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bienestar neuronal

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El actual auge de las neurociencias puede verse como una moda más palanqueada por el cartelizado mercado editorial argentino, o como otro capítulo en la historia de la guerra por los relatos del alma: aquel que el humanismo del Renacimiento le robó a la Iglesia y luego derivó en explicaciones mecanicistas, de aspiración newtoniana, durante el Barroco, para, luego de la Revolución Francesa, dejar paso a la preocupación por la kultur y la sociedad. Hasta que llegó Darwin para fascinar a todos con su relato de evolución natural y la animalidad humana. El biologicismo invadió a toda la cultura finisecular, desde la Segunda Internacional hasta la burguesía liberal: servía tanto para combatir a las iglesias como para asegurar el orden midiendo cráneos y conductas. La Segunda Guerra Mundial acabó con el prestigio de ese discurso: las leyes raciales nazis, la bomba de Hiroshima, la dialéctica de la Ilustración y la nueva epistemología de Thomas Kuhn y otros tendieron un manto de relativismo sobre las ciencias duras, y la biología en particular. Las ciencias humanas aprovecharon para volantear su giro cultural y, desde entonces, todo fue símbolo, discurso, construcción social. Si hubieran leído bien a Kuhn hubieran sabido que ese paradigma también iba a pasar: el relativismo cultural paralizó a los progresismos del mundo ante la violencia poscolonial, y el abuso de la semiología empantanó el debate social.

Desde finales del siglo XX asistimos a un retorno de cierto imaginario decimonónico respecto al lugar de la ciencia en la sociedad. A caballo de un capitalismo que, al decir de Piketty, vuelve a cerrarse a la movilidad social luego de los impactos del siglo XX, esta belle epoque 2.0 recupera el optimismo sobre la capacidad de la ciencia y, en especial, las nuevas tecnologías digitales y los psicofármacos, para ordenar su vida. El Proyecto Genoma Humano nos devolvió la imagen del Hombre como una bolsa de células perfeccionable. Y una sociedad cansada de cargar los imperativos políticos del siglo XX aceptó esa imagen como una liberación.

 

científicos en zapatillas

Ya sea para difundir sus investigaciones, para saltear los límites del conservadurismo académico o como una simple respuesta ante la demanda creciente del mercado editorial, los libros de divulgación florecieron en el siglo XIX como parte del auge cientificista. En ese sentido, obras como Usar el cerebro de Facundo Manes y Mateo Niro, ÁgilMente de Estanislao Bachrach, La vida secreta de la mente, de Mariano Sigman y Rec, de Fabricio Ballarini, se ajustan perfectamente a los requerimientos del género: un paseo pautado en breves etapas en las que se describen la fisiología y las patologías del cerebro apoyado siempre en ejemplos de investigaciones recientes sobre la manera en que el funcionamiento neuronal explica nuestras conductas, decisiones y emociones. 

Los neurodivulgadores se manejan como peces en el agua de las entrevistas y las cámaras: Sigman es un abonado a las charlas TEDx; el prólogo del libro de Ballarini está firmado por Mario Pergolini y el epílogo por Nazareno Casero; Bachrach fue columnista del programa radial de Andy Kutznezoff; Manes es un habitual invitado a programas televisivos de interés general y su fama incluso lo llevó a sonar como posible ministro de Mauricio Macri. 

Ya sea con el lenguaje claro e impersonal de Manes y Niro, las viñetas autobiográficas de Ballarini y Bachrach o los chistes y referencias pop de Sigman, sus libros apelan a una estructura amable de capítulos cortos, tono descriptivo y relatos de investigaciones llevadas a cabo por prestigiosos colegas neurocientíficos. Los voceros del neuroboom expresan acabadamente esta idea del científico en zapatillas. Esa nueva generación de científicos jóvenes, carismáticos o, al menos, comunicativos que surgieron gracias a la proliferación de becas y la difusión de blogs como elgatoylacaja.com.ar y le acercaron a la sociedad una nueva imagen de lo que se espera que sea un científico: un ser coloquial, empático y pedagógico, lo más distante posible de la leyenda de Mengele o el busto ebúrneo de Houssay. Sigman refuerza el color humano de la corporación científica al presentar a cada autoridad como “mi amigo y colega”.

 

tecnologías del yo

A la par del costado divulgador de toda un área de investigaciones complejas, una promesa de bajada “técnica” de los avances de ese campo al mundo de la vida aparece orientada a mejorar nuestras habilidades. El subtítulo del libro de Manes y Niro es “Conocer nuestra mente para vivir mejor”; el de Bachrach reza “Aprendé cómo funciona tu cerebro para potenciar tu creatividad y vivir mejor”. La descripción coloquial de la neurofisiología, la revisión de los problemas asociados a la vida de la mente (el estrés, los olvidos, las emociones negativas, las decisiones impulsivas, los bloqueos creativos) se vende junto al énfasis en poner todo ese aparato explicativo al servicio de un programa pautado de ejercicios mentales destinados a desarrollar cualidades bien específicas: la creatividad, la imaginación, la atención. La neurología como tecnología del yo, como autoayuda.

A partir de los best sellers de la segunda posguerra en Estados Unidos, la autoayuda fue un género imperialista que se expandió desde la psicología más o menos seria a cualquier aspecto de la interacción social. Autoayuda para los negocios, para el amor, para la política. La plasticidad del género se debe a su estructura sencilla: la combinación de una serie de técnicas individuales con el relato del éxito que el autor ofrece como ejemplo de su eficacia. Un tipo de saber que promete despojar a los conocimientos filosóficos o científicos de su aura esotérica y metodológica para adaptarlos a cada uno. 

En el caso de los libros de neurociencias lo que resalta es el contraste entre el universo casi desconocido del sustrato biológico de la mente, con sus neurotransmisores y hormonas, y la confianza plena en la capacidad de la voluntad individual para dominar y reconducir provechosamente toda esa actividad cerebral. El cerebro humano, nos dicen Bachrach y sus colegas, es plástico y se reconfigura todo el tiempo al compás de los estímulos que recibe. Nunca deja de aprender, es una máquina que se perfecciona a sí misma constantemente. Pero también es un órgano que puede decaer, funcionar mal y en última instancia atrofiarse si no es sometido conscientemente a un trabajo que lo fuerce a desarrollar su potencial. El cerebro entra así a ese enorme gimnasio que es la sociedad de mercado.

Pero no es solo en la autoayuda donde se despliega la voluntad práctica de las neurociencias. Sigman dedica los dos últimos capítulos de su libro a esbozar cómo usar el conocimiento neurocientífico en “el experimento más vasto de la historia de la humanidad: la escuela”. Ballarini, que no duda en presentarse como “adolescente de los 90” y alternar sus argumentos con memorias de su vida en la escuela, la Universidad y el Conicet, directamente conduce parte de sus experimentos con alumnos de un colegio de Lanús. 

La voluntad imperialista de las neurociencias apunta así a esa fortaleza corroída que es el sistema educativo, canal de partidas presupuestarias, formación y empleo de recursos humanos, médula del imaginario social, justo en un momento en que es puesto en tela de juicio por las nuevas formas de circulación de la información y las nuevas estructuras familiares. Quizás la nueva ola tecnocrática que apunta a desplazar al giro cultural de la administración de la sociedad tenga un lugar para las neurociencias y sus voceros.

 

la república del cerebro

“La ciencia habla de cómo somos” dicen Sigman y Ballarini en diferentes partes de sus libros. Los escribas del neuroboom son conscientes de que contribuyen al imaginario de la sociedad sobre sí misma y la elección de la metáfora sobre el cerebro no es arbitraria en ese sentido. La más habitual, la del cerebro como una computadora, ya es una tautología complaciente con el ingenio humano: si el cerebro se parece a una computadora es porque estas se inspiran en el funcionamiento de aquel.

Sigman es más original y emplea metáforas políticas para explicar funciones cerebrales: poder ejecutivo, batallas internas, gobierno de la mente, consorcio de personalidades. La idea no es tanto la de un hombre mecánico o animal como la de un territorio a gobernar, con mucho énfasis en el rol de controlador del cerebro. La reivindicación que el autor hace de Freud apunta a la expansión de la soberanía neurocientífica sobre lo irracional: las corazonadas contribuyen a la toma de decisiones acertadas, las ensoñaciones diurnas son sueños controlables. El cerebro de Sigman es un Estado de Bienestar dispuesto a incluir a consciente e inconsciente, a cambio de mantener el control. Un freudismo legalista sin unheimlich.

Junto a esa politización del cerebro está la biologización del comportamiento político. Sigman abre su libro con una reivindicación de Jacques Mehler, pionero en el estudio de los fundamentos biológicos del comportamiento. Una declaración de principios que el autor modula al referirse al “bucle” evolutivo entre naturaleza y cultura. A partir de sus propios experimentos con bebés, el autor discute con el empirismo y las teorías de tabula rasa de Piaget: los bebés de Sigman ya traen una estructura chomskiana de lenguaje, criterios éticos, preferencias socioidentitarias y una noción de propiedad previa a la identidad. Hacia el final del libro, el autor invierte el signo de la polémica para rebatir a Galton acerca de los límites biológicos del rendimiento individual. Para Sigman el esfuerzo y el entrenamiento son la base del talento, incluso de aquellos históricamente entendidos como dones, como el oído absoluto o la pericia deportiva.

Los cerebros de Sigman son extremadamente cívicos: traen nociones sociojurídicas innatas al tiempo que son mejorables por el esfuerzo y la educación. Seres naturalmente democráticos. Desde esta premisa, el autor puede avanzar con “neuroautoridad” sobre temas como la corrupción, la confianza, la empatía o el debate ético entre utilitarismo o deontología. Sus conclusiones, sin embargo, son conocidas y reconfortantes: debemos vivir juntos, confiar en el otro nos enriquece, nos gusta comunicarnos, los niños disfrutan al enseñar. Y, en última instancia, “un sujeto es, por lo menos en algún atributo, único, distinto de otros (…) la mente humana tiene una esfera irreductible de privacidad”.

De esta manera, el nuevo lenguaje cientificista es amable con el narcisismo del sentido común, no hay una intención fáustica que reclame del lector un cambio de paradigma en sus maneras de pensar y pensarse. Los autores hablan desde su autoridad como neurólogos, físicos o biólogos de Conicet, Harvard, Cambridge o el Brain Project. Incluso no se privan de acreditarse como miembros del canon del pensamiento occidental: Sigman discute con Sócrates, Platón, Locke, Rousseau y Hegel. Pero, al mismo tiempo, esa fuerte carga de autoridad no convierte a los libros del neuroboom en un tipo de obra que pretenda instalar una teoría “fuerte” que cuestione radicalmente las nociones convencionales de su público. Con la excepción de Ballarini, interesado en rebatir la religión y explicar la pobreza desde el cerebro, lo que campea es el tono amable de quién emplea herramientas e hipótesis sustentadas empíricamente para ilustrar cuestiones debatidas desde siempre por la filosofía, las religiones o el arte, sin la pretensión de darles una respuesta totalizadora. Así, eternos temas como el libre albedrío contra el determinismo, o la violencia política en contextos “civilizados”, quedan abiertos entre interrogantes sobre los que no se pueden ofrecer más que tentativas de explicación parcial. Es una reivindicación, claro, de la humildad del progreso científico como tarea lenta y acumulativa, pero al mismo tiempo una toma de posición que excluye cualquier posibilidad de incomodar a los lectores, de ponerlos frente a la posibilidad poco grata de cuestionar su soberanía individual.

Copete: 
Los laboratorios y las neurociencias se amaron, e incluso inventaron un género editorial con abanderados como Estalisnao Bachrach, Facundo Manes y Mateo Niro, Fabricio Ballarini o Mariano Sigman. Científicos cancheros que te ayudan a vivir mejor. ¿Qué pasa con el boom de la autoayuda científica del cerebro? ¿Qué presupuestos y que promesas sobre el individuo?
Número: 
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Semidestacado
Autor: 
Mariano Canal
Alejandro Galliano
Ilustrador: 
Mariano Grassi
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katz y el nihilismo fofo

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Ya bajo los efectos de la locura, Nietzsche describió su praxis bélica en cuatro postulados prácticos:  a) “sólo ataco cosas que triunfan”; b) estos ataques se realizan a nombre propio, sin aliados; c) no se ataca nunca a personas: se sirve uno de ellas “tan sólo como de una poderosa lente de aumento con la cual se puede hacer visible una situación de peligro general” y, finalmente; d) sólo es lícito atacar cuando está excluida toda cuestión de enemistad personal.

Bajo esta recomendación, aunque sin respetarla al pie de la letra, propongo prestar atención al modo en que triunfa, en el plano de la escritura reflexiva en el que pretende desenvolverse el ensayista Alejandro Katz, algo que podemos llamar “lo obsceno”: un tipo de argumentación en la que lo impúdico se deja traslucir sin explicitárselo del todo. Se lo hace pasar distraídamente, como si de un accidente de la comprensión se tratase, mientras se aparenta hablar decorosamente.

mail prólogo

Todo surge de un breve mail que el periodista Gabriel Levinas introduce a modo de prólogo en su reciente Doble agente, la biografía inesperada de Horacio Verbitsky, libro canalla si los hay. El autor de ese correo electrónico es Katz. Levinas lo introduce, nos dice, para evacuar las dudas que pudieran subsistir respecto de sus motivaciones y de la legitimidad misma de difundir la “información” de “enorme relevancia” que, según cree, el libro en cuestión contiene: “fue la opinión del filósofo y ensayista Alejandro Katz la que, de manera más categórica, ayudó a comprender la razón de este libro”.

Katz comienza su intervención distinguiendo las controversias que el libro desea suscitar. Hay algunas que son de incumbencia del autor y otras que no. Entre estas últimas designa, en primer lugar, la controversia en torno a la “veracidad de la documentación” acusatoria de Verbitsky. No se presenta para Katz problema alguno a elucidar, sino “una cuestión fácil de resolver” que “depende de expertos, de peritos que pueden confirmar que cada una de las pruebas utilizadas es verdadera”. ¿Lo son? ¿No ha refutado punto por punto estas “pruebas” Horacio Verbitsky?

Como sea, Katz no se hace ninguna pregunta sobre las prácticas diversas de veridicción, ni siquiera cuando resulta evidente que acusador y acusado se oponen precisamente en este campo. Levinas personifica de modo lineal el lenguaje de los medios, mientras que Verbitsky abreva en las fuentes del periodismo de oficio, en el procesamiento militante de información –tradición que arranca con Prensa Latina–, y en el trabajo de archivo de los organismos de derechos humanos en procura de volver públicas las articulaciones jurídicas, económicas, teológicas y políticas del genocidio. El conflicto que aquí se presenta no es menor: Levinas no hace en su libro sino impugnar, precisamente, este modo de trabajo de Verbitsky al que percibe como un procedimiento de acumulación ilegítima de poder. Y apunta a desprestigiar el esfuerzo actual por ampliar los juicios al personal de la última dictadura al campo de los ilegalismos financieros. Katz, en cambio, se despreocupa de estos asuntos, dejando que del problema de la verdad se encargue la policía.

Una segunda controversia que según el filósofo no le corresponde asumir al autor, tiene que ver con los motivos mismos de la publicación. Cuestión que se resuelve automáticamente gracias a una suerte de ética del periodismo según la cual no vale la pena preguntar qué es lo que debe hacer un periodista con la información, puesto que el verdadero periodista sólo conoce un tipo de reacción: publicar todo lo que le llega. Lo relativo a la evaluación del sentido de la oportunidad y de los efectos de la intervención queda por tanto delegado a la demanda de las empresas y los dueños de la comunicación.

La controversia que sí interesa al filósofo y la que se propone sostener es la siguiente: “¿por qué es de interés público la vida que otro llevó en la dictadura? ¿Quién puede decir que el modo de actuar de otro fue el modo justo, el modo intachable, y por qué?”. Entre las palabras con las que el filósofo Katz fundamenta a Levinas contra Verbitsky, encontramos la siguiente caracterización vinculada a la última dictadura: “nadie en un régimen de terror tiene, ya no la obligación, sino  tampoco la posibilidad de actuar como un santo o como un héroe”. La perfección de la frase ejemplifica el funcionamiento de lo obsceno en política al sustituir el problema que la situación del genocidio plantea (¿cómo se llegó a eso?, ¿qué fuerzas lo operaron y por qué medios?) por una evidencia incontestable: el hecho que las personas, en condiciones de amenaza de muerte, no suelen sino obedecer. Semejante sustitución cancela la fuerza ética en el pensamiento, y aniquila toda dignidad. En adelante sólo podemos comunicarnos sobre la base de la evidencia.

ser-para-el-consuelo

Ya no se trata sólo de eludir la reflexión sobre aquel terror cuya eficacia consistió en destruir el lugar resistente que en lo colectivo e individual siente y piensa contra la obediencia. Ahora el pensamiento mismo que se practica está definitivamente asentado sobre el borramiento de toda potencia subyacente, de la que sólo puede tenerse representaciones religiosas o literarias (“un santo, un héroe”).

Katz se sitúa en un lugar fuera de toda “mística”. Él dice: en la realidad “gris” que debieron vivir millones de personas durante la dictadura, a él no le resulta fácil delimitar “qué significa colaborar, qué es resistir, qué es ser cómplice”. Pero entonces: ¿por qué tomarse, filósofo y periodista, el trabajo que se toman en atacar a Verbitsky con acusaciones sobre su conducta de aquellos años? Katz ofrece dos razones: porque se trata de un hombre “público” vinculado a la valoración de esa época y porque “tiene un discurso público sobre lo que otros hicieron”.

A Verbitsky, en definitiva, se le reprocha no haberse adecuado a esta nueva realidad post-genocidio. Se le cuestiona obrar extemporáneamente, usurpando una facultad de juzgar que no le pertenece por derecho a él sino a los jueces de la república: “poco derecho tiene nadie, entonces, de juzgar qué han hecho los otros, cuando lo que hayan hecho no merezca estar bajo revisión judicial”.

La filosofía sirve, entonces, para rectificar “el modo en que desde el presente se juzga ética y jurídicamente a muchos de los protagonistas de aquella época”. Siempre el llamado al orden: ¿en qué consiste esta rectificación? Sencillamente en “restituir a nuestra vida en común los claroscuros que personas como Verbitsky pretenden disimular, o directamente, borrar: para comprender que no se trata de señalar a los demonios y a los puros, sino de reencontrar lo humano en nuestra propia, frágil, débil humanidad”.

Más que una reedición de la teoría de los dos demonios, una ontología del ser-para-el-consuelo. Sin lugar para aquello que Spinoza llamaba una “vida humana”, organizada en torno al descubrimiento de la virtud y la utilidad común. ¿Qué se afirma en el terreno de la ética? La nada misma, la mera aspiración a perdurar, el más fofo de los nihilismos. Sólo lo “humano débil”. Es lo único que se quiere escuchar.

protocolo de actuación del pensamiento

¿Qué queda entonces de la esperada palabra filósofa? Sólo el mantra antropológico de la finitud y el conformismo.  ¿Es todo lo que lo contemporáneo en nuestra época puede pensar? Consumo y seguridad. ¿Pura domesticación?

Colonizada por la tecno-semiótica, la filosofía –otrora campo de la lucha de clases en la teoría- ya no responde a sus viejos imperativos del estado y/o la revolución. Ahora se ofrece en los mercados como terapia de la existencia en dosis aceptables, como parte de una pedagogía más amplia destinada a enseñar a vivir. Ella participa del combo de las sabidurías diseñadas para evitar riesgos. Porque, en el fondo, lo que manda es la indolencia. Lo único que se acepta pensar, el máximo de tensión ética admisible, lo que se llega a imaginar como espacio político, no pasa de una módica escena pedagógica y moral.

Se dirá que de todas formas la argumentación ya no pesa demasiado, y eso es estrictamente cierto. No es la defensa del pensamiento lo que importa. Y tal vez nunca haya importado demasiado. Se agregará que casi todos los episodios de la llamada “batalla cultural” han estado dominados por similar indolencia. De hecho, no hay tanto que rescatar de esas escaramuzas.

Lo que cuenta, sí, es aprender a defenderse del régimen de lo obsceno, aprender a combatirlo, porque en él se esteriliza al lenguaje y se anula su poder de participar en la creación modos de vida.

Copete: 
Según su propia mitología, el PRO es el primer partido del siglo XXI porque las ideologías le importan un bledo. Pero el gobierno de los ceo´s ya tiene quien le escriba. Alejandro Katz es uno de los intelectuales post-orgánicos que visitaron raudos al nuevo Presidente, para ayudarlo a interpretar la época. El obsceno oficio de pensar sin dignidad.
Sección: 
Volanta: 
cambiamos / la canalla cultural / pinchazo
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Semidestacado
Autor: 
Diego Sztulwark
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La hora de los microondas

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Hay una escena de El Legado, la nueva película de Pino Solanas, que resulta reveladora en más de un sentido. En ella, el cineasta y senador nacional por Proyecto Sur se muestra a sí mismo entrevistando a Perón en sus míticas películas del año 1971 y por unos segundos se le escapa (o eso parece) un gesto de condescendencia. Un: "¡uh! ¡pero qué verdes estábamos!". Y no como reproche a la conocida picardía del líder justicialista sino como reconocimiento, cuarenta y varios años después, de su propia inexperiencia como sujeto político de la época. "Pensá que nosotros sabíamos de manifestarnos, de pelear y de hacernos valer, también de luchar contra la dictadura, pero de política, la verdad, sabíamos poco y nada, no habíamos vivido la política...", reflexiona con melancolía en su despacho del Congreso un día antes de cumplir 80 años y a días del estreno comercial del film en el que revisita su pasado político luego de la serie de documentales dedicados a la minería, los trenes, la industria y otros aspectos del subdesarrollo endémico argentino.

Nunca me hubiera perdonado no haber hecho esta pelicula. O una mejor, claro. Porque uno nunca está del todo conforme con lo que hace. Y Perón necesita muchas películas más alrededor de su figura”, dice coherente con la admiración que denota el afiche: de un lado Perón sonriente y gigante en uno de sus sillones de Puerta de Hierro; y del otro, Pino pequeño y octogenario encuadrándolo como director tantos años después. “Me gustó eso de ponerlo Perón allí grande arriba y nosotros chiquitos tratando de seguirlo y aprender”, confirma, sonriente, sobre el carácter harto sentimental del film. Una flecha directa al origen del vínculo entre ambos, cuando Pino y sus compañeros del Grupo Cine Liberación (Octavio Getino y Gerardo Vallejo) lograron superar varias vallas (la más alta y tenebrosa, López Rega) y pasar ratos con Perón en su residencia en Madrid para volver con dos películas bajo el brazo; Perón: La revolución justicialista y Perón: actualización política y doctrinaria para la toma del poder. Ambas, en su momento, hiper clandestinas (aunque consiguieron popularidad cuando Neustadt pasó fragmentos en su programa, sin citar de dónde provenían, y la conmoción por verlo de nuevo al General hablando fue enorme).

La gran puerta de entrada que tuvimos para llegar al Viejo fue La hora de los hornos”, cuenta Pino recordando el valor de su primera famosa película, la que le dio chapa de cineasta militante y un primer reconocimiento entre sus pares. “Porque en su momento a Perón las usinas intelectuales lo hicieron puré. Para muchos pensadores en el mundo, no era más que un dictador latinoamericano. Entonces, que en el ‘68 apareciera una película como La hora... que no sólo reivindicaba a Perón y a Evita sino que también recibía elogios y hasta una gran recepción en el Festival de Cine Nuevo de Italia, el mismo donde habían sido aclamados Godard y Pasolini, llamó mucho su atención. Y entonces quiso conocernos”.

De ahí a los primeros encuentros en Guardia de Hierro y la idea seminal de registrar la historia del propio Perón en primera persona, no transcurrió mucho tiempo. Pero no fue fácil, claro: “En el medio me fundí con mi agencia de publicidad, perdí todos los clientes, me visitó tres veces la Side… No tenía un mango. Para colmo había nacido mi segundo hijo y realmente no sabía para dónde ir. Y por supuesto que todas las promesas de financiamiento de sindicatos, de la dirigencia, se esfumaron en seguida. Pero bueno, después de La hora... con Getino estábamos curtidos. Así que esas dos películas las terminamos de montar clandestinamente en Italia, sin nadie que nos vigilara detrás”.

El regreso de la tercera posición

El Legado, entonces, es esencialmente el repaso de aquellos años tan especiales como intensos en la vida de Pino. Con el rescate de audios inéditos de aquellos films, y recursos de meta-ficción utilizados con audacia (Solanas recorre la Quinta de San Vicente como si fuera Puerta de Hierro), la película va adentrándonos en aquella atmósfera tensa de principios de los setenta pero con los ojos de hoy. “Muestro, por un lado, mi relación con Perón: los recuerdos, el afecto que le fui tomando y la autocrítica que hago de aquel momento. Y, por el otro, lo que él nos contaba y trataba de enseñarnos. El legado que pudo expresar y dejarnos cuando al fin pudo regresar”.

Tema tabú aún hoy para muchos que incluso se consideran peronistas, el retorno del General en el 72 y su posterior ruptura con la "Juventud Maravillosa" sigue siendo -parafraseando a Cooke- el hecho maldito de la concepción setentista de la historia. Que el Viejo “los cagó” y terminó favoreciendo a la derecha del movimiento es una herida irresuelta para no pocos que protagonizaron aquellos años. Pero también para muchos otros que nacieron después y se lamentan ante la parábola de un líder popular que habría regresado después de tantas luchas para terminar claudicando con los poderes más rancios.

Con El Legado, Pino desarrolla una hipótesis distinta. Frente a las explicaciones de izquierda y derecha que se se enojan o se alegran con ese viraje, plantea una tercera posición: la de un gran pero sacrificado regreso (estaba en juego su salud) para lograr la unidad nacional ante al enemigo externo; ese que quería ver terminadas las experiencias emancipatorias latinoamericanistas y necesitaba -en palabras de Forja, auténtica raíz del pensamiento de Solanas- volver a implantar “un régimen de neocoloniaje”. “Lamentablemente sigue habiendo mucha desinformación y mucha ignorancia sobre este último gobierno de Perón, el que lo mostró más estratégico y más sabio”, dice Pino, que fundamenta su afirmación en que el viejo líder “vino a unir a los argentinos pero sin resignar sus banderas históricas en función de un proyecto estratégico-emancipatorio como fue el Pacto Social y su plan Trienal”.

Dos caras de la misma moneda, el Pacto Social y su reverso, el plan Trienal, habían sido cuidadosamente elaborados por Perón durante la última etapa del exilio español junto con sectores afines del radicalismo, el socialismo y el conservadurismo popular (agrupados en La hora del pueblo); y posteriormente sustentados en dos de las organizaciones más importantes de la relación Capital/Trabajo de aquellos años: la CGE comandada por Gelbard (luego ministro de economía) que tenía un explícito perfil industrialista; y obviamente la CGT, que con Rucci al frente estaba dispuesto “a bancar con la propia vida” aquel Pacto Social que proponía una batería de medidas de fuerte intervención estatal con el fin de bajar gradualmente la inflación y estimular de manera realista la producción. Y las cosas, por un tiempo, funcionaron: en el período 73-74 bajó a más de la mitad la inflación heredada de Lanusse (del 80% al 30%) mientras que el salario subió hasta cubrir casi el 50% de la canasta de bienes (Economía política en el Tercer Gobierno de Perón de Carlos Leyba), entre otros logros.

“Los acontecimientos de esos 9 meses fueron tan intensos que taparon todo lo bueno que tuvo ese tercer gobierno, la conciencia de que en la América Latina de esos años no había proyecto más avanzado y en paz como el que estaba llevando adelante Perón. Una revolución gradual y con cambios institucionales, pero acompañada con esa batería de 53 o 54 leyes económicas que hoy estaría a la izquierda de cualquier gobierno progresista”, se lamenta Pino. Y reprocha que el traumático asesinato a Rucci (a pocos días de asumido Perón con el 62% de los votos) y acciones guerrilleras como el fallido asalto a la guarnición militar de Azul (por parte del ERP) hayan colaborado a minar el sustento social y económico del plan. “Esas provocaciones hablan de que lamentablemente la Juventud y las organizaciones de izquierda no lo comprendieron. Su política fue infantil, terminó siendo uno de los brazos de quienes verdaderamente buscaban golpear a Perón y a su plan. Que eran, en el frente interno, el establisment económico, tanto financiero como agroexportador; y en el externo, Bush padre al frente de la CIA y Kissinger como secretario de seguridad para asuntos latinoamericanos”.

¿En qué momento te diste cuenta de que para vos Perón tenía razón frente a lo que le planteaban desde la militancia juvenil? 

- Fue hace mucho, probablemente durante los mismos setenta, ya en la Dictadura. Pensá que los que nos fuimos al exilio nos fuimos al duelo, a hablar con nosotros mismos. Ahí fue naciendo una conciencia crítica. Y en la medida que fuimos madurando políticamente lo comprendimos. Lo digo en la película: pertenecemos a una generación que nace con el bombardeo del 16 junio del 55 (durante el cual yo era un adolescente) y meses después vivimos fusilamientos, persecuciones. Por eso no entendíamos que Perón, con La hora del pueblo, hiciera arreglos para volver al país con los mismos que lo había derrocado. Nos parecía mal. Pero después se vió que tenía razón.

Al mismo tiempo, en la película no construís un Perón impoluto, sin errores...

- Ningún líder en la historia, desde Espartaco y Fidel Castro, pasando por Lenin o quien sea, pudo estar exento de cometer errores. Y el mismo Perón lo reconoce en su momento cuando habla de los desvíos de la conducción humana, o sea él, del proyecto estratégico original. Por eso para mí, estuvo lejos de ser un santo. Pero cuando lo comparás con el resto, con muchos que estuvieron antes o después, no hay medida realmente. Está por arriba de todos.

De Ortega a Marcos Peña

Las usinas académicas, en sus tres versiones (la socialdemócrata radical, la liberal conservadora y la marxista clasista) siempre fueron muy antiperonistas”, asegura Solanas. “Si a eso le sumás que nosotros, más allá de intelectuales como Ortega Peña o Fermín Chávez, nunca tuvimos una usina que explicara bien el peronismo, tenés el cuadro. Por otro lado, también es una suerte, porque muchas veces las usinas son jodidísimas. Hoy si sos intelectual y te ponés la camiseta de Perón sufrís muchos prejuicios. En ese sentido, es una pena que muchos pensadores serios, valiosos, que definiéndose como peronistas no nombren a Perón o no militen sus ideas centrales.”

¿Qué tiene para aportar su legado al mundo actual?

- Mucho. Perón dice que frente al capitalismo de estado, como era el del marxismo ortodoxo que insectifica al hombre y lo convierte en colmena, y frente el capitalismo individualista y desalmado, que siempre busca del frío resultado y recae en el puro sacrificio, había que anteponer el esfuerzo, la verdadera salida científica y humana a esa disyuntiva. Y eso para quienes concebimos a América del Sur como el gran proyecto de una utopía humana, es fundamental. Con mucha originalidad e inventiva, el proyecto de Juan Perón pudo zafar de los códigos heredados de izquierda y derecha, y nos mostró un camino que aún se puede recorrer hoy.

¿Cómo era Perón en persona?

- Era un tipo cautivante. Muy sensible y campechano. Como se lo ve y como habla. Obviamente cuando lo filmábamos se armaba un poco más, pero en esencia era el mismo. Un tipo con un gran sentido del humor y con la habilidad extraordinaria de siempre saber ponerse en el registro o en el nivel de su interlocutor; no te hacía sentir inferior. Tenía un gran simplicidad. Aunque también te dabas cuenta que estabas frente a un peso pesado que gentilmente bajaba varios escalones para darte un poco de bola.

¿Cómo describirías la actitud de Kirchner y Cristina frente a Perón y su legado?

- Bueno, yo creo que no lo comprendieron. Sinceramente. No hubo comprensión. Néstor Kirchner, un hombre pragmático, más vivo, más bicho, pero sin interés por comprender profundamente ese legado ni tampoco conocerlo. Mucho menos Cristina. Lo verificás en el débil desarrollismo que aplicaron en su propio Santa Cruz. Vos vas a Río Gallegos hoy y decís: “¡se equivocó el avión!”. Porque desde el punto de vista industrial esa ciudad no puede ser la capital de una provincia que ha contado con tres mandatos presidenciales. Es un potrero. Han visto la industria de lejos; a los ferrocarriles en una película. Realmente no hay nada.

(El Legado estratégico de Juan Perón tuvo su estreno comercial el pasado 25 de febrero.)

Copete: 
Tras un trunco romance con la señora Carrió, Pino Solanas volvió a filmar una película sobre Perón donde se posiciona como exegeta puro, fascinado y final. Entre la autocrítica, la mistificación y una nueva recusación contrafáctica hacia las izquierdas, Pino revindica el tercer gobierno del General como panacea de la unidad nacional y el desarrollo argentino, y carga contra otro Legado, el de los Kirchner.
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puerta de hierro / arqueología doctrinaria / pino solanas
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Autor: 
Juan Manuel Strassburger
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¿seguirá coca enseñándonos a ser felices?

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N o estamos acostumbrados a analizar la historia del mundo a través de la historia de las corporaciones. Para nosotros, usuarios atolondrados de la filosofía francesa de la década del setenta desde la periferia, testigos angustiados de la modernidad desequilibrada y deficiente de Latinoamérica, la historia del capitalismo es más una serie de narraciones míticas o licencias poéticas (como la “burguesía” y el “proletariado”) antes que un proceso concreto de establecimiento de unidades administrativas, estrategias de management y organigramas.

Año 1601. La East India Company es el inicio de esta historia, tal como aparece narrada en el gran libro de Nick Robins The Corporation that Changed the World: How the East India Company shaped the Modern Multinational. No porque haya inventado el comercio, sino porque fue el primer ejemplo de comerciantes individuales que reunieron capital convocando a distintos inversores privados para formar una joint-stock corporation, una entidad con derechos similares a los Estados y a los individuos, con responsabilidad limitada y un nivel de autonomía significativo. Algo que hasta ese momento no existía y que proveyó la matriz organizativa para la expansión del capitalismo durante los futuros 400 años. 

Este modelo de producción, gestión y comercio alcanzó su pico de desarrollo entre la crisis del petróleo de 1973 y la década del noventa, cuando la empresa transnacional perfeccionó el proceso de integración de los mercados globales. En este período, según el economista, especialista en teorías del management y entrepreneur de origen indio Venkatesh Rao en su muy buen artículo “A Brief History of the Corporation: 1600 to 2100”, cerca del 95 por ciento de la vida económica del mundo estaba organizada por las empresas occidentales, y más del 80 por ciento de las personas económicamente activas estaba empleada en alguna de ellas.

Hasta ahora.

En su número de septiembre de 2015 la revista The Economist publicó un artículo bajo el sugerente título de “Death and Transfiguration”. Ahí anuncia el inminente fin de la western corporation y del modelo de expansión comercial y productiva que se inauguró en 1601. Y, como todo proceso de clausura, declive y caída, promete ser especialmente espectacular, lento y decadente.

Las multinacionales de los países occidentales desarrollados, de hecho, son dueñas de dos tercios de la riqueza mundial, y las más grandes poseen recursos superiores a los de la mayoría de los Estados nacionales, desarrollados o no. Amazon tiene una base de consumidores superior a la población combinada de Francia, Alemania, el Reino Unido y España. Samsung tiene ganancias anuales por 22 mil millones de dólares, aproximadamente el PBI de Bolivia. Microsoft tiene activos por 175 mil millones de dólares, el equivalente a las reservas de México o 15 veces las reservas de la Argentina. Facebook, Apple, Google, Coca-Cola, Unilever, Procter. Ya conocemos la historia.

Pero el ciclo de expansión, el período de gloria capitalista apenas matizado por conflictos menores como las guerras mundiales, la guerra fría o el nacimiento del terrorismo en Medio Oriente parece estar llegando a su fin. The Economist cita como fuente para justificar sus observaciones un informe del MGI (McKinley Global Institute) que afirma que estamos frente a cambios significativos en la naturaleza de la competencia global y el medio ambiente económico. Mientras el ingreso global está llamado a aumentar en cerca de un 40 por ciento entre 2013 y 2025, los beneficios de las corporaciones parecen destinados a caer a los niveles que registraron en el año 1980: de casi 10 puntos del PBI global a apenas 7,9 por ciento. 

Este movimiento de contracción de los márgenes de ganancia globales es inédito y se estaría dando de forma rápida y devastadora. Implica que el capitalismo occidental avanzado deberá hacer más esfuerzos de inversión y producción solo para garantizar una fracción de las ganancias que tiene actualmente. Significa también que en los próximos 10 años se retrotraería la expansión en los márgenes lograda durante los últimos 30.

Algunos clásicos contemporáneos del marketing han orientado su pensamiento para entender cómo compensar la caída de los márgenes en los mercados tradicionales por la vía de la incorporación de nuevas plazas aún no explotadas. Quizás el libro paradigmático de este proceso sea Fortune at the Bottom of the Pyramid: Eradicating Poverty Through Profits del autor indio C. K. Prahalad, que desarrolla estrategias para comercializar productos con las grandes masas de excluidos que, en África, Asia y Latinoamérica, sobreviven con menos de 3 dólares al día: un mercado de 4 mil millones de personas que gastan anualmente 5 trillones de dólares. 

Lo curioso es que tanto el período de auge como el de declive responderían a una misma causa: la globalización de la economía y la incorporación de nuevos mercados en la periferia del mundo al intercambio mundial.

Solo un dato: en el año 2013 operaron en el mercado más del doble de las multinacionales que existían en 1990. Y más competencia en el mundo de los negocios significa, siempre, más competencia por márgenes de ganancia que son relativamente estables y tienden a estar fijados de antemano por rama de actividad. Ninguna empresa “inventa” su propia ganancia en donde antes no había nada sino que más bien el proceso funciona bajo las formas de la apropiación de un beneficio que ya existe y está dentro de los límites de su actividad de referencia, en potencial o ya realizada por otra empresa. 

Hay tres factores que promovieron esta situación. Primero, la incorporación de nuevos competidores al mercado global. En la blanda almohada de paz donde reposan su cabeza las mega firmas occidentales del mundo habita el monstruo de los emerging-market competitors; o sea, las grandes multinacionales que en los últimos años empezaron a disputar su espacio en el mercado global. De hecho, entre 1980 y el 2000 el share (proporción del mercado dominada) de ganancia de las empresas de países periféricos pasó de ser del 5 al 26 por ciento. Este chamuyo de las transnacionales del tercer mundo está muy de moda y engloba bajo el mismo paraguas a casos tan distintos –pero reales– como Xiaomi, la productora china de smartphones plásticos que supuestamente está rompiendo la Internet; Al Jazeera, el complejo de telecomunicaciones árabe, o –un favorito de muchos– el grupo peruano Ajé, que domina el mercado de bebidas sin alcohol (NABS en el lenguaje del capitalismo) en su país de origen y se está expandiendo con buenos resultados en mercados importantes de la región como México y con mejores resultados todavía en el sudeste asiático.

El segundo factor que mina el período de auge de la corporación occidental es la expansión de la tecnología que permite acceder al mercado global de consumidores sin excesivos esfuerzos. Con Facebook podés publicitar potencialmente tus productos a una cantidad de personas similar a la población china: 1.4 billones. Los gigantes del e-commerce como Amazon o Alibaba, Tencent o JD.com ofrecen servicios financieros y una plataforma para venderle y facturarle al mundo.

Y el tercer factor (esto no lo dice el informe de MGI pero yo sí) es la consolidación de nuevos movimientos de populismos en muchas zonas del mundo (desde el kirchnerismo en Argentina hasta el ascenso de Jacob Zuma en Sudáfrica) que generaron una ola de hostilidad hacia la clásica codicia corporativa occidental y hacia los productos y símbolos del bussiness global.

 

la resaca 

El tema es que si el artículo de The Economist y el informe del MGI están en lo cierto es necesario empezar a pensar cómo será la resaca posterior a la crisis de los grandes relatos corporativos. Las marcas multinacionales son la principal usina de sentido en nuestras sociedades avanzadas, la matriz sentimental sobre la que experimentamos nuestra vida, aprehendemos las categorías de clasificación social, definimos nuestras expectativas y nuestras ideas sobre todo lo que nos rodea. Se trata de un rol que en otras épocas ocuparon con mayor o menor éxito instituciones fuertes de la vida humana como la Iglesia o el Estado –rol que todavía ocupan desde posiciones subsumidas–. Las nociones hegemónicas y compartidas de amor, intensidad, nutrición, pasión, novedad, vanguardia, excepción, expectativa, feminidad, entre otras, que son provistas todos los días por los relatos coporativos de McDonalds, Anheuser-Busch, Unilever, Electronic Arts, Mondelez, Nestlé, Bayer, Procter, Pfizer, Ford, Disney, IBM, Apple, Pepsico, BBVA, L’Oreal, Dior, Philip Morris, Carrefour.

Por eso me interesa plantear dos preguntas fundamentales que la última crisis anunciada del capitalismo nos deja picando: ¿Cómo sabremos si somos felices en un mundo donde Coca-Cola ha sido reemplazada por un equilibrio volátil y multipolar de organizaciones yihadistas, redes sociales y bancos de células madres? ¿Cómo reconoceremos que estamos progresando profesionalmente, amando a nuestros hijos de forma adecuada o respetando a nuestras parejas, en un mercado donde los productos de Pampers, Dove, Skip y Axe son distribuidos en un packaging neutro a través de una red de drones cuyo dueño es una firma de nombre impronunciable con headquarters en una ciudad lejana y abstracta de la China comunista?

 

la revolución 

En un gran libro de nuestra época llamado La conquista de lo cool. El negocio de la cultura y la contracultura y el nacimiento del consumismo moderno el periodista e historiador Thomas Frank narra el proceso de transformación de la imaginación colectiva occidental más fuerte de la historia moderna: la consolidación de la malla contracultural como matriz de pensamiento y cosmovisión dominante a partir de la década de 1960, y su impacto definitorio en la modernización última del capitalismo y la globalización.

Hacia mediados de la década del cincuenta el american way of life –su verdadera expresión cultural: la arrolladora sociedad de masas– entró en un ciclo de crisis generalizada promovida desde diversas zonas de la sociedad civil, entre Elvis Presley y la Escuela de Frankfurt. Uno de esos hitos fue el ensayo The White Negro, de Norman Mailer, que fijó para siempre el mito sentimental de la revolución contracultural al elaborar el esquema de opuestos: conformismo contra inconformismo, seguridad contra experiencia, racionalidad científica contra sensibilidad artística, square versus hip.

Esta narración mágica sobre el surgimiento de la contracultura se integró rápidamente al proceso más general de crítica a la sociedad de masas (y todavía nos lo estamos fumando). En su forma básica sería algo así: cansados del clima aplastante, tedioso y embrutecedor que había impuesto la dinámica cultural de la posguerra norteamericana, con sus aspiraciones sociales normalizantes, un grupo de jóvenes inconformistas recuperaron tradiciones subterráneas del pensamiento occidental vinculadas al flaneurismo urbano, las vanguardias artísticas y la vagancia, e iniciaron un movimiento que intentaría destruir al establishment y reemplazar el conformismo y el consumismo por la libertad, y la autorrealización individual. 

Por supuesto, esta es una elaboración tipificada de algo que jamás existió. Lo que sí pasó, en cambio, es que la emergencia contracultural de los años sesenta fue la forma en que resonó al nivel de la cultura un cambio material de la economía global: la expansión final del capitalismo norteamericano hacia la periferia requirió un complejo simbólico capaz de integrar en un mismo sistema de referencias las nuevas formas más versátiles y flexibles de management, la libre circulación del capital global y la incorporación de nuevos segmentos de población consumo –como las mujeres, los negros y, en general, todo el tercer mundo.

Tanto es así que una de las instancias de este proceso de apertura y flexibilización fue el nacimiento de la doctrina del marketing llamada “market segmentation” o segmentación de mercados, la torsión intelectual mediante la cual se identifica no ya un solo consumidor con creencias, expectativas e ideas promedio al que se le tira objetos de consumo exasperantemente iguales, producidos en una línea fordista por obreros alienados, sino un amplio espectro de formas de ser y estar-en-el-mundo que demandan bienes de consumo customizados y, en su forma más sofisticada, inmateriales. Richard S. Tedlow, un tipo que historiza muy bien estas transformaciones dice que la segmentación de mercado es un estadio de desarrollo de la teoría del marketing en donde a la hora de pensar la competencia se reemplazan las variables demográficas por conceptos más sutiles como imagen de marca o el consumer identity, que en los umbrales del siglo XXI actualizaría el relevante libro de Al Ries y Jack Trout Positioning: The Battle for Your Mind.

Bajo esta perspectiva, resulta curioso el solapamiento entre los movimientos de reivindicación de minorías y algunas tendencias del pensamiento anticonsumista o anticapitalista. Estas unidades artificiales y candorosas no son más que la forma en que el capitalismo enmascara los requerimientos culturales de la nueva subfase de ordenamiento de los negocios globales. Hoy resulta claro y contundente la simbiosis entre el movimiento de liberación femenina y la serie de publicidades de Virginia Slims (Philip Morris International) que en los 60 mostraban a los arquetipos femeninos de su época: mujeres liberales, divertidas, empoderadas, todas fumando bajo el lema “you’ve come a long way”. O entre la integración de la juventud como nuevo segmento de consumo y la Pepsi Generation. Como antecedente poderoso de estos procesos baste simplemente mencionar el vínculo para nada sutil entre el nacimiento de la soap opera, el formato radial y posteriormente televisivo al que nosotros hacemos referencia bajo el nombre de “novela” y que en inglés se llama así porque las auspiciaba la marca de jabones de Procter & Gamble, y la legalización del sufragio femenino en Estados Unidos en 1920, vínculo que narra de forma precisa el libro Soap Opera: The Inside Story of Procter & Gamble, de Alecia Swasy.

Esta constatación frecuentemente olvidada por la crítica literaria y las disciplinas del pensamiento nos devuelve a la pregunta inicial: si fue la empresa occidental la gran organizadora material y simbólica de nuestras sociedades avanzadas, ¿cuál será el status futuro de la imaginación colectiva en el escenario de su crisis promovida por la hiperfragmentación de los mercados y la emergencia de nuevos actores con idioscincracias periféricas y tercer mundistas?

 

el termómetro

Existe una industria que a lo largo de los años se ha mostrado extremadamente sensible a las transformaciones del capitalismo: la de la cerveza. Y de entre todas las empresas que hacen birra hay una especialmente relevante para la iconografía occidental: Anheuser-Busch.

Anheuser-Busch fue un símbolo de la inmigración europea a los Estados Unidos primero, de la penetración cultural norteamericana en el mundo después y finalmente de la colonización del centro por la periferia en el delicado equilibrio de los negocios globales. Fundada en 1852 por alemanes en la ciudad de Saint Louis, Anheuser-Busch es famosa entre otras cosas por manufacturar la Budweiser, el paradigma de la cerveza ligera y refrescante norteamericana y durante muchos años la marca más vendida del mundo (el segundo puesto lo ocupaba la Bud Light, que ahora es la primera). También es un exponente de la transnacionalización del mercado durante las últimas cuatro décadas del siglo XX. Involucrada en la vida cultural del país a tal punto que durante gran parte de su historia fue propietaria de los Saint Louis Cardinals, uno de los equipos más ganadores de la Major Baseball League y clásico amargo de los New York Yankees y los Boston Red Sox. Las sucesivas generaciones de Busch que presidieron la empresa forman parte cabal de la mitología estadounidense: Adolphus Busch, (1861-1945), Gussie Busch (1946-1975), August Busch III, alias The Third (1975-2002), y finalmente August Busch IV, alias The Fourth (2003-2008).

Una muy buena historia sobre estos relevos generacionales es el libro de William Knoedelseder, Bitter Brew: The Rise and Fall of Anheuser-Busch and America’s Kings of Beer. La historia es reconocible y dramática: Adolphus la fundó; Gussie la transformó en una de las empresas norteamericanas más grandes del país, The Third, en una de las empresas norteamericanas más grandes del mundo y, en el 2008, The Fourth la malvendió a los capitales brasileros que controlaban InBev en uno de los casos más célebres de hostile takeover de la historia. InBev, a su vez, era ya una transnacional importante surgida en 2006 de la convergencia entre Interbrew, una cervecera belga cuyas raíces se remontan al siglo XIV, y AmBev, antes Companhia de Bebidas das Americas nacida en 1999 de otra fusión entre Antárctica y Brahma en Brasil.

La venta de Anheuser-Busch al megamonstruo de capitales latinoamericanos fue, por supuesto, un golpe para el orgullo y la autoestima norteamericanos. De hecho el deseo de mantener a AB como una empresa estadounidense unió al gobernador republicano del estado de Missouri Matthew R. Blunt con el entonces senador por Illinois, Barack Obama. Sin embargo. los esfuerzos del Estado de la Unión fueron inútiles –el Estado siempre es inútil frente a las multinacionales. La nueva empresa, AB InBev, se transformó automáticamente en la más grande cervecera del mundo, siendo su principal competidora SAB Miller; a su vez la unión de Miller, otra clásica cervecera norteamericana de origen irlandés, afincada en Milwakee, competidora histórica de Anheuser-Busch, con South African Breweries (SAB), una transnacional fundada en 1895 en Johannesburgo.

La operación financiera que permitió que InBev se quedase con AB fue ideada por Carlos Brito, un ingeniero mecánico nacido en Río de Janeiro en 1960, poseedor de un MBA en la Stanford University Business School y conocido por ser una especie de villano de comics, el arquetipo del international business man, despiadado a la hora de lograr la máxima eficiencia en sus empresas por la vía del recorte de costos. Brito quedó como CEO de la nueva megacervecera y promovió una estrategia de unificación del portfolio tras sus marcas globales Stella Artois, Budweiser y Corona, que introdujo en todos los mercados a la vez que adquiría y destruía a propósito las marcas locales que concentraban el consumo y el orgullo nacional en los mercados domésticos de casi todo el mundo –como en Argentina fue la cerveza Quilmes.

El caso de AmBev comprando Interbrew y más tarde Anheuser-Busch es interesante porque nos muestra no solo los nuevos movimientos de “colonización” del capital proveniente de economías emergentes en fuerte proceso de expansión sobre los núcleos centrales del capitalismo norteamericano y europeo sino, más todavía, porque implica el avance de un nuevo tipo de capital que, despojado de la carga pesada de una historia centenaria, se mueve bajo la lógica despersonalizada y aséptica de los intercambios globales puros y, por eso, tiende a no reconocer las tradiciones nacionales específicas de los mercados a los que llega, homogeneizándolos en nombre de la racionalidad abstracta y la eficiencia de costos.

En un artículo de 2012 de la revista Bloomberg Business llamado “The Plot to Destroy America’s Beer”, el periodista Devin Leonard comenta cómo el capital brasilero está libre de nostalgia: apenas constituida InBev Carlos Brito cerró una fábrica en Manchester fundada en 1779, 224 años antes, donde se producía la cerveza Boddintons, una de las más tradicionales del viejo continente, dejando en la calle a trabajadores que en algunos casos eran tercera o cuarta generación de empleados.

Además, apenas adquirida por Brito, la Boddintons cayó estrepitosamente en ventas: los consumidores tradicionales, un pequeño nicho que valoraba el sabor extra amargo de la cerveza, comenzaron a quejarse que el gusto no era el mismo. La birra estaba más chirle y era menos sabrosa. En el afán de cortar costos, Carlos Brito impulsó la compra de materias primas de menor calidad, cosa que obviamente la empresa jamás admitió oficialmente pero que es fácilmente comprobable. El último mojón de esta historia se produjo en octubre de este año: AB InBev hizo una oferta exitosa para comprar SAB Miller por 107 mil millones de dólares. La nueva empresa resultante de la operación será una de las transnacionales más grandes de la historia, produciendo cerca de 60 mil millones de litros al año y controlando el 30 por ciento de las ventas en el mundo. Heineken, su principal competidora, quedaría segunda con apenas el 9 por ciento de market share.

En el contexto de reducción de las ganancias hay dos elementos que se vuelven inviables para el nuevo orden global: la tradición y la competencia. De lejos se escuchan los ecos de la futura liberación.

 

el mito 

La contracara del sesgo de sobreinterpretación institucional que padecen tanto las ciencias sociales como la historia de las ideas y la crítica literaria es el absoluto déficit de comprensión de las formas probablemente más relevantes en que las empresas y, en especial, la pedagogía de las marcas, nos enseñan a pensar, desear y elaborar la idea que tenemos de nosotros mismos y de lo que deberíamos ser. Este silencio –solo roto esporádicamente por clásico de 1999 El nuevo espíritu del capitalismo, de Luc Boltanski y Eve Chiapello o, desde otro lugar, en el No Logo de Naomi Klein–, ha dejado un espacio vacío que colonizaron las más pragmáticas disciplinas del pensamiento vinculadas al management, el marketing y las teorías del comportamiento del consumidor. Por algún motivo hay dos grandes temas a los que renunciamos por esnobismo o incapacidad: la historia de las corporaciones y cómo han construido las poderosas narraciones que dieron forma al espíritu de nuestra época, y la manera en que los CEO de esas grandes corporaciones han concebido sus planes de negocios y han colonizado el mundo.

En el umbral de un cambio de paradigma, cuando se anuncia la gran transformación en la forma en que las corporaciones disputan el dominio de los mercados y nuevos jugadores se suman a la guerra por las ganancias que se generan en la economía mundial, construir un corpus literario que tienda a cerrar el gap resulta particularmente urgente si pretendemos pensar cómo será la resaca de la crisis de los grandes relatos corporativos. En efecto, si comprendemos que son las multinacionales occidentales las que nos han provisto las matrices de sentido a partir de las cuales procesamos la experiencia sensible de vivir en nuestras sociedades, esta crisis no será gratuita para las almas sencillas en busca de la gratificación espiritual que solo puede ofrecer el consumo.

Copete: 
La caída de las tasas de beneficio de las grandes corporaciones y el crecimiento de jugadores globales provenientes de países pobres se suma a la emergencia de megamonopolios mundiales. El relato de las grandes marcas, en este contexto, tendería a modificarse. ¿Surgirán otros aún más potentes o viviremos en la anomia? ¿Tenemos herramientas para leer este cambio? El ocaso de las ciencias humanas y el auge del marketing hipersegmentado.
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políticas de la narración / las corpos también lloran / cerveza Duff
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Autor: 
Diego Vecino
Ilustrador: 
Mariano Grassi
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Batirse a duelo con el agua salvaje

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“En la ciudad nunca me quieren creer cuando lo cuento, pero acá usted lo puede ver: estamos cortando el río, y lo hacemos desde hace siglos, aunque nadie sepa lo que pasa en esta zona”, dice Hernán Díaz, mientras seca el sudor de su frente, toma de nuevo la pala y tira más tierra sobre uno de los brazos del Colorado, el río que atraviesa la extrema aridez del norte de la Rioja, a pocos kilómetros del límite con Catamarca. Detrás de él, más de cien campesinos cortan ramas con machetes y cavan el lecho arcilloso del río, para cargar más arena sobre el porfiado curso del agua y desviarlo de una vez por todas.

Es 6 de mayo de 2011 y como todos los primeros días del quinto mes del año, antes de la llegada del invierno, los pobladores de Bañado de los Pantanos reanudan un viejo rito. Por la mañana, salieron del pueblo y emprendieron una larga procesión de camionetas y caballos que arrancó por enésima vez en la historia del lugar. Su destino: llegar a la ribera para darle cacería al río, y construir una toma india de agua, la misma barrera de tierra y ramas que los calchaquíes hacían sobre esa llaga pantanosa de líquido rojizo que cruza el valle.

Nadie conoce el origen preciso de Bañado de los Pantanos. No tiene aniversario de fundación, ni placa recordatoria. Está separado en cinco pequeñas colonias de ranchos, con una escuela rural, un centro de salud y un centenar de sembradíos poblados de añosos algarrobos. La leyenda histórica dice que su origen está en la “Ciudad Perdida”, la vieja ciudad virreinal que estuvo del otro lado del río, en la frontera que separaba a la conquista española de la Rebelión Calchaquí, nombre de la resistencia diaguita que se alzó en armas a partir de 1562 contra el imperio realista por más de un siglo, y que terminó con más de 400.000 indios desterrados y aniquilados.

Como si fuera una cicatriz silenciosa del pasado, el pueblo está sobre ese límite, en el costado sur de un valle que tiene más edad que los Andes. Al pie de la cadena montañosa del Velazco, una sierra pampeana de 600 millones de años, la ribera roja del Río Colorado, aparece jaspeada de tamarindos verdes y se abre a un enjambre de abejorros que zumban por todas partes.

Son cien hombres que buscan el mejor tramo del río para conseguir riego por cuatro meses. El duelo con el agua salvaje, ocurre bajo un sol implacable que los quema y los agobia, pero nadie quiere dar tregua porque aquí no hay tiempo que perder. Además de ser minifundista, la mayoría trabaja como peón de campo y pone su espalda para cosechar aceitunas en Aimogasta, la principal ciudad productora y exportadora de La Rioja, ubicada 20 kilómetros al sur de Bañado.

“Un día en la toma, en esta época de cosecha, son cien pesos menos en los olivares, pero lo hacemos una vez por año, y juntamos el agua para todos. Si no, nadie lo hará por nosotros”, dice Ruben Mamaní, mientras arma otro cigarrillo con los dedos de una sola mano y lo fuma apoyado en su pala. Tiene 48 años, empezó a cortar el Colorado a los 13, y considera que la toma es apenas una rutina de supervivencia.

Los hombres más viejos, con los rostros curtidos por el viento y los dientes roídos por densos minerales del agua, todavía recuerdan que antes, en la zona, no había ruta, sino caminos recorridos por arrieros que sólo sabían que Bañado estaba a 7 días en burro desde Tucumán. Era la época en que el pueblo ni siquiera alcanzaba a ser la periferia rural de la ciudad olivícola de Aimogasta, sino el último vestigio de una población que nació más al norte y que se fue desplazando con el correr de los siglos. En la actualidad está en el kilómetro 1.128 de la Ruta 60 y la primera vez que se habló de un bañado lleno de pantanos, fue en el siglo 16, cuando el jesuita Pedro Lozano registró en su “Historia de la Conquista del Paraguay”, que el río Colorado se desbordaba con facilidad y transformaba toda la zona en un enorme pantano rojizo muy difícil de abandonar.

 

Las raíces perdidas

Tampoco nadie conoce cuando comenzó la toma del río. Todos saben, desde que tienen memoria, que en Bañado no hay una gota de agua y que deben extrarla del subsuelo, con una bomba que se rompe muy seguido. En marzo, el último desperfecto dejó a todos los habitantes sin agua potable por un mes. Su ausencia es el viejo enemigo del pueblo y el corte del río, la mejor forma para enfrentar su mezquindad.

Un hombre más viejo, como Benigno Cabrera, de 71 años, apunta que se trata de una práctica ancestral. Recuerda que sus abuelos lo trajeron a “hacer la tranca”, por primera vez, a los 15 años, cuando se usaban cinco burros para acarrear las ramas de tamarindo hasta los montículos de tierra arcillosa. Hace algún tiempo una fractura de cadera lo dejó en su rancho y acompañado por su mujer. Por eso, este año mandó a su hijo de 36 y a su nieto de 20 a trabajar en la toma. Ellos, lejos de casa, en medio del río, se preguntan, entre palada y palada, si algún día aprenderán a manejar el tractor verde que tiene el pueblo desde 2010. El trabajo que antes hacía una decena de burros, en medio del lecho, ahora lo hace el tractor que el gobierno riojano entregó a los pobladores. Es que a pesar de la aridez, de las acequias de riego antiguas y de los métodos ancestrales de cultivo, Bañado de los Pantanos es la principal localidad productora de comino de la Argentina. Sus campesinos cortan el río como en ningún otro lugar del país desde hace siglos, pero recién hace tres años que se organizaron como pequeños productores para evitar que los acopiadores les impongan precios miserables. Los tres compradores que visitan el pueblo, llegan a pagar 14 pesos el kilo, cuando la misma especie se vende a 80 en las ciudades. Desde 2008, trabajan con el apoyo de la agencia Aimogasta del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) para mejorar la cosecha y lograr una comercialización que los aleje de la pobreza.

“Apenas empezamos, un empresario de la Cámara Argentina de Especias nos visitó, le pareció todo muy lindo, pero cuando se estaba yendo nos dijo: ‘Muchachos, no pierdan el tiempo, si siguen con ese cultivo de colla, no van a llegar a ninguna parte y van a desaparecer”, recuerda entre carcajadas Lorenzo Jotayán, uno de los aimogasteños que enfrenta la aridez de los días con el mejor humor posible. Pasó toda su infancia en Bañado junto a su madre campesina, que segaba el comino a mano y lo regaba de noche con el agua que venía de la toma. Han pasado cuatro décadas desde entonces: ahora Jotayán es ingeniero en Ciencias Forestales y trabaja en el INTA. “Cuando vienen los sociólogos o los censistas decimos que somos 150 familias, pero cuando vienen los políticos, decimos que somos 660 votos”, explica el técnico para graficar lo que considera el peor problema de este pueblo. “Nadie le pregunta nada a los productores, todos los políticos y empresarios llegan en su camioneta y les dicen lo que tienen que hacer, pero nunca se les cae una pregunta”, se queja el riojano mientras recuerda que el actual intendente del Departamento de Arauco, Gustavo Minuzzi, reconocido como mano derecha del gobernador oficialista Luis Beder Herrera, les recomendó a los pobladores que se dedicaran al monocultivo de soja para salir del atraso. Fue durante la primera visita que hizo y poco antes de inaugurar una calle de Aimogasta con el nombre del actual gobernador kirchnerista. En la actualidad, Minuzzi ni siquiera vive en la ciudad cabecera del departamento que gobierna y pasa sus días en la capital provincial.

Antes de abandonar la localidad, cuando el intendente se dio cuenta del problema del agua y supo de los esfuerzos colectivos, decidió instalar una compuerta metálica para derivar el agua de la toma hacia las acequias del lugar. Cada una de las hojas metálicas están pintadas de celeste y tienen un grabado particular en el acero: “GM Ya!”, dicen. “¿Sabe qué es eso padre? Son las iniciales del intendente durante su última campaña electoral, pero lo que ese hombre no sabe, es que el agua que venimos a sacar es para que podamos cultivar, y si la tuviéramos un mes más también podríamos sembrar anís, y un poco más de trigo, pero desde que tengo memoria, jamás funcionó ningún plan para traer agua al pueblo”, cuenta con enojo José Ventura. En su rancho se reúne la asociación de pequeños productores de Bañado y sus vecinos lo eligieron presidente. Su primer round con el río también fue a los 15. Ya lleva 30 años de toma india sin interrupciones y sabe lo que dice. Para él, la falta de agua es parte de un absurdo, muy parecido a una maldición que tiene demostración palpable. La primera prueba está dos kilómetros río arriba, en la Toma de Tuscamayo, una extensa obra de ingeniería que comenzó a ser construida a fines de los 70 y fue inaugurada tres veces. La última durante el segundo mandato presidencial de Carlos Menem. “En 1996, delante de todos nosotros, el Turco levantó una compuerta y dijo que se había terminado el problema del agua”, recuerda Ventura, mientras cruza esa zona llena de peñascos con su vieja camioneta Peugeot 504, como si estuviera en el Dakar sin GPS. “Pero al día siguiente, cuando se fue la comitiva y se terminaron los aplausos, las tuberías dejaron de funcionar y desde entonces, los seis kilómetros de canal que tiene, transportan un décimo del agua que deberían llevar y nadie la usa”, confiesa con amargura.

Pero los secretos absurdos del Colorado, o rio Abaucán, no terminan ahí. A tres kilómetros de esa obra, por el mismo curso de agua que viene desde el norte, la Toma del Mochito transforma al río en una cascada de agua rojiza que rompe el silencio del valle. Tiene un imponente muro de cemento que corta el cauce de un lado al otro y lo transforma en una pequeña represa. Data de 1965: es la obra de captación de agua más grande de la zona y costó millones de dólares. Han pasado 45 años desde que fue construida y nunca funcionó. Toda su osamenta de cámaras, canales y tuberías yace todavía virgen al pie de la montaña, al lado de una casa abandonada, como si todo hubiera sido derrotado por ese río espeso y pantanoso, que se niega a ser domado, y que sólo acepta medirse, de igual a igual, con los habitantes sedientos de un paraje rural que alguna vez fue la vieja “Ciudad Perdida”, antes que un alud de barro la arrasara.

 

Reposo de los guerreros.

La falta de agua no impide que se respire el aroma dulce de la algarroba en todos sus ranchos. La vaina florece en los añosos algarrobos y es la base de la alimentación desde épocas previas a la llegada de los españoles. Quizás por eso, aquí no se habla del algarrobo, sino “del árbol”. Las mujeres muelen la semilla con una piedra giratoria de mil kilos que es movida por un burro. Hacen el patai y la mazamorra que cocinaban sus ancestros. Sin embargo, en la actualidad, basta con cruzar el lecho del río, a bordo del tractor del pueblo, para descubrir que, más allá de la toma, también existen otros rastros vivos que vinculan a la vieja ciudad colonial con la comunidad de productores comineros que hoy no supera las 700 personas y que lucha por no desaparecer.

Como si fuera el campo de batalla de una guerra perdida, el trayecto de cuatro kilómetros que separa a las ruinas de la antigua ciudad con el pueblo, está sembrado, por todas partes de pequeños pedazos de vasijas indígenas que quedaron de la antigua Rebelión Calchaquí. En el medio del desierto tapizado de reliquias, aparecen las ruinas de una antiquísima torre de observación hecha de adobe que servía para controlar los movimientos “del indio”. Pocos kilómetros después, al final del camino, en medio de un desierto lleno de dunas, una pared de adobe, muy finita y corroída, señala que en esa latitud estuvo el primer pueblo, quizás, el primer bañado pantanoso habitado. A su alrededor, decenas de viejos algarrobos secos revelan que hace cuatro siglos fueron la base de subsistencia de una población india que luego enfrentó la derrota, el destierro y el mestizaje.

Cinco siglos después, sus descendientes siguen persiguiendo el río para conseguir el elemento básico de la vida y hoy forman parte de una de las poblaciones campesino indígenas del noroeste argentino, donde el trabajador pobre no sólo es protagonista de la segregación social, sino también de la discriminación que enfrenta el peón de origen indígena.

“Este pueblo es una comunidad históricamente hostigada por el poder, pero a pesar de toda la adversidad climatológica que ha enfrentado siempre, y más allá del olvido constante del Estado, enfrenta las inclemencias con alegría y todavía está abierto al foráneo, aunque no siempre les haya ido bien con él”, dice Jotayán, mientras enumera la cantidad de veces que les prometieron agua para el pueblo. Pasaron inauguraciones, discursos y promesas, pero el rito de Bañado de los Pantanos nunca se detuvo.

Cuando está por caer el atardecer, mientras una cuadrilla de campesinos quema la maleza de las acequias, se ve una extensa línea de tierra roja que corta el río. Tiene cinco metros de alto y ya logró desviar una parte del Colorado hacia el pueblo más seco del norte riojano. Bajo el sol, el agua rojiza se torna plateada y empieza a llenar el nuevo canal virgen, ante un auditorio de cien trabajadores exhaustos pero contentos.

Sobre ellos, en la punta del algarrobo más viejo, se divisa una enorme cruz blanca. Está en ese lugar desde que todos eran niños y en septiembre, cuando los terrenos estén colmados de agua, todo el pueblo volverá al río, para agradecerle a San Isidro de los Bañados, el santo patrono de la toma india. Ese día, festejarán “la tranca” con un gran asado y brindarán en honor al corte del río que les dio vida por un año más. El único que va poco y nunca es el cura de Aimogasta que, año tras año, se niega a bendecir la procesión. Dice que los fieles brindan con vino y que pecan cuando bailan manchados de alegría. Pero en Bañado de los Pantanos admiten, por lo bajo, que ya no esperan al curita. Parece que en esta tierra no hay dios más poderoso que ese obstinado río rojo que los espera, siempre a principios de mayo, para reunirlos una vez más y resistir a una conquista que no les da tregua.

Copete: 
Bañado de los Pantanos es una comunidad de 660 habitantes, perdida en el norte de la provincia de La Rioja. Como si estuvieran en una película de Herzog, una vez por año, cinco generaciones de campesinos de origen indígena se juntan para desviar una parte del caudal del río Colorado y llevar agua a cada uno de sus terrenos. Si no lo logran, si la cacería del agua sale mal, puede peligrar la economía de un pueblo que llegó al punto de divertirse con las falsas promesas.
Sección: 
Número: 
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Volanta: 
una ciudad perdida / lo que importa un comino / menemismo ancestral 
Autor: 
Claudio Mardones
Fotógrafo: 
Diego Sandstede
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sommeliers de birra

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T odo consumo se sustenta en una mitología, en una historia, en fantasías. Las marcas de cerveza, como todas las marcas, nos cuentan historias a través de sus publicidades, de sus envases, y también de los modos y las ocasiones en las que consumimos. La primera cerveza que tomamos, la marca de cerveza que produce más resaca, cervezas de batalla tomadas en vasos de plástico, cervezas para la charla íntima o el levante. Cerveza tomada en cucharita para que pegue más, cerveza a la mañana para atemperar la resaca. Desde hace diez años que –supuestamente, cada quien tiene un amigazo- no se consiguen en los kioscos, aunque peregrinamos con los envases de vidrio y les tenemos un buen lugar reservado en la heladera. ¿Pero nos gusta la cerveza? ¿Podríamos superar una prueba de sabor sin conocer sus marcas, sus publicidades, sus sueños compartidos? ¿Cómo podemos ser mejores tomadores, zambullirnos en la piscina de la ebriedad con cierta elegancia?

En su afán cientificista el Laboratorio de la revista crisis organizó una degustación de cervezas industriales. Queríamos saber, queríamos clasificar, queríamos descubrir si nos mentían, porque siempre sospechamos que nos mienten. La hipótesis de fondo, sin embargo, era que con ese aprendizaje seríamos más sabios, positivistas y concientes en el consumo. Sommeliers de birra. ¿Cómo se disfruta el consumo? ¿Qué nos pasa en ese equilibrio minado entre el sabor, el saber, el poder, el placer y la obediencia? 

La primera tabla de la que agarrarse en ese naufragio de ignorancia que rodea al consumidor promedio, que sabe mucho sobre las aventuras de el perro Balca pero nunca suficiente sobre el origen de lo que ingiere, son las estadísticas. Siempre a destiempo, las estadísticas escupen un poco el asado, y por eso producen rechazo. Un rechazo diferente al que produce degustar trece variedades de cerveza al final tibia, un rechazo mucho más anímico que corporal. Un rechazo ascéptico, quizás como el alcohol puro, ese extremo donde los diferentes tipos de rechazo se unen. Algunos números, tomados de la página de Alimentos Argentinos: entre 1990 y 2011 la venta de hectolitros de cerveza en la Argentina aumentó un 247 por ciento. De acuerdo a la facturación minorista, la cerveza es tercera, solo superada por las gaseosas y las galletitas. Dentro de las bebidas alcohólicas, la cerveza doblegó al vino, que en los ochentas representaba el 90 por ciento del consumo y para 2009, ya era solo el 34 por ciento. Hoy la cerveza ocupa el 60 por ciento de preferencia. Argentina produce aproximadamente 19 millones de hectolitros por año. Cada persona bebe en promedio 45 litros por año, que se proyectan a 60 en no demasiado tiempo. No es tanto, si se piensa que en países como Alemania o República Checa este número puede alcanzar a 160 litros por persona por año, aunque con tendencia decreciente. 

trece motivos para alegrarse

Ahí estaban las trece variedades de cerveza que íbamos a probar. Voy a enumerarlas: Andes, Imperial, Amstel, Iguana Summer, Miller, Warsteiner, Heineken, Stella Artois, Quilmes Night, las negras Stella Artois Noire, Quilmes Bock, Quilmes Stout, y la colorada Kunstmann.  Ahora voy a hablar del mercado de cervezas argentinas, a trazo grueso: el 70 por ciento o más del volumen de mililitros total consumido en el país pertenece a AB-InBev, resultado de la fusión de la americana Busch, que hace Budweiser, la belga InBev y la brasilera Brahma. Ab-Inveb tiene a Quilmes como caballito de batalla, que no, no es más argentina. El 20 por ciento aproximado del share pertenece a la chilena CCU  –Compañía de Cervecerías Unidas– que entre sus marcas tiene a Imperial, que era de Quilmes pero debió ser vendida a la competencia porque de acuerdo a la ley antimonopolios AB-InBev no podía tener tantas marcas. Otra paradoja es que Budweiser, que es una de las dueñas originales de AB-InBev, la mayor cerveza del inmenso mercado norteamericano, en Argentina es embotellada por CCU. Otras marcas de CCU: Bieckert, Heineken, Amstel. El tercer lugar en la torta, con menos del 10 por ciento, pertenece sin embargo a otro gigante: la sudafricana-norteamericana SAB Miller, que en 2010 compró Isenbeck a la alemana Warsteiner. Entonces, ahora, voy a repetir nuestra terna de 13 cervezas de acuerdo al conglomerado al que pertenecen: AB-InBev, CCU, CCU, AB-InBev, SAB Miller, SAB Miller, CCU, AB-InBev, AB-InBev, AB-InBev, AB-InBev, AB-InBev, CCU. Bastante representativo. 

¿Lo que importa es la cerveza? Sin tener estos datos frescos, convocamos a Sol, una licenciada en tecnología de alimentos que trabaja como Responsable de Calidad Sensorial y Coordinadora del Panel Sensorial, degustadora y entrenadora de catadores en control de calidad al interior de la gigantesca planta que AB-InBev tiene en Zárate, la más importante de América Latina. Con 7 líneas de envasado y 3 salas de cocimiento, este gigante industrial posee también un pequeño laboratorio de innovación donde se desarrollan nuevos productos (por ejemplo la Quilmes Night, de envase azulado y 6,9 por ciento de alcohol para competir con el Fernet y bebidas blancas en las previas), y también una copia de sí misma en pequeña escala, una pequeña matrioska o quizás un monumento. Sol se encarga de probar la cerveza antes de que se embotelle con la misión de que el néctar dorado sea siempre, para cada marca, igual a sí mismo. El Panel entrenado de Jueces Sensoriales de cerveza tiene la misión de degustar todas las etapas del proceso, desde el agua y materias primas hasta el producto final pasteurizado de las más de 18 marcas que se fabrican. Aunque los empleados del panel solo pueden ser fijos, conviven con otra gran proporción de trabajadores estacionarios que se incorporan a raudales en la temporada alta de producción, entre octubre y marzo, cuando el calor y la sed arrasan y todos queremos cerveza bien helada. 

Tras ser bombardeada con preguntas de los integrantes del panel de degustación, Sol fijó algunos parámetros. En primer lugar está la drinkability o tomabilidad, esto es las ganas de seguir bebiendo que siguen a cada vaso. Se debe beber un primer sorbo largo y evaluar el color, la temperatura, la textura, el brillo. Esperar a ver qué pasa como consumidor, si dan ganas de seguir tomando o no.  Luego otro sorbo y dejar la cerveza alojada en el paladar, así toma la temperatura de la boca y comienzan a desprenderse los componentes aromáticos volátiles que se perciben por retronasal. Dejar que la birra descienda lenta por el esófago, luego batir un poco lo que queda en el vaso, oler el contenido. El color, el tipo de espuma, el nivel de amargo, el after taste –sabor que queda en la boca una vez ingerida– e incluso el aroma eran algunas de las variables a analizar. Nos enteramos que las cervezas de la familia Isenbeck son pura malta –Schneider, Warsteiner–, que las Quilmes tienen una mixtura con maíz y que la Budweiser contiene arroz además de lúpulo y cebada, pero que estas mezclas no abaratan el costo, sino que se las ultiliza para otorgarle cierta característica a la cerveza, como por ejemplo cremosidad (en el caso del maiz). También, que el trabajo de Sol junto al Panel y a los Maestros Cerveceros consiste en detectar ciertos deméritos, como la astringencia –cierto regusto ácido, sequedad, aspereza en boca-, componentes grasos, la presencia de algunos aromas químicos no deseados. Aprendimos que aquellas embotelladas en envases verdes –la Heineken, la Stella, la Amstel, en general del segmento Premium para nosotros, cervezas trash en Europa– adquieren al ser expuestas a los rayos solares un efecto llamado lightstruck que produce un particular olor a zorrino debido a un proceso de reacciones químicas que se favorecen por los rayos UV B en contacto con ciertos componentes del lúpulo. Que las de envase transparente requieren otro procesamiento para que esto no se acentúe. Que tras un tiempo la cerveza se oxida, y esto cambia ligeramente su sabor. Que la Corona es una cerveza bastante berreta, y eso de playa y gajos de lima es una genialidad del marketing. Que la Heineken tiene acetato de isomilo y esto genera un ligero sabor a banana. Que la Stella se elabora con lúpulo importado de Bélgica, mientras que las de marcas populares, a veces, reciben partidas con demasiados deméritos de otras marcas, es el mezcladito de las cervezas, cerveza para pobres de corazón enorme y paladar maltrecho. Que las negras se elaboran con malta tostada, y su sabor depende del nivel de tostado y forma de secado que poseen los granos. 

Luego hicimos la prueba. Hubo algunas coincidencias, que no necesariamente se ajustaron al rango de precios que iba desde entre 18 y 25 pesos las comunes, a entre 30 y 35 las supuestamente Premium. Pasamos los largos vasos de vidrio de mano en mano, examinamos las expresiones faciales de cada uno de los degustadores, divagamos sobre asociaciones gustativas. Circularon sensaciones de manzana frutal, hierbas amargas, yerba mate, alucinación colectiva o despuntes de un paladar absoluto. Algunos las preferían rubias, otros morenas. Las diferencias eran evidentes pero el esquema perceptivo no se ajustaba al nuevo lenguaje. Al mismo tiempo, quedaba la sensación de que, bien frías, casi cualquiera de las variedades cumpliría dignamente su función. ¿Los monstruos de la birra global se preparan para un consumidor futuro con una organolepsia súper desarrollada, o tan solo generan barreras finas pero lo suficientemente fuertes para colmar las variaciones más gruesas en la preferencia del bebedor común? ¿El mercado de la birra marca un despegue entre productores finos y consumidores gruesos, y por eso es el más democrático de los mercados? Difícil saber si el marketing se creyó su propio cuento o si, otra vez, hizo un inconsciente movimiento de caballo en el tablero de la modulación de nuestros órganos perceptivos. 

Lo concreto es que los conejillos de indias disfrazados de examinadores no solo nos autosuministramos cerveza, sino también un cuestionario. Algunas regularidades fueron apabullantes: casi nadie se sentía capaz de captar una cerveza oxidada en su consumo silvestre, la Miller, la Amstel y la Heineken fueron las que mejor rankearon en términos de “tomabilidad”, y nadie se declaró un bebedor solitario sino que, como bien sabe Quilmes, la ocasión para la cerveza son los encuentros sociales: un dorado lubricante social. También hubo dispersión entre el vaso de cerveza semanal que declaró algún participante y los cinco litros de uno de los organizadores de la prueba. 

A modo de cierre, tras haber aprendido los parámetros y tras los vahos de una experiencia de efectos similares a los del empacho, hubo también una pregunta por el ser de la cerveza, su significado. ¿Qué significa la cerveza para los que formaron parte del experimento? Vamos a listar algunos de los sustantivos que integraron las respuestas: lubricante social, relajante, premio, símbolo, rito, desplazadora de la sed, combustible de reuniones entre amigos, acompañante del tabaco, brebaje engordante, olor a malta cocida proveniente de la fábrica de Quilmes que acompañaba los paseos infantiles en bici. Un mosaico de funciones y memorias, un mosaico de ocasiones de consumo y de sentimientos. El laboratorio de la revista crisis invita a los lectores a asociar estos elementos con publicidades de cerveza que recuerde, y con sus propias sensaciones.

Copete: 
Como ocurre con muchas categorías en el universo del consumo masivo, el mercado de la cerveza en la Argentina de los últimos años está tan diversificado en su oferta como concentrado en términos económicos. Hace poco tiempo las dos cerveceras más importantes del mundo -SAB Miller y Anheuser Busch inbev- se fusionaron, inaugurando quizás uno de los primeros monopolios mundiales por categoría de producto de nuestra era; aunque en Argentina la segmentación del mercado operaba en forma distinta. Mientras tanto, en un sótano, el Laboratorio de la revista Crisis contactó a una especialista cervecera y se congregó para ver qué decían los paladares con respecto a esta alarmante situación.
Número: 
Imágenes: 
Volanta: 
tecnociencia / empacho de malta / el sublime objeto del encuentro
Autor: 
Hernán Vanoli
Fotógrafo: 
Sebastián Andrés Vricella
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el ídolo de los quemados

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Primero en su adolescencia y luego en su trayectoria profesional, Ariel Ortega se inspiró en tres ídolos que, llegado el trance del retiro, eligieron hacerlo al calor de su propia luminiscencia. Norberto Alonso tenía 33 años en diciembre de 1986 cuando ganó con River la Copa Intercontinental en Tokio y decidió despedirse en el Everest de su carrera. También Enzo Francescoli, a los 36, abdicó multicampeón: el uruguayo ganó la Supercopa y el tricampeonato argentino en diciembre de 1997 y no volvió a jugar. Y Diego Maradona, aunque lejos de México 86 y torturado por los controles antidopings, se despidió en el club de su vida, Boca, e incluso después de ganarle un clásico a River en octubre de 1997, cinco días antes de cumplir 37.

A diferencia de sus maestros inspiradores, Ortega esperó hasta el crepúsculo de su vida laboral para jubilarse en el subsuelo del fútbol, los torneos de ascenso, y en un partido que sería la pregunta perfecta para una trivia imposible: sucedió después de un cero a cero entre Defensores de Belgrano y Acassuso, un viernes por la tarde que no está en la memoria de nadie, ni siquiera en la de los hinchas de Defe, su último club. Fue en Núñez, pero no en el Monumental sino en el estadio Juan Pasquale, el 30 de marzo de 2012, y en medio de una racha espantosa de su equipo: doce partidos sin triunfos y el anteúltimo escalón en las posiciones. Faltaban once fechas y tres meses para que terminara el torneo de la B Metropolitana, pero Ortega, que había cumplido 38 años, no volvió a jugar. Más que terminarse, su carrera se desvaneció. Salió lesionado a los diecinueve minutos del segundo tiempo y desde entonces pasó a ser un ex jugador, si es que eso es posible.

¿Cómo llevás ser ex futbolista?

—Es que para mí nunca se deja de ser futbolista. Profesionalmente dejé de jugar, pero igual sigo jugando, siempre voy a jugar, —responde Ortega en el vestuario de River, nueve días antes de su despedida en el Monumental, o un año y tres meses después de aquella última vez oficial.

Este año jugaste con los veteranos de River un par de lunes a la noche.

—Sí, vine dos veces, pero tengo muchos compromisos en el Interior, y se me complica. El partido que no me pierdo nunca es con los amigos, los miércoles, acá cerca de River.

Para divertirte.

—Sí, pero también para ganar. Yo quiero jugar a ganar, si no, si es muy desparejo el partido o demasiado amistoso, no me gusta. Me aburro.

Tu retiro oficial no fue anunciado. Ni los hinchas de Defe se dieron cuenta que habías dejado de jugar.

—Es que se fue dando. Yo había hecho una buena pretemporada y quería pelear arriba con Defensores, pero nos empezó a ir mal, se fue el técnico, Fito Della Picca, y sin darme cuenta perdí la motivación. Así que dije basta.

¿Y por qué no seguiste en otro equipo?

—Porque se piensan que tengo veinte años y que si me contratan salen campeones seguro, pero no es así. No es lo mismo que antes. Y como yo el fútbol siempre me lo tomé en serio, no quería generar falsas expectativas.

Sucesor de Oreste Corbatta y René Houseman, el jujeño es el modelo final de una especie de genios despreocupados por el honor y la reputación, un club de futbolistas con aura de boxeadores en la postdata de la gloria. En la cofradía de los punteros derechos iconoclastas, los embajadores argentinos de Garrincha son criaturas invertebradas que nos regalaron uno de los secretos más personales del fútbol: los números diez serán mejores, sí, pero los siete pueden hacernos más felices. Es el secreto de quienes, confinados al borde de la línea, supieron jugar con los límites de la cancha y la realidad.

¿Lo viste jugar a Garrincha?

—Yo no, pero mi viejo sí, y siempre me decía que me parecía a él. Pero lo que más me acuerdo es que me decía que Pelé jugaba bien porque tenía a Garrincha al lado. Me quedó eso, que Pelé era bueno por Garrincha.

La construcción que Ortega hizo de su propia letanía se condice con la de un Corbatta veterano que, como un daguerrotipo de aquel fenómeno de Racing que llegó a los Mundiales 58 y 62, terminó jugando en clubes perdidos del Alto Valle del Río Negro. O también con el holograma del Houseman de Huracán y los Mundiales 74 y 78 que ya no se movía con piernas sino con yunques cuando, en los últimos dos años de su carrera, apenas se presentó a tres partidos en Independiente y uno en Excursionistas.

Garrincha, Corbatta, Houseman y Ortega: queribles, autodestructivos e intentando gambetear el destino. Con el fútbol, sin importarles el pedigrí de equipos cada vez más subterráneos, y también con el alcohol: en el yin y el yang de los wines está marcado que la suerte se complementa con la desgracia y que los rivales mareados, tropezándose y cayéndose al piso, son un atajo a la siguiente imagen, la de ellos mismos perdiendo el sentido de la gravedad.

Garrincha murió a los 49 consumido por una pancreatitis derivada de una dualidad fatal: cuando no estaba depresivo, estaba borracho. Corbatta se fue a los 55, analfabeto según quienes lo trataron, también en la miseria, sin casa propia y devorado por un alcoholismo crónico que le produjo cáncer de laringe. Y Houseman, que de haber regalado tanta alegría cuando jugaba pareció haberla perdido, recién ahora va por los 59 que ya aparentaba desde hacía rato.

el rebuzno

¿Y qué desafíos le esperan ahora a Ortega, cuando el partido despedida también es pasado? ¿Cómo sigue este recorrido que da vértigo de repasarlo, ni siquiera de vivirlo? Jujuy, Libertador General San Martín y el ingenio Ledesma que acarrea la Noche del apagón, treinta trabajadores desaparecidos en la dictadura y el trabajo de todo un pueblo incluido el de su padre, José, especialista en soldaduras. Los primeros amagues en el potrero enfrente de su casa, una cancha de once contra once con más tierra que césped y la herencia del apodo, el legado de un padre número nueve al estilo Artime y con una patada tan atómica que un día derriba al arquero y le dicen tenés patada de Burro: nace el José Burro y deriva en Ariel Burrito. Las inferiores de Atlético Ledesma son poca cosa para un pibe de 16 años que en diciembre de 1990 viaja a Buenos Aires con un técnico que tiene contactos en Independiente y en Boca pero que en medio del viaje escucha cómo el Burrito rebuzna y dice que sólo quiere jugar en River, y entonces hay cambio de rumbo y de la terminal de Retiro a la parada del 130, timbre para bajar en Libertador y Monroe, caminata por Lidoro Quinteros y el Monumental, que va apareciendo, lo sacude.

En febrero de 1991 ya juega en la quinta de River y vive en el primer piso del Monumental con otros chicos del interior, el cordobés Pablo Miresti, el santiagueño Antonio Luna y otros pibes que se quedarán en el camino pero que mientras tanto salen a conocer Buenos Aires, aunque nunca más allá de Libertador, Cabildo o cualquier otra avenida que no los obligue a pagar el boleto de un colectivo para el que no les alcanza la plata. Ariel también sale a la caza de las cabinas de ENTEL y hurga en los monederos para recolectar cospeles olvidados, los domingos ve a River como alcanza pelota en la cancha o como hincha en la platea, y se enloquece la noche de agosto en que Ramón Díaz vuelve de Europa y le hace dos goles a Central. Una tarde de noviembre se presenta en la reserva contra San Lorenzo, los relatores lo descubren y anuncian al nuevo mesías, el presidente Davicce le ofrece un departamento en Belgrano y le pide a sus padres que dejen Jujuy y se muden con él. En diciembre River sale campeón del Apertura 91 y, en un partido contra Platense, un chango de 17 años y rodillas cartilaginosas debuta en Primera.

En 1992 se gana la porción derecha del ataque, en 1993 sale campeón por segunda vez y en 1994 por tercera vez. En la Bombonera despatarra a Mc Allister y deja de rodillas a Navarro Montoya. Con 19 años debuta en la selección, y quiebra la cintura, frena y los rivales se caen como también se cae su camioneta una madrugada a la salida de un boliche.

Con 20 años juega el Mundial de 1994 y reemplaza al Maradona que le cortaron las piernas, Orteee Orteee, campeón Panamericano 1995, subcampeón olímpico en Atlanta 96, el amor de Danesa, la Copa Libertadores y el Apertura 96, ícono pop del mejor fútbol que se haya visto en el Monumental en los últimos cincuenta años, desobediencia a Ramón que lo quiere sacar contra Racing, apilada y sombrerito a Ferro, travesaño ante la Juventus, el Valencia paga quince millones de dólares, golazo en el Camp Nou, apilada en Santiago de Chile, un irlandés sigue de largo en Dublín, la diez en Francia 98, dos goles a Jamaica, un monumento al potrero en el primer tiempo contra Inglaterra, un cabezazo al arquero de Holanda y una expulsión. La expulsión.

Aterrizaje en Sampdoria, otra madrugada maldita, en Parma gana la Supercopa italiana pero Europa queda lejos de Jujuy y es hora de la segunda etapa en River, Los Cuatro Fantásticos, Aimar-Saviola-Ortega-Ángel, campeón argentino 2002, fracaso en el Mundial de Japón y acuerdo con el Fenerbahçe. Festejan empresarios-representantes-intermediarios pero sufre el jugador: infierno en la parte asiática de Estambul, Expreso de medianoche futbolístico y una metáfora de su carrera, atrapado, exiliado de sus afectos y gritando en silencio por una salida, mientras otros se llevaban los dólares.

Huida como fugitivo y sanción de la FIFA, seis meses inactivo y recaída en el alcoholismo, campeón 2004 con Newell’s, gol a River y gesto de pongan la platita, regreso del hijo pródigo y tercera etapa en Núñez, gol de emboquillada a San Lorenzo en 2006, caño a Paletta en 2007, ausencias a entrenamientos, internación para adictos en Chile y su mujer lo denuncia por amenazas. Viejo, con las primeras canas y mal entrenado saca campeón a River en 2008, vuelve a chocar de madrugada, Simeone lo echa, sin él River queda último, exilio jujeño en Independiente Rivadavia de Mendoza, cuarta etapa en River, gol de emboquillada en la pretemporada de Canadá, un equipo y un club que se caen a pedazos, Desábato le grita borracho, nueva recaída, diez fechas ausente, Jota Jota López lo echa, sin él River desciende, All Boys, Defensores de Belgrano, sesenta mil personas en su despedida, gracias Dios por hacerme de River.

¿Y ahora tenés ganas de hacer qué?

—Tengo varios proyectos. Me gustaría dirigir en las divisiones inferiores de River y algún día la Primera. Sé que es difícil, pero ya hice el primer año del curso. También me gustaría ayudar a mi primer club, Atlético Ledesma. Estuve el otro fin de semana en Ledesma y la gente estaba triste: es un club que jugó los viejos Nacionales, el viejo Zoff fue uno de los técnicos, pero ahora no tiene equipo en la liga local. No es que desapareció, pero como pertenece a una empresa, Ledesma, y el ingenio no quiere tener fútbol profesional, ya no juega en mayores. Me gustaría colaborar para que vuelva a un Regional, a un Nacional. Y también paso mucho tiempo con mis hijos (Sol, Manuela y Tomás). Los miércoles Tomy viene a entrenar acá.

el fútbol desde la utilería

El miércoles 3, nueve días antes de la última vez que 60 mil personas lo ovacionaran en su vida, Ortega pasó la tarde en el vientre del Monumental, el vestuario Ángel Labruna, un recinto ubicado debajo de la tribuna Sívori que está lejos de ser una simple aglomeración de duchas y armarios para que los deportistas descansen en los entretiempos de los partidos y guarden su ropa. El coto privado de los futbolistas también cuenta con un gimnasio de amplios ventanales que dan al campo de juego y a las tribunas, un sector reservado para el cuerpo técnico, una sala con tres camillas que tienen bordado el escudo del club a la altura de sus almohadas, una antesala para que el preparador físico dirija los movimientos musculares precompetitivos de los jugadores, y una utilería con estantes repletos de botines, pantalones y camisetas, y decorada con posters de jugadores emblemáticos: en julio de 2013, esas fotos pegadas a las paredes muestran a Passarella —una en su función de presidente y otra en su época de jugador—, Leonardo Ponzio, Matías Almeyda y el propio Ortega.

La rutina del Burrito como flamante ex futbolista se alimenta de esos pequeños ritos que mitigan su síndrome de abstinencia post retiro: todos los miércoles a las tres de la tarde, y como si fuese un regreso al útero de su carrera futbolística, el jujeño llega a la utilería del Monumental para compartir varias rondas de mate mientras espera que Tomás, su único hijo varón, de doce años, termine de entrenarse en las divisiones infantiles. En la falta de adrenalina de un día laborable y con poca gente yendo y viniendo por el club —alumnos del instituto secundario, chicas del equipo femenino de fútbol, pibes de las divisiones menores—, Ortega vuelve a River en función de padre pero también en búsqueda del único refugio que sigue en pie de los años fértiles de su trabajo. Si la relación de un deportista con una cancha es perecedera, el vestuario asegura lealtad afectiva.

Pero Ortega, cada miércoles, no regresa a un sector cualquiera del Ángel Labruna. Su patria chica es la utilería, una república autonómica de la competitividad que rodea al sector. El vestuario es la única comarca del fútbol en el que las idolatrías no tienen prerrogativas. Aquí, donde no se cuecen ídolos sino caciques, nacen las estructuras sociales de un plantel. Esto es, en cierta forma, el Politburó de la profesión: quienes tienen voz y voto son los jugadores con ascendencia sobre sus pares, no sobre la gente, y Ortega, que nunca tuvo la ambición de que el mundo gire a su alrededor ni tampoco despertó en sus compañeros la fe del guía que los lleva a atravesar el desierto, fue durante veinte años el dueño de las tribunas pero no del vestuario. No era un líder patronal ni sindical, sino, nada menos, el artista favorito del público.

Un vestuario podría ser entonces un lugar indiferente para Ortega sino fuera por la complicidad de una utilería, el lugar al que el jujeño regresa para tomar mate. Que no haya futbolistas ni ex jugadores ni dirigentes a esa hora es, justamente, una definición: el Burrito viene por el reencuentro con los utileros, la casta del fútbol que más extraña, esos hombres que trabajan en las capas subterráneas. Y es, probablemente, el secreto de su adoración: Ortega se retiró a destiempo de la gloria porque también es uno de nosotros, los de afuera de la cancha, los que no fuimos elegidos para ser futbolistas pero sí podríamos haber sido utileros. Al Burrito lo podemos imaginar como técnico, pero no como presidente. Antes en la utilería que en los despachos del poder. Antes visitándonos a nosotros que a un empresario.

¿Qué te enseñó el vestuario?

—Todo, porque encima el fútbol me pasó en la parte más linda de la vida, entre los 17 y los 35 años. Lo que más destaco es el compañerismo, los utileros. Siempre fui de llegar temprano a los entrenamientos para tomar mate con ellos. Son gente especial, no tienen maldad, son los que más aman al club. Eran mi psicólogo, me daban el mate y hablaba con ellos. Lo que más extraño es tomar mate con los utileros, estar acá adentro.

¿Fuiste o vas a algún psicólogo?

—No, nunca. Nunca fui a terapia. A veces, si tengo que hablar algo, lo hablo más tranquilo con los amigos de mi pueblo.

Como las relaciones sociales suelen basarse en la reciprocidad, en su partido homenaje del sábado 13 de julio, un Monumental en estado de enamoramiento le devolvió a Ortega la simbiosis que desde 1991 recibió del jujeño. Pero es mentira decir que el Burrito sólo regaló alegría. Habría sido demasiado impersonal, demasiado perfecto, y no estaríamos hablando de un número siete (porque somos muchos los que creemos que Ortega siempre será siete): en cada una de sus debilidades, en la roja contra Holanda, en la soledad en Turquía, en las copas de más y en su obstinada pulseada contra el tiempo para no retirarse, Ortega fue nosotros, los que ganamos y perdemos todos los días.

El jujeño eludió hasta a un club empecinado en su nueva maquinaria de devorar ídolos, y en el que por ahora es imposible imaginar en cuántos años, o en cuántas décadas, volverá a llenar su cancha para despedir a otro de los suyos. Seguramente para varios de quiénes estuvieron en el Monumental fue el último tributo futbolístico de sus vidas, y por lo tanto también se convirtió en un auto homenaje: en un fútbol con cada vez menos feedback entre jugadores e hinchas, con Ortega se fue algo de nosotros.

El marketing lo vendió como el último ídolo, pero ídolo, tratándose de Orteguita, suena a fetiche, a deidad, a tótem. Y el futbolista que ama a los utileros es mucho más que eso: es nuestro último héroe.

Copete: 
Ariel Ortega no solo fue el último de una estirpe de punteros derechos poseídos por Satán. Su despedida marca también una transición hacia un fútbol doméstico sin grandes rebeldes, con clubes que poco a poco se van quedando sin héroes. Un hombre como tantos otros que nunca dejó de amar el juego. En la sobremesa de otro superclásico deslucido, esta nota lo homenajea.
Sección: 
Número: 
Imágenes: 
Volanta: 
largo adiós / éxodo jujeño / volcar la gloria
Ubicación en portada: 
Destacado
Autor: 
Andrés Burgo
Fotógrafo: 
Sebastián Andrés Vricella
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el oportunismo de las ratas

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H ubo una vez un hombre que mientras saltaba un bache y sonreía con bigote dijo que por cada habitante había treinta ratas. Fue hace ocho años, un día de primavera. Los especialistas lo desmintieron.

Nadie sabe cuántas ratas hay. Si tres, si ocho, si diez, si veinte por persona. Hace por lo menos diez años que nadie tiene una estimación más o menos certera de cuántas son las que se esconden en sus madrigueras, cuántas suben por las cañerías, cuántas degluten, mean y defecan por la ciudad. Los expertos manejan otro tipo de datos. Advierten que son una plaga. Informan que hay tres tipos de roedores ciudadanos: la rata negra, la rata parda y la laucha o ratón doméstico. Aseguran que funcionan como reservorios de 243 enfermedades. Que los Municipios, que por ley deben controlarlas, se empecinan en considerar que lo único que deben hacer es echar mano a los raticidas. Los estudiosos, que son bien pocos, apuntan también que las ratas tienen una capacidad de reproducción notable. Que florecen en primavera. Que viven un año. Que son muy limpias. Que son omnívoras. Que el secreto de su éxito es la estrategia carroñera. Que todos los días comen hasta el diez por ciento de su peso. Que tienen una forma de organización comunitaria sofisticada. Que se nos parecen más de lo que creemos. Que, pese a todo, las necesitamos. Y que, por cierto, digámoslo de una buena vez: no comen queso.

 

la cartera de la dama 

A decir verdad, Olga Suárez tenía una idea mucho más platónica acerca de sus estudios, su modo de recorrer el pabellón de Ciencias Exactas y Naturales, la manera en que edificaría su futuro como bióloga. Nunca se imaginó que iba a trabajar con ratas. Nadie tiene vocación para trabajar con ratas. Menos, dice ella, una mujer. 

Y sin embargo.

En 1985, mientras estudiaba Biología, una profesora le preguntó a Olga si tenía ganas de colaborar en el análisis de datos de un estudio sobre roedores. Y Olga dijo que sí. Y ya nunca más pudo decir que no. Se trataba, al fin, del caso de una estudiante que llega a Ciencias Exactas proveniente de un hogar con padres profesores de artes marciales, lectores de cuestiones medioambientales, admiradores de la cultura oriental. Un hogar que, previsiblemente, vio crecer a alguien interesada en la Ecología. Una estudiante que en su primer trabajo de campo aprendió a capturar roedores silvestres con una trampa de aluminio en el Delta del Paraná, y más tarde en Diego Gaynor, cerca de Capilla del Señor. Y que, ya licenciada, ganó una beca y se interesó por el comportamiento de esos mismos animales. Y descubrió, después de cuatro años de investigación, entre otras tantas cosas, que las hembras roedoras eligen con quién procrear y que lo hacen según su buena condición física; y que los machos sin buena condición física la mayoría de las veces no se reproducen; y que las hembras, en cambio, aún las menos fuertes, siempre. En suma, que ser un ratón varón del pastizal pampeano, un Akodon azarae, ese que transmite la fiebre hemorrágica argentina, no es tan sencillo como parece. 

Fue otra circunstancia la que borró del paisaje de Olga lo poco que le quedaba de bucólico. Perdió un concurso y se quedó sin cargo docente en la Facultad. El golpe le sirvió para darse cuenta que eso que estaba haciendo, biología teórica, ya no la completaba. Fue una idea que se le tornó patente un día que salió a correr pero no pudo. Y acabó leyendo el Página/12 en un café. Y en el diario había noticias. Noticias que hablaban de ratas. Ratas en la ciudad. Ratas en la Villa 31. Problemas sociales. Ratas. Ratas por todas partes. Y entonces Olga fue a hablar con quien la dirigía en su doctorado, el doctor Fernando Kravetz, el hombre que más sabía de roedores por acá, el profesor de Ecología, el científico que había abierto un laboratorio en la UBA para estudiarlos. Kravetz le dio la bienvenida. Pero al poco tiempo murió. Y Olga terminó a cargo del centro de investigación. El mismo que, por la firma de un convenio, apuntó buena parte de sus esfuerzos a elaborar conocimientos y alimentar un posible control de la presencia de roedores en la Ciudad.

Buenos Aires, como todas las ciudades, pero mucho más que otras, invita: está rodeada de agua. Buenos Aires le da a cada especie lo que necesita: la rata negra, la de la cola más larga que el cuerpo, manda en los ambientes muy construidos (le gusta anidar en los árboles o en los techos y correr por los cables de luz); la rata parda o noruega es buena cavadora y tiene el cuerpo más largo que la cola, y se multiplica en los barrios carenciados; el ratón, el más pequeño de todos, con el cuerpo y la cola en proporción exacta, hace las visitas a domicilio. Buenos Aires tiene basura. Buenos Aires no tiene porteros de noche. Ni búhos, los principales predadores de las ratas. Porque un gato sin hambre no se come un ratón. Y cada vez más estudios sospechan que con hambre, tampoco. 

“El tema es disminuir la cantidad. No las podemos exterminar. No interesa. La plaga es plaga cuando genera daño. Tenemos que bajar la densidad poblacional y modificar la interrelación estrecha que tenemos con las ratas. Yo creo que es necesario que estemos acá todos los que estamos hoy. De algún modo, las necesitamos. Hay mucha información en un roedor. Las ratas son reservorios y transmisores de una inmensa cantidad de patógenos, virus, hongos y parásitos. Pero el riesgo existe en función de la relación que haya con el roedor”, explica Olga, que suele preguntarse qué pasaría si todas las porquerías que hospedan las ratas no tuvieran donde hospedarse. Y suele contestarse que, tal vez, entonces, el hombre se convertiría en un tentador hotel cinco estrellas para tanto visitante sin destino.

Cinco años atrás, el equipo que lidera Olga puso en acción un plan de unos doce meses en la Villa 31. Los barrios pobres son los que más sufren a las ratas. Los biólogos dividieron al barrio en dos. En una mitad, desplegaron las estrategias para disminuir y controlar la población de ratas. En la otra mitad, no se hizo nada (para poder contrastar los datos). “Está el agente hospedador que es la rata. Y lo que se hace siempre y está mal es controlar sólo a ellos. Controlar al hospedador y al patógeno. Pero el hospedador y el patógeno interactúan con el medio ambiente. Entonces, ¿por qué no controlar el medio ambiente? Esa fue la idea de Kravetz. Es una idea que tratamos de fomentar. Tradicionalmente no se vio así el problema. El problema siempre se controló con químicos. Pero si vos ponés veneno, matás las ratas pero nunca matás al ciento por ciento. Y si las condiciones ambientales siguen ahí, si sigue habiendo basura, el pasto alto, agua estancada, desorden, lo que va a ocurrir es que las ratas que sobrevivan van a lograr explotar los recursos de manera más eficiente”, asegura Olga. 

Y lo dice porque sabe. Al cabo del año de trabajo en Retiro, las ratas habían disminuido entre un 50 y 60 por ciento. Pero cuando los biólogos se retiraron y dejaron de sostener la campaña de educación ambiental, cuando se relajaron los controles, en menos de tres meses, la cantidad de ratas era otra vez la misma. Controlar la población de ratas requiere un gran esfuerzo multidisciplinario y apoyo municipal. Pero alcanza con sacar la basura antes de tiempo para que vuelvan. Las ratas son oportunistas. 

Olga lleva 27 años estudiando roedores. Se acostumbró. Si hasta aprendió a entrenarlas. Veinte años atrás, su pareja, Fabián Gabelli, debutó en el cine como entrenador de animales en una superproducción internacional dirigida por Luis Puenzo: La Peste (una adaptación del libro de Albert Camus). Olga hizo su aporte. Fue la asistente del entrenador durante semanas. Y hasta le puso al maniquí su ropa y su cartera (y dentro de ella un trozo de Mantecol). Y el día de la filmación festejó cuando las ratas treparon una de las piernas de la francesa Sandrine Bonnaire siguieron trepando y, finalmente, se zambulleron, como estaba previsto, en su bolso de mano. 

“El hombre deposita en las ratas todo lo malo. Pero el hombre se parece más a una rata de lo que uno pensaría”, jura Olga. Y cuenta historias de maldad o de bondad. De mamás ratas y mamás señoras, que se parecen tanto. De señores violentos y de ratas espantosas, que parecen un espejo. De un mundo, al fin, éste, que nos moldea. A todos y a todas.

la reinvención de Kacanas

Marcelo Kacanas trabajó en una agencia de noticias soviética. Escribía notas de cultura y también de política internacional. No fue lo único que hizo. Colaboró en varias publicaciones. En su archivo hay, sin más, una extensa nota en una revista Crisis de otros tiempos, parte de un dossier sobre la Perestroika. En Mercado Libre aún hoy se consigue Suceden ciertas cosas, uno de sus libros de poemas. Porque Kacanas escribe cosas así:

Ocurre que a esta altura del asunto / ya no alcanza / el rigor sociólogico / para entenderlo: pasaron las cosas / tan rápido tan con o sin nosotros / que hoy el futuro se nos abre a medias: / casi casi nos quedamos sin realidad.

Y por estos días, tantos años después de aquella publicación, Kacanas tiene lista una compilación que lo dejó conforme, una tarea nada pequeña que tratará de imprimir pronto: una Historia de la Filosofía. Es un gran lector, Kacanas. Ahora, en una oficina de un ambiente dividido sobre Scalabrini Ortiz cerca de la avenida Corrientes, conserva sobre el escritorio un volumen gordo sobre otras cuestiones. “Es una de nuestras biblias”, confía. Se refiere a un libro de Héctor Coto: Biología y control de ratas sinantrópicas. 

“Cuando empecé con los tratamientos de ratas no les tenía aversión. Yo creo que superaba la aversión. Era directamente cagazo”, dice y larga una carcajada. No le ocurría lo mismo ni con las cucarachas, ni con las arañas, ni con las hormigas. Pero con las ratas, con las ratas, ya saben.

Kacanas había llegado al rubro por necesidad. Por un tiempo fue empleado en una empresa de unos canallas que presionaban a su tropa para que llevaran arañas en cajitas de fósforos, para que las liberaran en el domicilio que había requerido los servicios con el único fin de sacarle unos pesos más al cliente. La experiencia, previsiblemente, duró casi nada. Kacanas pegó un portazo.

Sabía que lo bueno que tiene una empresa de fumigaciones es que se necesita menos plata para empezar que en muchos otros comercios. Y que los trabajos se pagan bien. Kacanas montó su Pyme. Necesitaba trabajar. Fue en 1992. Veinte años después,  Fumigaciones Buenos Aires es una de las 1400 empresas registradas en la capital y una de las 600 empresas activas según los registros oficiales (la historia no oficial eleva el número de fumigadores a casi tres mil). Kacanas tira veneno. Pero no es lo que se dice un tira-veneno.   

“En nuestro trabajo la intervención química es lo menos importante. Aunque parezca mentira. Lo que define un tratamiento es la modificación ambiental. Lo demás, son los últimos cien metros de la carrera. Todavía hay muchas empresas, administradores de edificios y empresarios gastronómicos que lo único que piden es: tirame más veneno. Y no sirve para nada”, relata Kacanas. 

Esas certezas y el cuidado de su nombre lo llevaron, tiempo atrás, a tachar de su lista de clientes a una buena porción: los restaurantes. El razonamiento fue simple. Kacanas debe certificar los trabajos y no podía poner en juego su micro emprendimiento. “No atiendo más gastronomía desde hace unos años. Es difícil encontrar una cocina limpia, ordenada y donde te den pelota a lo que decís: que limpien, que ventilen, que se cambie la madera podrida de un bajo mesada, que eduquen al personal. Yo me preparé para seguridad alimentaria también. Me cansé además de que no me paguen”, se fastidia. En los negocios, parece, las cosas no son muy distintas. “En la mayoría de los lugares donde tenés que hacer docencia se fracasa. Vos pedís hablar con el dueño, con la cabeza, y te atiende la persona de limpieza”, se queja. 

En el caso de los roedores, Kacanas trabaja con trampas de pegamento. Deja la trampa. Vuelve al lugar. Saca la trampa. Se lleva la rata. Sin asco. Son muchos años de convivencia. Si hasta sabe que entre una torta vieja y una torta recién hecha, la rata elige la más fresca. Que una rata negra, por un salamín, es capaz de dar una mano. Que casi no comen lácteos. Que prefieren el alimento balanceado de los perros. Que no se desplazan más allá de los 80 metros. Que solo un pequeño porcentaje de los roedores que circulan portan enfermedades. Y más. Y no aprendió sólo de ratones. Cada vez conoce más sobre escorpiones. Y sabe que la plaga del futuro es la chinche de cama: la pesadilla de todos los hoteles del mundo (que pronto llegará a nuestras casas). Kacanas puede hablar largo, y con precisión, sobre lo que hace.

La curiosidad y la dedicación. Sí. Pero sobre todo la lectura. Esa fue la manera que encontró Kacanas de sobrellevar su nuevo oficio. Fue decenas de veces a la Facultad de Agronomía, decenas de veces a la de Veterinaria, hasta encontrar guías, especialistas. Se anotó en cuanto curso pudo, en cuanto seminario se dictó. Preguntó y puso en cuestión. Y devoró materiales científicos y académicos hasta conformar una biblioteca temática de peso.

“Al trabajo de pisar cucarachas le fui agregando conocimiento, formación científica. Y así, este laburo, que en realidad es una porquería, empezó a tener otro sabor”, explica Kacanas. 
Kacanas, de todos modos, no puede decir que esté contento con su reinvención. Pero desde el punto de vista económico está tranquilo. Eso es importante. No tiene sobresaltos. Su empresa va bien. Y él, como decía San Agustín, desea poco y lo poco que desea lo desea poco. El camino hasta aquí, una pequeña empresa con empleados que atiende fumigaciones de edificios, no fue lo que se dice un sendero por los Alpes. Tuvo que entrar a baños malolientes. A cocinas inmundas. Y sobre todo, encontrarse con gente que le dijo que no sirve para nada, que su trabajo no sirve para nada. Ciudadanos enojadizos, pero algo distraídos, a quienes en sus alacenas lo único que le faltaba es tener, bien acomodado, un sorete. 

Pero esas cosas, después de tanto tiempo, le provocan gracia. No lo desalientan. Al final, ya viene la primavera. Y el teléfono de Kacanas está por empezar a sonar. Como una sirena.

 

el redactor de evangelios

En una capital centroamericana se organiza, por estos días, una reunión internacional de expertos en control de roedores. Los investigadores verán el mar. Comerán pescados. Y se acomodarán en un salón pequeño. No son más de treinta. Y son casi todos los que hay. Casi no hay. “A nivel internacional es un campo muy cubierto por los médicos. Y le dan al asunto una visión muy asistencialista. Los biólogos proponemos ocuparse de las ratas de otra manera. No por cómo curar a un paciente, sino por cómo hacer para que no enferme. Pero supongo que también hay pocos porque no da plata”, explica Héctor Coto, el autor del libro Biología y control de ratas sinantrópicas. Coto es una voz autorizada. Llevó sus conocimientos y planes a varias ciudades del mundo cuyas autoridades estaban convencidas de que tenían que trabajar por un mundo con menos ratas.  En 2001, Coto presentó en la Academia Nacional de Medicina los resultados de un estudio de siete años de duración desde la Maestría de Control de Plagas de la Universidad Nacional de General San Martín. Siete años donde un equipo de casi 40 personas relevó a la ciudad con 173 estaciones de muestreo. Las trampas con grasa vacuna y la aplicación de modelos matemáticos mostraron que el 78 por ciento de la población de ratas son pardas, y casi todo el resto son negras: las lauchas tuvieron escasa representación. Los investigadores determinaron siete áreas de riesgo: Costanera Norte, la Boca-Barracas, Villa Soldati-Riachuelo, Mataderos, las vías de ferrocarriles, el Puerto de Buenos Aires y Puerto Madero. El índice más bajo se registró en Villa Devoto. En líneas generales, los índices menores correspondieron a barrios de buen nivel con casas bajas. “No hay estudios del impacto que las ratas ya tienen en la salud, pero una investigación mostró que el 95 por ciento de las ratas porteñas tienen algún parásito intestinal: ¿cuántas de las diarreas y patologías digestivas provienen de ellas?”, se preguntó por ese entonces Coto y señaló: “sin duda, nuestros resultados son extrapolables a cualquier municipio del Conurbano”. Coto no habló de números. Dijo, y dice aún hoy, que eso es poco serio. Pero sí aseguró que, aplicados los parámetros internacionales, la cantidad de roedores superaba en un 30 por ciento al máximo recomendado por la Organización Mundial de la Salud. 

“Hay una historia ligada a las ratas y el hombre desde aquellas epidemias del medioevo de peste bubónica que han dejado marcas en el inconsciente colectivo que son muy notorias. La rata puede ser un objeto sanitario, un objeto económico, pero no se puede soslayar que es un objeto cultural, por lo menos para las sociedades occidentales. La gente ni siquiera puede pensar en ratas. Ni siquiera le podemos entregar un folleto que tenga uno. Es un rechazo primario. Es mucho más difícil que si propones hablar de mosquitos. Y eso también pasa en la salud pública, una cosa del estilo: mejor no hablemos de ratas, no saquemos el tema a la superficie”, apunta Coto. Y, entonces sí, llega a donde quería llegar: “¿Dónde están las políticas públicas en materia de prevención y control de roedores? No las hay. En líneas generales no las hay. Es una acción que está en potestad municipal. El municipio debiera hacerlo no sólo por cuestiones económicas sino también por cuestiones sanitarias. Y lo cierto es que no conozco municipio que tenga programas de este tipo. Cuando mucho, sale un problema en el diario y van a colocar raticidas. Hace décadas que no existe en la Argentina un programa con rigor científico”, concluye.

La presencia de roedores, como de otras plagas, está directamente relacionada con los territorios sociales. Unos cinco años atrás un estudio mostró que la mayor abundancia de roedores coincide con la presencia de sectores poblacionales con necesidades básicas insatisfechas y con índices de hacinamiento. El otro factor decisivo es la cercanía de cursos de agua. El sur de Buenos Aires es, en consecuencia, el que más sufre. Por ejemplo, un estudio en la Villa Los Piletones reflejó un índice –conformado por valores de captura- cercano al 14 por ciento. El umbral aceptado internacionalmente es cinco. Superado el cinco, más vale ponerse en acción. “Significa que la cantidad de ratas es tal que necesariamente van a tener que invadir la vivienda humana en busca de alimento para subsistir”, advierte Coto.

Héctor Coto habla con vértigo. Llama a las ratas por su nombre científico. Y le brillan los ojos. Y el sonido de esos nombres suena como una ópera minúscula. Estridente y exótica. Hay gente que ama tirarse en paracaídas. Otros que se cuelgan de un puente con una soga. Están también o los que trabajan en una morgue. Los que van por las rutas a mil. “Cada uno asume como puede su espíritu tanático”, dice, sobre su pulsión, Coto. Y se despide con amabilidad. 

 

la finta del final 

Hace años que no hay estudios. Ni programas. Los vecinos ven ratas. Siempre ven ratas. Y el hombre que salta baches mientras sonríe con bigote, desde que fue elegido, se mantiene en silencio. No es el único. Ningún funcionario quiere hablar de ratas. Pueden hacerse decenas de llamados. Pueden mandarse correos electrónicos con las mismas fórmulas que recomendaría la Cancillería. Y, después de tanto, apenas llegan de regreso un puñado de datos. Por ejemplo, que el Gobierno de la ciudad encaró en los primeros seis meses del año 2473 operativos de desratización, que tiene un convenio con la Universidad de Buenos Aires, y que hay sesenta inspectores encargados de que se cumplan reglas de higiene. Poco.

Alfredo Seijo, jefe del Servicio de Zoonosis del Hospital Muñiz, maneja información que puede servir como botón de muestra. Pero no mucho más. Dice que en los últimos dos años bajó un poco la cantidad de consultas por mordeduras de ratas. Pero que eso puede ser también porque “la gente no viaja desde donde vive hasta el Hospital”. Asegura también que los casos de leptospirosis se mantuvieron estables y que los brotes, como suele ocurrir, se dan en los barrios de bajo nivel adquisitivo. En suma, que por los datos que maneja fueron peores los años 2009 y 2010. Pero que las ratas tienen sus ciclos.  “Esto no quiere decir que el año que viene no aumenten”, dice. Hace treinta años que, desde su puesto, Seijo las ve subir y bajar. Como la marea. Como las gaviotas. Como el viejo led de un ecualizador Aiwa. Sin remedio.

Copete: 
Nadie quiere verlas ni hablar de ellas, pero nos tienen rodeados. Ofician de reservorios y transmisores de una inmensa cantidad de virus, hongos y parásitos que sin estos roedores terminarían adentro nuestro. Las políticas públicas se rinden antes de enfrentarlas. Historias de los que se acostumbraron a vivir mirándolas de reojo y una prédica por menos veneno y mejores ambientes.
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gatos sin hambre / akodon azarae / yo te conozco / de fumigadores y evangelios
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Rodolfo González Arzac
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pagarles hasta que les duela

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En EEUU definieron a Paul Singer, dueño del fondo buitre NML, como "el mejor defensor del uno por ciento". ¿Cree que sus demandas contra Argentina son un anticipo de futuros movimientos más hostiles de esa élite mundial contra países periféricos como antes hacían los estados mediante guerra o invasiones?

—El de Argentina es un caso testigo y varios analistas sostienen que, en palabras del economista Joseph Stiglitz, “Estados Unidos ha tirado una bomba en el sistema económico global”. Desde ese punto de vista específico parece ser apenas el comienzo de una historia más larga. Pero se trata de algo complicado: no es necesariamente el inicio de una nueva era con reglas fijadas por los buitres. Este precedente tendrá graves consecuencias y en el largo plazo puede debilitar a Estados Unidos. Pero solo el juicio de los historiadores dentro de algunos años podrá confirmar estas hipótesis.

La posición de los holdouts en el juicio contra Argentina no parece regirse por una racionalidad puramente rentística. ¿Cómo puede describirse el sistema de alianzas entre los sujetos financieros, judiciales y estatales? ¿Cuáles serían los principales actores en este concierto?

—En teoría, debería haber diferentes grados de separación entre los intereses financieros, judiciales y estatales. Se supone que así funcionan las democracias. Pero países como Gran Bretaña y Estados Unidos han sufrido una “captura política” por parte de los sectores financieros. Es un sistema muy sofisticado, complejo, que implica desde el lobby al interior de los gobiernos, hasta la complicidad de jueces, o aun el temor de los actores no económicos a los jugadores financieros, y además el predominio de una ideología global que ubica estos intereses por encima de otros actores de la economía doméstica. Cuando una nación poderosa como Estados Unidos es “capturada” de esta manera, las implicancias para el sistema financiero internacional y para casos específicos como el argentino son profundamente negativas.

Una lectura rápida de estos conflictos pone de un lado a los estados, como representantes de los pueblos y los intereses nacionales, y del otro a los fondos buitre, como actores extraterritoriales que capturan las riquezas de las sociedades. Sin embargo, en sus investigaciones usted demuestra hasta qué punto los propios estados participan de estas lógicas off shore beneficiándose de las ganancias extraordinarias que habilitan.

—Es un error analizar estas cosas en términos puramente geográficos. Por supuesto, desde cierta perspectiva puede parecer como si fuera un enfrentamiento entre Estados Unidos y Argentina. Pero los Estados Unidos no son un bloque monolítico y tampoco la Argentina. Hay intereses diferentes en juego. Para darte un ejemplo, hace un tiempo hemos asistido a un largo conflicto entre Estados Unidos y Suiza, sobre el uso de cuentas suizas secretas por parte de los ricos norteamericanos. Sin embargo, en este caso tampoco se trataba de un conflicto entre Estados Unidos y Suiza, sino de una disputa entre los sectores más ricos de los Estados Unidos y la masa ordinaria de los ciudadanos que pagan impuestos. Esa pelea “Estados Unidos vs Suiza” es en realidad una pelea “Estados Unidos vs Estados Unidos”, con Suiza como facilitador. En el caso más reciente, Argentina no está enfrentando “a los Estados Unidos” sino a un grupo particular de personas protegidas por el sistema off shore de paraísos fiscales y secreto financiero, así como a algunos jueces norteamericanos. Es una pelea entre el Gobierno argentino y una alianza ad hoc con intereses norteamericanos fuertes. En el caso estadounidense, los beneficiarios son un conjunto de corporaciones, hedge funds y otros que están protegidos por la tolerancia de sus naciones hacia los paraísos fiscales. En Gran Bretaña, el centro financiero de la city de Londres es el que se beneficia con las ganancias de sus inversores. Ambos países, ricos y poderosos, tienen en su interior grupos que luchan contra los paraísos fiscales, pero no tienen la fuerza suficiente para contrarrestar a las grandes corporaciones y al lobby financiero. Al menos están progresando un poco.

La estocada jurídica de Griesa se concreta en un momento sensible para la economía argentina, por el agotamiento de un modelo productivo basado en la exportación de commodities. De hecho, este default técnico viene a obstaculizar el reingreso del país a los mercados de capitales, principal esperanza de todo el espectro político para relanzar la economía en los próximos años, luego de una década donde efectivamente se pudo ¨vivir con lo nuestro¨. ¿Es posible eludir este tipo de soberanías extraterritoriales?

—Creo que es muy difícil. Pero diría también que si bien la inversión externa puede ser muy útil, no es la panacea ni mucho menos. Hay buenas inversiones, y hay otras que comprometen solamente a capitales golondrina que no serían tan útiles. Keynes dijo una vez “la experiencia está demostrando que la extrema distancia entre propiedad y operación es un elemento nocivo para las relaciones entre los hombres, proclive en el largo plazo a generar tensiones y enemistades que llevarán a aniquilar el cálculo financiero”. La evidencia parece superar la predicción: la globalización financiera (que no es lo mismo que la globalización del comercio), no parece haber contribuido al crecimiento de muchos países. Ayudó a ciertos intereses, e hirió a otros. Y uno de los grandes problemas es la fuga de capitales: un fenómeno con el que los argentinos están muy familiarizados. Guardar depósitos fuera, fugar valores nuevamente gracias al uso de paraísos fiscales, deja deudas públicas cubiertas de secretos. Por lo tanto, aunque pueda ser positivo para Argentina acceder a inversiones externas, el uso sin regulación de los mercados de capitales viene acompañado de grandes riesgos.

El ejemplo argentino parece confirmar la impotencia de los estados nacionales para lidiar con capitales especulativos que se presentan decididamente como actores políticos de la nueva territorialidad global. A su vez, no terminan de conformarse instituciones supranacionales capaces de regular al mercado mundial. ¿Qué tipo de sujeto político podría hoy luchar de manera eficaz contra las estrategias de la renta financiera?

—Esta es una pregunta enorme, con muchas respuestas. El caso argentino crea mucha indignación, creo que la mayoría está de acuerdo en que esta no es la forma como debería funcionar el capitalismo global. Y, más allá de algunos ideólogos, hay un reconocimiento masivo de que los fondos buitres no agregaron valor a la economía mundial con sus estrategias. Pasar de este reconocimiento a introducir cambios reales no parece, sin embargo, algo muy cercano. Creo que el efecto más directo del caso será que los pueblos comiencen a pensar mejor sobre los esfuerzos de reestructuración internacional de deudas. La coordinación internacional debe ser superior que la que construyen los buitres, pero esa coordinación todavía no es buena. Otro signo de optimismo es que la crisis financiera global desprestigió a las viejas ortodoxias, que ahora están en revisión. El problema es que este proceso toma años, tal vez décadas: eso no ayudará a la Argentina en el corto plazo.

Las élites argentinas que han logrado fugar fortunas al exterior, ¿pueden ser forzadas por algún medio a repatriar sus millones? ¿Qué clase de impuesto podría compensar esa pérdida derivada de lo intangible del dinero fugado? 

—La respuesta más simple es que no hay soluciones mágicas, y la intervención no puede ser solo impositiva. Cualquier esfuerzo para cobrar impuestos a las élites argentinas por sus bienes ubicados en paraísos fiscales debería incluir algún tipo de componente que garantice mayor transparencia. Incluso un país tan poderoso como Estados Unidos debió esforzarse para conseguir información sobre los paraísos fiscales, y recientemente hizo algunos progresos en ese sentido. Argentina sola no puede hacer mucho para obtener pronto información verdaderamente relevante, pero hay miradas de más largo plazo que podrían dar mejores resultados. Un cambio importante que se estuvo dando aunque ahora con menos intensidad, es el deseo político nuevo a nivel internacional de diseñar medidas de transparencia más efectivas para que los países puedan “ver” los bienes de sus ciudadanos cuando tengan propósitos impositivos legítimos. Técnica y políticamente estas iniciativas son prometedoras, pero tampoco son perfectas. El problema es que el nuevo sistema está siendo impulsado sobre todo por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), un club de países ricos. Si los dirigentes y los ciudadanos argentinos pidieran más respuestas y responsabilidad a la OCDE, creo que podrían darse algunos pasos positivos. Uno podría ser cínico sobre el deseo de los países ricos de incluir naciones más débiles, pero estoy convencido de que hay lugar para hacer cambios. Ahora, dado que son las élites las que usan el sistema off shore es difícil para los gobiernos que son apoyados por esas mismas élites intentar instrumentar cambios en la comunidad internacional. Una vez más, depende de la voluntad política. Otro cambio sería revisar todo el sistema impositivo desde una perspectiva de reforma progresiva; cuestiones sistémicas que parecen lejanas de la gente común, pero que crean dinámicas positivas. Una vez más, son cuestiones de largo plazo.

¿Qué diferencias encuentra entre las estrategias de los gobiernos de los países denominados "emergentes" y las grandes potencias frente a la consolidación del nuevo poder económico extraterritorial?

—La relación entre soberanía y poderes extraterritoriales es compleja y tramposa. Yo analizo paraísos fiscales que dicen permanentemente que tienen el derecho soberano de albergar las riquezas de otras naciones en secreto, y se enojan cuando otros países les piden información para reforzar su legislación impositiva. Acá hay una gran contradiccón: la coordinación global e incluso el ejercicio de poderes judiciales extraterritoriales –como en el caso de la justicia de Estados Unidos que está llevando a bancos suizos a juicio por facilitar crímenes fiscales norteamericanos– es claramente una buena idea; sin embargo, en el caso del fallo de las cortes norteamericanas contra Argentina, me parece que hay claramente una injusticia, aunque por supuesto hay personas en Estados Unidos que no estarían de acuerdo conmigo. Vemos entonces que no hay una respuesta universal para tu pregunta: personalmente, creo que muchos de los problemas de la globalización financiera provienen de una coordinación internacional insuficiente y una falta de respeto por la legislación de otros países. Por lo tanto, lamentablemente, la respuesta no es fácil.

Copete: 
El malauí Nicholas Shaxson escribió “Las islas del tesoro. Los paraísos fiscales y los hombres que se robaron el mundo”, una endoscopía del camino que hace la riqueza para acumularse libre de ataduras. Desde Londres respondió sobre el armisticio argentino con los buitres, la captura de la globalización por las corporaciones financieras, y las escaramuzas entre tibias voluntades de regulación y negocios paralegales que hacen estallar las fronteras.
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la patria es del otro / ningún grado de separación / e-entrevista
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Heber Ostroviesky
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el dueño de la moto-sierra de oro

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L os cultores del desarrollismo en Argentina arrastran desde siempre una curiosa angustia existencial: la falta de una burguesía que sea capaz de conducir el proceso de crecimiento económico con inclusión. Un brillo intenso reluce en sus ojos cuando aluden a la clase empresarial brasilera. Sin embargo, aquellos capitalistas del cordón industrial de San Pablo, con su correspondiente “otro yo” proletario, que alimentaban el imaginario de una nueva potencia antropófaga e integrada, han cedido su supremacía ante la pujanza del capital financiero y el renacimiento de los agro-negocios.

La familia Maggi es una de las principales exponentes de estos nuevos fazendeiros. Blairo, propietario de al menos veinte millones de hectáreas, vendría a ser su estrella más deslumbrante. Todo comenzó en la lejana década del sesenta, cuenta el multimillonario, cuando “mi padre se mudó a Paraná en busca de oportunidades para su familia. Por ese entonces él estaba vinculado a la industria maderera, pero luego se pasó de la industria extractiva a la agricultura, una vez que el cultivo a gran escala llegó a la región sur de Brasil.”

El crecimiento de la soja implicó la expansión de la frontera agrícola hacia la zona denominada “el cerrado” y los desmontes llegaron también hasta la selva amazónica.

“Nosotros oíamos los relatos de los diarios y de otras personas que comenzaban a ver el centro-oeste de Brasil como una posible área de producción. Hasta la década del setenta esa región era desconocida, pero Embrapa (Empresa Brasileira de Pesquisas Agropecuarias, vinculada al Ministerio de Agricultura, fue creada en 1973 con el objetivo de transferir tecnologías al sector agroindustrial) empezó a realizar investigaciones y consiguió que la acidez del suelo se reduzca, creando las condiciones mínimas para producir. Como las tierras eran muy baratas se generó una migración del sur de Brasil hacia las regiones de Mato Grosso y Goiás. Nosotros vinimos en esa leva. En 1979 mi padre compró la primera propiedad en Mato Grosso, de 2400 hectáreas, que para nosotros eran una infinidad, algo inabarcable, porque en São Miguel do Iguaçú, al oeste del Estado de Paraná, donde nos criamos, las propiedades tenían 50 o 100 hectáreas”.

¿Qué evaluación haría hoy de este proceso de recolonización de territorios antes periféricos en función de una actividad económica orientada al mercado mundial?

Lo diría así: la soja para esta región, incluso para Brasil como un todo, es un cultivo milagroso. Porque hasta la entrada de la soja teníamos una agricultura de café, arroz y porotos. Brasil era inexpresivo en esa área. A diferencia de Argentina, de Estados Unidos y otros países que tienen suelos maravillosos, con alta disponibilidad de elementos como fósforo, potasio y material orgánico, nuestros suelos son extremamente pobres, ¡ni siquiera un PPM (parte por millón) tiene uno para conseguir! Pero la llegada de la soja posibilitó la ocupación del cerrado y con el pasar del tiempo, año más año de cultivo, fuimos construyendo un suelo que no teníamos, y luego tuvimos la posibilidad de sembrar maíz, algodón y otros productos. Y con ese envión se crearon también centenas de ciudades que no existían en la región centro-oeste. Millares de personas se mudaron donde antes no había nadie. Muchas de las críticas que leemos habitualmente, de quienes no entienden bien lo que ocurrió en Brasil, aseguran que la soja desalojó a los pequeños agricultores a favor de grandes productores, lo cual no es verdad. Cuando yo llegué a Mato Grosso, sobre todo en aquella región más al norte donde estamos nosotros hoy, Sapezal y Campo de Julho, ese era un mundo de sabana y de cerrado donde no había ciudades, no había absolutamente nadie. Todo fue construido con el grano, de ahí la importancia de la soja para el desarrollo brasileño y de muchas familias también.

¿Qué cambios provocó en la concepción del agronegocio, el hecho de que la soja se haya convertido en un commodity?

Yo diría que la soja es el agronegocio por excelencia. Ya relaté cómo las ciudades surgieron y nuevos cultivos fueron posibles gracias a ella. Luego, la soja le enseñó mucho a otros segmentos de la economía acerca de la forma como se comercializa. Es un negocio tan transparente, tan rápido de hacer, que uno consigue vender este año lo que va a producir el año que viene. Si quiero tomar dinero por adelantado por mi actividad, también puedo hacerlo. Si no quisiera vender y prefiero retener el grano para entregarlo en el futuro también lo hago. Porque la relación entre el productor y las compañías en el mercado es de confianza. En la soja no existe eso de acordar algo y no cumplir. Hecho el negocio, más allá de si bajó o subió el precio, la empresa va y cumple su contrato. Diferente de lo que ocurre, por ejemplo, con el algodón y otros cultivos, donde las empresas compran, el mercado baja y entonces quieren penalizar al productor, y ahí se arma aquella confusión donde el desenlace no es claro ni transparente. La soja fue enseñando, a lo largo del tiempo, que todos se benefician cuando hay un mercado transparente, en el cual todos cumplen con su parte en el proceso.

Saudade y reforma agraria

Los nuevos fazendeiros son un poco nuevos conquistadores, artífices de una originaria y a la vez postmoderna acumulación de capital. Hablan de “territorios inexplorados” donde la civilización sojera felizmente arribó, como Sapezal, municipio del Mato que para wikipedia fue “descubierto” por papá Maggi. Alguna vez el viejo Marx escribió que allí donde los relatos economicistas construyen un idílico surgimiento del capitalismo, contra las fuerzas del atraso feudal y primitivo, “sabido es que en la historia real desempeñan un gran papel la conquista, la desposesión, el robo y el asesinato: la violencia, en una palabra”. Pero los que critican, afirma Blairo, “no entienden bien lo que ocurrió”.

En 1964 se debatía en Brasil si hacer la reforma agraria o estimular la modernización de la agricultura industrial. La dictadura optó por lo segundo y el boom de la soja fue una de sus consecuencias. ¿Cree usted que ese debate está ya superado, o ha vuelto a plantearse a partir de la llegada del PT al gobierno?

No existe. Si bien hay todavía en Brasil una discusión sobre la reforma agraria, yo diría que la reforma agraria es hoy un programa de asentamiento de personas que no tienen acceso a la tierra. Algo que se hace de forma transparente y tranquila, aunque los movimientos sociales presionan al gobierno para acelerarlo. El gobierno ha comprado propiedades de quienes quieren vender y las ha redistribuido a esas personas en pequeñas propiedades por todo Brasil.  Entonces, no existe una discusión sobre si mi fazenda es más productiva en mis manos o en las manos de la reforma agraria. Y si ese debate volviera a ponerse hoy de moda, pues la reforma agraria perdería la discusión; porque está más que probado que en este tipo de commodities como la soja y los grandes cultivos como el maíz o algodón, la pequeña propiedad no consigue competir. Nosotros aquí en Brasil hacemos una diferencia entre la agricultura familiar y la agricultura empresarial o gran agricultura. Hay financiamientos distintos para cada sector y la atención del gobierno es diferente para los pequeños productores.

Nosotros no abandonamos ese segmento pero tampoco excluimos al otro.

Brasil tiene un lugar importante en la reconfiguración de la geopolítica global. ¿Cómo se piensa desde acá este momento particular del mundo, atravesado por la crisis del capitalismo? 

Entiendo que siempre hay crisis, como parte de los procesos. Y que lo importante es ver cuánto la sociedad gana en promedio, durante un período que puede ser de quince, veinte o treinta años. Cuando hacemos ese ejercicio vemos que todos estamos evolucionando, mejorando, al menos aquí en Brasil tenemos esa percepción. Esta crisis actual viene desde el 2008 y los países están un poco asustados, incluyéndonos a nosotros también. En relación con la Argentina creo que las restricciones que están poniendo no ayudan mucho, porque cuando Argentina pone alguna restricción los productores de aquí, los industriales, le exigen al gobierno que ponga otra traba en consecuencia. En vez de estar en un juego de suma positiva, como es la idea del Mercosur, se crea un proceso negativo. En este momento veo con preocupación que tenemos una crisis y el posicionamiento de los gobiernos me parece un poco enredado. Están bajo presión para tomar decisiones.

¿Es cierto que existe la idea de crear una suerte de OPEP de la soja, una coordinación de los grandes productores de este commodity a nivel mundial para regular las colocaciones y tener incidencia en la determinación del precio?

Oí sobre el asunto, pero no creo que se consiga coordinar todo, porque son millares de productores, centenas de empresas que comercializan por varios caminos alternativos. Hoy todo está basado en la Bolsa de Chicago, acá tenemos la de San Pablo, ustedes tienen la de Rosario, pero en el fondo quienes regulan son ellos allá. Y los grandes compradores tampoco consiguen organizarse para regular el precio hacia abajo. La soja es muy libre, demasiado ágil todo ese mercado. Y dentro de esa complejidad aparecen los Fondos que entran y salen con rapidez.

Los agro-negocios son un nuevo actor político: ¿tienen diferencias con la burguesía industrial paulista, o más bien ustedes se integran en ese núcleo empresarial tradicional?

Brasil ganó un dinamismo muy grande en los últimos veinte o treinta años, y la secuencia de los liderazgos en Brasil se ha acelerado. A nosotros no nos gusta que alguien se convierta en líder de un segmento y permanezca diez, quince o veinte años al frente de aquella entidad sectorial. Queremos que nuestras asociaciones y federaciones permitan dos mandatos y que luego el lugar sea para otro, que venga una nueva persona, un nuevo liderazgo, que después pueda actuar en política o incluso en otros segmentos institucionales. Existe en Brasil cierta integración entre las actividades primarias e industriales. Conversamos mucho. Y el propio gobierno, en los últimos tiempos, abrió espacios para que esos segmentos representativos conversen entre sí. Las cámaras sectoriales y los ministerios de agricultura, de industria y de comercio, se sientan para definir las prioridades o para corregir eventuales problemas. No nos gusta que el gobierno tome simplemente una medida y la baje así sin consultar. Tiene que conversar. Cuanto más se comparte esa responsabilidad de gobierno y se conversa con los actores involucrados en la cadena, mejor va.

Bussines y política

Blairo es Ingeniero agrónomo como Grobocopatel, aunque su modelo de negocios integrado y vertical se parece más al de Roberto Urquía. Pero a diferencia del dueño de Aceitera General Deheza, quien durante el tratamiento de la 125 fue defenestrado primero por sus compañeros de clase y luego por sus compañeros del gobierno, Maggi exhibe una carrera política ascendente, con dos períodos como gobernador del Estado de Mato Grosso, desde donde proyectó su senaduría federal. Incluso fue mencionado como posible ministro de Transporte del gobierno de Dilma. Y finalmente llegó a la cima, pues acaba de ser nombrado por el brumoso gobierno de Michel Terner como Ministro de Agricultura.
En Brasilia, la “ciudad inventada” donde se aglomeran todos los poderes de la república, las contradicciones entre los intereses del agro-bussines y las necesidades sociales de la gobernabilidad se tornan patentes. Blairo integra la “bancada ruralista”, articulación de parlamentarios de distintos partidos con fuerte poder de lobby a favor de la industria sojera. 

¿Usted se siente un empresario que hace política, o considera que son actividades distintas que pueden llegar a tener intereses enfrentados?

A veces hay intereses contrapuestos, entre el interés comercial y el interés del conjunto. Yo como senador siempre he defendido el interés colectivo, para después ver el individual. Como legislador tengo una posición independiente de la que tengo como hombre de negocios. Claro que, como estoy vinculado a una actividad productiva en mi país, al igual que otros parlamentarios, formo parte de bancadas que trabajan en la dirección del desarrollo. Si tengo que decidir entre frenar alguna actividad o votar para que avance más rápido, yo siempre voto por el desarrollo. Quiero ver a mi país con más rutas, con más ferrovías, quiero ver a mi país andando. Hay otros colegas que trabajan en las áreas sociales. De todas maneras, aquí en el Senado no hay tanta diferencia entre empresarios y políticos, porque como se defienden los intereses nacionales casi siempre se vota a favor de quien produce.

Su partido forma parte de la coalición de gobierno. ¿Por qué el Partido de la República (PR) aceptó apoyar al Partido de los Trabajadores (PT) siendo tan distintos entre sí?

En Brasil no tenemos partidos programáticos que se definan como de izquierda o de derecha. Son composiciones políticas que se conforman para cada elección. Cuando yo llegué al PR, éste ya estaba acoplado al oficialismo. Cuando era gobernador de Mato Grosso participaba de otra agremiación política que no apoyaba al gobierno. Yo diría que el PR es un partido independiente, que no tiene un vínculo programático con el gobierno, ni acuerda con todas sus demandas y proyectos oficiales. Hemos tenido una posición crítica, incluso nos hemos permitido votar en contra en determinadas materias.

Recientemente tuvo lugar un complejo debate en torno al Código Forestal de Brasil. Los diputados de la llamada “bancada ruralista” modificaron sustancialmente el texto aprobado por el Senado, obligando a Dilma a vetar varios artículos de la ley. ¿Cuál es la influencia que tiene esa bancada al interior de las instituciones estatales?

Dentro de las instituciones diría que no influye en nada. La “bancada ruralista” es puramente sectorial. No es un grupo de parlamentarios que se unan para conquistar espacios. Ella actúa puntualmente en aquellas decisiones que van a tener efectos sobre la actividad del agronegocio en Brasil. Más allá de tales asuntos, no es una bancada orgánica, sino que está dispersa y es transversal a los propios partidos. Específicamente en lo que pasó con el Código Forestal, las personas dijeron que “el gobierno perdió”. Yo no creo que el gobierno haya perdido, creo que el gobierno no entendió, hasta ahora, que los parlamentarios, tanto en el Senado como en la Cámara, son representantes del pueblo. Y la presión que viene de afuera y actúa para modificar un voto en el Congreso debe ser respetada por la Presidente. Por otra parte, los vetos que la Presidente hizo son menores considerando el contexto y la magnitud de esa ley. Incluso diría que tienen poca importancia. El Código Forestal fue un proyecto supra partidario que se discutió más allá de los partidos, más allá de los líderes y de la voluntad del gobierno. Porque era un sentimiento de los sectores productivos que los parlamentarios entendieron perfectamente.

¿Cómo vivieron desde aquí lo que en 2008 se denominó el “conflicto del campo” en Argentina? ¿Qué opinión tiene usted sobre el kirchnerismo como fenómeno político?

No tengo una idea formada. Conceptualmente estoy por la renovación de los liderazgos. Y creo que los Kirchner deberían promover una renovación. Me parece que un gobierno tras otro del mismo tipo por mucho tiempo no es bueno para la sociedad. Aquí también estamos en un tercer período, pero con otra mentalidad. La presidente Dilma no piensa exactamente como pensaba el presidente Lula. Lo que vemos en Argentina es que el sector agrícola tiene apoyo urbano, en la ciudades apoyan sus reivindicaciones, o al menos en mayor medida de lo que ocurre aquí. Nuestra impresión es que en 2008 las ciudades estaban apoyando al campo. Nosotros también tuvimos que tomar ese tipo de medidas de protesta, hace tiempo, para llamar la atención del gobierno, pero la reacción del habitante urbano contra el productor rural fue muy mala, y empeoró las relaciones.

¿Cuáles son las semejanzas y las diferencias de los agronegocios en Argentina y en Brasil? ¿Existe algún grado de integración entre los dos complejos agroexportadores?

Las formas de actuar en Brasil y en Argentina son bien distintas. Lo que es igual es el producto arriba del barco, el final, pero la forma de organización agrícola es diferente. Mi empresa está produciendo en ambos lados. En Brasil, el modelo argentino no sirve. Nosotros no conseguimos traer el modelo argentino para acá por causa de la legislación que tenemos. Por ejemplo, la tercerización de los servicios tiene limitaciones. Una fazenda de Mato Grosso debe tener su sede, su granero, máquinas propias, empleados registrados dentro de su propiedad, con una serie de seguridades, para lo cual existe todo un reglamento y una legislación. La legislación argentina es mucho más blanda. Allá se puede contratar a alguien sólo para sembrar, se puede contratar el servicio de fumigaciones o la aplicación de insecticidas, se pueden contratar los transportes. Todo está tercerizado en Argentina. Los Grobo trajeron el modelo de alquiler de campos, pero con el pasar del tiempo ellos están viendo que no consiguen demasiado, que no es la fórmula. A mí me gustaría mucho que en Brasil se pudiera hacer lo que se hace en Argentina, pero la legislación es muy diferente. Nosotros estamos trabajando en Argentina desde hace dos o tres años. Por ahora los volúmenes son pequeños, fuimos para entender cómo es el proceso y la lógica de allá. Recién en el 2012 estamos acrecentando un poco más nuestra participación en el área de producción y también en el área de trade. Y claro, después que aprendamos cómo funciona, pretendemos aumentar y tener una participación significativa en Argentina, como tenemos en Brasil hoy.

Su emporio empresarial se distingue por haber logrado intervenir en todos los eslabones de la cadena, incluso en la colocación de cereales en los mercados europeos. A partir de ese conocimiento, ¿cuáles son las articulaciones más importantes del agronegocio?

El nudo es la logística. Nosotros tenemos una estructura integrada que comienza por el área de investigación (mantenemos entidades como la Fundación Mato Grosso, por ejemplo), pasando por el área de producción de semillas, luego el sector de plantío, y también el transporte, la industrialización, el comercio y la distribución en Europa y Asia. Pero lo que realmente complica es la cuestión logística. La falta de rutas, que cuando existen son de una calidad ruin. Es muy diferente en Argentina. No sirve de nada reclamar, lo menciono sólo para contextualizar el hecho de que nosotros producimos muy adentro del continente. En Argentina usted está cosechando y casi ve el barco desde el campo. Aquí son 1700 o 2000 kilómetros de distancia entre las plantaciones y los puertos. El gobierno se tendría que haber preocupado por el tema de las ferrovías, porque la red ferroviaria tiene que inducir el desarrollo. 

Consenso verde

Blairo Maggi no calcula demasiado sus dichos. Su hablar es fluido y seguro. Las preguntas que podrían haberlo incomodado fueron contestadas sin reservas, incluso con un toque de desparpajo. Y es que al éxito arrollador como emprendedor privado corresponde una hegemonía en términos discursivos, e involucra también a quienes llegaron a ser sus principales enemigos: los ecologistas.

En 2003 ciertas declaraciones políticamente incorrectas al New York Times lo dejaron mal parado: “un aumento en la desforestación del 40% en la región de Amazonas no significaría nada; no siento la menor culpa por lo que estamos haciendo acá”, dijo. 

“El New York Times deformó mis declaraciones”, se defiende ahora el sojero. “Eso fue en la época en que asumí el gobierno de Mato Grosso, que no es región amazónica sino área centro-oeste, donde predomina el cerrado. En nuestro país hay dos legislaciones, una para la zona de floresta (amazónica) y otra para el área de campo. En esta última se puede ocupar hasta el 65% para la agricultura, y en la zona de floresta sólo se puede sembrar el 20%. Yo lo que defendía era la tesis de ocupar el 40% del territorio matogrossense, estableciendo un promedio. Pero el reportero del New York Times extrapoló mi declaración y la adjudicó al territorio amazónico. Nunca defendí un cambio en los porcentajes de la reserva legal amazónica, que es del 80%.” 

Tres años más tarde, en 2006, Greenpeace le otorgó el simpático trofeo de la “moto-sierra de oro”. Blairo reconoce que “ese premio se debió a que en 2004 tuvo lugar la mayor deforestación de la historia de Brasil. Fueron un millón y tantas hectáreas sólo en Mato Grosso, un pico muy grande. Yo asumí como gobernador en 2003, cuando el número venía en ascenso y durante el primer año de mi gobierno continuó creciendo el desmonte. Pero a partir de ahí comenzamos a realizar una reducción sistemática y llegamos ahora a 6 mil kilómetros cuadrados en el último relevamiento, que son apenas 60 mil hectáreas de ocupación de la Amazonia en este período. Nosotros ocupamos hoy sólo el 9% del territorio de Mato Grosso para hacer agricultura.” 

Hace un tiempo comenzaste a dialogar con las organizaciones que protegen el medio ambiente. ¿A qué se debe ese cambio?

El cambio se debió al efecto de aquellas denuncias que estaban poniendo a mi Estado contra las cuerdas. Entonces llamé a los productores y les dije: “miren, tenemos que reaccionar. Pero de nada sirve ahora devolver tirando piedras”. Nos castigaron y no teníamos como defendernos. Por eso creé mecanismos que les dieron a los productores la posibilidad de juntarse en asociaciones,  e implementé las contribuciones compulsivas. Todo productor de soja separa un pequeño porcentaje para un fondo que ellos mismos gestionan, y ocupan ese dinero en la defensa de su segmento. Al mismo tiempo yo comencé a frecuentar los foros internacionales de medio ambiente, posicionando de forma clara lo que queríamos en Mato Grosso. E interpelé a las oenegés que eran las más críticas contra mí, diciéndoles: “estoy aquí dando un paso, y ahora espero que ustedes den un paso en mi dirección, porque con sólo criticarme no se va a resolver la situación”. Y empezamos a recibir sugerencias. Los productores venían conmigo a esos eventos, porque cuando yo asumía un compromiso no lo asumía sólo como gobierno, como gobernador: lo asumía junto a las federaciones, entidades y representantes de esos segmentos. Felizmente conseguimos mostrar que Mato Grosso es un estado responsable. Muchas veces los europeos creen que somos irresponsables, que no sabemos cuidar el medio ambiente y que la Amazonia para nosotros no tiene ninguna importancia. Por el contrario, no hay ningún país del mundo que posea las reglas ambientales que nosotros tenemos, ni el control y comando efectivo que Brasil tiene sobre estos asuntos.

En cierto momento usted favoreció el cultivo de soja orgánica en detrimento de la soja transgénica, lo cual fue bien recibido por los sectores ambientalistas. ¿Puede decirse que fue una concesión?

Fue una iniciativa puramente comercial. Hicimos un corredor libre de transgénicos en la región noroeste de Mato Grosso, que es por donde saco al exterior la soja, ya que controlo la navegación en los ríos Madeira-Amazonas. Todo lo que se producía que no fuera transgénico lo llevábamos hacia allá, y lo que era transgénico se comercializaba en Brasil. Lo cual generó una diferenciación de precios a favor de los productos no transgénicos. Pero yo de ningún modo soy contrario a la biotecnología. Por el contrario, creo que la utilización de transgénicos es un camino a seguir, un instrumento, una herramienta más que el productor tiene.

Algunas declaraciones tuyas presentan el problema ambiental como un costo que la empresa debe asumir. ¿No te parece que la cuestión ecológica excede los estrechos márgenes del mercado? 
El cuidado del medio ambiente es un costo para el productor. Todos esos porcentajes de conservación que deben respetarse, recaen sobre su economía particular. Si yo tengo una tierra de mil hectáreas en el sur de Brasil, tengo que dejar 200 hectáreas libres. Si tengo una tierra de mil hectáreas en la Amazonia, tengo que dejar 800 hectáreas libres y sólo puedo usar 200. Es obvio que se trata de un costo para el productor brasileño. Nosotros pedimos en la Cumbre de Río+20 que en el futuro la Organización Mundial del Comercio determine cuáles son los países que poseen las reglas más claras en cuestiones de conservación. Podríamos diferenciar los precios de los productos, beneficiando a quienes son más activos en la preservación y cumplan las reglas. Brasil, en América Latina, es líder en ese segmento, a diferencia de Argentina donde todo es libre, no existen reglas que limiten la siembra de un porcentaje del campo. El costo ambiental de este sector en Argentina es mucho menor.

 

Copete: 
Blairo Maggi, o mais grande sojero do mundo, acaba de ser nombrado Ministro de Agricultura por el nuevo y patético gobierno de Brasil. En esta entrevista realizada hace unos meses en su despacho senatorial, cuando aún respondía a Dilma, el magnate de Mato Grosso desborda optimismo y locuacidad. La pedagogía de la soja, un insólito ecologismo empresario y el perverso liderazgo en una burguesía nacional transformada por el capital financiero.
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 el consenso de los commodities / caput democracia / bye bye brasil
Autor: 
Mario Santucho
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Paula Carrubba
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volveré y seré millones

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Lanata lleva veinte años diciéndole al país cómo debería ser. Educando desde los medios audiovisuales. Primero desde la radio, después desde América, ahora desde el 13, esa pantalla que parecía inalcanzable. La escuela filosófica que propaga su monólogo se llama lanatismo: gira sobre sus intereses pero congrega mayorías.  

El primer lanatismo fue una escuela que surcó el periodismo argentino desde el arranque de los noventa. Una referencia ineludible para los jóvenes que entraron –o buscaron entrar– a un circuito prestigioso que además ofrecía la posibilidad de llegar lejos. El mejor lugar para trabajar y sentir al mismo tiempo –los modestos– que se hacía un aporte para mejorar la sociedad o –los otros– se ingresaba por la puerta grande a la legión del Robin Hood argento. Neojusticieros, que el periodismo tiene mucho de eso. 

La autora de Timerman, Graciela Mochkofsky, lo describió con nitidez en un recorrido que es su propia vida, “Memorias de una joven promesa” en la revista digital El puercoespín.
“Se venera a Página/12 –el diario que hace temblar a los presidentes del momento–. Me explican que es independiente y crítico, que es de izquierda, que está comprometido con la democracia y los movimientos defensores de los derechos humanos fundados por familiares de las víctimas de la dictadura militar. Que tiene el carácter narrativo del nuevo periodismo norteamericano y la opinión política de los diarios europeos. Que trabajan en él los periodistas importantes. En los pasillos leemos con devoción sus columnas, sus investigaciones sobre la corrupción en el gobierno de Carlos Menem. Se reverencia la portada en blanco con que informa sobre los indultos que da Menem a los militares condenados unos años antes por crímenes que más tarde llamarán de lesa humanidad”.

El lanatismo era, entonces, casi todo. La oportunidad de prosperar en una carrera personal que combinara la escritura, la investigación y la certeza de que la profesión –que estaba hecha para desafiar a los poderosos– contribuía al bien común. Una corriente liberal progresista que era capaz de conjugar la figuración profesional y la preocupación por las buenas causas. El imán que atraía a los estudiantes de las carreras de comunicación y periodismo en todo el país. 

Desde lo discursivo, la escuela del lanatismo inicial combinaba tres elementos centrales: denuncia, ironía y derechos humanos. En otras palabras, progresismo. Si el programa económico de Página/12 de los noventa es el que está vigente, el diario no se caracterizaba por plantear cambios de fondo, sino más bien honestismo, como definió Martín Caparrós a los proyectos que solo se preocupan por la corrupción. Me dice el querido Eduardo Blaustein que no es así, que Página fue más que eso: “Honestismo fue periodismo progre liberal/ progre/centroizquierda y solo en parte Página (economía, minorías, latinoamérica, pobreza, gatillo fácil, drogas, homosexualidad, minorías, discusión de la idea de poder). Página fue bastante mucho más que Lanata”.  Blaustein, que compartió redacciones con Lanata desde El Porteño hasta Crítica, acaba de escribir “Años de rabia”, sobre la relación entre los medios y el kirchnerismo. Destacamos, para arrimarnos a la justicia, el papel de Julio Nudler y el suplemento Cash, que también tuvo seguramente una época de gloria. 

Como versión osada y díscola del periodismo local, el lanatismo inicial educaba hacia adentro y hacia afuera. Hacia adentro, a las nuevas camadas de periodistas: los entrenaba para ser sensibles con las historias de gente de a pie e indiferentes a cualquier épica que surgiera de la política, salvo quizás un setentismo difuso. Hacia afuera, a manera de consuelo para una clase media que venía castigada por la derrota de los setenta y asistía, entre desconcertada y vencida, a la impotencia y la decepción del alfonsinismo. Página/12 jugó un rol importante sin dudas, pero acá no interesa elogiarlo: para eso están los homenajes que el diario se hace a sí mismo, como cualquier otro, y los lectores que le quedan. Era un refugio para las buenas conciencias y, al mismo tiempo, también demarcaba –como haría el kirchnerismo después con el diario como amuleto– la línea de lo posible en materia de transformaciones, reformismo y ambiciones democráticas. 

Cada uno se construye su propio Página/12 y su propio Lanata. Con la izquierda –entendiendo por eso también a lo que fueron unos cuantos organismos de derechos humanos hasta Kirchner–, Página nunca fue demasiado amplio. Ni con Jorge ni después. Los escraches, por ejemplo, no eran bien vistos por la conducción del diario. Sigamos. 

Lanata en Página/12 hasta 1993, 1994, Lanata en XXI, XXII, en Día D, en el poster de la habitación al lado del Indio y el de Maradona. Los noventa. Allá lejos. 

El diario excedió a su director y viceversa. Pero fueron y son gérmenes y derivas del  progresismo argentino. Lo que se charlaría después entre Cristina y Carrió, en aquellas reuniones en la casa de Julio Bárbaro, con Timerman hijo como lazarillo de Lilita, por el 2002/2003. 

Lanata no cambió tanto. Hace casi dos décadas, el 24 de marzo de 1995, abrió su programa de Día D con una carta dedicada a su hija Barbarita. Decía que durante años había pensado que si hubiera tenido edad de participar en el enfrentamiento de la década del setenta, hubiera estado claramente de un lado. Y decía que –ya entonces– se había dado cuenta que no hubiera estado en ninguno de los dos lados. Mucho después vendría el “dejen de robar con los setenta”, que es una buena máxima, casi necesaria. Por lo menos por dos años. ¿No roba Jorge –como lo hizo el kirchnerismo– con los noventa? ¿Con esa manera noventista de leer e imponer la lectura de los 2000?

No cambió tanto. Solo fue cada vez más liberal y menos democrático pero nada más. Y, sin embargo, la pregunta vuelve, todos los días: qué le pasó a Jorge y por qué cambió. Lanata está blindado ante la clase media no kirchnerista. Lo detesta en cambio el progresismo que encontró en el gobierno la tabla de salvación que lo rescató de la impotencia testimonial. El frepasismo que lo miraba en los noventa y que iba a su programa. Que ahora no lo puede creer. Ni ver ni visitar.

Pregunta tardía: ¿por qué Elisa Carrió cautivó al público y a los/las periodistas de Página/12? Más allá de que investigaba a los bancos, reclamaba por la asignación universal y se rodeaba de figuras de centroizquierda. Carrió encarna la vida paralela de Lanata: el liberalprogresismo en su variante indignada profética o cínica punk. El horizonte que dibujan es, desde siempre, la república que nos falta. Los recordamos juntos en tapa de la revista TXT, “In-do-ma-bles”, albores del kirchnerismo. 25 pesos en Mercado Libre, para los fundamentalistas del archivo. Fueron marginales hace dos o tres años y son ahorita mismo la verdad que renace. “Acarreó con la corrupción. Acarreó con la incompresión y, por eso, acarreó con la soledad”.

El lanatismo es, sobre todo, una forma de narrar la política. Sostiene que el fondo no cambia, aunque el modelo haya trastocado los términos de su ecuación, de los noventa a los dos mil. El metamensaje es recurrente porque el público se renueva: la política proviene de una casta de dirigentes a los que les pagamos el sueldo para que vivan bien y hagan negocios personales. La parte por el todo, como hace la política, pero al revés. Esa escena en formato PPT se toma de elementos ciertos –y/o no– y aplasta todos los actos y discursos del kirchnerismo en la escena pública. Por eso Lanata nos otorga en cada frase el documento nacional del boludo, para que nos rebelemos.  

Su mensaje descree de las esquirlas del 2001: no hay asambleísmo posible que nos saque de la escena, no hay futuro colectivo hecho desde abajo. La esencia del proyecto L ha sido –hasta hoy, mañana no sabemos– su carácter destituyente, en un sentido menos inquisitorio que el que patentó Carta Abierta. 

Pero con el 2001, también expira una época dorada y sobreviene la caída de un paradigma de periodistas que ensayaban el vuelo de Superman. El kirchnerismo desacomodó a Lanata de la misma manera que desacomodó a todo el periodismo, en especial al de tinte liberal antiperonista, que gobernaba la mayor parte de los medios hasta 2003. 

Lanata comenzó a escribir en Perfil en 2005. Desde ahí, sepultó a Felisa Miceli, conoció El Calafate y apoyó –en una central prístina de una edición histórica– los sueldos de 900 pesos que pagaba Fontevecchia. Se quedó bancando a la distancia la ley de medios, la pelea con Clarín, los derechos humanos.

Aquel primer lanatismo, prekirchnerista, murió. Fue desencantando camadas de laburantes, con cinismo, con irresponsabilidad y con desprecio. Cerrando medios, cagando gente, como un aventurero que sólo le rinde cuentas a su espejo (“¿Qué querían? ¿Qué los adopte?”, nos responde Jorge).

Fue herido de muerte con el cierre de Crítica de la Argentina; para algunos, muchísimo antes. Se fue agotando como posibilidad, como proyecto para las nuevas generaciones. Dejó de ser una escuela viable capaz de encauzar buenas intenciones y ambiciones profesionales. Pero su líder sobrevivió en la pantalla de canal 26, como fenómeno for export vía Infinito hasta que Clarín –carcomido por su propia crisis– no aguantó más y dijo basta. En ese momento, el lanatismo –que había sido dado por muerto por todos nosotros– resucitó. Sería más preciso decir: mutó. Creímos que moría Lanata como potencia. Pues no: recursos, tiempo, ficción, pantalla. Y la voluntad. 

Se convirtió en un tanque de guerra que comenzó a disparar desde el prime time del domingo contra el gobierno nacional y todo lo que se mueva a su alrededor. Clarín hizo lo que nunca había hecho: ofrecer un show político para reemplazar al fútbol. Y Lanata hizo lo que nunca había hecho: trabajó con plata para escenificar la corrupción que carcome al proyecto nacional. Plantó la agenda de los desesperados ante la primacía kirchnerista del 54 por ciento. Perdió la épica de los débiles pero ganó un alcance inédito. Comenzó a investigar a Milagros Salas y Amado Boudou, a Lázaro Báez y a Luis D’elía: los igualó en la mira de su máuser. En los pasillos de canal 13, el equipo crece en confianza: vamos ganando. El 54 por ciento ya no existe y el rating anda por los veinte o treinta puntos. Hay mayorías que piensan como Lanata, por primera vez. Como Clarín, otra vez.

Clarín, que no estaba preparado para el nivel de combate que planteó el kirchnerismo, se nutrió de periodistas de otras escuelas que llegaron al diario sin un Norte. Se fueron en algunos casos, se cansaron, renunciaron. Desde 2012, el Norte tardío fue Lanata, la columna vertebral de ese otro monstruo cansado al estilo Sullivan que es Clarín. 

¿Cuál fue el punto de unión entre un lanatismo y otro? La moral. El rol de fiscal mediático que tanto desquicia a la corpo política, que también existe y tiene sus intereses. Lanata sale a escena cada domingo. Aparece cuando se corre el telón, como si fuera un ciclope bañado en mierda que se hunde en el pantano. Pero le queda fuerza. Junta y tira todas las semanas a un personaje distinto y lo hunde en ese, su mismo pantano. A veces gana (Milani), a veces pierde (D’Elía), como todo jugador. Manoseados en el mismo lodo. Víctor Hugo como maestro de ceremonia de los milicos del Batallón Florida. Lázaro y la fuga de capitales de la clase dominante.

Boudou y sus fechorías en Ciccone. La platea aplaude de pie y tiene letra para toda la semana. Lanata ya no enamora a los románticos que se inician en el periodismo: cautiva a los dueños de los diarios y denuncia a todos los que trabajaron con él y no aprendieron. Creció. Es millones.

Si, a la hora de las argumentaciones, el kirchnerismo es una infancia política, el lanatismo es una infancia antipolítica. “Voy a dejar de fumar el día que dejen de robar” y otras máximas. Un sentido común fácil de aprehender para los indignados. 

Ahora Lanata lleva a las masas el contrato moral que Carrió escribe en la sede del Instituto Hanna Arendt. Lleva a la tele las denuncias que Lilita hace cada mañana. Juntos resucitan y ganan votos. Ellos no se dejan doblegar por las capas discursivas que hablan de la vuelta de la política. Lanata lee una carta en la penumbra del 13 y se despide. Ahí, entre otros discursos, pide que hagamos algo cuando Clarín muera y dice  que está harto de que los setentistas –como Verbitsky– le vengan a dar clases de moral. Vieja disputa por el cargo de titular de cátedra.

Lanata no abandona el rol de fiscal que señala y fulmina con una frase. Habla porque acá nadie puede hablar. Quiere preguntar para confirmar lo que ya sabe. No cree, esa es su esencia. No creyó nunca en las historias épicas, aunque tuvieran más o menos rating. No creyó en Gorriarán en los inicios de Página/12, mucho menos podría creer en Kunkel. Nos ofrece un horizonte posible si somos capaces de no creer en nada, salvo en la nuestra, que es la suya. Finalmente, cada domingo, se pone en juego la creencia, la fe. El kirchnerismo se dice a sí mismo que no le cree y mira fútbol: el antikirchnerismo lo mira como acto militante. Unos lo tratan de mercenario. Otros se abrazan a él y lo erigen como líder del hastío. 

Lanata exalta la virtud de desconfiar siempre. De haberse entrenado para eso. Hay un mérito indudable y es político. El del tipo que se abraza a su verdad última hasta el final, pase lo que pase. ¿Cuál es? Primero el lanatismo, es decir, la filosofía del yoismo, que atraviesa a la mayoría de los periodistas, aunque no sean Lanata. Segundo, la convicción –no sé si existe otra palabra– de que la corrupción es lo que divide al mundo. Y la corrupción política, entendida por flujos de dinero, bolsos, sobreprecios, coimas, bóvedas, profesores de tenis, empresas fantasmas y facturas truchas, autos de lujo que hacen inviable al capitalismo. No, esencia del capital sobre el trabajo, no dependencia, no extranjerización de la economía. La terquedad militante –aunque no política– que está convencida de que su forma de narrar la política no puede haber perdido vigencia en la fase kirchnerista. Y que eso es lo único y principal a la hora de televisar la década ganada. El lanatismo se mueve guiado por la utopía escandinava de que un capitalismo en serio es posible, si antes −ya mismo− comprendemos que la guerra de hoy es la paz del futuro. Lanata anuncia el futuro los domingos a la noche, lo nombra con otras caras, entre ellas la suya.

En esta guerra de elefantes que avanzan, ninguno repara en daños colaterales. Hormigas y ratones, los que más sufren.

Tercer mérito pero no menos importante: el de poner el cuerpo. Por la idea de justicia que él cree encarnar, como siempre, y por la viabilidad del multimedios como renovado aglutinador de deseos. Fontevecchia tiene razón en algo: nadie puso el cuerpo por Clarín como Lanata. Ninguno de sus diez mil empleados.

Blaustein opina que el grupo no fue capaz de crear sus propios Lanatas. En realidad, su estrategia exitosa durante un cuarto de siglo consistía en fumigar cualquier forma de lanatismo y forzar la homogeneidad. Después, claro, era muy difícil ir a pelear con esa tropa. Lanata fue el anabólico. 

Wikipedia dice que el cinismo se desarrolló en Grecia, durante los siglos III y IV antes de Cristo, y siguió en las grandes ciudades del Imperio Romano hasta el siglo V. En sus orígenes la escuela cínica despreciaba las riquezas y a cualquier forma de preocupación material. Los cínicos fueron famosos por las sátiras contra la corrupción de las costumbres y los vicios de la sociedad griega, irreverentes. Con el tiempo, el concepto de cinismo fue mutando, y hoy se asocia a la tendencia a no creer en la sinceridad o bondad humana. A la ironía, el sarcasmo y la burla.

El lanatismo, está dicho, también fue mutando y creciendo. Cambiando de interlocutores y de audiencias. Encarna la fuerza de la antipolítica que predica y promete que, con las mismas armas de los noventa, es posible construir el mañana. “El kirchnerismo no es tan distinto. Te mostramos que está lleno de chorros y mentirosos, de menemistas y de represores”. 

Así llegamos a la escena de 2013. Lanata camina al frente de una columna por una ancha avenida. “Un héroe del pueblo antipolítico, desde mucho antes del kirchnerismo. Que puso su revólver en alquiler” (Blaustein otra vez). Detrás vienen los heridos del kirchnerismo, los liberales de Prat Gay a Longobardi, la gente buena que odia al peronismo, la gente mala que odia al peronismo, los peronistas que aborrecen al progresismo gobernante, la izquierda que gana protagonismo con la derecha, los empresarios modernos, los jóvenes profesionales, las víctimas de la inseguridad, los pasajeros del Sarmiento, los que luchan contra la minería, los miembros de la Comunidad La Primavera que solo encuentran un oído en PPT y en el Vaticano. Son muchos.

Es lógico y saludable: la antipolítica vive en el pueblo argentino, desde la clase media hasta los sectores populares que no fueron tocados por las políticas sociales del kirchnerismo. ¿Cuál es la salida, Jorge?  Un país normal donde el que robe vaya preso. Para que no choque el Sarmiento Lázaro Báez tiene que devolver su bodega y la guita que fugó. ¿Es posible, a partir de la desconfianza en la política, resolver los problemas con un flechazo? Sí, sí, sí. Todos los días, a toda hora.

Pese a la crisis del periodismo, Lanata sigue siendo la línea del Ecuador si pensamos en masividad. Más por carencias ajenas que por virtudes propias. Los periodistas más destacados –vistos y/o considerados–, la generación Día D, ocupan importantes espacios en los medios. Encarnan alguna forma de lanatismo, son hijos que emprenden su propio camino sin dejar de reconocer –para bien o para mal– al padre.

Como diría el filósofo Jorge Asís, inspirador de PPT con su saga sobre la marroquinería: “el tipo está en la lona, pero mientras va cayendo mira al costado y dice: con estos giles, me quedo con todo”. Asís lo decía del último Kirchner. Puede decirse también del último Lanata.

Por eso, hablar de Lanata todavía vuelve importante a cualquier periodista. Contar la pelea, la ruptura, la anécdota minúscula en la que nos regó con su cinismo para después decir que, ahora, ya, no tenemos nada que ver porque Él cruzó un límite: vendió su alma. La denuncia a Lanata para marcar diferencias. Hacer lanatismo para ser por un segundo atendible. Colgarse de sus tetas, eso es triste. El periodismo que somos. 

El desafío, el único importante, es entender una época. Lanata entendió los ochenta. Entendió los noventa y no se fue en helicóptero. Kirchner fue el que entendió el 2001. Lo que viene –si no es más kirchnerismo– no está claro. El viejo discurso de la moral retorna. La alquimia del presente no da para un regreso a los noventa. Dejen de robar. Lo que viene, lo que viene se sigue anunciando desde Canal 13, los domingos a la noche. ¿Será?

Copete: 
Hace tres años @otroperiodista se animó a explicar por qué el fundador de Página/12 pudo reinventarse de la mano de Clarín. Si hay algo atractivo en Lanata, decía, es su imagen de hombre solo que pone el cuerpo y avanza a bife limpio. Los detractores de este King Kong suelto creen poder derribarlo con avioncitos cargados de material de archivo, pero el minuto a minuto no da tregua.
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dejen de robar con la moral / el regreso de sullivan / lanata
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el estado de decepción

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La impresionante velocidad con que han sido desmontadas ciertas zonas emblemáticas del complejo institucional, estatal y jurídico de la década anterior es uno de los logros más nítidos del nuevo gobierno. El desmantelamiento del AFSCA y la Ley de Medios de Comunicación Audiovisual fue quizá, por la contundencia de su ejecución, la más dramática de un conjunto de medidas que incluye el cierre de programas, el vaciamiento de instituciones y despidos masivos, que a mediados de mayo totalizaban once mil en el estado nacional (según el Instituto de Pensamiento y Políticas Sociales, cuyas cifras coinciden con las proporcionadas por el Ministerio de Modernización), a los que habría que añadir los estados provinciales y municipales, llegando en conjunto a los setenta mil cesanteados.

Tal reordenamiento del entramado institucional precedente, sin embargo, ha suscitado débiles resistencias. Se dirá, con razón, que la complicidad del andamiaje político, judicial y sindical fue decisiva. Pero esto no alcanza para comprender el telón de fondo social que permite que una parte de las dirigencias que acompañaron la hegemonía anterior ahora avalen la dirección inversa. Más allá de los oportunismos a la carta, conocemos sobradamente la insuficiencia de la categoría de “traición” para explicar este tipo de contorsiones masivas.

El desafío es penetrar la argamasa de afectos que concurren e inyectan legitimidad al nuevo llamado de orden. La negativa a preguntarse de frente cómo se gestaron estas subjetividades mayoritarias que decidieron un cambio de época, es la principal causa de la pobreza argumentativa del anti-macrismo. Aún si esos argumentos fueran justos y verdaderos, la crítica no puede renunciar a la eficacia. Y no hay impugnación efectiva al actual oficialismo si al mismo tiempo no se critica el tipo de modelo político del kirchnerismo, que ha resuelto en el plano de lo imaginario y enunciativo dilemas que se definen en el terreno más íntimo de los sujetos destinatarios de la producción de nuevos derechos.

volvieron, pero no tanto

Es necesario pensar en qué puntos el kirchnerismo y el macrismo, con sus evidentes diferencias a cuestas, se inscriben en una línea de continuidad que permite llevar a cabo el  ajuste en el estado ante la pasividad o la impotencia de sus trabajadores, y en alguna medida con su acuerdo.

Cuando Néstor Kirchner arribó al gobierno propuso un enunciado que parecía perimido: la “vuelta del estado”. De repente,  el mismo estado que se había comportado como una máquina excluyente y represiva, adquiría una nueva orientación y asumía funciones, otorgaba financiamientos y cedía espacios a sujetos que hasta entonces habían permanecido en sus márgenes. Una camada de militantes, referentes sociales y culturales, se transformaron en nuevos funcionarios y en sujetos “beneficiarios” del reconocimiento gubernamental. El estado dejó de ser, para buena parte del imaginario progresista, un ente oscuro al servicio de los poderes económicos y se transformó en un dispositivo dador de prestigio. Esta exitosa reconstrucción de la legitimidad de instituciones que habían caído al abismo del “que se vayan todos”, sólo fue posible porque estuvo acompañada por una enorme distribución de dinero bajo la forma de nuevos derechos, por parte de un gobierno capaz de recombinar la economía dura de la soja por un lado, con los pañuelos blancos por el otro.

Lo que nunca se dijo es cómo volvió ese estado que retornó. Porque en lo sustancial la maquinaria no cambió, y por eso soporta distintos contenidos ideológicos, económicos, o científico-técnicos. Esa superficie en la que se alojan políticas y técnicas gubernamentales que se presentan como opuestas, para unos será el otorgador de nuevos derechos sociales gracias al decisionismo del grupo en el poder, para otros una usina de servicios eficientes manejado con criterios empresariales. Y es esta impermeabilidad del aparato del estado, susceptible de ser capturado por una u otra fuerza, la que permite el desmembramiento con tanta desenvoltura, bajo el peso de la última derrota electoral, de las edificaciones institucionales que el kirchnerismo proyectó en él.

La economía del estado argentino, su ejecución presupuestaria, el software que regula el gasto, el sistema de compras y licitaciones y buena parte del personal clave de sus líneas intermedias es el mismo que diseñó Cavallo, artífice de las reformas estatales importantes del neoliberalismo. Así funciona desde hace varias décadas lo que podríamos llamar el disco duro de la administración pública. En lugar de desentrañar esta madeja para adecuar la forma estatal a las nuevas necesidades sociales y políticas, se impusieron dos estilos de gestión para lidiar con los problemas que surgen contidianamente en las instituciones: el cinismo, que toma nota de la distancia existente entre regla y experiencia, y acude a los procedimientos mercantiles para resolver las dificultades (en el área de cultura la figura del “productor” es emblemática, la tendencia a tercerizar, la precarización, las triangulaciones financieras con universidades); y el voluntarismo militante, que supone la autoexplotación de conocimientos, saberes, recursos y energías adquiridas por fuera de la práctica estatal, para sobreponerse a la dureza de un estado que no se deja conmover por la vocación transformadora. Ambas tonalidades, cinismo y voluntarismo, mantuvieron inalterado el núcleo duro del proceder estatal, habilitando todo el tiempo una dinámica de excepciones para sortear reglas que, se asumía con naturalidad, no iban a ser modificadas. En este sentido, la dimensión simbólica y discursiva del kirchnerismo fue tan efectiva para movilizar los afectos colectivos y dar grandes batallas políticas, como impotente para perforar la materialidad de los procesos reales de la gestión.

lo mismo y lo otro

Llegamos entonces al problema que necesitamos comprender: ¿por qué los trabajadores del estado, incluso aquellos que han protagonizado los programas más innovadores y sugerentes de este último tiempo padecen el miedo como una sensación dominante, sienten indignación como una experiencia íntima pero no politizable y conviven con la rabia como un malestar contenido? Se tiene miedo a perder el modo de vida que nos unió más allá de las diferencias: el de sujetos consumidores y pasivos. Esta forma del consumo es tan expansiva como bifronte, pues ofrece una cara democratizadora de los recursos existentes mientras la otra nos subordina en el encadenamiento general de la opinión y la mercancía. Al fin de cuentas, la sujeción a los dispositivos técnicos y financieros no reconoce diferencia entre sector público y privado, asalariados y cuentapropistas, o militantes y consumidores. En cierto modo el macrismo, con su apego a las jerarquías y su promesa de una vida tranquila, acentúa la dimensión más conservadora del consumo. Y lo hace sabiendo que estamos dispuestos a ceder parte del dinero conquistado a cambio de una estabilidad relativa en el reino de la normalidad.

La estrategia del gobierno consiste en lanzar la noticia del despido, dejando en suspenso la posibilidad de la recontratación. Se instala así una disciplina interna que les permite ganar un tiempo valioso para asentarse. Mientras tanto, las reincorporaciones conseguidas no son presentadas como noticia. Más aún, se prohíbe hablar de “eso”. El macrismo huele el miedo y lo utiliza como mecanismo de domesticación. En este proceso, la avanzada gubernamental se vale de los sindicatos, especialistas en olfatear derrotas y cambios en la correlación de fuerzas. Los gremios funcionan como una pieza fundamental del disciplinamiento, porque lo que hay que apaciguar es un elemento preciso: el rasgo democratizador que se desplegó por debajo y entre las narrativas estatales.

En esas redes de experimentación que ensayaron una flexibilidad más allá de las fronteras y rigideces institucionales, y de los automatismos de los movimientos sociales, estuvo el plus creativo de la etapa anterior. Me refiero a los proyectos culturales tan críticos como  populares, a la siempre problemática coronación de los derechos humanos, a las campañas contra la violencia institucional en cárceles y barrios, a los programas sociales, de cooperativas y de trabajo en los territorios urbanos y rurales, a las dinámicas de formación docente, a las líneas de investigación históricas y económicas en los cénaculos del capital financiero, a la construcción de espacios de visibilidad para distintas producciones intelectuales y políticas, entre otros.

El kirchnerismo no tuvo otro modo de leer ese desborde que poniéndose él mismo como causa, para encuadrar sus efectos. Pero estos ensayos, más que una amenaza a la conducción centralizada, insinuaban una potencialidad democrática e interpelaban a las subjetividades que anticiparon la derrota, intentando confrontar con los límites que imponía el neodesarrollismo. Que el macrismo orientó su política de ajuste a atacar esos segmentos se demuestra en el hecho de que no hubo un ahorro económico ni una lógica tan clara en la selección de los despedidos. Mas bien se puso en marcha un rediseño en el perfil del estado. Hubo recorte de empleados y subsidios, finalización de programas y proyectos, pero también se crearon cuatro ministerios, quince secretarías, tres decenas de subsecretarías y se multiplicaron las direcciones. Actualmente está implementándose un proceso de reescalafonamiento que eleva el rango de los cargos políticos, con un generoso aumento salarial para estas capas dirigenciales, con el objetivo de crear una nueva élite en la gestión conforme a la idea de un estado técnico-administrativo.

La política hacia dentro de los organismos estatales hoy combina la dureza disciplinaria (control del movimiento de los cuerpos y manipulación de una obediencia consentida), el vaciamiento de sectores (dejando inactivos a sus trabajadores, o relocalizándolos en otras áreas), la paralelización de funciones (colocando funcionarios por arriba de las estructuras existentes) y, al mismo tiempo, la captura de segmentos dinámicos que no han estado en la primera línea de visibilidad durante la década pasada. Estos últimos poseen saberes específicos que corren el riesgo de ser instrumentalizados, por parte de un liberalismo que o bien “deja hacer” con la intención de servirse de esa productividad, o bien busca engullirse y despolitizar la experiencia colectiva en las instituciones recortándola del fondo político en el que emergieron.

Lejos ya de aquella tensa pero productiva relación entre la experimentación micropolítica en instituciones y una macropolítica gubernamental que supo alojarla aunque no siempre comprenderla, las resistencias contemporáneas tienen que asumir la complejidad de ese tiempo anterior, sus dilemas irresueltos y sus paradojas, porque en estos caminos truncos y nunca pensados a fondo hay sedimentos de los dispositivos de gobierno que se proyectan sobre el presente.

Copete: 
El ajuste se convirtió en la nueva retórica gubernamental, pero contra los pronósticos que diagnosticaban irreversibilidad y valor, entre los trabajadores estatales resistir se hizo cuesta arriba. El miedo, el cálculo y la anuencia sindical se instalaron como forma de digerir el cambio de pantalla. Motivos y razones de lo vivido, para comenzar a desandar el oscuro laberinto en que nos metimos.
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donde está el sujeto / la vuelta del mercado / contorsiones de masas
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Sebastián Scolnik
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el negro espejo de las clases medias

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Antes de que existiera una serie como Black Mirror, que quizás deba su inusual calidad a la poca cantidad de episodios, en épocas de VHS en alquiler y ajuste neoconservador, me encantaba mirar los capítulos de Cuentos Asombrosos. Casi todos los episodios estaban producidos e ideados por Steven Spielberg. Su nivel era oscilante pero muchos, y no necesariamente los mejores, podrían ser leídos como el germen de exitosas películas posteriores. Voy a detenerme en un corto que dista de ser el mejor, el episodio 7 de la primera temporada, llamado “Fine Tuning” (1985) , “Buena Sintonía”. En este capítulo, un joven de unos quince o dieciséis años, llamémoslo Bobby, arma una antena de tele casera en su habitación. El aparato es estrambótico y tiene un encanto retro similar al que en ese mismo año podríamos disfrutar en el DeLorean de Volver al Futuro. En épocas en que las transmisiones por cable apenas comenzaban a expandirse, Bobby descubre que su invento puede sintonizar un partido de básquet de la liga universitaria de un estado vecino. Mueve las terminaciones de la antena y logra capturar un noticiero de la China comunista, que como era de esperar tiende al monocromo y habla del clima y de las cosechas. Bobby le muestra su descubrimiento a sus padres, que lo felicitan pero acto seguido lo intiman a que baje a cenar. Al otro día, en clase de química, Bobby le relata su descubrimiento a dos rubios y populares compañeros de clase. Los tres jóvenes van a casa de Bobby a ver si no se trata de un delirio de este chico algo nerd y con fugaces problemas de adaptación. Cuando lo prueban, el aparato funciona. Quizás funciona demasiado bien. 

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Tanto la obra literaria como la obra cinematográfica de Martín Rejtman -su última película es Dos Disparos, estrenada en 2014- funcionan un poco como la antena de Bobby. Pero la de Rejtman es una antena que, en lugar de captar señales de tierras lejanas, se muestra capaz de dramatizar, sin tragedia pero sin concesiones, el inconsciente político de las clases medias argentinas. En la poética de Rejtman se trata de un espacio cenagoso, automatizado, con turbias corrientes de resentimiento y aspiracionalidad que circulan en loop. Un territorio con fronteras porosas donde la vida en común se organiza con la gramática del malentendido, siempre en las fronteras de una pacificación imposible.  Pero mientras que Dos Disparos es una película basada en una exploración de los paraísos terrenales que comparten las clases medias bajas y las aspiracionales en declive -basta ver el parque automotor o la arquitectura representados por Rejtman en la película- , su último libro, Tres cuentos, publicado en 2012, es una anatomía dolorida del estilo de vida de las clases medias simbólicas: los paladines del consumo cultural y del turismo, las viudas del confort. 

A diferencia de sus otros libros, Tres cuentos parece hacerse cargo de una irrefrenable aceleración en la experiencia cotidiana, de un modo de vida que se virtualiza y prolifera en conexiones impensadas y muchas veces signadas por el absurdo. Rejtman logró superarse y efectuar una actualización doctrinaria sin resignar los principios de su estética; más bien los maximizó. Les puso biodiesel y los hizo estallar en un espectáculo contenido y proliferante. Esto puede decirse de pocos escritores en general, y de casi ningún escritor argentino de su generación. Aquel que no haya leído Tres cuentos podría ubicar a Rejtman dentro de la tradición del realismo minimalista, quizás incluso dentro de lo que la crítica Graciela Speranza ha llamado con buen tino de “realismo idiota”. Y es cierto que la apuesta por la abstracción que Rejtman realizaba en su literatura era hasta el momento una cruzada de bajos decibeles, donde el extrañamiento y la sutileza provenían de la invocación a subjetividades vacías, casi sin sustancia: una poética de la alienación, una política de la desconfianza como forma de decodificación de lo Real. Lo que antes era una guerra de guerrillas contra las convenciones del realismo, sin embargo, devino implacable hiperrealismo. Como a la antena de Bobby en el momento en que invita a sus amigos y al principio, por un momento, tememos que no va a funcionar, la prosa de Rejtman recibe un rayo del cielo; un rayo que genera algo nuevo. Bobby comenzó a sintonizar programación extraterrestre. Rejtman escribió sobre los núcleos traumáticos del inconsciente político de su propia clase dentro del gran equívoco neodesarrollista. 

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“Este-Oeste”, el primero de los tres cuentos, es una historia de turistas. Al principio su protagonista es Lara, una chica que terminando el colegio secundario queda embarazada, da a su vástago en adopción y por circunstancias más o menos fortuitas decide viajar a Chile con un grupo de amigos, quizás en busca de su padre. Un padre que también la había abandonado y con el tiempo se ha convertido en un adicto al turismo médico y las intervenciones quirúrgicas. En el viaje, que realiza junto a su amigo Pato -”Lara no soporta la erudición ideologizada de Pato” pero de alguna forma lo necesita- se encuentra con Esteban, el padre de la criatura, en una pizzería en medio de las montañas. La comunicación es imposible. Esteban -ahora se hace llamar “el Chacal”- era conserje de hotel, pero se ha convertido en artista plástico. Vive de residencia en residencia. La segunda parte del cuento sigue el itinerario del Chacal, que viaja a una residencia artística en Estados Unidos, donde roba alimentos de sus compañeros que pueden ser pintores o “escribir cuentos ligeramente eróticos”, termina quemando su habitación como un buen discípulo de Arlt y luego se muda a Los Ángeles junto a Ben, un recién llegado que tampoco tolera la residencia. En Los Ángeles convive con Ben y con su hermano en un pequeño departamento vecino a un enorme gimnasio de hot yoga cuyos dueños son una suerte de vampiros bronceados que ambicionan conquistar el espacio vital del Chacal y sus roommates para expandir el negocio. El cuento, que quizás podría ser pensado como una novela corta y no se priva de un final epifánico, es desopilante. Y al mismo tiempo es una perturbadora reflexión sobre el nexo de nuestra cultura con lo anglosajón y sobre el resto que pervive tras la conquista de la naturaleza por parte de lo urbano.  

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El segundo de los cuentos -o nouvelles- se llama “Eliana Goldstein”, y el tercero “El Diablo”. Al igual que “Este-Oeste”, ambos presentan un caleidoscopio delirado de relaciones familiares o amistades que parecen fútiles y sin intensidad. Una narración de la errancia y el deambulamiento por diferentes escenarios urbanos, sin objetivos claros, con cambios de nombre, intercambios de pareja, transacciones económicas deshonestas, promesas vaporosas, alienación autocelebrada. La porquería mental de la clase media simbólica se atasca en el desagüe y compone una forma que no carece de belleza.  

“Eliana Goldstein” podría pensarse como una suerte de manifiesto sobre el fin de las barreras generacionales (bares swingers que mezclan jóvenes con adultos, un reviente lleno de ancianos adolescentes y de jóvenes viejos), el tiempo enloquecido del posfordismo laboral (ascensos y caídas en breves lapsos y sin causas claras) y la ley de hierro de la herencia conjugada con la imposibilidad del acceso inmobiliario para las clases medias simbólicas (la tragedia de la propiedad). “El Diablo”, por su parte, desarma las categorías de campo y de ciudad, pero su locus se encuentra en el antagonismo social. La verdadera fuerza que tracciona al relato no es otra que el conflicto entre visiones del mundo al interior de una franja social quebrada y confundida, indecisa e indescifrable, que solo interviene en lo público gracias a sus disensos, a sus berretines o a irracionales estallidos de violencia. Si el kirchnerismo fue una guerra al interior de las clases medias, y si fue derrotado por la aparición soterrada del golem dormido de aquellos a quienes dentro de los marcos interpretativos de la fuerza política derrotada “les había ido tan bien” -finalmente capaces de romper un modelo de acumulación que los favorecía-, la tensión política que atraviesa a todos los cuentos se hace carne en la figura de Matías, el misterioso diablo al que alude el título. 

Se trata de un personaje indescifrable y volátil. Su primera aparición es como protagonista de una violenta pelea a trompadas en el medio de la calle, contra un colectivero. A diferencia de lo que ocurría en el recordado fragmento de Relatos Salvajes de Szifrón -un pobre contra un soberbio empresario que conducía un cero kilómetro-, la barbarie está en esta escena del lado del sujeto de clase media -dueño de un Ford Escort, el auto prototípico. ¿Una revancha de clase por las paritarias? Lo cierto es que Matías castiga con saña al chofer gracias a sus músculos de gimnasio. Luego, a lo largo del cuento aparecerá en diferentes momentos acusado de izquierdista, de violador y de vándalo; de ladrón, de cheto. Acusado de ser un individuo proveniente de la zona sur, con un mellizo, que se había mimetizado como una persona de zona norte. Lo significativo, sin embargo, es que Matías genera una suerte de revuelta espasmódica e inorgánica de rugbiers al interior de un country club en la provincia de Córdoba. Una situación de violencia social desenfrenada que podría ser pensada en paralelo tanto con una manifestación multitudinaria de indignados como con los actos de vandalismo que se producen en los festejos futboleros. Al final de la revuelta, y con muertos y heridos en su haber, los rugbiers sublevados por Matías huyen a Miami, pero sin él. Matías reaparece en un emprendimiento turístico de neorrurales.    

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La antena de Bobby comienza a sintonizar programación propia de una galaxia lejana. En los programas, Bobby y sus amigos identifican versiones alienígenas de tiras televisivas norteamericanas de décadas anteriores, esto es representadas por una suerte de pequeños seres esponjosos y rosados de leves reminiscencias humanas. Se destaca la versión extraterrestre de Yo amo a Lucy, protagonizada originalmente por Lucille Ball y su marido Desi Arnaz. Gracias a un cálculo basado en la distancia a años luz de las transmisiones, los adolescentes descifran que los extraterrestres desembarcarán en breve en Los Ángeles, meca de los sueños televisivos. Se produce el encuentro; cachorros humanos y extraterrestres van juntos a comer hamburguesas. Los alienígenas están disfrazados como los hermanos Marx y son voraces, pero nadie lo nota en esa tierra de freaks y de libertad que es Los Ángeles. Y sin embargo eso no es lo más llamativo. Lo que más impresiona es que en su recorrido por lugares túristicos como el teatro chino o las casas de famosos, esos visitantes galácticos se comportan como toddlers. No hay traducción exacta de esta palabra al castellano, pero se refiere a los niños pequeños, de entre uno a tres años, que descubren el mundo con torpeza y temeridad, con sorpresa y una buena dosis de idiotez. De hecho, el sustantivo viene del verbo “to toddle”, que podría ser emparentado con nuestro “deambular”. Son exploradores y festivos, desconocen la propiedad privada y al mismo tiempo se creen dueños de todo, desarrollan corrientes intensas de cariño pero también viven en el desapego. 

El final de Fine Tuning es conmovedor. Incapaces de seducir a las estrellas de televisión terrícolas, que por su parte están viejas y no quieren pasear por el espacio, los toddlers alienígenas terminan reclutando a un circo de comediantes de feria pobres y desharrapados, un pequeño ejército de marginados borders que portarían, según la lectura de Spielberg, algo así como la esencia de la televisión: los números humorísticos y de vodevil que en cierta medida fueron precursores de las comedias hogareñas del estilo Yo amo a Lucy, pero también de los mismos Cuentos Asombrosos. Sin nada que perder, estos hombres se suben a la nave espacial y viajan hacia la tierra prometida, el Hollywood de otra galaxia, donde serán amados y harán reir. 

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Quizás haya un punto en que Martín Rejtman haga lo mismo con el sonido que lo que los extraterrestres hacen con Hollywood, y otro punto en el que consiga lo mismo que Bobby hace con su antena. Captar señales lejanas, sonidos deformes que desea homenajear. Todos los cuentos de Tres Cuentos están atravesados por sonidos sordos, sonidos blancos, sonidos perturbadores y atonales que curvan la experiencia. Un concertista que no deja dormir a un personaje, sonidos de explosiones en la noche, ruidos de motores de aviones, pianos que nunca suenan y diálogos que no comunican. El sonido, el rumor social como el murmullo inconsciente y ensordecedor de una clase social deforme y enloquecedora. Ese es el material de una literatura que se mira a los ojos con el presente y que dramatiza sus contradicciones con la infecciosa versatilidad de un cáncer. 

Pero hay algo más: como los alienígenas de Bobby, o de Spielberg, los protagonistas de Rejtman son, en el fondo, toddlers. Seres infantiles fascinados con el sonido de la sociedad, que comparten hoteles y departamentos, dispersos y errantes, voraces y con cierta terrorífica inocencia, ansiosos por divertirse y por llevarse lo mejor, o lo que puedan conseguir, sano y salvo a casa aunque, en realidad, no haya lugar adonde ir. ¿Se burla Rejtman de la clase media? ¿Su absurdo es una forma de desapego? Podría decirse: Rejtman se burla de la clase media en la misma medida en que Spielberg se burla de la televisión.  

Tres Cuentos de Martín Rejtman.
Literatura Random House, 2012, 286 páginas.

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Hernán Vanoli escribe sobre Tres Cuentos de Martín Rejtman 
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Hernán Vanoli
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Mariano Lucano
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un camión agazapado

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El guardia de seguridad que nos acompaña hasta el tercer piso del edificio de la calle San José ríe cuando le preguntamos si ya había llegado. Son las ocho menos diez de la mañana de un gélido martes otoñal, y el “compañero” responde: “es el primero en llegar y el último en irse”. La personalidad del líder más importante del sindicalismo argentino desde 1983, acaso contagia al personal de la sede gremial: todos parecen amables y distantes. La poderosa organización sindical que vence al tiempo tiene sus próceres de bronce —Perón y sobre todo Evita, multiplicada; también Rucci— y sus líderes de concreto en el presente —Pablo es el sucesor—, pero no hay fotos de ex-presidentes contemporáneos porque Hugo habla de cada líder reciente, “sin rencores” repite, sabiendo que existen dos lados del mostrador que nunca fueron saltados. Fernanda, la secretaria, nos avisa que el compañero Moyano nos va a recibir pero es un día muy complicado, así que a lo sumo nos dará 45 minutos. Nos hace pasar.

Hugo saluda amable, pregunta de qué medio somos, le presentamos los últimos ejemplares de crisis: “¿y yo que tengo que ver con esto?”, bromea. Luego muestra fotos de sus hijos, de sus nietos, “acá estoy con el hijo de Jimmy Hoffa, fue hace mucho, cuando estuve allá; ahora me invitó a un Congreso”. La cosa se va armando: “Con los sindicatos de Estados Unidos tenemos relación a través de la Federación Internacional del Transporte, la ITF. Yo fui vice mundial hace varios años atrás, el presidente era un francés. Ahora están haciendo quilombo en París, está muy brava la cosa. Pero acá vino el presidente que nos sucedió, un inglés, creo que era aeronáutico, y dijo que Camioneros de Argentina era el sindicato más fuerte que conocía. Fue antes de que inauguráramos este edificio”.

¿Cuando inauguraron aquí?

No me acuerdo bien pero estaba De la Rúa como Jefe de Gobierno, porque vino. Siempre cuando inaugurábamos traíamos a un cura —esa vez estuvo Farinello— y a un pastor evangelista. Yo me formé en la Iglesia Evangélica: ahí no bautizan, sino que bendicen.

¿Y a Bergoglio lo conociste?

Sí, teníamos buena relación. La última vez nos invitó a comer o a desayunar, no recuerdo bien. Me parecía bastante correcto. La otra vez opinó algo sobre fútbol, creo que dijo “que se pinche el globo” o algo así, y algunos enjuiciaban “no che, eso no lo tendría que haber dicho”. ¡Al contrario! Eso demuestra que es humano, ¿no es cierto? A mi me parece que está cumpliendo una función muy importante.

¿Actualmente mantenés relación con él?

No directamente, por intermedio. La otra vez estaba tratando de hacer la unidad, hace un año y pico cuando empezamos, estábamos reunidos en el sindicato del gas y justo estaba Pablo allá con él, fue a visitarlo. Dice que le preguntó: “¿y dónde está tu papá ahora? Llamalo”. Me llama Pablo y me pasa con el Papa: “Hola Francisco”. Fue la última vez que hablé con él. Siempre cuando va alguno mandamos saludos. Yo nunca fui a verlo. No me gusta ser cholulo. Siempre le esquivo a los medios. Les puedo asegurar que a veces me llaman 20 o 25 radios y periódicos por día. Pero no soy muy adicto.

madurar muy temprano

Moyano sigue siendo una figura decisiva de la política argentina y se perfila como un factor de resistencia contra los avances del actual gobierno sobre derechos conquistados, aunque su propia relación con Macri contenga tantos capítulos. Lo sabe. Y conoce una de las claves de ese rol: manejar los tiempos. Golpear solo cuando se puede lastimar. No hacer el gasto cuando la jugada está perdida. La pregunta es: ¿y mientras tanto?

Mano de piedra la de Hugo, un político con cientos de capas, de intereses, pero que puede alinear su fuerza en un solo movimiento macizo. Más de 300 mil personas en la calle a cuatro meses de un nuevo gobierno es su última cotización, y sin embargo sus reivindicaciones siguen siendo ninguneadas. ¿Se agazapa a la espera de la mejor oportunidad, o mide cada movida con la calculadora? Hablamos con el líder del gremialismo peronista, sobre el futuro.

Lo primero que queríamos preguntarte es si es cierto que estás abandonando el sindicalismo.

No, abandonando no. Estoy dejando espacio para los muchachos más jóvenes. Pero siempre se está. Hace poco en una de las reuniones donde se eligieron la autoridades de la CATT, la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte, Schmid dijo que si bien ellos van a asumir los primeros lugares de la CGT, siempre van a estar haciendo alguna consulta conmigo. Uno siempre se tiene que brindar allí donde sea necesario. Y seguramente recibirán las críticas si veo cosas que no me gustan. La CGT nuestra en particular tenía un grupo de gente muy interesante, con bastante capacidad, a excepción del Secretario General (risas). Por ejemplo teníamos en la comisión directiva, creo que por primera vez en la historia, una médica muy capaz, una compañera de Rosario que nos asesoraba sobre la situación de la salud pública. Teníamos muchachos jóvenes, y de todos los sectores: de los maestros (el compañero Díaz), compañeros abogados, el del Seguro. Todos se tienen que poner al servicio de lo que representan que son los derechos del trabajador.

La decisión de no participar en la primera plana de la nueva CGT unificada, ¿responde a un ciclo personal tuyo, o se avecina un nuevo tiempo y es mejor que aparezca otra gente?

Son varias circunstancias. Yo cuando asumo un compromiso pongo todo, no ando ocultándome. Y los años pasan y se sienten. Pero, además, viene otra etapa. Por eso cuando algunos sectores exigían una medida con respecto a ese error cometido por el gobierno de vetar la Ley de Emergencia Ocupacional, yo les preguntaba: ¿si hacíamos una medida lográbamos revertir el veto? No. Entonces tenemos que actuar con la inteligencia suficiente como para esperar el momento, acumular todos los errores que está cometiendo el gobierno, y después tomar las decisiones que uno tenga que tomar, no sólo en relación a medidas directas sino también políticamente. Antes quizás actuábamos de otra manera, tal vez por la juventud o por otra cosa. Sería fácil una medida por esto, una medida por lo otro, pero así se agotan las medidas. Creo que tenemos que actuar con el mayor grado de inteligencia para demostrarle, primero a los trabajadores y después al conjunto de la sociedad, que el gobierno de esta forma no creo que solucione los problemas de los trabajadores, sino que por ahí se agravan. Ustedes saben que yo soy peronista de cuna, siempre digo que en lugar de cantarme el arrorró me cantaban la marcha peronista. Perón decía “nadie se realiza en una comunidad que no se realiza”. ¿Qué significa eso? Nadie va a poder disfrutar en una sociedad donde se profundicen las injusticias. Y eso tienen que evitar los que tienen mucho y los que trabajan: evitar las injusticias para poder disfrutar lo que tienen.

¿Qué expectativas tenías respecto al gobierno de Macri?

Nosotros sabíamos que la situación no era la mejor. Eso era una realidad. Por eso hablábamos del sinceramiento de la economía, porque todo el mundo tenía miedo de hablar de ajuste, devaluación. Pero a mi entender se está haciendo de una manera muy brutal. No se puede sincerar la economía con un 600 por ciento de aumento en los servicios públicos. Es una locura. Lo que están demostrando muchos funcionarios es que ellos no han pasado necesidades, por eso no se dan cuenta que estas medidas le sacan un plato de comida a la gente. Hay una empleada nuestra allá en la Federación, que pagaba 200 pesos por mes de luz y se le fue casi a 900. Ahora tiene que privarse de varias cosas para pagar la luz. Y así como la luz, es el agua, es el gas...

¿Vos considerás que son errores o son medidas coherentes con su proyecto de país?

Bueno, está demostrado que actúan con coherencia. Nosotros consideramos que el laburante, el dirigente gremial, ha evolucionado. Lo que te estoy diciendo de no tomar a las apuradas una medida drástica sino de actuar con el mayor nivel de inteligencia posible, te muestra que hemos logrado una evolución. Pero ellos no lo han logrado, evidentemente. Por eso creo que es una involución la de ese sector.

¿A qué sector te referís?

A los que gobiernan. Evidentemente este gobierno está conducido por sectores empresarios. Creo que fue la vicepresidente quien dijo “les hicieron creer la fantasía de que podíamos vivir bien”. ¿Acaso es una fantasía para ellos vivir bien? Eso muestra claramente que no han evolucionado, con todas las crisis que hemos pasado los argentinos. Nosotros siempre decimos que una cosa es vivir la crisis y otra es sufrir la crisis. Ellos han vivido crisis, pero no las han sufrido como las sufre el trabajador. Y si ahora está sufriendo el trabajador, ¡imaginate la gente que no tiene trabajo las necesidades que estará pasando! Es tremendo.

A futuro, ¿como imaginás que va a ser la relación con el gobierno?

Si el gobierno sigue con estas medidas, sin dar respuestas a la gente, evidentemente en algún momento se termina ese esfuerzo por mantener un diálogo permanente. Porque un diálogo sin respuestas no es diálogo. Y yo creo que en algún momento no habrá salida, en algún momento se confrontan las necesidades y los reclamos. Ahora, lo que ocurra en el sector gremial lo decidirán los nuevos dirigentes; no me pongan a mi en el compromiso de anticiparme (risas). Pero sería lamentable, porque todo eso trae una situación de sufrimiento para la gente que necesita. Las criaturas que sufren el frío, el hambre, las familias. Así que hay que hacer un esfuerzo sobrehumano para que esto no ocurra.

Nosotros te conocimos públicamente en los noventa cuando protagonizabas los conflictos contra el menemismo, ¿sentís que retornan imágenes de gobierno y formas de la economía más parecidas a esa época en la que quizás eras “más inmaduro”?

Sí, las historias se repiten en cierto modo, desgraciadamente. No quiero replicar lo que expresó Pablo (“volvemos a los noventa”), pero muchas de las cosas que están pasando se asemejan. Ahora, yo cuando hablo de madurez del dirigente hablo de no tener una reacción de forma inmediata. Cuando empezó Menem, al poquito tiempo nosotros nos abrimos; otros siguieron porque los beneficiaban: beneficios entre comillas, porque el tema no es beneficiar al sindicalismo sino beneficiar a los trabajadores. Cuando nosotros vimos eso nos apartamos. Y creo que no tuvimos la capacidad para que no sea reelecto en una segunda oportunidad, para que no profundice una situación que fue muy comprometida para los argentinos. La venta de las empresas del Estado, la entrega. Nosotros peleamos contra todo eso. El otro día recordaban los muchachos cuando íbamos al Congreso para que no se privaticen las jubilaciones, cuando el gobierno trató de convencer al sindicalismo de que convenían. Era todo un negocio para los sectores del poder. Algunos muchachos creyeron. Incluso hicieron las gestiones para tener jubilaciones privadas. Nosotros siempre nos opusimos. Peleamos contra todas las privatizaciones, aún si no nos afectaba directamente, para acompañar a los gremios que peleaban. Por ejemplo Alicia Castro, por Aerolíneas. Y fuimos cuatro miércoles seguidos para evitar que la privatización de las jubilaciones se vote. Tenemos la tranquilidad de decir nosotros lo intentamos, aunque no lo logramos. Me parece que hay que hacer lo mismo ahora, aunque hoy vender una empresa del Estado no es negocio para los capitales. Nosotros siempre repetimos una frase que salió de Schmid: “la privatización y la re-estatización fueron un negocio, pero lamentablemente siempre se beneficiaron otros menos el Estado”. Lo que pasó con YPF. Yo me acuerdo cuando se privatizó Aerolíneas, que tenía sedes en todas las capitales de Europa y se quedaron con todo. ¿Y después quién iba a comprar Aerolíneas? El Estado. Cuando se re-estatiza es porque ya nadie quiere quedarse con ella. Siempre fue un negocio para los inversores, nunca para el Estado.

La madurez del sindicalismo tiene que ver entonces no sólo con dar la pelea en la calle, sino con tener además una propuesta política que impida por ejemplo la reelección.

Claro, yo les decía el otro día a los muchachos: “nosotros no podemos estar como la guerrilla, toda la vida ahí resistiendo, nosotros tenemos que ir por el poder”. Bueno, ustedes me lo habrán escuchado decir, con la Presidenta al lado, que algún día vería con mucho agrado que un hombre nacido en las filas del trabajo pueda conducir los destinos del país. Y así como el General Perón expresó en la década del setenta que había llegado la hora de los pueblos, yo estoy convencido que ha llegado la hora de los trabajadores. Siempre dije que hacía abstracción de mi persona, para que no pensaran que me estaban candidateando. Más de uno salió a decir que me quedaba grande el traje de presidente, pero yo nunca intenté serlo. Me parece que si llegaron en muchas partes del mundo aquí también se podría. En Europa llegó este dirigente obrero que fracasó, ¿dónde fue?

¿En Polonia? ¿Lech Walesa?

El problema ahí era que querían terminar con el comunismo y desde la Iglesia lo pusieron, pero fracasó según me dijeron. Y después Lula. Porque a mí me parece que los hombres del movimiento obrero, con todos los defectos y alguna virtud que pueden tener, son más ordenados. Al político no le veo mucho compromiso. Bueno, estamos viendo lo que pasó con el gobierno anterior, y con el gobierno actual. Las cosas que están saliendo a la luz. Y ojalá que el hombre que llegue haya nacido en un hogar humilde, que sepa lo que es pasar algunas necesidades, porque va a multiplicar los esfuerzos para que ninguno más pase las necesidades que él pasó. Ojalá no me equivoque, y ojalá mi generación lo vea.

rebelde adolescencia

Moyano es de los que cuando hablan de Cristina siguen diciendo “la Presidenta”. Su ruptura con el kirchnerismo quizás sea la saga más dramática en la historia reciente del país peronista. Pero Hugo repasa esos episodios sin angustias ni rencor, aunque se guarda ciertos secretos. Quizás el remordimiento sea, para él, la típica jactancia de los intelectuales. Si Hugo Moyano es un rara avis del sistema político argentino es, ante todo, porque el poder que ha acumulado no le pesa.

La idea de un presidente surgido del movimiento obrero la planteaste en un recordado acto en la cancha de River: ¿ahí empezó tu ruptura con el kicrhnerismo?

Gente del anterior gobierno me dijo que ahí fue donde comenzó el distanciamiento. Me comentaron que no le gustó nada. Sintió que comenzaba una competencia, como si yo quisiera competir con ella. Y en otro lado dije, menos mal que no lo mencioné ahí, “yo tengo un sueño, como decía ese gran estadounidense (y todos miraron como diciendo, este a quién va a citar), Martin Luther King, el gran luchador por los derechos civiles: que algún día llegue un hombre del movimiento obrero a la presidencia”. La verdad es que nunca tuvo simpatía con nosotros, porque parece que había preferencia por los pibes como Recalde o Kicillof. Yo lo digo sin ánimo de ofender a nadie, pero a mi me parece que la Presidenta tenía el síndrome de la adolescencia rebelde. Cuando hablaba en el Patio de las Palmeras, yo los veía a los pibes que escuchaban y no entendía: “¡con estos vamos a hacer la revolución!”, decían. Y yo pensaba: ¡la revolución se hace con los que laburan! Y con los que estudian, en todo caso. No con pibes que ni saben lo que están gritando. Es lo mismo que el otro día veía la televisión con Gerónimo, mi hijo más chico, y venía uno de estos artistas que cantan, un inglés creo, y había varios pibes que estaban con carpa hace dos o tres días, que mostraban su rebeldía: “nosotros luchamos contra el orden establecido”, decían. Y yo le digo a Gerónimo: “ah, estos pibes son duros: ahora, les decís que se tienen que levantar a las cinco de la mañana para ir a laburar y no queda uno, se borran para todo el viaje”.

¿Pero cuál fue el motivo profundo de esa ruptura?

A mi me parece que ella se equivoca cuando de alguna manera empezó a maltratar al movimiento obrero. Yo soy un tipo que digo lo que pienso y discuto a muerte. Con los empresarios nuestros, por ejemplo. Y a ella no le gustaba. Siempre cuento dos episodios. Una vuelta, estaba discutiendo con ella la Asignación Familiar y yo la quería llevar a 120 pesos (estaba en setenta). Habíamos llegado a 95, yo sabía que 120 era mucho, entonces le digo: “Cristina vamos a hacer una cosa, ponela en cien”. Me responde: “Negro, son cinco pesos”. Y le contesto: “¡cinco pesos son dos kilos de pan! ¿vos no te das cuenta?”. En ese entonces eran dos o tres kilos de pan. Al año siguiente yo la quería llevar a 140 y se llegó a 130. Entonces estábamos en 125, y me dice: “sabés lo que pasa Negro, los muchachos me dicen que los números ya no cierran”. Ella tenía confianza conmigo. Le digo: “Cristina, por qué no le decís a los muchachos que te hagan bien los números. ¿Cómo puede ser que un bimestre de gas en la Recoleta valga menos que una garrafa en un barrio de laburantes. Esos son los números que no cierran”. A ella no le gustaba que la contradiga. A la siguiente que estábamos discutiendo la Asignación Familiar y el Mínimo, me dice: “mirá, yo tengo un viaje a Estados Unidos, cuando vuelva te llamo y seguimos discutiendo”. No me llamó. Habrá llegado un fin de semana y nos citó a la Casa de Gobierno el miércoles, y anunció un aumento del Mínimo no Imponible que no era el que nosotros queríamos. Y ahí dije chau, se terminó. No nos llamó más para discutir las medidas. Porque todos los años discutíamos con él y con ella. Él era más piola, por ahí te decía “no rompás más las pelotas” (risas). Me jodía así Néstor, pero discutía. Ya venía mal porque recuerdo que una vez, yo estaba con Yasky al lado, hizo una crítica muy grande a la tendinitis, cuando los del subte hicieron la protesta. A mí me contaba Facundo que en el peaje pasa lo mismo, que las pibas y los muchachos tenían problemas en las manos. Entonces a ella le decían una cosa y en lugar de preguntar por ahí hablaba sin saberlo, como minimizando o ridiculizando el reclamo. Después me acuerdo cuando en el conflicto por el campo Néstor me llamaba. Y nosotros lo acompañamos mucho en la movilización, porque no sé qué hubiera pasado, creo que se los hubieran llevado puestos. Yo lo hice con total convicción.

Hay una secuencia en octubre de 2010 que parece decisiva: el 17 de octubre es el acto en River donde lanzás la idea de un presidente obrero; tres días después una patota de la Unión Ferroviaria asesina a Mariano Ferreyra; el 27 muere Néstor.

Yo creo que él sufrió mucho por la muerte de Mariano Ferreyra. Y dicen que discutió conmigo. Es mentira. Hablamos esos días porque había una reunión del PJ de la Provincia, que yo presidía por la enfermedad de Alberto Balestrini. No era fácil para mí porque no conducía, tenía varios opositores. Él me llamó para preguntar qué pasaba y le conté que no había quórum porque varios habían faltado. Entonces empezó a llamar y los cagó a pedos. Al rato aparecieron. Sacamos todo, y después me volvió a llamar y todo bien. No es verdad que discutimos.

la única verdad es la gremial

Las manzanas que rodean al edificio de San José 1781 están plagadas de mutuales, seccionales, bares, donde el verde aparece como color flotante, deportivo, en que se funde la pertenencia a un gremio, una identidad que persevera y resguarda. Sindicalismo Poderoso, así con mayúsculas. Un culto de la tradición peronista.

Cuando Moyano habla de los trabajadores, indefectiblemente refiere a un camionero. Las condiciones de trabajo de sus afiliados se sostienen en la imperturbable visión que tiene Hugo Moyano sobre la materia laboral. Su modelo sindical clásico, su visión del trabajador fordista como única forma de la dignidad y el rol político del movimiento obrero organizado, son retóricas duras que lo ayudan a no despeinarse con los vientos de la historia. En este plano se condensa el núcleo duro del poder moyanista.

Muchos dirigentes sindicales hablan de historia, intercalan anécdotas pasadas, se pueden poner nostálgicos. Otros se inclinan por las disquisiciones doctrinarias y citan a Perón. Moyano, en cambio, narra la experiencia camionera: la ruta, el riesgo, las jornadas interminables, los hijos creciendo sin cotidianeidad, la solidaridad del camionero en la ruta, el vínculo singular con el patrón. ¿Qué pueden saber los que no la viven? La intelectualidad pensando y el trabajador pasándolas. Una frontera infranqueable.

“Nosotros tenemos en el gremio compañías de seguros, ART propias, hoteles, escuela de capacitación y formación con dos simuladores que valen millones de dólares, todo tenemos. Tenemos 2300 millones de pesos ahorrados en el banco. ¿Vos pensás que Macri me pone el sponsor en Independiente por generosidad? Es porque yo tengo mil millones de pesos en el Banco Ciudad. Por eso muchas veces no los critico a quienes estuvieron antes en Independiente, por lo menos al último que estuvo, porque no tenía espalda. Y hay que tener espalda para todo. Yo le digo: ‘no te estoy pidiendo que me des, te estoy pidiendo que me devuelvas algo de lo que te estoy dando’. Por eso, para todo hay que tener cierto poder. El gran problema de Cantero era Bebote, ¿dónde está Bebote ahora? Se metió disfrazado a la fiesta nuestra, ¿por qué no entró diciendo ‘yo soy Bebote’? ¿Porque sabés cómo salía? ¿A nosotros nos va a venir a patotear, que inventamos la patota?”.

Tener espalda es parte de una tradición que nace con el peronismo y da lugar a gremios poderosos; pero otro acervo importante para el sindicalismo argentino es la organización de base en los lugares de trabajo. La combinación de grandes estructuras y combatividad en las bases dio lugar a programas como los de Huerta Grande, La Falda o Primero de Mayo. ¿Cómo ves hoy esa tradición teniendo en cuenta los cambios en las formas del trabajo?  

A mi me parece que históricamente el sindicalismo se preocupaba mucho por el poder político, quería estar en cargos, pero abandonaba el poder gremial. Hay gremios importantes que convocan a movilizaciones y no movilizan a nadie. Entonces, tienen que estar las dos cosas unidas, y para poder convocar vos tenés que tener trabajo de base, porque sino no vienen. A mi me critican de todo, pero ¿por qué viene la gente? Yo soy consciente que sin ser el gremio más numeroso, somos los que más convocamos. Porque tenemos trabajo de base, porque atendemos las necesidades de la gente, porque estamos siempre presente en los lugares donde la gente necesita. Que no le pagaron la hora extra, o no le pagaron un día, o lo tratan mal, o tiene un problema con la Obra Social, siempre estamos ahí. Y esto es lo que te da el poder general. Creo que las dos cosas uno tiene que llevar, el poder político y el poder gremial, pero este último es la base. Ustedes saben que la última movilización del 29 de abril fue muy importante. Y Camioneros movilizó mucha gente. Movilizamos setenta mil personas. Los tenemos bien contaditos, calculamos por seccional. Pero les damos una recomendación: si vos me traés diez que sean diez laburantes; no me traigás treinta de los cuales diez son trabajadores de la actividad y los otros veinte los traés porque le diste unos mangos. No, eso no queremos, porque si no nos engañamos nosotros mismos. Y en conjunto creo que hubo más de 300 mil personas. No era fácil de calcular porque estaba todo disperso. Fue una de las más grandes, pero creo que la más grande fue la que hicimos en la 9 de julio, debe haber sido en 2009, cuando el conflicto del campo. Me acuerdo que después me llamó Kirchner y me agradeció, porque nosotros le dimos el respaldo.

Es común oír a trabajadores que dicen “todos quisiéramos tener las condiciones de trabajo de los camioneros”. Pero, ¿vos creés que es posible que todos los trabajadores tengan las condiciones que han conseguido los camioneros? ¿Sería posible igualar esas prerrogativas teniendo en cuenta la heterogeneidad que hoy prima en el universo laboral?

Nosotros siempre decimos que no somos el trabajador común, que está en el torno o en la computadora y por ahí se enferma o se cansa y pueden cambiarlo por otro para que termine el trabajo. Nosotros sabemos que una vez que salimos estamos nosotros y la máquina que conducimos y nadie más para llegar al destino. Tenemos esa diferencia con otras actividades. Además, nuestro trabajo provoca ciertos malestares que se ven reflejados en los exámenes psicofísicos, donde se suele detectar angustia. Porque los tipos salen tres o cuatro días y dejan la familia sola. Una vuelta hice un discurso. Fue espontáneamente, ante un grupo que estaba hacía rato esperando para descargar, en Corrientes. No se imaginan cómo lloraba la gente. Yo decía: “compañeros, cómo no vamos a reclamar los sueldos que corresponden si nosotros no vemos crecer a nuestros hijos”. Y es cierto: no podemos estar en acontecimientos de familia como puede ser un cumpleaños, un aniversario. Y lo más doloroso es cuando perdemos un ser querido y no podemos estar presentes. Es un gremio sacrificado, y por eso tiene una identidad muy grande. Yo recuerdo que cuando empecé en Mar del Plata, un muchacho que era municipal me pregunta de qué gremio era y cuando le respondo que era de Camioneros me dice, “che, pero ese es un gremio de patrones o de laburantes”. Y también recuerdo que una vez discutiendo salarios con un patrón me dijo “yo a mis trabajadores los despido con un beso en la frente”. ¿Por qué? “Porque le pongo 200 mil dólares de mercadería para que me transporte y le doy 100 mil dólares de capital en el camión. ¿Cómo no lo voy a despedir con un beso?”. Eso también hacía que la relación entre patrones y trabajadores fuera estrecha, muchas veces se juntaban a comer asado los sábados y a veces el patroncito se aprovechara para pagarle un mango menos. Todo eso lo pudimos nosotros corregir y hacerle entender a la gente que puede haber buena convivencia, pero el sacrificio lo hacés vos.

La precarización del trabajo que tiene lugar a partir de los noventa, o antes, puso en juego nuevos actores surgidos de múltiples formas de trabajo que no están sindicalizadas. Y uno tiende a pensar que los trabajadores volverán a ser un sujeto político si esa gente es parte activa en un proyecto popular. Sin embargo, la unidad de la CGT que ustedes están empujando, que es la unidad de las grandes estructuras, no necesariamente reconoce a ese sector y más bien lo deja de lado.

Primero tenemos que unir a los trabajadores que están organizados, pero yo estoy totalmente de acuerdo en que esa unidad tiene que proponerse normalizar todo. Es cierto lo que decís, en la década del noventa se empezó con el discurso de la flexibilización laboral, y ahora estamos hablando de precarización. Uno y otro discurso tienen mucho que ver. Vos fijate lo de Uber. ¿Por qué no se mete en el gobierno anterior Uber? Seguramente se lo impedían, nadie sabía que existía. Y se meten con este gobierno. Y eso es una precarización laboral total. Los países europeos están discutiendo hoy el derecho a huelga. Y en la OIT uno de los temas que también se está por tratar es ese. O sea el mundo va a hacia la precarización, y tenemos que impedirlo por todos los medios porque es una forma de aumentar la explotación. Y cuando se precariza corre el riesgo la vida. Contra eso hay que pelear fuertemente. Pero reitero, lo primero que tenemos que hacer es fortalecernos los que estamos medianamente organizados, porque también se están precarizando sectores que están organizados. A nosotros nos dijeron que después de la precarización de los taxistas, lo mismo va a pasar con los camioneros. Y ahí va a haber una pelea muy grande va a haber. Pero avanzan, avanzan. Y fundamentalmente lo hacen cuando hay gobiernos como el que tenemos, que con tal de hacer ver que alguien viene a invertir le permiten cualquier cosa.

Emilio Pérsico suele caracterizar a la clase trabajadora como la convivencia entre la crema, la leche y el agua. La crema es el trabajador que gana de 15 mil pesos para arriba y tiene buenas condiciones, podríamos pensar en un camionero; la leche son los que están bajo el amparo de un sindicato pero están precarizados; y el agua son los laburantes cartoneros, motoqueros, los que no tienen relación salarial formal. Estos últimos se organizaron en la Confederación de los Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), ¿por qué ese sector no está dentro de la CGT? ¿Podría estarlo?

Bueno, no se han dado las condiciones pero seguramente se van a dar. Porque todo esto que se está viviendo nos va a obligar a decir “muchachos, o estamos todos juntos o nos llevan a todos puestos”. Yo tengo buena relación con todos los sectores. Por eso me llamó la atención el otro día D´Elia, cuando dijo que estábamos defendiendo la caja. No me gustan esas vigilanteadas. Estamos tratando de ser lo más inteligentes posibles. ¿Qué queremos demostrar, que somos los más combativos? No, lo que hay que demostrar cuando hacemos una medida es que somos contundentes. Además, no hay ánimo en otros sectores. Nosotros, si decimos “hay que hacerlo”, lo hacemos. Pero todo el mundo espera que lo haga yo. Y yo creo que por ahora no es conveniente. La propuesta de la movilización el 29 la hice yo. Y no quiero ser más que nadie, pero muchos tontos que teníamos alrededor decían “si va este no vamos”. Es una idiotez, porque si fuera una reunión todavía pasa pero era una movilización multitudinaria. En realidad son excusas, cuando uno no está convencido de algo pone argumentos para tratar de justificarlo. Pero me parece que va a llegar esa etapa. Y más con un gobierno como el que tenemos. Yo lo estoy viendo en la AFA: Macri quiere aplicar la misma política económica que aplica para el conjunto de la sociedad en el fútbol; quiere que los ricos tengan más guita y los pobres se caguen de infeliz. Nosotros somos club grande, tenemos recursos, pero no podemos permitir que los clubes chicos desaparezcan. Porque les dan quince o treinta mil pesos, pero con eso pueden manejarse. Estos les quieren cortar todo, se van a separar los clubes grandes y se van a llevar toda la guita porque se llevan los sponsors y los clubes chicos desaparecen. Y no quieren que agarremos nosotros porque vamos a poner las cosas en orden.

un cuento yanqui

Hugo está flaco. “No estoy enfermo”, nos dice. Para su edad, mantiene muy buen estado físico. “Trabajo todo el día”, y se ríe. “No soy de cenar. A la noche mi mujer me da una manzana o un yogur”. Moyano se cuida. “Por eso cuando los muchachos me invitan a una cena me mata. Si como no me puedo dormir”. Cuando habla, por momentos parece susurrar, como si en el volumen de la voz modulara el riesgo, calculara el margen de error. No impone respeto. El respeto se impone solo. A este hombre de poder no le gusta hablar con periodistas, ni ir a fiestas, ni conocer famosos, ni pavonear en el Vaticano. Maneja el ritmo de la conversación y se pone cómodo, habla de todo, mientras el gobierno interviene la AFA y el país gira un poco en torno a él. Su secretaria Fernanda, cuando ya pasó una hora larga de charla, entra y sale, le avisa al oído cosas (llamados, gente esperándolo) y nos mira de reojo como si se preguntara una y mil veces por la productividad de esta conversación. “¿Es un día difícil, Hugo?”, le preguntamos. “Todos los días son así”, nos dice para tranquilizarnos. Vamos a ir concluyendo.

Ustedes contribuyeron, directa o indirectamente, a la derrota de Scioli. ¿No se arrepienten?

No, yo nunca apoyé a Macri.

Hubo un acto por el día de la militancia el 17 de noviembre del año pasado, a cinco días del balotaje, donde llamaste a no votar por el kirchnerismo. Algunos trabajadores se fueron del acto.

Los que se fueron eran cuatro. Yo sé quienes eran. Un grupo de municipales.

Me parece que se fue más gente. Estaban molestos por tus fuertes críticas al kirchnerismo en ese momento.

No, yo ese día puse en vigencia el tango “Cambalache”. Porque se acusaban unos con otros, se peleaban. Yo jamás le dije a ningún laburante que votara a Macri. ¿Y sabés lo que hizo Pablo? Llevó a mi nieto que tiene once años al cuarto oscuro, y se sacó una foto votando en blanco para que nadie tenga dudas que no lo había votado a Macri: “para que nadie me acuse”, dijo.

¿Y vos a quién votaste?

Yo no lo voté a Macri. En la última no voté a nadie.

¿Vos dijiste que si Cristina quisiera volver a hablarte no tendrías problema?

Y por qué no. Si ella quiere hablar, yo no soy rencoroso.

¿Creés que tiene futuro político?

Me parece que no. Lo dilapidó. Una lástima, porque el movimiento obrero no es un enemigo, es un sector de la sociedad que tiene que defender sus intereses. Cuando íbamos y le decíamos “los muchachos se rompen para llevarse un mango más a la casa, sacale un poco pero no le saques tanto”. “Lo que pasa es que ustedes ganan bien”, me decían algunos. ¿Qué ganan bien? Ganan un salario más o menos. Yo siempre estuve disconforme con los sueldos que conseguíamos. Cuando acordaba un salario me decía, “no, me quedé corto, tendría que haber pedido más”. Y estamos mejor que muchos. El otro día hablaba con una chica que es barrendera en la calle Florida. Fue antes del último aumento, porque nosotros acordamos paritarias en tres partes. ¿Cuanto estás sacando vos?, le pregunto. 11.500 por quincena, limpios: 23 mil pesos por mes. Le descuentan para el mínimo, y es una barrendera.

Para el cierre Moyano tiene reservada una larga fábula que resume la sabiduría de quien afirma con orgullo no haberse desclasado. Hugo le pone empeño infantil y, al final, nos arranca varias carcajadas.

“¿Les hago un cuento antes que se vayan? A mi me han invitado a hablar a varias universidades, creo que trece o catorce. Y siempre cuando empiezo les digo a los muchachos, casi todos estudiantes, aunque van muchos periodistas también: ‘con las preguntas no me maten, porque apenas tengo el primario’ (después me corrijo: ‘apenas no, lo tengo completo’). Entonces les hago este cuento”.

Microsoft pone en el diario un aviso de que necesitaban un empleado. Al otro día va una persona, sube las escaleras y se entrevista con el gerente de personal, que le dice:

- Mire, el único trabajo que tiene que hacer es limpiar los baños. A la mañana limpia los baños, los mantiene durante todo el día, al otro día vuelve a limpiar, eso es lo único que tiene que hacer. ¿Usted está dispuesto?

- Sí, yo necesito trabajar.

Bueno, cómo se llama, a dónde vive, bla bla, y al final le pregunta qué estudios tiene.

- No, yo no tengo estudios- le dice el tipo.

- Ah no, si no tiene estudio no puedo darle el trabajo.

- Pero cómo, ¿no es para limpiar los baños?

- Sí, pero sin estudios aquí no puede trabajar.

Baja las escaleras el hombre, amargado, y cuando sale ve a un viejito que va cargado con bolsas de tomate.

- Abuelo, ¿quiere que le dé una mano?

- Bueno hijo, voy acá a dos cuadras a vender tomates.

Agarra un par de bolsas, lo ayuda al viejo, se queda con él, al final le da dos pesitos y le dice:

- Mañana voy a tal lado a vender, si querés vení conmigo.

- Sí, si no tengo trabajo.

Y así lo va acompañando y se va ganando unos pesitos. Un día desaparece el viejo y se queda él vendiendo tomates. Otro día le sobran un par de bolsas de tomates y le dice a la mujer que lo ponga en un frasco y si algún vecino necesita se lo vende. Los vecinos le compran, le empieza a ir bien. Y deja de vender en la esquina, se dedica a vender en la casa. Sigue creciendo, se pone una fábrica y prospera de una forma impresionante el tipo. Con el tiempo abre una fábrica de tomates en cada Estado, luego en el exterior. Pasa el tiempo y un día viene un periodista a hacerle una nota. El tipo le habla de las fábricas que tiene, le cuenta que exporta a todo el mundo, que tiene 25 mil empleados. El periodista impactado por la historia, le pregunta cuantos años tiene, cuantos hijos, hasta que llega a lo siguiente:

- Dígame, ¿usted qué estudios tiene?

- No, yo no tengo estudios.

- ¿En serio? Y fíjese todo lo que ha hecho. Imagínese si hubiera estudiado.

- Estaría limpiando baños.

Copete: 
Por su poder, su lugar en el tablero sindical y su tradición callejera, a pocos meses de haber asumido Macri todos se preguntan qué va a hacer Moyano. ¿Resistente o integrado? El 29 de abril produjo la movilización más importante que enfrentó el gobierno pero, luego del veto, dijo no al paro. Hugo acumula, empuja la unificación de las CGT, concibe un sindicalismo de acción que no renuncie a la inteligencia, y hasta se le anima al "Guasón" Angelici. Fuimos al bunker camionero a preguntarle las cosas directamente a él.
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donde está el sujeto / por la espalda / hugo moyano
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la alarma que sonó a destiempo

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El desafío que se plantea Matías Kulfas en Los tres kirchnerismos es doblemente ambicioso. Por un lado, porque pretende trazar un balance económico de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner en caliente, en pleno ajuste y casi sin estadísticas que se acepten como válidas a uno y otro lado de la grieta. Por otro, porque como economista, Kulfas fue funcionario durante toda la década (si bien ocupó puestos de segunda línea que lo mantuvieron lejos de los titulares de diarios y las cámaras de TV) y no por ello se siente obligado a vomitar una defensa cerrada del “modelo” ni mucho menos. Muy por el contrario, arranca planteando que no hay tal cosa. Y que buscar coherencia entre las políticas del primero, el segundo y el tercer kirchnerismo “puede resultar una tarea forzada y, además, innecesaria”. Casi una herejía en un ejército con tantos soldados y tan pocos estrategas.

Con foco en lo social y lo productivo pero sin sacrificar rigor a la hora de analizar flujos financieros y variables macroeconómicas, Los tres kirchnerismos es un valioso aporte para la discusión más repetida en los círculos politizados de 2016: cuánto del ajuste actual debe atribuirse a los últimos años de gobierno de Cristina Kirchner y cuánto responde a la vocación del elenco encabezado por Mauricio Macri de revertir lo más rápido posible los (pocos) cambios verdaderamente estructurales registrados desde 2003. Los apéndices estadísticos, compilados con paciencia de arqueólogo tras la malversación de tantos datos durante tanto tiempo, son presentados al final de cada capítulo, escindidos del hilo ensayístico. Eso ya lo candidatea a los estantes bajos de la biblioteca, ahí donde se guardan los ejemplares de consulta frecuente.

El problema de este libro es que debió haber sido escrito tres o cuatro años antes. O al menos en algún momento después del período 2003-2011, durante el cual Argentina creció más que ningún otro país de la región, y antes de que la política de “aguantar el empate” que desplegó Cristina Kirchner encaramada en el 54 por ciento de 2011 hundiera al país entre los de peor performance latinoamericana, solo detrás de la Venezuela de la decadencia chavista. Las críticas más lúcidas que vierte el autor en sus páginas habrían sido de gran utilidad para el proceso político y para la sociedad toda si se hubiesen hecho en tiempo real, a modo de alerta temprana. Suena fútil como todo ejercicio contrafáctico, pero si el tercer kirchnerismo hubiese estado abierto a esos debates, quizá su ocaso no habría allanado el camino para el regreso por la puerta grande de ideas tan gastadas y nocivas como la flexibilización laboral, el desguace del Estado y la liberalización de cuanto mercado se haya intentado regular. En suma, para que la derecha accediera al poder por primera vez mediante el voto popular.

¿Por qué Cristina no escuchó esas críticas y vistió de épica errores de gestión evidentes, como los subsidios al consumo energético de las clases altas o el macondiano sistema de administración del comercio exterior que obligaba a los importadores de autos a exportar vino o limones para “compensar” su consumo de divisas? ¿Por qué adjudicó exclusivamente la corrida cambiaria de 2011 a los objetivos desestabilizadores de sus enemigos y no a los desajustes macroeconómicos evidentes que movían a muchos a dolarizarse? ¿Qué extraño fenómeno trocó en dogma inalterable a ciertas herramientas útiles para determinadas coyunturas externas pero desaconsejables en otras, como las retenciones, el desendeudamiento o los permisos de exportación? ¿Fue ella la que no escuchó o acaso los economistas que gravitaron en su entorno –entre ellos, Kulfas– no se hicieron escuchar lo suficiente? Son preguntas para que respondan otras disciplinas, como la psicología o la ciencia política, pero que quedan flotando tras digerir este volumen sobre economía.

La cautela excesiva, casi reverencial, con la que los economistas militantes abordaron los errores que justamente como militantes debieron haber discutido más, quizá incluso al costo de irse a su casa, pervive en ciertos tramos del libro. Uno de ellos es la frase que el autor dedica a deplorar la intervención oscurantista del INDEC que llevó adelante Guillermo Moreno, una cruza de charlatán de feria con matón de arrabal que sólo en medio de una gran confusión o como parte de un plan suicida puede haber tenido a su cargo las botoneras más importantes de la gestión. Esa destrucción deliberada de estadísticas vitales para la acción del Estado, llevada adelante por una patota de barrabravas mercenarios, es presentada apenas como “la introducción de una serie de cambios en la gestión del INDEC que terminaron afectando la consistencia y credibilidad” de los números. Si bien el autor admite que se trató de “uno de los mayores desaciertos de los períodos kirchneristas”, tanto eufemismo hace un poco de ruido.

Lo mismo que de Moreno puede decirse de Julio De Vido, el otro orgulloso y tenaz ejecutor de los desaciertos que más caro le costaron al kirchnerismo. Si bien Florencio Randazzo y Axel Kicillof avanzaron paulatinamente sobre sus dominios durante el último mandato, con buenos resultados para la gestión del transporte y (en menor medida) la energía, eso solo ocurrió después del espasmo que cruzó a la sociedad tras la masacre ferroviaria de Once y del sacudón político que significó la derrota ante Sergio Massa en 2013. Ninguna figura de peso al interior del gobierno o de su núcleo de apoyos se le animó antes. O si lo hizo no nos enteramos, que es más o menos lo mismo. Los pocos ámbitos de debate fuera del dispositivo de poder oficial donde las críticas heterodoxas se hacían escuchar, como los trabajos de Martín Schorr o de Claudio Lozano, solían ser tachados de “troskos” por la mayoría de los militantes kirchneristas. De ahí lo novedoso y a la vez disonante del enfoque del autor, que rema contra una corriente negadora y justificadora que se apoderó de gran parte de la producción intelectual y académica de los simpatizantes de la gestión que terminó en diciembre, quizá sin saber el daño que se autoinflingía.

Y, sin embargo, Kulfas sale airoso del desafío intelectual que se propone. Lo hace como un equilibrista, sin sacar los pies del plato ni renunciar al método de análisis que patentaron en los años ochenta desde la filial local de FLACSO investigadores consagrados como Daniel Aspiazu y Eduardo Basualdo, cuyos discípulos cuarentones (Nicolás Arceo, Mariano Barrera, el propio Schorr) terminaron la última década divididos –y en algunos casos hasta enfrentados– entre defensores y detractores del kirchnerismo, como casi toda familia progresista.

El autor extrae una conclusión interesante de la accidentada y extensa narración de los años kirchneristas: que sus gobiernos “fueron más hábiles en el cuestionamiento y la puesta en crisis de los preceptos del viejo régimen que en la formulación de las pautas de un sistema alternativo”. Que su ductilidad “pudo observarse mejor en el manejo de conflictos (que los hubo, y muchos) que en la planificación y gestión en tiempos de paz”. Pero que marcaron el fin del experimento neoliberal donde debe buscarse la explicación de un rendimiento productivo tan decepcionante como el del país en el último cuarto del siglo XX.

Lamentablemente, esa habilidad para combatir a la ortodoxia económica se quedó renga al no haber podido ofrecer a las mayorías un horizonte superador cuando la situación externa dejó de acompañar y cuando se agotó el combustible político del conflicto per se. Las viejas ideas del derrame y la apertura irrestricta vuelven a estar hoy “situadas en un ámbito de superioridad y dotadas de un supuesto halo de cientificidad”, tal como antes de las irreverencias K más valorables (la estatización de las AFJP, la intervención en los directorios de las grandes empresas o la estatización –tardía– de YPF), y más por error propio que por mérito ajeno. Pero que un ex funcionario haga una autocrítica tan sincera a pocos meses de que el péndulo se haya echado a mover en la dirección contraria no deja de ser un reflejo de vitalidad de la heterodoxia, si tiene aún algún significado una categorización tan vaga como esa. Vendrían bien algunas más.

Además de eso, Los tres kirchnerismos es también una buena piedra para tirarle a la vidriera ideológica del gabinete de los CEO. Un capítulo jugoso se aboca a desbaratar la tesis de la declinación, que endiosa al viejo granero del mundo soslayando su carácter desigual y oligárquico y que pondera aquel séptimo lugar en el ranking del ingreso per cápita que llegó a ocupar Argentina en 1908. Con los números justos y en base a un breve estudio comparado con las trayectorias de Estados Unidos, Australia, Chile, Brasil y Canadá, Kulfas muestra que el momento en que “se jodió la Argentina” –como dirían Vargas Llosa o su caricaturesco remedo porteño Fernando Iglesias– no fue el peronismo, como sostienen los tesistas de la declinación, sino la última dictadura militar, con su proyecto deliberadamente antiindustrial, sus más de 15 mil fábricas cerradas y sus 27 trimestres consecutivos de caída del empleo en el sector manufacturero.

Los cursos de acción copy-paste que proponen con candidez impostada y con marketing de charla TED alfiles de Macri como Gustavo Lopetegui o Francisco Cabrera (“tenemos que hacer como hace Australia”, “no hay nada que inventar”, “elijamos un país desarrollado y usemos las recetas que le funcionaron”) soslayan la historicidad de los procesos de acumulación, la naturaleza del colonialismo y el imperialismo y la indisimulable propaganda de los viejos países proteccionistas y estatistas contra el proteccionismo y el estatismo de la actualidad. Como si el coreano Ha-Joon Chang no hubiese escrito su Retirar la escalera, y como si no fuera bastante obvio ya para los estructuralistas o los marxistas la idea principal de Chang: que las potencias industriales procuran que los países atrasados no apliquen las recetas que les permitieron a ellas dejar de serlo.

La tesis de que no hay un modelo kirchnerista puede resultar frustrante para quienes se educaron en la lógica de bancar y ahora pretenden resistir con aguante, desde el parque Centenario o cuando hace frío tuiteando frente a la TV clavada en alguno de los conductores-estampita que sobrevivieron a la limpieza étnica del macrismo. Pero sin dudas resulta útil para entender las contradicciones de una época que además de Moreno y De Vido tuvo como protagonistas a Alberto Fernández, Roberto Lavagna, Amado Boudou, Sergio Massa, Sergio Berni, Mercedes Marcó del Pont y Axel Kicillof. Y también las contradicciones de una región que navegó una de sus décadas más dinámicas de la historia, en las que cada país combinó como pudo Estado con mercado, ortodoxia con heterodoxia y políticas sociales con inversión extranjera.  

Matías Kulfas, Los tres kirchnerismos. Una historia de la economía argentina 2003 – 2015
Siglo XXI Editores, 2016, 240 páginas

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Alejandro Bercovich escribe sobre “Los tres kirchnerismos”, del ex funcionario Matías Kulfas.
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sagat / la patria es del otro / los modales del modelo
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Alejandro Bercovich
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la indomable brutalidad del fútbol

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E l escenario es un lugar común para hablar de fútbol: asado y botellas de vino. En torno a la mesa se instalan editores y colaboradores de crisis. Ángela Lerena, periodista de Fútbol para Todos, refulge como invitada especial. La composición es sinónimo de federalismo: tres canallas y un leproso siempre a punto de chicanearse, un tatengue que tal vez vencido por el alcohol admitirá que el FPT le permite ver a su equipo en Canal 7, un bostero compenetrado en su rol de asador, un cervecero que cambia rubia por tinto porque según dice “viene más amarga que hiel” y los dos periodistas que no confiesan —ni antes ni después del vino— el color de su pasión. 

Fernández Moores, editor de Deportes en Latinoamérica de la agencia italiana ANSA y columnista de La Nación, insistirá a lo largo de la noche con que la pesada corporación del fútbol ha sido la única capaz de conjurar un riesgo acechante: la modernidad. “Cuando alguien frena la modernidad yo lo festejo”, repite mientras pasa una bandeja con cortes de carne a precio dólar.

¿Sentís que hay un salto cuantitativo en lo que se refiere al lugar del capital financiero en el fútbol durante la última década?

—Sí, seguro, pero porque sucede en el mundo. ¿Dónde está la guita hoy? Está oculta en paraísos y entonces cómo no pensar que eso se va a dibujar en algún lado después. Me parece muy fácil demonizar el fútbol. Si vos pagaste cincuenta millones de dólares por un Van Gogh es obvio que ahí también hay un negocio raro. El fútbol es más visible en un sentido, es más ruidoso. Cuando llegó Abramovich al Chelsea cuentan que en el primero o segundo partido escuchó que los hinchas coreaban su nombre en un canto, pero él no entendía nada. Entonces le pide a uno de ahí si puede traducirle. Y los hinchas cantaban: “No nos importa de dónde sale tu guita, si viene de las putas, si viene del lavado, si viene de la merca, lo único que importa es que el Chelsea sea campeón: ¡Abramovich!”. En cierto sentido el fútbol es mucho más brutal e incluso menos careta.

Es decir, para vos el fútbol sale airoso de esa amenaza que trata de parasitarlo.

—No es que quiera hacer un panegírico pero lo que quiero decir es que el fútbol expone más las cosas a veces. Yo creo que sufre como otros sectores. Pero cuando Menem privatizó el aire, el agua, el pan, quiso privatizar los clubes de fútbol y no pudo. No digo esto como un elogio. Pero la corporación del fútbol pudo más que la cruzada privatizadora del menemismo. El fútbol es una corporación tan poderosa que le dijo “no” a las sociedades anónimas. Tinelli se comía a los chicos crudos, y el fútbol le mete un 38 a 38 [se refiere a la última elección en AFA que terminó empatada en 38 votos aunque había un total de 75 dirigentes]. Por un lado, decís qué vergüenza, qué desastre, pero por otro lado no paraba de reírme. Tinelli estaba ahí, desorientado. En esa conferencia de prensa era un pollito mojado. Al tipo que ganaba todo, que fumaba abajo del agua, el fútbol le dijo “pará un poquito, nene”. Entonces hay algo de esa corporación, de ese poder corporativo, conservador, que tiene un costado indomable para cierta modernidad, porque puede decirle: saben qué, yo soy el fútbol.

Grondona encarnaba claramente esa corporación.

—Él entendió eso como nadie. En el mundial de Sudáfrica, Grondona tomaba un cafecito todos los mediodías en la confitería del hotel de la FIFA. Vos ibas ahí y lo encontrabas. Un día estaba en el bar con él y aparece Platini. No sé qué le dice Platini, que ya se perfilaba como el próximo presidente de la FIFA, pero Grondona le responde no en criollo, tampoco le habla en porteño, les juro que no le habló ni siquiera en Sarandí, le habló en Crucecita, el pueblito donde nació. ¡No se le entendió nada! ¿Vos creés que se molestó en que Platini lo entendiera? Ahí me di cuenta que eso era el poder. Grondona no hace el más mínimo esfuerzo y habla en Crucecita básico y Platini tiene que esforzarse en entender qué le está diciendo. Ahí me dije, “¡qué clara la tiene este hijo de puta!”.

todo pasa de rosca

Algunos filósofos contemporáneos utilizan la figura bíblica del katechon para dar cuenta de un mal menor que es capaz de conjurar el advenimiento de un mal mayor, quizá definitivo. Ezequiel Fernández Moores encuentra esa función de contención en las dos bestias pop más importantes del fútbol a nivel local e internacional: AFA y FIFA. “¿Y qué cosa no es como el peronismo acá?”, responde con sorna después de que se compara ese movimiento de masas con la institución madre del fútbol argentino. Las risas interrumpen la charla pero nadie acusa de gorila a nadie, todo un mérito a esa altura de la velada cuando ya las botellas sin corcho se acumulan debajo del parrillero. En Fernández Moores parece primar menos la resignación política que una cruda lectura de las fuerzas anacrónicas que resisten los intentos por reducir al fútbol a un segmento más de la especulación financiera.

¿Cómo resumirías este peligro de modernización del fútbol?

—El fútbol entendido como una acción bursátil. La Lazio, por ejemplo, era un equipo guau, por donde pasaron muchos jugadores argentinos. Sergio Cragnotti era un dirigente que decía “yo no les voy a dar los jugadores a la Selección Argentina porque mi club cotiza en bolsa y entonces las acciones pierden valor; y si no hay que indemnizarme para que yo les dé a Verón o a Simeone”. Empezó con ese discurso el tipo, después terminó preso por lavado de dinero. Y hablaba de fútbol moderno, siglo XXI, y todo eso. Entonces la mafia del fútbol, que esta vez se elevaba a niveles de la FIFA y ya no de Grondona, le dijo a esta gente: saben qué, vamos a hacer un calendario FIFA y ustedes van a tener que respetarlo. Es obligatorio. 

Pero la FIFA acaba de sufrir una intervención de la justicia sin precedentes.

—Una vez que se agotó la extorsión al poder económico occidental, ahora vienen qataríes, árabes, rusos: “ustedes son mala palabra en el mundo económico porque los ven raros pero nosotros les abrimos las puertas. Su dinero es nuestro dinero”. Y llegaron a la locura de darles el mundial a Qatar. ¡Eso fue un exceso! Yo no tengo dudas de que a Blatter le hicieron una cama porque se pasó de rosca. Se subió al caballo de Troya y cruzó los Andes, cruzó todo y le dijeron basta. El día que vi a esta fiscal del FBI, del Departamento de Justicia, Loretta Lynch, dando una conferencia de prensa diciendo que lo hacía por el bien del fútbol y no sabía ni quién es Messi, yo dije esto no me cierra. Acá hay otra cosa, no es por el bien del fútbol, es otro tema, no me jodas.

¿Alguna vez te imaginaste preso al CEO de TyC Sports en Estados Unidos?

—No, si la FIFA es el Vaticano y tiene su inmunidad política. Ojo que esto no lo digo exagerando. La Conmebol tenía inmunidad diplomática, tenía una placa en el edificio en la que decía “acá no pueden entrar los jueces”. Por ley número tanto, acá no entra un juez. Era insólito pero funcionaba así. Y la verdad que no se metió la justicia, se metió Estados Unidos, que era el único que se podía meter en la mafia del fútbol y decir “córtenla”. Yo no les creo que sea por la moralización del fútbol, pero sólo este poder podía hacer una cosa así.

La muerte de Grondona parece haber dejado un vacío muy difícil de llenar hoy en día. ¿Qué lectura hacés de esa batalla por la sucesión?

—Grondona, para darte un ejemplo, no tenía ni idea de lo que pasaba en el mundial de Sudáfrica. Yo le preguntaba: “¿Vio que hubo un despelote en el estadio tal?”. “Ah, sí, en qué estadio fue, querido”, te decía. Pero sabía perfectamente lo que pasaba en la Argentina. Me llegaba a comentar notas de Clarín sobre temas judiciales. Él administraba poder. Estaba en otra cosa el tipo.

Ahora encontrás árbitros que te dicen que con Grondona estaban más cómodos. El tipo era un garante de un nivel de organización que se perdió.

—En su manejo mafioso, para que él fuera realmente Don Julio, el padrino, tenía que atender al club chico de la primera D como al de la primera A, y que el chico diga “este tipo me da bola”. Y lo hacía. 

¿Sería Moyano su sucesor hoy?

—Y sí. Si Tinelli representa la línea del fútbol más entendido como espectáculo, a Moyano lo supondría más como ese poder corporativo que para bien o para mal es el fútbol. A la vez esa divisoria es muy esquemática. Tinelli hizo un laburo bárbaro en San Lorenzo. Pero volviendo a Moyano, supone ese poder corporativo para bien y para mal. Para bien al decirle a la modernidad “no, flaco, no me interesa la modernidad porque yo soy el fútbol. Entendé primero vos mis reglas porque están primero que las tuyas”. Eso me parece extraordinario. Cuando alguien frena la modernidad yo lo festejo. Lo malo es que Grondona construyó ese poder ahí atornillado, eternizado, y la impunidad se convirtió en inmunidad y la democracia no tuvo lugar. Incluso la votación del 38 a 38 es democrática después de lo que vivimos durante 35 años. 

¿Creés que esa democracia va a profundizarse o puede surgir otro dirigente que se eternice?

—No, imposible un Grondona II, no hay forma, porque el fútbol se ha convertido en un negocio ya no en términos económicos, sino en términos de acumulación de poder, demasiado apetecible para dejárselo únicamente al fútbol. Que un presidente de un club de fútbol pase a ser presidente de un país es todo un dato. Siempre dicen “ah, están politizando el fútbol” para criticar al populismo. Pero la verdad es que los más grandes ejemplos de uso del fútbol han sido de parte de conservadores. Desde las dictaduras hasta ciertos gobiernos que han utilizado al fútbol como nadie. Y a Boca lo usa el PRO.

¿Qué pasa cuando un personaje oscuro como Gustavo Arribas queda al frente de un organismo clave como la Agencia Federal de Inteligencia (AFI)?

—Cuando un tipo que puede haber sido socio tuyo o testaferro tuyo en negocios ahora está al frente de un sector tan sensible como ese, lo que vos interpretás es que está cuidando negocios. Arribas crece cuando Macri descubre cómo es el negocio de la transferencia de jugadores a través de Gustavo Mascardi. Mascardi era el gran agente de pases de Boca. Lo que se decía entonces, y sin pruebas, era que Macri vio el negocio y dijo: “¿por qué se va a llevar esa guita Mascardi?”.

 

zeitgeist con totin

Cuando se exalta demasiado en un análisis, Fernández Moores larga una carcajada contagiosa para apaciguar el clima. Su realpolitik es brillante porque evita el lugar fácil de la crítica testimonial pero a la vez revela la posición defensiva, conservacionista, en la que se ve arrinconado el pensamiento crítico en la Argentina de hoy. La circulación de bandejas con carne no amaina y nadie se atreve a dejar pasar esos pequeños lingotes comprados con tarjeta en una pulcra carnicería de Villa Urquiza. “Existe una palabra alemana —zeitgeist— que significa el espíritu de los tiempos. ¿Qué es el espíritu de los tiempos? Que lo que estaba antes absolutamente mal ahora puede estar bien; que lo que hoy está bien, mañana puede estar mal. Cosas que parecían imposibles en Argentina unos años atrás, hoy son un debate absolutamente posible” dice y, acto seguido, ubica el cambio cuando dejó de desayunar sin el humor de los mercados, sin saber quién era el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y sin saber qué opinaba la Iglesia. “Y ahora, de repente volvés a saber qué opinan los mercados y el FMI”, agrega mordiéndose los labios mientras toma un sorbo de tinto. 

 

¿Te resulta verosímil que se privaticen los clubes con la excusa del derroche de dinero?

—Sí, por qué no. Yo creo que al negocio del fútbol no lo podés medir únicamente a partir de lo económico. No es uno más uno dos. Macri podía perder guita en Boca porque su paso por ahí permitió que dejáramos de llamarlo Macri. El fútbol permitió que le dijeran Mauricio. Boca ganó todo y terminó siendo jefe de gobierno y presidente de un país. Cuando los qataríes, los rusos, los árabes, los chinos, ponen guita en el fútbol y pierden, porque pierden, están buscando visibilidad para otros negocios. Entonces, pretender que las cuentas del fútbol tienen que cerrar, me parece una ingenuidad, es no entender qué es el fútbol. Real Madrid o Barcelona, que son sociedades anónimas tienen una deudas gigantescas, como 500 millones de euros cada uno.

Pero, ¿no te parece que Macri tira la idea de transformar en sociedades anónimas a los clubes porque encuentra un contexto social que puede apoyar una medida así?

—Y los dirigentes se la dejan picando porque en nombre de las asociaciones civiles se cometieron barbaridades. Ahí te quedás sin defensa. Me parece lógico ese avance porque aparecen sociedades anónimas en casi todas las ligas oficiales del mundo. Lo que yo no me compro es que me lo vendan como una panacea. A mí lo que me enoja es que me digan que esa es la solución. Pará, flaco, si desde que obligaron a los clubes a convertirse en sociedades anónimas deportivas quebraron como quince, entre clubes de primera y segunda, en España. 

¿Cuánto tiempo le queda a Fútbol para Todos (FPT)?

—Yo creo que a duras penas van a defender lo de la Televisión Abierta. Igual, seguir con este sistema donde el Estado pone guita para que hagan negocios los privados no tiene mucho sentido.

El Estado pone el noventa por ciento y los privados ponen el diez pero se quedan con todas las ganancias. En cinco partidos recuperan la inversión y les queda el resto de las fechas como ganancia. ¿Es así?

—Ellos argumentan que está inflado el valor del segundo y que la guita que supuestamente ganarían no es tal y hasta dicen que pierden. Bueno, suponete que les creo ese discurso, ¡pero te calentó la pantalla gratis! El negocio puede ir por otro lugar. A mí me gusta el sistema FPT, emprolijando todo lo que necesite emprolijarse, pero si hay un sistema mixto yo no voy a rasgarme las vestiduras. Por algo en otros países del mundo funcionan distintos sistemas y no uno único de televisar solo desde el Estado. Y me parece que en una región del mundo en donde el Estado se confunde fácilmente con el gobierno de turno, porque ahora se ven las consecuencias de eso también, es un riesgo. Entonces no me parece mal que haya un sistema mixto y que algún partido pueda verse por cable. Si yo lo quiero ver en HD que me cobren un canon no me parece mal. Porque la paradoja del FPT fue que enriqueció al grupo Clarín. 

¿Por qué? ¿El Estado no le sacó la exclusividad a Clarín?

—Porque empezó el negocio del HD. Lo que antes pagabas ahora lo tenés gratis y lo seguís explotando económicamente. Yo hablé con gente de Cablevisión y estaban felices y te decían: “los balances están mejores que nunca. Dejamos de pagar derechos, los seguimos teniendo y creció la audiencia por el HD”. Había algo del negocio que entra en otra lógica. 

¿Qué pensás del proyecto de la Super Liga made in España?

—La puja por el negocio del fútbol mezcla elecciones en la AFA, presiones alevosas del gobierno, Super Liga, nuevo contrato de TV y Clubes S.A. Si hasta nos traen a un tipo (Javier Tebas, presidente de la Liga de España) que nos vende un modelo de Liga en la que ganan dos, tiene el mismo presidente de Federación hace treinta años y su máxima figura es argentino. Un día, como sucede en el momento en que estamos teniendo este diálogo, los clubes más grandes amenazan con renunciar y armar un campeonato paralelo, pero intuyo que forma parte de la batalla para ver cómo se reparte la torta del posgrondonismo.

Copete: 
Ezequiel Fernández Moores es nuestro Woody Allen futbolero. Con su calva prominente y anteojos culo de botella, se diferencia de una estirpe de periodistas cada vez más parecida a los jugadores. Tampoco destila la solemnidad de un Cherquis Bialo, un Víctor Hugo o un Macaya Márquez. Para desmentir al típico progresista enojado, para quien todo es un negocio, se jacta de que el fútbol argentino le pone un cepo a la modernidad. Y a veces lo consigue.
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diálogos / hablar en crucecita / afa vs afi
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Juan Pablo Hudson
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el general no tiene quien le crea

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Un año después de haber dejado la jefatura del ejército, César Milani presiente que su suerte puede empezar a cambiar. Con una indagatoria agendada en La Rioja por tres secuestros ocurridos entre 1976 y 1977 y con la orden de la Cámara Federal de Tucumán de investigar su rol en la desaparición forzada del conscripto Alberto Ledo, el ex-jefe militar salió a denunciar que era víctima de una operación de inteligencia en una extensa entrevista radial mientras sus abogados presentaban una nulidad para suspender la audiencia que estaba convocada para el día de hoy.

En julio de 2015, el fiscal ad hoc Luis Martínez solicitó al juez federal Daniel Herrera Piedrabuena que citara a indagatoria a Milani junto con el ex magistrado Roberto Catalán por el secuestro de Alfredo Olivera y su padre, Pedro Olivera. También sumó la denuncia de Verónica Matta, quien denunció haber visto al entonces subteniente Milani cuando era torturada en La Rioja en 1976. Piedrabuena decidió avanzar con la causa pero a última hora de ayer los querellantes y los fiscales se notificaron que Milani no sería indagado. Una nueva artimaña jurídica había dado resultado mientras la onda expansiva de su última aparición mediática seguía teniendo réplicas.

“Llama la atención que en 40 años Olivera no me haya querellado”, sostuvo Milani en la entrevista con Radio Del Plata. “Yo lo denuncié en 1979”, replicó Alfredo Olivera desde La Rioja.

En la madrugada del 12 de marzo de 1977, un grupo de uniformados con armas largas y cortas entraron en la casa del barrio ferroviario donde vivía Pedro Olivera con sus hijos. Los despertaron y los llevaron al porche. Ahí estuvieron alrededor de una hora cuando un militar joven, al que Alfredo Olivera reconociera como Milani, dijo que se llevaba al padre de la familia para averiguación de antecedentes. Pedro Olivera fue conducido al Instituto de Rehabilitación Social (IRS), la cárcel que funcionó como el principal centro clandestino de detención provincial. Al padre de Alfredo Olivera lo liberaron a los dos días. Tenía medio cuerpo paralizado cuando sus hijos y su mujer lo encontraron en un sillón del porche, donde sus captores lo habían depositado.

Ese mismo día, el 14 de marzo, Alfredo Olivera fue secuestrado mientras se encontraba trabajando en las oficinas de la Dirección de Obras de Ingeniería de la municipalidad de la ciudad de La Rioja. También fue llevado al IRS y sometido a tormentos. Cuando la dictadura cumplía un año, el muchacho fue sacado y llevado al juzgado federal -- a cargo de Catalán. Milani estuvo en el traslado pero también ingresó al tribunal. Lo acusó de pertenecer al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). “A vos te cortamos la carrera justo”, le decía. Olivera fue trasladado a la Unidad 9 de La Plata. En 1979, nombró a Milani en una declaración.

“Fue por mi denuncia que Catalán lo citó a declarar ese año”, dice el ex-preso político. La declaración testimonial prestada por el militar el 28 de septiembre de 1979 fue tomada como prueba por el fiscal ad hoc Martínez. En ese entonces, Milani reconoció que se ocupaba de la custodia desde el establecimiento carcelario hasta la sede del juzgado.

"Dice que un Teniente Milani fue a la casa para llevarse al padre. Pero cuando pone a los responsables de la Dirección de Derechos Humanos no me pone a mí. Dice que se olvidó, también se olvidó durante 40 años de querellarme", se quejó Milani en la entrevista con Daniel Tognetti y Raúl Kollmann.

En 1984, el entonces gobernador de La Rioja, Carlos Menem, creó la Comisión Provincial de Derechos Humanos para recabar información sobre los secuestros y desapariciones que se habían producido en la provincia durante el terrorismo de Estado. Conformada por diez notables provinciales, la comisión tenía dos secretarios de actuación. Uno de ellos era Alfredo Olivera, quien relató su cautiverio. A diferencia de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) -- que funcionaba a nivel nacional, la de La Rioja sí incluyó una nómina de represores en la que no fue incorporado el nombre de Milani pese a constar en el testimonio de Olivera. “En la comisión, leíamos los testimonios e íbamos sacando los nombres. Se nos pasó pero el testimonio está en los documentos”, insiste Olivera, quien recuperó la libertad en 1981.

El tercer caso por el cual el juez Herrera Piedrabuena quiere indagar a Milani es por el secuestro de Verónica Matta, quien denunció a Milani en 2014. La mujer participó de una audiencia pública en el Congreso y allí dijo que finalmente pudo ponerle nombre a la cara de un militar joven que vio mientras era torturada en el IRS. Prestó testimonio tiempo después ante el fiscal federal Guillermo Marijuan y éste le remitió la declaración a su colega riojano.

intersecciones

La designación de Milani al mando del ejército le generó más de un dolor de cabeza a la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Tras la impugnación del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) del 22 de julio de 2013, el kirchnerismo decidió postergar hasta después de las elecciones de medio término el debate en el Senado para aprobar el pliego del militar. Con el Frente para la Victoria (FpV) derrotado en la provincia de Buenos Aires y después de que una rebelión policial se extendiera por el territorio nacional, CFK le ordenó al jefe de la bancada kirchnerista, Miguel Ángel Pichetto, reactivar el debate en la Cámara Alta, donde se aprobó la nominación el 18 de diciembre. Milani decidió hacer un descargo a la impugnación del CELS y negó haber estado al tanto que el IRS funcionaba como un centro clandestino o de que el Batallón de Ingenieros comandaba la represión en la provincia.

En paralelo, en la justicia se esforzó por demostrar que no estaba en La Rioja cuando fueron secuestrados Alfredo Olivera y su padre. De acuerdo al requerimiento del fiscal ad hoc del año pasado, en la causa hay discordancias entre el informe de calificaciones que aportó el Ministerio de Defensa y el que envió el propio Milani. Según el documento que hizo llegar el militar que pasó a retiro en junio del año pasado, él salió en comisión a Catamarca el 10 de marzo de 1977 y regresó el 15 de junio a La Rioja. Sin embargo, el ministerio sostiene que recién partió a Catamarca el 14 de junio de 1977, meses después del secuestro de los Olivera.

Sin embargo, los testimonios que vinculan a Milani con la represión en La Rioja datan de 1976. El secuestro de Matta se produjo en julio de ese año, cuando Milani supuestamente ya había regresado a La Rioja, donde prestaba servicio como subteniente del Batallón de Ingenieros de Construcciones 141. En el batallón tenía asiento la comandancia del área del 314, a cargo de la represión en la provincia.

El 16 de julio de ese año fueron secuestrados el arqueólogo Adán Roberto Díaz Romero y César Minué. Testimonios señalaban que los dos hombres habrían sido vistos en el Batallón. Los dos eran amigos de Alberto Agapito Ledo, al igual que Matta.

Alfredo Olivera y Alberto Ledo nacieron con cuatro días de diferencia en julio de 1955. Vivían en el mismo barrio pero no se conocían más que de vista. Olivera sí conocía a Graciela Ledo, la hermana del conscripto desaparecido. Había sido su maestra de catecismo. A Ledo lo vio en 1976 -- días antes de que fuera incorporado al servicio militar obligatorio y llevado a Tucumán para no volver más -- en la capilla del barrio.

“A Ledo lo llevaron a Tucumán porque lo tenían identificado”, dice Olivera.

bajo bandera

Ledo estudiaba Historia cuando salió sorteado para hacer el servicio militar en el Batallón de Ingenieros de Construcciones 141. Junto a otros conscriptos y soldados fue llevado el 20 de mayo de 1976 a Monteros, Tucumán, en el marco del Operativo Independencia. En la noche del 17 de junio de 1976, el capitán Esteban Sanguinetti requirió en tres oportunidades la presencia de Ledo, relataron testigos. Ésa fue la última vez en que lo vieron. Es uno de los 129 víctimas que se cobró el terrorismo de Estado mientras se encontraban bajo bandera que documentó José Luis D’Andrea Mohr.

Ledo había estado tocando la guitarra en un fogón esa noche, relató en 2013 Orlando Orihuela, compañero de conscripción de Ledo. Marcela Brizuela de Ledo viajó hasta Monteros el 4 de julio de ese año para saludar a su hijo por su cumpleaños. No lo encontró. Le dijeron que había desertado. Según contó su hija, fue el propio Orihuela que le dio un par de lentes del conscripto. La mochila de Ledo había quedado en la cocina del campamento pero la retiraron al día siguiente de su desaparición.

En la entrevista con Radio Del Plata, Milani dijo que no le constaba que Ledo hubiera sido asesinado. Ni vivo ni muerto.

“Milani no puede negarnos que participó de la maquinaria genocida. Estaba bajo bandera. El ejército tenía la obligación de cuidarlo”, remarca su hermana.

El 22 de junio de 1976, Sanguinetti le ordenó a Milani investigar la supuesta deserción de Ledo. “Una profunda investigación”, dijo Sanguinetti que le ordenó a su subordinado. Milani viajó a Famaillá para conseguir una máquina de escribir y labrar el acta. No investigó qué había pasado con el muchacho al que algunos testigos refieren como su asistente. Supuestamente se limitó a volcar la información que el sargento ayudante Roberto Lotero le había suministrado, Milani escribió en su descargo al CELS.

El juez federal Daniel Bejas procesó en 2013 a Sanguinetti, pero sigue sin resolver la situación de Milani. El 31 de mayo pasado, la Cámara Federal de Tucumán volvió a ordenarle al magistrado que indague al ex-jefe militar, como ya había hecho en octubre del año pasado. En diciembre de 2014, el fiscal federal Carlos Brito había solicitado la indagatoria de Milani.

piruetas judiciales

Antes de que CFK decidiera aplazar el tratamiento de su pliego en el Senado, Milani quiso lavar su nombre ante los tribunales federales, los mismos que ahora evita.

El 18 de julio de 2013, llegó a La Rioja para brindar una declaración espontánea ante Herrera Piedrabuena. “Milani niega terminantemente los hechos que se le atribuyen”. Un día después, hizo su aparición ante Bejas en San Miguel de Tucumán. El 21 de julio repitió sus argumentos en una entrevista con Página/12. El CELS lo impugnó al día siguiente.

Milani hizo todo lo posible para no ser indagado en las dos provincias, aunque sus esfuerzos se centraron especialmente en La Rioja, donde la causa parecía avanzar a paso más firme. La investigación estuvo en manos de la fiscal subrogante María Elena Kunath, que promovió la acción penal. La causa volvió al fiscal federal Darío Illanes, a quien desde la Procuración General le hicieron llegar el apoyo para avanzar con la causa. Millani recusó a Illanes y la investigación pasó a manos del fiscal general Michel Salman, quien en abril de 2014 adhirió al pedido de la defensa del entonces general para declarar la nulidad de la instrucción. La causa llegó a la Cámara Federal de Córdoba, donde el fiscal Alberto Lozada insistió en que había elementos para que se presentara ante el juez. Milani llevó la causa hasta Casación Federal pero la Sala IV le dio la espalda a su planteo en febrero y el juez riojano decidió finalmente avanzar.

En Tucumán, intentó deshacerse de Brito después de que pidiera su indagatoria. Solicitó su juicio político pero Alejandra Gils Carbó rechazó el pedido el 15 de enero de 2015, mientras la denuncia de Alberto Nisman contra CFK ocupaba las tapas de todos los diarios.

En su última aparición pública, Milani no sólo culpó a la “presión mediática” por las investigaciones en su contra sino que también sugirió que había caído en desgracia junto a otros funcionarios kirchneristas como parte de un contraataque de sectores de los servicios de inteligencia que fueron desplazados de la entonces Secretaría de Inteligencia (SI) en diciembre de 2014.

La designación de Milani un oficial que no venía de las armas que tradicionalmente comandan la fuerza— causó sorpresa y alimentó las versiones que señalaban que, en realidad, CFK estaba montando un aparato de inteligencia que le fuera leal. Para el 18 de diciembre de 2013, cuando se votó el ascenso de Milani en el Senado, ya circulaba la información del enojo de CFK con el número dos de la SI, Francisco "Paco" Larcher, quien supuestamente había llegado tarde para informar que Sergio Massa iba a jugar en la provincia de Buenos Aires.

Al hablar de una operación de los servicios, el ex-militar, que según los registros sirvió en inteligencia desde 1983, reconoció un secreto a voces: cómo la inteligencia opera para hacer caer, obstaculizar o avanzar investigaciones judiciales. Las similitudes, a veces, no son meras coincidencias.

Copete: 
Estaba previsto que ayer César Milani, ex jefe del Ejército Argentino y actual socio de Guillermo Moreno en el negocio gastronómico, fuera indagado por la justicia federal riojana en la causa que investiga el secuestro de Alfredo y Ramón Olivera en 1977. Sin embargo el militar volvió a escurrirse con otro triunfo de su estrategia de defensa basada en estirar (más) los tiempos de los expedientes. Antes, por la dudas y como una posdata tragicómica de su derrotero, le echó la culpa de todos sus males a los servicios de inteligencia.
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César Milani / ni vivos ni muertos / otra oportunidad
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Autor: 
Luciana Bertoia
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Ezequiel García
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mi amigo invisible

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H ay muchas leyendas. Una dice que fueron reemplazados por máquinas, allá en la posguerra; otra, que fueron expulsados por los agroquímicos y nuevas maquinarias en los noventa; ahora se los habrían comido las computadoras y los drones. Los trabajadores manuales de la agricultura vendrían a ser una especie en extinción en el desierto verde. Y en parte es cierto. 

Cuando comenzó a gestarse el agronegocio argentino, allá por los años setenta, la soja casi no existía y crear un quintal de maíz demandaba una hora. Hoy, con el nuevo paquete tecnológico, hacer lo mismo lleva solo tres minutos y la mitad de puestos de laburo. La cosecha de maíz se triplicó y, sumando todos los cultivos, la Argentina produce cuatro veces más granos. La ciencia parece haberlo hecho y el futuro ya llegó: CEO's, managers, inversores, ingenieros, productores-empresarios, contratistas en red y científicos del palo manejarían los hilos desde oficinas y laboratorios. El atávico sueño burgués de la fábrica sin trabajadores sería al fin una realidad en las pampas argentinas.

Pero no. Hay por lo menos 60 mil tipos difíciles sin los cuales la cosa no anda y se cae toda la parafernalia del agronegocio. Alguien tiene que apretar el botón, enchufar la manguera, bajar la palanca, mirar la pantalla, llenarse de polvo y calibrar engranajes o poleas. En fin, lidiar con la inevitable materialidad de la producción capitalista. Son los operarios de maquinaria agrícola, una peculiar subespecie de la clase obrera rural a cargo de ejecutar el 80 por ciento de la siembra y la cosecha de los granos argentinos. Son muchos menos que antes y están doblemente invisibilizados: por sus condiciones de laburo y por el discurso dominante del agronegocio. Pero en términos relativos su importancia ha crecido doblemente. Por un lado, porque las maquinarias y los agroquímicos no funcionan solos ni crean valor por sí mismos, aunque multipliquen la productividad del trabajo. Y, por otro, porque fruto de la concentración económica y la polarización social, estos proletarios desposeídos se diferencian nítidamente de los chacareros, contratistas, campesinos o agricultores familiares. Lejos de prescindir de ellos, el capitalismo agrario descansa cada vez más sobre las espaldas de los trabajadores asalariados.

Esta raza de operarios está hecha de personajes algo opacos de buen humor, mansos pero impredecibles, que viven a churrasco, puchos y mate, y a quienes el trabajo entre los fierros y la tierra ha premiado con unas manos enormes y eternamente llenas de mugre. Poco que ver con las pantallas táctiles y las probetas, hacen girar la rueda maestra de un negocio multimillonario. Parados en ese lugar estratégico, su explotación y disciplinamiento es el secreto mejor guardado de la cúpula burguesa-terrateniente argentina, cuyo top 20 embolsa alrededor de 10 mil millones de dólares anuales sólo en concepto de renta. Estos obreros les levantaron la cosecha salvaje de 2008 por un sueldo y no se quedaron con más del 1,5 por ciento de la facturación. Y a la hora de distribuir ingresos netos, por cada peso que quedó en los bolsillos proletarios fueron a parar 24 para el 10 por ciento de firmas que comercializan el 80 por ciento de la soja. Al final, a la hora del reparto no todos eran “el campo”.

si no hay derrame, hay milagro

En diciembre de 2015, el combo de devaluación y quita de retenciones retransfirió a la burguesía agraria alrededor de 3.700 millones de dólares. De un saque, el macrismo aumentó un 118 por ciento los ingresos a los productores de girasol, un 88 por ciento a los de trigo, un 81 por ciento los de maíz y un 30 por ciento a los sojeros. Pero el convenio salarial de noviembre no se movió un milímetro de los 12.403 pesos para los operarios de maquinaria. Así, al resignar su cuota de renta y mantener los salarios en ese nivel, el gobierno aumentó la desigualdad en la distribución del ingreso sectorial y bajó en términos relativos sus costos laborales. 

Nada de eso se nota demasiado tranqueras adentro: “acá estamos cosechando lo más bien”, tranquiliza Chuca sin largar el volante de la cosechadora. “En otras zonas no, están mal por el agua. Pero acá está seco y estamos yendo al 10 por ciento nosotros. Nada que ver con el año pasado”. Chuca cobra a destajo 100 pesos por hectárea. Laburando a este ritmo puede llegar a levantar 72 mil pesos en tres meses. Serán 6 mil mensuales repartidos en el año, sumados a los 7.680 que recibirá por la categoría mínima oficial en la contraestación, junto a otro plus de la siembra y alguna otra changa que consiga. Sus compañeros temporarios sufrirán más cuando termine la temporada. Pero, mal que mal, están contentos con el gobierno que votaron. Si en su zona no llovió tanto o escurrió el agua, muerden parte de los beneficios al sector con dos o tres puntos más de destajo. Y aunque en definitiva volvieron a perder terreno en la carrera, nadie compara cuánto cobra en relación a lo que se llevan los empresarios: lo confrontan con sus propios ingresos y gastos cotidianos. Con tarifas que hace mucho les llegaban sin subsidios, sin usar transporte público, ni obligados a pagar Ganancias, la inflación les pelea con algunos jugadores menos y este semestre le pueden ganar algún round con esa mejora relativa del destajo. Ahora o nunca.

Además, otro pequeño gran truco patronal, que consiste en medir el tiempo de trabajo en días o meses, los induce a percibir su paga mejor de lo que es. Una mala costumbre consagrada por el Régimen de Trabajo Agrario impuesto por la última dictadura (que rigió hasta 2011). Según ese criterio, laburantes como Chuca ganarían alrededor de “25 mil pesos mensuales”. El doble que el convenio, gracias al beneplácito patronal: el crimen perfecto. Pero con el reloj en la mano la cosa cambia. Los obreros agrícolas se la pasan subidos a las máquinas no menos de 8 horas diarias en otoño-invierno y hasta 16 en verano. Antes y después, les toma una o dos horas más preparar los fierros a la mañana y dejarlos diez puntos al final del día. Además, casi todos los grupos de operarios pasan las noches en pequeñas casillas donde se encuentren trabajando, manteniéndose bajo la supervisión del patrón hasta cuando están durmiendo. De modo que, sumando el tiempo de trabajo activo y el pasivo, su jornada es triple. Y peor en la siembra, cuando en vez de descansar es común que pasen la noche manejando, como cuenta Rafael: “llegué a pasar 48 horas trabajando sin dormir, arriba del tractor. Otras veces 24 o 36 horas, que fue el patrón y él mismo hasta me bajó.” 

Volviendo a los relojes: los tres meses en que Chuca levanta sus 72 mil mangos están hechos de 2.160 horas de trabajo activo y pasivo que se le pagan a 33 pesos cada una. Es decir, debajo de los 77 pesos por hora que prevé el convenio oficial por ocho horas de trabajo cinco días a la semana, y todo lo contrario de lo que propone el espejismo patronal que compara aquellos 12.403 pesos oficiales contra los “25 mil mensuales” que ofrecen con el destajo. No hay milagros en la “Segunda Revolución de las Pampas”.

el sujeto amarillo

Los operarios de maquinaria se acostumbraron a trabajar, aguantar, manejarse o protestar de manera bastante individual. Su sindicato no los estimula a otra cosa. Liderado por Gerónimo Venegas, el inefable “Momo”, es el principal support obrero del PRO en el interior bonaerense. Famoso por ser el gremio de más afiliados del país, pero el que firma los salarios más bajos. Curioso pero consecuente: un verdadero sindicato amarillo.

Volviendo al campo, si bien los operarios de maquinaria son el 70 por ciento de la mano de obra agrícola, se encuentran fragmentados en pequeños grupos de entre dos y seis personas, dispersos en millones de hectáreas. En ciertos casos, hasta trabajan totalmente solos. En otros, obreros permanentes y eventuales no llegan a estrechar lazos de confianza duradera en una temporada. Se trata de un sector de trabajadores atravesados por la dispersión y el aislamiento objetivo y subjetivo: entre sí, respecto de otros como ellos, y en relación al conjunto del movimiento obrero. 

La mayoría son empleados por pequeños y medianos contratistas. Es decir, propietarios de maquinarias que organizan el trabajo al servicio de otras explotaciones a cambio de una tarifa. Estos personajes funcionan como intermediarios laborales, que además de reclutar a pequeños grupos de obreros para realizar el trabajo agrícola, aportan sus maquinarias y su know-how. Con este esquema, Los Grobo S.A. llegó a explotar casi 300 mil hectáreas en el Cono Sur y facturar alrededor de 900 millones de dólares anuales. Lo hizo sin más que 180 empleados directos de cuello blanco. El resto de los 1.200 obreros rurales que trabajaron para la empresa lo hicieron solo indirectamente a través de estos dichosos contratistas. Algo similar a lo que ocurre con las grandes marcas de ropa y la pequeña industria textil en Buenos Aires. Sólo que, en vez de ocultarse en casas tapiadas en la ciudad, aquí escapan a la visibilidad pública al aire libre, por la lejanía en que realizan sus quehaceres y por su permanente movilidad en el territorio: pueden pasar hasta seis u ocho meses cosechando a medida que maduran los granos desde Jujuy o Chaco hasta Bahía Blanca, sin descartar pasarse a Paraguay, Brasil, Bolivia o Uruguay. En fin, la célebre “República de la Soja”. Andá a encontrarlos.

Este régimen de tercerización funcionó como un dispositivo de disciplinamiento en sí mismo, que dificultó la emergencia de liderazgos o experiencias de organización alternativas de su parte. En definitiva, ahora su trabajo no los nuclea, sino que los separa. Y no solo en el espacio o el tiempo, sino también socialmente: reduce al mínimo su cooperación colectiva en el proceso productivo y evita la reunión de un gran número de ellos bajo el mando y la paga de un mismo empleador, aunque todos ellos trabajen —indirectamente— para un mismo capitalista. 

Además de dispersar entre sí a los asalariados, este sistema los acercó socialmente a sus patrones directos, con quienes pudieron tejer una relación personal sin necesidad de mediaciones gremiales o burocráticas, y hasta compartir parte del trabajo manual. Con la tercerización laboral, entonces, la concentración del capital agrario conjuró la concentración de los trabajadores; y a pesar de agudizar la explotación económica, relajó la tensión política del vínculo salarial. Malas noticias para los fundamentalistas del “desarrollo de las fuerzas productivas como aproximación al socialismo”. Sin sujeto va a ser complicado.

Es un cuadro raro: los obreros se encuentran dispersos en vez de congregados; por momentos más cerca de sus empleadores directos que de la mayoría de sus pares; desorganizados y arrastrando décadas sin experiencias colectivas significativas. Es decir, un sector de la clase trabajadora sin ninguno de esos atributos a los que se la suele asociar. Salvo —nada más y nada menos— que por la desposesión, el vínculo de explotación y subordinación propio del trabajo asalariado. Esta última instancia de la condición proletaria crea y recrea permanentemente en los trabajadores, aquí o allá, el impulso a resistirse sin manuales.

una chispa en el desierto verde

Cuando nos conocimos con Chuca, hace cinco años, vivía prometiéndose a sí mismo organizar reuniones que nunca salían para reclamar el “blanqueo”. Puro instinto: “nos sentamos a tomar una cerveza y lo he hablado con dos o tres muchachos de otro contratista. Les digo: juntarnos entre todos y decirles a los dueños… a los contratistas que… viste, para que nos blanqueen. No nos juntamos nunca. Pero la idea la tenemos”. Luego de empujar durante años algunas artesanales negociaciones pueblerinas, esta será la primera temporada en que le pagarán en blanco parte de su salario. Lo lograron: un pequeño paso para el movimiento obrero; un gran paso para él y sus compañeros. 

En San Vicente ya estaban para más en 2003. En la “capital nacional del contratismo”, una seccional rebelde del gremio aportó su experiencia y sus fueros para reclamar que el blanqueo abarcara todo el dinero que recibían con el destajo y todos los días en que realmente trabajaban. Pero la respuesta patronal fue también contundente: despidos para crear el terror económico y reemplazar a muchos de sus operarios con obreros de Tucumán y Salta, a donde viajaban a cosechar. La dirección nacional del sindicato también “colaboró” desplazando de su seccional al extraño líder del reclamo. Se terminó todo: paz, trabajo y libertad en la Argentina verde.

Más abajo, en Mercedes, un productor sigue horrorizado porque los trabajadores quiebran la dispersión física y se mandan mensajitos mientras conducen las maquinarias, a decenas de kilómetros unos de otros, para acordar reclamos: “me quedé congelado, se llaman entre empleados de un patrón a otro. Y capaz que se te arma un pequeño gremio casero, de diez personas, viste. No tienen éxito. Pero es probable que a futuro haya problemas, que sea algo de moda como, no sé, esos que te cierran una fábrica, que te arman un piquete en la puerta. No ha llegado eso, pero todo llega.” Ojalá.

Estas expresiones colectivas se suceden permanentemente. No dejan otro registro que rumores y recuerdos. Y se suman a todo otro repertorio de formas de contestación más pequeñas, inconexas, y sobre todo, individuales. Es el caso de los obreros que se pudren de los maltratos y le abandonan el campamento al contratista en el medio de la temporada, a cientos de kilómetros de casa y sin que pueda conseguir un reemplazo. O los que le rompen a escondidas algún costoso mecanismo de la maquinaria o se afanan herramientas e insumos para revender. Revanchas de clase. Hay peores, como la del peón que mató de un escopetazo a su patrón en González Chávez en 2011. Y también más civilizadas, como las decenas de juicios que atesoran los tribunales de Pergamino, con demandas por despidos sin indemnización, accidentes horrendos, maltratos, salarios impagos o mal remunerados, esposas de peones laburando gratis para la explotación, problemas de encuadre, trastornos psiquiátricos, golpizas, o muertes evitables. Un testimonio cabal de esa gran familia que es el campo argentino como reserva moral de la Nación. 

Ojo con lo del “desierto verde”. Está Chuca cosechando, conforme con un aumento que es y que no es. Están otros lidiando con el destajo y la lluvia que no los dejó trabajar tanto. Está Rafael que volvió a sembrar y dejó de dormir. Están los otros locos de los mensajitos que alarman a los patrones de su localidad. En fin, están los que mueven todo el circo en silencio y cuando creen que lo necesitan resisten con lo que tienen cerca. Nadie está tan conforme como para no querer otra cosa. Tal vez harían mucho más integrados a un movimiento de trabajadores rurales que hoy no existe y nadie ha demostrado demasiada voluntad práctica de construir. No lo sabemos. Pero ahí están. Son los amigos invisibles de un proyecto de cambio, ahí en el medio de la pampa, donde quizá más nos hagan falta.

Copete: 
La Revolución de las Pampas llegó al poder y el sector de los agronegocios atraviesa un invierno en el que florecerán millones de brotes de soja. Pero en el corazón de su sistema productivo yace el secreto mejor guardado: 60 mil células dormidas que quizá, sólo quizá, algún día despierten. Quiénes son los operarios rurales que siembran y levantan las cosechas que son ajenas.
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Juan Manuel Villulla
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¿El nuevo aislacionismo norteamericano?

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Es 11 de febrero, pleno invierno en Indianápolis. Pero en la empresa de aire acondicionados Carrier el frío de afuera no impide que sus empleados estén bien calientes: el jefe anuncia que va a mudar su operación industrial de la capital de Indiana, uno de los corazones de la industria estadounidense, a Monterrey, la nueva “Detroit” mexicana. El costo: 1.400 empleos, en incómodas cuotas. Como pasa con casi todas las cosas en nuestro tiempo, alguien filma con su teléfono al presidente de Carrier, Chris Nelson, cuando hacía el anuncio. La reacción, obvia: insultos.

Unas horas más tarde, ese mismo día, en Huntington, 150 kilómetros al norte de Indianápolis, la empresa madre de Carrier, United Technologies, les dijo lo mismo a sus trabajadores. Su destino también era México. Y sin ellos, claro. Entre los 800 afectados estaba Chris Setser, que apenas pudo mantener su sempiterno optimismo cuando la noticia llegó en forma de rumor a su hija mayor, Krystal, en el colegio. En Huntington viven 17.000 personas. Setser trabajaba 12 horas por día en el turno noche y ganaba 17 dólares la hora. Sus colegas de México ganan 5 dólares por hora. Los brasileños casi 7. Los argentinos, post devaluación macrista, 13 dólares. “El sistema está roto”, Setser le dijo a Krystal, de 16 años, según una crónica de Eli Saslow en el Washington Post. “Quizás sea hora de hacerlo volar por los aires y empezar de cero otra vez, como dice Trump.”

“¡Pero si vos sos Demócrata!”, le espetó la hija.

“Era. Pero eso era antes de que este país se empezara a convertir en un país débil. A este ritmo, pronto no va quedar nada”.

 

Indiana y el regreso del aislacionismo

 

El 3 de mayo, Donald Trump ganó la primaria del partido Republicano en Indiana con el 53 por ciento de los votos. Con eso, Ted Cruz y John Kasich, los dos últimos de la veintena de contendientes que habían arrancado la campaña un año antes, tiraron la toalla. La candidatura de Trump, una caricatura hace un año, está lista para ser confirmada en la Convención Republicana en Cleveland, Ohio, el 21 de julio.

Para ganar en Indiana, Trump se la pasó dos meses criticando a empresas como Carrier y United Technologies por la mudanza de sus líneas de producción a México. Y advirtió, sin medias tintas, que si es presidente les cobrará 35% de aranceles a los productos industriales que vengan del vecino, que hoy entran al país sin pagar nada. “Carrier me va a llamar y va a decir: ‘Señor Presidente, hemos decidido quedarnos en Indiana’”, se ufanó Trump. Coincidencia o no, el 15 de julio Trump anunció que el gobernador de Indiana, Mike Pence, será su candidato a vicepresidente.

A medida que pasó de testimonial y excéntrico a candidato oficial del partido Republicano, Trump moderó algunas de sus formas pero no el sentido último de sus políticas. ¿Cuál es ese sentido? Devolver a los Estados Unidos a una de sus dos tendencias históricas: el aislacionismo. Según esta visión, el país debe dedicarse primero y principalmente a sus asuntos internos, porque cuenta con todo lo que necesita para ser próspero por sus propios medios, sin alianzas incómodas ni responsabilidades ulteriores sobre sus actos. La consecuencia directa del aislacionismo para la política exterior es que la potencia imponga más que acuerde su voluntad.

La corriente opuesta, el internacionalismo, es la que domina las relaciones exteriores de Washington desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y la fuerza política principal del fenómeno que conocemos como globalización. Al asumir el rol dual de liderar y de ser gendarme del Planeta, Estados Unidos forjó el sistema de Naciones Unidas hace siete décadas, con sus ribetes políticos pero también y sobre todo económicos (FMI, Banco Mundial, Organización Mundial de Comercio). Este sistema asume al acuerdo como norma y la confrontación con la excepción que la confirma.

Ese sistema está en crisis en esta primera parte del Siglo XXI, por hechos y procesos. Los hechos: el 11 de septiembre de 2001 y la debacle financiera de las hipotecas chatarras de 2008, que dispararon al corazón a los centros políticos y económicos de la potencia. Pero dos procesos novedosos son aun más importantes para la reconfiguración geopolítica actual. El primero la irrupción de China, que en 2000 significaba el 7% del producto del mundo (EE.UU. el 21%); en 2016 China es el 17% (EE.UU. el 15%). El segundo es revolución productiva de petróleo y gas en Estados Unidos, gracias a los yacimientos no convencionales (alias “shales”), que lo acerca a ser auto-suficiente en el insumo principal de su economía y a tener, entonces, menos necesidad de inmiscuirse en conflictos en el exterior (por caso, emblemático, Medio Oriente).

La presidencia de Obama vivió en carne propia la consolidación de esas tendencias, que en conjunto invitan a los Estados Unidos a recluirse sobre sí mismo. Por el poder del símbolo, la llegada del primer presidente negro a la Casa Blanca suspendió por unos años la grieta entre aislacionismo e internacionalismo. Obama, después de todo, llegó a premio Nobel de la Paz a fuerza de discursos. Pero la realidad siempre se impone. Y esa no es la única grieta, ni siquiera la más importante, que Obama no logró suturar del todo.

 

El Brexit de Obama

 

Como resultado natural de la lucha por los derechos civiles en el último medio siglo, Obama buscó sintetizar a las mejores vertientes de los liderazgos estadounidenses. En esa obsesión, propungó los acuerdos más que los disensos, tanto en la política interna como en la exterior. Eso hizo que los logros de su presidencia (la recuperación económica luego del crack de 2008, la reforma de salud “Obamacare”, el fin de las guerras en Afganistán e Irak, el deshielo con Cuba, por mencionar algunos) hayan sido buenos en términos absolutos pero relativamente pobres en relación a las expectativas y (¿por qué no?) la esperanza que generó su campaña. Yes, we could, but not too much. Pero por esa vocación de construir los puentes más que dinamitarlos (ser Mandela más que Luther King), Obama no pudo, no quiso o no supo ser populista en un tiempo donde tenía todo servido en bandeja para serlo.

Como todo populismo que se precie de tal, el derechoso de Trump (y el de su espejo a la izquierda del espectro, Bernie Sanders) es una reacción contra la idea de que la clase dirigente está demasiado preocupada por su propia agenda de establishment como para ocuparse de la de la gente del “común”. Si el desencanto se combina con temor, el resultado es explosivo. En los Estados Unidos post 11-S y post crisis subprime, ese temor está asociado a la vulnerabilidad, sea ante el terrorismo, el expansionismo chino o la angurria de Wall Street (morir a manos del terrorismo, perder el empleo a manos de los chinos/mexicanos, perder la casa a mano de los bancos).

El Brexit del 23 de junio es un antecedente en esa misma dirección. Europa sufre penurias económicas desde la debacle financiera y está sitiada por la crisis inmigratoria más grande desde que se creó la Unión hace 70 años. Con Bruselas esclerotizadas en las mieles de la corrección política y el statu quo, los activistas británicos de la salida tradujeron las angustias y los miedos en una solución simple: “Take back control” (Recuperemos el control). ¿Quién no va a querer control en tiempos de incertidumbre?

Trump promete lo mismo. Y ofrece soluciones simples para problemas complejos. Los que saben coinciden en que los problemas que ataca son reales y que también es real el hecho de que Washington (Obama incluido) los ignoró, más por no saber qué hacer con ellos que por otra cosa. Pero también acuerdan que las propuestas de Trump no van los van a solucionar.

En el centro del populismo de Trump están el empleo industrial, el poder de compra del salario y el sentimiento de ser de “clase media”. Setser, el empleado de Indiana, es uno de los 12 millones de trabajadores industriales que tiene Estados Unidos en la actualidad. En 1979 había casi 20 millones. Pero el punto de inflexión a partir del que empieza a caer estrepitosamente es el 2000: ahí había todavía más de 17 millones de trabajadores en la manufactura. Pero hay más. La clase media se fue reduciendo de manera sistemática en las últimas cuatro décadas (representaba el 53% en 1967 contra el 43% en 2013) pero con diferentes tendencias: hasta el 2000, los estadounidenses salía de la clase media para arriba, ahora salen para abajo (http://www.nytimes.com/interactive/2015/01/25/upshot/100000003471831.mobile.html ).

 

Después de Trump

 

Que el multimillonario e impredecible Trump represente a parte de esa clase trabajadora indignada es una paradoja histórica para el partido Demócrata, que tradicionalmente representó a los sindicatos. No hay racionalidad en todo esto: Trump sabe de marketing y lo aplica sobre sí mismo, ignorando casi siempre los consejos políticos de su partido y la más de las veces los de sus caros consultores comunicacionales. Cuando habla en público, dicen los que trabajan con él, Trump ignora los tele-prompters con discursos que le escribe su equipo y empieza a decir lo que quiere. En tiempos en los que todo discurso público está pre-fabricado en talking points, quizás allí resida parte de su éxito.

Las comparaciones abundan en todas las charlas políticas. Trump es como Macri, un empresario con sesgos ideológicos pero pragmático. Trump es como Hitler, un outsider y un “loco”. Trump va a ser como Putin y va a romper a las instituciones de Washington. “Romper” acá significa derribar los equilibrios que ellos llaman checks and balances y que hace que un presidente allí tenga en realidad menos poder que un presidente en repúblicas menos consolidadas como la Argentina.

La biblioteca está dividida. Los insiders de Washington confían que el “daño” que podría hacer su nueva versión aislacionista estaría limitado por los contrapesos del poder establecido: la Corte Suprema, el Congreso partido, el poder económico y el establishment ONG bien pensante. Aunque el empleo de Setser se mude a México, las miradas van a estar centradas en la relación fundamental de Estados Unidos para el futuro geopolítico del mundo: con China. Allí todos acuerdan en que Trump podría lograr que el soft power se jubilara por un tiempo. Y las consecuencias pueden ser menos previsibles de las que todos piensan.

Copete: 
La elección de Mike Pence como candidato a vicepresidente del Partido Republicano es una señal de la voluntad de Donald Trump de consolidarse ante un electorado que poco a poco ha visto el descenso de los empleos en la manufactura industrial y la caída de las clases medias "hacia abajo". Luego del centrismo de Obama, el neopopulismo aislacionista se muestra como una salida que ofrece respuestas simples a problemas complejos que azotan a la economía doméstica estadounidense.
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Marcelo J. García
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los derechos son de plástico

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E l cambio de escenario es veloz. Ya no se habla de paritarias sino de mantener el empleo. De fantasear con un Ministerio de Economía Popular pasamos a marchar contra el ajuste y los despidos. En apenas unos meses, el gobierno del PRO logró reconfigurar el escenario del trabajo, empujar de una manera inesperada el mapa de alianzas sindicales, hacer de las reincorporaciones un marco perverso de negociación y evidenciar que la precariedad es capaz de una serie de matices casi infinita. 

Mientras, en los barrios se pronostica que la economía informal, popular y multiforme va a ser, a la vez, el sector que más crezca y el que más sufra. Ese engorde será proporcional, apuestan algunos referentes, a la inflación y el enfriamiento de la economía. Sin embargo, lo que parece funcionar como colchón a la caída del consumo que ya se siente es un fortalecimiento de los segmentos más sumergidos, ilegales y desregulados que supieron combinarse con las economías informales como modo de hacerlas prosperar, autonomizarse y aguantar -también antes- la pérdida de poder de compra de los subsidios. Se trata del mismo dinamismo que convirtió a esas economías en combustible de endeudamiento popular, de nuevos negocios financieros, y lo que hoy marca un elemento clave de su fragilidad. El tinglado precario de planes sociales y contrataciones se desmoronará a distintas velocidades sobre ellas: hacia su interior (la parte formal de la economía informal, como se le llama a las cooperativas) y hacia sus laterales (la parte más violenta con que se conecta la informalidad: transas, aprietes y pelea por los negocios inmobiliarios).

 

populismo financiero

El directorio del Banco Central, presidido por Federico Sturzenegger, convirtió hace unas semanas en tarjeta de débito a los plásticos mediante los cuales se cobra la Asignación Universal por Hijo (AUH) y los planes o programas de ayuda social. La disposición, que fue impulsada desde el ANSES, se conecta con la extensión del beneficio a monotributistas de bajos ingresos y también es el medio por el cual se hace operativa la devolución del IVA de la canasta básica para la población beneficiaria. Esa devolución, claro, se concreta “en la medida que las compras se hagan con tarjeta de débito de las cuentas en las que se acreditan beneficios laborales, asistenciales o de seguridad social”, pero el reintegro se hace en función del saldo “independientemente del origen de las acreditaciones” (Resolución de Directorio N° 165). 

Los efectos de esa modificación, según los argumentos de Sturzenegger, corresponden a una idea más estricta y radical de extender la “inclusión financiera” para los sectores populares. La argumentación oral se quiere desprejuiciada: ¿por qué una cuenta AUH no debiera permitir a sus beneficiarios usar y contratar otros servicios financieros? De este modo, se trata de convertir a los beneficiarios (un término que remite a cierta pasividad) en una categoría más dinámica y afín con la nueva época: clientes. Para eso se habilitó a las cajas de ahorro por las cuales se cobran los planes sociales, para que en ellas se puedan depositar fondos de otras proveniencias (con un límite del importe de dos salarios mínimos por mes) y para que se adhieran a pagos automáticos (esto sí sin límites de ningún tipo).

Se quiere dar lugar así a una bancarización stricto sensu. Expandiendo y completando un proceso que se inició hace ya varios años por medio de la bancarización compulsiva de los beneficios sociales, se escribe un nuevo capítulo que conecta financierización y derechos. Esto significa que los derechos sociales son mediados por instrumentos financieros que, por supuesto, nunca son gratis. Las finanzas exhiben así su capacidad constitucionalizante: es decir, de producir derechos, enlazarse con la producción jurídica y anudar, de un modo que antes era insospechado, inclusión social y negocio financiero, consagrando nuevas modalidades de explotación que no dejan a nadie afuera.

¿Qué implica que alguien que cobra 966 pesos por AUH –según el último aumento– pueda en esa misma cuenta ingresar otros fondos? En primer lugar, permite la extracción de dinero en cualquier cajero pero también “el retiro en efectivo en los comercios adheridos”. Fiesta de intereses, se escucha detrás de bambalinas. En segundo lugar, esas cuentas que estaban exentas de chequeo por el origen de sus fondos (mientras reciben sólo dinero del Estado, se supone que es en blanco y por tanto operan bajo un “régimen simplificado” de control), ahora podrían entrar en colisión con otras normativas. Sin embargo, y a pesar de las advertencias, la modificación no tuvo observaciones legales.

Esas miles de cuentas podrían convertirse en canales de blanqueo para ingresos provenientes de las llamadas economías informales, algunas al borde de lo ilegal, todas en un tembladeral de rebusques que se calientan y aceleran mientras suben los precios. De este modo, tendrían la chance de ingresar al sistema financiero bancario flujos de efectivo que provienen de los miles de empleos, emprendimientos, changas y negocios de diversa escala de ese famoso 40 por ciento de la economía “en negro”, que hoy representa uno de los puntos más sensibles del mapa político y económico de Argentina. Así, el sistema financiero consigue sangre nueva: se alimenta de un flujo de trabajo producido en condiciones completamente precarias, de fuerte dinamismo en su capacidad de articulación territorial y muy desiguales en términos tributarios y de ingresos. Por eso no es tan importante controlar de dónde vienen los fondos, sino que se les pueda sacar provecho a través de los bancos y las organizaciones financieras no bancarias.

 

marca personal 

Buena parte de los despidos que se dieron al interior del Ministerio de Trabajo tienen que ver con programas que intentaban convertir o al menos generar algún tipo de contacto entre la población receptora de los planes sociales y ciertas formas de empleo flexible: subsidios destinados a cooperativas y emprendimientos, al empleo joven, a pasar de la noción de pasantía a “entrenamiento laboral”. De boca del actual secretario de Empleo, Miguel Ángel Ponte, ex directivo de Techint, salió la propuesta de cambiar la noción de “trabajo decente” (ya bastante polívoca, pero que condensaba una polémica sorda con la de “trabajo digno” que supo embanderar a los movimientos piqueteros) por la de “personalización laboral”. Se trata de una idea que recoge todos los clichés neoliberales y que quiere limpiar de un plumazo cualquier reminiscencia a que un trabajador pertenecería a cierto tipo de colectivo social (uno bastante particular, diría Marx). Entonces, ya no se habla de trabajadores sino de personal, y esa personalización supone que el trabajo se puede “customizar” (sic) a medida de cada quien.

La consigna está siendo lanzada en reuniones de equipo y, aún si permanece vaporosa, se complementa con una descripción de las tres economías realmente existentes: la ordinaria o economía blanca; la economía social (“los choriplaneros” es la definición técnica); y la economía de base, compuesta por quienes no pueden ser beneficiarios de políticas públicas porque “chorrean mierda”. El nuevo lenguaje oficial se conjuga con el del policy making, pintando un cuadro de lo más desinhibido del pensamiento político que circula entre los funcionarios de alto rango.

El cambio político y de estrategia en el Ministerio de Trabajo no es sólo cuestión de marketing, expresa un plan para la población sobrante con especulaciones de un desempleo que llegaría a más del 17 por ciento tras los primeros meses de gestión. A modo de lapsus pero como desliz sintomático del nuevo horizonte, en algunas reuniones se nombra sin querer al ex Ministerio de Agricultura como Ministerio de Agronegocios. En ese tándem agrobusiness y desocupación se entiende que José Anchorena (apellido de una línea terrateniente de larga data), director económico de Fundación Pensar y ahora a cargo de la Subsecretaría de la Programación Técnica y de Estudios Laborales, diga a la vez que el “auto-reconocimiento indígena” no tiene mucha credibilidad y que debería implementarse algo más cercano a exámenes de ADN para justificar la entrega de subsidios o reconvertirlos a artesanos que puedan vender sus productos por plataforma Etsy, como en Estados Unidos. Ya lo escribió, en el diario La Nación, debatiendo la ley antidespidos que re-bautizó como “cepo al trabajo”: “El mercado laboral es un organismo dinámico cuyo gran objetivo es crear oportunidades”.

 

pooles de prenda

La imagen de un mantero senegalés empujando con furia a un policía de la Metropolitana se viralizó, tal vez, porque condensaba una acción concreta y decidida frente a una serie de atropellos que encontraron menos resistencia de lo que se imaginaba. Al menos por ahora.

El sector de vendedores ambulantes, feriantes y todo el arco de trabajadores del sector textil (de las fábricas que cosen para grandes marcas, a los talleres textiles llamados clandestinos) están siendo chantajeados por una doble pinza: la amenaza patronal de que si no hay autoajuste las importaciones de China inundarán el mercado; y la embestida securitista contra la informalidad por medio de denuncias y llamado social a su represión. Hay miles de cooperativas de costura en todo el país (las máquinas de coser fueron uno de los implementos más entregados por las gestiones anteriores del Ministerio de Desarrollo Social y de Trabajo) y hoy podrían caer en la denuncia de la gente de a pie que se promueve desde el conglomerado patronal nacional a través de argentinailegal.com (volviendo realidad una app que ya anticipó Capusotto).

Algunos emprendedores de la economía informal tal vez logren dar el paso y reinventarse como pequeños importadores de prendas, haciendo pooles de inversión para comprar containers. Aun así, les será difícil seguir vendiendo al mismo ritmo. Otros trabajadores ligados a las economías regionales, de las que depende una mano de obra también sumamente precarizada, muchas veces migrante y vinculada de modo estrecho a eslabones de la economía informal (recolectores de fruta, ladrilleros, yerbateros, etc.) verán reducida su porción de ingresos. Más aún si se tiene en cuenta que, según especialistas en el área, durante la década pasada no hubo avances cualitativos a favor de su regulación o de una institucionalidad que hoy funcione verdaderamente de obstáculo. En paralelo, la quita de muchos subsidios provenientes de la desaparecida Subsecretaría de Agricultura Familiar –como ya pasa en todo el cordón fruti-hortícola de la zona sur de provincia de Buenos Aires– obliga a los productores de alimentos a vender cada vez más barato para garantizar su circulación o a conseguir canales alternativos de compras comunitarias directas, las que ya proliferan en varias ciudades del país.

 

incorrecciones políticas

Bajo el nombre de economías populares se intentó pensar la mutación del desempleo a formas de empleo que se mixturaban con los planes sociales, los emprendimientos y el reconocimiento como derecho social de una serie de actividades que emergieron en la crisis de 2001 y luego se consolidaron como estratos importantes para una buena parte de la sociedad. La Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) incluso se propuso pensar una forma sindical que acompañara ese reconocimiento del nuevo mundo laboral pos-salarial, tratando de ensanchar por abajo la imaginación sindical. Muchas otras organizaciones e iniciativas con trayectorias diversas ya venían organizando estrategias similares. La referencia práctica es un conjunto variopinto de actividades productivas que nunca estuvieron desvinculadas de la llamada economía formal ni funcionaron como un archipiélago de solidaridad. Las finanzas se encargaron de ser el código de articulación más veloz y astuto de esos espacios que, cuando se articulan priorizando identidades políticas, luchan aún por preservarse bajo la lógica de la distinción. Las nuevas políticas financieras, del agrobusiness y de gestión del empleo entienden los códigos de estas interconexiones sin guardar ninguna corrección política. Queda por verse hacia dónde estas economías populares (heterogéneas, intermitentes y cambiantes) se siguen expandiendo. Que van a seguir creciendo, que no caben en la etiqueta de trabajo nacional y que tienen un desafío sobre su capacidad de autodefensa, es lo único de lo que podemos estar seguras.

Copete: 
Desde el Ministerio de Trabajo al Banco Central, pasando por la cartera de los Agronegocios, se incuba una nueva imaginación estatal que intentará poner en caja a la economía popular. Tan berreta como cínico y astuto, el exótico relato de los funcionarios macristas deberá medirse con la expansión de una fuerza productiva que no tiene margen de espera.
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dónde está el sujeto / customizar las changas / débito choriplanero
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Autor: 
Verónica Gago
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