. Si no tomamos en cuenta estas realidad, entonces no percibimos justamente el modo en que hoy se está financiando el ajuste desde las economías domésticas: el aumento de tarifas y el descenso a nivel de la dieta básica.

Por eso desde el movimiento Ni Una Menos también hemos lanzado la campaña “Vivas, libres y desendeudadas nos queremos”. Esta idea de que nos queremos desendeudadas fue tomada por todos los sindicatos el último 4 de junio como consigna de la manifestación. Esto permitió enlazar la discusión del endeudamiento público del Fondo Monetario Internacional con las formas de endeudamiento privado y endeudamiento doméstico, y poner énfasis en el modo como la deuda impacta sobre la pérdida de autonomía de las mujeres, es decir cuando las mujeres queremos decir no y no podemos porque una trama de violencias nos fija en los lugares de violencia. El desafío es repensar qué decimos cuando decimos que somos explotadas, de qué manera estamos siendo explotadas y en qué sentido el criterio de explotación sigue siendo un vector de transversalidad en la conformación de la clase obrera.

Un punto más para terminar: hemos visto al feminismo manifestarse de modo masivo, y subrayo la palabra masivo porque la cantidad de movilizaciones y la cantidad de personas en la calle son un dato que es cualitativo y cuantitativo, que llama la atención a nivel mundial, y se ha corroborado en la coordinación internacional de los paros feministas. Pero lo que no se ve tanto es cómo estos escenarios de transversalidad se han ido construyendo de una manera que permite repensar la relación orgánica de violencia entre capital y acumulación. Hoy estamos rediscutiendo qué significa acumulación de capital y cuáles son las formas de violencia que el modo actual de acumulación necesita. Y lo que vemos es que en ciertos momentos históricos, cuando precisamente se están redefiniendo las formas de explotación, la violencia misma se vuelve una fuerza productiva. El feminismo era, hasta hace algunos años, un lenguaje de unas pocas, un lenguaje que producía más bien prejuicio en ciertos lugares, y creo que, a partir de estos diagnósticos feministas de la conflictividad social, el feminismo pasó a ser una herramienta de lucha, un método de comunicación de realidades y de situaciones muy diversas. Insisto, hoy el feminismo está siendo el lenguaje y la caja de resonancia de una conflictividad social muy amplia que está pensando la transversalidad de modo novedoso.

La tecnología es un factor clave en el desarrollo de la productividad del trabajo, pero el capital la utiliza como un arma contra los trabajadores. En lugar de reducir el esfuerzo y mejorarles la vida, los expulsa del proceso productivo o precariza sus prestaciones. ¿Qué regulación puede pensarse desde el Estado para modificar esta realidad?

Tombolini: Para entender el impacto de la tecnología en el mundo del trabajo, tenemos que entender una palabra que es un término matemático: exponencial. Exponencial es el modo como crece, justamente, la tecnología. Lo vemos en el resultado de la tecnología aplicada a nuestra vida, de modo cotidiano. Me puse a buscar algunos ejemplos como para comprender dónde estamos parados. 25 años atrás las casas y los departamentos en la Argentina costaban más cuando tenían teléfono, se vendían mucho más caro un departamento que tenía teléfono; hoy, en un teléfono celular hay más tecnología que la que llevó al hombre a la Luna. En 1996 se presentó la primera supercomputadora estratégica de carácter militar, la ACI, que tenía la capacidad de procesar 1,8 teraflops por segundo, costó 55 millones de dólares y ocupaba el 80 % del espacio físico que ocupa una cancha de tenis; en 2006 apareció otra computadora con capacidad para procesar 1,8 teraflops por segundo, costaba 500 dólares, era la Play III. En 1997, el campeón mundial de ajedrez, Kasparov, perdió contra la máquina Deep Blue; Watson tiene hoy 100 veces la capacidad de procesar información que tenía Deep Blue. Estamos ante la última generación de chicas y chicos que van a tramitar su licencia de conducir, porque pronto reinarán los coches autoconducidos. Watson genera diagnósticos médicos más precisos que el diagnóstico humano, asesoramiento jurídico más preciso que el asesoramiento jurídico humano. Es el mundo que viene, y a mí me parece que tenemos que entender que estamos bien jodidos si no hacemos algo, porque lo que está cambiando es la relación de producción capitalista en el mundo. Estamos transitando un proceso que no pasa por la Argentina, es de carácter global.

La relación entre el trabajo y el capital se va a replantear, y de hecho genera contradicciones hacia adentro del mundo del trabajo y hacia adentro del capital. Se empieza abrir una grieta clara entre el capital financiero y el capital productivo, y dentro del mundo del trabajo entre los trabajadores organizados y los que ya ocupan el 3% de la mano de obra en Europa, los trabajadores uberizados. Entonces, yo creo que esto no se va a resolver con una receta de cocina. Los sectores conservadores quieren que discutamos un conjunto de respuestas y nosotros tenemos que darnos la posibilidad de discutir cuáles son las preguntas. La primera pregunta que a mí me interpela es: ¿El fin de lucro es válido? Sí. Ahora, ¿es exclusivo y excluyente para organizar la vida de un pueblo? ¿Es el factor que nos va a permitir ser más felices el día de mañana? No. Y si el factor de lucro no es el elemento exclusivo y excluyente que debe organizar la sociedad, la discusión es entonces pre-económica, es profundamente política, tan política que ni siquiera creo que sea una discusión “de modelo”.

Miren, sobre finales de los años setenta y principios de los ochenta el mundo creyó en la transformación liderada por dos políticos, una de Inglaterra y otro de Estados Unidos, Thatcher y Reagan. En esa transformación lo que se definió es qué factor ordena las relaciones humanas, y este es el tema clave sobre el que tenemos que preguntarnos. Porque hoy, claramente, lo que ordena las relaciones humanas es el individualismo, la liquidez de las relaciones entre las personas, la recompensa instantánea de ese efecto tragamonedas de estar chequeando el celu todo el tiempo y ver la dopamina que te genera ese like, ese me gusta. “¿Che, no me diste retweet?” Eso es lo que nos ordena como sociedad. Contra esa liquidez podemos intentar cosas diferentes, que no son tan nuevas, que es darnos la posibilidad de construir o de reconstruir las raíces de las relaciones sociales, el concepto de lo colectivo.

Pero miren lo que sucede: resulta que cuando te vas a comprar un cuaderno reciclado, yo te digo “che, sale un poco más caro, porque es reciclado”, y bueno, lo pagamos más caro; te vas a un producto que preserva las ballenas y decís “pago más caro porque preservo ballenas”; la energía alternativa la pagás más cara porque es alternativa, y te parece bien. Ahora, cuando se trata de proteger el laburo nacional, si tenés que pagar un poco más: “Ah no, pero no es competitivo, querido, eso no”. “Ah, ¿eso no?”. Por eso es fundamental la lucha que se establezca del otro lado de los sectores conservadores que hoy gobiernan la Argentina. Salir de la idea que predomina hoy, “cagalo al de al lado que vas a estar mejor”, “es tu esfuerzo individual el que determina tu destino”.

Por mi función, me gusta recorrer los clubes de barrio, abandonados por el gobierno, olvidados, porque un club de barrio no es un espacio de rentabilidad económica, es un espacio de encuentro colectivo. Ahí se establecen historias, en la milonga, en la murga, con los abuelos jugando a los naipes. ¿Qué plata hay ahí para ganar? ¿Cuál es el fin de lucro ahí? No hay. De modo que lo que propongo es que entender que la discusión no es por las respuestas, sino por las preguntas. Esta lucha claramente tiene dos o tres operadores, y el primero tiene que ver con dejar de estar callado. Porque si nosotros no queremos que nos gobierne la propaganda, si no queremos que el futuro del mundo del trabajo dependa de un algoritmo, lo que tenemos que hacer es levantar la voz. Y como decía el Papa, hay que hacer mucho pero mucho lío. Muchas gracias.

 

¿Cómo reacciona el sindicalismo ante los cambios tecnológicos en la producción? ¿Es posible reconstruir una estrategia común para el conjunto de la clase trabajadora?

Schmid: Yo creo que este es un sistema asentado en el más feroz individualismo, en la acumulación desmedida de riqueza, al punto tal de atentar contra la casa común. No es ninguna novedad que en esa alocada carrera por acumular estamos destruyendo al planeta. Y creo que hay que tener bien presente que este ciclo del capitalismo es totalmente distinto al resto de la historia. Durante la Revolución Industrial hubo un desplazamiento gigantesco de mano de obra de la ruralidad hacia los centros urbanos, que dio lugar a la creación del proletariado; el actual ciclo expulsa mano de obra y no sabemos dónde va a parar. Ahora, cuando se habla del impacto tecnológico muchas veces se lo presenta como una maldición bíblica, algo absolutamente irresoluble. Pero en realidad, quizás este proceso esconde toda una serie de oportunidades que nosotros ni sabemos dónde están, y poca gente se anima a predecir dónde van a estar los trabajos del futuro.

En cuanto a alternativas como la renta básica universal, yo no puedo mirar el problema del trabajo desde cualquier lugar, lo miro desde mi condición sindical. Por eso, para mí el trabajo no es una mercancía y tiene un valor que va más allá de lo que dice el sistema capitalista, porque encierra esto que dijo Emilio que se llama dignidad, o sea mi lugar en la sociedad. Entonces, una renta básica donde la gente esté en la sociedad sin producir y sin hacer nada, ¿hasta dónde esto es aceptable cultural y sociológicamente?

Hay otras corrientes de pensamiento que proponen aplicarle muchos impuestos a la automatización y a los robots. “¿Usted quiere tener los robots que le van a dar más rentabilidad y productividad? Entonces a usted le pongo más impuestos”. Es obvio que ese desplazamiento de mano de obra debilita el costado fiscal, porque si no hay gente que aporte a la seguridad social y que no tribute es indudable que va a ser una chatarra, por más inteligencia artificial que tengamos. Y, además, hay que saber que estos cambios que se avecinan son los que se denominan disruptivos. Ya nunca nada va a ser igual que antes.

Y esto no es lo que va a suceder en el futuro, está sucediendo ya en un montón de lugares. Yo no podría ir al puerto y cargar la estiba como se hacía antes, con bolsas, porque está el contenedor, que ya cambió dramáticamente todo. La discusión que hoy tenemos en el puerto de Buenos Aires tiene que ver con la nueva forma de producción, se denomina la “integración vertical”. ¿Qué significa la integración vertical? Significa que un solo actor, un jugador global, una multinacional, tiene la carga capturada, tiene el flete monopolizado, y tiene la operatoria portuaria también monopolizada. Y están por sobre el Estado nacional. De repente esa estrategia empresaria deja a 200 compañeros afuera y el Estado no puede intervenir, o hace de espectador.

De modo tal que creo que no existe una respuesta única, porque entre otras cosas hay algo que nosotros tenemos que registrar con mucha precisión: no es verdad que el impacto tecnológico tenga la misma velocidad en toda la geografía. Cito un ejemplo, la India. ¿Ustedes creen que la India incorpora en la ruralidad toda la frontera tecnológica que tienen los países desarrollados? Se les arma una revuelta social. La política interviene administrando el ritmo de la tecnología. No va a llegar el impacto de la misma manera en África que en Europa, o que en Asia, o en América Latina. Frente a estos desafíos la respuesta es política. 

Quiero abrir un paréntesis sobre qué hacen los sindicatos. Voy a nombrar tres casos nada más, pero hay muchísimos más. Los tres sindicatos marítimos que están en la Argentina deben de haber gastado algo así como 8 millones de dólares en simuladores de navegación y control de avería, incendio y técnicas de manejo de la navegación, que lo han puesto los trabajadores. Si la Argentina quiere tener Marina Mercante, oficiales y tripulantes calificados para esa etapa, tiene que poner la plata el Estado, no tienen por qué ponerla los sindicatos. Los sindicatos de la Argentina hace años que dan una respuesta, porque todos tienen centros de formación, algunos más sofisticados, otros menos, pero todos los sindicatos tienen un centro de formación para enfrentar las nuevas innovaciones. Lo que ocurre, la cuestión que subyace, es que más allá de la preparación y los instrumentos para enfrentar ese desafío, la respuesta de cómo se resuelve este tránsito hacia esa gigantesca transformación la tienen que dar los que están en el parlamento, los que están en el manejo de la cosa pública y también la sociedad de alguna manera.

La sociedad también se tiene que interpelar hacia adentro, por el hecho de que cada vez estamos más conectados, pero a veces estamos más aislados entre nosotros. Hablamos, pero no pensamos con el otro. Y este es un fenómeno de la globalización y del impacto tecnológico. Yo, honestamente, creo que no hay una respuesta común de la clase trabajadora. Creo que hay que ir en la búsqueda de una solución desde la política para un fenómeno que va a introducirse y va a provocar un antes y un después. Y me vino a la memoria algo, porque acá se habló de Luther King, y me hicieron recordar una frase de Gandhi. Gandhi decía que había cuatro cosas para destruir al hombre; la primera, la riqueza sin trabajo; la segunda, los negocios sin moral; la tercera, la política sin principio; y la cuarta, la concluyente, la ciencia sin humanidad. Muchísimas gracias.

 

segunda vuelta

Al finalizar la primera ronda de intervenciones, cuatro personas del público tomaron la palabra para comentar y en algunos casos formularle preguntas al panel. Andrea Delfino, de la agencia de noticias Telam, contó los pormenores del conflicto desatado por el despido de mas de la mitad de los empleados de la empresa estatal. Alejando Ruiz, del Sindicato de la Televisión (SATSAID), introdujo el clivaje kirchnerista para recordar que hay alternativas posibles al neoliberalismo, que fortalecen la dignidad de los trabajadores. Laura Bitto, del Movimiento Popular La Dignidad, puso en el centro la idea unidad de los trabajadores como motor de la estrategia. Por último, el secretario general de los trabajadores aceiteros, Daniel Yofra, relató sus experiencias en distintas fábricas del cordón industrial del sur santafecino, donde siempre la reconversión productiva trajo tercerización y precarización, para terminar afirmando que todo depende de la capacidad que tengan los laburantes para organizarse: “Y esto lo digo con el mayor de los respetos por los creyentes: en la medida en que sigamos yendo a ver al Papa, y no estemos cerca de los trabajadores, va a ser muy difícil ese cambio”.

 

Levy Yeyati: Me quedé pensando en algo al escuchar la intervención de la compañera. Cuando hablaba antes de Martin Luther King y los negros del gueto que se deprimían, me refería solo a los hombres porque la depresión, la violencia y el alcoholismo eran propios de los hombres, no de las mujeres. Esta es mi interpretación, tal vez me equivoque: las mujeres no se deprimían porque, en el fondo, siempre tenían algún trabajo, no remunerado pero algún trabajo. Las mujeres en el gueto trabajan. Las mujeres, simplemente por cuestiones de determinismo cultural, son las primeras que entienden que todo es trabajo y no solo el trabajo asalariado. El hombre sin el trabajo asalariado no sabe qué hacer. Esa posición cultural es asimétrica.

Y me quedé pensando en que hay una línea que conecta este movimiento femenino y feminista con el futuro del trabajo. La característica fundamental de la revolución tecnológica actual no es la robotización sino la inteligencia artificial. Así como el robot remplazó al músculo humano, la inteligencia artificial remplaza a la inteligencia humana. Hay una serie de cuestiones asociadas con la empatía, es el caso de las economías del cuidado, posiblemente determinadas por la cultura, que son trabajos muy femeninos. Los trabajos del futuro son en general más femeninos. El futuro del trabajo es en cierta medida más femenino. Y nosotros, los hombres, tendremos que aprender a hacer las cosas que las mujeres hacen, porque van a ser las más resilientes a la automatización.

Yo no sé si efectivamente esos trabajos son más femeninos, pero creo que la docencia o el cuidado de adultos mayores y de niños, las terapias, son trabajos en donde el porcentaje de mujeres es mayor, y son menos automatizables que el economista. Se puede consultar la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) para buscar cuáles son los trabajos en los que hay, en proporción, más mujeres empleadas. En la mayoría de los casos son trabajos donde la empatía, la cercanía, la comprensión, las habilidades blandas son más importantes. Hoy, muchos de los trabajos menos sustituibles son llevados adelante por las mujeres, y muchos de los trabajos más valiosos y peor remunerados, me refiero a la docencia y al cuidado, son trabajos llevados adelante por mujeres. Me parece que hay una conexión.

El otro punto que me parece importante resaltar es que la automatización va a estar mediatizada inevitablemente por la política y la sociedad. La sustitución laboral va a estar mediatizada, pero va a suceder. Emilio dice que van a luchar, esa es una actitud. Yo creo que pensar que le vamos a ganar a la tecnología es una batalla perdida. Dado que la penetración tecnológica es inevitable, es preciso pensar cómo afrontamos lo que de un modo u otro va a suceder. ¿Cómo hacer para que juegue a nuestro favor? Cuando digo “nosotros”, estoy pensando en las organizaciones de base y los sindicatos que tienen que sentarse a discutir con el capital y con el Estado en torno a la velocidad y las condiciones en las que la transición se dará. La tecnología tarde o temprano va a entrar, y hay que empezar a pensar cuáles son las condiciones desde el punto de vista del trabajo para que ocurra una transición justa.

 

Schmid: No hay que confundir el problema que tenemos en el país con esta cuestión de la tecnología, porque son dos problemas distintos. Respondo así por una simple y sencilla razón: el mismo movimiento obrero no es todo lo mismo. Hay que comprender que una cosa es el sector estatal y una cosa es el sector privado; que una cosa es el sector ligado al comercio exterior y otra cosa es el sector ligado al comercio interior; una cuestión son los sindicatos industriales y otra cuestión son los sindicatos de servicios. Y todo eso no es tan sencillo de ensamblar. Hasta los años setenta las grillas salariales estaban más o menos en sintonía, entonces la pelea era mucho más sencilla porque tomábamos como referencia determinado sector y todos se encolumnaban detrás. Eso dejó de existir. Hoy la dimensión salarial es un serrucho, algunos están muy arriba y otros están muy abajo. Yo soy uno de los que me resisto a decir siempre los porcentajes de salario, porque lo que para mí puede ser una pauta salarial atrayente para el docente no lo es, porque necesita un aumento del orden del 100%. Esto es una aclaración que tenemos que hacer.

Por otro lado, no es cierto que todos los países de la Unión Europea estén de acuerdo sobre este tema. Los países nórdicos acaban de decir que la famosa renta universal no dio los resultados que necesitaban y la están revisando. Por último, en el fondo de esta cuestión está la matriz educativa y nosotros necesitamos que haya un acuerdo para revisar esa matriz y enfrentar este fenómeno. Porque lo que ocurre cada vez que tenemos una crisis es que vamos para atrás y quedamos atrasados respecto a lo que sigue pasando en el mundo, porque el mundo no se va a parar porque nosotros tengamos problemas. El mundo sigue funcionando, hay países que siguen teniendo la delantera en algunos aspectos, y nosotros corremos detrás. Esto no siempre fue así en la Argentina.

 

Vero Gago: Con respecto a la pregunta que estaba en la invitación sobre el fin del trabajo, creo que estamos discutiendo en torno a una idea del trabajo bastante acotada, porque se refiere al modo asalariado, formal, sindicalizado, masculino. Cuando se usaba el eufemismo de tramitar mal el ocio, pensaba que lo que hoy está en crisis es la subjetividad masculina que referencia su autoridad familiar, personal y subjetiva en la medida del salario. O sea, que cuando esa subjetividad pierde la referencia del salario como construcción de su autoridad, empieza a estar en crisis, y una de las maneras en que esa crisis se expresa es en la violencia doméstica.

Entonces, cuando discutimos la crisis de sentido de la actividad social y de la actividad productiva, hay que calibrar cuánto estamos hablando de una crisis de la subjetividad masculina. En ese sentido, yo creo que no es una cuestión “cultural” como se decía antes, sino una cuestión de cómo se organizan las jerarquías en la división sexual del trabajo. Encuentro necesario aclarar este aspecto, porque me parece que en esa alianza posible, nueva, que depende de una redefinición del trabajo y de la conflictividad social, y de una redefinición de lo que es el valor, hay una clave para pensar qué significa hacer política, producir y disputar la riqueza de otra manera que no sea simplemente tener una visión nostálgica de un trabajo que ya no existe.

Pérsico: En primer lugar, a mí lo que me queda claro es que no nos ven. El otro día vino acá Juan Grabois y se enojó con algunos panelistas. La verdad es que dan ganas de enojarse, soy honesto, porque no nos ven. La visión que tengo de la situación es que no ven dónde están parados. Juntamos 50.000, y no nos ven; juntamos 200.000, y no nos ven; juntamos 500.000, y tampoco. Quizás hay que mirar bien esto de la revolución de las mujeres, porque lo hicieron mejor, están consiguiendo más cosas que las que venimos consiguiendo nosotros, por lo menos las ven, les tienen miedo. Al margen de eso, es un fenómeno que se necesita estudiado porque es una revolución mundial, y no hay que comerse que el capitalismo y los neoliberalistas están a favor. Mentira. Nosotros hemos conquistado cosas, venimos peleando por el aborto desde hace muchísimos años y que hoy un pedazo de ellos planteen esto es porque lo hemos conquistado, como también existen hoy políticas de derechos humanos aceptadas por la derecha; o que un negro haya llegado a la presidencia de Estados Unidos, se debe a la pelea de los esclavos y de los negros, no me la cuentan que fue al revés.

Yendo más al sector específico, quiero hablar un poco sobre esto de que no nos ven, y algo vamos a tener que hacer, los vamos a morder y los vamos a comer. Estamos en una situación que vamos a terminar en el canibalismo. Están invadiendo Europa con negros que se ahogan en el Mediterráneo, pero va a ser peor, un día va a haber una oleada, vamos a organizar una oleada grande y los vamos pasar por arriba, les va a quemar a todos. Porque la situación es que si yo mido el 1% más rico hoy es mil veces más rico que antes, porque el crecimiento es abismal. El problema es el capital, el problema no es la tecnología. La tecnología es como tener muchas armas, la cuestión es quién tiene el dedo en el gatillo de ese arma.

Y el problema es que nosotros no somos un país que recibe capital, somos de los países que aportamos capital. ¿Y saben quiénes son los que más aportan? ¿Saben dónde está la plata de las Lebacs? En las dificultades que tienen mis chicos en la escuela, en que no tienen la doble escolaridad. Ahí está la plata de la Lebacs. En la falta de higiene que tienen nuestros barrios, en la falta de sanidad, en la falta de cloacas, en esos lugares está la plata de las Lebacs. Y es una decisión política no ver a este sector. Entonces, me da una bronca bárbara y me dan ganas no de cortarles la 9 de julio, sino de prenderle fuego a la Casa de Gobierno, a estos tipos que no van a aprender nunca, no van a entender nunca la situación que estamos viviendo.

La situación es muy difícil: el gobierno nos dio algo, sí, nos dio subsidios, bienvenido sea el subsidio, pero yo quiero trabajo, hermano, porque esto no resuelve el problema. Este capitalismo nos está llevando a una situación sin salida, y después somos los culpables nosotros de que en diciembre se prenda fuego el país. No, muchachos. Si no nos ven, va a pasar. Hay una situación muy grave en el mundo y no se encuentran respuestas. Nosotros encontramos una respuesta, que es la economía popular. No sé si es buena, es la que se nos ocurrió. El ajuste más grave se produce ahí abajo, cae sobre los más humildes, porque lo produce el mercado. Cuando lo producen los gobiernos pueden decidir donde recortar. El gobierno anterior decía “ajusto esto, ajusto esto otro”, y trataba de que no vaya para abajo. Pero cuando el ajuste lo producen los mercados, es para el más débil. No es lo mismo la inflación que tenemos nosotros que la inflación del pobre: la inflación del pobre es el doble.

Entonces, hay una situación que no se ve y nuestra única salida es cambiar este sistema, no hay otra, no hay manera de adaptar este sistema, hay que buscar otro sistema diferente, llamémoslo como lo llamemos.

Nosotros hacemos un esfuerzo muy grande por la unidad con el resto de los trabajadores. Los estados trataron siempre de dividirnos e hicimos un esfuerzo muy grande para construir unidad para discutir un modelo de país diferente, pero tiene que ser muy diferente. No sirven las recetas anteriores, y nosotros estamos tratando de inventar, no sé si lo hacemos bien pero por lo menos ponemos el esfuerzo en esa dirección. Si la política no da respuesta a estas cosas, algún día esto va a entrar. Nosotros hemos presentado cinco leyes en la Cámara de Diputados, seis con la de Emergencia, y ya hemos metido dos, y vamos a tratar de seguir metiendo. Pero no se construyeron desde adentro de la Cámara de Diputados, vinieron siempre desde afuera hacia adentro. Como decía un compañero, ¿saben por qué se aprobó el aborto en la Cámara de Diputados? Porque entró un aire fresco por la ventana, sino no se aprobaba, te lo aseguro.

Entonces, perdónenme por la vehemencia, pero es porque estamos muy mal. Este gobierno nos lleva a una situación contra la pared y todavía no empezó lo peor, lamentablemente. Esto va a ser mucho peor para nosotros y nos han robado la educación, nos han robado la salud, no nos van a robar la capacidad de organizarnos y rebelarnos, y la capacidad de hacer política. Vamos a hacer política y nos vamos a seguir rebelando.

(El video completo del conversatorio puede verse aquí)

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Cinco figuras claves, en una discusión de alto vuelo, sobre un tema crucial. El capitalismo está más cerca de la utopía de emanciparse del trabajo, mientras los laburantes viven el arribo de las máquinas como una amenaza a su dignidad. Reunimos al secretario general de la CGT, a una intelectual orgánica del movimiento feminista, a un líder de los trabajadores precarios, a un pensador liberal especializado en la materia, y a un político posmoderno con ambiciones reguladoras. ¿Hay vida después del trabajo asalariado?
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polémica en el bar / ciudad revuelta / quién tiene valor
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María Moreno

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Es periodista, narradora y crítica cultural. Ha participado y colaborado en los diarios La Opinión, Sur, Tiempo Argentino y Página/12, así como en las revistas Babel y Fin de Siglo. Su último libro es Oración (2018).

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"Entrar en Revolución era hacer voto de oscuridad, de pobreza y de obediencia, no de castidad”, escribe Régis Debray en Alabados sean nuestros señores, magnífica abjuración de su experiencia cubana. Por eso Walsh escribió, sin más, en uno de sus papeles personales —es decir, sin subordinadas de autoironía ni correcciones ideológicas—, que no hay putas como las de La Habana porque son suaves, calladas, comprensivas. Un tabú enorme separa a las putas de las hijas, y esa declaración y esa confesión no hacen juego con la carta que le escribirá, dos años más tarde, a su hija mayor para explicarle cómo ser mujer en un país subdesarrollado, carta que razonablemente —¿cómo exigírselo?— no daba instrucciones sobre deseos que no podrían sublimarse investigando en un laboratorio o haciendo una película. Pero en una anotación de 1961, aunque las palabras “hija” y “puta” no se crucen, la sombra de su fusión parece resumirse en la repetición de otra palabra: “horror”. Allí Walsh cuenta sobre su última noche en La Habana: la revolución, sus artículos flamígeros de la agencia Prensa Latina, le habían arrojado en el bolsillo 50 pesos y entonces acudió al Music Box en busca de una tal Ziomara, uno de esos nombres que suele adoptar la nobleza de los prostíbulos y de los circos.

No la encontró. Pero encontró a una Zoila Estrella, de 16 años. Entonces oyó una historia que dijo conocer: a la niña no le gustaba lo que hacía, no quería volver a vivir con su madre sirvienta. Walsh no tiene la soltura cínica de los turistas sexuales que buscan niños en Oriente y que imaginan, porque los tratan bien, que les embellecen brevemente la vida entre la esclavitud temprana y la enfermedad del hambre; aunque también quiere acostarse con ella, no ser mojigato: la hipocresía es un mal burgués. Pero que no vean, eso sí, a ese hombre al que todos escuchan con respeto salir de putas con una niña -extranjero aprovechador. Imagina que su pelada es reconocible y que se disimula si se saca los anteojos, aunque todas las miradas suelen cruzarse sobre quien sale del bar con una puta; pero hay un hombre llamado Jardines (¿de Babilonia?) que, escribe, lo ha visto hacerlo antes pero no lo ha delatado. “Por favor, no me apriete la cintura. Estoy de siete meses”: la frase fatídica lo sorprende pero no lo escandaliza aún. Es en el cuarto del hotel, cuando, bajo las caricias suaves, tentativas, de la niña, desliza la mano entre sus piernas y lo asalta lo que él llama “asociaciones”, con su ex mujer embarazada (“el chico que se movía y pateaba en el vientre de Elina, que hay detrás” de “esa humedad”, “ese horror”). Lo nombraba “el chico”, como cuando él no sabía que era una mujer, ¿Victoria o Patricia? Entonces su pito se encoge, escribe, y queda a un costado y él se cobra, escribe, los 10 pesos que pagó, con un discursito moral en el que, aunque tiene ganas de volver a intentarlo, recomienda a Zoila Estrella concurrir a la Federación de Mujeres: “... no puedes hacer más esto, te pones en peligro, comprometes al hombre que se acuesta contigo -eso no, dijo con orgullo-, y era un objeto de horror”. La frase es magnífica porque, aunque haya sido un error involuntario, diciendo lo mismo dice a la vez lo contrario. Porque ¿cuál sería el objeto de horror, el acto, la vagina en contacto con el bebé o comprometer al cliente? La moral no consistiría en la de un inocente, que no podría abstenerse de lo que no ha deseado, sino en la de “quien imagina el placer en la maldad de cogerse a una niña embarazada de 16 años, empujar hasta el fondo y sentirse un maldito” y decide no hacerlo. Pero antes hubiera podido, solo que la niña no dice, escribe, las habituales palabras de aliento de las profesionales, no pide la lechita ni grita papi -que sonaría, eso no lo escribe, tremendamente verosímil-, pero al salir dice, en cambio, “usted es un hombre de conciencia” y entonces él, que se ha burlado durante todo el relato de sus propias actitudes de señor, de las que siempre se burla cuando escribe de putas, se lleva ese trofeo porque “conciencia” es la palabra fetiche entre compañeros, para nombrar algo cuya medida hay que alcanzar, ir aumentando, salpicar con ella a otros. Y como si existiera aún ese Dios ante el que se persignó cuando transmitieron por la radio la noticia de la muerte de Vicki, escribe que esa noche ganó en el casino 20 pesos, con lo que recuperó el encuentro en el hotel y le dio la mitad a su esposa de entonces para que se comprara un prendedor. Y en ese final hay también, con esa ironía, la voz de una conciencia.

Un año después y desde unos enigmáticos puntos suspensivos, Walsh recuerda el encuentro en un hotel por horas con una puta cubana, “un gran felino negro” (el placer evocado debilita las metáforas). La describe como una gran máquina de gozar que se mueve rítmicamente y parece estar remando en una balsa, hasta que él siente un placer tan grande que se vacía de un solo golpe “en un largo surtidor de semen”. Entonces, mientras deja sentada la hazaña del “sin salir”, vuelve a acabar casi con dolor, como suele suceder en lo que, en porteño, se llama “dos al hilo”. Hombre de fe, como la mayoría en estos casos, la oye gritar y la ve morder la almohada creyendo en esa escena en la que el espectáculo del goce forma parte de la transacción, sea verdadero o falso. Y esta negra que no será madre, al menos pronto, o él no se lo ha preguntado, le hace reconciliarse con ese lugar que había asociado al horror en su ex esposa Elina y en Zoila Estrella y que, ahora, mientras se mira entrar y salir de él, llama “cavidad tibia y sombría”. Una partenaire así, cuyos pechos dice apretar como perillas de un perfumero, de ser realmente una máquina de goce, debe merecer, puesto que no ejerce exactamente un trabajo, lo que él ofrece, una nada de 5 pesos, la mitad que a Zoila Estrella. Por única vez, al menos en lo que escribe, su cálculo achica el número. Luego vendrán los escrúpulos, la paranoia con que se enteren en la agencia y la culpa que dice sentir a pesar de que eso que vivió, escribe, fue una fundación, porque por primera vez una mujer -es muy delicado para describirloha puesto sus labios en su sexo sin que él se lo pidiera. Luego, de nuevo se burla de él mismo al pensar que ella hace eso con otros hombres y lo piensa con asco, porque “el señor se ha vuelto exigente”.

Como otros intelectuales de su generación, Rodolfo Walsh debe haber debutado también con una puta, descuenta el goce femenino; con el sexo entre unos labios apurados, rechaza esa boca que lo vuelve loco exigiendo descargarse en lo que la naturaleza dispone para la mayoría de los mamíferos, divide sus prácticas eróticas entre las del amor y las del placer pago, pero esa culpa que nombra en estos dos textos personales es ya de clase y no cristiana, ¿o sí? Y en los dos menciona a su mujer, la compañera de entonces, “Pupé”, como si necesitara nombrar, cuando recuerda un placer prohibido, el lugar del orden para un cuerpo comprometido que se lamenta burgués. La diferencia con un Viñas, por ejemplo, es la ironía que estalla en esas metáforas de “perillas de un perfumero” o “lame suavemente como un gatito” e incluso el chorro de semen definido como “un largo surtidor” parece un avatar cómico. Después se pone a discurrir sobre flores y peces: cree haber recogido los últimos azahares, quedan madreselvas pero pocas, los bagres vienen por el río en lugar de las bogas y recae en el cálculo (olvidados los 5 pesos): la inundación bajó de un metro a treinta centímetros, la luna es de 25 watts. Escribe desde el Tigre aunque no lo nombre, las lanchas no han traído a “Pupé”, y de nuevo describe la culpa por haberse venido solo a la isla y antes haber dormido con una tal M, por tener que mentir a esa “Pupé” que, si le faltara -se pone sentimental-, sería como si le faltara la pared a una casa. Desde una isla evoca a La Isla, negra (por sus putas), roja (por la revolución). Walsh es consciente de su doble moral pero no la mima; tal vez, de haber vivido, es difícil imaginarlo homofóbico, su egoísmo es más el de un hombre que tiene una misión que el de un machista, aunque haya nacido en Choele- Choel, que quiere decir “corazón de palo” y, escribió en una breve autobiografía, muchas mujeres se lo hayan reprochado.

Copete: 
Este texto forma parte del libro “Oración. Carta a Vicki y otras elegías políticas”, publicado por Literatura Random House en 2018.
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ensayo / revisionismo feminista / la puta y el revolucionario
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María Moreno
Ilustrador: 
Nicolás Daniluk
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Vera Rosemberg

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(Buenos Aires, 1975). Sus fotografías se mueven entre el mundo del trabajo autoral y su trabajo como fotógrafa y editora en medios gráfi cos. Fue staff permanente del grupo de revistas del diario La Nación. Sus obras han sido exhibidas en el Salón Nacional de Artes Visuales, Premio Petrobras, Festival de La Luz, entre otros.

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¿tan fácil es ser mala?

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Antes de entrevistarla había imaginado un posible comienzo de nota: “No es solo una cara bonita, es también una petisa maldita”. Malísimo. Pero, además, el personaje es más complejo. Hay una especie de melancólica disconformidad en su ir al choque. Como que no se la cree. Se me ocurre, no sé por qué, que de haber vivido en el siglo veinte Malena cantaría tangos.

Empezamos a grabar y Pichot hace malabares para que el mozo colombiano la atienda. Está con hambre, no la pescan, pone caras. Desde la caja, la dueña del bar percibe el brete y acude presurosa en auxilio de su reputada clienta.

El otro “hallazgo” que yo había preparado como disparador para el reportaje también resulta un fracaso. Y es que Pichot se resiste a pensar que su carrera como comediante está cumpliendo una década. Cuando le pregunto si es consciente del aniversario redondo pone cara de pánico: “¿diez años de qué?”. Le explico que, según YouTube, el primer video de La loca de mierda fue subido a Internet el sábado 30 de agosto de 2008. “¿No lo tenés registrado?”, pregunto. “No, obvio que no. Sí sé que la primera vez que hice stand up real, con público y en un teatro, fue el día que murió Fernando Peña”. Eso sucedió en junio de 2009. Mejor cambiar de tema.

 

¿Te pensás como una voz que expresa a una generación?

−Yo simplemente pienso que sé hablar inglés, entonces veía muchas cosas yanquis; ellos en el entretenimiento son grosos y hacen humor con el feminismo hace mucho tiempo. Creo que tuve esa suerte. No me siento una gran visionaria.

¿Pero vos eras feminista ya en tus comienzos o deviniste feminista?

−Creo que siempre fui feminista sin saber que era esa la palabra. Lo que sí tenía era una gran militancia de la amistad entre mujeres. Era la que más trabajaba que “somos un equipo chicas, ¡vamos!”. Nos íbamos de viaje a todos lados, teníamos un tatuaje en común. Y siempre estuve fascinada con la doble moral del mundo, porque el grupo de chicas no era como el grupo de chicos... viste.

¿El stand up que te gustaba era hecho por mujeres?

−No, mis ídolos eran todos chabones. Pero lo que consumía y leía sí tenía esas observaciones de género, eran parodias y críticas a los clichés y estereotipos. Obviamente, me doy cuenta de que hay una nueva ola feminista, que las chicas de 16 dicen hoy cosas que yo a esa edad no decía, y tuve la suerte de hablar de eso un poquito antes que las demás. Pero no fue tanto desde la militancia, sino que dije “che, nadie en la comedia está hablando de esto, no puedo creer que hay algo que nadie está diciendo”.

Malena ocultó durante mucho tiempo qué humoristas influyeron en sus guiones, porque son todos yanquis. Pero “ahora que las mujeres no nos callamos más”, bromea siempre bromea, revela que Sarah Silverman le gustaba de chica. A Jerry Seinfeld y Woody Allen los escuchaba gracias a que su mamá viajaba a Nueva York y le traía cds. Recitaba de memoria, en inglés, los soliloquios de Seinfeld. Pero ya casi no consume varones heterosexuales (“tienen que ser muy buenos; me queda Dave Chapelle”), ahora prefiere a las minas: María Bamford, Amy Schumer.

En tus shows empieza a escucharse un tema recurrente: la madurez. De repente empezás a hablarle a “las pibas” como una señora.

−Y sí, estoy grande, tengo 36. Es triste. Siempre viví mal envejecer.

¿Y cómo se conjuga eso con tu irreverencia?

−El problema es que yo nunca me sentí irreverente, lo que pasa es que hablo como un chabón pero como soy mina me consideran una maleducada. Yo soy re careta, casi no fumo, no me drogo directamente porque todo me pega mal, escucho tango y jazz, nada que ver con una cosa más punk. Solo contesto mal a veces y eso ya es un escándalo.

Pero tu discurso apunta a cuestionar consensos.

−Soy peleadora. Pero mi problema con la vejez no es que ahora, porque estoy madurando, me tengo que volver sensata. Le tengo miedo a la muerte: miedo a morir.

Para eso te falta mucho, ¿no será miedo a cierto patetismo de seguir jugando a lo contestatario?

−Lo que pasa es que yo no siento que haya roto nada. Además, siempre tuve ídolos que son grandes, viejos que me dan gracia. Lo que es peligroso es dejar de ser graciosa... como Alfredo Casero. Para no volverte patética tenés que dejar de repetir la misma fórmula siempre. Yo hice La loca de mierda dos años, después dije “hasta cuándo, qué vergüenza”.

espejito, espejito, dime quién es más gil

Malena ni siquiera deja de bardear cuando anuncia tempestades. Le pregunto si no teme que la multiplicación de denuncias por acoso habilite una deriva punitivista. Le refiero específicamente la propagación de la ola me too en los colegios secundarios. Me responde muy fraternalmente, casi con despreocupación: “No che, porque estamos en una guerra en este momento. Hay gente que va a perder injustamente y la va a pasar muy mal, para que después se acomode. Esos chaboncitos van a servir como ejemplo para todos los demás, que entonces se van a tener que portar bien para que no les pase lo mismo. Así va a suceder. Lo siento mucho por esos chaboncitos pero a nosotras nos violaron demasiado tiempo así que alguno va a tener que caer. Y yo no creo que tengan que ir presos, creo en los escraches sociales. También creo que registrar a la otra persona no puede ser taaaan difícil. No puede ser tan difícil darte cuenta si la piba quiere coger o no”.

El tono no es de amenaza, sin embargo la advertencia funciona. Ella admite que hay mujeres que pueden mentir (“son humanas”), pero aún así su decisión política es bancarlas. No comparte las denuncias anónimas, no las replica, pero las entiende. Algunos ejemplos que utiliza pueden ser sutiles. “Toda esta movida contra los rockeros, ponele: en un camarín hay cuatro minas regatos que la están pasando rebien, se quieren coger a todos, y hay dos minitas que están ahí confundidas porque cayeron en una volteada que no querían. ¡Eso es refácil de solucionar! ‘Che, mirá estas dos. ¿Qué les pasa? ¿Cuantos años tienen? No da, sacalas de acá’. O sea, no puede ser tan difícil. Como no entienden, los machos van a tener que sufrir un poco el miedo ahora”.

 

Tarde baby, tu última serie, sucede después de un fin del mundo que fue provocado por el feminismo. ¿Eso quiere decir que no hay final feliz?

−Lo que hicimos fue agarrarnos del miedo que tienen nuestros enemigos, los que temen que si triunfa el feminismo se acaba el mundo y si se legaliza el aborto van a ir corriendo todas las minas a abortar. Siempre es muy efectivo mostrarle a los giles un espejo.

El otro día en tu show dijiste que hay que hacer la revolución. ¿Vos pensás que es posible?

−Ah, eso fue un chiste. Para que triunfe el feminismo hay que derribar al capitalismo y eso es imposible. Pero esa idea de la revolución siempre es entretenida. Me acuerdo que la Facultad era una puesta en escena impresionante. Parecía que estaba a la vuelta de la esquina: “mañana sale, ¿eh?”. Lo de la media sanción fue muy emocionante igual.

La loca de mierda era un personaje frágil, después te volviste más dura, casi una patotera.

−En realidad me daba vergüenza lo que me estaba pasando y lo convertí en chiste. Es básicamente lo que hago siempre. Digamos que el humor es una forma de recuperar la dignidad.

En ese sentido, ¿el feminismo no es un poco lo contrario?

−¿Por qué?

Porque parte de una fortaleza y en cierto modo es solemne.

−¿Quién te dijo?

Ja, no me apurés: es lo que percibo.

−Quizás ese sea mi lugar en el feminismo. Tengo un montón de amigas que sufren cuando hay pelea. Son estilos. Señorita Bimbo es más sindicalista y agitadora. Mengolini habla mucho más en serio. Yo no voy a charlas, trato de escaparme de esos lugares solemnes. No me banco hablar tanto tiempo en serio y hago un chiste. Nos complementamos. Hay muchas de nosotras cumpliendo distintos roles. En realidad yo soy muy sensible, pero me gusta pelear. Y hay algo que es cierto: cuando te hacés feminista podés serlo en silencio, en tu vida, y está bien; pero si empezás a expresarlo te vas a pelear todo el tiempo, no se puede evitar. A mí me gusta molestar a los giles. Ahora está más aceptado, hace muy pocos años era otro tema, nosotros poníamos en la gacetilla “stand up feminista” y era piantavotos, te insultaban. Y lo tuvimos que sacar porque todas empezaron a ponerlo para vender entradas. Ahora no molesta tanto decir que sos feminista.

levántate y habla

La crisis del 2001 la encontró cursando el CBC para entrar a la carrera de Letras en la facultad de Filosofía. Pero aquel punto de inflexión para la sociedad argentina no fue una marca especial en su biografía. Malena venía de un colegio privado y de una familia sin apremios económicos. “En mi adolescencia no pensé en política nunca jamás, era muy despolitizada, típica chica progre de los noventa”. Tampoco se sintió kirchnerista porque le molestaba que Cristina fuera católica y estuviera en contra del aborto. “Hablaba muy mal de las feministas y eso me alejaba por completo”. Sí se sintió conmovida por las políticas de derechos humanos. Por entonces vivía muy cerca de la ESMA. Cuando salía a correr pasaba siempre por ahí y los milicos a veces le decían cosas. “Yo no puedo creer que esto exista todavía”, pensaba.

 

¿Vos tenés laburo estable?

−Sí, en la radio (Futurock) y en el teatro (Santos 4040).

Me refería a si tenés algo más formal, un contrato o algo así.

−Ah, no. Una vez laburé en relación de dependencia en una editorial. Yo corregía textos. Éramos tres que trabajábamos en una oficina.

¿Y no te interesa tener un laburo más estable?

−¿A quién le interesa? Igual siento que tengo un laburo estable, voy todos los días a la radio y todos los sábados al teatro. El laburo en la radio es muy divertido y peligroso también, porque somos todos amigos y nos queremos mucho, pero tiene que ser gente buena de verdad sino empiezan las luchas de poder, los egos, los quilombos. No somos hombres y mujeres de radio, no somos Larrea ni Larreta ja, pero está bueno decir lo nuestro y hacernos los rebeldes. Obviamente ganamos muy poca plata, lo cual no me importa porque claramente hay un compromiso de hacer algo distinto.

¿Cómo vivís el pasaje de youtuber quejosa a persona famosa e influyente?

−Es un tema. Cuando yo hice La loca de mierda no existían los youtuber y tampoco existía el concepto de viral. Diez años de internet son como cien para la historia. Pero fue algo gradual, no siento que haya habido “un momento”. El año pasado fui al programa de Rial a hablar de Cordera, quizás eso fue una bisagra. Pero ya había estado con Feinmann. Igual, no me cambió en nada, porque no tengo grandes sponsors, ni marcas dándome dinero.

¿Y eso por qué? ¿No te han ofrecido?

−No, hace diez años hago teatro y nunca hubo una sola marca. Ahora la producción la hacemos nosotras mismas, pero antes tenía un productor y él tampoco podía conseguir auspicios. A mí me encanta igual que las marcas no me quieran. No las busco tampoco, pero no me ofrecen.

¿Por qué no las buscás?

−Porque no me sirve, no me conviene arruinarme por cien mil pesos, se arruina lo que digo si salgo a vender como una promotora. Tengo canje con pymes de chicas, esa es mi política. No porque me crea contestataria, es muy poco lo que hago para creérmela. ¿De verdad es tan corto el límite? ¿Tan fácil es ser punk? ¿En serio? Me parece que no es que yo sea brava, es que soy mujer. Y cuando sos mujer hacés medio tono para allá y ya sos bravísima. Si yo fuera brava de verdad no tendría tanta visibilidad.

¿Qué quiere decir brava de verdad?

−¡Brava de verdad! Una que prende fuego el tacho de basura, que te caga a piñas, hay un montón de feministas que son así: rapadas, la cara tatuada, ¡¡¡eh!!! Yo soy bastante acorde al sistema.

Supongo que como intervenís en el plano del lenguaje, tocás algunos puntos simbólicos sensibles.

−Pero porque los hombres y las mujeres en los medios son tan caretas que es muy fácil quedar como que sos brava. Lo único que tenés que decir es “cada tanto fumo porro” o “che, me chupa un huevo Darín”... es muy poco. Lo que escandaliza es que soy mina.

Mina, de clase media, con cierto manejo del discurso.

−Sí, pero te vuelvo a decir que los medios son muy cortos. Solo tenés que animarte a denunciar a los chabones violadores; ese es el gran tabú ahora, antes era el aborto. Pero yo no tengo una estrategia. Sí tengo cosas muy claras de lo que no quiero hacer, no quiero decir, no quiero mostrar. Cosas que no me convienen, como por ejemplo pelearme con Moria, o entrar en esas peleas onda de vedettes, o actuar en una serie de Polka, ese tipo de cuestiones. En realidad no diría “no me conviene”, sino “eso no queda bien”.

¿Vos decís que todo se da como se da, y no es que te construís un personaje?

−No, supongo que sí, no me hago la inocente. Digamos que no era mi objetivo ser famosa, pero después lo fui sosteniendo. Nadie es famoso aunque no quiera serlo, lo más fácil del mundo es no ser famoso. La persona que se hace la que sufre su fama es un careta. Es mentira. Es refácil dejar de ser famosos. Dejá de aparecer: ¡quedate quieto! La pregunta es a qué precio, hasta dónde, cuánto más querés. O sea, qué querés. Pero lo que más me molesta son esos personajes que le sonríen a todo el mundo y aman a todos y le chupan el culo a todos. No pueden ser todos geniales, tenés que elegir quién está en tu equipo. En mi mente juego a la mafia.

Hay algo elitista en tu tono también, ¿no?

−Bueno, el ideal del stand up es que inspire reflexiones. Lo que pasa es que en la Argentina los que hacen stand up son brutos. No se trata de pensar sobre las injusticias del mundo, pero al menos que te haga usar el cerebro, que te invite a un esfuerzo mental.

Digamos que no te interesa mucho convencer a la gente.

−Ah no, obvio, eso seguro. Encima ahora que se nos llenó de varones heterosexuales el show, es todo muy confuso...

¿No te gustaría hacer política?

−No, por suerte. No me pega por ahí. En la Facultad estaba lejos del mundo militante. Yo me doy cuenta de que lo que están haciendo está bien, pero no pueden hablar así. No fui nunca a una asamblea, tampoco a las feministas, sí al Encuentro de Mujeres. Me parece superinteresante, me encanta la rosca, no me identifico para nada con la rusticidad antipolítica, pero a mí me gusta estar todo el día haciendo chistes. El Canal de Diputados, por ejemplo, me encanta.

Porque te cagás de risa...

−Y bueno, sí. Pero no existe el consumo irónico, si te aburre no lo ves. Me parece muy romántico.

¿Sos peronista?

−No, aunque ahora mis amigos cantan la marchita todos los días, como si les saliera del alma.

¿A quién votás?

−Casi siempre al kirchnerismo, aunque nunca fui kirchnerista. De todas formas, ahora todo es maravilloso al lado de Macri.

Copete: 
Hace exactamente diez años apareció en YouTube el primer video de “la loca de mierda”. A lo largo de la década, Malena llegó al estrellato gracias a una alquimia explosiva entre los dos lenguajes más disruptivos de la época: el sarcasmo y el feminismo. Pero si hay algo a lo que teme no es al patriarcado, sino a la vejez. Una conversación sin pretensiones con la reina del tuit.
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Mario Santucho
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la píldora del día después

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La economía mainstream se caracteriza por discutir con las decisiones del elenco gobernante desde un marco de supuesta razonabilidad. Puede que se regocije con su derrota inminente o le susurre recetas para amortiguar la paliza, pero es juiciosa y conoce los riesgos de escupir hacia arriba.

Hay, sin embargo, otros paradigmas que señalan que la pelea estuvo mal planteada. Que en lugar de aplicar las reglas del boxeo se pudieron haber utilizado las artes del jiujitsu. ¿Subirán estos luchadores al ring en algún momento? Parece difícil. Incluso durante el desastre cambiemita la llamada “izquierda” aparece ante el público apenas como una enfermera dispuesta a la sanación a cielo abierto de los heridos y la repetición de consignas que poco se amoldan al humor de un país donde todos quieren todo sin ceder nada y donde los dólares no aparecen. ¿Qué harían si les entregasen la papa caliente?

 

socialismo o greciazuela

Pablo Anino es economista. Trabaja en el Ministerio de Producción y milita en el PTS (Partido de los Trabajadores Socialistas), dentro del Frente de Izquierda. Mientras tomamos un café propone la nacionalización de la banca, la nacionalización del comercio exterior y, en el corazón de todo esto, el desconocimiento de los acuerdos con el FMI. Señala que entre capital e intereses la Argentina paga 65.000 millones de dólares por año, y que ese dinero podría ser invertido en un shock salarial que, combinado con mejoras en la salud y la educación, elevaría el nivel de vida.

¿No habría un caos social si gana la izquierda y dice “no vamos a pagar la deuda y vamos a nacionalizar la banca”? ¿No habría más fuga de capitales, sanciones de la OMC, dificultades para el acceso a insumos? ¿Y la sociedad no teme esa “Venezuelización”?

-Puede haber bloqueos, sanciones económicas como le hacen a Irán, nosotros no desconocemos eso. Pero los pagos de intereses de deuda se llevan el 14% del presupuesto. Rodríguez Saá decretó el no pago de la deuda, Ecuador declaró el no pago de la deuda para investigarla. ¿Por qué no probamos? Nuestra idea no es provocar el caos económico. Creemos que el caos económico ya existe con las políticas del gobierno.

¿Y cuál sería el ejemplo a seguir?

-No tenemos en la historia reciente ningún ejemplo al cual remitirnos, y esa es una de las dificultades. Se bajó el umbral de lo posible. Cada vez vivimos peor. El macrismo llega con el apoyo de la clase media y gobierna en contra de ella.

Claudio Katz es economista y doctor en Geografía, profesor de la UBA e integrante del Colectivo Economistas de Izquierda. Al igual que Anino, Katz señala que no hay salida posible si se ratifica el acuerdo con el FMI, y habla de un 2001 en cámara lenta. “Si la Argentina estuviese atravesando bienestar y crecimiento como Suecia, no estaríamos discutiendo a la izquierda. La pregunta no es qué pasaría si gana la izquierda, sino cómo llegamos a que esto suceda”

Esta inversión del razonamiento es característico de los planteos de izquierda: cuando se le dice “ustedes nos llevarían al caos” la izquierda responde: “¡el caos ya está sucediendo, y va a ser cada vez peor!” Lo cierto es que la izquierda trotskista imagina un país que se apropie de la renta extraordinaria producida por el campo argentino y que nacionalice las grandes unidades productivas junto con el comercio exterior. La fuente de divisas que tanto se busca está ahí, frente a nuestras narices. “En el último censo económico había 4000 grandes terratenientes. La industrialización de esa producción agropecuaria está también concentrada. Hoy tenemos un monopolio privado del comercio exterior. La AFIP es un extranjero que tiene que pedir permiso, por ejemplo, en el puerto de Rosario. Nosotros planteamos la nacionalización de los puertos”, señala Anino.

El modelo que propone esta zona de la izquierda es austero y con un Estado controlador. Aumento de salarios, aumento de las obras públicas, formas más sofisticadas de control de precios, control del tipo de cambio, control de los patrimonios. Katz sostiene que la nacionalización de la banca no es necesaria, pero sí una férrea intervención estatal en el área para evitar el eterno retorno de la fuga, principalmente en empresas que no reinvierten utilidades. En paralelo y por lo bajo, Marcos Peña, el jefe de gabinete de Macri, murmulla un posible control al dólar turista.

Ambos coinciden en que la automatización total de la economía está todavía muy lejana, y no contemplan formas de subjetivación ajenas a la relación salarial. Reconocen sin embargo que los avances tecnológicos eliminan puestos de trabajos que jamás se sustituyen. Su forma de abordar el problema, sin embargo, se vincula al reparto de las horas de trabajo. “Si la tecnología hace que todos tengamos que trabajar un minuto y medio, trabajaremos un minuto y medio”, afirma Katz.

En esto coinciden con gran parte del sindicalismo argentino. Claudio Lozano, el histórico economista de la CTA, motor del Frente Nacional contra la Pobreza (FreNaPo) a fines de los 90 y crítico del kirchnerismo desde sus albores, dice que “lo que hace la tecnología es reducir la necesidad de trabajo por unidad de producto y exigir más formación para la vida laboral, pero no hace que se extinga el trabajo”. Por eso propone un “salario de empleo y formación” que “ponga arriba de la línea de pobreza a todos y a partir de ahí se replanteen las relaciones laborales”. Algo distinto a la renta básica con la que simpatizan e-magnates como Elon Musk (Tesla) o Mark Zuckerberg (Facebook). “Hoy en Argentina casi el 30% de la fuerza laboral, 5 millones de personas, trabajan 60 horas a la semana. Si esas personas trabajaran la jornada normal no tendríamos desempleo”, agrega.

 

iphone y subjetividad

En un mundo emocional pero que no admite la tragedia, la izquierda melodramatiza su discurso a la hora de invocar al caos pero lo racionaliza al extremo a la hora de justificar unas propuestas que, desde el sentido común, suenan abstractas. ¿Quiere jugar en primera o solo pelea por el trofeo moral? Parte del diagnóstico de la fragmentación de la clase obrera pero sin embargo confía en el poder mítico de la arenga política para volver a construir un colectivo “obrero” enfrentado al capital.

Le preguntamos a Katz cuánto saldría un iPhone bajo un plan económico de izquierda.

-La apuesta es manejar con racionalidad los recursos tecnológicos. Yo no se cuánto saldría un iPhone, pero sí sé que no te podrías comprar un iPhone todos los meses. Porque querer un iPhone es muy bueno, pero querer tener un modelo nuevo todos los meses no. Eso fomenta el negocio de la deuda, un negocio financiero. La izquierda viene a proponer una administración racional de la tecnología y de la riqueza. Y si querés comprarte un iPhone todos los meses, no te lo permitiríamos.

¿Habría entonces una restricción fuerte al consumo?

-Habría un reordenamiento. Se restringiría la importación de los bienes de consumo suntuario. No habría chocolate suizo en los supermercados.

¿Pero los sectores populares no están subjetivados en ese tipo de consumo?

-Los sectores populares van a acceder a una constante de consumos básicos y estructurales que no tenían antes, entonces su aspiracionalidad ya no se va a concentrar en una zapatilla o en un teléfono. Es natural que ahora, en medio de la pauperización, se busque subjetividad en eso. El desafío es generar nuevos patrones culturales. Esto no se hace con leyes ni con policía, se hace con ideas. El problema es que los patrones culturales que circulan son construidos por los medios, cuyo único interés es generar un deseo por las cosas que las empresas ofrecen. Sin embargo el feminismo, por ejemplo, demuestra que puede haber una cultura más austera y más alternativas.

Enrique Martínez es ingeniero químico de formación y cuenta con orgullo que desde 1969, intermitentemente, trabajó como funcionario público por más de 30 años. Fue secretario de la Pequeña y Mediana Empresa con Alfonsín y con la Alianza, diputado por el Frepaso y presidente del INTI con el kirchnerismo, hasta que se peleó con Débora Giorgi en 2011. Ahora coordina el Instituto por la Producción Popular (IPP) y organiza talleres con el Movimiento Evita. A la pregunta del iPhone, responde que “a la clase media habrá que decirle que por tres o cuatro años va a ser carísimo, pero que a cambio de eso tendría alternativas de inversión en pesos al equivalente de dólares con un 7% de interés anual y participación en las ganancias de las empresas”. Dice que “hay que asociar el palo a la zanahoria. Ser duro y a la vez transparente”.

¿Proponés un kirchnerismo radicalizado?

-Para nada. La gestión de (Guillermo) Moreno mezcló todo y la importación de un Porsche o una licuadora era tratada igual que la de medicamentos. Se obligaba a cada empresa a mostrar un balance neutro de divisas sin fijarse en qué importaba o qué exportaba. Habría que obligar a las empresas radicadas en Argentina a que su balance de divisas dé como mínimo cero, incluyendo remesas, pero que la asignación de divisas la controle el Estado. Es lo que hicieron durante muchos años muchos países, incluso nosotros. A fines de los 60, en Argentina, el trámite para importar un medicamento o un huevo genéticamente modificado llevaba un solo día. Pero para importar una máquina que se producía acá lo podían tener a uno seis meses.

¿No cambió demasiado la lógica productiva desde ese momento?

-Sí, pero yo no hablo de frenar ningún avance técnico. No creo en la lógica del Falcon, que se produjo durante 20 años. Los bienes de consumo importados tendrían que tener un impuesto que los haga prohibitivos. Alguna concesión lógica al consumismo que todos tenemos dentro habría que hacer. La clave no está ahí, sino meter la internet de las cosas en la construcción de casas, por ejemplo. Importar insumos y bienes de capital. La mayor parte de un auto eléctrico se puede producir en la Argentina. Y por otro lado no podemos decir que hay democracia económica si Coto puede vender acelga congelada belga y un productor de acelga del Gran La Plata no puede vender en Coto.

kaos y control

No solo de promesas de control vive la izquierda. También hay una voluntad de movilización permanente de la sociedad. Una suerte de democracia radical, donde la tecnología sí es vislumbrada como aliada. Si cierta antropología criolla considera que el hombre desea ir de casa al trabajo y del trabajo a casa, lo cierto es que el debate y la movilización permanente, en cierta forma, también ya están pasando en el ecosistema digital y en un sistema de medios totalmente ordenado por los intereses políticos, sin fachada neutral.

Las cuestiones de la sustentabilidad y del límite a los transgénicos y el extractivismo abren un debate al interior de estos economistas contrarios al capital. ¿Desarrollar las fuerzas productivas al máximo dada la condición periférica del capitalismo argentino u orientarse en el frente interno a formas de producción folk, orgánicas y ecológicas? Katz parece más inclinado hacia lo primero, Anino a lo segundo. Ambos sí coinciden en un cuidado entre algodones para toda la economía pyme y los pequeños productores, lejos del fantasma de la colectivización forzosa. Y en la necesidad de un Estado fuerte pero no burocratizado, donde la casta política no cobre más que un maestro.

¿La Unión Soviética falló porque no tenía buen software?

-Puede ser que ese haya sido un motivo. Eso y la burocratización, dice Anino.

Lozano anticipa una ardua tarea de reconstrucción del poder del Estado sobre la economía. “Lo primero es blanquear el default al que han llevado a la Argentina. Suspender los pagos, iniciar una auditoría, dar de baja la deuda contraída durante la dictadura, como la mitad de la deuda con el Club de París, y que se fije a las empresas una contribución fiscal para compensar la porción de la deuda que estatizaron. Todo bajo un principio: las deudas se pagan y las estafas no”. Después de eso, propone “recomponer la caja del Estado, restableciendo las alícuotas de contribución de Ganancias y Bienes Personales y la tributación de los complejos minero y agrario, y desgravando el consumo y los ingresos de los sectores de ingresos medios y bajos”.

Martínez, para su programa de democracia productiva, no cree que haga falta estatizar toda la banca. “Hay que hacer bancos estatales pequeños enfocados en la producción. Hubo bancos italianos que cobraban en queso y el banco industrial en la Argentina cobró en su momento en minerales, que después se las arreglaba para vender”, evoca. “ No creo en la vuelta de las empresas estatales sino en las comunitarias. El comercio minorista y el mercado deberían funcionar igual. Lo estatal se burocratiza muy rápido y el modelo de conducta de los burócratas estatales suele asemejarse al de los capitalistas ladrones. Terminan asumiendo lo público como propio, como José López”.

 

distribuir versus crecer

Cuando la Argentina para una República de Iguales (ARI) aparecía en el horizonte político como una posibilidad de renovación progresista, antes de que Elisa Carrió recomendase a las propinas como eje de la política económica, en los lejanos principios del siglo XXI, Rubén Lo Vuolo era algo así como su economista estrella. Hoy, alejado de la mesiánica diputada, es director académico del CIEPP (Centro Intedisciplinario para el Estudio de las Políticas Públicas). Allí investiga sobre cuestiones macroeconómicas vinculadas a las tensiones entre distribución y crecimiento. Se lo vindica como el padre de lo que luego, con importantes transformaciones, el kirchnerismo consiguió establecer como la AUH (Asignación Universal por Hijo). Lo Vuolo considera que dejar de pagar la deuda externa es inviable y en cierta forma revindica el manejo que Néstor Kirchner hizo del asunto, cuando utilizó reservas para desligarse del FMI.

¿En un gobierno alternativo, qué margen real de maniobra hay para un proyecto soberano en un contexto de globalización financiera de la economía?

-Los márgenes son muy pocos. La Argentina ya demostró que no podés tener un tipo de cambio fijo ni un tipo de cambio totalmente libre. Tenés que tener un tipo de cambio controlado, una flotación sucia. Pero para poder manejar eso necesitás hacer otras cosas. Por ejemplo, superávit fiscal para no quemar divisas por parte del Tesoro. Diversificar las exportaciones y regular, no a través de un control de cambio que te trae un mercado paralelo, sino a través de otros mecanismos como reembolsos e impuestos sobre ciertas exportaciones. Tenés que tener metas de valor monetario de la demanda, que no es metas de inflación sino de consumo e inversión. El objetivo keynesiano de llevar a la economía a niveles de pleno empleo es un disparate. La política monetaria y la fiscal se tienen que manejar en conjunto. Si tuvieras un buen impuesto a la riqueza podés frenar el consumo aumentando los impuestos sobre los sectores de más alta riqueza. Y no pegándole al salario. Hay que ser imaginativo y adaptarse a la realidad argentina, y no trabajar sobre manuales ortodoxos o supuestamente heterodoxos que están desconociendo lo que pasa en el país.

El economista se esfuerza por diferenciar desarrollo de crecimiento económico. Y dice que los gobiernos que buscan un crecimiento de shock en realidad intentan esquivar el espinoso problema de la puja distributiva: que ganen mucho los de arriba y un poco los de abajo. Eso fue el kirchnerismo. En su plan de mesura y alta intervención estatal se deberían mantener tasas moderadas pero sostenidas de crecimiento económico que permitan ir controlando y balanceando desajustes en el sector externo, en el sector fiscal y en la recaudación. “La clave de una economía alternativa es el crecimiento armónico”, dice.

“Los que terminan definiendo la dinámica de ese conflicto distributivo son los sectores que tienen más poder, los que están mejor posicionados tanto del lado del capital como del lado del trabajo. Por eso creo que medidas como el Ingreso Ciudadano, que básicamente es distribución de aumentos de productividad por vía fiscal, son muy útiles. Porque descomprimís para sectores de bajos ingresos y para los informales, y además generás un sistema de estabilización de demanda que te permite sostener los consumos de los sectores más vulnerables”.

¿El Ingreso ciudadano depende de una reforma fiscal o de un shock de productividad?

-Yo soy contrario a los shocks. Todo el mundo pretende refundar el país. No entiende que lo que prima es la inercia. Avanzamos uno y retrocedemos dos. Cada vez queda más claro que el mercado de trabajo no es el escenario donde se va a mejorar la distribución, sino un espacio de descalificación y expulsión de empleo. Hay que pensar una economía hacia el futuro y un sistema de protección social que no se asiente en el mercado de empleo. En la Argentina tenemos dos fuerzas políticas que están disputando con ideas económicas inconsistentes que creen que se puede volver a la década del sesenta o del noventa, cuando el panorama es otro.

Tu propuesta suena utópica.

-Es que el Ingreso Ciudadano no se puede establecer de la noche a la mañana, lo que se puede establecer es una política gradual. Nuestro sistema de protección social empezó como un sistema de protección a grupos débiles. Se puede empezar con un ingreso ciudadano a los jóvenes en edad más conflictiva en términos de inserción laboral, a las mujeres y al cuidado doméstico, y eso se puede ir mejorando y corrigiendo. Pero esto tiene que ir funcionando como un crédito fiscal. Así se evitaría el cuestionamiento tan frecuente de porqué le vas a dar un ingreso a los ricos. Distribuyo ingreso a todo el mundo para garantizar que los que lo necesitan lo tienen y para ahorrarme los procesos costosos y absolutamente ineficaces de selección de beneficiarios, test de recursos, con todas las distorsiones que generan en el mercado laboral. Y después recobro lo que le di a las personas que no lo necesitan vía impuestos a los ingresos. El Ingreso Ciudadano es un proyecto de reforma fiscal completa, de otra manera no se comprende la cuestión.

Le preguntamos si no cree que el kirchnerismo intentó ir en una dirección similar a la que propone, y su respuesta son risas. Dice que el sistema kirchnerista de protección social es ineficaz y fue diseñado para fortalecer lógicas de acumulación clientelar. Que durante los gobiernos del matrimonio Kirchner la educación privada y la salud privada crecieron exponencialmente, y que la cantidad de recursos que se otorgaron a las obras sociales marcan una fuertísima irracionalidad.

Lozano parece apuntar en una dirección similar.

“Los límites del kirchnerismo aparecieron pronto. El desendeudamiento lo hizo rifar 10.000 millones con el FMI, pagó 60.000 millones de deuda y los regaló de manera innecesaria, mantuvo la fuga de capitales a pleno hasta el momento en que se le vino encima. El kirchnerismo nunca planteó modificar la estructura productiva. Creyó que inyectar demanda era suficiente para que el capitalismo en serio funcionara, y eso es lo que no anda en la Argentina”.

Copete: 
¿Impuestos progresivos o nacionalización de la banca? ¿Control al consumo o Ingreso Ciudadano? ¿Economía planificada o rizoma de ferias populares? ¿Productividad o economía del cuidado? Conversamos con economistas de izquierda como Pablo Anino y Claudio Katz, con un distribucionista rara avis como Rubén Lo Vuolo, con Claudio Lozano y Quique Martínez. Antes del fin, quizás haya llegado el momento de escucharlos.
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y ahora qué / decrecer duele / la hoz y el iphone
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Alejandro Bercovich
Hernán Vanoli
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Júlia Barata

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(1981). Nació en Portugal. Arquitecta y dibujante, publicó Gravidez. Participó en Historieta LGBTI, El Volcán y Zona de desconforto. Ilustró afiches, revistas y libros. Publicó fanzines individuales y colectivos en Portugal, España, Mozambique y Buenos Aires. www.instagram.com/julia_barata

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Colaboradores

Arqueología de las disidentes

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I. El libro de Andrea Giunta propone un recorrido por obras del campo de las artes visuales que, entre los años sesenta y ochenta, configuraron una comprensión distinta del cuerpo femenino, en disidencia con los lugares socialmente normalizados. La perspectiva crítica sobre la representación menor de la mujer en el campo del arte, señalamiento que se demuestra y fundamenta con cifras y argumentos muchas veces utilizados para naturalizar dicha marginalidad, enmarca la construcción de un repertorio por parte de la autora que incluye las obras de Clemencia Lucena, María Luisa Bemberg, Narcisa Hirsch, la experiencia de los feminismos artísticos en México, Nelbia Romero (Uruguay) y Paz Errázuriz (Chile). La perspectiva de género y el rigor académico, documentado y minucioso de las obras, habilitan el interés tanto desde el feminismo como desde la Historia del Arte.

II. Las hipótesis del libro son polémicas y problemáticas y el acierto es no opacar ni disimular ese estatuto: en principio, la autora sostiene que en el archivo construido con artistas mujeres y en distintas escenas latinoamericanas en las que han participado, se encuentran recurrencias y zonas de contacto, en especial a partir de la fuerte presencia de la dimensión política y las experiencias traumáticas dictatoriales en la región. Sobre dicho archivo Giunta asegura que constituye un “giro iconográfico radical” desde el que se inaugura una representación distinta del cuerpo, especialmente del cuerpo femenino.

El nexo entre la decisión de recortar solo mujeres en el repertorio de obras y la idea de que las mismas reconfiguran las representaciones del cuerpo se plantea en términos de una continuidad entre las exclusiones y violencias hacia la mujer en el sistema patriarcal, y las desautorizaciones y desclasificaciones en el mundo del arte, que operan como violencia simbólica a través de la eliminación o el condicionamiento de los sujetos que la institución clasifica como mujeres. Este vínculo es altamente problemático: ¿se pueden trazar relaciones lineales entre las representaciones de los cuerpos en el arte y el lugar marginal de la mujer en el campo de las artes visuales? Algunas afirmaciones del libro que apuntan a esa vinculación resultan no del todo convincentes, aunque la exposición en ningún momento rehuye a la explicitación de lo conflictiva que es esta perspectiva. En este sentido, es relevante el problema que surge con las mujeres artistas reunidas en el libro, cuyo título promete pensar la díada “feminismo y arte latinoamericano”: el hecho de que la obra sea producto de una artista mujer no significa que sea una obra feminista.

Por lo tanto, Giunta propone cuatro identificaciones del arte realizado por mujeres: el feminista, el “arte femenino”, las mujeres que trabajaron con una iconografía transgresora que incluye la representación de la mujer, y aquellas que se identificaban como “artistas” y no como mujeres, a partir de una intervención con “el lenguaje de sus pares varones”. Las posibles objeciones a esta clasificación y sus implicancias son muchas, dado que suponen una relación demasiado estrecha y una asimilación entre movimientos estéticos, procedimientos y valores artísticos patriarcales. Por otra parte, la tercera y cuarta clasificación dan lugar a un arte que difícilmente pueda etiquetarse dentro del feminismo que titula el libro, y esta discordancia se ve en los capítulos sobre Romero y Errázuriz, cuyas obras estuvieron muy vinculadas con las experiencias dictatoriales y la representación de cuerpos que desafían los esquemas de la normalidad disciplinada, pero no directamente con los problemas y nudos asociados a la mujer o al feminismo.

 

III. Más allá de lo mencionado, el libro no oculta y complejiza dichas cuestiones y tiene la enorme virtud de poner en escena análisis rigurosos y documentados sobre cada obra, que las colocan en su horizonte de producción y de las lógicas de los contextos sociales, históricos y artísticos en que han sido realizadas. A su vez, y especialmente en el capítulo de cierre, “Feminismo en tiempo presente”, inscribe esta publicación en la revitalización de los feminismos en América latina y las diferentes reivindicaciones de grupos activistas, inclusive en el campo específico del arte, contexto que le otorga al libro un interés especial por la actualidad de los debates que convoca y habilita.

 

Siglo XXI

2018

Buenos Aires

296 páginas

Copete: 
Acerca de “Feminismo y arte latinoamericano. Historias de artistas que emanciparon el cuerpo”, de Andrea Giunta.
Número: 
Imágenes: 
Volanta: 
giro iconográfico / revisionismo feminista / cuerpo y política
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Autor: 
Natalí Incaminato
Ilustrador: 
Júlia Barata
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esto recién comienza

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Un puñado de jóvenes cabecillas políticas provenientes de seis países distintos se reunieron en San Telmo con la consigna de maquinar qué hacer para relanzar los procesos de emancipación que hoy parecen atascados. Durante cuatro horas se trenzaron en un intercambio a puertas cerradas sobre la naturaleza de la crisis actual, las líneas estratégicas de la izquierda que viene y la necesidad de recrear la idea misma de organización política para tejer redes internacionalistas de articulación. Para concluir la jornada de trabajo protagonizaron una conversa pública en el Centro Cultural Torquato Tasso. Lo que sigue es la transcripción de aquellas intervenciones.

Gerardo Pisarello, vicealcalde de Barcelona, España, desplegó la hipótesis del municipalismo rebelde.

Constanza Schönhaut, secretaria general del Movimiento Autonomista, uno de los grupos más potentes del Frente Amplio de Chile, contó cuáles son las innovaciones que le permitieron a esta nueva fuerza electoral conquistar el tercer lugar en los últimos comicios presidenciales.

Manuel Canelas, viceministro de Planificación y Coordinación de Bolivia, explicó por qué el más exitoso de los gobiernos progresistas de la región está sumido en una aguda crisis política que deben resolver con audacia.

María José Pizarro, flamante diputada nacional por Colombia Humana, hija del comandante guerrillero que dejó las armas para ser candidato a presidente por el M19 y fue asesinado en plena campaña allá por el año 1990, disertó sobre la paz como núcleo central de cualquier estrategia política en el presente.

Álvaro Campana, secretario general del partido Nuevo Perú, fundado recientemente por la candidata a presidente del progresismo peruano Veronika Mendoza, hizo hincapié en la necesidad de ampliar los sistemas de referencia simbólico de la izquierda latinoamericana.

Felipe Altenfelder, uno de los referentes de la organización Fora do Eixo y de la maquinaria comunicacional MídiaNINJA, contó cómo piensan derrotar al golpe en Brasil y qué tipo de narrativas se proponen desplegar una vez conquistada la normalización democrática.

Dos participantes representaron a la Argentina en el encuentro de elaboración política: Marta Dillon, integrante del colectivo Ni una menos, para quien la nueva izquierda será feminista o no seré; y Axel Kicillof, ex ministro de Economía y uno de los dirigentes del kirchnerismo más vigentes hoy en día.

Marta Dillon: Buenas noches a todes. La idea es compartir algunos de los desafíos y las estrategias que las diferentes expresiones políticas que están aquí presentes vienen desplegando, con la idea de imaginar un nuevo internacionalismo. La primera pregunta es para Gerardo Pisarello. Le voy a pedir que nos cuente cuáles serían las líneas estratégicas fundamentales para enfrentar este clima de neoliberalismo que parece monolítico, cómo ponerlo en jaque para abrir otras posibilidades, otros discursos posibles.

Gerardo Pisarello: Buenas tardes. Yo vengo de Barcelona, soy un tucumano que está en la vicealcaldía de la ciudad. Vengo a traerles un abrazo muy fuerte de las ciudades rebeldes del sur de Europa, no solamente de Barcelona, sino de Madrid, de Cádiz, de Valencia, de Coruña, de Pamplona, de Santiago. Me atrevería a decir también de Nápoles, de Grenoble; de todas las ciudades que protagonizaron estos últimos años una especie de primavera municipalista contra las políticas neoliberales y contra la crisis de la democracia tradicional. Y que están produciendo cambios impresionantes en algunas de estas ciudades, a pesar de que surgimos después del estallido del 2008, en un momento, muy duro, en el marco de una de las crisis más graves del capitalismo, solamente comparable a la de los años treinta del siglo pasado.

Nos está tocando gestionar en las ciudades, sin tener vínculos con los grandes poderes financieros, sin tener vínculos con los grandes poderes mediáticos, pero intentando mostrarle a la gente que no tenemos que resignarnos porque, como dice el título de esta reunión, “esto recién comienza”, lo bueno todavía está por venir. No es fácil porque también allá, en el sur de Europa, tenemos medios concentrados que intentan distorsionar las cosas que hacemos, tenemos el sector más conservador del poder judicial que intenta frenar las conquistas que se ganan en la calle o que a veces se consiguen en sede política. Pero, a pesar de eso, tres años y medio después aquí estamos, resistiendo.

No tenemos canas todavía, la tucumanidad aguanta firme en ese aspecto, no nos hemos envilecido, no nos hemos convertido en ellos, no hemos perdido la alegría, no hemos perdido la defensa de las cosas importantes. En nuestra batalla por tener ciudades mejores la alegría tiene que estar de nuestro lado, porque nos enfrentamos a un neoliberalismo zombie, triste, que es el pasado, y lo que estamos peleando es efectivamente el futuro. Nosotros somos una experiencia hija de las movilizaciones de las plataformas de afectadas por la hipoteca, que fue un movimiento que nació precisamente para acompañar a todas las familias que estaban siendo desahuciadas como producto del sobre-endeudamiento hipotecario. Somos hijas e hijos del 15M, de las movilizaciones que surgieron en las plazas contra el ajuste neoliberal. Somos hijas e hijos de todas las experiencias municipalistas de América Latina; no sólo lo que pasó aquí en las instituciones sino también en la calle, el movimiento de reforma urbana de Brasil, el cooperativismo uruguayo, las experiencias en Montevideo, en Puerto Alegre, los presupuestos participativos. Nos sentimos hijos también de Marielle Franco, la concejal asesinada en las favelas de Río de Janeiro, feminista, negra, por defender a la gente más humilde. Somos hijos también de la gente de Ciudad Futura, que está aquí, que son más chicos que nosotros, pero somos hijos e hijas también de ellos que están batallando en Rosario y en otras ciudades para construir municipalismo transformador.

Entonces, lo que hemos mostrado es que, a pesar de este contexto neoliberal, de la desregulación financiera internacional, de una normativa que impone estrechos corsés sobre las posibilidades de cambio, se puede hacer más democracia social. Que cuando uno tiene un presupuesto puede dedicarlo a proteger a los barrios menos privilegiados, o a blindar el agua, la energía y los servicios básicos como bienes comunes. Estamos intentando mostrar que se puede construir democracia económica, porque no es suficiente con construir democracia social. Que se puede plantar cara desde las ciudades a los grandes oligopolios, a las grandes plataformas financieras, por eso estamos dando una batalla contra Uber, contra Airbnb, contra estas plataformas empresariales que no son malas porque sean digitales, son malas porque quieren evadir impuestos, porque no quieren reconocer los derechos de trabajadores y trabajadoras. Y estamos intentando mostrar desde Barcelona que hay alternativas, que hay una forma más cooperativa de organizar la economía, y que es falso que los modelos neoliberales que están imperando hoy puedan solucionar las necesidades básicas de las personas.

Estamos intentando también construir democracia feminista. Yo formo parte del primer gobierno feminista que tuvo la ciudad de Barcelona, la primera alcandesa mujer, de origen modesto, que no pertenece a las familias de toda la vida. Formo parte de un gobierno que está integrado mayoritariamente por mujeres, por concejalas valientes que hoy están denunciadas por los fondos buitres especulativos que flotan como una nube tóxica sobre nuestras ciudades procurando comprar edificios enteros para echar a los vecinos y vecinas de toda la vida. Y ahí están nuestras concejalas en primera línea, denunciadas penalmente por enfrentarse a eso. Ellas con su coraje lo que logran visibilizar es que aquellos grandotes prepotentes no tienen tanto poder como nos quieren hacer creer.

Nosotros somos conscientes que llegar al gobierno no es conquistar el poder, que el poder reside en muchos otros sitios también, pero hemos aprendido que tenemos mucho más poder que el que nos quieren hacer creer. Y que una clave cuando uno llega a las instituciones es colgar un cartelito en la puerta que diga “no nos olvidemos quiénes somos y de dónde venimos”, porque los grandes cambios que hacen falta impulsar para radicalizar la democracia dependen, en buena medida, de que pasen cosas “afuera”.

Durante mucho tiempo pensamos en la irreversibilidad de las conquistas: las cosas que se habían conseguido en el ciclo anterior iban a ser preservadas por las fuerzas opositoras, pues podíamos confiar en una alternancia leal que respetaría algunas conquistas básicas. Pero estamos viendo que eso es mentira, que cuando llega la derecha lo que hace es arrasar con todo, instrumentalizar todos los poderes del Estado para perseguir a la disidencia política, a la disidencia cultural, y se producen retrocesos enormes. Entonces, la enseñanza es que los derechos no caen del cielo, no nacen de los escritorios de los juristas, sino que, como ha ocurrido siempre en la historia, se mantienen en la medida en que la gente se organiza, los conquista y los defiende.

En ese sentido, creo que si hay alguna cosa que nos salva no es estar en las instituciones, porque en las instituciones uno siente mucha soledad, las instituciones nos enferman cuando estamos ahí adentro encerrados, pero cuando se mueven cosas en la calle la institución puede ser palanca de cambio y de transformaciones. Por ejemplo, una ciudad no puede luchar contra la especulación si no hay un movimiento de inquilinos e inquilinas que presione fuerte desde la calle. Y cuando eso se produce es mucho más fácil accionar desde la institución.

Yo soy municipalista por convicción y creo que la democracia del siglo XXI será municipalista o no será. Porque es en el municipalismo, en el ámbito territorial, en la escala local, donde podemos generar otras formas de hacer política, podemos radicalizar la democracia y construir comunidad. No comunidades opresivas, sino espacios de cuidados. Porque el neoliberalismo está generando aislamiento e infelicidad en muchísima gente, y cuando la gente se siente sola y con miedo aparece una necesidad de comunidad. Si nosotros no intentamos construir una comunidad de cuidados, quien va a construir comunidad es la extrema derecha, el neofacismo. Son los que dicen: “Formamos parte de una comunidad de los que tienen pasaporte europeo, que las personas que llegan en una balsa desde el mediterráneo no poseen”. Y no podemos permitir eso, tenemos que organizarnos para ser más fuertes, como decían las antiguas cooperativistas catalanas: “Organizarnos para ser más fuertes, pensar críticamente para ser más libres, y querernos para ser más felices”. Hoy discutíamos si la felicidad tiene que ser un objeto o no de la política, porque en realidad cada uno es feliz a su manera, pero yo creo que la política tiene mucho que decir a la hora de erradicar formas de infelicidad que no deberían existir, no deberían existir nuestros abuelos y abuelas muriéndose solos o solas en las ciudades porque no tienen una comunidad que los acompañe, no puede ser que haya gente infeliz por situaciones de exclusión y precariedad.

En Europa del sur nosotros hemos podido ganar algo de oxígeno, pero somos conscientes de que estamos en la institución no para ganar oxígeno sino para florecer. Y en cada pequeño jardín municipalista que se abre late un rumor de bosque que nos permite ver el horizonte por el que todas y todos peleamos. Está pasando en el sur de Europa, pero es importante que pase en América Latina, que pase en Rosario, que continúe en Montevideo, y sería fantástico que pase en la ciudad de Buenos Aires. Gracias.

Marta Dillon: Buena parte de las discusiones que desarollamos en los últimos años desde los movimientos sociales tienen que ver con el lenguaje y las narrativas emancipadoras. Y en Colombia el proceso de paz es una experiencia muy fuerte. Quería preguntarle a María José Pizarro cuál es la naturaleza y la densidad de la noción de paz que ustedes están construyendo.

María José Pizarro: Muy buenas noches a todos y a todas. Digamos que contestarte la pregunta por la paz sin hablarte de las dimensiones de la guerra en Colombia casi sería un imposible. Nosotros crecimos en años muy difíciles, y florecimos contra todas las adversidades. Tenemos unos saldos que realmente aterrarían a cualquier democracia del mundo: solamente entre 1985 y 2011 las cifras nos hablan de más diez millones de víctimas, miles de masacres, ochenta mil desaparecidos y un mapa trágico que nos ha tocado a todos en la fibra más profunda. Ha golpeado incluso a la gente que ha estado en condiciones de poder, a las familias oligarcas, a todos los sectores sociales, a los sectores populares, a los muchachos en los barrios, a las madres, y todo esto ha obligado a que la sociedad colombiana a pensarse de una manera diferente.

La paz se ha vuelto un elemento fundamental que va más allá de la firma de dos fuerzas que se enfrentaron históricamente. La paz nos convoca a construir una nueva sociedad que parta del encuentro entre las colombianas y los colombianos. Además, cargamos con el título de ser el segundo país más desigual del mundo. En medio de todo eso han ido aflorando expresiones de resiliencia y resistencia profundamente conmovedoras, y son lenguajes que han encontrado el corazón y la vida para expresarse en un país donde la posibilidad de ser diferente y de pensar distinto es aniquilada.

Justo hoy fue asesinado el líder 127 de este año en Tumaco, Nariño. Quiere decir que cada dos días cae un dirigente social en Colombia. Esto nos ha llevado a una profunda reflexión sobre cómo estamos defendiendo la vida en su sentido más amplio y profundo. En Colombia se está asesinando cualquier germen de trasformación, de reivindicación, de resistencia y de supervivencia. Yo estoy convencida de que casi todos los líderes asesinados, a pesar de que no hay información exhaustiva, están entre los 18 y los 40 años, lo que habla de una nueva generación de liderazgos y de la imposibilidad que en Colombia se manifiesten expresiones diferentes. Hubo un recrudecimiento cuando con Petro pasamos a la segunda vuelta y las personas que nos acompañaron en campaña también fueron amenazadas y asesinadas.

En este contexto, nosotros hemos convocado al ser humano, no le estamos hablando a los líderes de los partidos, no estamos hablándole a las maquinarias tradicionales y, aunque sí le hablábamos a los movimientos sociales, convocamos sobre todo a las ciudadanías libres, a los espíritus autónomos, es decir, a aquellas personas que por encima de los partidos se están cuestionando su lugar y su papel en el mundo. Nosotros hemos querido generar un proceso de empatía con nuestro pueblo, y el diálogo directo pasa por generar espacios de irreverencia. Hemos querido ser irreverentes, hemos querido convocar a la alegría, hemos querido convocar a la esperanza, y hablar del amor en medio de la política. Y si le sumas el ambientalismo, que es uno de nuestros pilares programáticos, pues parece un espíritu medio hippie. Ustedes dirán: “¿éstos de qué están hablando?”.

Nosotros hablamos de pensar la vida en el sentido más amplio y plantearnos posibilidades de diálogo distintas en el futuro. Queremos generaciones que puedan crecer desde el amor, que nuestros niños puedan formarse en espacios menos agresivos, donde la vida y su futuro puedan ser defendidos. Y eso implica hablar desde la ternura también. Lo cual, en un país en guerra, es una posición herética. Eso nos obliga a estarnos reinventando constantemente. Y nos habla de la necesidad de renovación generacional, que los proceso no se acaben con nosotros. Si algo nos ha enseñado la tragedia colombiana es a pensar cómo mantenemos preparada a la gente, tener la mirada puesta en quién va a ser el siguiente. Lo nuestro es un levantarse constantemente y levantarse desde los lugares que no han podido asesinar.

Para terminar quiero recordar a las comunidades del Pacífico colombiano, cuando decían: “vamos pueblo, carajo, porque el pueblo no se rinde”. Nosotros no nos rendimos, seguimos estando comprometidos con una Colombia que le hable a América Latina y le hable al mundo desde los lugares que ya no son comunes, que parecerían, pero que hoy no son comunes. Hablamos del amor, hablamos de la esperanza, hablamos de la posibilidad de pensar en una política que no sea miope para que podamos proyectar nuestra visión, nuestra forma de vida, nuestros modelos políticos y económicos, no a cuatro o cinco años, sino a veinte o treinta años. Y abriremos camino para quienes vienen detrás, porque sino abrimos camino para los más jóvenes creo que no hicimos absolutamente nada.

Marta Dillon: Para continuar quería preguntarle a Álvaro Campana, ¿cómo emerge esta fuerza política que viene a proponer una nueva izquierda en un contexto como el peruano, donde aún persisten las rémoras del fujimorismo y la crisis ha provocado una pérdida considerable de la legitimidad de las instituciones?

Álvaro Campana: Muy buenas noches. Es un gusto para mi compartir este espacio de reflexión y de intercambio pensando las nuevas estrategias de la emancipación. Varios de nosotros hemos pasado a lo largo de las últimas décadas por diversos momentos y puntos de inflexión, siempre preguntándonos justamente por este problema que es la esencia de lo político.

La situación peruana es bien particular, aunque seguramente todos tendemos a creer que nuestro país tiene una excepcionalidad. Tuvimos una dictadura militar de corte izquierdista, un conflicto armado cuando ya casi todos los procesos de lucha armada se habían extinguido en el continente. Y mientras en muchos de los países vecinos se instalaban regímenes progresistas o transformadores, nosotros a pesar de haber derrotado al fujimorismo y tener una ciudadanía que reclamaba cambios de fondo, hemos tenido una democracia neoliberal bastante estable a lo largo de los últimos años. Otra de las características del Perú es que es un país muy heterogéneo, y esa diversidad se ha expresado en estos anhelos de cambio. Hoy nos encontramos en una situación bastante crítica pero con grandes oportunidades, creo yo, para refundar el Perú.

Salvando las distancias, nosotros hemos vivido también una guerra interna como Colombia que implicó asesinatos, crímenes, satanización de la izquierda. Hoy nuevamente se abre la disputa por la memoria y tenemos enfrente dos negacionismos: el negacionismo del Estado, que se rehúsa a aceptar que se cometieron crímenes y a reconocer el terrorismo estatal; y por parte de las fuerzas insurgentes, que simplemente apelan a la impunidad, quieren voltear la página y reclaman para todos amnistía. Hay una permanente vocación al miedo, a que el cambio puede representar nuevamente terror, puede volver a poner al país en una situación límite. Y es en medio de todo esto, sin embargo, que a lo largo de estos años de liberalismo el pueblo peruano, además de resistir, a comenzado a plantearse la necesidad del cambio.

Pero tenemos otro problema: como ustedes saben en 2011 triunfa lo que se presentó como un gobierno popular en el Perú, y sufrimos una gran traición. Gana un presidente, Ollanta Humala, que ofrece el cambio y termina gobernando para los de siempre. Y, sin embargo, en las elecciones del 2016, logramos construir una alternativa que apeló a la participación de la gente, de la ciudadanía, a través de las primarias. Decidimos involucrar a las personas de a pie en las decisiones que tomábamos. Decidimos plantearnos la necesidad de la renovación de la política, que pasaba por acercarnos a los problemas concretos y cotidianos de las personas, a sus necesidades más inmediatas, y ver desde ahí cómo podíamos reencantar el hacer de la política. Y en medio de un escenario electoral bastante accidentado, logramos posicionar una alternativa electoral de cambio, y convertirnos en la tercera fuerza política –no logramos por muy poco pasar a la segunda vuelta. A partir de ello se abre una oportunidad para que las izquierdas se reenganchen con los sectores populares, de los cuales se había alejado bastante tiempo.

Pero el punto es que hoy se vuelve a desnudar cómo funciona el poder en el Perú. La persistencia de un tipo de Estado y su articulación con el modelo económico impuesto con la dictadura fujimorista: se desnudan sus mecanismos corruptos; la manera en que ha sido capturado el Estado por esos poderes; en que ha sido capturada la economía por esos poderes; en que han sido capturadas la justicia. Así como hay Lava Jato, en el Perú estamos viviendo el Lava Juez. ¿Qué significa esto? Se ha demostrado a través de unos audios cómo el sistema de justicia estaba siendo cooptado por las mafias vinculadas al narcotráfico y otras economías ilegales, y por sectores políticos que tienen hoy una representación mayoritaria en el parlamento, me refiero al fujimorismo.

Todo esto ha ido generando un coctel de crisis que para nosotros representa una oportunidad. Porque se hace evidente que ese tipo de Estado no da para más. Y ese modelo económico ha generado que los peruanos vivamos en un país muy desigual, con alta concentración de la riqueza, con gran precariedad en la vida. Entonces, hoy estamos desafiados a recuperar nuestra democracia. Y eso tenemos que hacerlo con la gente. Hay varias cosas que tenemos que discutir sobre estrategias y tácticas: si sigue funcionando la invocación a una izquierda militante, si funcionan los frentes de siglas, o si más bien de lo que se trata es de tomar nota de la gran heterogeneidad social y las múltiples demandas para convocar a espacios más amplios, donde la ciudadanía sea convocada a construir, a partir de ellos y en medio de esta crisis, un sujeto político múltiple que pueda abrir un cauce constituyente en el Perú.

En esa discusión estamos ahora. Dada la profundidad de la crisis que estamos viviendo, la salida tiene que ser integral. Creemos que en el Perú hay condiciones para ello. Pero el gran desafío es construir ese sujeto plural, después de tantos años de traiciones, fracasos, de continuismo neoliberal, y con el fantasma del terrorismo todavía sobrevolando entre nosotros, ¿cómo hacemos que la política sea una fuerza de transformación social? Gracias.

Marta Dillon: La próxima pregunta es para Manuel Canelas. ¿Cómo se manifiesta la crisis en un país como Bolivia que es prácticamente el único, con la excepción de Uruguay, que sostiene un gobierno progresista y que ostenta índices macroeconómicos todavía positivos?

Manuel Canelas: Bueno, un saludo a todos. Como decía Marta, el proceso boliviano es una excepción si se tiene en cuenta la aguda crisis económica que domina el contexto. Nosotros somos un buen alumno en temas económicos. Para poner algunos datos: en 2005, cuando el neoliberalismo llegaba a su caso y Evo Morales ganaba las elecciones por primera vez, la inversión pública en el país era de 600 millones de dólares, y ahora, doce años después, es de 7.000 millones de dólares; en 2005, el producto bruto del país no llegaba a los 9.000 millones y ahora alcanza los 37.000, es decir se cuatriplicó en 12 años. El modelo económico se ha mostrado muy exitoso. Pasamos de las advertencias de que Evo iba a quebrar el país, a las felicitaciones cada año del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, del BID, de la CEPAL. Hay un consenso en que la gestión económica ha sido exitosa. Si tú ves los indicadores del Coeficiente Gini, erradicación de la pobreza, estamos a la cabeza junto con Ecuador y Uruguay desde hace varios años.

Pero estamos experimentando una crisis política fuerte, y eso significa que no podemos radicar la explicación solo en lo económico. Esa es una de las primeras advertencias: si queremos seguir pidiéndole a la gente que apoye nuestro proceso tenemos que olvidarnos de la centralidad del voto económico. Aquí, en un sentido contrario, la economía está muy mal gestionada por el macrismo, pero a veces no basta el tema económico para echar a alguien como tampoco basta para validarte eternamente. Si la clave es la cuestión económica, nuestro gobierno debería durar mucho tiempo más. Entonces eso vuelve la pregunta un poco más complicada: no alcanza con tener cubierta la cartera... de manera razonable, porque tampoco quiero ser exitista (justo la CEPAL actualizó hace dos días los datos de crecimiento en la región y Bolivia es el segundo país en crecimiento: 4,3 sólo por detrás de Paraguay).

Pero yo creo que esta última década nosotros como proceso hemos quedado muy encantados con nuestros números económicos, y ahí radica parte de la explicación de por qué tenemos una crisis en la dimensión política. Hemos revalorizado la función del Estado en la economía (y eso puede ser que se haya vuelto irreversible relativamente, aunque a mí no me gusta el término), pero no hemos conseguido esa revalorización de lo público en otras dimensiones de la vida, por ejemplo, en la salud. Para un ciudadano boliviano, a pesar de todo el dinero que se ha puesto en estos diez años, la salud sigue siendo básicamente la misma que la del neoliberalismo del 97. Si tú agarras a un ciudadano de a pie en Bolivia y le preguntas, “si estás enfermo, ¿irías a un hospital público?”, la respuesta inmediata va a ser que si tiene dinero va a ir un hospital privado. Pasa más o menos lo mismo con la educación: el marcador de calidad sigue siendo la educación privada. Entonces, si no trabajas la revalorización de lo público en otras dimensiones de la vida, el marcador de calidad y por tanto la idea aspiracional de ciudadanía la sigue definiendo el privado. Y ahí es cuando nuestra apelación a que la gente siga apoyando el proceso por lo hecho empieza a fracasar.

Porque a mí lo que me parece relevante para entender por qué experimentamos una crisis política en Bolivia es justamente esto: el Estado ha crecido más que nunca, se ha revalorizado, pero también ha crecido la presencia del mercado durante esta última década. Y el Estado promueve ciertas ideas, pero el mercado también promueve otras: la noción de libertad individual; la del emprendedurismo; la idea de que después de diez años no es tanto por un proyecto económico exitoso que tú vives mejor sino por tu esfuerzo individual, por el éxito de tu trabajo. Esas ideas nosotros las hemos dejado sin disputar y ahí es donde está el germen de un proyecto alternativo conservador que te puede ganar unas elecciones, porque has dejado un amplio campo sin pelear.

Claro, nosotros no tenemos ya la alegría que tiene Barcelona porque después de doce años de gestionar el Estado tienes otro tipo de problemas, la inercia te come la gestión pública, no te oxigenas, no calibras bien lo que quiere tu sociedad, no sabes mapear estas nuevas ideas. Por eso creo que nuestra crisis política en buena medida se debe a que estamos lentamente dejando de ser contemporáneos. Generalmente hemos tenido un pie en la estabilidad y un pie en el futuro, pero no te puedes quedar con los dos pies en lo existente porque así solo te queda la defensa de la década ganada: “como lo hicimos tan bien, nos tienen que seguir apoyando”.

A mí me gusta en las conversaciones que tenemos en el gobierno recordar un verso de José Ángel Valente, el poeta español: “lo peor es creer que se tiene razón por haberla tenido”. Uno tiene que estar siempre un paso por delante. Al día de hoy en Bolivia no hay ninguna alternativa política que le ofrezca a los bolivianos una mejor opción para gestionar el país. Se está configurando una especie de refrito alrededor de un candidato que fue presidente de 2003 a 2005, Carlos Mesa, que es una buena persona, un buen tipo, pero fue muy mal presidente. Pero nosotros tenemos el riesgo de no saber calibrar esa nueva demanda. Ahí radica, en mi opinión, nuestro impase político.

¿Qué tenemos que hacer? Es un poco complejo, pero estos encuentros sirven porque a mí me parece que experiencias como la peruana o la chilena son más contemporáneas que nosotros, están un paso por delante, saben entender mejor la demanda del feminismo, la demanda del ambientalismo. Nosotros nos hemos quedado con los problemas de infraestructura y los desafíos de ampliar la cobertura estatal, porque en realidad Bolivia no había enfrentado el proceso de modernización que el resto de los vecinos llevó adelante en los sesenta y setenta. Evo ha cumplimentado un proceso de modernización clásico del país, que te hacía falta porque antes de Morales éramos básicamente una hacienda y la presencia estatal estaba reducida a cuatro o cinco núcleos urbanos. Pero la transformación ha sido tan radical que ahora no basta con que tú llegues con transferencias y bonos, o que llegues con las carreteras, la gente ya te demanda otra cosa, te demanda la calidad del servicio, que la flexibilidad del mercado laboral no joda las aspiraciones de un chico joven que por primera vez puede entrar a la universidad pública. Esas son las cosas que tenemos que saber entender.

Para terminar, yo diría que una cosa que a nosotros nos falta para poder calibrar bien esos desafíos es tener una organización política más adecuada a este tiempo. El declive del neoliberalismo arrastró con los partidos políticos en Bolivia. Igual que en Venezuela sucedió con la democracia de Puntofijo, o en Chile con el consenso de la posdictadura, en Bolivia le llamábamos la “democracia pactada”, una suerte de turnismo entre tres actores que no se diferenciaban en lo sustancial. Eso se vino abajo en el 2005, o más bien en el 2003, y la idea mismo de partido político se vino abajo. En ese contexto emerge la candidatura de Evo alrededor de un abanico de movimientos sociales muy heterogéneos que rechazan la idea de una estructura partidaria, incluso contemporánea, incluso flexible, y prefieren esta argamasa más bien heterogénea.

Yo creo que eso funcionó durante un tiempo, pero ahora ya no. Precisamente por cómo ha cambiado la sociedad, los actores corporativos más relevantes cada vez representan a menos gente. Los hijos de los dirigentes sindicales ya no quieren ser parte de un gremio, ya forman su identidad de manera más individual, más urbana, son trabajadores en el sector servicio, en una hamburguesería en La Paz, entonces su lealtad no se ordena en torno a las viejas ideas y a los viejos sindicatos. El agrupamiento tradicional cada vez le habla a menos gente y por lo tanto cada vez recoge menos insumos de lo que existe. Hace falta un partido, hace falta una organización política que sea capaz de preservar la riqueza de estos movimientos sindicales de corte más clásico, pero que se oxigene y tenga un vínculo con lo urbano. Bolivia no se ha vuelto Francia, no es que todos se sienten sujetos individuales, sigue habiendo una fuerte idea del vínculo sindical o movimentista, pero ya no es exclusivo y empieza a ser minoritario. Muchas gracias.

Marta Dillon: Manuel deja planteada una pregunta que da paso a lo que tiene para compartir Contanza, en relación a un interrogante bastante obvio y a la vez muy difícil de responder: ¿qué sería lo nuevo?, ¿cómo construir una nueva estrategia de articulación que sea disruptiva y al mismo tiempo capaz de disputar el poder?

Constanza Schönhaut: Por no querer ser la primera me tocó la pregunta difícil. Yo vengo de Chile, “un país pequeño” como diría Salvador Allende, que es una sociedad profundamente mercantilizada en todos los ámbitos de la vida. La educación se paga, la salud se paga, cada vez hay una mayor segregación urbana, muchos sectores sociales están excluidos, tenemos un trato muy poco amigable con nuestro medio ambiente y eso termina afectando a las comunidades que viven en zonas de sacrificio. Ese es el escenario actual.

Y en ese escenario lo que fuimos identificando es que la sociedad chilena vive profunda y constantemente con un miedo a perder cualquier cosa. Enfermarse en Chile es una tragedia, porque los millones de pesos que hay que gastar no te los cubre el Estado. Cualquier modificación en la situación normal que uno tenga significa pasar derechamente a la pobreza. Además, venimos de treinta años de una transición democrática que nunca terminó de consolidarse; donde teníamos a la derecha y a la Concertación muy de acuerdo en consolidar el modelo neoliberal en Chile; donde en nombre del socialismo se defendieron políticas como la focalización del gasto, la desigualdad, el enriquecimiento de unos pocos. La pregunta es: ¿cómo le hablamos a esta sociedad completamente desafectada de la política? ¿Y cómo le hablamos a esta sociedad que sabemos quiere cambios pero tiene mucho miedo a lo que eso pueda significar? En ese universo de problemas empieza articularse el Frente Amplio para proponer qué vendría a ser lo nuevo.

Yo creo que lo nuevo es construir un proyecto transformador situado históricamente, pero que no replique los mantras, las fórmulas o las ortodoxias del siglo XX. Se trata de no replicar lo que pasa en procesos paralelos a los nuestros, sino aprender de ellos pero generando nuestra propia síntesis. El programa político que vamos a plantear yo creo que es un error intentar resolverlo mañana. Creo que hoy día los proyectos transformadores que plantean la superación del modelo neoliberal no son del todo radicales o revolucionarios, pero sí son una apertura a cierto cambio material y también subjetivo de la sociedad que queremos construir. Y en ese sentido creo que, si queremos hablar de socialismo hoy, sí o sí tiene que venir en un pack con la democracia y el feminismo. El movimiento feminista nos ha dicho que es imposible pensar la democracia entendiendo la opresión solo como una relación entre élites y pueblos, por lo que hay que poner en primer plano al patriarcado. Y creo que el pack del socialismo viene también con un nuevo internacionalismo, porque efectivamente no es posible cambiar nuestras formas de producción, nuestras formas políticas, sin construir mayorías en nuestras propias naciones, pero también de manera internacional.

La izquierda tiene que apropiarse de la disputa por los Derechos Humanos, ya no sólo en términos de tortura, memoria y todo lo terrible que pasó en las dictaduras de nuestros países, sino también los Derechos Humanos como una visión de futuro. Hoy en día tenemos que entender los Derechos Humanos como la posibilidad de no morir en los abortos clandestinos, de tener acceso al agua potable, a nuestros recursos, a los bienes comunes. Para Chile es muy importante, en materia de Derechos Sociales y también de Derechos Sexuales y Reproductivos, instalar la idea de que la gratuidad en algunas prestaciones no es una cosa tirada de las mechas. Hemos dado una disputa social y política sobre estas problemáticas en los últimos años, y eso nos permite hoy cuestionar los pilares tradicionales del modelo neoliberal chileno.

Nos proponemos la democratización económica, con el eje central de la disputa contra la desigualdad para crecer y vivir mejor. Y tenemos una disputa importante en términos del carácter de la política propiamente tal. La política hoy día es vista, al menos en Chile, como una herramienta de enriquecimiento de unos pocos, y como la burocracia de la actividad estatal, en todo caso como una actividad que hacen ciertos profesionales de la política. Necesitamos recurar la política como una herramienta útil.

Y aquí estoy de acuerdo con la estrategia municipalista, que nos permite experimentar cómo un proyecto de izquierda puede cambiar las condiciones de vida de la gente, no sólo en lo abstracto, no sólo en el discurso, sino concretamente. Disputar al mismo tiempo la política en clave feminista significa revindicar el derecho a dudar, reivindicar el derecho a cuestionarse las certezas que creemos tener como izquierda, rechazar la soberbia y es también abrirnos paso a la democratización de los liderazgos, ya sean femeninos o masculinos. Creo que es también muy importante la autenticidad, el carácter humano y cotidiano de la política, explicitar que la política no es lo que se hace entre cuatro paredes en el Congreso, sino que se hace en la sobremesa de tu casa, conversando con tu vecino, disputando un parque en tu barrio.

Hay una frase que me gusta mucho para entender lo masculinizada que ha estado la política, y por eso poca gente quiere participar de ella. No sé si aquí se usa también la idea de que “para hacer política hay que tener cuero de chancho”. Muy por el contraio, yo creo que hay que reivindicar la idea de la política “con piel de gallina”, una política que nos emociona, que se hace desde la pasión y desde la convicción. El simbolismo de que hay que tener  “bien puestos los pantalones”, o “poner las pistolas arriba de la mesa” cuando hay que negociar algo, son todos elementos patriarcales de la política que tenemos que erradicar y ser capaces de, si queremos efectivamente democratizarla, cuestionar las formas tradicionales que hemos ejercido.

Finalmente, para mi es muy importante situar el proyecto político en el momento histórico en el que se está. El neoliberalismo hoy día no opera solo en términos de la contradicción capital – trabajo, opera a través del patriarcado, opera despojando a las comunidades de sus bienes comunes, opera infantilizando. Por eso tenemos que ser capaces de construir desde todas esas formas de explotación y opresión, buscando los elementos comunes. Y entendiendo que cada una de esas contradicciones constituyen identidades, subjetividades y sujetos sociales distintos. Y en lugar de intentar homogenizarlos a todos, tenemos que ser capaces de construir en esa diversidad. Para la izquierda la diversidad, al menos hasta ahora, siempre fue factor de atomización, de quiebres, de divisiones, y pienso que uno de los desafíos fundamentales de esta nueva izquierda es la capacidad de entender la diversidad como una fortaleza. Muchas gracias.

Marta Dillon: Constanza se preguntaba cómo le hablamos a la sociedad para inaugurar un horizonte nuevo y Fora do Eixo, tanto como Ni Una Menos, no son fuerzas políticas sino movimientos sociales con una inserción muy importante en la comunicación. Entonces, qué tipo de narrativas se pueden poner en juego y cómo estás evaluando el proceso electoral en Brasil.

Felipe Altenfelder: Buenas noches a todes. Yo me sentí muy representado por la apertura de Gerardo, porque también nos sentimos hijos e hijas, hermanos y hermanas, de las organizaciones y los liderazgos que él mencionó. Sólo sería importante para mí sumar un nombre a esa lista: Lula. Porque nosotros nos reconocemos un fruto de su gobierno. Y partimos del reconocimiento de que el avance de las fuerzas conservadoras no significa de ninguna manera que ellos están ganando: ellos están, en verdad, reaccionando a nuestra victoria. Porque si miramos América del Sur, en el último período, desde que empezó la experiencia de Chávez en el 98 en Venezuela hasta el golpe que sufrió Dilma dos años atrás, pasamos por un conjunto de experiencias populares muy increíbles. Este grito conservador y fascista que vivimos ahora es una tentativa de resistir nuestra victoria. Pero no van a poder, vamos a ganar nosotros, porque los frutos de esa década ganada con certeza nos van a proyectar hacia un futuro de mucha fuerza.

Para responder a la pregunta de cómo hablar para más gente, nosotros estamos en un mapeo permanente de cuáles son los desafíos comunes para las redes y movimientos de hoy. Identificamos un primer punto muy importante, que tiene que ver con la movilización y cómo hacer que esa movilización sea digital en el siglo XXI. Creemos que es urgente crear nuestras propias plataformas. Facebook, Twitter, Instagram, son herramientas importantes para nuestro proceso pero llegó la hora de crear de una plataforma autónoma y común, que permita un login ciudadano. Una plataforma donde no vamos a estar vigilados por los mismos que tienen intereses y están haciendo esos movimientos golpistas contra Latinoamérica.

El segundo punto tiene que ver con la capacidad de contar nuestras propias historias. Creo que hemos hecho avances en eso. La lucha que ustedes vivieron acá hace algunas semanas atrás con el tema del aborto legal es un ejemplo muy práctico. Fue una narrativa poderosa, el mundo visualizó lo que pasaba, y no porque la vieja prensa argentina estuviese dando esas noticias, sino porque las redes y las calles estaban en la misma sintonía con el símbolo del pañuelo verde. Entonces, a partir de las redes es posible contar nuestras propias historias.

El tercer punto es lo que llamamos flujos de metodología. Esta sala aquí hoy está llena de gente interesante, luchadora, activista, con historias para contar. Precisamos conseguir que cada vez sea más fácil el aprendizaje de uno con los otros, y para eso tenemos que inventar maneras. Es como una gran universidad libre, donde precisamos contar con un repositorio de nuestras metodologías, de nuestras experiencias, para que uno logre ser más fuerte al aprender de la experiencia del otro.

Y el cuarto punto es la sustentabilidad. Estamos hablando todo el tiempo de la crisis económica, del avance del mercado, pero fuimos reconociendo en estos tiempos que el amor, el tesón y las ganas de hacer, tienen mucho más valor que el dinero. Entonces, si sistematizamos nuestras ganas y creamos un banco de tiempo, de servicios, de proyectos y de acciones, somos capaces de generar un recurso mejor que el que cualquier fondo puede invertir en nosotros. Ese recurso ya está en nuestras manos y la cuestión es sistematizarlo y de compartirlo.

Para cerrar, dos palabras sobre las elecciones en Brasil. Es un momento muy duro el que estamos viviendo. Lula, con el 40 por ciento de intención de votos, está inmerecidamente en la cárcel. El segundo es Bolsonaro, lunático protofascista que es un efecto colateral del ataque que sufrió la democracia brasileña. Pero en tercero y cuarto tenemos a Ciro y Marina. O sea, en las cuatro primeras posiciones tenemos tres que son de centro izquierda. De lo que se trata ahora en 2018 es derrotar el golpe y elegir un presidente de izquierda. Es eso lo que tenemos en el foco los movimientos sociales en Brasil.

Nosotros como organización, Fora y Midia Ninja, estamos construyendo la candidatura de una fórmula que está compuesta por Guilherme Boulos, líder del movimiento sin techo, y Sonia Guajajara, la primera mujer indígena que está disputando elecciones en la historia de Brasil. Sabemos que esa fórmula, desde punto de vista del cálculo electoral, tiene poca viabilidad ahora. Pero estamos plantando una semilla que mira al futuro, que mira a 2026, que es el momento en el que vamos a elegir al primer presidente de nuestra generación. Un presidente digital, comprometido con este segundo ciclo de la izquierda en América Latina, que si algo sabemos es que tendrá tener el sentimiento de la Patria Grande a flor de piel. Gracias.

Marta Dillon: Para finalizar yo quisiera decir que la revolución por venir tendrá que ser feminista y que no hay nueva izquierda sin feminismo. Al feminismo lo entendemos, al menos por aquí, como un lenguaje capaz de generar transversalidad incluso en las organizaciones más tradicionales como pueden ser los sindicatos y los partidos políticos. Es decir, entramos y dialogamos para desarticular las formas de organización anquilosadas. Y justamente porque reconocemos la opresión de género como una primera noción de extranjería, de ajenidad, de alteridad, el feminismo reconoce y se alía con todas las opresiones y con todos los sectores oprimidos, no con quienes oprimen. Es por eso que decimos que cualquier estrategia de izquierda nueva tiene que ser necesariamente feminista. Muchas gracias a todes.

 

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diálogos vibrantes / internacionalismo precario / la nueva izquierda
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Colectivo Editorial Crisis
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Florencia Angilletta

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(1986). Licenciada en Letras, periodista y docente. Becaria doctoral del Conicet. Publicó notas, artículos y libros sobre literatura, feminismos y política.

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Joaquín Linne

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(1981). Es porteño, sociólogo y feminista. Investiga sobre cultura digital, educación y jóvenes de sectores populares en Conicet. Da clases en UBA y UNLa.

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antes del incendio, populismo queer

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I. “Inútil es que trates de entender o interpretar quizás sus actos”, suena al comienzo y casi al final de la película mientras Carlos, Carlitos, “el rubio”, baila en el living de una casa cualquiera, con atroz encanto, estas estrofas de “El extraño de pelo largo”. La pregunta –inevitable– es: ¿por qué? ¿Cómo un joven de clase media del conurbano norte se convierte en el asesino más famoso de la historia criminal argentina? ¿Es la sangre, la época, la subjetividad, el destino, la familia? Sobre esta cifra de inquietud, la película El Ángel parece prescindir de toda respuesta. O mejor: brindar todas las respuestas a la vez.

Película producida por Underground y los hermanos Almodóvar y Kuschevatzky, cuenta con figuras como Daniel Fanego, Mercedes Morán, Cecilia Roth, y talentosos actores jóvenes –Chino Darín, Peter Lanzani, el propio Ferro–, que salta el cerco de las anteriores obras del director de culto Luis Ortega, con una cifra de espectadores que supera el millón. Una de las claves se encuentra en el casting: la elección de Lorenzo Ferro en el rol protagónico –en el que debuta– aporta una perturbadora cuota de naturalidad, parece realmente un chico jugando a serasesino.

Aquí se abre la primera torsión: El Ángel es menos un testimonio biográfico sobre Carlos Robledo Puch y más un montaje de la historia del cine sobre las películas de delincuentes, de esos “asesinos por naturaleza”, o al menos “rebeldes sin causa”, con los que cumple un surtido de guiños ostensibles: las camperas de cuero, los antejos de sol, las motos, la cámara posada sobre la boca, la sensación constante de que los personajes están a punto de coger en cualquier momento (la película también es un manual sobre cómo agarrar un cigarrillo y derretir la pantalla). Es una película sobre las películas (de “delincuentes”). En este punto, El Ángel es “hollywoodense” en un sentido nominal: es Hollywood, es la torsión y estetización sobre el cine, los criminales “fuera de la ley” y la violencia.

 

II. A la vez, la película cautiva a su “entre nos”, que mira con fascinación y estupor qué hizo Ortega con lo que los setenta hicieron de él. Cierta hipótesis de afinidad entre los “marginales” de siempre: los criminales y los queer. Ahí cruje la originalidad del opus de Ortega, en esa adrenalina estetizada a distintos objetos de la vida cotidiana (autos, mobiliario, diseño de interiores, ropa) y ambiguamente queer que late en cada uno de sus planos. El Ángel es, ante todo, la más bella nota al pie del libro de Sebastián Carassai, Los años setenta de la gente común, que muestra, a través de una vasta documentación, cómo la imaginación pública “violenta” atraviesa toda la vida social de esos años (hasta en las tapas de revistas se encuentran producciones fotográficas con modelos y armas).

Tan internacional, entonces, como profundamente propia, El Ángel es, por seguir jugando en sus propios términos, “queer popular” en una línea que la emparenta con Pasolini, con Tarantino, con Leonardo Favio, y con sus personajes tiernos, sensuales y populares, un poco predestinados a la tragedia. Ortega también capta esta sensibilidad en escenas delirantes que “habitúan” (yuxtaponen) los vínculos entre muertes y familias, charme y disparos, huidas y rush. La sola presencia de un arma lo cambia todo. Esa fibra cinematográfica que tienen ya en sí mismos los primeros setenta, esa sensación (¿contenida, expandida?) de que cualquier cosa puede pasar. Elegimos una secuencia: cuando Carlos y Ramón, junto a sus novias, se meten al jardín de una mansión para enseñarles cómo usar las armas y, mientras se escuchan los disparos, llega la empleada de la casa que, sin ningún asombro, les pregunta a estos desconocidos si necesitan algo y ellos responden, entre risas, que una picada con cerveza estaría bien. Para la gramática de la película –que es la gramática del libro de Carassai– esto es tan posible como la secuencia final del arresto: cientos de policías contra un chico desarmado en un living. Porque tan cierto como que Carlitos es culpable es que es dantesca la relación de fuerzas. Ortega completa así la parábola sobre “los asesinos de los setenta de la gente común” que había iniciado con Historia de un clan, la serie sobre los Puccio. Pero acá su narrativa alcanza su máxima síntesis y potencia.

Carlitos conoce en el colegio a su partenaire, que viene de una familia de rufianes blandos. La historia más potente es sobre ellos, sobre su asociación, esa dupla criminal de colegio privado y sexualidad ambigua, que es más que la suma de sus partes. En uno de los primeros robos a una joyería se miran a un espejo y anuncian: “somos Fidel y el Che”, “somos Perón y Evita”. El motor narrativo es esta historia de delincuentes de clase media bonaerense, bisexuales, que parecieran vivir de un modo más “libre” que la mayoría de quienes tienen un trabajo diario gran parte de sus vidas. Entre ellos pasa mucho: admiración, seducción, delirio, amor, amistad. Una pareja de jóvenes. AcáEl Ángel muestra dos brillos, como un diamante en bruto: los setenta como un tiempo para ser varón, para convertirse en compañeros –no simula o caretea otra cosa con las mujeres, que ocupan posiciones siempre laterales– y la tensión (política) de los setenta entre normalización y transgresión de la sexualidad: el mismo Ramón que vuelve a defender su “honor” al boliche porque le dicen “puto” es el único que tiene sexo explícito entre varones con su exquisito “protector” coleccionista de arte.

III. Plata quemada. En uno de los últimos atracos, el personaje de Peter Lanzani le dice al camionero al que le están robando: “¿no te da vergüenza seguir a un patrón mientras nosotros arriesgamos la vida?”. Esa inflexión de mayo del 68 late en una de las máximas educativas que le dicen a Carlitos: “el mundo es de los ladrones y los artistas, los demás tienen que salir a trabajar”. Armar otra constelación de vínculos con el “ganarse el pan” es una encerrona y El Ángel, en su delicada fuerza, se cuida de no romantizar a sus delincuentes. Más aún, vuelve sobre esa gramática de lo social que tan bien codificaba Carassai para leer los setenta en relación a la clase media. La casa está tomada: de ese living con esos padres que han sido criados para un mundo que ya no existe sólo pueden salir guerrilleros o rockeros. El “ángel” se suma a esa serie desde un gesto generacional: él también es un joven eterno. La película también narra, sutilmente, esos años finales del Estado de Bienestar pre-dictadura. Esos últimos relámpagos antes de que las fuerzas de seguridad se endurezcan con la juventud. Esta marca de época se observa en la escena en la que son detenidos y llevados a una comisaría por averiguación de antecedentes. El comisario les pregunta: “¿ustedes son guerrilleros? ¿De qué agrupación son? No, contesta rápido la dupla, no entendemos nada de política”.

Dos horas de fascinación hipnótica pasan en gran parte por esas canciones que suenan tan contemporáneas compuestas por La Joven Guardia, Billy Bond y La Pesada, Pappo’s Blues, Manal, el otro gran soundtrack del rock de los setenta. En la película el cómplice de Carlitos se llama Ramón, quien en un momento consigue participar de un show musical en la televisión y cantar “Corazón contento” –una canción de “Ramón” Ortega, cantante y político, padre del director. La otra canción de “Palito” que se escucha en la película es “La casa del sol naciente”, un temazo reversionado del clásico “House of the rising sun”. Ahí El Ángel muestra su última torsión: no son “los” setenta, son “nuestros” setenta, esos que leemos después de la “caída de la gran división”, cuando rock y pop se amasan, cuando todo es (y no es) micropolítica, cuando la felicidad puede ser un relato de Estado. La película también interviene sobre una fibra de época (nuestra época): ante un tiempo de preguntas más éticas que políticas, la lectura que ofrece es suspender la respuesta ética (el “juicio”) y sólo contar las vidas (políticas). ¿Qué dirá de nosotros, en definitiva, la película del año de un país incendiado, que asiste a los días que vive en peligro?

Copete: 
Una lectura compartida y personal de El Ángel, la película de Luis Ortega.
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Florencia Angilletta
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tecnototalitarismo, ¿fin de la política?

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El autor. Este agitador intelectual italiano es un febril crítico del semiocapitalismo, término que ejemplifica su gran talento nominador y que refiere a la consagración de los signos como valor supremo en la producción y el intercambio. El capital financiero es la emancipación radical del signo respecto de su referente (adiós patrón oro, pesado metal), cualquier valor es traducible en información, y el drama de la subjetividad consiste en organizarse como imagen. En el contexto de la inflación lingüística general, el espectáculo y la especulación son inseparables.

Nacido en Bolonia en el 49, maestro de escuela muchos años, histórico militante autonomista, miembro de la primera radio pirata y comunitaria italiana en los setenta (Alice), migró a Nueva York en el 78, donde participó del movimiento cyberpunk; antes había vivido en París, y tuvo un vínculo con Felix Guattari que lo marcó notablemente: Felix. Narración del encuentro con el pensamiento de Guattari es uno de sus libros disponibles en Argentina. Otros son La sublevación, La fábrica de la infelicidad y Generación post-alfa, que se ocupa de la “mutación antropológica” acaecida en la primera generación video-electrónica y sobre todo en la primera generación digital: millones de niños que “reciben más palabras de las pantallas que del cuerpo vivo de la madre”, generándose una subjetividad -una conformación operacional- centralmente conectiva.

En esa cuestión profundiza este libro: el paso del paradigma humanista “conjuntivo” (ligaduras sin patrón previo, que requieren empatía y creatividad) al “conectivo” (lazos instantáneos que requieren código previo, y por lo tanto no constituyen propiamente una experiencia, y permiten que haya comprensión y concatenación sin necesidad de empatía alguna), y sus drásticos efectos en la sensibilidad y la “mente colectiva”. Bifo lee la Historia de Occidente desde ese problema, así como los actuales dilemas políticos y de salud existencial.

 

El gancho. Seguramente se trate del libro más ambicioso de uno de los pensadores más osados, combativos y a la vez glamorosos dedicados al vasto nudo tecnología-política; su estilo, con metralla de inspiraciones, da lugar a potentes nociones como la “caída tendencial en la tasa de placer”, las “cronopatologías”, el “tecnototalitarismo”, el “sex appeal de la electrónica” o la “liviandad ansiosa del universo americano” (estadounidense). Lo conectivo es el régimen donde toda la materia viva debe traducirse a un código homologado que requiere compatibilidad previa, en pos de una eficacia “limpia” y una aceleración radical de las recombinaciones y los rendimientos. Lo orgánico es un escollo, y sufre por su adaptación forzada a los protocolos maquínicos de este ambiente financiero-digital, que generan epidemias de estrés, pánico y depresión, así como una destrucción de los ambientes naturales del planeta -vistos como “recursos”.

Cada vez hay menos tiempo para las caricias, para quererse, para cuidarse, señala Bifo -también cita datos de la OMS sobre la multiplicación de los suicidios: sesenta por ciento en los últimos cuarenta y cinco años, mientras que en Corea del Sur, el país con más conectividad del mundo, los suicidios se cuadruplicaron en las últimas tres décadas. Bifo no solo investiga el vínculo entre prefiguraciones técnicas y modos de vida, sino que hace una historia de este paradigma conectivo. Analiza cómo diversas “psicogeoculturas” desembocan por diferentes vías en la “piel lisa” de la abstracción tecnodigital, y hace una jugosa “genealogía estética de la globalización”. El simbolismo por ejemplo, en tanto gambeteador de la cosa, es denunciado en su frigidez; la pasión romántica, por su parte, y tomando palabras de Denis de Rougemont, “es esa forma de amor que rechaza lo inmediato, huye de lo próximo, desea la distancia y la inventa si es necesario”. Diversas corrientes estéticas, formas religiosas, idiosincracias nacionales y culturales, son analizadas como contribuyentes históricas a la subjetividad conectiva contemporánea, y el resultado, lejos de ser rigurosamente exhaustivo, es aperturista y estimulante.

La hipótesis. Lo neohumano, dice Bifo, hace su aparición en Estados Unidos. Allí el puritanismo se ejerció “no como identidad, sino como la cancelación de toda identidad previa”, de modo que, “a diferencia de la concepción nazi de la eugenesia, basada en la exclusión, la identidad estadounidense fue movida por una intención inclusiva, en una integración que no toma la forma de una asimilación cultural, sino que más bien implica que los individuos se vuelven compatibles operacionalmente con la racionalidad conectiva”. Se trata de una “identidad sintética”, producto de concebirse históricamente como una población sin pasado, colonizadora de un territorio vacío -genocidio indígena mediante- con la límpida pureza de la Palabra de Dios y la Razón. En contraste con la plétora sensorial del barroco católico, donde hay multiplicidad de formas y percepciones, la semiosis verbal del protestantismo habilitó esta consagración de la eficiencia -ecos de Weber. Para el puritanismo estadounidense, o hay el Dios racional o hay su ausencia: no hay política de consensos, no hay concatenación en la diferencia; hay ceros y unos, y a lo distinto, si amenaza, se lo suprime.

Pero en Estados Unidos se catalizó una tendencia muy antigua: “La historia occidental es la historia del crecimiento de la abstracción”. Esa historia dio un nuevo salto en la posguerra: adornianamente, “solo las formas abstractas fueron posibles en el período posterior al horror indescriptible. [Y] la voluntad de abstracción es condición para el surgimiento de la perfección digital”. Cita a Wilheim Worringer (Abstracción y naturaleza): “el afán de abstracción halla la belleza en lo inorgánico y negador de la vida”.

Dentro de la dominación de lo abstracto, desde los setenta -derrota del ciclo de luchas abierto en el 68- la humanidad finalmente terminó de elaborar dispositivos que la superan: las redes de comunicación y valorización capitalista introducen “automatismos tecnolingüísticos” en los procesos de intercambio, que formatean las facultades cognitivas, de modo tal que la voluntad y la política, como actividad donde la conciencia busca dirigir lo real, se han vuelto impotentes. La pérdida de la capacidad de registro e interpretación de signos no verbales -o mejor, signos para los que no tengamos patrones de reconocimiento predeterminados-, el avance de la “sintactización del mundo” en detrimento de su valor semántico (es decir, el imperio de la codificación binaria) son expresiones de la conversión general de los seres humanos en autómatas, que obedecen y reproducen la realidad del tecnocapital. La precariedad de los trabajadores -el cognitariado-, dada sobre todo por el carácter recombinante de la producción posfordista (que no contrata trabajadores/vidas, sino que compra segmentos separados de producción y los recombina para formar el producto) disuelve la solidaridad, que sería efecto de vínculos estables, dificultando que el Intelecto General se emancipe de su forma dominadora, la Ley del Valor.

 

El pifie. Lo que no es exagerado no vive, decía Laiseca; y Bifo está crispado, indignado, asustado y vivo. Acaso piensa demasiado desde el susto. Pone en el centro de sus análisis a los dispositivos en su faz dominadora, alienante. Mapea la realidad desde los dispositivos de la alienación: es dramático, y por eso repite muchas veces que el poder digital-financiero es trashumano y superior a las voluntades. Las resistencias, los movimientos de disidencia, las fugas, los contrapoderes, no tienen casi lugar en esta extensa obra. El libro, por tanto, tiene gran utilidad para formular con sagaz agudeza una serie de problemas, pero su saldo operativo -incluso anímico- es más bien acotado. “La raza humana se está convirtiendo en un ejército de sonámbulos”, y, amén de la “fenomenología de los eventos poéticos” que sugiere hacer, la gran fuga del destino autómata que está sufriendo la humanidad es para Bifo el inconsciente, garantía de nuestra diferencia respecto de los androides.

Son páginas catastrofistas y de gran pesimismo que el autor intenta sin éxito evitar: escribe como viendo un horrendo monstruo. De hecho, en las últimas páginas resume todo lo malo del mundo diciendo que “el conquistador está aquí, infinitamente superior, inalcanzable e incomprensible”. Acaso eso motive su prosa hiper excitada, barrocamente repleta de neologismos y fórmulas de una precisión desesperada; esta intensidad contrapesa la triste oscuridad de su diagnóstico.

Su extremo desánimo respecto de la voluntad política contemporánea hace síntoma en una palmaria exageración del poder que tenía la voluntad personal en la antigua modernidad humanista; específicamente la de Lenin. Según Bifo, “Lenin forzó a los trabajadores del mundo a defender el estado social de los soviets y a entrar en un proceso de guerra permanente (...) La estrategia de Lenin preparó la catástrofe mundial de finales del siglo XX”. Y como si fuera poco, “las crisis depresivas [de Lenin] coinciden con las decisiones políticas más importantes de su vida”.

 

Conclusión. Un libro generoso, con muchas ideas e hipótesis, de gran poder explicativo sobre procesos anímico-político-económicos contemporáneos, y que logra enlazar con elocuente sentido elementos diversos como Tolstoi, la Malinche, David Bowie, el porno, Heidegger o el Google Glass. No aporta al mapeo de las potencias democratizantes o libertarias o vitales; se limita a un gran trabajo de exploración de las redes de dominación, y aporta a las discusiones y comprensiones sobre los vectores efectivos que organizan la reproducción del orden actual de los valores: de hecho, permite entender más cabalmente la moral y el modelo de humanidad y felicidad gobernantes en la Argentina ceocrática, de emprendedurismo maquinal y realismo capitalista, de ingravidez virtual sin masa, del trabajo reducido a mero componente del negocio, de odio a todo lo que traba o ralentiza la eficiencia del rendimiento calculado...

 

Fenomenología del fin

Caja Negra

2017

Buenos Aires

358 páginas

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Una lectura de Fenomenología del fin, de Francisco Bifo Berardi.
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Autor: 
Agustín Jerónimo Valle
Ilustrador: 
Lautaro Fiszman
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endurecerse sin perder la unidad

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Hace veinte días me llegó un mensaje de una cadena de WhatsApp, que decía algo así: “Ya no se puede tapar el sol con las manos. Algunos enfrentamos a este Gobierno desde el primer día, otros decidieron darle tiempo, y los más osados eligieron acompañarlos en un cortejo que nos llevará a todos al infierno. En este día tan doloroso para todos los argentinos, en que el dólar llega a cuarenta pesos, se anuncian nuevos aumentos en las tarifas, en los combustibles, mientras la Universidad Pública pide a gritos más presupuesto, quiero compartir con ustedes una nota que me hicieron el 26 de diciembre de 2015, a pocos días de la asunción de Mauricio Macri. Lo que dije en esa oportunidad me generó muchos debates, discusiones e incomprensión, incluso con amigos. Escuché mucho la frase ‘te apresuraste’,‘arriesgás demasiado’,‘te equivocaste’. Pero yo no me arrepiento de haber enfrentado los dos años y medio a este Gobierno”.

El mensaje era de Sergio Palazzo, el líder de la Bancaria, uno de los Sindicatos más importantes del país. En esa entrevista que me tocó hacerle hace dos años y medio, Palazzo habló sobre los planes del flamante gobierno que venía a desfinanciar al Estado: “Si levantás el cepo, le sacás las retenciones al campo, y querés quitar el impuesto a las ganancias tenés dos opciones: ajustar o endeudarse. Lo segundo trae un doble condicionamiento, cuando te prestan y cuando no pagás”. Visto desde hoy, sus presagios parecen haberse cumplido a cabalidad.

 

¿Esta situación es un fracaso del gobierno de Macri o un fracaso del establishment en general?

Te devolvería una pregunta, ¿Qué te hace pensar que es un fracaso y no lo que querían lograr? Porque en definitiva son los grandes sectores de la economía concentrada los que se vieron altamente beneficiados con las políticas de Cambiemos. En definitiva lo que Macri expresa en términos de poder es un ataque contra las medidas que lograron los sectores populares durante Gobiernos populares. Por eso no es un fracaso, sino lo que vinieron a buscar. Es volver a empoderarse en términos políticos, porque Macri tomó para sí el reclamo del sector empresario y está ejecutando según le pidieron. Teniendo la opción de quitar el impuesto a las ganancias o conseguir fondos a través de retenciones a los grandes productores de granos, Macri eligió posicionarse del lado del sector con mayores recursos. No hubo una negociación en la quita de las retenciones, simplemente se dejó de percibir ese fondo y ni siquiera hubo una exigencia de no aumentar los precios habiendo luego una inflación del 40%; no generaron nuevos empleos ni invirtieron en base a las ganancias que estaban generando. Entonces es claro que fue un traspaso de dinero hacia el sector agropecuario. Lo mismo pasa hoy con las privatizadas. Estas veinte o treinta empresas reciben subsidios que antes alcanzaban a más de 20 millones de argentinos.

Claro, y además se suma el aumento de los servicios. Pero los acuerdos con el Fondo, las revisiones de éstos poco tiempo después, tener que haber ido otra vez a pedir socorro, son una serie de derivaciones que no estaban en el plan original.

Es una una gestión de Gobierno en la que se cae el consumo interno, se tiene una caída consecutiva del mercado y la producción industrial aumentando su capacidad ociosa, lo que produce una inflación descontrolada, una devaluación salvaje, y pone tarifas con más del mil por ciento del incremento. Siempre echando la culpa los demás y sin un rol claro de lo que tiene que hacer para gobernar y sostener el Estado. Lo único que sabe este gobierno es que tiene que apuntar hacia los sectores poderosos y beneficiarlos para seguir recibiendo su banca aunque generen medidas económicas que ataquen directamente al bolsillo de los sectores populares.

 

Macri y los díscolos mercados

¿Cómo se explica el choque por parte de los mercados, que vienen acosando a Macri y generando el malentendido de que realmente no tiene el apoyo por parte de éstos? Le hacen perder reservas y le juegan una pulseada en la cual lo arrastran, lo revuelcan y se la hacen pasar mal. Y son personajes que vos bien conocés del ambiente bancario.

Está claro que este gobierno es fuerte con los débiles y débil con los poderosos, porque no hay ningún problema con que todos los trabajadores hagamos un paro y ellos traten de ningunearlo, mientras que los mercados lo sopapearon al presidente pero a los meses ya había acuerdo con el Fondo, programas de ajuste como el actual que prevee un ajuste de más de 15.000 millones de dólares, 200 millones son subsidios que no se van a dar para servicio público, 1.700 millones es plata que debería ir a las provincias atacando a las economías regionales, arriba de 2.000 millones menos en obra pública y 4.000 millones por retenciones especificadas. La suma total de ésto es prácticamente el mismo número de lo acordado al pago de la deuda, por ende el dinero que tendría que estar ingresando va para el exterior. Muy alejado del “déficit cero” que dicen estar buscando ya que se genera lo contrario.

En tus últimos discursos dijiste que se perdieron 55.000 millones en reservas desde que asumió Macri. Dólares que se fueron del mercado financiero, desaparecieron del Banco Central y por lo tanto hay que empezar a tomar medidas de regulación ¿Cuáles son y quién estaría dispuesto a llevar a cabo esas regulaciones?

¡Vaya pregunta! Bueno, está claro que la liberación del mercado que propician gobiernos como el actual y en el marco de su ideología tienden a creer que el mercado regula todo cuando en realidad no es así y en cambio se encargar de acrecentar el poder del que tiene poder, concentrar la economía, las ganancias y las riquezas. Creo que la regulación debe abarcar el comercio interno y externo de nuestro mercado, porque compiten las empresas en desventaja porque los que reciben los subsidios se quedan sin ellos, en contraposición lo que sucede en los países europeos que visita el presidente, donde los líderes deciden no quitarle subsidios a su producción de desarrollo. En Estados Unidos se han vuelto proteccionistas porque ya hay un cambio global direccionado hacia esto, y un ejemplo fue el Brexit en Gran Bretaña, todos intentan preservar sus productos y su calidad de vida. Básicamente, los productos nacionales terminan compitiendo sin subsidio contra productos del exterior que son subsidiados por sus Estados. Tienen que haber propuestas que regularicen el mercado acá para no caer en una bicicleta en la que vendemos un producto recibiendo chirolas y nos lo venden industrializado al doble o triple del precio con el que nosotros producimos.
Por eso tienen que haber leyes que regulen las actividades financieras. Los bancos aún sostienen convenios jurídicos desde la época de Martínez de Hoz y de Videla que claramente liberaron el sistema financiero, y gracias a ellos pasan a tener la decisión de hacia dónde mover el timón del mercado financiero. Fijate lo que hacen ahora con las Lebac que no se las quieren comprar. O ponés una regulación o hacen lo que quieren. Te suben el encaje y por lo tanto hay menos plata para prestar, encima con una alta tasa de interés y nadie lo toma porque nadie lo puede pagar. Entonces, creo en las medidas reguladoras, pero quién podría hacer esto me lo tenés que dejar pensar.

En cuanto se acomoda el dólar como vienen prometiendo con las medidas de desembolso del Fondo empieza a crecer el optimismo y a tranquilizarse las masas que van desde la City hasta la Casa Rosada y algunos sectores de los medios. Pero vos en Ferro dijiste “Hasta acá llegó la derecha” ¿Por qué decís eso? Todo promete que las últimas acciones llevan a darle más gobernabilidad al Macri.

El sol no se puede tapar con las manos. Todo lo estético que llevan a cabo para mostrar en la televisión, con viajes, fotos con Lagarde y acuerdos internacionales no le da de comer a la gente. Lo que les da de comer es su ingreso que se vió menguado a partir de la superinflación y la suba de tarifas. Vos podés tener a los medios de tu lado, podés tener comunicadores que generen grietas creando tópicos superficiales. Pero hay gente que trabajó treinta días al mes y no puede llevar la comida a su casa. Quién perdió el empleo va a buscarlo y no lo encuentra porque cerraron las pymes, se desfinanció al empleo y encima abrieron la importación. Si bien el Gobierno destina fondos a la asistencia social, éstos se vuelven insuficientes. O sea que por más que hagas lo que hagas y te saques fotos con quién desees hay situaciones reales que están afectando a la economía de los argentinos.

La CGT y el paro del martes

Creés que se está agotando el ciclo de Cambiemos en estos meses y en el próximo turno electoral habrá que formar una fuerza política para ganar las elecciones. Pero de cara al paro que se está planteando ¿Qué es lo que lo distingue siendo ya el cuarto paro nacional que se le planteó a la gestión de Cambiemos?¿Qué lo hace diferentes de los otros paros que no tuvieron resultado?

Lo que lo distingue es lo rápido que se planteó desde abril a ahora a causa de la cantidad de hogares que se llevó puesta la economía actual, producto del deterioro social que generaron estas políticas. La CGT no tiene recursos para hacer otra cosa que no sea una medida de fuerza y sin respuesta seguirán con el plan de lucha. El Gobierno sigue cediendo contra las amenazas de medidas del campo pero no con los sectores que menos tienen, llámese jubilados o trabajadores. Si sedieron con el poder, con el Mercado comprando y vendiendo dólares. No hay que engañarse con esto de la estabilización del dólar a 38, yo creo que este gobierno apunta aun dólar alto porque si te tirás a un valor a 35 va a haber un interés de 14% en cambio si se va arriba de 40 es de 8% porque se exporta a éste precio también. Además de que no podés confiar a un gobierno que te prometió un techo de 19,50 en el Parlamento.

Volviendo a aquella entrevista del 2015 vos decías que no nos podemos dar el lujo de estar divididos en el gobierno de Macri, que hay que confluir como una sóla fuerza, enfrentando al bloque de poder del establisment. Pero te escuché esta semana hablando de que no crees en la rosca del CGT y no te interesa su lucha por ir a pelear un sillón y no ir a ningún lado ¿Qué cambió y en qué cambiaste vos?

Dije que no creo en una CGT única, que se basa en rosca, creo en un CGT en unidad. Esta tiene que tener un programa desde el movimiento obrero, un plan que deje en claro para que lado vas, quién conduce y a quién apoyás electoralmente. Algo que exprese tus pensamientos.

Por eso, hoy en día hay formaciones creadas desde lo que fue el MTA, la CTA y otros muchos con base en la CGT; por otro lado vemos otro ritmo, otros objetivos y otro lenguaje incluso por parte de lo que es el Triunvirato, o sea la mayor parte del sindicalismo.

Está claro que el martes que viene el paro tiene que ser efectivo, éso lo decidimos entre todos. Yo creo que en un paro de 48 hábiles no vamos a ponernos a profundizar en las diferencias sino en lo que lo sostiene y luego ver cuál es la respuesta del gobierno respecto a la situación social. De ser negativa vamos a tener que formar un plan de lucha obrero un poco más duro.

Por otro lado venís planteando que hubo muchos que apostaron al Gobierno y no salieron a cuestionarlo o transaron o fueron cómplices, cada uno lo definirá como desee. ¿Te referías a Moyano?

Cuando yo declaré eso fue por los Sindicatos que se posicionaron a favor de Cambiemos. A Moyano yo lo respeto como líder sindical por más que tengamos diferencias en nuestras discusiones, pero yo creo que él nunca traicionaría defender a los trabajadores. Conozco su espiritu de lucha.

El macrismo lanzó una campaña en contra de Moyano en los medios y, de hecho, en febrero cuando Moyano dió su discurso en el cual decía no tener miedo fue un poco a causa de que el Gobierno lo venía amenzando con encarcelarlo.¿Vos creés que él se cuestiona éso?

Yo creo que ya en el momento del veto a la ley antidespidos tuvo un posicionamiento cruzado contra el Gobierno. Pablo Moyano tuvo una aparición muy fuerte cuando fué lo de los bonos de fin de año de 2.000 pesos que nunca pagaron los sectores empresarios, así que fuera de las diferencias de tiempos que tuve con ellos creo que siempre estuvieron ahí. Yo me refería a compañeros que formaron parte del espacio de Cambiemos y avalaron sus políticas desde el primer día.

 

La negociación con los banqueros

Una particularidad de tu gremio y dirigencia es que enfreta a los sectores que más ganan de Argentina. ¿Cómo es sentarse con esta gente a negociar? Hay banqueros muy mportantes y muy cercanos al Gobierno de Cambiemos ¿Cómo se discute paritarias con ellos y cuál es la situación hoy en día?

Hoy tenemos el 28% hasta Septiembre, todos los meses se negocia para no perder poder adquisitivo, y habiamos obtenido un 4% por lo que no nos dieron a principio de año. Se va actualizando, porque nosotros sosteníamos que no iba a ser como ellos prometían. Es muy complejo sentarse con ellos, porque vos tenés un paritaria bancaria en presencia de banqueros de Banco, tenés banqueros que no son dueño y tienen más fuerza que el empleado de Banco; tenés Banca Pública que tiran para la oposición y otros para el oficialismo, el Banco Credicoop que es un banco cooperativo y entra en este rango. Tenés en la mesa al Banco Central que es el que tiene que regular respecto a su carta orgánica la inflación, el valor de la moneda, la tasa de interés y preservar el empleo. Es tremendamente complejo porque toda esta discusión se tiene que dar en un marco en el cuál el Ministerio de Trabajo empuje a favor e intervenga en pauta al mercado salarial.

Si tuviera que elegir una mesa es con los banqueros privados porque son los dueños de los bancos. Son los que te generan el trabajo; pero lo más complicado es sentarse con la Banca Pública, donde se hace muy complejo el armado de discusión. Tratamos de arribar a acuerdos, porque en esa de que ganamos mucho entra en desacuerdo con la Banca Pública, ellos manejan el 40% del sistema financiero Local. Un poco más es la Banca Privada que la internacional; pero vuelvo a decirte que los más complicados son la Banca Internacional porque son empleados como nosotros, dígase CEO o Gerentes, y son los tipos que más fuerte opinan vaya uno a saber bajo qué intereses. Son los que le han aportado en muchas situaciones al financiamiento externo al Gobierno y por eso toman decisiones.

Los Bancarios tuvieron paritarias satisfactorias con la Banca Pública los primeros años del oficialismo porque estaba Melconián. Incluso teniendo miradas muy distintas de para dónde debe ir el país ustedes en ése momento consiguieron lo que querían y cuando entró González Fraga al Banco Nación todo ésto se detuvo. ¿Cómo era negociar con él y cómo sería un Melconián desatado como Ministro de Economía? Teniendo en cuenta que ya dejó de criticar y empezó a volver a las filas de Cambiemos.

Primero, en su pensamiento económico y político somos lo opuesto. Le reconozco como jefe de la paritaria que siempre encontramos los caminos aunque no siempre nos dió lo que queriamos y pensamos hablarlas a futuro. Tuvo mucho diálogo y resolvimos muchas cosas y le reconozco que el ratio de rentabilidad del Banco Nación bajo su gestión fue superior que el actual de González Fraga porque tuvo un posicionamiento respecto a no meterle la mano en el bolsillo a este Banco, sino que para eso está el Banco Central que es el que emite moneda. En cambio el actual hace al revés, dá paso libre al saqueo. Melconián siempre fue crítico contra Cambiemos ¿Cómo sería de Ministro? Yo creo que más ajuste no pueden hacer.

 

El armado posmacrista

En Ferro afirmaste que tenemos que hacer una autocrítica, que no puede ser la cantidad de trabajadores que votaron a Cambiemos ¿Esa autocrítica está ausente hoy en el discurso sindical? ¿Podría permitir esto que se vuelva a votar a Macri?¿Cómo está el proyecto e los trabajadores con respecto al Gobierno de Cambiemos?

Yo creo que la autocrítica se va a dar cuando removamos del medio todas las vanidades y egoísmos que están presentes en la política sindical de hoy. No pelear por cuotas de poder si nos interesa tener algo diferente que lo que estamos recibiendo del Gobierno. Lo que nuclea y une es el programa, no pelearse a ver si viene Cristina o Pichetto, sino crear una elección interna entre todos los sectores y de ahí ver quién queda como representante de la oposición para hacerle frente a la propuesta de Cambiemos. Porque es el único espacio político que creció y no tiene fisuras en su discurso además de tener al establishment sosteniéndolo.

¿Cómo sería el armado político? Teniendo en cuenta que apareciste con Cristina en un acto en el 2016 y contándole a los que no te conocen que sos un sindicalista radical en un mundo peronista. Era llamativo verte revindicando los gobiernos peronistas y kirchneristas.

Es que el gobierno de cambiemos atravezó el bipartidismo, enterrándolo, y creó un fenómeno de bifrentismo de diferencias y decisiones políticas. Entonces no importa cual sea el partido al que pertenezcas. Lo que le está faltando a la oposición es crear un frente como hizo Cambiemos, hay que dejar de lado las diferencias y buscar alianzas para tener una chance electoral.

¿A quién ves novedoso como para rescatar y mencionar, que podría ser alguien que genere una diferencia en este ámbito actual?

En el mundo sindicalista nosotros estamos en movimiento, fijate que el otro día nos sentamos con Lorenzo Pepe, fundador de la CGT de los Argentinos, y hoy muchos de los que estabamos ahí pensabamos muy diferente de lo que se planteaba. Pero hubo un giro en el pensamiento y muchos hablan de los programas de Huerta Grande, de la Falda, de la CGT de los Argentinos, las consignas del MTA. Quiere decir que se piensa más todo y hay menos rosca. Veo por ahí que hay diferentes posiciones en el sindicalismo y ésto le hace bien a los trabajadores Argentinos. Y en la política ojalá aparezcan actores que por sobre todas las cosas le devuelvan la esperanza al pueblo y que al mismo tiempo generen un programa que acompañe al actor político ya que no existe uno sin el otro para poder ganarle al programa de Cambiemos.

Copete: 
Una conversación con Sergio Palazzo, líder del sindicato La Bancaria, a horas del paro nacional convocado para el martes. El flan económico de Cambiemos, las rupturas y reencuentros en la CGT, la particularidad de negociar paritarias con banqueros y el armado político para la sucesión. ¿Y si el gobierno no escucha el mensaje de la protesta?
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Diego Genoud
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Sebastián Robles

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(1979). Nació en Villa Ballester, provincia de Buenos Aires. Publicó la novela Los años felices (2011), los relatos de Las redes invisibles (2014) y el libro de conversaciones Apuntes sobre Phillip K. Dick (2017) en colaboración con Juan Terranova.

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el hombre que siempre estuvo

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Las fiestas de TNT, que se hacían en un club de barrio sobre la avenida Córdoba, eran una novedad en la noche porteña entre mediados y fines de los años noventa. No sólo porque reunía gente de distintas facultades de la UBA, muchos de ellos no necesariamente militantes, sino también porque la agrupación que las organizaba se definía como oposición al establishment de la política universitaria, encarnado por la omnipresente y poderosa Franja Morada. TNT era una agrupación independiente, sin vínculos con ningún partido político, ni siquiera con el trotskismo. En el ámbito festivo de la noche neoliberal, esta singularidad se manifestaba sobre todo en la música, que estaba lejos de ser la habitual en fiestas y boliches de la época: pop de los 80s, cuando todavía era una novedad, algo de rock, mucho Manchester y brit pop. En TNT militaban Axel Kicillof, Ariel Langer, Cecilia Nahón, Paula Español, entre muchos otros. Uno de los DJ´s era el músico y entonces estudiante de Economía Sebastián Rubin, quien años más tarde, sobre el final del kirchnerismo, se transformaría en Director Nacional de Lealtad Comercial. El otro era Augusto Costa, Secretario de Comercio entre 2013 y 2015, durante la gestión de Kicillof en el Ministerio de Economía.

Costa habla rápido. Su aspecto es informal, casi juvenil. En su discurso alterna el “yo” con el “nosotros” para referirse a su grupo de militancia universitaria, que formó el núcleo duro de la gestión de Axel Kicillof en el Ministerio de Economía. Las versiones que se tejieron en torno a él durante sus años en la Secretaría de Comercio, cuando reemplazó al temible Guillermo Moreno, eran contradictorias. Por un lado, de acuerdo con algunos medios de comunicación, era el joven economista que sufría ataques de pánico debido a las presiones recibidas desde la Casa Rosada. Por otro, según estos mismos medios, era un oscuro burócrata que avanzaba, con buenos modales pero sin contemplaciones, contra la libertad empresaria.

¿Pero cómo se llega desde las fiestas de una agrupación universitaria hasta la Secretaría de Comercio que tuvo un rol central en el alto kirchnerismo cuando la inflación ya era un problema?

Para empezar a responder esta pregunta es necesario remontarse a los años noventa.

"Ingresé a la facultad en el 95”, dice Costa, “antes de la reelección de Menem, en plena convertibilidad. Muchos de los efectos siniestros de ese plan económico todavía estaban escondidos. Paula Español, que había ido conmigo al secundario, estaba participando en TNT. Siempre me llegaban los volantes, que se burlaban de la solemnidad del discurso político tradicional. Me empecé a encariñar. Esperaba esos volantes porque eran divertidos, contaban las cosas de una manera muy atractiva. El logo era el Coyote de la Warner Brothers. Si uno no podía anotarse en una materia, le pedía un favor al de la mesa de la Franja Morada y lo anotaban por afuera. TNT era una agrupación política que, en lugar de venir a resolver los problemas, generaba responsabilidades, te decía que tenías que hacerte cargo de los problemas, que las cosas pasaban también por tu culpa. Ahí conocí, entre otros compañeros, a Axel Kicillof. Él había sido uno de los fundadores de TNT un par de años antes. Se acababa de graduar para ese entonces, pero seguía participando de las actividades de la agrupación”.

En 1996, con Menem bien afianzado en el poder ejecutivo, Costa se ofreció como fiscal de TNT en las elecciones del centro de estudiantes. El fraude llevado adelante por la Franja Morada, apéndice estudiantil del radicalismo, que buscaba proponerse como alternativa al menemismo en el plano nacional, lo impulsó a la militancia. Las fiestas formaron parte de una estrategia de financiamiento vital para una agrupación que carecía del apoyo de grandes partidos. “Instalamos una marca, que después fue copiada por otros ya en una faceta más comercial. Por ejemplo, había unas fiestas muy famosas en la confitería La Ideal. Quienes empezaron esas fiestas eran fanáticos de las fiestas de TNT y copiaron el formato. Era una marca que fue siendo flexibilizada porque cambió mucho la situación social, la situación cultural, entre el 95 y el 2001. Toda mi etapa de militancia la recuerdo con mucho amor en el sentido de compromiso, pero también estaba esto de poder disfrutar, en un contexto muy hostil, de las cosas en las que uno creía”.

En los años siguientes, la agrupación ganó relevancia en la política interna de la facultad de Ciencias Económicas, en gran parte gracias al rechazo hacia ciertos clichés que se habían instalado con respecto a la militancia universitaria. “Vos no podés transformar la realidad si no te formás primero. Tuve la suerte de hacer una buena carrera porque nosotros entendimos que prepararse era importante. Eso nos legitimó mucho ante el resto de los estudiantes, porque nos veían discutir y también veían que muchos de nosotros empezamos a ser ayudantes de materias y dábamos clases. Aprobábamos las materias, nos sacábamos buenas notas. No era alguien que no habías visto nunca en tu vida, te daba un volante y te pedía que lo votaras”.

 

el exilio interno

“Insólita iniciativa de un grupo que no quiere votar”, titulaba el diario La Nación el 3 de octubre de 1999, días antes de las elecciones presidenciales que le darían el triunfo a la fórmula Fernando De La Rúa - Chacho Álvarez, bajo el sello de la Alianza, que le ganó al Partido Justicialista, encabezado por el binomio Eduardo Duhalde - Ramón Ortega. Sin mencionar a TNT, una de las agrupaciones universitarias que impulsaba la movida, la nota sin firma repasaba su documento fundacional con una perplejidad algo despectiva: “Sus ideas están reunidas en una ‘Carta a los no votantes’, una suerte de manifiesto en el que afirman: ‘En la última elección presidencial, dos millones y medio de personas no se presentaron a votar, votaron en blanco o impugnaron su voto... Boletas convertidas en papel picado, una feta de jamón o un sobre vacío sirvieron como forma de protesta... Dentro de un tiempo, cuando los fuegos artificiales de la campaña hayan pasado, casi todo permanecerá igual; o peor’. ¿La propuesta? ‘Que el 24 de octubre nos encuentre en el kilómetro 501, más allá del voto, que hoy se nos presenta como una imposición’”. Las reacciones no tardaron en llegar. Algunos tildaron al grupo de enemigos del sistema democrático. Como el candidato presidencial del Partido Obrero, Jorge Altamira, que los acusó de tener una actitud reaccionaria.

“501 fue algo muy propio de la época”, reflexiona Costa. “Pensado en retrospectiva, hasta parece un mal planteo. La forma democrática de los noventa era un proyecto neoliberal de exclusión, que se legitimaba en elecciones donde no había alternativas. La Alianza decía que no iba a tocar la convertibilidad y Duhalde, que era el otro candidato con posibilidades de ganar, formaba parte del partido del gobierno. Para mí, el justicialismo era el menemismo”. Costa confiesa que no proviene de una tradición peronista desde la cuna. Su imagen del justicialismo era Herminio Iglesias quemando el cajón en el 83 y después Menem llevando adelante un proyecto neoliberal. Pero ese universo tan de finales de los noventa y principios de este nuevo siglo empieza a denunciar la falsa democracia que implicaba una elección en donde los candidatos de los diferentes partidos iban a sostener un proyecto político excluyente. “No queríamos votar porque no creíamos que el sistema fuera genuinamente democrático. Y el planteo era paradójico, porque no ejercer el derecho a voto podía sonar antipolítico, sobre todo después de lo que significó recuperar la democracia. Los candidatos nos parecían más de lo mismo. Era un proto que se vayan todos”, afirma Costa. Bajo esa consigna emprendieron viaje a Sierra de la Ventana (Tandil), a más de 500 kilómetros de distancia de sus domicilios, tal como lo exige la ley electoral para obtener la eximición de la obligación del voto. Apenas llegadas, unas 200 personas fueron a la comisaría para que les justificaran su abstención. A la distancia, el exsecretario de Comercio considera extraña aquella movida, pero entiende que era una forma disruptiva de denunciar un sistema que destruía las condiciones de vida de las mayorías. “El planteo era político, de participación: acá no tenés que votar, tenés que participar, comprometerte. Vamos a discutir de política durante todo un fin de semana, a preguntarnos qué significa este circo que es una elección hoy en la Argentina”.

 

optimismo de la voluntad

Desde 1997, en la facultad de Económicas se consolidaba una alianza entre la Franja Morada y la Belgrano, expresiones estudiantiles de la UCR y el Frepaso respectivamente. Eran los años de De La Rúa, Chacho Álvarez y Graciela Fernández Meijide, una primavera que se destacó por su brevedad. De las tres agrupaciones en condiciones de disputar el poder en el centro de estudiantes, quedaron dos: la Alianza, que se presentaba con el mismo logo que se usaba a nivel nacional, y la independiente TNT.

Una innovación comunicacional que pusieron en marcha fue hacerse remeras con el logo “TNT, una alianza con la derrota”. Se la ponían y salían a militar por los pasillos. Era una irónica invitación nihilista: “votanos, que vamos a perder”. Costa inventó un jingle de campaña que decía: “no hay nada mejor que el Coyote perdedor”. De fondo, el planteo que resumía ese tipo de consignas era que el pueblo estaba perdiendo y quienes estaban junto a este iba a ser un perdedores. Llegados a 2001, en el contexto de descomposición general, discutieron en el espacio y lograron una súbita confianza: se podía ganar. “Empezamos a ver las condiciones materiales como para que, ante el desprestigio de la clase política, una agrupación sin recursos, sin aparato, sin nada, pudiera colarse en las hendijas del poder y expresar ese rechazo masivo a todo el proceso que estaba viviendo la Argentina. Fue como un click. ´Es ahora´. Cambiamos la lógica de la comunicación y empezamos a decir: ´Ahora sí, los perdedores somos más. Y como somos más, vamos a ganar´. Instalamos eso. Vi con mis propios ojos cómo un movimiento político, dadas las condiciones, puede ponerse del otro lado y decir: ´ahora somos más porque nos hicieron mierda, tenemos que hacernos cargo´. Obviamente, nosotros pegábamos carteles y venía la Franja Morada y los arrancaba. Entonces, en esa elección, entrábamos en las aulas y soltábamos globos de helio con carteles, y como estaban arriba no los podían bajar”.

TNT gana la elección pero no la reconocen en el centro de estudiantes. Hubo un fraude preelectoral de votos y después directamente les cambiaron en las actas los votos que habían obtenido. Impulsaron un reclamo político y legal pero entendieron cuál era la diferencia fáctica de poder entre una agrupación independiente, sin recursos, y un partido como el radical que contaba con un ejército de barrabravas y mucha plata. Finalmente lograron asumir en el Consejo Directivo con la mayoría pero nunca en el Centro de Estudiantes. “Los que hicieron eso son los mismos tipos que todavía están en la facultad, con un lavado de cara”, afirma con resignación.

 

la banda izquierda  

Una vez concluida la etapa universitaria, la pregunta era cómo seguir adelante. La izquierda, que a primera vista parecía el lugar natural para una agrupación como TNT, no los satisfacía. “Muchas veces coincidíamos con el contenido, pero no con la forma. En 2001 aparecieron experiencias de izquierda alternativas, como el partido de (Luis) Zamora, Autodeterminación y Libertad, que planteaba una cosa similar a lo que planteábamos en la facultad, de participación y horizontalidad. Pero después también esa forma de organización mostró que tenía límites muy claros. Evaluamos que los partidos existentes no nos representaban”. El espacio de militancia sería, entonces, la economía. Con este propósito en el horizonte, surge CENDA (Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino), que los agrupó durante algunos años.

Corrían los primeros tiempos del gobierno de Néstor Kirchner, cuya figura todavía era un enigma. Desde el sur llegaban rumores diversos, a veces contradictorios entre sí, sobre su carácter y su estilo de gobierno. Con esta inquietud, en 2004 CENDA elabora un documento titulado “Las consecuencias económicas del señor Lavagna”, parafraseando el artículo de Keynes “Las consecuencias económicas de mister Churchill”. “Nos preguntábamos, a un año del gobierno, qué era Kirchner”, subraya Costa. “Porque no teníamos idea. Un tipo que había caído de la mano de Duhalde, que venía del sur, al que conocíamos porque se le había plantado en su momento a Machinea, al frente de una liga de gobernadores. Pero que, por otro lado, llegaba de la mano de lo más tradicional del peronismo. Y vuelvo a nuestra psiquis militante: para nosotros era imposible que el discurso de Néstor Kirchner el 25 de mayo de 2003 en el Congreso pudiese ser llevado a la práctica. Porque nosotros solo habíamos vivido el neoliberalismo. Nos llamaba la atención y nos resultaba simpático que alguien se planteara cuestiones opuestas a ´la convertibilidad no se toca´”.

El gobierno no había presentado un programa económico ni explicitado claramente sus objetivos políticos. Luego de analizar algunas medidas tomadas durante aquel 2003, Costa y su grupo se preguntaban si el kirchnerismo iba a llevar adelante un gobierno como el que había esbozado el presidente en su discurso ante el Congreso. Las conclusiones eran mixtas. Parecía que sí, pero tampoco estaba claro. Los siguientes documentos se expidieron en forma similar. La postura general era de apoyar críticamente al flamante gobierno. “Resolvimos que nuestro rol militante iba a ser el de marcarle la cancha por izquierda a un gobierno que se decía nacional y popular”.

 

la cadera de lousteau

Durante el conflicto con el campo, Augusto Costa se integra al equipo del ministro de Economía Martín Lousteau. Paradojas de la vida -o no-, hoy Lousteau permanece muy vinculado al aparato universitario de la Facultad de Ciencias Económicas que Costa tanto padeció.  

Había cursado algunos tramos de la carrera con integrantes del equipo como Gastón Rossi y Rodrigo Pena, con los que había tenido una muy buena relación. Cuando les tocó asumir la gestión, Rossi, quien era Secretario de Política Económica, lo convoca para que se haga cargo de la Unidad de Preinversión. La asunción fue en marzo de 2008.

Finalmente Lousteau duró cuatro meses como Ministro de Economía. “Quien tenía que impulsar la 125, en realidad estaba en desacuerdo con esa medida. Ellos lo planteaban de otra manera. Decían que Guillermo Moreno -que en ese momento empezaba a tener mucho protagonismo- quería cobrar 80% de retenciones. Creían que la 125 era el mal menor”, recuerda Costa. Después de la renuncia de Lousteau, hubo un almuerzo de despedida con el ex equipo económico. Mientras comían, alguien preguntó quiénes habían votado a Cristina. El único que levantó la mano fue Costa. En ese incómodo instante, pensó qué estaba haciendo ahí. Las elecciones habían sido cuatro meses antes. Todos habían votado a Elisa Carrió. “Esas son las paradojas de los procesos políticos. Supuestamente, el kirchnerismo era un proyecto con una línea política muy definida, que ya en 2007 estaba muy clara, pero tenía en su equipo económico a gente que no creía en gran parte de esas políticas”.

Costa reconoce algunos problemas en el manejo del conflicto desde el gobierno. “Se dio el fenómeno de que sectores del campo que eran víctimas de la estructura de propiedad y de la estructura de comercialización de los productos agropecuarios, se alinearon con sus explotadores. No te puedo dar la causa de esa situación. Lo que reconocimos es que eso ocurrió. Hubo una situación de alineamientos políticos que perjudicó el avance de una medida, pero también el avance de una forma de redistribución de la renta que hubiese beneficiado a quienes se oponían a ella. Esa fue la tragedia. Fue un serio problema estratégico”.

La 125 sirvió, sin embargo, para delimitar aguas y tramar un acercamiento más definitivo y menos ambiguo al kirchnerismo. “Empezamos a entender que el movimiento peronista es muy amplio y contradictorio. Y que puede albergar una expresión neoliberal como el menemismo y una expresión nacional y popular como el kirchnerismo. Me parece que hay que romper los prejuicios que uno tiene respecto al análisis del peronismo. Nosotros pensábamos: ´esto es lo más de izquierda que vamos a poder ver de un gobierno por lo menos en los próximos años´. Hubo una discusión interna nuestra con respecto a qué hacer. ¿Apoyar con el cuerpo, siendo parte de una gestión, a un gobierno que nos generaba contradicciones? Estaban llevando adelante políticas que eran las que nosotros siempre pensamos que había que concretar. Entonces, hicimos la apuesta de poner el cuerpo con el riesgo de quedar pegados. Hoy, en perspectiva, creo que no nos equivocamos”.

 

inconclusa sintonía fina

Costa duró en su cargo apenas un poco más que Martín Lousteau. En septiembre de 2008 renunció con el propósito de viajar a Londres, becado por la embajada británica. Pasó un año en la London School of Economics, una experiencia que define como fundamental, tanto por su valor académico como por la oportunidad que le brindó, durante ese período, de ver en vivo a las bandas que escuchaba con devoción desde los años noventa.

Durante la ausencia de Costa, el proceso de acercamiento al kirchnerismo de sus compañeros siguió adelante. Mariano Recalde, a quien los ex TNT conocían desde su etapa de militante universitario en la facultad de Derecho, asumió en 2009 como presidente de Aerolíneas Argentinas. Axel Kicillof se integró a la empresa por invitación suya. Fue el comienzo de una trayectoria que los llevaría a conducir los destinos de la economía nacional durante los últimos años del kirchnerismo.

A raíz de la nacionalización de las AFJP, que se había llevado a cabo en 2008, la participación accionaria de ANSES en muchas empresas le dio al Estado el derecho de designar a sus propios directores. En marzo de 2011, Kicillof fue designado como director en Siderar, una empresa perteneciente al grupo Techint, en reemplazo de Aldo Ferrer, que se hizo cargo a sus 83 años de la embajada argentina en París. En ese momento, Kicillof todavía no integraba el círculo más estrecho de colaboradores de Cristina Fernández. Era, apenas, un joven economista ambicioso, verborrágico y de convicciones firmes.

“Ahí empieza una operación mediática terrible de Paolo Rocca con Clarín, diciendo que el gobierno quería poner a un comunista en Techint, que iba a destruir las empresas”, afirma Costa. La operación tuvo un efecto inverso al esperado, al menos en la presidenta, porque despertó su curiosidad sobre el joven economista. Si el establishment vetaba a Kicillof, entonces algo bueno tendría. Esto abrió el camino a través del cual se transformó en viceministro de Economía en 2011. Al mismo tiempo, Costa asumía como Subsecretario de Competitividad, el área encargada de lo que se dio en llamar “sintonía fina”.

“Para nosotros era importante desarrollar herramientas de financiamiento efectivas, herramientas de desarrollo de competitividad en sectores a partir de transferencia tecnológica, de inversión, establecer redes de proveedores que vayan retroalimentando el proceso de industrialización. No alcanza con estimular el consumo. En ese sentido, no se logró avanzar mucho. Porque no se desarrollaron las herramientas que se necesitan, porque hubo restricciones al financiamiento, porque hubo dificultades lógicas para orientar las decisiones de las empresas. Y esa es una deuda pendiente en un gobierno nacional y popular. Cuando llegás al límite de la industrialización con herramientas macro, hay que dar el siguiente paso para volver sustentable el proceso”, admite Costa aunque defiende la política de subsidios del gobierno kirchnerista: “Los subsidios a la energía son una forma indirecta de fomentar la industrialización, porque en la medida en que les abaratás los costos energéticos a las empresas, estás transfiriendo recursos para que existan actividades productivas que no serían rentables si se tuviese que pagar el precio pleno de la luz, del gas, del agua. Y eso quiere decir producción, empleo y mayores ingresos. Por otro lado, cuando subsidiás el transporte, estás indirectamente subsidiando el consumo, porque el trabajador destina una menor parte del salario que cobra a pagar el bondi, y una mayor parte a ir a comer afuera. Eso es mayor consumo y mayores compras a las empresas industriales”.

Para Costa la cuenta pendiente más relevante del kirchnerismo es el inconcluso proceso de reindustrialización que impulsaron a partir de 2003. Concretamente, no se logró superar la restricción externa que comenzó a manifestarse más claramente a partir de 2011 en el marco de un contexto internacional adverso pero también ante la falta de herramientas de política industrial efectivas para apuntalar el proceso de crecimiento y la generación de mayor valor agregado.

 

entre la herencia de moreno y los precios cuidados

Antes de Guillermo Moreno, la Secretaría de Comercio era una entidad fantasmal, desideologizada, cuya función no estaba clara para el público en general. Y a veces, ni siquiera para los gobiernos de turno. La construcción del personaje que se llevó adelante desde algunos medios de comunicación, sumado al carácter explosivo de Moreno, le dieron visibilidad. Se sugería, incluso, que el Secretario de Comercio era más influyente en la conducción de la economía que los propios ministros del área que se sucedieron durante los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner.

“Dentro de un modelo de Estado muy controlador, que a mi juicio tenía en algunos casos tintes extorsivos, Costa y Kicillof intentaron hacer una gestión diferente. De hecho, hay que recordar que Kicillof asume al frente del Ministerio de Economía con la condición de que Moreno no estuviera más en la Secretaría de Comercio. Y así fue”, sostiene Liliana Franco, periodista acreditada en la Casa Rosada y el Ministerio de Economía.

Tras un paso por la Secretaría de Relaciones Económicas de Cancillería, Augusto Costa llegó a la Secretaría de Comercio en noviembre de 2013. El desafío no era simplemente reemplazar al explosivo Moreno sino racionalizar algunas políticas que venían siendo muy cuestionadas desde los medios de comunicación pero también, en voz baja y por motivos diferentes, en el interior del propio gobierno. La gestión de Costa representó tanto una continuidad como un quiebre con respecto a la gestión anterior. Se mantenía la administración del comercio, es decir, el régimen de permisos que regulaba las importaciones, con el que se buscaba fomentar la reindustrialización. “Yo estaba convencido de que había que mantener esa herramienta”, dice Costa al rememorar aquellos años, “pero también de que había que perfeccionarla y sistematizarla, profundizando en el análisis sectorial de qué se estaba importando y qué no”.

En cuanto a la efectividad de la administración de precios llevada a cabo por la gestión anterior, Liliana Franco afirma: “Moreno llamaba a los supermercadistas y les decía: ´hoy me ponés el kilo de asado a 10 pesos´ cuando en todas partes salía 20 pesos. Pero en realidad, uno encontraba el kilo de asado a 10 pesos entre las 5 y 15 y las 5 y 30 de la mañana”. Es decir, el sistema no funcionaba y no tenía incidencia alguna sobre la inflación.

Precios Cuidados, el programa implementado a comienzos de 2014, no representaba el congelamiento de los precios de una cantidad innumerable de productos porque, según Costa, eso no funcionaba en la medida que era imposible controlar. La opción elegida fue seleccionar productos representativos de cada uno de los rubros y regular los precios bajo un esquema de actualizaciones periódicas en el marco de un acuerdo firmado por los supermercadistas y los proveedores.

“¿Por qué logramos conformar una canasta de productos muy representativa en muchos rubros con las empresas, de una manera voluntaria? Primero, porque negociamos como perros. Segundo, porque conocíamos qué tipo de productos necesitábamos para que funcionara el programa. Pero si Coca Cola decía no, no había herramientas para obligarla. ¿Por qué Coca Cola, entre muchas empresas de primera línea, terminó estando incluida en el programa? Tengo mis hipótesis. Por un lado, quizás las empresas, en su evaluación costo-beneficio, decían: ´no quiero estar mal con el gobierno, porque si estoy mal me van a mandar a la AFIP´. O tenían temor a que Cristina las escrachara públicamente. O cualquier otra cosa que los medios de comunicación decían que el gobierno hacía. Y no era así. Por otro lado, para mí, también había cierta subestimación hacia nuestra gestión y existía una creencia de los empresarios de que el programa no se iba a controlar. Que era algo que pasaba, quizás, con los programas anteriores. Entonces, tenían cierta tranquilidad. Y otra idea que circulaba era que no íbamos a durar. Un representante de los supermercados me confesó, tiempo después, que cuando asumió nuestro equipo económico, los empresarios hicieron un Prode para ver cuánto durábamos. Y que la mayor cantidad de respuestas era que durábamos 45 días. Pensaban que nos iban a llevar puestos”.

“Nuestros objetivos en materia de política económica muchas veces nos llevaron a tener conflictos con sectores del capital que -lógicamente desde sus intereses- se resistían a políticas que apuntaban a una redistribución del ingreso que en ciertos casos implicaba menores ganancias empresariales, particularmente aquellas originadas por posiciones monopólicas u oligopólicas en los mercados. Esto no significa que el objetivo fuera fundirlos ni que tuvieran pérdidas. Por el contrario, la idea era que ganaran lo que corresponde sin perjudicar a los actores más débiles de las cadenas de valor: los consumidores, los pequeños productores y comercializadores”.

El éxito de Precios Cuidados, sumado a una inflación que no daba tregua, motivó que el macrismo no discontinuara el programa, al menos en apariencia. Todavía es posible encontrar unos pocos productos señalados con el logo característico del programa, en algunos supermercados e hipermercados. La evaluación de Costa, sin embargo, es lapidaria: “Hoy el programa existe en los hechos, pero ninguno de sus objetivos originales se cumple. Transformaron el programa en una política de productos de segunda marca, a precios de oferta, que no están en ningún lado, porque no controlan que estén. Y además dejaron de hacer publicidad, que era una de las claves del programa: que el consumidor conociera su existencia, porque si no, no sirve para nada”.

 

demasiados DJs

En una nota publicada el 28 de enero de 2014 por el sitio La Política Online, titulada “Los extraños episodios del sucesor de Moreno que preocupan a la Rosada”, se afirma que: “(…) desde que asumió en su nuevo cargo, Costa habría tenido al menos tres episodios de estrés agudo que las fuentes definen como ‘ataques de pánico’, aparentemente producto de las enormes presiones que está sufriendo en una función en la que convergen varias de las cuestiones más urgentes de la economía”.

La versión de Costa es diferente: “Fue algo absurdo. Obviamente, estaba con presiones. Pero un ataque de pánico es algo grave. Después lo levantaron otros medios. Esa semana recibí llamados de familiares preocupados, me llamó mi tía. Ahí me puse mal. Sentí que estaba metido en una picadora de carne. Jugaban con mi vida personal al nivel de que había gente que me quería preocupada por una mentira que salía en los diarios. Entendí el grado de daño que pueden hacer. Más allá de las denuncias penales, de que te acusen de chorro para tratar de ensuciarte. El daño es personal”.

En la actualidad, además de su trabajo diario en la Auditoría General de la Nación y como docente universitario, Augusto Costa se desempeña como vicepresidente de Vélez, donde se encarga de las finanzas del club.

“Es el club de mis amores, donde mi abuelo fue dirigente en los ochenta. Cuando asumí en la Secretaría de Comercio, entré en contacto con algunos directivos del club, que me buscaron porque yo me encargué de que todo el mundo se enterase de que yo era hincha de Vélez”.

Raúl Gámez, el dirigente histórico de Vélez, ganó las elecciones del club en 2014. Durante esos años, el equipo hizo una mala campaña y quedó al borde de pelear el descenso. Las finanzas tampoco estaban bien. Costa militaba en una agrupación opositora que, a causa de la decadencia del establishment, se encontró de repente en una posición favorable, igual que TNT ante el fracaso de la Alianza en 2001. Y en 2017, ganaron las elecciones. Augusto Costa se transformó en el vicepresidente segundo de la institución.

“Hoy, Vélez es para mí la oportunidad de demostrar que una sociedad civil sin fines de lucro puede ser viable cuando están los capitales con cuchillo y tenedor queriendo meterse en el fútbol argentino. Y todavía el fútbol resiste a este espíritu de lucro. Transformar culturalmente las canchas es parte de una militancia que me parece que está buena, porque en la medida en que se sigan reproduciendo prácticas discriminatorias, estamos perdiendo la batalla más allá de todos los avances que hay últimamente”.

El año pasado, además, Costa presentó un disco con temas propios.

“Tuve mi bandita en los 90, pero nunca estudié música”, dice. “Aprendí acordes en la guitarra criolla y después empecé a tocar el bajo. Siempre, como cable a tierra, me gustó hacer canciones. Yo no canto bien, pero hago melodías, qué sé yo. Y con el nacimiento de mi hija, después de la gestión, tuve una especie de rush creativo y compuse muchos temas, tenía muchos otros guardados, y le dije a Seba Rubin, un amigo, ´¿me grabás en guitarra acústica, bien cantadas, estas canciones?´. Y él me propuso hacer un disco de verdad. Armamos una banda para la ocasión y estoy re contento. Nunca en mi vida pensé que iba a sacar un disco y lo sacamos”.

Además de estas ocupaciones, desde abril de este año Costa dirige el Centro Cultural Morán en el barrio de Agronomía. “Es una práctica de militancia concreta a nivel territorial, con la idea de que nuestro aporte sea abrir un espacio para la cultura en un contexto de crisis económica. Armamos un espacio propio para darle lugar a los artistas, porque cuando empieza a verse afectado el poder adquisitivo, lo primero que se reducen son los consumos culturales”. Morán, para sus organizadores, es un intento por recuperar el espíritu que tuvo en los noventa la estudiantil TNT pero ahora en medio del derrumbe de la economía macrista.

Estamos a punto de despedirnos. Atardece en el Morán y Costa es requerido desde distintos flancos. Se nota que disfruta lo conseguido en el lugar, cuya agenda de actividades está en crecimiento. La pregunta de salida es inevitable.

¿Van a volver?  

“Creo que la experiencia del gobierno neoliberal de Macri después de 12 años de políticas que con aciertos y también con errores priorizaron los intereses de las mayorías populares demuestra que no hay más lugar en el país para este tipo de experimentos excluyentes y de concentración de la riqueza. Pero eso no implica que tenga que volver ni la misma gente ni las mismas políticas que se implementaron hasta 2015. Hoy la situación es completamente distinta tanto en plano económico como político como social. Lo que estoy seguro es que quienes somos militantes del campo nacional y popular tenemos la obligación de construir una alternativa que pueda disputar el poder en 2019 y que permita recuperar el camino de crecimiento con inclusión que quedó trunco con la llegada de la Alianza Cambiemos al gobierno. Estoy convencido de que en nuestro espacio tenemos las propuestas y las personas adecuadas para hacernos cargo de este verdadero desastre que nos va a dejar el macrismo”.

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Sebastián Robles
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María Morillo

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(1981) Música, ilustradora y diseñadora de objetos inverosímiles. Realiza desde hace años ilustraciones para tapas de discos y flyers de bandas locales. Está trabajando en una historieta basada en las aventuras de su banda, Los Aullidos, y en la ardua lucha cotidiana de lxs músicxs de su ciudad. https://mariamorillo.tumblr.com / @losaullidos

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el diamante blanco de werner herzog

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Transmitido en algún momento por la Radiotelevisione italiana y encapsulado por un héroe anónimo en YouTube, El diamante blanco (2004) es uno de los documentales mejor consumados de Werner Herzog. Aún así, es difícil encontrar detalles o comentarios sobre este film que valgan la pena leer. La ausencia es llamativa, porque El diamante blanco parece esquivar en silencio el cauce centrífugo de información aparejada a la “resurrección” de Herzog en la web —gracias a la cual, vía Netflix, llegó a una generación poco acostumbrada a la imaginación creativa de los alemanes de 76 años—, y después porque es Herzog en persona el que, en cuanta ocasión queda a su alcance, elabora un sentido crítico sobre cada una de sus películas. ¿Por qué, entonces, se ha dicho tan poco sobre El diamante blanco? El hecho de que en este documental se reelabore, además, “una articulación con claridad de esas imágenes impronunciadas que son nuestros sueños colectivos”, como él mismo diría sobre una cinematografía que acaba de cumplir 50 años desde Signos de vida (1968), vuelve el caso más extraño.

Si uno ignora quién es Werner Herzog, El diamante blanco puede mirarse como un documental sobre los esfuerzos técnicos y espirituales del ingeniero aeronáutico inglés Graham Dorrington para sobrevolar la sabana de la República Cooperativa de Guyana con un zepelín miniatura. Pero la película es más atractivo si uno conoce también qué es Fitzcarraldo (1982), y cuáles fueron las peripecias en las que Herzog quedó envuelto antes, durante y en especial después de su filmación. Desde hace al menos 36 años, Herzog da entrevistas y cuenta anécdotas —y publica libros— acerca de lo que significó en su vida y en su obra producir y dirigir esta película cuya historia se centra en la imagen de un gigantesco barco que atraviesa una montaña, desafiando las leyes más básicas de la naturaleza. Fitzcarraldo es, también, la historia del triunfo de la ingravidez de los sueños sobre la pesadez de la realidad. Sin embargo, de acuerdo a los mitos y los equívocos arrastrados por la figura de Herzog, aquellas, las de la naturaleza y el supuesto principio de realidad, no fueron las únicas leyes “desafiadas” por el proceso de filmación de Fitzcarraldo.

 

el triunfo de la ingravidez de los sueños

Para llegar a El diamante blanco, entonces, habría que deducir primero de qué modo las historias del melómano imaginario Brian Sweeney Fitzgerald (alias Fitzcarraldo), el director Werner Herzog y el ingeniero Graham Dorrington se cruzan. La trama detrás de esta trama es simple: Fitzcarraldo cuenta la historia de un amante de la ópera que quiere abrir a finales del siglo XIX un teatro en plena jungla amazónica, para lo cual necesita reunir una fortuna con el exitoso negocio del caucho. El plan es conseguir un barco y una tripulación para trasladar el caucho por el Amazonas, pero esto lo enfrenta a otro problema: el río en el que consigue comprar un barco no es el mismo río que necesita navegar, y lo que separa a esos dos ríos es una pequeña montaña. Fitzcarraldo decide entonces contratar a los indios de la zona para que suban el barco de un lado de la montaña y lo bajen del otro, con sogas, troncos y poleas. La tarea es monumental, y fuera del plano de la ficción Herzog transformó este delicado detalle narrativo en el epicentro de toda la producción de su película (en la que, en una primera versión, actuaba Mick Jagger).

Aunque Hollywood le propuso filmar las escenas en un estudio con efectos especiales, Herzog rechazó la oferta y se empecinó en subir un verdadero barco a vapor de 320 toneladas a través de un istmo entre los ríos Urubamba y Camisea, en lo profundo de la selva peruana, con el uso de cables de acero y tractores, e invirtiendo sus propios recursos para contratar a cientos de indios a los que organizó desde un campamento perdido en Iquitos. En Conquista de lo inútil, el diario de filmación de Fitzcarraldo (y la frase que los colegas de Fitzgerald usan en la película al describir su sueño de una ópera en medio del Amazonas), Herzog escribe: “¿Tendría yo el temple y la fuerza como para empezar todo de nuevo desde el principio? Yo dije que sí, de lo contrario sería alguien que ya no tiene sueños, y sin ellos no querría vivir”. En ese punto de la preproducción, que se alargó durante cuatro años, el primer campamento en Iquitos había sido incendiado por otro grupo de indios, algunos actores habían decidido retirarse para siempre del proyecto y el ingeniero civil que había calculado los requisitos técnicos para mover el barco lo había abandonado.

 

este peligroso director de cine europeo

Herzog siguió adelante y terminó la que, hasta hoy, es su película más famosa. Pero antes, una parte no menor de esa odisea fue traduciéndose en una forma de exposición muy distinta para Werner Herzog, a quien durante años se acusó una y otra vez de haber explotado a los indios con los cuales había trabajado, sometiéndolos a peligros insensatos y a veces letales, y pervirtiendo y tiranizando a una comunidad cuyo contacto con este peligroso director de cine europeo, al final, solo habría reconfirmado los funestos lazos de abuso entre Europa y América. Sin embargo, “yo veía algo que los otros no veían”, escribe Herzog. Y es con esa visión en mente que deberíamos repensar, finalmente, el lugar del ingeniero aeronáutico Graham Dorrington en El diamante blanco.

Emparejados en el corazón de la sabana guyanesa 22 años después de Fitzcarraldo, ¿no son Werner Herzog y Graham Dorrington una misma figura duplicada en la pantalla? ¿Acaso el hombre que soñaba con subir un barco sobre una montaña no nos cuenta, ahora, la historia del hombre que sueña con volar un zepelín sobre la jungla? Si se acepta este juego de espejos, se debe aceptar también que El diamante blanco no es un documental de Herzog filmado a partir del experimento aeronáutico de Dorrington, sino un experimento aeronáutico de Dorrington filmado a partir del documental de Herzog. Y esto abre la estética del cine documental hacia otro asunto: la performance, una estrategia a través de la cual Herzog reelabora siempre su figura como cineasta. En otras palabras, si el director y el ingeniero funcionan en espejo, ¿acaso la voz de Herzog que narra a Dorrington no es, en definitiva, la voz de Herzog narrándose a sí mismo, a veces como alguien demente y otras como alguien brillante, y también casi siempre como alguien excéntrico, e incluso algo ridículo?

 

y también hay estupideces estúpidas

Una de las escenas más impactantes de El diamante blanco nos muestra a Herzog, por única vez en cámara, confrontando a Dorrington por un asunto que con extrema sutileza vuelve a llevarnos hacia las leyes presuntamente “infringidas” durante la filmación de Fitzcarraldo. Repasemos. Dorrington acaba de ensamblar su zepelín, pero no cree que sea seguro subir acompañado durante el vuelo de bautismo. Sin dejar de hacer gala de la idea de que él jamás le pediría a alguien que hiciera algo que él no hubiera probado antes —y de que, como suele repetir en sus entrevistas, los riesgos físicos a veces son necesarios en el cine—, Herzog le dice a Dorrington que “sería estúpido aceptar que volara sin una cámara a bordo”. El diálogo es tan irreal que no cuesta entender que está guionado: “Hay locuras”, le dice Herzog, “y lo acepto”. “No, esto no es una locura”, lo interrumpe Dorrington. “No es una locura, pero sería estúpido aceptar que vueles sin una cámara”, le responde Herzog. Y entonces dice también, en un típico soliloquio herzogiano: “Hay estupideces dignas y hay estupideces heroicas, y también hay estupideces estúpidas. Y sería una estupidez estúpida volar sin una cámara. Yo voy a volar”.

La escena siguiente nos muestra a Herzog con una cámara en el endeble zepelín de Dorrington, ejecutando así uno de esos gestos severos de profesionalismo y responsabilidad que sus críticos han puesto en duda desde los rumores alrededor de Fitzcarraldo. Herzog decide tomar el lugar de uno de sus camarógrafos para evitarle el riesgo potencial de estrellarse, y esto es más serio de lo que aparenta porque, tal como nos relata Dorrington al principio de El diamante blanco entre lágrimas, en un accidente ocurrido varios años antes otro director de cine alemán, con el que trabajaba filmando animales salvajes, había muerto con un zepelín similar en África. La del coraje físico y la responsabilidad ética es apenas una entre varias cuestiones reelaboradas como performance en El diamante blanco, y si bien me gustaría dejar para otra ocasión las que también tienen que ver con el espacio natural —¿qué tipo de romanticismo nos propone Herzog? ¿Uno que idealiza a la naturaleza o uno que idealiza a la civilización?—, deberíamos terminar con un punto importante: el papel de los aborígenes, contratados para colaborar con el experimento aeronáutico de Dorrington y con el equipo de filmación de Herzog, exactamente igual que en Fitzcarraldo.

 

los misterios de las cataratas Kaieteur

Una de las acusaciones más graves contra Herzog es que hubo indígenas que murieron bajo su responsabilidad durante la filmación de Fitzcarraldo en Perú. La acusación es falsa pero verosímil, lo cual explica la resiliencia a través del tiempo. Entre animales peligrosos y ríos imprevisibles —“todo acá está preparado para el tipo más espeluznante de turismo”, escribe Herzog en Conquista de lo inútil—, las únicas muertes reales durante los cuatro años de producción de Fitzcarraldo fueron las de dos indios que, después de robar unas canoas que no sabían usar, se ahogaron entre los remolinos del río Urubamba en la madrugada. Herzog explica la tragedia como un episodio muy lateral de su tiempo en Iquitos, aunque basta recordar que si los machiguengas hubieran creído que el responsable de esas muertes era Herzog, seguramente lo habrían matado (como estuvieron a punto de matar a Klaus Kinski, dice el mito). En tal caso, esta es la mácula de violencia colonial que El diamante blanco reelabora con mayor énfasis. Los machiguengas de Perú, ahora, son los rastafaris de Guyana, una población nativa que trabaja en las minas de diamantes y proveen a la película nada menos que del título (cuando le preguntan a uno de los rastafaris qué ve cuando mira el zepelín, dice “un diamante blanco”).

El epicentro de esta cultura se sostiene, en buena parte, sobre los misterios de las cataratas Kaieteur, a las que los rastafaris asignan sentidos míticos. Bajo ellas, nos cuenta también la película, hay unas cuevas a las que nadie logró llegar jamás, y que Herzog, aunque logra filmarlas gracias a un escalador alemán de su equipo, opta por no mostrarnos. Por supuesto, esta decisión es una nueva performance, otra puesta en escena de la ética de la responsabilidad. Después de consultar a un “antiguo líder tribal” que dice que “la esencia de nuestra cultura se perdería si todos pudieran ver el interior de las cuevas”, Herzog elige respetar el deseo de los rastafaris y demostrarnos que su curiosidad y la de su documental jamás se atreverían a transgredir la voluntad de los nativos. Ahora bien, ¿por qué Werner Herzog, a pesar de todas estas concesiones sobre su pasado, no convierte El diamante blanco en otra pieza vacía de la ideología de la corrección política en el contexto de los diálogos interculturales? Precisamente porque, para el final, nos reserva una última escena, que no solo nos recuerda que los documentales son tan falsos como la ficción, sino también que la realidad es más feroz e incontrolable, y sobre todo menos sagrada, que lo que nos gustaría imaginar. Eso es lo que trasunta el joven rastafari que baila un rap sobre las cataratas Kaieteur, y lo que nos repite Werner Herzog en sus películas desde hace ya medio siglo.

Copete: 
La obra del director alemán acaba de cumplir 50 años de éxitos, fracasos y acusaciones aún abiertas. En “El diamante blanco”, una de sus películas más autobiográficas, Herzog transita su relación con el núcleo ficcional de todo documental y con la esencia moral de toda narrativa del yo. Un juego de espejos donde las acusaciones de etnocentrismo se cruzan con el coraje y la incensante pregunta sobre cómo perseguir nuestros sueños.
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Nicolás Mavrakis
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Luciano Lamberti

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(1978). Nació en San Francisco, Córdoba. Publicó el libro de poemas San Francisco y los libros de relatos El Asesino de chanchos, El loro que podía adivinar el futuro y La casa de los eucaliptus, así como la novela La maestra rural. Dicta talleres de escritura creativa y es columnista en el blog de Eterna Cadencia.

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