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todo el poder a los CEO´s

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El gabinete del Ingeniero Macri representa el mayor desembarco de la historia de gerentes de grandes empresas en las áreas más sensibles del Estado. La novedad dejó asomar una discusión sobre las lógicas distintas que rigen el mundo de los negocios y la administración de lo público. Pero el debate parece obturado por la ensoñación expectante que genera cada nuevo inquilino al llegar a la Casa Rosada, y soslayado por la mitad más uno de la población que ungió presidente al heredero de una de las mayores fortunas del país. 

El ideal del “empresario exitoso” que arriba blandiendo su espada flamígera para limpiar la política de sus vicios e ineficiencias siempre estuvo en el ADN del PRO, como retrataron Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Bellotti en su radiografía ahora imprescindible (Mundo Pro, 2015) de la fuerza que logró llegar a la Casa Rosada en una década, tras haber virado a un pragmatismo que le permitió superar sus propias limitaciones. Lo novedoso de este elenco gobernante pura sangre, surgido de la élite de los negocios y de las universidades donde se forman o las oenegés de las que se nutren sus cuadros directivos, es que terminó por colonizar áreas donde ni siquiera el onganiato se había animado a colocar sus tecnócratas, en la primera dictadura que decidió seguir al pie de la letra aquella prescripción de Saint-Simon exhumada en twitter por el economista Pablo Gerchunoff: “Los industriales, y no los juristas y los metafísicos, le darán la prosperidad a Francia. Hay que pasar del gobierno de los hombres a la administración de las cosas”.

La problemática es mucho más abarcativa que el slogan elitista y exitista que define a este elenco de gerentes como “los mejores”, inspirado en la ética protestante norteamericana y su proverbial desprecio por los “perdedores”, que allá aprenden desde chiquitos y esparcen por el mundo vía Nickelodeon. Pero es también más compleja que los prejuicios simétricamente simplones que enarbola el progresismo autoproclamado para censurarlos aún antes de verlos andar sus primeros pasos. Porque no es cuestión de repudiarlos por razones epidérmicas ni trazar un corte basado en las declaraciones juradas patrimoniales o en el código postal, en el cual por otra parte quedarían del mismo lado que Cristina Kirchner, Daniel Scioli o Aníbal Fernández. Ni de inventariarlos sin más como “la derecha patronal” cuando las patronales realmente existentes dividieron por mitades sus apuestas en forma de donativos de campaña, y hasta en algunos casos (como los de Eurnekian o Coto) fueron más generosos con el candidato del Frente para la Victoria. Se trata de determinar si el desembarco expresa la intención de imponer un nuevo régimen que, bajo el ropaje de la meritocracia de self made men que siempre agitó el liberalismo económico para endulzar los amargos sacrificios que exige a las mayorías, apunte a profundizar el ya insoportablemente desigual reparto de la riqueza en la Argentina.

Los propios dueños del capital discutieron en todo el mundo, durante la segunda mitad del siglo XX, sobre el rol en las empresas de esa élite gerencial que irrumpió cuando aparecieron los primeros elefantes blancos del capitalismo. John K. Galbraith los bautizó como la “tecnoestructura”, una clase divorciada de los patrones en ideas, cultura y formación, con sus objetivos propios, a veces incluso contrapuestos a los de ellos. ¿No vale la pena preguntarse entonces por los posibles conflictos de intereses que pueda generar el abordaje del Estado por parte de tantos CEO juntos? ¿No hay enseñanzas que extraer de las experiencias de tecnócratas como Álvaro Alsogaray, Adalbert Krieger Vasena o Domingo Cavallo en estas pampas, o de los Chicago Boys del Chile pinochetista? ¿Es acaso estéril interrogarnos sobre el rédito individual, corporativo o de clase, que esperan quienes renuncian a la mitad de sus ingresos o más para abrazar la función pública? 

La carrera empresarial, a diferencia de lo que ocurre con la administración pública en nuestro país, se transita a través de un prolongado escalafón a lo largo del cual las compañías cimentan la identificación del ejecutivo con el capital que ayuda a reproducir. Son décadas de fidelización como las que transitó en Shell el flamante ministro de Energía Juanjo Aranguren, veterano de mil batallas durante sus 37 años en la petrolera angloholandesa en cuyo cuartel general de Houston se piensa a más largo plazo que en el Pentágono. Son vidas como la de Isela Costantini, la nueva jefa de Aerolíneas, de lujo cebado por multinacionales cuyos directorios comparten una porción de la plusvalía que obtienen con sus capataces supercapacitados (porque ya no vale decir ilustrados) para que ellos sigan regenteando el crecimiento de la torta, que invariablemente se sigue repartiendo mal. O trayectorias como la del ahora ministro de Producción, Pancho Cabrera, quien dirigió cinco años Hewlett-Packard, fundó luego la AFJP Máxima (líder de una actividad que estafaba sistemáticamente a los futuros jubilados endosándoles las pérdidas de sus apuestas bursátiles y a los inversores minoristas que caían en la trampa de sus pases de manos, como exhibió el extinto decano de periodistas Julio Nudler) y prosiguió su carrera en el HSBC, el banco Roberts, La Nación y luego Clarín. 

Así como con Cabrera como ministro de Desarrollo Económico en la Ciudad se registraron decisiones del gobierno local que beneficiaron a sus antiguos empleadores (los contratos con una firma del grupo Clarín para la provisión de netbooks a los docentes y alumnos porteños y para la provisión de Internet y 3G a las escuelas, o las exenciones impositivas para las radicadas en el distrito tecnológico como Iron Mountain, proveedora clave del HSBC), la convocatoria para un puesto estratégico en la Jefatura de Gabinete del financista Mario Quintana expuso un vínculo que se había insinuado cuando Macri vetó una ley que ponía en jaque a la cadena Farmacity, la criatura más preciada de Quintana como emprendedor. Fue en 2011, cuando la Legislatura reglamentó la ley de medicamentos nacional y ordenó que los medicamentos se vendieran solo en farmacias tradicionales, siempre por mostrador y con asistencia del farmacéutico para combatir la automedicación. Eso ilegalizaba el “modelo Farmacity” y obligaba a la cadena a reacondicionar todos sus locales para seguir operando, lo cual jamás ocurrió gracias al veto del Ejecutivo. Por si faltaran pistas sobre la génesis de la decisión, Quintana había publicado un libro en coautoría con su compañero de facultad Horacio Rodríguez Larreta (Domando al Elefante Blanco, 1998) donde ambos ponderaban las privatizaciones del menemismo. 

Tampoco conviene comprar la infalibilidad de “los que saben”, esgrimida en muchos casos con reverencia aspiracional por quienes jamás ocuparán un puesto de ese tipo. Para relativizar aquello de que los CEO del nuevo gabinete son imbatibles “como el Barça”, como se apuró a definir el presidente de la Asociación de Bancos, Claudio Cesario, vale citar la quiebra de la cadena de minimercados Eki, donde los socios y accionistas mayoritarios eran ni más ni menos que Quintana y Cabrera. Por no aludir a la bancarrota de Sevel, que piloteó en persona el heredero de Franco. Tampoco fueron muy rentables para la editorial Sudamericana ni para Telecom las funciones que cumplieron allí Pablo Avelluto y Susana Malcorra respectivamente.  

Los incentivos de los gerentes o empresarios que se vuelcan a la función pública, incluso aunque no incurran en corrupción lisa y llana, son contradictorios en varios planos. Es habitual que los funcionarios con perfiles profesionales o técnicos tejan vínculos desde el Estado que les aseguran el sustento o la continuidad de sus carreras una vez abandonada la gestión, y en todos los casos falta mucho escrutinio público sobre los favores que eventualmente ofrendan a quienes serán más adelante sus empleadores o mecenas de sus fundaciones. Lo mismo corre para todos los ministros de Trabajo que llegaron a Alem 650 después de haber asesorado a gremios, y para los economistas cuyas consultoras tienen clientes que golpean la puerta de sus despachos cuando llegan a ocuparlos. Son límites difusos y podría aducirse que todo candidato a un puesto de responsabilidad carga con su propia biografía. Pero la fidelidad de los alfiles corporate es, ante todo, con la organización que los convirtió en lo que son. Y la de los empresarios que ponen en riesgo su propio capital, con ese capital que también preserva su lugar privilegiado en la sociedad.

¿Qué pasará si alguna otra firma del fondo Pegasus creado por Quintana (como Freddo o el Tortugas Mall) se ve amenazada por una ley del Congreso con él como número dos de la Jefatura? ¿Y si debe terciar en la reglamentación de alguna norma sobre laboratorios, que se convirtieron en sus enemigos mientras gestionó Farmacity? ¿Cómo actuará el nuevo secretario de Comercio, Miguel Braun, cuando deba evitar abusos de posición dominante por parte de La Anónima, la cadena de supermercados de su tío Federico Braun, generoso benefactor de la campaña del Pro? ¿Cómo le irá a un gigante de los servicios públicos privatizados como Telecom, que coló en el gabinete de Vidal a su gerente de Recursos Humanos como ministro de Trabajo y a su ex CEO como canciller? ¿Qué pueden esperar los fondos de inversión Axis y Convexity de las resoluciones que tome para regular el mercado su fundador, Luis Toto Caputo, flamante secretario de Finanzas de Alfonso Prat-Gay y ex presidente del Deutsche Bank? ¿Cómo inclinará el fiel de la balanza el ministro de Asuntos Agrarios bonaerense, Leonardo Sarquis, en la pulseada de la semillera Monsanto, donde dirigió hasta hace poco una división clave, con los productores de granos a los que exige el pago de regalías mediante intimaciones judiciales? ¿Y cuando Aranguren le fije el precio del gas en boca de pozo a Shell? 

Son incompatibilidades de distintos grados, matizables pero en absoluto desdeñables como sugieren quienes enarbolan falazmente el mal de muchos y recitan de memoria el rosario de Ricardos Jaimes y Lázaros Báez a los que nos acostumbró el kirchnerismo. Los entusiastas del nuevo gobierno citan también el contraejemplo de Guillermo Dietrich, quien venía de conducir la concesionaria que fundó su padre e impulsó no obstante como ministro de Transporte porteño las bicisendas y el metrobús, deplorados por los automovilistas. Dietrich sigue siendo accionista de la concesionaria aunque delegó su dirección en parientes. Y reivindica su derecho a serlo. Distinto piensa Juan Cruz Avila, CEO de su propia productora televisiva, quien aceptó manejar un abultado presupuesto en el Ministerio de Educación de Esteban Bullrich. “Si me ofrecieran manejar Canal 7, que es lo que sin dudas calza con mi curriculum, no lo aceptaría porque para mí la televisión es un negocio y lo que yo quiero es contribuir”, le dijo a La Nación.

Cuando el tecnócrata llega a un despacho estatal suele hacerlo temporariamente, como un alto en su verdadera carrera, un sacrificio que vende hacia fuera como altruista, tras el cual volverá “a laburar”. Aunque su CV incluya más años de pasillo ministerial que de oficina privada, nunca se reconocerá a sí mismo como un funcionario público y hasta abominará de los burócratas que sí lo hacen. Si las circunstancias lo llevan a enfrentarse con los intereses con los que sí está comprometido, simplemente dará un paso al costado. Lo hizo en octubre de 2001 Julio Dreizzen, subsecretario de Financiamiento de Cavallo pero ante todo exgerente de Mercado de Capitales del Banco Galicia, de donde venía de hacer negocios durante toda la década del 90. Cuando Mingo propuso un aplazamiento de los pagos de deuda del fisco con los bancos locales pero con un tope de tasas para hacerlo sostenible, Dreizzen debió optar entre ambas lealtades. Renunció sin dudar. La City es especialmente vengativa con sus hijos ingratos.  

El tsunami actual de gerentes que avanza sobre reparticiones públicas tiene además un inconfundible sabor a revancha frente a una herejía del kirchnerismo que apenas fue registrada por la sociedad pero que irritó como pocas al planeta managerial: la irrupción en las cúpulas de las 42 mayores empresas del país de un grupo de enviados del Ministerio de Economía, que bajo la batuta de Axel Kicillof empezaron a ejercer los derechos que le conferían al Estado las acciones heredadas de las AFJP. Esos economistas jóvenes, en su mayoría keynesianos y hasta (¡oh!) marxistas, sintieron el rigor de la derrota en las reuniones de directorio a las que les tocó asistir cuando Macri ya se perfilaba como ganador para el 22 de noviembre. Si hacía poco habían aprendido a pedir la palabra para exigirles que invirtieran más o que no despidieran personal a los jefes del Macro, de Siderar o hasta de Mirgor (fundada por el propio Mauricio con su amigo Nicky Caputo en los 80), el fin de ciclo expuso a esos intrusos a bromas cargadas de rencor de clase, como la de los directores privados que se pasaron una hora entera charlando sobre el mundial de rugby y riéndose de la ignorancia que demostraba el personero estatal sobre la materia. Cuando el axelista reclamó hablar de una vez sobre la empresa, le respondieron muy serios que lo harían al mes siguiente con el que viniera en su lugar. Leñadores del árbol caído, como dice Asís.

También está el detalle del sueldo. Lo admitió un miembro del gabinete nacional cuando María Eugenia Vidal intentaba armar el suyo en la provincia: “Está muy difícil. Ninguno de los candidatos buenos que podemos convocar va a ir a laburar de ministro por 40 lucas”. En la Nación, el ingreso para ese cargo se estira hasta 115 mil pesos mensuales. Pero no tiene parangón con los 250 mil pesos que se lleva a la casa un CEO de primer nivel, a lo que se suman bonus anuales que llegan a decuplicar esa cifra. 

Incluso suponiendo que todos resignan ingresos por amor a la patria y que se mostrarán inflexibles con las demandas de sus benefactores y socios, súbitamente más atraídos por el bronce que por la plata, la colonización del Estado por parte de cuadros empresariales tendrá un impacto innegable en la sociedad. Como teorizó Foucault cuando asomaba el primer neoliberalismo, las transformaciones que se registran a nivel agregado son mucho más significativas que la suma de todos los avances individuales sobre el Estado. No es simplemente una vuelta al liberalismo clásico, e incluso no tiene nada de liberal en términos de respeto por las libertades individuales. Se trata de incrustar la racionalidad económica al criterio tradicional de soberanía moderna. Basar la legitimidad en la eficacia de gestión, antes que en el ejercicio de la representación. El imperativo saintsimoniano de gestionar los asuntos públicos como si fueran procesos económicos es el último grito del capitalismo posneoliberal, acaso el gesto más audaz de esta nueva derecha dispuesta a renovarse. El Estado macrista no promete garantizar derechos sino proveer servicios. Y para hacerlo, nadie mejor que los hombres de acción, de empresa: los administradores de las cosas.

Copete: 
Ni dueños ni perezosos, los cuadros ministeriales del nuevo gobierno se abalanzaron sobre sus despachos con una trama de obligaciones y complicidades, un cálculo sobre el propio futuro laboral y, en muchos casos, ruidosos fracasos corporativos. Para su propia tranquilidad desarrollista, Farmacity, Telecom, el HSBC, Shell, La Anónima o Clarín son algunas de las fábricas posmodernas donde se criaron los nuevos prohombres que acompañarán al politburó del Colegio Cardenal Newman en la titánica empresa de disciplinar al Estado.
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Alejandro Bercovich
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¿seguirá coca enseñándonos a ser felices?

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N o estamos acostumbrados a analizar la historia del mundo a través de la historia de las corporaciones. Para nosotros, usuarios atolondrados de la filosofía francesa de la década del setenta desde la periferia, testigos angustiados de la modernidad desequilibrada y deficiente de Latinoamérica, la historia del capitalismo es más una serie de narraciones míticas o licencias poéticas (como la “burguesía” y el “proletariado”) antes que un proceso concreto de establecimiento de unidades administrativas, estrategias de management y organigramas.

Año 1601. La East India Company es el inicio de esta historia, tal como aparece narrada en el gran libro de Nick Robins The Corporation that Changed the World: How the East India Company shaped the Modern Multinational. No porque haya inventado el comercio, sino porque fue el primer ejemplo de comerciantes individuales que reunieron capital convocando a distintos inversores privados para formar una joint-stock corporation, una entidad con derechos similares a los Estados y a los individuos, con responsabilidad limitada y un nivel de autonomía significativo. Algo que hasta ese momento no existía y que proveyó la matriz organizativa para la expansión del capitalismo durante los futuros 400 años. 

Este modelo de producción, gestión y comercio alcanzó su pico de desarrollo entre la crisis del petróleo de 1973 y la década del noventa, cuando la empresa transnacional perfeccionó el proceso de integración de los mercados globales. En este período, según el economista, especialista en teorías del management y entrepreneur de origen indio Venkatesh Rao en su muy buen artículo “A Brief History of the Corporation: 1600 to 2100”, cerca del 95 por ciento de la vida económica del mundo estaba organizada por las empresas occidentales, y más del 80 por ciento de las personas económicamente activas estaba empleada en alguna de ellas.

Hasta ahora.

En su número de septiembre de 2015 la revista The Economist publicó un artículo bajo el sugerente título de “Death and Transfiguration”. Ahí anuncia el inminente fin de la western corporation y del modelo de expansión comercial y productiva que se inauguró en 1601. Y, como todo proceso de clausura, declive y caída, promete ser especialmente espectacular, lento y decadente.

Las multinacionales de los países occidentales desarrollados, de hecho, son dueñas de dos tercios de la riqueza mundial, y las más grandes poseen recursos superiores a los de la mayoría de los Estados nacionales, desarrollados o no. Amazon tiene una base de consumidores superior a la población combinada de Francia, Alemania, el Reino Unido y España. Samsung tiene ganancias anuales por 22 mil millones de dólares, aproximadamente el PBI de Bolivia. Microsoft tiene activos por 175 mil millones de dólares, el equivalente a las reservas de México o 15 veces las reservas de la Argentina. Facebook, Apple, Google, Coca-Cola, Unilever, Procter. Ya conocemos la historia.

Pero el ciclo de expansión, el período de gloria capitalista apenas matizado por conflictos menores como las guerras mundiales, la guerra fría o el nacimiento del terrorismo en Medio Oriente parece estar llegando a su fin. The Economist cita como fuente para justificar sus observaciones un informe del MGI (McKinley Global Institute) que afirma que estamos frente a cambios significativos en la naturaleza de la competencia global y el medio ambiente económico. Mientras el ingreso global está llamado a aumentar en cerca de un 40 por ciento entre 2013 y 2025, los beneficios de las corporaciones parecen destinados a caer a los niveles que registraron en el año 1980: de casi 10 puntos del PBI global a apenas 7,9 por ciento. 

Este movimiento de contracción de los márgenes de ganancia globales es inédito y se estaría dando de forma rápida y devastadora. Implica que el capitalismo occidental avanzado deberá hacer más esfuerzos de inversión y producción solo para garantizar una fracción de las ganancias que tiene actualmente. Significa también que en los próximos 10 años se retrotraería la expansión en los márgenes lograda durante los últimos 30.

Algunos clásicos contemporáneos del marketing han orientado su pensamiento para entender cómo compensar la caída de los márgenes en los mercados tradicionales por la vía de la incorporación de nuevas plazas aún no explotadas. Quizás el libro paradigmático de este proceso sea Fortune at the Bottom of the Pyramid: Eradicating Poverty Through Profits del autor indio C. K. Prahalad, que desarrolla estrategias para comercializar productos con las grandes masas de excluidos que, en África, Asia y Latinoamérica, sobreviven con menos de 3 dólares al día: un mercado de 4 mil millones de personas que gastan anualmente 5 trillones de dólares. 

Lo curioso es que tanto el período de auge como el de declive responderían a una misma causa: la globalización de la economía y la incorporación de nuevos mercados en la periferia del mundo al intercambio mundial.

Solo un dato: en el año 2013 operaron en el mercado más del doble de las multinacionales que existían en 1990. Y más competencia en el mundo de los negocios significa, siempre, más competencia por márgenes de ganancia que son relativamente estables y tienden a estar fijados de antemano por rama de actividad. Ninguna empresa “inventa” su propia ganancia en donde antes no había nada sino que más bien el proceso funciona bajo las formas de la apropiación de un beneficio que ya existe y está dentro de los límites de su actividad de referencia, en potencial o ya realizada por otra empresa. 

Hay tres factores que promovieron esta situación. Primero, la incorporación de nuevos competidores al mercado global. En la blanda almohada de paz donde reposan su cabeza las mega firmas occidentales del mundo habita el monstruo de los emerging-market competitors; o sea, las grandes multinacionales que en los últimos años empezaron a disputar su espacio en el mercado global. De hecho, entre 1980 y el 2000 el share (proporción del mercado dominada) de ganancia de las empresas de países periféricos pasó de ser del 5 al 26 por ciento. Este chamuyo de las transnacionales del tercer mundo está muy de moda y engloba bajo el mismo paraguas a casos tan distintos –pero reales– como Xiaomi, la productora china de smartphones plásticos que supuestamente está rompiendo la Internet; Al Jazeera, el complejo de telecomunicaciones árabe, o –un favorito de muchos– el grupo peruano Ajé, que domina el mercado de bebidas sin alcohol (NABS en el lenguaje del capitalismo) en su país de origen y se está expandiendo con buenos resultados en mercados importantes de la región como México y con mejores resultados todavía en el sudeste asiático.

El segundo factor que mina el período de auge de la corporación occidental es la expansión de la tecnología que permite acceder al mercado global de consumidores sin excesivos esfuerzos. Con Facebook podés publicitar potencialmente tus productos a una cantidad de personas similar a la población china: 1.4 billones. Los gigantes del e-commerce como Amazon o Alibaba, Tencent o JD.com ofrecen servicios financieros y una plataforma para venderle y facturarle al mundo.

Y el tercer factor (esto no lo dice el informe de MGI pero yo sí) es la consolidación de nuevos movimientos de populismos en muchas zonas del mundo (desde el kirchnerismo en Argentina hasta el ascenso de Jacob Zuma en Sudáfrica) que generaron una ola de hostilidad hacia la clásica codicia corporativa occidental y hacia los productos y símbolos del bussiness global.

 

la resaca 

El tema es que si el artículo de The Economist y el informe del MGI están en lo cierto es necesario empezar a pensar cómo será la resaca posterior a la crisis de los grandes relatos corporativos. Las marcas multinacionales son la principal usina de sentido en nuestras sociedades avanzadas, la matriz sentimental sobre la que experimentamos nuestra vida, aprehendemos las categorías de clasificación social, definimos nuestras expectativas y nuestras ideas sobre todo lo que nos rodea. Se trata de un rol que en otras épocas ocuparon con mayor o menor éxito instituciones fuertes de la vida humana como la Iglesia o el Estado –rol que todavía ocupan desde posiciones subsumidas–. Las nociones hegemónicas y compartidas de amor, intensidad, nutrición, pasión, novedad, vanguardia, excepción, expectativa, feminidad, entre otras, que son provistas todos los días por los relatos coporativos de McDonalds, Anheuser-Busch, Unilever, Electronic Arts, Mondelez, Nestlé, Bayer, Procter, Pfizer, Ford, Disney, IBM, Apple, Pepsico, BBVA, L’Oreal, Dior, Philip Morris, Carrefour.

Por eso me interesa plantear dos preguntas fundamentales que la última crisis anunciada del capitalismo nos deja picando: ¿Cómo sabremos si somos felices en un mundo donde Coca-Cola ha sido reemplazada por un equilibrio volátil y multipolar de organizaciones yihadistas, redes sociales y bancos de células madres? ¿Cómo reconoceremos que estamos progresando profesionalmente, amando a nuestros hijos de forma adecuada o respetando a nuestras parejas, en un mercado donde los productos de Pampers, Dove, Skip y Axe son distribuidos en un packaging neutro a través de una red de drones cuyo dueño es una firma de nombre impronunciable con headquarters en una ciudad lejana y abstracta de la China comunista?

 

la revolución 

En un gran libro de nuestra época llamado La conquista de lo cool. El negocio de la cultura y la contracultura y el nacimiento del consumismo moderno el periodista e historiador Thomas Frank narra el proceso de transformación de la imaginación colectiva occidental más fuerte de la historia moderna: la consolidación de la malla contracultural como matriz de pensamiento y cosmovisión dominante a partir de la década de 1960, y su impacto definitorio en la modernización última del capitalismo y la globalización.

Hacia mediados de la década del cincuenta el american way of life –su verdadera expresión cultural: la arrolladora sociedad de masas– entró en un ciclo de crisis generalizada promovida desde diversas zonas de la sociedad civil, entre Elvis Presley y la Escuela de Frankfurt. Uno de esos hitos fue el ensayo The White Negro, de Norman Mailer, que fijó para siempre el mito sentimental de la revolución contracultural al elaborar el esquema de opuestos: conformismo contra inconformismo, seguridad contra experiencia, racionalidad científica contra sensibilidad artística, square versus hip.

Esta narración mágica sobre el surgimiento de la contracultura se integró rápidamente al proceso más general de crítica a la sociedad de masas (y todavía nos lo estamos fumando). En su forma básica sería algo así: cansados del clima aplastante, tedioso y embrutecedor que había impuesto la dinámica cultural de la posguerra norteamericana, con sus aspiraciones sociales normalizantes, un grupo de jóvenes inconformistas recuperaron tradiciones subterráneas del pensamiento occidental vinculadas al flaneurismo urbano, las vanguardias artísticas y la vagancia, e iniciaron un movimiento que intentaría destruir al establishment y reemplazar el conformismo y el consumismo por la libertad, y la autorrealización individual. 

Por supuesto, esta es una elaboración tipificada de algo que jamás existió. Lo que sí pasó, en cambio, es que la emergencia contracultural de los años sesenta fue la forma en que resonó al nivel de la cultura un cambio material de la economía global: la expansión final del capitalismo norteamericano hacia la periferia requirió un complejo simbólico capaz de integrar en un mismo sistema de referencias las nuevas formas más versátiles y flexibles de management, la libre circulación del capital global y la incorporación de nuevos segmentos de población consumo –como las mujeres, los negros y, en general, todo el tercer mundo.

Tanto es así que una de las instancias de este proceso de apertura y flexibilización fue el nacimiento de la doctrina del marketing llamada “market segmentation” o segmentación de mercados, la torsión intelectual mediante la cual se identifica no ya un solo consumidor con creencias, expectativas e ideas promedio al que se le tira objetos de consumo exasperantemente iguales, producidos en una línea fordista por obreros alienados, sino un amplio espectro de formas de ser y estar-en-el-mundo que demandan bienes de consumo customizados y, en su forma más sofisticada, inmateriales. Richard S. Tedlow, un tipo que historiza muy bien estas transformaciones dice que la segmentación de mercado es un estadio de desarrollo de la teoría del marketing en donde a la hora de pensar la competencia se reemplazan las variables demográficas por conceptos más sutiles como imagen de marca o el consumer identity, que en los umbrales del siglo XXI actualizaría el relevante libro de Al Ries y Jack Trout Positioning: The Battle for Your Mind.

Bajo esta perspectiva, resulta curioso el solapamiento entre los movimientos de reivindicación de minorías y algunas tendencias del pensamiento anticonsumista o anticapitalista. Estas unidades artificiales y candorosas no son más que la forma en que el capitalismo enmascara los requerimientos culturales de la nueva subfase de ordenamiento de los negocios globales. Hoy resulta claro y contundente la simbiosis entre el movimiento de liberación femenina y la serie de publicidades de Virginia Slims (Philip Morris International) que en los 60 mostraban a los arquetipos femeninos de su época: mujeres liberales, divertidas, empoderadas, todas fumando bajo el lema “you’ve come a long way”. O entre la integración de la juventud como nuevo segmento de consumo y la Pepsi Generation. Como antecedente poderoso de estos procesos baste simplemente mencionar el vínculo para nada sutil entre el nacimiento de la soap opera, el formato radial y posteriormente televisivo al que nosotros hacemos referencia bajo el nombre de “novela” y que en inglés se llama así porque las auspiciaba la marca de jabones de Procter & Gamble, y la legalización del sufragio femenino en Estados Unidos en 1920, vínculo que narra de forma precisa el libro Soap Opera: The Inside Story of Procter & Gamble, de Alecia Swasy.

Esta constatación frecuentemente olvidada por la crítica literaria y las disciplinas del pensamiento nos devuelve a la pregunta inicial: si fue la empresa occidental la gran organizadora material y simbólica de nuestras sociedades avanzadas, ¿cuál será el status futuro de la imaginación colectiva en el escenario de su crisis promovida por la hiperfragmentación de los mercados y la emergencia de nuevos actores con idioscincracias periféricas y tercer mundistas?

 

el termómetro

Existe una industria que a lo largo de los años se ha mostrado extremadamente sensible a las transformaciones del capitalismo: la de la cerveza. Y de entre todas las empresas que hacen birra hay una especialmente relevante para la iconografía occidental: Anheuser-Busch.

Anheuser-Busch fue un símbolo de la inmigración europea a los Estados Unidos primero, de la penetración cultural norteamericana en el mundo después y finalmente de la colonización del centro por la periferia en el delicado equilibrio de los negocios globales. Fundada en 1852 por alemanes en la ciudad de Saint Louis, Anheuser-Busch es famosa entre otras cosas por manufacturar la Budweiser, el paradigma de la cerveza ligera y refrescante norteamericana y durante muchos años la marca más vendida del mundo (el segundo puesto lo ocupaba la Bud Light, que ahora es la primera). También es un exponente de la transnacionalización del mercado durante las últimas cuatro décadas del siglo XX. Involucrada en la vida cultural del país a tal punto que durante gran parte de su historia fue propietaria de los Saint Louis Cardinals, uno de los equipos más ganadores de la Major Baseball League y clásico amargo de los New York Yankees y los Boston Red Sox. Las sucesivas generaciones de Busch que presidieron la empresa forman parte cabal de la mitología estadounidense: Adolphus Busch, (1861-1945), Gussie Busch (1946-1975), August Busch III, alias The Third (1975-2002), y finalmente August Busch IV, alias The Fourth (2003-2008).

Una muy buena historia sobre estos relevos generacionales es el libro de William Knoedelseder, Bitter Brew: The Rise and Fall of Anheuser-Busch and America’s Kings of Beer. La historia es reconocible y dramática: Adolphus la fundó; Gussie la transformó en una de las empresas norteamericanas más grandes del país, The Third, en una de las empresas norteamericanas más grandes del mundo y, en el 2008, The Fourth la malvendió a los capitales brasileros que controlaban InBev en uno de los casos más célebres de hostile takeover de la historia. InBev, a su vez, era ya una transnacional importante surgida en 2006 de la convergencia entre Interbrew, una cervecera belga cuyas raíces se remontan al siglo XIV, y AmBev, antes Companhia de Bebidas das Americas nacida en 1999 de otra fusión entre Antárctica y Brahma en Brasil.

La venta de Anheuser-Busch al megamonstruo de capitales latinoamericanos fue, por supuesto, un golpe para el orgullo y la autoestima norteamericanos. De hecho el deseo de mantener a AB como una empresa estadounidense unió al gobernador republicano del estado de Missouri Matthew R. Blunt con el entonces senador por Illinois, Barack Obama. Sin embargo. los esfuerzos del Estado de la Unión fueron inútiles –el Estado siempre es inútil frente a las multinacionales. La nueva empresa, AB InBev, se transformó automáticamente en la más grande cervecera del mundo, siendo su principal competidora SAB Miller; a su vez la unión de Miller, otra clásica cervecera norteamericana de origen irlandés, afincada en Milwakee, competidora histórica de Anheuser-Busch, con South African Breweries (SAB), una transnacional fundada en 1895 en Johannesburgo.

La operación financiera que permitió que InBev se quedase con AB fue ideada por Carlos Brito, un ingeniero mecánico nacido en Río de Janeiro en 1960, poseedor de un MBA en la Stanford University Business School y conocido por ser una especie de villano de comics, el arquetipo del international business man, despiadado a la hora de lograr la máxima eficiencia en sus empresas por la vía del recorte de costos. Brito quedó como CEO de la nueva megacervecera y promovió una estrategia de unificación del portfolio tras sus marcas globales Stella Artois, Budweiser y Corona, que introdujo en todos los mercados a la vez que adquiría y destruía a propósito las marcas locales que concentraban el consumo y el orgullo nacional en los mercados domésticos de casi todo el mundo –como en Argentina fue la cerveza Quilmes.

El caso de AmBev comprando Interbrew y más tarde Anheuser-Busch es interesante porque nos muestra no solo los nuevos movimientos de “colonización” del capital proveniente de economías emergentes en fuerte proceso de expansión sobre los núcleos centrales del capitalismo norteamericano y europeo sino, más todavía, porque implica el avance de un nuevo tipo de capital que, despojado de la carga pesada de una historia centenaria, se mueve bajo la lógica despersonalizada y aséptica de los intercambios globales puros y, por eso, tiende a no reconocer las tradiciones nacionales específicas de los mercados a los que llega, homogeneizándolos en nombre de la racionalidad abstracta y la eficiencia de costos.

En un artículo de 2012 de la revista Bloomberg Business llamado “The Plot to Destroy America’s Beer”, el periodista Devin Leonard comenta cómo el capital brasilero está libre de nostalgia: apenas constituida InBev Carlos Brito cerró una fábrica en Manchester fundada en 1779, 224 años antes, donde se producía la cerveza Boddintons, una de las más tradicionales del viejo continente, dejando en la calle a trabajadores que en algunos casos eran tercera o cuarta generación de empleados.

Además, apenas adquirida por Brito, la Boddintons cayó estrepitosamente en ventas: los consumidores tradicionales, un pequeño nicho que valoraba el sabor extra amargo de la cerveza, comenzaron a quejarse que el gusto no era el mismo. La birra estaba más chirle y era menos sabrosa. En el afán de cortar costos, Carlos Brito impulsó la compra de materias primas de menor calidad, cosa que obviamente la empresa jamás admitió oficialmente pero que es fácilmente comprobable. El último mojón de esta historia se produjo en octubre de este año: AB InBev hizo una oferta exitosa para comprar SAB Miller por 107 mil millones de dólares. La nueva empresa resultante de la operación será una de las transnacionales más grandes de la historia, produciendo cerca de 60 mil millones de litros al año y controlando el 30 por ciento de las ventas en el mundo. Heineken, su principal competidora, quedaría segunda con apenas el 9 por ciento de market share.

En el contexto de reducción de las ganancias hay dos elementos que se vuelven inviables para el nuevo orden global: la tradición y la competencia. De lejos se escuchan los ecos de la futura liberación.

 

el mito 

La contracara del sesgo de sobreinterpretación institucional que padecen tanto las ciencias sociales como la historia de las ideas y la crítica literaria es el absoluto déficit de comprensión de las formas probablemente más relevantes en que las empresas y, en especial, la pedagogía de las marcas, nos enseñan a pensar, desear y elaborar la idea que tenemos de nosotros mismos y de lo que deberíamos ser. Este silencio –solo roto esporádicamente por clásico de 1999 El nuevo espíritu del capitalismo, de Luc Boltanski y Eve Chiapello o, desde otro lugar, en el No Logo de Naomi Klein–, ha dejado un espacio vacío que colonizaron las más pragmáticas disciplinas del pensamiento vinculadas al management, el marketing y las teorías del comportamiento del consumidor. Por algún motivo hay dos grandes temas a los que renunciamos por esnobismo o incapacidad: la historia de las corporaciones y cómo han construido las poderosas narraciones que dieron forma al espíritu de nuestra época, y la manera en que los CEO de esas grandes corporaciones han concebido sus planes de negocios y han colonizado el mundo.

En el umbral de un cambio de paradigma, cuando se anuncia la gran transformación en la forma en que las corporaciones disputan el dominio de los mercados y nuevos jugadores se suman a la guerra por las ganancias que se generan en la economía mundial, construir un corpus literario que tienda a cerrar el gap resulta particularmente urgente si pretendemos pensar cómo será la resaca de la crisis de los grandes relatos corporativos. En efecto, si comprendemos que son las multinacionales occidentales las que nos han provisto las matrices de sentido a partir de las cuales procesamos la experiencia sensible de vivir en nuestras sociedades, esta crisis no será gratuita para las almas sencillas en busca de la gratificación espiritual que solo puede ofrecer el consumo.

Copete: 
La caída de las tasas de beneficio de las grandes corporaciones y el crecimiento de jugadores globales provenientes de países pobres se suma a la emergencia de megamonopolios mundiales. El relato de las grandes marcas, en este contexto, tendería a modificarse. ¿Surgirán otros aún más potentes o viviremos en la anomia? ¿Tenemos herramientas para leer este cambio? El ocaso de las ciencias humanas y el auge del marketing hipersegmentado.
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políticas de la narración / las corpos también lloran / cerveza Duff
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Diego Vecino
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Mariano Grassi
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nos vemos en el cielo, en el infierno ya estuvimos

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“Ellos dicen: te ponen las marrocas y te llevan a la tumba. Ellos dicen que no podés hacer lo que ellos hacen también. Ellos dicen que tengo estas heridas porque soy antisocial. Te llevan a Ezeiza, Sierra Chica o cualquier otro penal. Y yo digo: que tengo mi derecho a estar en libertad”.
Escuela de la Calle- Aguante la libertad.

 

“He tenido muchos trabajos. Tuve dos empresas en la Argentina. Importé aparatos cardiológicos de China, tuve una compañía de sistemas. En Uruguay tuve bar, hotel, trabajé con mis suegros. He tenido una vida laboral activa y tengo aportes jubilatorios”. Luis Mario Vitette Sellanes se presenta como si estuviera recitando uno de sus poemas. Son los datos menos conocidos de su biografía. 

¿Cuándo se dio cuenta que quería ser ladrón? 
—El otro día pensaba y encontré por ahí esa frase muy linda que decía: “Encontré mi destino en el camino que siempre quise evitar”. Mi preparación católica y todos mis estudios eran para evitar lo que en realidad ahora soy, trato de ser y seguiré siendo. Que es mi lucha, por ser. Aunque ya estoy grande y alguno de estos días me voy a morir, creo que me quedarán nada más que 40 o 50 años más de vida, recién tengo 60. Por lo menos fui, soy, estoy. 

¿A usted le gusta la timba? 
—No, aunque a veces juego al 379: el ladrón. Soy compulsivo y no puedo hacer nada de ese tipo de cosas. Nada que tenga que ver con los vicios, con las adicciones. De hecho, soy un gastador compulsivo y no lo puedo controlar.

“Somos mucho más que dos” diría Sandra Mihanovich. ¿Qué vicios tuvo usted, don Mario? ¿Caballos, bebida, droga, mujeres o de otro tipo? 
—Consumí droga hasta el año 90. Por mi compulsión era un cuento a la Luna. Tomaba alcohol, para bajar de la droga: un litro por día. También consumí psicofármacos y jugué a la ruleta. Por ahora la única compulsión que me queda es gastar. Y sí, por ahí soy bastante promiscuo. 

¿Cuál sería el mensaje para los chicos? Por lo que uno ha vivido, y otros han vivido, al final… sólo deja culpa, deudas, traiciones y abandonos.
—Me gusta eso que decís: es lo peor que me ha pasado en la vida. Y te lo dice alguien que ha estado mucho tiempo preso. Podrían pensar que lo peor es la prisión, pero no: lo peor es cualquiera de esas adicciones. Te despersonalizás, eso es espantoso. Me quedó el gustito dulce de las mujeres. Nada más. Mis nietos, la bicicleta, bajar la panza, cocinar. Hice un buen cambio.

Respetado y admirado por policías, periodistas y delincuentes, el cerebro del “robo del siglo” podría hacerse llamar “el ladrón del siglo”. Sin embargo, Luis Mario Vitette, para algunos “el hombre del traje gris”, prefiere que le digan simplemente Mario.  

Crisis buscó llegar a él durante cuatro meses. Quisimos ir hasta la Unidad Penal 30 de General Alvear, en la provincia de Buenos Aires; compartir unos mates bien cebados con Canarias con el ex hombre araña del Río de la Plata que pasó a la historia por robar un banco en 2006 y llevarse diecinueve millones de dólares en joyas y efectivo. Hacer las preguntas en off que no publicaríamos y que quizás ni siquiera hubiera respondido. ¿Hubo zona liberada? ¿Quién es el famoso que tenía doce millones de dólares en el banco Río de Acasusso? ¿Cómo hacemos para abrir las esposas con un sachet de mostaza?

Pero la misma Justicia que incumple las leyes vigentes e impide su liberación, ya cumplidos los plazos legales que rigen para su expulsión del país, nos dejó con las ganas de encontrarnos cara a cara. Fueron meses de caminar por los pasillos de Tribunales y presentar escritos, hasta que la entrevista fue autorizada por el Tribunal Oral Criminal 15. Cuando el oficio llegó al penal de Alvear, la causa había cambiado de juzgado. Del TOC 15 a Ejecución Penal 2. Otra vez a perder tiempo llamando por teléfono y presentando escritos sin recibir respuesta del juez Marcelo Peluzzi. Que se declaró incompetente y devolvió la causa al TOC 15. El expediente fue y vino. Volvió a Ejecución Penal 2, después a la Sala I de la Cámara de Apelaciones de Casación Penal y al juzgado de Ejecución Penal 4 que, cosas del destino, está a cargo del mismo juez, Peluzzi, que es del 4 pero subroga el 2. 

Nos quisieron ganar pero decidimos hablar por teléfono. A la hora pactada, el teléfono de FM Aprender sonó y oímos la voz nítida, fuerte y serena de Marito. Desde Alvear a Constitución, la última entrevista en esa prisión.

¿En quién confía menos? ¿En la policía, en los otros delincuentes, en los periodistas, en los abogados, o en las mujeres? 
—En realidad no confío mucho en ninguno de esos. Uno es desconfiado por naturaleza, pero las mujeres… ¡qué bicho raro son! Yo fui casado mucho tiempo, sufrimos mucho con una señora, tuvimos después la buena vida, y se murió, y me abandonó y me dejó solo, así que hasta en eso desconfío. Siempre digo: ¡esta hija de mil cuando estuvimos mal me acompañó, y ahora que estábamos bien se murió! En la Policía, hay un 99 por ciento que trabaja bien, que labura por el bronce, por la chapa, que madruga todos los días, para tratar de acabar con la delincuencia y cumplir su función social, pero hay un 1 por ciento o un uno por mil que son peores que uno, corruptos que ensucian a la institución policial. Son los que me llevan a descreer de ellos mismos y lo lamento por el 99 por ciento de los buenos. 

Aclaremos que la referencia a las mujeres no es por machismo sino porque, en el hecho que te hizo famoso, hay una mujer despechada que se pone al frente de la investigación y termina con la caída de todos ustedes.
—Podría hacer referencia a muchísimas mujeres despechadas que han salido a la palestra a delatar a sus esposos, a sus amantes presidentes, pero mejor no, porque estoy bastante apolítico.

@luisvitette estuvo preso entre 2006 y 2013. Cumplió 60 años el 4 de agosto. Desde su cuenta de Twitter, opina sobre la actualidad y no deja títere con cabeza. Por ejemplo: 

• “Revisé los ítems de la nueva ley y en la letra chica yo estaría autorizado a comprar bonos. Porque no contempla a ladrones (de bancos)”
• “Recuerden que tengo algo en común con el Sr. ministro Lorenzino: ¡yo también me quiero ir! ¿Podré acceder a un bonito inmobiliario? Tengo ganas de invertir en Argentina”. 
• “Hoy me toca cocinar a mí. Espero que Ricardo Jaime no se demore porque se le va a enfriar la cena”. 
• “Señores Jueces, tengan presente mi Libertad. Yo sólo se los recuerdo. Me voy silbando bajito. Nos vemos en el INFIERNO”.

Usted se define como “experto en inseguridad”. ¿Aceptaría algún cargo público o privado como asesor en seguridad? 
—Público no, privado sí. Para eso estoy creando un personaje y me he preparado, justamente, para violar la seguridad. Y dirás ¿qué tan profesional es si está preso? Ah, ese es otro tema. Yo violé la seguridad, después me delataron y vine preso. No digo que soy un experto en no caer preso ni en el crimen perfecto, que en realidad no existe: hay malas investigaciones. Una vez un implantólogo me llevó a una casa y me dijo “Marito, dale una miradita”. Le dije “cubrí acá, tapá allá” y creí que estaba copada la seguridad pero tuvo una empleada doméstica infiel y también lo robó, así que la seguridad perfecta no existe. Me preparé toda la vida para violarla, así que ¿por qué no saltar al otro lado para cuidar que no la violen? No lo considero una traición. 

¿Por qué no? Si ex represores de la dictadura han creado agencias de seguridad, usted podría hacerlo una vez que pague su deuda con la sociedad.
—Es cierto. Hace poco leí una nota sobre bandas de ex ladrones que están trabajando para la seguridad en los Estados Unidos. Como dice el dicho del campo: a los huevos hay que dárselos a cuidar al zorro. 

¿Coincide con nosotros en que la inseguridad es un negocio? 
—No me gusta hablar de números, pero esta vez voy a hacer referencia. Una empresa de seguridad me ofreció 120 mil dólares por año para utilizar mi imagen y mis conocimientos. Y me negué. Eso quiere decir que es buen negocio, ¿no? Han hecho una muy buena oferta, pero pretendo muchísimo más.

Es buena plata igual… 
—Sí, pero hay un dicho en el campo que no creo que tu revista lo publique: “para ser puta y no ganar nada, es mejor ser mujer honrada”. Entonces digo, mi amigo, ¿se quieren llevar la del león? Tal vez sea un poco mi egocentrismo, pero si quieren elegir al mejor posicionado, publicitariamente, al posicionado como “el peor”, si van a utilizar mi imagen, que la pongan: si no, lo hago yo.

Una vez usted se definió como “un triste ladrón de gallinas”. Pero son gallinas de huevos de oro. 
—Pero no dejo de ser un ladrón de gallinas, porque no soy ladrón de bancos. Que una vez robé un banco… me gusta mucho lo de triste, y mucho más lo de ladrón. 

Triste ¿por qué? 
—Porque el ladrón es como el clown. Yo te muestro si querés todas chicas en minifalda, las botellas de champán se destapaban solas… pero es de mi boca para afuera. En realidad, en mis memorias, en mis reservas, es más tristeza que alegría. Por cada botella de champán hay cuatro panes duros en la sombra, en la cárcel, en la tumba.

Le iba a preguntar si el crimen paga o no paga, pero ya me contestó.
—No, el crimen no paga. Nada. Si pudiera retroceder cuarenta o cincuenta años en el tiempo, nunca estaría detenido. Nunca haría nada que me pueda traer a una cárcel. Me agarraría con los dientes para tratar de esquivar mi destino en el camino que encontré.

Una vez “La Garza” Sosa contó que solamente se arrepentía de un hecho: su primer robo, el arrebato de su cartera a una mujer. ¿Se arrepiente usted de algún delito?
—Me arrepiento de algo hace muchos años en Uruguay, un ilícito del año 1976 que ya está pago, prescripto, no figura ni como antecedente. Me vi involucrado en un homicidio, y como hubo una vida de por medio eso trato de esquivarlo, no de eludir la responsabilidad. Trataría de sacarlo de mi vida de cualquier manera. Le pido perdón a la familia, me tapo, me humillo, me avergüenzo el resto de mi vida, pero preferiría no hacer referencia a eso que figura grabado a fuego en mi alma y mi corazón.

Pero de mi oficio o profesión de ladrón, no voy a renegar. ¿Cómo me voy a arrepentir de robar el Banco Río de Acasusso si estuve invirtiendo muchísimo dinero y trabajando un año para eso? Me arrepiento de haber conocido gente que después me delató. 
 
¿Cómo ve la transformación del delito con el paso del tiempo? La inseguridad aumentó o se redujo, pero creció la violencia. ¿Los medios influyen? 
—Hay un montón de aristas, y podríamos hablar cuatro revistas solo de esta pregunta. El delito ha mutado mucho. Lo que digo es entre comillas, porque estamos hablando de la comisión de delitos. El “profesionalismo” se va perdiendo, ya no hay “especialidades”. Siempre hay una diferencia entre el ladrón y el chorro. El ladrón se prepara para cometer un ilícito, para perpetrar algo estudiado, calculado, con una inversión para llevarlo adelante. El chorro sale a la calle a buscar dinero. Entonces puede robar un blindado, un banco, un camión de carne, de caudales, no tiene un delito determinado. Va a robar, a buscar dinero. Ya no hay ladrones, ahora hay chorros. Es así: “Vamos en un auto y si sale un señor de un auto en un chalet muy lindo le hacemos una entradera, y si sale del banco hacemos una salidera, y si le tenemos que dar un tiro en la panza a una embarazada se lo damos.” La ostentación obscena lleva al delito. Eso que vemos por los medios, una persona que no está muy firme en su educación dice “yo quiero un celular de esos” y va y rompe todo a un viejito para tenerlo. No digo que la televisión tenga algo que ver, pero a lo mejor induce. Cada vez que veo una joya que es el sueño de todo ladrón, la destaco en Twitter, aunque a algunos de mis seis mil seguidores no les guste mucho. 

¿Tuvo alguna joya de ese valor en sus manos alguna vez? ¿De medio millón de dólares? 
—No me acuerdo, je je je. Sí, tuve. Hay antecedentes públicos de mis fracasos. En el Banco Río hablan de 80 kilos de joyas finas, por ejemplo.

¿Qué piensa de la propiedad privada? 
—¡Cuando me robaron a mi no sabe cómo me dolió! Robar está muy mal, es contrario a mi grey católica. Robar es un pecado. A la sociedad a veces la critico porque me dicen “qué podemos hacer con los pibitos” y les digo que no deleguen en mí una responsabilidad que es de ustedes. A mí me segregaron por mi mal comportamiento, así que no es una crítica, pero no me pongan en la responsabilidad de decir qué hacer. Empecemos por la educación, que es la responsabilidad de ustedes. Soy crítico pero sin odio a la sociedad, si los códigos dicen que fui separado por mi inconducta, como ahora dice la ley que voy a ser expulsado del país por mis malos comportamientos. No soy ningún Robin Hood, no hay nada de eso.

“En barrio de ricachones, sin armas y sin rencores, es solo plata y no amores”. 
—Es solo plata y no amores, me gusta la adrenalina. Pero la frase no es mía, siempre sostengo que no estuve de acuerdo en dejar ese cartel que era una provocación al pepe, ya nos íbamos con todo el dinero.

¿Fue un plagio al golpe de 1976 en un banco de Niza?
—No, la única coincidencia es que también habían dejado un verso, una frase. Yo no las uso para provocar, solo para hablar bien de mí y dormir más tranquilo.

Vittete recuerda haber leído “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada”, de Lacan, textos legendarios como “Papillon”, de Henri Charrière y “Siete años de cárcel”, de Nicole Gerard, pero admite que conoce más de cárceles y motines por lo que le tocó vivir. Por eso ya casi no lee historias de prisiones. “Prefiero sumergirme en mis recuerdos. En realidad me conocen por mis fracasos”, dice. De hecho, hay muchos que creen que hace falta filmar una película sobre su vida. A él le gustaría la idea pero preferiría que fuera una ficción y no un documental, que le suena muy solemne. “Para que no digan ‘mirá este hijo de mil cómo malgastó su vida, casi toda su vida dedicada a hacer el mal, a estar encerrado’. Ya que dediqué mi vida a esto, creé un personaje que cada vez odio más, que se llama Marito Vitette, a ese personaje, cualquiera que quiera documentarlo, cualquiera puede hacerlo per se, pero el que quiera mi información va a ser el que tenga más dinero”. 

En la película, tendríamos varios personajes: el Uruguayo, Beto, el hombre del traje gris, el Cerebro, el Ingeniero… Ya que a Marito lo quiere dejar de lado, ¿usted cuál sería? 
—Marito. Hablo como los dementes, en tercera persona. Quiero volver a ser Luis Mario, jugar con mi nieto, llevarlo a la escuela, ir a la playa y meter las patas en el agua… ¡qué guarango suena “las patas en el agua”!, ¿no? 

Las patas en la fuente, como decimos los peronistas. ¿Un policía y un ladrón que merezcan su respeto? 
—Policía, ninguno. Que me perdonen los buenos, pero dudo por los malos. Ladrón, yo. 

“En tiempos sombríos, los villanos tomamos protagonismo”.
—Eso no es un plagio, es la deformación de un original en el prólogo de Robin Hood. Cuando los gobernantes pierden liderazgo, cobra protagonismo el villano. Es una deformación de un plagio, mirá si seré honesto. Uno de mis versos que me gusta mucho es “Paz interior (Carta de un ladrón a un vigilante)” dedicado a Julio López, que no fue muy difundido, será porque le recuerda a alguien su responsabilidad en el hecho. 

¿Cuál sería su mensaje a los chicos que están pensando en entrar a la delincuencia o que acaban de empezar en el delito? 
—Tantas cosas les diría... Me gustaría muchísimo trabajar con la infancia, para mostrar el mal ejemplo. Tantas cosas podría hablar yo con los chicos, ir a un guachero, a un hogar de menores, y dedicar un kilo de yerba y mostrarle heridas que no se ven, que no están visibles, que capaz no van a cerrar nunca y que sangran toda la vida. Un mate y un buen consejo valen más que cualquier cosa. 

Si se ganara el Loto o el 5 de Oro, ¿en que invertiría el dinero? ¿Oro, joyas, plazo fijo, inmuebles? 
—La regalo toda. Yo robo para ser, no para tener. 

Usted dijo que le teme al buen policía, porque trata de detenerlo. Al mal policía, porque trata de sacarle plata. Al mal ladrón, porque trata de delatarlo. ¿Le tiene miedo a algo más? ¿A la muerte? ¿Suya o de un ser querido? 
—A la muerte sabés que no. Extraño tanto a mi padre que la espero, dentro de 40 años, para ir a encontrarme con él. 

Gracias por su tiempo, Mario.
—Gracias a ustedes, y nos vemos en el cielo, porque en el infierno ya estuvimos muchas veces.

Copete: 
Cuando habla, recita de memoria el manual de su filosofía. El uruguayo que organizó el robo de dicienueve millones de dólares no disimula la tristeza de un oficio que compara con el de clown. Por qué un ladrón está en las antípodas de un chorro. La propiedad privada, el diccionario del delito que escribe a través de las redes sociales, la lucha constante y adictiva por ser eso que había querido evitar. “Yo robo para ser, no para tener”, dice Luis Mario Vitette. Ironía, lucidez y nostalgia.
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ladrón del siglo / del banco al río / luis mario vitette
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Autor: 
Raul López
Ilustrador: 
Frank Vega
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muera méxico, cabrones

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E n Instrucciones para vivir en México, Jorge Ibargüengoitia, lúcido e irónico desmitificador de los relatos nacionales mexicanos, explicaba en 1974 qué era el “Teatro PRI”: una obra escrita “chueca” con actores que hablan de perfil, empleando palabras herméticas que ellos mismos no entendían, y donde “no se sabe nunca si lo que está pasando en el escenario es farsa o sacrificio ritual –con muerto y todo”. Cuarenta años después, este teatro político consolidado bajo la escenografía de un Estado democrático heredero de los ideales de la Revolución Mexicana, está fuera de quicio.

La noche del 26 de septiembre de 2014, en Iguala, municipio del Estado de Guerrero lindante a la región de Tierra Caliente, al suroeste del país, fueron asesinados tres estudiantes. Dos de ellos con disparos a quemarropa; el tercero apareció torturado, y con sus ojos sacados de las cuencas. Aquella noche también desaparecieron 43 estudiantes. Todos tenían entre 17 y 33 años y provenían de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, fundada en 1926 para formar maestros. A un año de estos crímenes, el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), nombrado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), presentó los resultados de su investigación de seis meses. Y reveló fallas, inconsistencias y negligencias en la versión oficial, a cargo de la Procuraduría General de la República (PGR). El GIEI determinó que los crímenes en Iguala revelan un “sistema de coordinación” entre la policía municipal, estatal, federal y el Ejército, en el que además participaron agentes de la policía ministerial, dependiente de la propia PGR.

En un país donde los asesinatos se cuentan en decenas de miles (150 mil en la última década) y las desapariciones son frecuentes desde la llamada “guerra sucia” contra la guerrilla (concentrada en Guerrero) a fines de los sesenta, y desde la guerra contra el narcotráfico durante el gobierno panista de Felipe Calderón (25 mil desaparecidos entre 2006 y 2012), los asesinatos y desapariciones de los estudiantes en Iguala evidenciaron las ruinas del “Teatro PRI”. Iguala exhibió la ineficacia y la agonía de aquel sistema, y mostró las vísceras de una nueva forma política en Guerrero, la narcopolítica, consolidada luego de décadas de violencia ilegal en las sombras de la democracia. 

vamos a matarlos a todos

La tercera semana de septiembre del año pasado los comités de estudiantes de las 17 escuelas rurales normales de México se reunieron en Morelos para organizar su participación en la 46 conmemoración de la masacre de Tlatelolco, en la Ciudad de México (el 2 de octubre de 1968, diez días antes del inicio de los Juegos Olímpicos, francotiradores de civil a las órdenes del gobierno federal mataron a más de 300 personas, en su mayoría estudiantes que se movilizaban en la Plaza de las Tres Culturas contra las políticas autoritarias del PRI). Los comités acordaron reunirse el 30 de septiembre en la Normal de Ayotzinapa para ir juntos a la manifestación. Necesitaban entre doce y quince micros.

El 23 de septiembre, los estudiantes de Ayotzinapa salieron de la escuela hacia la capital de Guerrero, Chilpancingo, a 15 kilómetros. Su objetivo era retener micros: la toma de buses en las carreteras es una práctica habitual de los normalistas cuando participan de viajes de estudio o movilizaciones sociales. Por disposición de las empresas, los choferes deben quedarse en los camiones mientras estén tomados. El 25 había ya ocho micros en la escuela: cinco los habían tomado los normalistas y los restantes fueron traídos por otros estudiantes. Faltaban al menos cuatro. 

La mañana del 26 de septiembre los normalistas fueron a Chilpancingo para tomar más buses. No tuvieron éxito y regresaron. Cerca de cien estudiantes, casi todos de primer año, volvieron a salir a las 17:30 hacia el mismo destino en dos micros de la empresa Estrella de Oro (1568 y 1531). Divisaron patrullas de la policía federal y cambiaron de rumbo. Se dirigieron por la autopista Chilpancingo-Iguala a otro punto habitual para las tomas, el cruce con la ruta que conduce a la ciudad de Huitzuco, a cien kilómetros de Chilpancingo. El tráfico los demoró. Decidieron que el micro 1568 se quedase en la zona de un restaurant, al costado del cruce, y que el 1531 se dirigiese al peaje para entrar a Iguala. A las 20, entre cinco y seis estudiantes que estaban en el cruce tomaron un tercer bus, el Costa Line 2513.

Negociaron con el chofer ir hasta Iguala, dejar a los pasajeros y regresar a la escuela. Según los estudiantes, cuando llegaron a la terminal a las 20:30, el chofer desconectó el encendido, bajó y los encerró. 
Desde su salida a la autopista, los estudiantes habían sido monitoreados por las fuerzas de seguridad: a las 17:59, la policía estatal de Chilpancingo informó a la de Iguala que los micros 1568 y 1531 se dirigían hacia allí. Se trató de un reporte del Centro de Control, Comando, Comunicaciones y Cómputo, el C-4, un sistema de coordinación de información entre diferentes policías y el Ejército. Los estudiantes del Costa Line, al verse encerrados, llamaron a sus compañeros para que los ayudasen. Desde puntos diferentes, los micros 1568 y 1531 llegaron a la entrada de la terminal de Iguala a las 21:16. Según la investigación oficial de la PGR, los estudiantes habían ido a Iguala con la intención de boicotear un acto público de la esposa del alcalde José Luis Abarca, del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Pero el acto había terminado a las 19:40. 

Los normalistas encerrados en el Costa Line lograron salir y abandonaron el micro. Cuando llegaron sus compañeros tomaron entre todos tres buses más: los Costa Line 2012 y 2510 y el Estrella Roja 3278 (este quinto bus representó una novedad del informe del GIEI: la PGR había registrado cuatro micros). A partir de las 21:22 salieron los cinco micros de la terminal hacia la autopista Iguala-Chilpancingo en dos direcciones: tres hacia el Periférico Norte (2012, 2510 y 1568) y dos hacia el Periférico Sur (1531, 3278). Los tres primeros fueron interceptados por seis patrullas en un cruce de calles antes de llegar al Periférico, donde había más policías con pasamontañas, cascos, y chalecos antibalas. A partir de las 21:50 y durante veinte minutos los policías tirotearon los buses con rifles semiautomáticos R-15 Colt (utilizados en la guerra de Vietnam) que tienen un alcance de 500 metros. Rompieron los vidrios, las llantas, las carrocerías. Mientras tanto, el intendente bailaba cumbia con su esposa en una fiesta organizada luego del acto político donde la banda guerrerense Luz Roja, tocaba los temas “Tu mal proceder”, “¿Por qué sufrir así?”, “Se muere”.    

De los primeros dos micros se bajaron entre 16 y 20 estudiantes, e intentaron protegerse entre los camiones. Uno de ellos, Aldo Gutiérrez Solano, de 19 años, recibió un disparo en la cabeza; demoraron más de diez horas en atenderlo, y hoy permanece en coma. Para ese momento habían llegado policías de Cocula, un pueblo a 20 kilómetros de Iguala. Los estudiantes del último micro de la caravana, el 1568, fueron obligados a bajar por la policía. Uno de ellos, herido, fue trasladado al hospital. Al menos otros 21 fueron llevados a las 22:50 en seis o siete patrulleros y están desaparecidos. Los estudiantes que habían escapado regresaron. Querían preservar las evidencias de los micros baleados. Se reunieron con maestros y periodistas. A las 00:30 del 27 de septiembre dieron una improvisada conferencia de prensa. Mientras hablaban, encapuchados comenzaron a dispararles desde dos vehículos: dos estudiantes murieron, Daniel Solís Gallardo, de 18 años, y Julio César Ramírez, de 23, con disparos a menos de 15 centímetros de distancia. Acababan de llegar de Ayotzinapa, ante el pedido de auxilio de sus compañeros. Maestros, periodistas y estudiantes corrieron, entre ellos, Julio César Mondragón, de 22 años. Su cuerpo fue encontrado a las seis: lo torturaron, lo desollaron, le fracturaron el cráneo y las costillas, le provocaron hemorragias internas, le cortaron las orejas. Y le sacaron los ojos. Tenía una hija de dos meses.

Los otros dos micros (1531 y 3278) salieron hacia el Periférico Sur por dos caminos distintos. El primero fue interceptado a las 22 en la salida hacia Chilpancingo, frente al Palacio de Justicia de Iguala. Al grito de “los vamos a matar a todos”, policías encapuchados destruyeron el bus, arrojaron gas pimienta y lacrimógenos, y bajaron a catorce estudiantes, que habrían sido llevados en dirección a Huitzuco y permanecen desaparecidos. Aún no se sabe en qué micros iban otros ocho estudiantes, que también siguen desaparecidos. El quinto bus, 3278, fue interceptado cerca de las 22:15 en el mismo lugar donde estaba el 1531. Los catorce estudiantes de ese colectivo escaparon a un cerro; luego bajaron y fueron perseguidos por la autopista. Para ese momento, ya habían salido varias camionetas del batallón 27 del Ejército hacia donde estaban los micros. A las 00:45 los estudiantes se refugiaron en las casas de otro cerro de la región. 

A las 21:45 terminó en Iguala el partido entre el equipo local y Los Avispones de Chilpancingo, de la tercera división del fútbol mexicano. A las 23:00, 12 kilómetros después de haber salido hacia Chilpancingo, el micro de Los Avispones fue detenido. Desde ambos lados de la autopista lo balearon, probablemente porque los confundieron con los estudiantes. Uno de los jugadores, David Josué García Evangelista, “el zurdito”, de 15 años, murió en el momento. El chofer del micro falleció cuando llegó al hospital. Dos taxis que pasaban por la autopista fueron tiroteados y una de las pasajeras murió.

la historia como fosa

En noviembre de 2014, el ex titular de la PGR, Jesús Murillo Karam, había presentado “la verdad histórica de los hechos”: según esta versión, por orden de Abarca la policía municipal reprimió a los estudiantes y entregó a los 43 desaparecidos a miembros del cártel narco Guerreros Unidos, que los asesinaron, calcinaron en el basurero de Cocula y arrojaron sus restos en bolsas al río San Juan, supuestamente porque creían que habían sido infiltrados por una banda rival. Murillo Karam concluyó: “Iguala no es el Estado mexicano”. 

Pero el GIEI afirmó que la hipótesis sobre la incineración de los cuerpos en Cocula no se basó en pruebas científicas y sugirió que los crímenes podrían vincularse al tráfico de heroína desde Iguala hacia Chicago (una ruta habitual del narco), a partir de las inconsistencias del testimonio del chofer del quinto bus. También instó al gobierno mexicano a considerar el caso Ayotzinapa, donde la mayoría de los 111 detenidos son juzgados por delitos de secuestros y homicidios, como un crimen de lesa humanidad. En octubre pasado, la CIDH pidió entrevistar a los soldados del batallón 27 de Infantería de Iguala, pero el General del Ejército Salvador Cienfuegos se negó a que se interrogase a “sus soldados”. Una de las hipótesis sobre los 43 desaparecidos sugiere que sus cuerpos habrían sido incinerados en hornos de cremación públicos y privados en Guerrero; y que el Ejército podría estar involucrado. 

Rodeado de costa y montañas, Guerrero es el segundo productor mundial de amapola, con cuya resina se fabrica la heroína. Según la DEA, casi la mitad de la heroína consumida en Estados Unidos viene de allí. También concentra recursos forestales y un proyecto de construcción de la mayor mina de oro en América Latina, a 50 kilómetros de Iguala. Gobernado durante dos décadas y hasta este año por el PRD, Guerrero concentra regiones rurales y de difícil acceso que, ante la ausencia del Estado desde las reformas neoliberales de los ochenta, se convirtieron en territorios narcos con una cuasi soberanía local. En la actualidad existen 26 grupos narcos identificados. Después de los crímenes de Iguala, Abarca y su esposa María de los Ángeles Pineda Villa estuvieron prófugos durante un mes. En enero pasado, la PGR la identificó como jefa de Guerreros Unidos, creado en 2009 a partir de la disolución del cártel de los Beltrán Leyva (a su vez un desprendimiento del cártel de Sinaloa, del Chapo Guzmán) tras el asesinato de su líder. Tanto Abarca como Pineda Villa fueron procesados en octubre de este año por crímenes vinculados con la delincuencia organizada. 

Desde los noventa el vacío estatal también fue ocupado por nuevas guerrillas (en paralelo al surgimiento público en 1994 del EZLN en Chiapas) y más tarde por autodefensas o policías comunitarias, encargadas de la seguridad y la justicia en sus pueblos, basadas en la tradición indígena de usos y costumbres legalmente reconocida desde 2011 (47 de los 81 municipios guerrerenses cuentan con estas policías). Luego de Ayotzinapa, las guerrillas de Guerrero (Ejército Popular Revolucionario –EPR- y Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente –ERPI-, entre otras) acordaron una ofensiva militar común que llamaron “Brigada Popular de Ajusticiamiento 26 de septiembre” para enfrentar al “narcoestado mexicano”, representado por Guerreros Unidos –a los que llaman “sicarios del Estado” – y a los funcionarios que participaron del asesinato y la desaparición de civiles y normalistas. Tanto para luchar contra el narcotráfico como contra las guerrillas, el gobierno aseguró una presencia permanente del Ejército en Guerrero. La región se convirtió así, junto al Estado de México, en la más violenta del país: entre 2011 y 2013, se registraron 44 homicidios cada 100 mil habitantes, el doble que el promedio de México; en ciudades como Acapulco y Chilpancingo, la tasa se cuadruplica. Antes de Ayotzinapa, entre 2006 y 2014, hubo 148 desapariciones forzadas y más de la mitad ocurrió en Iguala. Durante las investigaciones de Ayotzinapa, se descubrieron varias fosas con cuerpos sin identificar que no pertenecían a los estudiantes. 

Este año México alcanzó el 13º lugar entre las economías más grandes en tamaño del PBI. La economía se expandió con el inicio del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994. Pero desde entonces la pobreza no bajó y el país es uno de los más desiguales del continente: el 1 por ciento de la población concentra el 43 por ciento de la riqueza, mientras que el 76 por ciento de los 18 millones de indígenas son pobres. Este modelo de crecimiento coexiste con la violencia de la narcopolítica, donde se fusionan el crimen organizado, las fuerzas de seguridad –legales e ilegales–, los principales partidos (el PRI, el PAN, el PRD) y el gobierno. Más que una excepción, Guerrero es un ejemplo radical de esta coexistencia. 

Como nación, México se construyó a través de un culto a la muerte. La muerte se escribe, se lee, se observa, se huele, se come, se pinta, se esculpe, se festeja. De forma perversa o no, el “Teatro PRI” se inscribía en esta celebración. Hoy, la narcopolítica la eclipsa: su sacrificio anula la farsa; sus fosas invaden el escenario; y sus cuerpos mutilados y desaparecidos son parte de un nuevo guion, con muerto y todo.

Copete: 
En 2014, la desaparición de 43 estudiantes en Ayotzinapa hizo viral lo que en México se digiere con normalidad: las formas de morir organizan la vida sin mediación, sin condescendencia, sin solución a la vista. Un país en el que el Estado se hace uno con el crimen, con el mercado y con la comunidad.
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guerrero y picante / los amos del ritmo / la lenta agonía del pri
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Gabriel Entin
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la ex biarritz más austral del mundo

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P erros que ladran, roncos de ladrar. Perros que dembulan, revisan la basura, ladran otra vez, siguen ladrando, cagan en las puertas (cuidarse de los patinazos al salir apurados). Mar del Plata no es más la ciudad desvencijada que era hasta mediados de la década ganada, pero la cantidad de perros abandonados por los visitantes es un baremo para medir qué clase de personas veranea todavía en esta ciudad y cuántas la siguen eligiendo como su lugar preferencial. 

Una de mis abuelas –debo reconocer en ella cierta xenofobia– preguntó una vez: ¿a eso llaman gente?, cuando la Bristol era un hervidero de cuerpos, heladeros, pochocleros, el celular era gigantesco, Internet no existía. Eso, a mediados de los ochenta. Entonces, en la costa Atlántica, solo Gesell representaba cierta competencia. Pinamar despuntaba, pero esa franja creció exponencialmente en los noventa. Punta del Este era para poca gente, esa que se imagina sofisticada. Ahora es para la grasada que se enriqueció primero con Menem y con De la Rúa y después con los Kirchner. 

Pero –convengamos una fecha: 1988– desde 1988, la última de las grandes temporadas, Mar del Plata se ha convertido en un inmenso geriátrico, repoblado por un arco de villas miseria, con una próspera universidad nacional y el porcentual más alto de desocupados del país, una infraestructura envidiable y una geografía que desafía en belleza y amplitud a cualquiera de las grandes ciudades-balneario del globo, llámense Biarritz, Coney Island, Trouville, Ostende, Atlantic City o Viña del Mar.

En la temporada de 87-88 suceden, con escasos días de diferencia, dos catástrofes populares: Alberto Olmedo muere, se cae del balcón a la madrugada, aferrado a lo que se cree era una bolsa con cocaína. Antes, Carlos Monzón, ex campeón del mundo, notable boxeador dado a los excesos, discute, también de madrugada, con Alicia Muñiz, quien entonces compartía su cobijo, y le zampa un cachetazo que la hace caer del balcón. La bella y la bestia –en versión hardcore– termina mal para la bestia (peor para la bella: muerta), el campeón preso. El país cariacontecido. Eran días complicados. La economía empezaba a hacer agua, el plan austral era un recuerdo pero todavía la ciudad se sostenía, sus industrias-base (el turismo, la pesca y sus derivados, textiles, manufacturas) eran sinónimo de plusvalía de cierta altura para algunos propietarios que desde diciembre a fines de marzo tenían las marquesinas a todo dar y recibir. El invierno, en muchos casos, se pasaba en Europa; el verano en la ciudad, al frente de las cajitas felices. Pero si bien la coincidencia entre la caída de los balcones y el declive turístico es solo eso, una coincidencia, esa fecha impone –en el calendario marplatense– el comienzo de la agonía. Si hasta llegó a decirse que cuando se oyó caer el cuerpo de la joven Muñiz, por un costado de la casa que alquilaba Monzón salía rapidito Adrián el Facha Martel, sindicado como el dealer de la farándula. Seguro: rumores infundados. Mar del Plata, en esos años, era una inmensa cocina de la mejor cocaína.

 

un sueño peronista de verano   

Señales citadinas: socialismo, masonería, vecinalismo, fascismo; antiperonismo al punto que jamás hubo un intendente peronista, a pesar de que el propio Juan Domingo Perón inauguró en 1954 el Festival Internacional de Cine junto a Gina Lollobrigida y Errol Flynn –de quien se recuerdan curiosas anécdotas sobre su pasión por el whisky y por el piano o por el piano y por el pene.

Dijo Perón en la apertura: “Hace diez años visité Mar del Plata y en ese entonces era un lugar de privilegio, donde los pudientes del país venían a descansar los ocios de toda la vida y de todo el año. Han pasado diez años. Durante ellos esta maravillosa síntesis de toda nuestra patria, aglutina en sus maravillosas playas y lugares de descanso al pueblo argentino y en especial a sus hombres de trabajo que necesitan descansar de sus sacrificios. Nuestro lema fue cumplir también acá. Nosotros no quisimos una Argentina disfrutada por un grupo de privilegiados, sino una Argentina para el pueblo argentino. En cuanto a la situación social bastaría decir que aquí el noventa por ciento de los que veranean en esta ciudad de maravilla son obreros y empleados de toda la patria”. Es decir, antes de la llegada del peronismo al poder, Mar del Plata era un balneario de elite. Después, con el peronismo, de masas. Pero el proceso parece haber sido más complejo. A partir de la llegada del ferrocarril, en 1914, Mar del Plata recibe, desde principios de diciembre, 28.300 pasajeros. En la temporada 1926-27, 60 mil. Y diez años después, 200 mil. Aunque la elite ya convivía con las masas no gozaba de las comodidades del turismo sindical y otros beneficios que los trabajadores alcanzan con el justicialismo. Pero los cortes nunca son tan abruptos. 

Lo cierto es que las urnas siempre le dieron la espalda al sueño peronista de verano. “¿Cómo puede ser, perdimos otra vez Mar del Plata”, dicen que preguntó el General después de arrasar en las elecciones de 1973. En efecto, la única comuna socialista del país volvía a ser La Perla del Atlántico, inalcanzable –aun hoy– para el peronismo, a pesar de que Amado Boudou y Ricardo Echegaray, militantes del partido de Álvaro Alsogaray, se hayan vuelto peronistas, y de que el vecinalismo de Acción Marplatense sea ahora mismo un apéndice administrativo de Daniel Scioli y Florencio Aldrey Iglesias. En las últimas elecciones, Gustavo Pulti fue sepultado por los votos y se espera que la próxima intendente sea la radical Vilma Baragiola, garantía de nada. 

 

la fortuna de hugo moyano

La Mar del Plata de las elites tuvo, luego de su fundación oficial en 1874, un Jockey Club, servicios de télex y acceso por ferrocarril, primero hasta Maipú, y enseguida, al balneario. A mediados de siglo, un Banco Hipotecario, una de las primeras rutas asfaltadas; estafetas bancarias, hotelería y comercios de alto nivel, ramblas, bañadores y salones de té: era un espacio que se quería conservador pero para la construcción y los aserraderos se necesitaban trabajadores, muchos de los cuales, la mayoría, llegó de la mano de Pedro Luro, un vasco oriundo de San Sebastián por cuyas venas corría sangre ácrata. 

En Mar del Plata había un población anarquista muy fuerte hasta la última dictadura cívico-militar. La sede operacional siempre fue la Biblioteca Juventud Moderna, en la actualidad patria chica de una sociedad de ateos. El anarquismo –que jamás votó– no impidió que se difundiera el marxismo en su versión leninista y mucho menos el socialismo de Juan B. Justo encarnado en la figura de Teodoro Bronzini, elegido concejal en 1917, fundador del diario El Trabajo, masón de grado, protagonista cuando el ejército tomó Mar del Plata durante la semana trágica, en pleno verano. La huelga se cumplió, contra la opinión de la mayoría de los veraneantes, privados de bienes y servicios. Perón, entonces agente militar, participó de la represión ordenada por Yrigoyen y Vasena. Bronzini, en cambio, fue elegido intendente por primera vez en noviembre de 1919. 

“El poder político municipal presentaba rasgos de mayor autonomía y es allí cuando se abordan los primeros proyectos que proponen abrir el veraneo a otros sectores sociales”, escribe Elisa Pastoriza en La conquista de las vacaciones. Ese es el discurso que el peronismo hará suyo más tarde, cuando  el manejo del aparato del Estado permita extender beneficios a los trabajadores, sometiendo al sindicalismo y convirtiendo al turismo en turismo de masas. Bronzini, en su versión del socialismo democrático, jamás tuvo buena relación con Alfredo Palacios, y mucho menos con Américo Ghioldi, el profesorete, quien llegó a ser embajador de Jorge Videla en Europa. Fue intendente las veces que se lo propuso, y lo heredó en 1963 Jorge Lombardo, quizá la mejor gestión municipal de la historia marplatense, interrumpida por los militares de Onganía. Y por las serpientes que habían hecho nido en la ciudad después del boom inmobiliario que explotó durante el Gobierno de Arturo Frondizi. 

En 1971, cae asesinada la estudiante de arquitectura Silvia Filler, primera víctima de la CNU de Disandro, aliado de José Ignacio Rucci y de la derecha peronista. En 1975, no está claro si los montoneros o una patota de la UOM se cargan al jefe de la CNU local, Ernesto Piantoni, íntimo del candidato a intendente del peronismo por la ciudad en 1983, Gustavo Demarchi, abogado de SUPE de Diego Ibáñez. La venganza fue terrible: cinco letrados filomontoneros asesinados en el lapso de unas horas, la noche misma del velatorio de Piantoni. En 1973 fue elegido intendente el socialista Luis Fabrizio, el candidato de Ghioldi, pero todo se terminó (y empezó) en marzo de 1976. 

Existe un personaje mítico, Alberto Peláez, comando civil y hombre de avería, de relación lateral con el Ejército, que salvó varias vidas. Entre otras la de Hugo Moyano, de trato frecuente con Piantoni y Demarchi, quien recibió un llamado a tiempo para esconderse de los militares.

Mar del Plata vivió unos años más de relieve, los socialistas desaparecieron –por inercia– porque nadie estuvo a la altura de Bronzini, Rufino Inda o Lombardo, o por confianza en los radicales, que hicieron (y hacen) lo que pueden, como siempre; los peronistas se abroquelaron en el puerto y en el vecinalismo. El sistema de comunicaciones hizo el resto. Se miró para otro lado mientras se depredaba la fauna marítima; se aplastó bajo el cemento Punta Mogotes; las fábricas textiles cerraron. Mar del Plata practicaba, con Menem, un peronismo sin Perón, al compás de su interna. El capitalismo financiero es la economía criminal que junto al dispositivo tecnocientífico, destruye lazos familiares, sociales y cooperativos, máquinas obsoletas que se cambian en el mercado de las identidades, las ideas y las figuras públicas, empleados de empresarios o de mafias al mejor postor. Esta ciudad no es la excepción a esa regla.

 

la ciudad del cine y los alfajores

El Festival de Cine Internacional de Mar del Plata alcanzó su mayoría de edad entre 1958 y 1970 (excepto dos o tres cortes, uno de los cuales se hizo en Buenos Aires). Entonces formaba parte del calendario cinéfilo mundial. Y llegaron María Callas y Pier Paolo Pasolini a estrenar Medea; Lee Strasberg, Francois Truffaut, Vittorio Gasman y Alberto Sordi, Jacques Tati y Andrzej Wajda. La versión reactivada en 1996, después de 2003 tuvo algunos picos: Claude Lanzmann, Kim Ki-Duk, Jonas Mekas, Jean-Marie Straub, María de Medeiros o Michael Mann, pero raramente vinieron en persona, y se presentaron películas en su mayoría estrenadas en otros festivales. Como sea, mejor que esté. Mejor que siga viniendo María Creuza, aunque ni La Fusa, ni Bossa Nova existan más. Si es cierto que Bobby Fischer tuvo su debut sexual en 1960 la primera vez que estuvo en el balneario (la otra fue en 1971, después de destrozar a Tigran Petrosian en Buenos Aires), tres rarezas: Fischer está muerto, Ante Pavelic está muerto, pero Matías Duville, uno de los plásticos locales de relieve internacional, continúa produciendo, entre París, Nueva York y Buenos Aires, con alguna escapada a La Feliz, donde durante un año Osvaldo Lamborghini jugó al psicoanalista.

Aun así, detrás de las pantallas, Mar del Plata es la ciudad con mayor desocupación de la Argentina. La última medición oficial (del Indec, 2010) arroja una cifra de 11 por ciento. El sueldo promedio es de entre 5 y 6 mil pesos. La mayor parte de los asalariados trabaja en negro. Considerando la fiabilidad de esos índices, la vocinglería replica que ese 11 por ciento se duplica o un poco más. Sociólogos que trabajan en el partido de General Pueyrredón, que incluye a la localidad de Batán, calculan entre 18 y 20 por ciento de desocupación, más alta en la franja etaria que va de los 16 a los 24 años, en la periferia del balneario. El censo de 2010 arrojó una cifra de 650 mil habitantes, tercera ciudad de la provincia de Buenos Aires, que llega a 2 millones cuando la temporada de verano está en su esplendor. Segunda quincena de enero, algún fin de semana extendido. 

El marplatense promedio es algo conservador, cultor de la propiedad privada y los afeites de sus mujeres (muchas de las cuales se imaginan en California, y muchas de las cuales son de las más lindas del país). La economía informal (a veces criminal) es de bajo rango, motorizada por el descenso de la ciudad como productora de riqueza, y un sistema publicitario que empuja a muchas familias de la banda ancha agropecuaria de los alrededores, saturadas de maquinarias y soja, a la ciudad feliz que no es más feliz si exceptuamos veinte días de enero.

En veinte años, Mar del Plata pasó de tener una temporada de tres meses a otra de un mes y medio, que la empobreció, la hizo más dependiente del Gobierno de la provincia y de la concentración económica que representa, por ejemplo, el empresario Aldrey Iglesias, dueño de los diarios La Capital de Mar del Plata y La Prensa de Buenos Aires; de los hoteles Hermitage y Provincial; de la firma Havanna; de las radios LU6 y LU9; de la tienda Los Gallegos; del shopping ubicado en pleno centro de la ciudad; de la nueva terminal de ómnibus (y de los terrenos y la estructura de la vieja, donde ya se planea la construcción de otro shopping); de la compañía de transportes Tony Tur. Según las lenguas viperinas –acaso por su amistad con Scioli–, y por la presión financiera que siente en la nuca (y en los votos) el actual titular del Ejecutivo Gustavo Pulti, un vecinalista de Acción Marplatense aliado al peronismo, Aldrey también sería uno de los mecenas del Museo de Arte Contemporáneo (MAR), un armatoste símil frigorífico, sin director, sin proyecto estético, sin fondo de obra pero con una confitería –La Fonte D´Oro– que dadas las características del edificio (a medio terminar) es única: es el único museo del planeta ubicado frente al mar, con un ventanal en la planta baja, donde está el café y desde donde es imposible ver el mar. 

El gallego, además, sería uno de los promotores del cierre de los prostíbulos, excepto uno, el más caro, a la vuelta del hotel Sheraton: excelente negocio para la policía que sigue controlando el tráfico de putas baratas en el resto del tejido urbano. Habrá que considerar que excepto viernes y sábado, a las diez de la noche Mar del Plata se transforma en un páramo. La inseguridad es un insumo clave en la cultura del control. Habrá que recordar el espectáculo culposo, lamentable, como pescados in fraganti, que dieron Scioli y Pulti este último verano cuando la inauguración del Espacio Clarín, bajo la mirada atenta de Aldrey. Este hombre, conocido como el patrón de la ciudad, tiene una relación aceitada con la bofia, fue amigo del ministro de Francisco Franco, Manuel Fraga Iribarne y lo es aún de Carlos Menem. 

Enfrentar a Aldrey es como enfrentar, armado con expedientes bioéticos, al poder de la ciencia. Si a mediados de los ochenta, Mar del Plata todavía era un centro de vanguardia experimental –diseño, plástica, teatro, drogas recreativas– ahora es un puntal de la pasta base, que llega con el turismo y deja un tendal de arruinados. Si la industria editorial tiene una feria del libro, la poesía, más artesanal, resiste durante un fin de semana en una ciudad donde Jacques Lacan puede confundirse con una nueva marca de quesos, de esos que están a la venta en los negocios más calificados de la calle Guemes, arteria central del sistema Aldrey.

Copete: 
De balneario de elite a ícono de las vacaciones pagas para la clase trabajadora, la historia política de Mar del Plata desemboca en una actualidad deslucida. El desempleo más alto del país, las temporadas cortas y la pauperización urbana conviven con el auge financiero y un clima político sui generis. Breve radiografía de una ciudad en caída libre, quizás ya no tan feliz.
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males raíces / merca portuaria / el salado perfume de la interna peronista
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Pablo E. Chacón
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Ataúlfo Hernán Pérez Aznar
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tirar el feedlot al asador

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L a mente, el cuerpo y el bolsillo de cualquier argentino –y no me refiero al inexistente argentino “promedio”, sino a una entidad colectiva mucho más vasta, casi total– conoce la centralidad de la carne en lo que comemos y, más aún, en lo que preferimos comer. Hay una línea ininterrumpida entre la ronda gaucha asando a la intemperie a pocos metros de una vaca ajusticiada con el único fin de sacarle unos kilos de carne, y el ritual civilizado del asado familiar al que inclusive es incorporada la creciente minoría de vegetarianos, o al menos a sus miembros más tolerantes. 

La carne de vaca está en el núcleo del consumo alimentario nacional desde siempre y sus fluctuaciones a lo largo de la historia fueron un indicador bastante confiable de los ciclos económicos, de acuerdo con la tendencia al incremento o la disminución del poder adquisitivo de la población. En 2013 el consumo per cápita fue de 64 kilos, el más alto del mundo junto a Uruguay, y desde hace cien años oscila entre los cuarenta (marca registrada en los años treinta) y los casi cien (en el muy peronista año 53, récord histórico) kilos anuales. Pero esa centralidad dietética y económica, en los últimos lustros comenzó a teñirse con la sospecha sobre el tipo de carnes que los frigoríficos producen, en especial en un período de fuerte reconversión del negocio ganadero, con 10 millones de hectáreas menos dedicadas a la cría de vacas, que pasaron a formar parte del área agrícola destinada principalmente a la soja.

Una palabra, feedlot, resume esas inquietudes. La imagen de un grupo de vacas pastando a campo abierto, engordando lentamente, a sus anchas, hasta que les llegue la hora de la cuchilla, es ya un recuerdo idealizado de una época pretérita, mientras avanza la modalidad del engorde a corral, un sistema industrial y estandarizado donde el ganado pasa sus últimos meses adquiriendo peso en superficies mínimas alimentado a base de maíz, harinas animales y vegetales, medicamentos y aditivos, que le proporcionan mayor masa muscular. Un sistema que optimiza la ecuación del menor espacio disponible y de los costos de producción, que sostiene los márgenes de rentabilidad de un negocio eternamente tensionado por las demandas –siempre en conflicto– del mercado interno y la exportación. 

Pero, en esta metamorfosis imparable de la cadena de producción de la carne, ¿también se juega algo del orden de lo sensorial? ¿Cuánto tiene para perder el sabor de la carne argentina, tradicionalmente engordada en las pasturas pampeanas, con la racionalización y el acelere que se impone en esos criaderos abastecidos de alimento balanceado y antibióticos? Con el avance del feedlot la carne vacuna parece estar recorriendo un sendero que otras carnes, como el pollo, hace décadas ya convirtieron en norma, con la crianza intensiva y taylorista, donde hasta la última de las variables está debidamente ajustada a la rentabilidad.

Aunque múltiples voces y estudios alertan sobre el impacto de estas modificaciones para la salud de los consumidores y el medio ambiente (el libro de Soledad Barruti, Malcomidos, es una buena y por momentos escalofriante puerta de entrada a este panorama en rápida transformación), el objetivo del experimento que reunió a los integrantes del Laboratorio crisis era más acotado: entregarse a una prueba de doble ciego donde el único juez fuese el gusto, donde se testeara, más allá de los prejuicios, esa verdad difícil de negar que es la que marca el paladar carnívoro argentino. La metodología, entonces, fue muy simple: sobre una parrilla piloteada con destreza y paciencia por el cocinero Jorge Jara (vecino de Florencio Varela), se fueron disponiendo cortes de carne vacuna (asado, vacío y falda) tanto de animales criados con alimentación de pastura como de reses engordadas en feedlot. Además, se sumaron a la parrilla carne de pollo y de cerdo, dos segmentos donde las (no tan) nuevas prácticas de la cría industrializada tienen una alta incidencia en desmedro de los sistemas tradicionales. 

Pietro Sorba, italiano radicado en Argentina hace años y uno de los mejores conocedores de nuestras complejidades culinarias, acompañó al panel de degustadores de la revista mientras ilustraba sobre cómo nos refugiamos en una burbuja que desconoce buena parte de lo que ocurre con lo que ingerimos todos los días. Última anotación sobre el material que se sometió a prueba: la carne de vaca de feedlot fue comprada en una carnicería de Quilmes, al igual que el pollo de criadero; los cortes alimentados a pastura provenían de una carnicería de Berazategui (en el Barrio Marítimo); y el pollo de campo se compró en la ExpoSustentable del mismo partido bonaerense a Coego (Cooperativas Granjeras Entrerrianas de Chacras Orgánicas). 

vacas, chanchos y pollos modelos

Primeras impresiones: a simple vista, el color diferencia la carne de vaca alimentada a pastura de la criada en el feedlot. La primera es más oscura, con un rojo subido en los músculos y una grasa sólida y opaca alrededor; la otra, la de animal engordado en un corral a base de granos y alimento balanceado (además de antibióticos) tiene una coloración más suave, rosada, cercana al color que habitualmente atribuimos a la carne de cerdo. La grasa es blanca, más brillosa, y todo ese conjunto le da a los cortes de feedlot un aspecto visual atractivo, una apariencia que pide ser cocinada y comida sin perder un momento. Ese efecto es un objetivo pacientemente buscado por la industria intensiva de la carne, un producto de la química y la ingeniería para lograr cortes que brillen bajo las luces blancas del supermercado. Como señaló en un momento Sorba, mientras las carnes se ponían al fuego, la misma lógica permea toda la industria agroalimentaria, desde los tomates y las manzanas perfectamente simétricas a los pollos doble o triple pechuga, el aspecto visual funciona como principal seducción para el consumidor serializado que desconoce (y probablemente no quiera conocer) el proceso que se esconde detrás del telón de la producción de los alimentos. Así, los dos pollos que esperan su turno en la parrilla parecen integrantes de dos especies diferentes, o al menos dos parientes lejanos de una misma familia que tuvieron vidas de suerte despareja: el pollo de campo parece mucho más enjuto que el sobrealimentado e inflado pollo de granja industrial. 

Las carnes producidas a gran escala y para un mercado potencialmente mundial, son la última vuelta de tuerca de la larga relación entre el hombre y los animales domesticados. Si la supervivencia humana se explica por la historia del progresivo control sobre los elementos de la naturaleza, el salto de la agroindustria alimentaria global en las últimas décadas explica el crecimiento de una producción que debe satisfacer la demanda de millones de personas que todos los años se incorporan al consumo de proteínas animales. El color rosado y la textura blanda de la carne de feedlot es un indicio visual de esos cambios en las cadenas de producción, el resultado de un régimen de engorde basado en el maíz y otros granos, y también en la inmovilidad del ganado mientras gana peso. Un ciclo productivo que acelera en un 50 por ciento el tiempo de engorde con respecto a la alimentación a campo abierto y permite el control de la hacienda con menos personal y (solo en teoría) minimiza los riesgos de enfermedades y pérdida de cabezas. El cambio de alimentación de las vacas (y de los cerdos y de los pollos), además de producir carnes con otra consistencia y color, es parte de un proceso mayor de encadenamiento de la ganadería a las dinámicas de la agricultura fuertemente tecnologizada (que produce los granos para alimentar a los animales) y de los eslabonamientos de la industria frigorífica transnacional que necesita una oferta constante y estandarizada para satisfacer la demanda.

La historia del feedlot en Argentina es bastante opaca y no hay datos ciertos sobre el peso que tiene en el aprovisionamiento del mercado interno. Lo seguro es que desde hace unos quince años esta modalidad es percibida por los ganaderos y por el propio Estado nacional (que subsidió los feedlots hasta el año 2010) como parte central de la estrategia para aumentar la producción de carnes, en un contexto de estancamiento de la cantidad de cabezas vacunas disponibles y de incremento de los precios. En paralelo, está en marcha un proceso de segmentación económica del acceso a las diferentes calidades de la proverbial “nerca” nacional. La “marca argentina” parece estar quedando reservada a las codiciadas cuotas Hilton que se exportan sin impuestos a Europa (Alemania, Holanda e Italia, cuando la tensa relación entre el gobierno y los productores así lo permite) o, en las grandes ciudades, a la demanda más sofisticada de quienes pueden pagar un plus por cortes de animales criados al aire libre, lejos de las penurias de los corrales de engorde y su aspecto de campo de prisioneros.

el sabor del hacinamiento

Luego de pasar revista al estado de las artes, nos sumergimos en la prueba ciega de intentar distinguir por su gusto los cortes de carne industriales y los “tradicionales”. Con los pollos no hubo discusiones: el color, la textura y la ausencia casi total de sabor identifican claramente al pollo criado en esas granjas superpobladas cuya sola visión convertiría al carnívoro más fanático en un vegano militante.

Hormonas de crecimiento, antibióticos, hacinamiento y brotes de canibalismo aviar forman parte del repertorio a esta altura bastante conocido de la industria avícola. La situación se ensombrece aún más cuando se leen los datos que dan cuenta de que esta modalidad es completamente hegemónica en la producción de pollos en la Argentina y que las aves de campo han quedado reducidas a pequeños emprendimientos agroecológicos, por fuera de los circuitos comerciales habituales. La imagen encantada de gallinas y pollos picoteando libres en una granja no es más que una fantasmagoría del marketing. Una exitosa, por cierto: la industria avícola logró casi triplicar el consumo per cápita de pollo en la Argentina en la última década. 

En el caso del cerdo la prueba resultó menos obvia, pues el sabor de la carne de criadero intensivo no mostró diferencias radicales respecto a la de engorde tradicional. La dieta histórica de los porcinos (es decir, prácticamente cualquier cosa) parece menos afectada con el cambio a la alimentación industrial basada en granos y aditivos químicos. Probablemente esa sea la razón por la cual el panel de degustadores de crisis haya tenido más dificultades para identificar el pechito de cerdo proveniente de corral, del criado en condiciones de campo. 

Por último, el corazón nacional cárnico: el novillito a la parrilla. Aunque hubo algunas dudas para identificarlo a ciegas, especialmente en los cortes más magros como el vacío, se alcanzó un consenso sobre la superioridad de sabor y textura de la carne de pastura, más fibrosa y con una grasa de mejor gusto. La carne de feedlot, en cambio, resultó más blanda (más “achanchada”, dijo uno de los comensales, y el adjetivo es bueno porque expresa el doble sentido de un sabor más similar al cerdo y de una carne de animal obligado al sedentarismo del corral), con jugos menos sabrosos, más aguados, aunque –doscientos años de tradición de perfeccionamiento de las razas ganaderas no son en vano– nadie se sustrajo al goce gástrico. Si bien las facultades organolépticas son individuales, el paladar es también un producto de la adaptación al medio y a los alimentos disponibles. Nuestros parámetros de lo sabroso y lo insulso, de lo deseable y lo aborrecible están todo el tiempo sujetos a la tensión entre nuestra memoria histórica (lo que recordamos que amábamos comer) y los productos que el mercado nos ofrece como nuevas y grandes novedades. No deja de ser un tanto tranquilizador que nuestras papilas gustativas todavía sean capaces de hacer una distinción entre sabores cuyo origen es muy disímil, entre carnes producidas a partir de procesos tan diferentes como el añejo engorde a campo abierto y los minúsculos y contaminantes corrales de feedlot. Estamos en un momento donde esas cadenas productivas que se pierden en la opacidad de la industria redefinen qué sabores permanecerán y cuáles pasarán a formar parte de la exclusiva categoría de placeres exóticos pagados a precio de moneda dura. 

Tal vez la conclusión de esta práctica del Laboratorio crisis sea que todavía somos capaces, a ciegas, de reconocer y distinguir ciertos sabores en extinción. ¿Podrá ser así en diez, en quince, en veinte años? 

Si la comida, su producción y su distribución desigual fue siempre una cuestión política –y sigue siendo la cuestión política central para poblaciones todavía acosadas por el hambre–, en los últimos años la preocupación por su calidad, sus consecuencias sobre el ambiente y la salud, se convirtió en una de las principales ansiedades de las poblaciones contemporáneas. Desde los segmentos que hacen de la exploración culinaria un signo de distinción social a las organizaciones que promueven un regreso a los métodos de cultivo y elaboración de alimentos sustentables ecológicamente; desde los departamentos de marketing que diseñan estrategias publicitarias donde lo “saludable” y lo “natural” intenta camuflar el carácter sintético de sus productos a los estamentos médicos y burocráticos que promueven o prohíben ciertos consumos; la cuestión de la alimentación se tiñe con los colores de la ética del cuidado personal y la responsabilidad pública, al mismo tiempo que la industrialización aparece como la vía más rápida para abastecer a un mercado mundial en crecimiento. En el caso de las carnes argentinas esas tensiones ubican el problema en un territorio marcado por la nostalgia de los sabores de una época en retroceso y un futuro lleno de sospechas.

Copete: 
El Laboratorio de la revista Crisis continúa su deriva gastronómica. Esta vez los conejillos de indias fueron reunidos en torno al ritual más atávico y delicioso de la cultura nacional: el asado. Carne de pastura versus carne de feedlot. Cerdo de campo versus cerdo de criadero. Pollo de granja versus pollo industrial. La reacción del gusto, del paladar, frente a la evolución irreversible de una industria que produce alimentos visualmente atractivos, con final incierto.
Número: 
Imágenes: 
Volanta: 
investigación gástrica / las vaquitas son avena / políticas del sabor
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Semidestacado
Autor: 
Mariano Canal
Ilustrador: 
Ezequiel García
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nunca me abandones

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“Es un tipo que no existe más. Está out”. La frase que pronuncia Rudy Gotlib en un café de Recoleta me impacta y me indica que el rastro de Juan Navarro Castex es cada vez más difícil de seguir. Gotlib fue el último socio conocido del empresario que en los años noventa llegó a ser el primer empleador de la Argentina: después de diez años juntos terminaron mal, como parece que termina Navarro con toda la gente que -por alguna razón- lo abandona.

Nacido en Uruguay en 1952, descendiente del médico Mariano Castex y emblema del financista que hizo su fortuna comprando -y fundiendo empresas-, Navarro hoy está afuera de la escena. O eso parece. Alguien me propone seguirle la pista para un medio que finalmente decidirá ignorar mi trabajo y no publicarlo. Me gusta, aunque en el camino descubro rápido que todas las fuentes sospechan de mis intenciones reales.

el Rey de la palanca

El caso de Navarro puede ilustrar sobre el destino de los magnates que multiplican su riqueza al amparo de una era. En eso, el ex CEO se parece a los empresarios que se hicieron famosos en los años kirchneristas. Pero es dueño de un sello distintivo: el de haber traído cientos de millones de dólares desde el exterior para comprar más de 70 empresas y dar trabajo a 37 mil empleados en Argentina. Patentó el sistema de “compras apalancadas”, sin poner plata: conseguía créditos de inversores para adquirir compañías y después las pagaba con la emisión de bonos. Era el general partner de firmas financiadas por fondos de pensión y bancos norteamericanos. JP Morgan, Oppenheimer & Co, Rockefeller, Credit Suisse, Citicorp, General Motors, Merril Lynch y Deutsche Bank estuvieron entre los gigantes que confiaron en él. Desde que inició su actividad en abril de 1992, creó seis fondos con los que incursionó en los rubros más variados. Su derrotero -inicial y vertiginoso- fue narrado en el libro El cazador, de los periodistas Silvia Naishtat y Pablo Maas. Fue dueño de Mastercard, Supermercados Norte, Musimundo, Freddo, Havanna, Blaistein, Fargo y se quedó con firmas que habían pertenecido a Alfredo Yabrán como Edcadassa, OCA o Interbaires. Según la estimación del diario La Nación y de la revista Mercado, llegó a canalizar inversiones por 5200 millones de dólares en 10 años y -en su momento de apogeo- a facturar 3500 millones de dólares anuales antes de la crisis de 2001.

Aunque su modelo de negocios quedó emparentado desde entonces con el de Yabrán, están también quienes afirman que, en realidad, Navarro admiraba a Raúl Moneta, el banquero del menemismo que con esfuerzo logró reciclarse en dueño de medios en los años kirchneristas.

el amanecer de la fuerza

Su primer gran negocio lo selló la mañana del 17 de marzo de 1992 con inversores extranjeros de origen judío. Su hermano Jorge Navarro lo recuerda bien porque ese día estaban reunidos en el piso 22 del edificio CHACOFI II –en Libertador y Cerrito- con doce pioneros que aportaron 46 millones de dólares atraídos por el banco de inversión Oppenheimer Company. Los Navarro y sus socios le alquilaban las oficinas a Carlos Sergi, el ex directivo de Siemmens que muchos años después volvería a ser noticia cuando el juez Ariel Lijo ordenó su detención por el supuesto pago de coimas en la licitación de los DNI.  “Eran casi vikingos, venían a un territorio arrasado en un momento en que Argentina estaba destruida”, evoca hoy el hermano de Navarro. Con una vista que permitía adivinar las costas de Colonia y ver el Sur de Buenos Aires, todo iba bien en el piso 22 hasta que un hongo negro se apoderó del cielo y un estruendo hizo temblar los vidrios. A tres cuadras del lugar, en la esquina de Arroyo y Suipacha, la embajada de Israel acababa de volar por los aires. Entonces, de repente, uno de los miembros del naciente Exxel Group empezó a llorar: “un año y medio de trabajo a la basura”, pensó. Hasta que después de una deliberación de 15 minutos, los inversores volvieron y dijeron: “Firmamos. Esto no tiene nada que ver con ustedes”. La voladura de la embajada no era responsabilidad directa de los argentinos y en el piso 22 del edificio CHACOFI II eso era lo único que importaba.

la Ley primera

Jorge Navarro no puede aportar información reciente sobre su hermano: dejó de hablar con él hace casi 20 años, en 1996, cuando por razones que prefiere reservarse dijo basta y se fue a su casa. Poco después, comenzó a ser perseguido por su propio hermano. Al menos eso consta en las escuchas telefónicas de la causa judicial en la que Norberto Oyarbide procesó primero a Mauricio Macri y sobreseyó después a Juan Navarro, pese a que –según el expediente judicial que tenía como fiscal a Alberto Nisman- había utilizado los servicios de Jorge “El Fino” Palacios y de Ciro James durante casi un año (390 días), diez veces más que lo que duraron las pinchaduras que tenían origen en el gobierno de la ciudad. En diciembre de 2011, Oyarbide sobreseyó a Navarro y al jefe de seguridad del Grupo Exxel, Eugenio “Pipo” Ecke, uno de los amigos de peso que aún conserva el financista uruguayo y que hoy es dueño de empresas de seguridad.

Con su triunfo en las presidenciales de 2015, el ingeniero Macri accedió en diciembre a su ansiado sobreseimiento gracias al fallo del juez Sebastián Casanello que lo liberó del sayo de “procesado” con el que cargaba desde hacía 5 años y medio. Sin embargo, no deja de ser curioso que el presidente electo y el empresario uruguayo hayan quedado hermanados en esa causa que Macri insistió una y otra vez en definir como un “invento” del kirchnerismo. Según contó con detalle la periodista Ana Ale en su libro “La dinastía”, no era Mauricio sino Franco Macri el que había cultivado una intensa relación con Juan Navarro Castex. Después de que se enfrentaran públicamente en los tempranos noventas por la concesión del tren a Mar del Plata, Macri padre y Navarro lograron entrar en sintonía: primero se asociaron para competir por la concesión de los 32 aeropuertos del país -perdieron con Eduardo Eurnekian- y después ensayaron juntos varios negocios más. El propio Franco le confirmó a Ana Ale que fue él mismo quién presentó al joven Navarro con otro empresario al que estimaba de manera especial y al que –a su criterio- la prensa destrababa sin fundamentos: Alfredo Yabrán. En diciembre de 1997, Navarro le compró al cartero las compañías OCA, Ocasa, Inversiones y Servicios –controlante de Villalonga Furlongs, Interbaires y Edcadassa- en 605 millones de dólares y heredó a toda la plana mayor de sus gerentes. Fueron años en que la confianza era tanta que los empleados jerárquicos del holding Macri pasaron a reportar al Exxel Group y hasta accedieron a los números del Correo que había quedado en manos de Franco.

El objetivo final -fusionar OCA y el Correo Argentino – se vio frustrado por una decisión de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia durante el gobierno de la Alianza.

Hoy los Macri prefieren dejar en la cuneta del pasado el apellido de Navarro. El dueño del Exxel residual está enfrentado personal y judicialmente con su hermano Jorge por la sucesión de su madre, Delia, la hija mayor del doctor Mariano Castex que se casó con el médico Alfredo Navarro durante el exilio de la familia en Uruguay, en los años del primer peronismo.

Por eso, parece, a Navarro no le quedan aliados en la trabajosa tarea de moldear una buena imagen, la empresa esencial a la que muchos hombres de negocios dedican un porcentaje considerable de sus ganancias. Gente que estuvo muy cerca suyo –su familia, sus ex socios- lo definen como un trastornado que se cree Napoleón y no tolera que lo abandonen. Como prueba, está la prohibición de asistir a los desfiles de Cacharel en Punta del Este para la revista que publicó una foto de la mansión del dueño del Exxel en Uruguay. O los mails que Navarro le envió en 2013 a Rudy Gotlib y también a la secretaría de Julio Saguier cuando se enteró –al regreso de un viaje al exterior- que el diario El País que recibía de cortesía con La Nación había dejado de llegarle a su casa. Navarro amenazó con suspender toda la publicidad de Cacharel con el argumento de que era cliente de La Nación desde 1971. No era para ahorrarse los 200 pesos mensuales que entonces costaba el diario, sino para remarcar sus merecimientos. “No es un tipo fácil. Pero es buen amigo de sus amigos”, matizan fuentes cercanas al empresario. Es difícil saber a qué se refieren.

un submarino en la década ganada

El itinerario para llegar al ex dueño de Musimundo y Supermercados Norte no resulta sencillo. Navarro no se deja ver en reuniones públicas y se mueve en autos importados con vidrios polarizados y custodia de la Policía Federal. En el estudio de su abogado defensor, Alejandro Mitchell, anotaron mi nombre y mi teléfono. Como respuesta, unos minutos después recibí el llamado del director de una consultora reconocida que me preguntó para quién trabajaba. Mi respuesta no lo dejó conforme. Quedó en pasarme la página web del Exxel Group -algo que por mis propios medios fui incapaz de hallar- y nunca lo hizo ni volvió a llamar. A “Navarro le recomendamos que no hable”, me dijo.

Con la crisis económica del fin de la convertibilidad, Navarro se desprendió de la mayoría de las empresas, que quedaron en manos de sus acreedores. El apellido retomó algo de notoriedad en el inicio de 2015 cuando su primo, Carlos Donoso Castex, se puso a la cabeza del reclamo que llevaba como bandera al fiscal Nisman.

El ocaso público del dueño del Exxel no quiere decir que en los últimos 12 años las cosas le hayan ido mal. Sin embargo, están los que dicen que dejó de ser un empresario y que hoy su objetivo es pasar inadvertido. Aunque no exhibe vínculos con el kirchnerismo, fuentes de su entorno reconocen que el emporio de Navarro pasó de una facturación de 20 millones de dólares anuales en 2003 a una de 250 millones, una década más tarde.

Cuando el financista uruguayo se inició en el mundo de los negocios, hace un cuarto de siglo, sólo se le conocía un pequeño departamento de sesenta metros cuadrados en el sexto piso de Migueletes 1234. Hoy es dueño de una fortuna incalculable y le atribuyen propiedades en todos lados. Vive en una de las mejores casas de Buenos Aires, sobre la calle Aguado al 2800, un Petit Hotel por el que paga un alquiler de diez mil dólares por mes. Tiene una mansión de tres mil metros cuadrados -1100 cubiertos- sobre el mar en la zona de Punta Piedras en Punta del Este, bautizada Tamarisco, con una valuación estimada en 6 o 7 millones de dólares (http://www.perfil.com/fotogaleria.html?filename=/contenidos/2011/02/04/noticia_0015.html&fotoNro=5 ), que ocupa durante los veranos pero no figura a su nombre. Frecuenta un departamento en el edificio Cipriani de Nueva York que vale cinco millones de dólares. Y suele utilizar un yate bautizado “Doña Lola”, amarrado en el Caribe con nueve tripulantes estables, a nombre de una sociedad panameña, y cuesta alrededor de diez millones de dólares. La lista sigue o al menos eso se presume. Por eso, son mayoría los entrevistados que sostienen que Navarro no puede justificar su fortuna. La AFIP comenzó a investigarlo a principios de 2015 (¿causalmente?), por desvío de dinero hacia cuentas no declaradas en Luxemburgo.

Al menos entre 2003 y 2011, Navarro siguió invirtiendo en el cono sur. Según una de las últimas notas que concedió a la revista Apertura, el dueño del Exxel dice haber invertido alrededor de 600 millones de dólares en Argentina entre 2004 y 2009. En 2006 creó Clothing Brands Holding Co, una compañía con sede en las Islas Caimán con el objetivo declarado de producir ropa de primera clase en países de Sudamérica como Chile, Argentina y Uruguay. Con ese sello, parte del denominado Fondo VI, realizó sus últimas compras estruendosas: Cacharel, Lacoste, Paula Cahen D’ Anvers y Penguin, junto a Rudy Gotlib, dentro del llamado Grupo Vesubio. En noviembre de 2012, Cristina Fernández de Kirchner visitó la planta de 3 mil metros cuadrados que Lacoste inauguró en San Juan junto a Gotlib y el gobernador José Luis Gioja. Navarro adquirió también una parte de la productora Illlussion Studios a José Luis Massa y Jorge “Corcho” Rodríguez, creó la firma Patagonia para el desarrollo de propiedades en el Sur de Argentina y Chile, y fundó Dilligence para proveer de información e inteligencia a empresarios poderosos de su tipo. En 2005, además, se quedó con King Marine, un astillero que se dedica a la construcción de barcos de vela y mástiles de carbono y que entre sus clientes tendría al mismísimo Rey de España.

el juego de la silla

Sin embargo, en 2013 Navarro volvió a ser noticia pero no por sus inversiones. Echó a Gotlib y a su hijo Joaquín de la compañía y los acusó de irregularidades y corrupción. Hoy los enfrentan demandas civiles y penales. Hay dos visiones de una misma historia. Los abogados de Gotlib son Diego Pirotta y Darío Richarte, dos audaces de tentáculos infinitos que hasta la muerte del fiscal Nisman llevaban adelante la defensa de Amado Boudou y otros funcionarios del gabinete kirchnerista. Gotlib sigue en el rubro textil y dice que Navarro está al borde del retiro: estima que en un año y medio echó 200 de las 850 personas que trabajaban en el grupo Lacoste Argentina. Los voceros de Navarro lo niegan, afirman que Gioja pidió que no haya despidos en la planta de San Juan y dicen que el dueño del Exxel está dolido porque sufrió como pocas “la traición” de Gotlib.

La última vez que se cruzaron fue en agosto pasado, durante el desfile de Cacharel en el Paseo Alcorta: terminaron con acusaciones mutas. Según Navarro, Gotlib fue a provocarlo, le tiró una silla y lo amenazó; de acuerdo a la denuncia de Gotlib ante el INADI, Navarro le gritó “judío de mierda”.

Del  otro lado de la línea, uno de sus socios fugaces me dice que no puede creer como un tipo así está libre y me explica que ni siquiera quiso iniciarle juicio. “¿A nadie le llama la atención en Argentina que un empresario se maneje de esa forma?”, me pregunta. El razonamiento contrario es el que gobierna a los franceses de Carrefour, que desde hace 15 años sostienen –con el patrocinio de un primo de Navarro, el abogado Francisco Castex- una demanda contra el dueño del Exxel con un mensaje ejemplificador: no (me) estafarás. El financista uruguayo está procesado junto a uno de sus (ex) socios Jorge Demaría por una megadefraudación de 120 millones de dólares al Grupo Carrefour en la venta de acciones del supermercado Norte. En 2012, cuando el caso estaba a las puertas del juicio oral y en vísperas de la feria judicial, la sala II de la Cámara de Casación Penal -integrada por Angela Ledesma, Pedro David y Alejandro Slokar- declaró la prescripción del expediente. Pero en abril de 2014, la Corte Suprema revocó la prescripción y dejó firme el fallo de la Cámara del Crimen que había procesado por unanimidad a Navarro y cía por estafa. En tribunales, dicen que el juicio en el Tribunal Oral número 2, que preside Rodrigo Giménez Uriburu, es inminente.

La causa se inició en 2001 cuando el Exxel falseó los resultados de los balances del Supermercado Norte. La Justicia consideró probado que los accionistas del Grupo impartieron directivas expresas para “disminuir los pasivos en compra de mercaderías, aumentando por ende los activos” con la complicidad de la auditora PricewaterhouseCoopers (Pwc). En una causa paralela, la misma Cámara echó luz sobre algunos de los gustos de Navarro: investigó gastos indebidos por más de siete millones de dólares que se hizo pagar por Supermercados Norte cuando era su presidente. Norte abonaba un palco de 60 mil dólares anuales en el estadio de Boca, el colegio de las hijas de Navarro, banquetes millonarios en el Cipriani de Nueva York y hasta los habanos Cohiba que siempre tenía a mano. En primera instancia, el juez Ricardo Warley lo había sobreseído pero -después de que fue procesado en la otra causa- ordenó embargar sus bienes personales y los del resto de los miembros del Exxel. El juez estimó el fraude en más de 320 millones de pesos.

Cuando Navarro era todopoderoso, se distinguía por sus fobias: nunca le gustó integrarse al establishment y el establishment nunca lo quiso. Aunque en Uruguay lo consideran argentino, deja ver su resentimiento contra los que nacieron de este lado del río de la plata. Es de los que cree que Argentina es un país que no tiene arreglo.

Hoy acumula una lista considerable de enemigos, aquí y allá.

El ex directivo de JP Morgan Hernán Arbizu –que reconoció ante la Justicia haber lavado activos para distintos clientes- lo mencionó como parte de la lista de grupos empresarios que fugaban capitales con su ayuda. Arbizu piensa que Navarro funcionaba en los hechos como la competencia de los bancos porque se fondeaba  con dinero que no estaba declarado, y cuando perdía, eran pocos los que podían reclamarle algo.

En palabras de un hombre que conoce el rubro en el que Navarro se hizo grande. “Le creyeron el cuento. Pero hoy no junta ni un peso. Es mala palabra en Nueva York”. Tal vez por eso el perfil bajo del financista uruguayo sea ahora más acentuado que nunca. Sus abogados trajinan los tribunales y la consultora que se ocupa de su imagen está atenta a los embates de la prensa. Puede ser que haya decidido desprenderse de las empresas que le queden y “no existir más”, como dicen los que intentan descifrar sus movimientos. O puede ser que esté agazapado, a la espera de una nueva era, que le permita cambiar de piel por enésima vez.

Copete: 
Juan Navarro es un CEO sin ministerio. Esta es la historia del hombre que creó el Grupo Exxel con dinero ajeno, estafó a Carrefour y se asoció con Franco Macri para administrar la herencia de Yabrán. Que se unió a Mauricio Macri para contar con los servicios de Ciro James y “El Fino” Palacios, causa en la que, a diferencia del Presidente, sigue procesado. Un mago que supo reconvertirse durante el kirchnerismo, y aumentar su fortuna. Hoy su nombre parece haber caído en desgracia dentro del establishment. Pero él espera, agazapado, por una nueva oportunidad.
Sección: 
Volanta: 
filosofía magnate / los gloriosos noventa / juan navarro
Ubicación en portada: 
Semidestacado
Autor: 
Diego Genoud
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nunca me abandones

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“Es un tipo que no existe más. Está out”. La frase que pronuncia Rudy Gotlib en un café de Recoleta me impacta y me indica que el rastro de Juan Navarro Castex es cada vez más difícil de seguir. Gotlib fue el último socio conocido del empresario que en los años noventa llegó a ser el primer empleador de la Argentina: después de diez años juntos terminaron mal, como parece que termina Navarro con toda la gente que -por alguna razón- lo abandona.

Nacido en Uruguay en 1952, descendiente del médico Mariano Castex y emblema del financista que hizo su fortuna comprando -y fundiendo empresas-, Navarro hoy está afuera de la escena. O eso parece. Alguien me propone seguirle la pista para un medio que finalmente decidirá ignorar mi trabajo y no publicarlo. Me gusta, aunque en el camino descubro rápido que todas las fuentes sospechan de mis intenciones reales.

el Rey de la palanca

El caso de Navarro puede ilustrar sobre el destino de los magnates que multiplican su riqueza al amparo de una era. En eso, el ex CEO se parece a los empresarios que se hicieron famosos en los años kirchneristas. Pero es dueño de un sello distintivo: el de haber traído cientos de millones de dólares desde el exterior para comprar más de 70 empresas y dar trabajo a 37 mil empleados en Argentina. Patentó el sistema de “compras apalancadas”, sin poner plata: conseguía créditos de inversores para adquirir compañías y después las pagaba con la emisión de bonos. Era el general partner de firmas financiadas por fondos de pensión y bancos norteamericanos. JP Morgan, Oppenheimer & Co, Rockefeller, Credit Suisse, Citicorp, General Motors, Merril Lynch y Deutsche Bank estuvieron entre los gigantes que confiaron en él. Desde que inició su actividad en abril de 1992, creó seis fondos con los que incursionó en los rubros más variados. Su derrotero -inicial y vertiginoso- fue narrado en el libro El cazador, de los periodistas Silvia Naishtat y Pablo Maas. Fue dueño de Mastercard, Supermercados Norte, Musimundo, Freddo, Havanna, Blaistein, Fargo y se quedó con firmas que habían pertenecido a Alfredo Yabrán como Edcadassa, OCA o Interbaires. Según la estimación del diario La Nación y de la revista Mercado, llegó a canalizar inversiones por 5200 millones de dólares en 10 años y -en su momento de apogeo- a facturar 3500 millones de dólares anuales antes de la crisis de 2001.

Aunque su modelo de negocios quedó emparentado desde entonces con el de Yabrán, están también quienes afirman que, en realidad, Navarro admiraba a Raúl Moneta, el banquero del menemismo que con esfuerzo logró reciclarse en dueño de medios en los años kirchneristas.

el amanecer de la fuerza

Su primer gran negocio lo selló la mañana del 17 de marzo de 1992 con inversores extranjeros de origen judío. Su hermano Jorge Navarro lo recuerda bien porque ese día estaban reunidos en el piso 22 del edificio CHACOFI II –en Libertador y Cerrito- con doce pioneros que aportaron 46 millones de dólares atraídos por el banco de inversión Oppenheimer Company. Los Navarro y sus socios le alquilaban las oficinas a Carlos Sergi, el ex directivo de Siemmens que muchos años después volvería a ser noticia cuando el juez Ariel Lijo ordenó su detención por el supuesto pago de coimas en la licitación de los DNI.  “Eran casi vikingos, venían a un territorio arrasado en un momento en que Argentina estaba destruida”, evoca hoy el hermano de Navarro. Con una vista que permitía adivinar las costas de Colonia y ver el Sur de Buenos Aires, todo iba bien en el piso 22 hasta que un hongo negro se apoderó del cielo y un estruendo hizo temblar los vidrios. A tres cuadras del lugar, en la esquina de Arroyo y Suipacha, la embajada de Israel acababa de volar por los aires. Entonces, de repente, uno de los miembros del naciente Exxel Group empezó a llorar: “un año y medio de trabajo a la basura”, pensó. Hasta que después de una deliberación de 15 minutos, los inversores volvieron y dijeron: “Firmamos. Esto no tiene nada que ver con ustedes”. La voladura de la embajada no era responsabilidad directa de los argentinos y en el piso 22 del edificio CHACOFI II eso era lo único que importaba.

la Ley primera

Jorge Navarro no puede aportar información reciente sobre su hermano: dejó de hablar con él hace casi 20 años, en 1996, cuando por razones que prefiere reservarse dijo basta y se fue a su casa. Poco después, comenzó a ser perseguido por su propio hermano. Al menos eso consta en las escuchas telefónicas de la causa judicial en la que Norberto Oyarbide procesó primero a Mauricio Macri y sobreseyó después a Juan Navarro, pese a que –según el expediente judicial que tenía como fiscal a Alberto Nisman- había utilizado los servicios de Jorge “El Fino” Palacios y de Ciro James durante casi un año (390 días), diez veces más que lo que duraron las pinchaduras que tenían origen en el gobierno de la ciudad. En diciembre de 2011, Oyarbide sobreseyó a Navarro y al jefe de seguridad del Grupo Exxel, Eugenio “Pipo” Ecke, uno de los amigos de peso que aún conserva el financista uruguayo y que hoy es dueño de empresas de seguridad.

Con su triunfo en las presidenciales de 2015, el ingeniero Macri accedió en diciembre a su ansiado sobreseimiento gracias al fallo del juez Sebastián Casanello que lo liberó del sayo de “procesado” con el que cargaba desde hacía 5 años y medio. Sin embargo, no deja de ser curioso que el presidente electo y el empresario uruguayo hayan quedado hermanados en esa causa que Macri insistió una y otra vez en definir como un “invento” del kirchnerismo. Según contó con detalle la periodista Ana Ale en su libro “La dinastía”, no era Mauricio sino Franco Macri el que había cultivado una intensa relación con Juan Navarro Castex. Después de que se enfrentaran públicamente en los tempranos noventas por la concesión del tren a Mar del Plata, Macri padre y Navarro lograron entrar en sintonía: primero se asociaron para competir por la concesión de los 32 aeropuertos del país -perdieron con Eduardo Eurnekian- y después ensayaron juntos varios negocios más. El propio Franco le confirmó a Ana Ale que fue él mismo quién presentó al joven Navarro con otro empresario al que estimaba de manera especial y al que –a su criterio- la prensa destrababa sin fundamentos: Alfredo Yabrán. En diciembre de 1997, Navarro le compró al cartero las compañías OCA, Ocasa, Inversiones y Servicios –controlante de Villalonga Furlongs, Interbaires y Edcadassa- en 605 millones de dólares y heredó a toda la plana mayor de sus gerentes. Fueron años en que la confianza era tanta que los empleados jerárquicos del holding Macri pasaron a reportar al Exxel Group y hasta accedieron a los números del Correo que había quedado en manos de Franco.

El objetivo final -fusionar OCA y el Correo Argentino – se vio frustrado por una decisión de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia durante el gobierno de la Alianza.

Hoy los Macri prefieren dejar en la cuneta del pasado el apellido de Navarro. El dueño del Exxel residual está enfrentado personal y judicialmente con su hermano Jorge por la sucesión de su madre, Delia, la hija mayor del doctor Mariano Castex que se casó con el médico Alfredo Navarro durante el exilio de la familia en Uruguay, en los años del primer peronismo.

Por eso, parece, a Navarro no le quedan aliados en la trabajosa tarea de moldear una buena imagen, la empresa esencial a la que muchos hombres de negocios dedican un porcentaje considerable de sus ganancias. Gente que estuvo muy cerca suyo –su familia, sus ex socios- lo definen como un trastornado que se cree Napoleón y no tolera que lo abandonen. Como prueba, está la prohibición de asistir a los desfiles de Cacharel en Punta del Este para la revista que publicó una foto de la mansión del dueño del Exxel en Uruguay. O los mails que Navarro le envió en 2013 a Rudy Gotlib y también a la secretaría de Julio Saguier cuando se enteró –al regreso de un viaje al exterior- que el diario El País que recibía de cortesía con La Nación había dejado de llegarle a su casa. Navarro amenazó con suspender toda la publicidad de Cacharel con el argumento de que era cliente de La Nación desde 1971. No era para ahorrarse los 200 pesos mensuales que entonces costaba el diario, sino para remarcar sus merecimientos. “No es un tipo fácil. Pero es buen amigo de sus amigos”, matizan fuentes cercanas al empresario. Es difícil saber a qué se refieren.

un submarino en la década ganada

El itinerario para llegar al ex dueño de Musimundo y Supermercados Norte no resulta sencillo. Navarro no se deja ver en reuniones públicas y se mueve en autos importados con vidrios polarizados y custodia de la Policía Federal. En el estudio de su abogado defensor, Alejandro Mitchell, anotaron mi nombre y mi teléfono. Como respuesta, unos minutos después recibí el llamado del director de una consultora reconocida que me preguntó para quién trabajaba. Mi respuesta no lo dejó conforme. Quedó en pasarme la página web del Exxel Group -algo que por mis propios medios fui incapaz de hallar- y nunca lo hizo ni volvió a llamar. A “Navarro le recomendamos que no hable”, me dijo.

Con la crisis económica del fin de la convertibilidad, Navarro se desprendió de la mayoría de las empresas, que quedaron en manos de sus acreedores. El apellido retomó algo de notoriedad en el inicio de 2015 cuando su primo, Carlos Donoso Castex, se puso a la cabeza del reclamo que llevaba como bandera al fiscal Nisman.

El ocaso público del dueño del Exxel no quiere decir que en los últimos 12 años las cosas le hayan ido mal. Sin embargo, están los que dicen que dejó de ser un empresario y que hoy su objetivo es pasar inadvertido. Aunque no exhibe vínculos con el kirchnerismo, fuentes de su entorno reconocen que el emporio de Navarro pasó de una facturación de 20 millones de dólares anuales en 2003 a una de 250 millones, una década más tarde.

Cuando el financista uruguayo se inició en el mundo de los negocios, hace un cuarto de siglo, sólo se le conocía un pequeño departamento de sesenta metros cuadrados en el sexto piso de Migueletes 1234. Hoy es dueño de una fortuna incalculable y le atribuyen propiedades en todos lados. Vive en una de las mejores casas de Buenos Aires, sobre la calle Aguado al 2800, un Petit Hotel por el que paga un alquiler de diez mil dólares por mes. Tiene una mansión de tres mil metros cuadrados -1100 cubiertos- sobre el mar en la zona de Punta Piedras en Punta del Este, bautizada Tamarisco, con una valuación estimada en 6 o 7 millones de dólares (http://www.perfil.com/fotogaleria.html?filename=/contenidos/2011/02/04/noticia_0015.html&fotoNro=5 ), que ocupa durante los veranos pero no figura a su nombre. Frecuenta un departamento en el edificio Cipriani de Nueva York que vale cinco millones de dólares. Y suele utilizar un yate bautizado “Doña Lola”, amarrado en el Caribe con nueve tripulantes estables, a nombre de una sociedad panameña, y cuesta alrededor de diez millones de dólares. La lista sigue o al menos eso se presume. Por eso, son mayoría los entrevistados que sostienen que Navarro no puede justificar su fortuna. La AFIP comenzó a investigarlo a principios de 2015 (¿causalmente?), por desvío de dinero hacia cuentas no declaradas en Luxemburgo.

Al menos entre 2003 y 2011, Navarro siguió invirtiendo en el cono sur. Según una de las últimas notas que concedió a la revista Apertura, el dueño del Exxel dice haber invertido alrededor de 600 millones de dólares en Argentina entre 2004 y 2009. En 2006 creó Clothing Brands Holding Co, una compañía con sede en las Islas Caimán con el objetivo declarado de producir ropa de primera clase en países de Sudamérica como Chile, Argentina y Uruguay. Con ese sello, parte del denominado Fondo VI, realizó sus últimas compras estruendosas: Cacharel, Lacoste, Paula Cahen D’ Anvers y Penguin, junto a Rudy Gotlib, dentro del llamado Grupo Vesubio. En noviembre de 2012, Cristina Fernández de Kirchner visitó la planta de 3 mil metros cuadrados que Lacoste inauguró en San Juan junto a Gotlib y el gobernador José Luis Gioja. Navarro adquirió también una parte de la productora Illlussion Studios a José Luis Massa y Jorge “Corcho” Rodríguez, creó la firma Patagonia para el desarrollo de propiedades en el Sur de Argentina y Chile, y fundó Dilligence para proveer de información e inteligencia a empresarios poderosos de su tipo. En 2005, además, se quedó con King Marine, un astillero que se dedica a la construcción de barcos de vela y mástiles de carbono y que entre sus clientes tendría al mismísimo Rey de España.

el juego de la silla

Sin embargo, en 2013 Navarro volvió a ser noticia pero no por sus inversiones. Echó a Gotlib y a su hijo Joaquín de la compañía y los acusó de irregularidades y corrupción. Hoy los enfrentan demandas civiles y penales. Hay dos visiones de una misma historia. Los abogados de Gotlib son Diego Pirotta y Darío Richarte, dos audaces de tentáculos infinitos que hasta la muerte del fiscal Nisman llevaban adelante la defensa de Amado Boudou y otros funcionarios del gabinete kirchnerista. Gotlib sigue en el rubro textil y dice que Navarro está al borde del retiro: estima que en un año y medio echó 200 de las 850 personas que trabajaban en el grupo Lacoste Argentina. Los voceros de Navarro lo niegan, afirman que Gioja pidió que no haya despidos en la planta de San Juan y dicen que el dueño del Exxel está dolido porque sufrió como pocas “la traición” de Gotlib.

La última vez que se cruzaron fue en agosto pasado, durante el desfile de Cacharel en el Paseo Alcorta: terminaron con acusaciones mutas. Según Navarro, Gotlib fue a provocarlo, le tiró una silla y lo amenazó; de acuerdo a la denuncia de Gotlib ante el INADI, Navarro le gritó “judío de mierda”.

Del  otro lado de la línea, uno de sus socios fugaces me dice que no puede creer como un tipo así está libre y me explica que ni siquiera quiso iniciarle juicio. “¿A nadie le llama la atención en Argentina que un empresario se maneje de esa forma?”, me pregunta. El razonamiento contrario es el que gobierna a los franceses de Carrefour, que desde hace 15 años sostienen –con el patrocinio de un primo de Navarro, el abogado Francisco Castex- una demanda contra el dueño del Exxel con un mensaje ejemplificador: no (me) estafarás. El financista uruguayo está procesado junto a uno de sus (ex) socios Jorge Demaría por una megadefraudación de 120 millones de dólares al Grupo Carrefour en la venta de acciones del supermercado Norte. En 2012, cuando el caso estaba a las puertas del juicio oral y en vísperas de la feria judicial, la sala II de la Cámara de Casación Penal -integrada por Angela Ledesma, Pedro David y Alejandro Slokar- declaró la prescripción del expediente. Pero en abril de 2014, la Corte Suprema revocó la prescripción y dejó firme el fallo de la Cámara del Crimen que había procesado por unanimidad a Navarro y cía por estafa. En tribunales, dicen que el juicio en el Tribunal Oral número 2, que preside Rodrigo Giménez Uriburu, es inminente.

La causa se inició en 2001 cuando el Exxel falseó los resultados de los balances del Supermercado Norte. La Justicia consideró probado que los accionistas del Grupo impartieron directivas expresas para “disminuir los pasivos en compra de mercaderías, aumentando por ende los activos” con la complicidad de la auditora PricewaterhouseCoopers (Pwc). En una causa paralela, la misma Cámara echó luz sobre algunos de los gustos de Navarro: investigó gastos indebidos por más de siete millones de dólares que se hizo pagar por Supermercados Norte cuando era su presidente. Norte abonaba un palco de 60 mil dólares anuales en el estadio de Boca, el colegio de las hijas de Navarro, banquetes millonarios en el Cipriani de Nueva York y hasta los habanos Cohiba que siempre tenía a mano. En primera instancia, el juez Ricardo Warley lo había sobreseído pero -después de que fue procesado en la otra causa- ordenó embargar sus bienes personales y los del resto de los miembros del Exxel. El juez estimó el fraude en más de 320 millones de pesos.

Cuando Navarro era todopoderoso, se distinguía por sus fobias: nunca le gustó integrarse al establishment y el establishment nunca lo quiso. Aunque en Uruguay lo consideran argentino, deja ver su resentimiento contra los que nacieron de este lado del río de la plata. Es de los que cree que Argentina es un país que no tiene arreglo.

Hoy acumula una lista considerable de enemigos, aquí y allá.

El ex directivo de JP Morgan Hernán Arbizu –que reconoció ante la Justicia haber lavado activos para distintos clientes- lo mencionó como parte de la lista de grupos empresarios que fugaban capitales con su ayuda. Arbizu piensa que Navarro funcionaba en los hechos como la competencia de los bancos porque se fondeaba  con dinero que no estaba declarado, y cuando perdía, eran pocos los que podían reclamarle algo.

En palabras de un hombre que conoce el rubro en el que Navarro se hizo grande. “Le creyeron el cuento. Pero hoy no junta ni un peso. Es mala palabra en Nueva York”. Tal vez por eso el perfil bajo del financista uruguayo sea ahora más acentuado que nunca. Sus abogados trajinan los tribunales y la consultora que se ocupa de su imagen está atenta a los embates de la prensa. Puede ser que haya decidido desprenderse de las empresas que le queden y “no existir más”, como dicen los que intentan descifrar sus movimientos. O puede ser que esté agazapado, a la espera de una nueva era, que le permita cambiar de piel por enésima vez.

Copete: 
Esta es la historia de Juan Navarro, un CEO sin ministerio. El hombre que creó el Grupo Exxel con dinero ajeno, estafó a Carrefour y se asoció con Franco Macri para administrar la herencia de Yabrán. Que se unió a Mauricio para contar con los servicios de Ciro James y “El Fino” Palacios. Un mago que supo reconvertirse durante el kirchnerismo, y aumentar su fortuna. Hoy su nombre parece haber caído en desgracia dentro del establishment. Pero él espera, agazapado, por una nueva oportunidad.
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filosofía magnate / los gloriosos noventa / juan navarro
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Diego Genoud
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sommeliers de birra

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T odo consumo se sustenta en una mitología, en una historia, en fantasías. Las marcas de cerveza, como todas las marcas, nos cuentan historias a través de sus publicidades, de sus envases, y también de los modos y las ocasiones en las que consumimos. La primera cerveza que tomamos, la marca de cerveza que produce más resaca, cervezas de batalla tomadas en vasos de plástico, cervezas para la charla íntima o el levante. Cerveza tomada en cucharita para que pegue más, cerveza a la mañana para atemperar la resaca. Desde hace diez años que –supuestamente, cada quien tiene un amigazo- no se consiguen en los kioscos, aunque peregrinamos con los envases de vidrio y les tenemos un buen lugar reservado en la heladera. ¿Pero nos gusta la cerveza? ¿Podríamos superar una prueba de sabor sin conocer sus marcas, sus publicidades, sus sueños compartidos? ¿Cómo podemos ser mejores tomadores, zambullirnos en la piscina de la ebriedad con cierta elegancia?

En su afán cientificista el Laboratorio de la revista crisis organizó una degustación de cervezas industriales. Queríamos saber, queríamos clasificar, queríamos descubrir si nos mentían, porque siempre sospechamos que nos mienten. La hipótesis de fondo, sin embargo, era que con ese aprendizaje seríamos más sabios, positivistas y concientes en el consumo. Sommeliers de birra. ¿Cómo se disfruta el consumo? ¿Qué nos pasa en ese equilibrio minado entre el sabor, el saber, el poder, el placer y la obediencia? 

La primera tabla de la que agarrarse en ese naufragio de ignorancia que rodea al consumidor promedio, que sabe mucho sobre las aventuras de el perro Balca pero nunca suficiente sobre el origen de lo que ingiere, son las estadísticas. Siempre a destiempo, las estadísticas escupen un poco el asado, y por eso producen rechazo. Un rechazo diferente al que produce degustar trece variedades de cerveza al final tibia, un rechazo mucho más anímico que corporal. Un rechazo ascéptico, quizás como el alcohol puro, ese extremo donde los diferentes tipos de rechazo se unen. Algunos números, tomados de la página de Alimentos Argentinos: entre 1990 y 2011 la venta de hectolitros de cerveza en la Argentina aumentó un 247 por ciento. De acuerdo a la facturación minorista, la cerveza es tercera, solo superada por las gaseosas y las galletitas. Dentro de las bebidas alcohólicas, la cerveza doblegó al vino, que en los ochentas representaba el 90 por ciento del consumo y para 2009, ya era solo el 34 por ciento. Hoy la cerveza ocupa el 60 por ciento de preferencia. Argentina produce aproximadamente 19 millones de hectolitros por año. Cada persona bebe en promedio 45 litros por año, que se proyectan a 60 en no demasiado tiempo. No es tanto, si se piensa que en países como Alemania o República Checa este número puede alcanzar a 160 litros por persona por año, aunque con tendencia decreciente. 

trece motivos para alegrarse

Ahí estaban las trece variedades de cerveza que íbamos a probar. Voy a enumerarlas: Andes, Imperial, Amstel, Iguana Summer, Miller, Warsteiner, Heineken, Stella Artois, Quilmes Night, las negras Stella Artois Noire, Quilmes Bock, Quilmes Stout, y la colorada Kunstmann.  Ahora voy a hablar del mercado de cervezas argentinas, a trazo grueso: el 70 por ciento o más del volumen de mililitros total consumido en el país pertenece a AB-InBev, resultado de la fusión de la americana Busch, que hace Budweiser, la belga InBev y la brasilera Brahma. Ab-Inveb tiene a Quilmes como caballito de batalla, que no, no es más argentina. El 20 por ciento aproximado del share pertenece a la chilena CCU  –Compañía de Cervecerías Unidas– que entre sus marcas tiene a Imperial, que era de Quilmes pero debió ser vendida a la competencia porque de acuerdo a la ley antimonopolios AB-InBev no podía tener tantas marcas. Otra paradoja es que Budweiser, que es una de las dueñas originales de AB-InBev, la mayor cerveza del inmenso mercado norteamericano, en Argentina es embotellada por CCU. Otras marcas de CCU: Bieckert, Heineken, Amstel. El tercer lugar en la torta, con menos del 10 por ciento, pertenece sin embargo a otro gigante: la sudafricana-norteamericana SAB Miller, que en 2010 compró Isenbeck a la alemana Warsteiner. Entonces, ahora, voy a repetir nuestra terna de 13 cervezas de acuerdo al conglomerado al que pertenecen: AB-InBev, CCU, CCU, AB-InBev, SAB Miller, SAB Miller, CCU, AB-InBev, AB-InBev, AB-InBev, AB-InBev, AB-InBev, CCU. Bastante representativo. 

¿Lo que importa es la cerveza? Sin tener estos datos frescos, convocamos a Sol, una licenciada en tecnología de alimentos que trabaja como Responsable de Calidad Sensorial y Coordinadora del Panel Sensorial, degustadora y entrenadora de catadores en control de calidad al interior de la gigantesca planta que AB-InBev tiene en Zárate, la más importante de América Latina. Con 7 líneas de envasado y 3 salas de cocimiento, este gigante industrial posee también un pequeño laboratorio de innovación donde se desarrollan nuevos productos (por ejemplo la Quilmes Night, de envase azulado y 6,9 por ciento de alcohol para competir con el Fernet y bebidas blancas en las previas), y también una copia de sí misma en pequeña escala, una pequeña matrioska o quizás un monumento. Sol se encarga de probar la cerveza antes de que se embotelle con la misión de que el néctar dorado sea siempre, para cada marca, igual a sí mismo. El Panel entrenado de Jueces Sensoriales de cerveza tiene la misión de degustar todas las etapas del proceso, desde el agua y materias primas hasta el producto final pasteurizado de las más de 18 marcas que se fabrican. Aunque los empleados del panel solo pueden ser fijos, conviven con otra gran proporción de trabajadores estacionarios que se incorporan a raudales en la temporada alta de producción, entre octubre y marzo, cuando el calor y la sed arrasan y todos queremos cerveza bien helada. 

Tras ser bombardeada con preguntas de los integrantes del panel de degustación, Sol fijó algunos parámetros. En primer lugar está la drinkability o tomabilidad, esto es las ganas de seguir bebiendo que siguen a cada vaso. Se debe beber un primer sorbo largo y evaluar el color, la temperatura, la textura, el brillo. Esperar a ver qué pasa como consumidor, si dan ganas de seguir tomando o no.  Luego otro sorbo y dejar la cerveza alojada en el paladar, así toma la temperatura de la boca y comienzan a desprenderse los componentes aromáticos volátiles que se perciben por retronasal. Dejar que la birra descienda lenta por el esófago, luego batir un poco lo que queda en el vaso, oler el contenido. El color, el tipo de espuma, el nivel de amargo, el after taste –sabor que queda en la boca una vez ingerida– e incluso el aroma eran algunas de las variables a analizar. Nos enteramos que las cervezas de la familia Isenbeck son pura malta –Schneider, Warsteiner–, que las Quilmes tienen una mixtura con maíz y que la Budweiser contiene arroz además de lúpulo y cebada, pero que estas mezclas no abaratan el costo, sino que se las ultiliza para otorgarle cierta característica a la cerveza, como por ejemplo cremosidad (en el caso del maiz). También, que el trabajo de Sol junto al Panel y a los Maestros Cerveceros consiste en detectar ciertos deméritos, como la astringencia –cierto regusto ácido, sequedad, aspereza en boca-, componentes grasos, la presencia de algunos aromas químicos no deseados. Aprendimos que aquellas embotelladas en envases verdes –la Heineken, la Stella, la Amstel, en general del segmento Premium para nosotros, cervezas trash en Europa– adquieren al ser expuestas a los rayos solares un efecto llamado lightstruck que produce un particular olor a zorrino debido a un proceso de reacciones químicas que se favorecen por los rayos UV B en contacto con ciertos componentes del lúpulo. Que las de envase transparente requieren otro procesamiento para que esto no se acentúe. Que tras un tiempo la cerveza se oxida, y esto cambia ligeramente su sabor. Que la Corona es una cerveza bastante berreta, y eso de playa y gajos de lima es una genialidad del marketing. Que la Heineken tiene acetato de isomilo y esto genera un ligero sabor a banana. Que la Stella se elabora con lúpulo importado de Bélgica, mientras que las de marcas populares, a veces, reciben partidas con demasiados deméritos de otras marcas, es el mezcladito de las cervezas, cerveza para pobres de corazón enorme y paladar maltrecho. Que las negras se elaboran con malta tostada, y su sabor depende del nivel de tostado y forma de secado que poseen los granos. 

Luego hicimos la prueba. Hubo algunas coincidencias, que no necesariamente se ajustaron al rango de precios que iba desde entre 18 y 25 pesos las comunes, a entre 30 y 35 las supuestamente Premium. Pasamos los largos vasos de vidrio de mano en mano, examinamos las expresiones faciales de cada uno de los degustadores, divagamos sobre asociaciones gustativas. Circularon sensaciones de manzana frutal, hierbas amargas, yerba mate, alucinación colectiva o despuntes de un paladar absoluto. Algunos las preferían rubias, otros morenas. Las diferencias eran evidentes pero el esquema perceptivo no se ajustaba al nuevo lenguaje. Al mismo tiempo, quedaba la sensación de que, bien frías, casi cualquiera de las variedades cumpliría dignamente su función. ¿Los monstruos de la birra global se preparan para un consumidor futuro con una organolepsia súper desarrollada, o tan solo generan barreras finas pero lo suficientemente fuertes para colmar las variaciones más gruesas en la preferencia del bebedor común? ¿El mercado de la birra marca un despegue entre productores finos y consumidores gruesos, y por eso es el más democrático de los mercados? Difícil saber si el marketing se creyó su propio cuento o si, otra vez, hizo un inconsciente movimiento de caballo en el tablero de la modulación de nuestros órganos perceptivos. 

Lo concreto es que los conejillos de indias disfrazados de examinadores no solo nos autosuministramos cerveza, sino también un cuestionario. Algunas regularidades fueron apabullantes: casi nadie se sentía capaz de captar una cerveza oxidada en su consumo silvestre, la Miller, la Amstel y la Heineken fueron las que mejor rankearon en términos de “tomabilidad”, y nadie se declaró un bebedor solitario sino que, como bien sabe Quilmes, la ocasión para la cerveza son los encuentros sociales: un dorado lubricante social. También hubo dispersión entre el vaso de cerveza semanal que declaró algún participante y los cinco litros de uno de los organizadores de la prueba. 

A modo de cierre, tras haber aprendido los parámetros y tras los vahos de una experiencia de efectos similares a los del empacho, hubo también una pregunta por el ser de la cerveza, su significado. ¿Qué significa la cerveza para los que formaron parte del experimento? Vamos a listar algunos de los sustantivos que integraron las respuestas: lubricante social, relajante, premio, símbolo, rito, desplazadora de la sed, combustible de reuniones entre amigos, acompañante del tabaco, brebaje engordante, olor a malta cocida proveniente de la fábrica de Quilmes que acompañaba los paseos infantiles en bici. Un mosaico de funciones y memorias, un mosaico de ocasiones de consumo y de sentimientos. El laboratorio de la revista crisis invita a los lectores a asociar estos elementos con publicidades de cerveza que recuerde, y con sus propias sensaciones.

Copete: 
Como ocurre con muchas categorías en el universo del consumo masivo, el mercado de la cerveza en la Argentina de los últimos años está tan diversificado en su oferta como concentrado en términos económicos. Hace poco tiempo las dos cerveceras más importantes del mundo -SAB Miller y Anheuser Busch inbev- se fusionaron, inaugurando quizás uno de los primeros monopolios mundiales por categoría de producto de nuestra era; aunque en Argentina la segmentación del mercado operaba en forma distinta. Mientras tanto, en un sótano, el Laboratorio de la revista Crisis contactó a una especialista cervecera y se congregó para ver qué decían los paladares con respecto a esta alarmante situación.
Número: 
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tecnociencia / empacho de malta / el sublime objeto del encuentro
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Autor: 
Hernán Vanoli
Fotógrafo: 
Sebastián Andrés Vricella
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Batirse a duelo con el agua salvaje

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“En la ciudad nunca me quieren creer cuando lo cuento, pero acá usted lo puede ver: estamos cortando el río, y lo hacemos desde hace siglos, aunque nadie sepa lo que pasa en esta zona”, dice Hernán Díaz, mientras seca el sudor de su frente, toma de nuevo la pala y tira más tierra sobre uno de los brazos del Colorado, el río que atraviesa la extrema aridez del norte de la Rioja, a pocos kilómetros del límite con Catamarca. Detrás de él, más de cien campesinos cortan ramas con machetes y cavan el lecho arcilloso del río, para cargar más arena sobre el porfiado curso del agua y desviarlo de una vez por todas.

Es 6 de mayo de 2011 y como todos los primeros días del quinto mes del año, antes de la llegada del invierno, los pobladores de Bañado de los Pantanos reanudan un viejo rito. Por la mañana, salieron del pueblo y emprendieron una larga procesión de camionetas y caballos que arrancó por enésima vez en la historia del lugar. Su destino: llegar a la ribera para darle cacería al río, y construir una toma india de agua, la misma barrera de tierra y ramas que los calchaquíes hacían sobre esa llaga pantanosa de líquido rojizo que cruza el valle.

Nadie conoce el origen preciso de Bañado de los Pantanos. No tiene aniversario de fundación, ni placa recordatoria. Está separado en cinco pequeñas colonias de ranchos, con una escuela rural, un centro de salud y un centenar de sembradíos poblados de añosos algarrobos. La leyenda histórica dice que su origen está en la “Ciudad Perdida”, la vieja ciudad virreinal que estuvo del otro lado del río, en la frontera que separaba a la conquista española de la Rebelión Calchaquí, nombre de la resistencia diaguita que se alzó en armas a partir de 1562 contra el imperio realista por más de un siglo, y que terminó con más de 400.000 indios desterrados y aniquilados.

Como si fuera una cicatriz silenciosa del pasado, el pueblo está sobre ese límite, en el costado sur de un valle que tiene más edad que los Andes. Al pie de la cadena montañosa del Velazco, una sierra pampeana de 600 millones de años, la ribera roja del Río Colorado, aparece jaspeada de tamarindos verdes y se abre a un enjambre de abejorros que zumban por todas partes.

Son cien hombres que buscan el mejor tramo del río para conseguir riego por cuatro meses. El duelo con el agua salvaje, ocurre bajo un sol implacable que los quema y los agobia, pero nadie quiere dar tregua porque aquí no hay tiempo que perder. Además de ser minifundista, la mayoría trabaja como peón de campo y pone su espalda para cosechar aceitunas en Aimogasta, la principal ciudad productora y exportadora de La Rioja, ubicada 20 kilómetros al sur de Bañado.

“Un día en la toma, en esta época de cosecha, son cien pesos menos en los olivares, pero lo hacemos una vez por año, y juntamos el agua para todos. Si no, nadie lo hará por nosotros”, dice Ruben Mamaní, mientras arma otro cigarrillo con los dedos de una sola mano y lo fuma apoyado en su pala. Tiene 48 años, empezó a cortar el Colorado a los 13, y considera que la toma es apenas una rutina de supervivencia.

Los hombres más viejos, con los rostros curtidos por el viento y los dientes roídos por densos minerales del agua, todavía recuerdan que antes, en la zona, no había ruta, sino caminos recorridos por arrieros que sólo sabían que Bañado estaba a 7 días en burro desde Tucumán. Era la época en que el pueblo ni siquiera alcanzaba a ser la periferia rural de la ciudad olivícola de Aimogasta, sino el último vestigio de una población que nació más al norte y que se fue desplazando con el correr de los siglos. En la actualidad está en el kilómetro 1.128 de la Ruta 60 y la primera vez que se habló de un bañado lleno de pantanos, fue en el siglo 16, cuando el jesuita Pedro Lozano registró en su “Historia de la Conquista del Paraguay”, que el río Colorado se desbordaba con facilidad y transformaba toda la zona en un enorme pantano rojizo muy difícil de abandonar.

 

Las raíces perdidas

Tampoco nadie conoce cuando comenzó la toma del río. Todos saben, desde que tienen memoria, que en Bañado no hay una gota de agua y que deben extrarla del subsuelo, con una bomba que se rompe muy seguido. En marzo, el último desperfecto dejó a todos los habitantes sin agua potable por un mes. Su ausencia es el viejo enemigo del pueblo y el corte del río, la mejor forma para enfrentar su mezquindad.

Un hombre más viejo, como Benigno Cabrera, de 71 años, apunta que se trata de una práctica ancestral. Recuerda que sus abuelos lo trajeron a “hacer la tranca”, por primera vez, a los 15 años, cuando se usaban cinco burros para acarrear las ramas de tamarindo hasta los montículos de tierra arcillosa. Hace algún tiempo una fractura de cadera lo dejó en su rancho y acompañado por su mujer. Por eso, este año mandó a su hijo de 36 y a su nieto de 20 a trabajar en la toma. Ellos, lejos de casa, en medio del río, se preguntan, entre palada y palada, si algún día aprenderán a manejar el tractor verde que tiene el pueblo desde 2010. El trabajo que antes hacía una decena de burros, en medio del lecho, ahora lo hace el tractor que el gobierno riojano entregó a los pobladores. Es que a pesar de la aridez, de las acequias de riego antiguas y de los métodos ancestrales de cultivo, Bañado de los Pantanos es la principal localidad productora de comino de la Argentina. Sus campesinos cortan el río como en ningún otro lugar del país desde hace siglos, pero recién hace tres años que se organizaron como pequeños productores para evitar que los acopiadores les impongan precios miserables. Los tres compradores que visitan el pueblo, llegan a pagar 14 pesos el kilo, cuando la misma especie se vende a 80 en las ciudades. Desde 2008, trabajan con el apoyo de la agencia Aimogasta del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) para mejorar la cosecha y lograr una comercialización que los aleje de la pobreza.

“Apenas empezamos, un empresario de la Cámara Argentina de Especias nos visitó, le pareció todo muy lindo, pero cuando se estaba yendo nos dijo: ‘Muchachos, no pierdan el tiempo, si siguen con ese cultivo de colla, no van a llegar a ninguna parte y van a desaparecer”, recuerda entre carcajadas Lorenzo Jotayán, uno de los aimogasteños que enfrenta la aridez de los días con el mejor humor posible. Pasó toda su infancia en Bañado junto a su madre campesina, que segaba el comino a mano y lo regaba de noche con el agua que venía de la toma. Han pasado cuatro décadas desde entonces: ahora Jotayán es ingeniero en Ciencias Forestales y trabaja en el INTA. “Cuando vienen los sociólogos o los censistas decimos que somos 150 familias, pero cuando vienen los políticos, decimos que somos 660 votos”, explica el técnico para graficar lo que considera el peor problema de este pueblo. “Nadie le pregunta nada a los productores, todos los políticos y empresarios llegan en su camioneta y les dicen lo que tienen que hacer, pero nunca se les cae una pregunta”, se queja el riojano mientras recuerda que el actual intendente del Departamento de Arauco, Gustavo Minuzzi, reconocido como mano derecha del gobernador oficialista Luis Beder Herrera, les recomendó a los pobladores que se dedicaran al monocultivo de soja para salir del atraso. Fue durante la primera visita que hizo y poco antes de inaugurar una calle de Aimogasta con el nombre del actual gobernador kirchnerista. En la actualidad, Minuzzi ni siquiera vive en la ciudad cabecera del departamento que gobierna y pasa sus días en la capital provincial.

Antes de abandonar la localidad, cuando el intendente se dio cuenta del problema del agua y supo de los esfuerzos colectivos, decidió instalar una compuerta metálica para derivar el agua de la toma hacia las acequias del lugar. Cada una de las hojas metálicas están pintadas de celeste y tienen un grabado particular en el acero: “GM Ya!”, dicen. “¿Sabe qué es eso padre? Son las iniciales del intendente durante su última campaña electoral, pero lo que ese hombre no sabe, es que el agua que venimos a sacar es para que podamos cultivar, y si la tuviéramos un mes más también podríamos sembrar anís, y un poco más de trigo, pero desde que tengo memoria, jamás funcionó ningún plan para traer agua al pueblo”, cuenta con enojo José Ventura. En su rancho se reúne la asociación de pequeños productores de Bañado y sus vecinos lo eligieron presidente. Su primer round con el río también fue a los 15. Ya lleva 30 años de toma india sin interrupciones y sabe lo que dice. Para él, la falta de agua es parte de un absurdo, muy parecido a una maldición que tiene demostración palpable. La primera prueba está dos kilómetros río arriba, en la Toma de Tuscamayo, una extensa obra de ingeniería que comenzó a ser construida a fines de los 70 y fue inaugurada tres veces. La última durante el segundo mandato presidencial de Carlos Menem. “En 1996, delante de todos nosotros, el Turco levantó una compuerta y dijo que se había terminado el problema del agua”, recuerda Ventura, mientras cruza esa zona llena de peñascos con su vieja camioneta Peugeot 504, como si estuviera en el Dakar sin GPS. “Pero al día siguiente, cuando se fue la comitiva y se terminaron los aplausos, las tuberías dejaron de funcionar y desde entonces, los seis kilómetros de canal que tiene, transportan un décimo del agua que deberían llevar y nadie la usa”, confiesa con amargura.

Pero los secretos absurdos del Colorado, o rio Abaucán, no terminan ahí. A tres kilómetros de esa obra, por el mismo curso de agua que viene desde el norte, la Toma del Mochito transforma al río en una cascada de agua rojiza que rompe el silencio del valle. Tiene un imponente muro de cemento que corta el cauce de un lado al otro y lo transforma en una pequeña represa. Data de 1965: es la obra de captación de agua más grande de la zona y costó millones de dólares. Han pasado 45 años desde que fue construida y nunca funcionó. Toda su osamenta de cámaras, canales y tuberías yace todavía virgen al pie de la montaña, al lado de una casa abandonada, como si todo hubiera sido derrotado por ese río espeso y pantanoso, que se niega a ser domado, y que sólo acepta medirse, de igual a igual, con los habitantes sedientos de un paraje rural que alguna vez fue la vieja “Ciudad Perdida”, antes que un alud de barro la arrasara.

 

Reposo de los guerreros.

La falta de agua no impide que se respire el aroma dulce de la algarroba en todos sus ranchos. La vaina florece en los añosos algarrobos y es la base de la alimentación desde épocas previas a la llegada de los españoles. Quizás por eso, aquí no se habla del algarrobo, sino “del árbol”. Las mujeres muelen la semilla con una piedra giratoria de mil kilos que es movida por un burro. Hacen el patai y la mazamorra que cocinaban sus ancestros. Sin embargo, en la actualidad, basta con cruzar el lecho del río, a bordo del tractor del pueblo, para descubrir que, más allá de la toma, también existen otros rastros vivos que vinculan a la vieja ciudad colonial con la comunidad de productores comineros que hoy no supera las 700 personas y que lucha por no desaparecer.

Como si fuera el campo de batalla de una guerra perdida, el trayecto de cuatro kilómetros que separa a las ruinas de la antigua ciudad con el pueblo, está sembrado, por todas partes de pequeños pedazos de vasijas indígenas que quedaron de la antigua Rebelión Calchaquí. En el medio del desierto tapizado de reliquias, aparecen las ruinas de una antiquísima torre de observación hecha de adobe que servía para controlar los movimientos “del indio”. Pocos kilómetros después, al final del camino, en medio de un desierto lleno de dunas, una pared de adobe, muy finita y corroída, señala que en esa latitud estuvo el primer pueblo, quizás, el primer bañado pantanoso habitado. A su alrededor, decenas de viejos algarrobos secos revelan que hace cuatro siglos fueron la base de subsistencia de una población india que luego enfrentó la derrota, el destierro y el mestizaje.

Cinco siglos después, sus descendientes siguen persiguiendo el río para conseguir el elemento básico de la vida y hoy forman parte de una de las poblaciones campesino indígenas del noroeste argentino, donde el trabajador pobre no sólo es protagonista de la segregación social, sino también de la discriminación que enfrenta el peón de origen indígena.

“Este pueblo es una comunidad históricamente hostigada por el poder, pero a pesar de toda la adversidad climatológica que ha enfrentado siempre, y más allá del olvido constante del Estado, enfrenta las inclemencias con alegría y todavía está abierto al foráneo, aunque no siempre les haya ido bien con él”, dice Jotayán, mientras enumera la cantidad de veces que les prometieron agua para el pueblo. Pasaron inauguraciones, discursos y promesas, pero el rito de Bañado de los Pantanos nunca se detuvo.

Cuando está por caer el atardecer, mientras una cuadrilla de campesinos quema la maleza de las acequias, se ve una extensa línea de tierra roja que corta el río. Tiene cinco metros de alto y ya logró desviar una parte del Colorado hacia el pueblo más seco del norte riojano. Bajo el sol, el agua rojiza se torna plateada y empieza a llenar el nuevo canal virgen, ante un auditorio de cien trabajadores exhaustos pero contentos.

Sobre ellos, en la punta del algarrobo más viejo, se divisa una enorme cruz blanca. Está en ese lugar desde que todos eran niños y en septiembre, cuando los terrenos estén colmados de agua, todo el pueblo volverá al río, para agradecerle a San Isidro de los Bañados, el santo patrono de la toma india. Ese día, festejarán “la tranca” con un gran asado y brindarán en honor al corte del río que les dio vida por un año más. El único que va poco y nunca es el cura de Aimogasta que, año tras año, se niega a bendecir la procesión. Dice que los fieles brindan con vino y que pecan cuando bailan manchados de alegría. Pero en Bañado de los Pantanos admiten, por lo bajo, que ya no esperan al curita. Parece que en esta tierra no hay dios más poderoso que ese obstinado río rojo que los espera, siempre a principios de mayo, para reunirlos una vez más y resistir a una conquista que no les da tregua.

Copete: 
Bañado de los Pantanos es una comunidad de 660 habitantes, perdida en el norte de la provincia de La Rioja. Como si estuvieran en una película de Herzog, una vez por año, cinco generaciones de campesinos de origen indígena se juntan para desviar una parte del caudal del río Colorado y llevar agua a cada uno de sus terrenos. Si no lo logran, si la cacería del agua sale mal, puede peligrar la economía de un pueblo que llegó al punto de divertirse con las falsas promesas.
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una ciudad perdida / lo que importa un comino / menemismo ancestral 
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Claudio Mardones
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Diego Sandstede
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malvinas: el mito de la caverna

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E l relato que propone el Museo de Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur tiene dos objetivos. Por un lado exponer el concepto de soberanía en torno a objetos de orden natural como la flora y la fauna, los accidentes geográficos y los recursos naturales. Por otro, mostrar la activa presencia del kirchnerismo en el conflicto con Gran Bretaña por la recuperación de las Islas Malvinas, mediante la confección de un relato heroico con el Gaucho Rivero como personaje. A lo largo de sus salones aflora una pedagogía de la soberanía natural que se sirve de argumentos biológicos, mapas conceptuales, líneas de tiempo, mini biografías y guías que mantienen el eje de su discurso. Y por eso es que en la confección de los períodos históricos de las Islas Malvinas aparece de forma notoria la del kirchnerismo como el gobierno político que más presente tuvo a las Islas después de la guerra. Dos verdades obvias que sin embargo es necesario remarcarlas. La pregunta que flota es: ¿Por qué con estas dos verdades las Islas no volvieron a ser argentinas? Y podría ser reformulada: ¿En qué zonas, en qué puntos los vectores del capital financiero se cruzan con los intereses argentinos y cuáles son sus consecuencias? Es inevitable establecer relaciones con el juez Griesa, los fondos de inversión de riesgo y el default. Quizás no sea una casualidad que se haya inaugurado el museo en pleno conflicto con la corte suprema estadounidense. 

 

el recorrido

El museo tiene una parte edilicia de tres niveles, y otra al aire libre, a modo de un pequeño parque que contiene unas siluetas de acero que simulan escénicamente el hundimiento del Crucero General Belgrano, unas pequeñas montañas artificiales que imitan la topografía de las Malvinas, un espejo de agua con la silueta de las Islas en relieve en el centro y un mástil desproporcionadamente grande con la bandera argentina. Puede que esta descripción suene a algo improvisado o hecho con mal gusto pero en realidad es todo lo contrario. 

La espacialidad del edificio se estructura de un modo estacional: verano (vida), otoño (pasión), invierno (muerte) y primavera (resurrección). En la planta baja está la sala PakaPaka para niños (el museo recibió más de 700.000 visitas desde su inauguración) y otra que es el prólogo de la muestra. En esta sala, cuatro cañones sincronizados proyectan sobre una superficie circular un video de 15 minutos, como anticipo de todo lo que se va a ver durante el recorrido. Alrededor de esta Sala Prólogo se depliega una línea de tiempo desde el descubrimiento de las Islas Malvinas hasta la actualidad. En el primer piso, la estación Verano incluye todo lo relativo a la flora, fauna, geografía y recursos minerales del archipiélago. Hay animales embalsamados, animaciones y recreaciones a escala. En la misma planta, la estación Otoño está dedicada a las biografías de personajes vinculados a las Islas: Raymundo Gleyzer, el primer cineasta argentino que viaja a filmar las Malvinas; Luis Vernet el primer comandante político de Malvinas; el gaucho Antonio Rivero que encabezó una revuelta en 1833 contra los ingleses que habían tomado las Islas; Manuel Fitzgerald, el primer piloto civil en volar hasta Malvinas a bordo de un Cessna185 (avión que cuelga del techo del museo). 

En la segunda planta encontramos datos bibliográficos sobre las diferentes interpretaciones históricas de la “problemática” Malvinas. Las estaciones Invierno y Primavera conviven en un mismo nivel. Invierno, obviamente, se ocupa de la última dictadura militar y de la Guerra de Malvinas trazando un paralelismo interesante: “las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también”. Y por último la Primavera que se ocupa del retorno de la democracia y específicamente del período de tiempo llamado “la década ganada”, desde el año 2003 hasta la actualidad. Aquí se muestra al ex presidente Néstor Kirchner como el primer jefe de Estado en viajar hasta Inglaterra para reclamar la soberanía de las Islas Malvinas, las denuncias frente a la ONU, el apoyo de los demás países latinoamericanos que hacen del conflicto con Gran Bretaña una causa anticolonialista. El recorrido del museo termina con la mediateca que cuenta con tecnología futurista. Tres leds touchscreen interactivos del tamaño de una mesa exponen información sobre los últimos enclaves coloniales, el devenir del imperio británico a lo largo de los siglos y la historia de las Islas Malvinas, Georgias del sur y Sandwich del sur.

 

las tres plazas 

En el discurso inaugural del museo, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner habló específicamente del colonialismo. De forma didáctica y anecdotaria hizo una lectura original sobre la problemática de la Guerra de Malvinas en la historia argentina desde la clase política, y desde los ciudadanos. Se refirió a tres momentos emblemáticos en la Plaza de Mayo: las tres plazas de 1982. La del 30 de marzo, convocada por la CGT de Ubaldini con la consigna “basta a este Proceso que ha logrado hambrear al pueblo, sumiendo a miles de trabajadores en la indigencia y la desesperación”, fue reprimida y terminó con enfrentamientos entre la policía militar y los manifestantes. Luego citó las movilizaciones del 2 y el 10 de abril, plazas en las que la ciudadanía brindó su apoyo masivo al desembarco de las Fuerzas Armadas argentinas en Malvinas mientras Galtieri pronunciaba su frase “si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”. Por último, lo sucedido los días 14 y 15 de junio cuando, según el relato de la presidenta, los manifestantes congregados quemaron los diarios demostrando su enojo por la manipulación mediática. 

Esta teoría de “las tres plazas” ensaya una clasificación de la ciudadanía y una genealogía de la construcción del enemigo más peligroso, el enemigo silencioso que unas elecciones vota a favor y la siguiente en contra: la clase media no militante. El revisionismo presidencial insistió en diferenciar entre los argentinos que apoyaron la dictadura de un modo patriótico y elemental, como en el automático apoyo a una guerra, y los ciudadanos que siempre priorizaron la defensa de la democracia desde una perspectiva militante. 

Pinochet mantuvo una dictadura de 17 años, Franco una de 40. Para que una dictadura se mantenga en el poder debe contar con el apoyo de una ciudadanía que permanece pasiva ante la historia. Lo que la presidenta quiere decir con su evocación a las tres plazas es, en definitiva, que no enfrentar al enemigo es lo mismo que apoyarlo. 

 

el relato

El kirchnerismo supo intervenir la construcción discursiva de la realidad como una herramienta muy potente. Lo hizo en el 2008 contra el lock out del campo y la está usando ahora frente a la corte suprema estadounidense, el juez Griesa y el financista Paul Singer. A su vez, propuso un ejercicio revisionista de la historia liberal, en la búsqueda constante de nuevos mitos , héroes y monumentos. 

Desde ese punto de vista nada es inocente en el kirchnerismo. Ninguna palabra, ningún gesto alegórico, se mantiene al margen de una intencionalidad política. El concepto de “relato kirchnerista” está ejemplarmente plasmado en el guión museológico de las tres plantas del museo y en las guías que organizan la visita. Si fuera interesante pensar esta categoría de relato, seguramente el museo de Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur es, sino el mejor ejemplo, el más completo.

Incluye la invención de un héroe, el gaucho Rivero, que figura en los libros de historia pero cuyo sustento documental podría ser calificado de dudoso. El objetivo es demostrar de forma inapelable la soberanía histórica, política, social y natural. Hay un sector en el primer piso que muestra cómo se ven las constelaciones de estrellas en Londres, en Buenos Aires y en Malvinas. Obviamente el cielo porteño es igual al cielo malvinense, en tanto el firmamento londinense es totalmente diferente. La guía dice en voz alta “compartimos la misma plataforma y el mismo cielo. La territorialidad también es soberanía”. 

Las críticas que podríamos hacerle al museo apuntan a esa construcción discursiva que exacerba lo ideológico. Toda esta arquitectura simbólica podría hacer agua si la propuesta fuera de mala calidad, a medio acabar, o dicho de forma más frontal: berreta. Sin embargo, recorrer el museo configura una experiencia intensa y conmovedora porque es, probablemente, el más moderno de la República Argentina.

Y al mismo tiempo el único que trata sobre la crisis del concepto de nación desde una perspectiva más cercana o presente, ya que si bien el museo busca representar una historia natural de las Islas Malvinas, secretamente o en silencio, todo el tiempo, no hace más que hablar de la guerra. ¿Y se puede hablar de la guerra de una forma neutral?

Copete: 
Inaugurado recientemente en el predio de la ex ESMA, el Museo de Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur propone una recorrida por su historia natural vinculada a la pregunta sobre los mecanismos de construcción de la memoria bélica. La idea de una soberanía biológica y los avatares de la relación entre ciudadanía y democracia se despliegan en una edificación hipermoderna. Con el rumor de la puja entre intereses financieros como telón de fondo emerge una pregunta: ¿Existe la neutralidad frente a la guerra?
Número: 
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Volanta: 
un tatuaje del gaucho rivero / smithsonian en la ESMA / tercera posición
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Destacado
Autor: 
Carlos Godoy
Fotógrafo: 
Martin Felipe
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inagotable fiebre bélica

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Cuando en 2009 publicó su novela Sangre vagabunda, James Ellroy (Los Angeles, 1948) no solo consiguió completar la saga de crímenes, política y prensa sensacionalista conocida como la Trilogía Americana; también se convirtió en el escritor que había destinado sus últimas dos décadas de producción literaria a la insistente tarea de novelar más de un cuarto de siglo de historia estadounidense. Entre el Cuarteto de Los Angeles (La Dalia Negra -1988-, El gran desierto -1989-, Los Angeles Confidencial -1990-, y Jazz blanco -1992-), y la mencionada trilogía (que completan América -1995- y Seis de los grandes -2001-), Ellroy fue de 1946 a 1972 y cubrió, desde la óptica del policial negro, la posguerra, la invasión de Bahía de Cochinos, la vida sexual de John Fitzgerald Kennedy, Watergate y la fiebre anticomunista de J. Edgar Hoover, como si el ascenso entrópico de los Estados Unidos de América hacia el sitial del imperio mayor de occidente fuera el palpitante y necesario contexto para una serie de novelas de muerte, sexo, drogas y coqueteos con el mundo del espectáculo. Esa exhaustiva misión, que Ellroy cumplió con la intensidad y tozudez de cualquier adicto, le dejó sus réditos: tras el viaje, el “perro loco” de la literatura norteamericana no solo se confirmó como el referente más encumbrado del policial hard boiled moderno, sino también como el dueño de un estilo inconfundible que habría de consolidarlo, más allá de cualquier protocolo de géneros, como uno de los más importantes novelistas vivos.

Perfidia (Random House) es el regreso de Ellroy a ese viaje. Ambientada otra vez en la costa oeste, la novela -que da inicio al Segundo Cuarteto de Los Angeles- retoma escenarios y personajes de sus anteriores trabajos, pero los remonta a 1941, más precisamente a la víspera y a los veintidós días que siguieron al ataque japonés a Pearl Harbor, el hecho que, como escribió alguna vez Winston Churchill, empujó a los Estados Unidos a comprometerse “hasta el cuello y hasta la muerte” con la Segunda Guerra Mundial.

En Perfidia, Ellroy lleva la guerra a casa. El hallazgo de una familia japonesa muerta en su casa de Los Angeles, mientras al otro lado del océano el emperador Hirohito ordenaba bombardear por sorpresa la costa de Hawaii, sirve de combustible para que la maquinaria se despliegue. La pregunta honesta de uno de los personajes -“¿A quién le preocupan cuatro japoneses muertos el día que entramos en guerra con Japón?”- se disolverá a medida que el caso ofrezca mensajes misteriosos y pistas que conecten el hecho con quintacolumnistas, mafiosos y un gran negocio inmobiliario. “La guerra transformó a Los Angeles”, dijo Ellroy en una entrevista reciente, y en ese sentido Perfidia es el retrato de autor de esa convulsión. La “fiebre bélica” derivará en apagones programados, detenciones masivas de japoneses y una sensación colectiva de excepcionalidad y renacimiento. “No existe nada anterior a este momento”, escribe en su diario Katherine “Kay” Lake, uno de los cuatro personajes centrales junto al forense japonés Hideo Ashida, el detective irlandés Dudley Smith y el capitán William H. Parker. Entre ellos cuatro Ellroy teje los efectos de la guerra: no duermen, aman a la manera Ellroy -obsesiva y suplicante-, y aprenden a vivir en un mundo nuevo donde prima la “lealtad instantánea y la traición repentina”. En ese marco, la resolución -a toda costa- del caso es también un resultado, una esperanza, una oportunidad de calmar a las fieras mientras el genio de la guerra hace su tarea: defender la patria mientras se vive entre los pliegues posibles que ofrece toda conmoción.

Un lector conocedor de la obra de Ellroy podría suponer que algo en Perfidia huele al descanso en una merecida -perdón por el vacuo anglicismo- zona de confort. Ellroy disfruta del pasado. Le sienta bien su lenguaje duro, la jerga racista, la complejidad bestial de hombres y mujeres huérfanos de todas las cartas de derechos de la modernidad. Es conocida, también, su inclinación por la vieja Hollywood, esa “fuente de todas las leyendas de este siglo”, como la llamó Myra Breckinridge, la protagonista de aquella comedia homónima que Gore Vidal publicó en 1968, y que Michael Sarne llevaría al cine con Rachel Welch y Mae West dos años después bajo el mismo título. Hablar -escribir- sobre la Hollywood de los años cuarenta es regresar al momento en el que Estados Unidos construyó la densidad de su propia mitología. Ellroy vuelve a trabajar, otra vez, sobre ese escenario.

Pero la decisión de viajar a 1941 supone también resolver una ausencia. En la obra de Ellroy, sobre todo aquella ceñida a Los Ángeles, la Segunda Guerra Mundial es una figura espectral, una suerte de pasado mítico. Dwight “Bucky” Bleichert, un boxeador-policía protagonista de Perfidia, confesaba ya al inicio de La Dalia Negra veintisiete años atrás: “antes de La Dalia estuvo la relación, y antes de eso, la guerra, los reglamentos militares y las maniobras en la División Central, los cuales nos recordaban que también los polis éramos soldados, aunque fuésemos mucho menos populares que quienes estaban combatiendo contra los alemanes y los japoneses”.

Perfidia, entonces, recupera esa guerra que lo comenzó todo. La guerra más popular, según cuenta la leyenda norteamericana, la que hizo que 25 millones de trabajadores destinarán su sueldo a la compra de bonos. Pero en lugar de los soldados que regresaron a casa convertidos en héroes -la greatest generation que alentaría odas y grandes producciones cinematográficas-, Ellroy decide detenerse en otro frente: un frente interno cruzado por proyectos eugenésicos, esvásticas, estrellas de Hollywood, pujas de poder, temores, sexo, un “hombre lobo” japonés que sodomiza víctimas con cañas de bambú, alcohol, cataratas de benzedrina y “polis” con cabezas reducidas de japoneses colgando del cuello. Es la era de la “movilización total”, como diría Ernst Jünger, no hay nadie que “no destine su producción, al menos indirectamente, a la economía de guerra”. Un frente interno, por cierto, que Ellroy describe aún peor que la guerra porque en la guerra, al menos, hay normas. “Yo solo quiero ir a una islita segura, donde poder matar japos con la conciencia tranquila”, dirá Scotty Bennett, un joven policía agotado de la guerra personal de su compañero Dudley Smith. 

Si el primer cuarteto ayudó a consagrar a Ellroy como novelista, esta segunda tetralogía en ciernes lo confirma como un autor imprescindible y el demiurgo de un universo -si es que quedaba alguna duda- ya plenamente constituido. Hay marcas de autor, guiños y un elenco de personajes propio. Los lectores de L.A. Confidential sumarán nueva información al inasible Dudley Smith; el fandom se sorprenderá con la presencia, viva y feliz, de Elizabeth Short, la joven que apareció mutilada en un baldío de Los Angeles en 1947 y cuyo crimen sin resolver Ellroy noveló en La Dalia Negra, novelando, a su vez, el crimen también sin resolver de su propia madre. Ellroy no solo revive a Short en Perfidia sino que le reescribe parte de su historia y la cruza con Smith -su personaje más paradigmático y en el que muchos ven trazos de su propia biografía-, ejecutando en ese acto una retcon propia de un autor que se sabe el dueño absoluto de un mundo.

Quien haya ingresado en él, sabe que el universo Ellroy parece, a esta altura, una suerte de historia negra de los Estados Unidos entregada en capítulos autoconclusivos, un cosmos hecho de ficciones impecables atravesadas por sucesos y biografías de la “vida real”. El William H. Parker de Perfidia es el William H. Parker conocido por ser el “jefe más controversial” de la historia de la policía de Los Angeles (estoy leyendo su Wikipedia). Pero el William H. Parker de Ellroy es algo más: es un papista alcohólico y ambicioso, un “hijo de la Santa Madre Iglesia” que se embarca en un pogromo personal contra un grupo de seudoartistas de izquierda, mientras se obsesiona con diferentes mujeres y busca resolver el caso de la familia japonesa como parte de su disputa íntima con Dudley Smith (y con Dios). Ellroy, el demiurgo, sobreimprime sobre la historia norteamericana una historia personal donde la guerra “justifica las malas conductas”, y los soldados movilizados en casa, menos populares que los que lucharon contra los alemanes y japoneses, pero sin carecer de las múltiples formas del heroísmo, se someten al barro sanguinolento de la historia. No se trata de mímesis, por supuesto, tampoco de “crítica” (Ellroy es mucho más grande que eso). Frente al mito norteamericano, una nueva mitología. Como escribió en las palabras preliminares de América: “Es hora de desmitificar una época y de construir un nuevo mito desde el arroyo hasta las estrellas”.

Copete: 
Para acompañar el desarrollo de las elecciones internas del gran país del norte, una lectura de "Perfidia", la última y monumental novela de James Ellroy sobre los impactos de la guerra de la movilización total. Mafias, japoneses e irlandeses, pero también una "contra-mitología" en esta profusa y ambiciosa crónica negra de la historia yanki.
Número: 
Imágenes: 
Volanta: 
políticas de la narración /  SAGAT
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Semidestacado
Autor: 
Diego Sánchez
Ilustrador: 
Frank Vega
Título en portada: 
Inagotable fiebre bélica
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los contornos de la fractura

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Quizás sea el fruto inmaduro de la crisis del 2001 o la acumulación de un deterioro social incontenible. También es posible que sea la dinámica íntima de un proceso que no ha terminado y que, cada tanto, libera una violencia aparentemente inexplicable. Nadie sabe  cuáles son sus contornos, ni hasta donde se extenderán sus consecuencias, pero luego de treinta años de desigual distribución del ingreso, la histórica brecha entre ricos y pobres ha consolidado una fractura que divide la geografía urbana en varias ciudades a la vez. Con bordes difusos y cambiantes, se reproduce a diario. Evoluciona sepultada bajo una sutil indiferencia que, ante cada estallido, se transforma en miedo.

Cuando llueven piedras contra una comisaría, o cuando la bronca contenida de un pueblo se transforma en fuego voraz que consume cualquier instancia del Estado y estrena comportamientos colectivos impensados, aparecen los pedazos casi irreconciliables de un cuerpo social en crisis, que alumbra una ruptura violenta.

Es muy posible que el argentino medio tenga una conciencia democrática mayor que hace diez años, pero también es probable que en la actualidad sea mucho más xenófobo y discriminador. El recurrente odio y desprecio por el habitante de la periferia pobre es un viejo patrimonio que ya forma parte del imaginario de las clases medias urbanas, especialmente la porteña.

Si bien se trata de un proceso que ocurre en todas las capitales del Continente, en Argentina experimenta una dinámica letal desde que la “sensación de inseguridad” es más importante que la desocupación para la mayoría de la población. Con ese calambre cultural a cuestas, los contornos de esta fractura que parte ciudades y pueblos en segmentos ajenos, no se remontan a un puñado de cuadras o a los límites irregulares de una villa o de un barrio privado.  Sus efectos llegan a la cultura y a la vida cotidiana de miles de personas cuyas realidades son contrapuestas e indescifrables entre sí.  Es que fracturar es mucho más que romper. Y para que el quiebre ocurra, es necesario que sea con violencia. 

Precisamente lo que sucede hoy en los barrios donde reina el odio policial hacia los jóvenes, en su mayoría desocupados. Un permanente estado de sospecha y avasallamiento sobre estos pibes que, al menos en el Conurbano, pasarán a la historia como la tercera generación que muy pocas veces vio a sus abuelos trabajar en relación de dependencia. Una dinámica que pasa inadvertida, salvo por la incidencia que tiene en la creciente cantidad de jóvenes que consumen paco y que terminan en manos de la misma policía que luego protege el tráfico de drogas.

En la puja por la interpretación de la historia reciente, los optimistas recuerdan que  2001 parió a la segunda generación de adolescentes que nunca vio a sus padres trabajar. Es posible que una década después el fenómeno no sea tan descarnado ni masivo, pero sigue ocurriendo. Esos chicos ya han crecido, la mayoría no estudia ni trabaja y al Estado sólo le conoce la espalda, es decir las rejas de las cárceles, las guardias de los hospitales o la paz de los cementerios.

Las voces de los barrios reconocen que si no fuera por el impacto de los planes de asistencia universal y la entrega de jubilaciones a 2,3 millones de abuelos sin aportes, el escenario sería mucho peor. Sin embargo, entre los niños y los viejos, hay al menos una generación atrapada en el silencio.

¿Serán los hijos de la fractura que se está consolidando en la Argentina? Es muy posible. Y no están solos. Para comprobarlo vale repasar las gruesas cifras sobre jóvenes presos y asesinados por la policía o explorar las reacciones populares en Baradero y Bariloche luego de crímenes distintos, que dispararon la misma explosión: estallidos inesperados que en pocas horas liberaron la bronca que se acumuló durante años.

Por ahora, no es más que el indescifrable síntoma de un nuevo emergente. Como una grieta que se abre cada vez más, esta realidad se extiende sobre las miles de personas sin techo, los habitantes de las 2000 villas de todo el país, la enorme cantidad de jóvenes trabajadores rurales esclavizados y la alta tasa de pibes desocupados que tampoco estudian. Los irrecuperables. Los que no tienen retorno. Los que quedaron afuera del zurcido del Estado cuyo hilo aún resulta insuficiente. Los que quedaron colgando. Una constelación de náufragos que vive con la marea en contra, y que sólo se mantiene a flote gracias a la red estatal de salvataje.

Los habitantes de ese lado de la fractura construyen otra cultura, otras expresiones políticas y otras identidades marcadas por códigos muy potentes, fuertemente disruptivos y casi desconocidos para el observador externo. Algunos pueden creer que se trata de un mundo salvaje y brutal, pero lo cierto es que dentro de los pliegues de ese complejo entramado de relaciones, se forjan experiencias de resistencia y creatividad. Allí se generan nuevos conocimientos para enfrentar los escenarios adversos. Y, sin embargo, por encima de ese tejido de saberes colectivos, muchas veces no existe otra expresión política que la bronca.

Quizás allí radica el mayor problema: la calma que precede a la tormenta está teñida de una amarga impotencia y opera desde lo no dicho. Por eso nadie se percata del malestar latente, hasta que estalla. Cuando ocurre es demasiado tarde para impedirlo y muy temprano para comprenderlo. Su lógica es casi imperceptible, se mastica todos los días en la bronca de miles de postergados y su violencia se libera sin interlocutores ni mediaciones. No es el fin de la política, pero parece la continuación de una guerra por otros medios.  Por ahora su final es abierto, pero hay quienes están empeñados en curar la herida con plomo y capitalizar el espanto.  Pareciera el nuevo ciclo de una crisis que comenzó en 2001 y que todavía no ha terminado, aunque muchos quieran creer lo contrario.

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Número: 
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el aguante de los inmaduros  /  manifiesto
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Semidestacado
Autor: 
Claudio Mardones
Fotógrafo: 
Alejandra Bartoliche
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la minería es parte de tu vida

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El lobby minero está desbocado. De traje negro o sin él, sus hombres tejen alianzas y acercan puntas. Quienes trabajan para las multinacionales que extraen oro, plata o cobre en la Argentina están jugando fuerte: contactan funcionarios, periodistas, politólogos, economistas, empresarios. A todos ellos llevan las argumentaciones pulidas en sus consultoras de prensa, donde intentan convencer de que las megamineras sufren una alta presión impositiva, realizan importantes inversiones, generan empleo y tienen un impacto ambiental menor al de una curtiembre del Gran Buenos Aires. Es que las empresas entendieron, finalmente, que debían disputar el espacio de la comunicación y la investigación para poder extraer en paz.

Esa paz fue la que no encontró el entonces candidato kirchnerista, hoy gobernador, Francisco “Paco” Pérez, en su campaña electoral del 2011, cuando le ordenó a sus diputados votar contra el proyecto de Minera San Jorge SA, que preveía extraer oro y cobre en Uspallata. Esa instrucción, que desconoció la simpatía del gobierno nacional por la megaminería, se tradujo en un aplazo unánime a las aspiraciones de la subsidiaria de la canadiense Coro Mining Group.

Paco Pérez fue buscado por los medios de comunicación para que explique  por qué el Frente para la Victoria votó en contra. Lo que dijo a Radio Nihuil fue que la sociedad “no estaba preparada” para ese proyecto, que prometía una inversión de u$s 278 millones. Obvió decir que en sus recorridas de campaña había sentido el rechazo a la minería a cielo abierto: algunos de sus hombres, incluso él mismo, habían temido por su seguridad. Tampoco habló del informe de la Universidad Nacional de Cuyo que señalaba que el estudio de impacto ambiental de la empresa estaba plagado de “falencias e inexactitudes”.

Ese día, los mineros vieron lo que nunca querrían volver a ver: protestas echando por tierra una “licencia social” que necesitan tanto o más que el agua que usan para lavar los metales extraídos con solución cianurada –un producto que también se usa en otros procesos industriales-. Poco después, junto a la renovación de la conducción de la Cámara Argentina de Empresarios Mineros (CAEM), decidieron cambiar el tipo de vínculo que habían establecido con los medios de comunicación. Si hasta ahora habían buscado que no se hablara de ellos, la nueva directiva para sus consultoras de prensa fue llenar de argumentos positivos, convencer.

Pero la dinámica política, social y, sobre todo, económica, no les dio tregua. En enero de este año estalló un conflicto que duró varias semanas al pie del cerro Famatina. Y Osisko Minnig Corp apareció en la tapa de los principales diarios de tirada nacional. Ante la falta de un plesbiscito vinculante, los vecinos volvieron a movilizarse contra las tareas de exploración de la minera. Ya lo habían hecho en 2006 contra otra canadiense, Barrick Gold, una empresa que desde hace casi una década asoció su nombre al slogan de “Minería responsable”.

Lo que ocurrió en Osisko –que no integra CAEM- terminó de completar un panorama preocupante para las grandes mineras. Las multinacionales, que exportan el mineral prácticamente en bruto y tributan al fisco según lo que declaran en un laboratorio extranjero y al precio más bajo de su cadena de valor, sintieron el impacto del poder mediático, al que no le habían dado argumentos positivos en años. 

Ese poder estaba enceguecido por una guerra que no era la suya y que siempre intentaron evitar: Gobierno nacional-Grupo Clarín.

—Los entendemos pero aquí hay un interés superior.— 

Esa fue la frase, más o menos textual, con la que se dio por terminada una reunión, según reconstruyeron dos fuentes. 

El que la pronunció fue uno de los hombres del grupo económico al que pertenecen Todo Noticias, Canal 13, radio Mitre y el diario Clarín. Les confirmó a los mineros que el conflicto de Famatina sería amplificado con la pasión del combate. Sólo accedió a darles algún espacio para la réplica, algunas líneas en la edición dominical a quien sería uno de los voceros del sector, el ingeniero y ex diputado radical Mario Capello, quien evitó repetir aquello de “los grupos ambientales son el nuevo cipayage”.
Meses después, la negociación dio sus frutos. El “bloqueo selectivo” para impedir el paso de camiones con insumos para La Alumbrera pasó sin pena ni gloria en los medios. Duró dos semanas y fue desalojada por un grupo de personas que defendían el emprendimiento minero. 

Si el rechazo a Minera San Jorge, en Mendoza, fue el punto de quiebre para poner en discusión una conducta comunicacional basada en la invisibilización, Famatina fue la llamada de alerta de lo que no podía volver a repetirse. La negociación con los gobernadores mineros se aceleró y el 15 de febrero se firmó el acta de la nueva Organización Federal de Estados Mineros (Ofemi), que preside el riojano Eduardo Fellner. Fue una ratificación de la alianza del kirchnerismo con la megaminería, que se expresó en la supervisión directa del ministro de Planificación, Julio De Vido, y del secretario de Minería, Jorge Mayoral. “La minería aporta los dólares que consume el déficit energético”, justificó un kirchnerista que estudia el sector.

Para evitar nuevas experiencias negativas, la consultora Identia, que asesora a la CAEM comenzó a desplegar con rapidez una serie de estrategias surgidas de los manuales de comunicación en situaciones de crisis. Se acercó a los periodistas que escribían sobre el tema y apuró el primer spot publicitario de una serie de tres, que incluía el uso de los metales en la vida cotidiana, el aporte a la economía y el cuidado del medioambiente. Todos producidos por Quintana Comunicación, una agencia que trabaja para la cámara de uno de los sectores que más facturó en los últimos diez años pero que tiene una página web que está “en construcción”. 

La primera discusión que salieron a dar los hombres de Identia fue sobre la contaminación y el cuidado ambiental. En sus acercamientos a los periodistas plantean que las curtiembres también contaminan o que los agricultores que usan glifosato envenenan los campos. “Si no ponen la cantidad justa, después no crece más nada ahí. En las minas trabajan empresas muy grandes, que junto con la extracción tienen una política de reparación del pasivo ambiental”, afirman y ofrecen todo tipo de estudios y documentos. 

Sin embargo, esa transparencia en el manejo de los suelos se enturbia en causas judiciales. Es lo que ocurre con el vicepresidente de La Alumbrera y representante de la suiza Xstrata Cooper, Julián Rooney. Fue denunciado penalmente en 1999 por la contaminación de un canal en Santiago del Estero con residuos de la minera, y luego procesado; pero apeló la decisión y la Cámara Nacional de Casación Penal le pidió al juez federal Mario Racedo –hace casi un año- que dicte un nuevo pronunciamiento. Los denunciantes temen que la causa prescriba.

Otro de los documentos que comenzaron a hacer circular es un estudio sobre el uso del agua. “La mina de oro y plata más grande de San Juan, Veladero, consume lo mismo que una pequeña quinta de 180 hectáreas de viña bajo riego, pero allí hay 3.700  personas trabajando, con buenos salarios, capacitando personal y en blanco”, afirma el documento de la CAEM, que cita datos del Ministerio de Minas de San Juan. Sobre el volumen de agua utilizado hay que creer (o reventar) en los datos oficiales y privados de quienes están más interesados que nadie en el desarrollo minero. Hay que anotar aquí que el gobernador sanjuanino, José Luis Gioja, tiene tal relación con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y con Barrick Gold –la dueña de Veladero- que cada tanto coordina reuniones entre la jefa de Estado y el dueño de la minera, Peter Munk.

Pero bastaría preguntar en Veladero por los niveles salariales, para saber que un chofer de los camiones que transportan treinta toneladas de roca a más de 4500 metros de altura cobra unos 6000 pesos por mes. O que un operario perforista, de los mejores pagos en la escala laboral minera –descontando a gerentes y ejecutivos- recibe unos 8000 pesos mensuales. 

Otra anotación: la última Encuesta Nacional de Grandes Empresas, que elabora el INDEC para monitorear el desarrollo de las 500 firmas que más facturan en la Argentina, arrojó que las 39 megamineras -35 son multinacionales- que integran esa cúpula emplearon 29301 trabajadores en forma directa en 2010. Un promedio de 751 trabajadores por proyecto minero a cielo abierto. 

En Barrick Gold –“los amigos le dicen Barrick y los enemigos ‘la’ Barrick”, ironiza un lobbista que conoce bien el paño- contrataron lo servicios de la poderosa Llorente & Cuenca, que rápidamente organizó viajes para conocer en vivo y en directo las minas. Esa celeridad y disposición marca la diferencia entre Barrick y otras de las multis de CAEM, que son más reticentes a la relación con los periodistas, aún tras la crisis de Famatina. Como ocurre en cualquier otro viaje organizado por las mineras hay un derroche de regalos y agasajos para los invitados. Y mucha información, siempre regulada por el equipo de comunicación, y paseos y entrevistas pautadas y monitoreadas al detalle.

De allí se nutren, por lo general, los medios de comunicación para hablar de lo que ocurre en las minas, de cómo trabajan las multinacionales, de lo bien que le hacen a las comunidades locales donde se asientan y de cuánto dejan al fisco después de declarar en el exterior cuántos y qué tipo de minerales exportaron. Esa suele ser la voz que aparece. Salvo, claro, cuando se quiebran los acuerdos en situaciones excepcionales como ocurrió en Famatina.

Esos materiales que reciben los periodistas también son enviados a politólogos, sociólogos y economistas que analizan el sector y tienen posiciones críticas sobre su desarrollo. En la academia juegan al juego del debate y dejan para otros oficios la tentación de la pauta publicitaria. Los rastrean a partir de sus informes o los buscan en charlas y conferencias, para ofrecerles gráficos e informes medioambientales privados. También difunden un detalle sobre las inversiones realizadas –todas ellas tienen un ratio de entre medio y un millón de dólares por empleo directo creado- y cuentan sobre las escuelas construidas o los hospitales abastecidos con insumos. 

“Terminamos haciendo lo que no hace el Estado”, dice un ejecutivo de una de las principales extractoras de oro de la Argentina. Lo dice a medio camino entre el fastidio y el orgullo. “Venimos a instalarnos en lugares donde no hay nada. Donde los pueblos no tienen otra cosa y muchas veces, pero muchas veces, hacemos un pozo en el medio de la nada y de ahí sacamos oro y nace un pueblo. ¡Y después nos vienen a decir que contaminamos! ¿Dónde contaminamos? ¡¿Donde no había nada?!”, se queja uno de los lobbistas. Sin quererlo completa la frase anterior, que fue dicha en otro lugar y por otro hombre. Pero los dos saben que cuando la minera se va queda poco en términos de desarrollo económico. 

Sobre ese punto, el desarrollo económico y cómo se reparten las ganancias, se produjo un viraje en la discusión y las empresas  pidieron informes para demostrar su aporte al crecimiento del país. Lo hicieron empujadas por la suba creciente de los precios internacionales, que trepó entre 300 y 400 por ciento en la última década. 

El primer trabajo que salieron a ventilar lo preparó en 2011 la consultora de negocios Abeceb, que dirige Dante Sica, y concluyó que la presión impositiva que sufren las mineras en la Argentina –el 53% de su producto bruto- es superior a la de Chile o Perú, donde tienen una tradición minera que comenzó mucho antes de los noventa. A ese estudio se sumó otro, realizado este año por el Organismo Latinoamericano de Minería (Olami) –integrado por 16 países, entre ellos la Argentina-, que sacó conclusiones similares. 

Pero esos dos papers son muy distintos del que realizó el sociólogo de FLACSO, Federico Basualdo, sobre la renta minera y la distribución de beneficios. Allí utilizó el concepto desarrollado por David Ricardo en 1817 sobre la renta diferencial que se obtiene por la explotación de un recurso natural que es finito y, en este caso, estratégico. Basualdo tomó dos casos, Veladero y La Alumbrera. Según sus cálculos, Minera Argentina Gold, la subsidiaria sanjuanina de Barrick y principal exportadora de oro del país, obtuvo una renta diferencial del 82,3% mientras que el Estado nacional apenas recibió 10,3% y las provincias sólo se llevaron 7,3% en regalías, entre 2007 y 2010. El caso de La Alumbrera –en el noroeste de Catamarca- no fue muy distinto: absorbió el 55,2% de la renta cuprífera.

Antes que estos estudios estuvieran en la calle, uno de los hombres que le puso el cuerpo a esta batalla fue el propio Rooney, quien asistido por los comunicadores de Infomedia explicó lo complicado que es el negocio. Es la cara visible de Xstrata Cooper, la cabeza de la Unión Transitoria de Empresas que incluye a la minera estatal YMAD. En los últimos, a Rooney se le fue complicando: en medio de la crisis internacional los precios de los metales no dejaron de subir. La onza de oro, que ahora ronda los 1600 dólares, superó los 1900 en septiembre pasado. La tonelada de cobre está en 7500 dólares, pero hace algunos meses se ubicó por encima de los 8700 dólares. Esta realidad es distinta de la que existía hace una década, cuando el oro se pagaba 600 dólares la onza. Algo similar ocurrió con el cobre, que casi quintuplicó su precio desde 1998.

Uno de los argumentos que remarcan los empresarios es que las multinacionales invierten a riesgo en exploración. Dicen que desembolsan 500 millones de dólares para saber si hay o no minerales. Si no hay, se pierden, aseguran. 

Pero lo que no dicen es que las campañas de exploración ya las hizo el Estado argentino a través de la Dirección General de Fabricaciones Militares Comisión Nacional de Energía Atómica y la Secretaría de Minería, que cerraron convenios con las provincias u organismos internacionales. Eso fue entre 1960 y fines de los setenta: el Plan Cordillerano (1963-1968), el Plan Cordillerano Centro (1968-1969), el Plan La Rioja (1966), el Plan NOA I Geológico Minero (1969-1975) o el Plan Mendoza (1973-1979). La campaña que terminó descubriendo La Alumbrera comenzó en 1974.

La principal preocupación de las empresas del sector es que no les toquen los acuerdos impositivos sellados por 30 años en la Ley de Inversiones Mineras, que quedó en orsay después de que la Corte Suprema de Justicia dijera que podía ser modificada. Esa será su próxima disputa, que comenzará en unos días, cuando los abogados que los asisten terminen de estudiar el fallo.

Copete: 
Con publicidad tradicional, con informes de consultoras amigas, con viajes y almuerzos para periodistas dispuestos al diálogo. Así operan las trasnacionales mineras agrupadas en una Cámara que procura adaptarse al salto productivo de la minería a cielo abierto. Identia, Lorrente & Cuenca e Infomedia, son figuritas repetidas puertas adentro de los medios, aunque afuera nadie conozca sus esfuerzos por neutralizar los mensajes que critican a la actividad.
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lobby explosivo / interés superior / nuevo cipayage
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Pablo Waisberg
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la crisis del museo

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En el primer número de la revista Crisis escribe, como colaborador fijo, Jorge Romero Brest (por ese entonces figura institucional, entre gestual y gestor, de la política de vanguardia del Di Tella, antes interventor del MNBA después del golpe militar de 1955, y un poco antes crítico de arte con pretensiones hegelianas). Bajo un título engañoso resume parte de un librito que había publicado tres años antes (Nuevas modalidades del arte, Buenos Aires, Ediciones Culturales Olivetti, 1970, 45 págs.) y algo similar va a publicar en 1980, en los ensayos de arte sobre las ideas de América Latina reunidos por Damián Bayón para Siglo XXI. 

En Crisis publica su conferencia de batalla de auspiciador de la muerte de las antiguas “modalidades” y los antiguos “marcos” del arte y de la continua crisis de lo artístico, incluso los museos. Recuerdo haber escuchado más o menos los mismos argumentos a mediados de los años ochenta en el MAMBA, cuando este quedaba en un piso alto del Teatro San Martín, con un público algo escaso de mujeres maduras que trataban de capturar la dialéctica. Romero Brest era ya un conferencista cansado, lejos de lo profético: reclamaba un mejor honorario para sus palabras o por lo menos que quienes escuchábamos no lo hiciéramos gratis, proponía que pagásemos una entrada.

En Crisis escribe en una época de tránsito, también personal ya que los tiempos políticos lo obligaban. Por ello, su percepción de la dificultad de construir un público de museo para lo contemporáneo.  Aunque sus argumentos siempre estuvieron atados a la idea de crisis de los lenguajes artísticos, sin percibir que la lógica cultural se había modificado en el tardocapitalismo. Era un crítico moderno en tiempos que ya no lo eran. Aunque valga tanto esfuerzo para comprender desde categorías envejecidas, ya carecía de condición profética. Una crítica sin adviento.

Los museos, antes vacíos o rituales, se volvieron parte de la cultura del espectáculo, las grandes exposiciones atrajeron a públicos cada vez más amplios, las nuevas tecnologías de la comunicación no desarmaron al museo como espacio cultural sino que le dieron una difusión jamás sospechada a sus colecciones. El mercado se tornó tan omnipresente que la dificultad es como evitar que el museo se convierta en su agente silencioso, sumido en la paradoja de dar valor a obras de arte que no va a poder adquirir con sus presupuestos. 

La web permite el museo deriva, armar con el pasado del arte disponible, ser un espectador esquizofrénico que quiebra el sentido histórico obligado del relato institucional. El museo físico –que antes se basaba en la posibilidad del goce estético autónomo y en el conocimiento mediante la contextualización de lo que había el mismo descontextualizado– ahora debe actuar como un canal democrático del acceso a los bienes, construir ciudadanía sobre el territorio de una comunidad, desafiar contemporáneamente a las colecciones para que continúen vivas, a la par que desmontar los modelos de los museos centrales que determinaban la situación cultural periférica: dejar de tratar de cubrir cada etapa del desarrollo artístico occidental con el patrimonio existente, para pensar la historicidad de la colección. Debe dar un espacio reflexivo y ofrecer una salida del tiempo real para que pueda regresarse con más fortaleza a lo cotidiano (la estética es un arma). Fundamentalmente leer el arte desde nuestra mirada periférica, marcada por otra historia de migraciones y de exilios, también artísticos. Montar las colecciones desde sus pliegues.

Copete: 
En mayo de 1973 apareció por primera vez la revista crisis. Según la leyenda aquel número inicíatico fue concebido por Ernesto Sábato, quien antes de su publicación renunció dejando su lugar a Eduardo Galeano. Jorge Romero Brest aportó entonces una reflexión sobre la continua crisis de lo artístico, que se transformaría con el paso de los años en la conferencia de batalla del profeta posmoderno. Ahora, Roberto Amigo ofrece una lectura crítica desde el presente.
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falsos profetas / arte y mercado / clics modernos
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Roberto Amigo
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¿seguirá coca enseñándonos a ser felices?

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N o estamos acostumbrados a analizar la historia del mundo a través de la historia de las corporaciones. Para nosotros, usuarios atolondrados de la filosofía francesa de la década del setenta desde la periferia, testigos angustiados de la modernidad desequilibrada y deficiente de Latinoamérica, la historia del capitalismo es más una serie de narraciones míticas o licencias poéticas (como la “burguesía” y el “proletariado”) antes que un proceso concreto de establecimiento de unidades administrativas, estrategias de management y organigramas.

Año 1601. La East India Company es el inicio de esta historia, tal como aparece narrada en el gran libro de Nick Robins The Corporation that Changed the World: How the East India Company shaped the Modern Multinational. No porque haya inventado el comercio, sino porque fue el primer ejemplo de comerciantes individuales que reunieron capital convocando a distintos inversores privados para formar una joint-stock corporation, una entidad con derechos similares a los Estados y a los individuos, con responsabilidad limitada y un nivel de autonomía significativo. Algo que hasta ese momento no existía y que proveyó la matriz organizativa para la expansión del capitalismo durante los futuros 400 años. 

Este modelo de producción, gestión y comercio alcanzó su pico de desarrollo entre la crisis del petróleo de 1973 y la década del noventa, cuando la empresa transnacional perfeccionó el proceso de integración de los mercados globales. En este período, según el economista, especialista en teorías del management y entrepreneur de origen indio Venkatesh Rao en su muy buen artículo “A Brief History of the Corporation: 1600 to 2100”, cerca del 95 por ciento de la vida económica del mundo estaba organizada por las empresas occidentales, y más del 80 por ciento de las personas económicamente activas estaba empleada en alguna de ellas.

Hasta ahora.

En su número de septiembre de 2015 la revista The Economist publicó un artículo bajo el sugerente título de “Death and Transfiguration”. Ahí anuncia el inminente fin de la western corporation y del modelo de expansión comercial y productiva que se inauguró en 1601. Y, como todo proceso de clausura, declive y caída, promete ser especialmente espectacular, lento y decadente.

Las multinacionales de los países occidentales desarrollados, de hecho, son dueñas de dos tercios de la riqueza mundial, y las más grandes poseen recursos superiores a los de la mayoría de los Estados nacionales, desarrollados o no. Amazon tiene una base de consumidores superior a la población combinada de Francia, Alemania, el Reino Unido y España. Samsung tiene ganancias anuales por 22 mil millones de dólares, aproximadamente el PBI de Bolivia. Microsoft tiene activos por 175 mil millones de dólares, el equivalente a las reservas de México o 15 veces las reservas de la Argentina. Facebook, Apple, Google, Coca-Cola, Unilever, Procter. Ya conocemos la historia.

Pero el ciclo de expansión, el período de gloria capitalista apenas matizado por conflictos menores como las guerras mundiales, la guerra fría o el nacimiento del terrorismo en Medio Oriente parece estar llegando a su fin. The Economist cita como fuente para justificar sus observaciones un informe del MGI (McKinley Global Institute) que afirma que estamos frente a cambios significativos en la naturaleza de la competencia global y el medio ambiente económico. Mientras el ingreso global está llamado a aumentar en cerca de un 40 por ciento entre 2013 y 2025, los beneficios de las corporaciones parecen destinados a caer a los niveles que registraron en el año 1980: de casi 10 puntos del PBI global a apenas 7,9 por ciento. 

Este movimiento de contracción de los márgenes de ganancia globales es inédito y se estaría dando de forma rápida y devastadora. Implica que el capitalismo occidental avanzado deberá hacer más esfuerzos de inversión y producción solo para garantizar una fracción de las ganancias que tiene actualmente. Significa también que en los próximos 10 años se retrotraería la expansión en los márgenes lograda durante los últimos 30.

Algunos clásicos contemporáneos del marketing han orientado su pensamiento para entender cómo compensar la caída de los márgenes en los mercados tradicionales por la vía de la incorporación de nuevas plazas aún no explotadas. Quizás el libro paradigmático de este proceso sea Fortune at the Bottom of the Pyramid: Eradicating Poverty Through Profits del autor indio C. K. Prahalad, que desarrolla estrategias para comercializar productos con las grandes masas de excluidos que, en África, Asia y Latinoamérica, sobreviven con menos de 3 dólares al día: un mercado de 4 mil millones de personas que gastan anualmente 5 trillones de dólares. 

Lo curioso es que tanto el período de auge como el de declive responderían a una misma causa: la globalización de la economía y la incorporación de nuevos mercados en la periferia del mundo al intercambio mundial.

Solo un dato: en el año 2013 operaron en el mercado más del doble de las multinacionales que existían en 1990. Y más competencia en el mundo de los negocios significa, siempre, más competencia por márgenes de ganancia que son relativamente estables y tienden a estar fijados de antemano por rama de actividad. Ninguna empresa “inventa” su propia ganancia en donde antes no había nada sino que más bien el proceso funciona bajo las formas de la apropiación de un beneficio que ya existe y está dentro de los límites de su actividad de referencia, en potencial o ya realizada por otra empresa. 

Hay tres factores que promovieron esta situación. Primero, la incorporación de nuevos competidores al mercado global. En la blanda almohada de paz donde reposan su cabeza las mega firmas occidentales del mundo habita el monstruo de los emerging-market competitors; o sea, las grandes multinacionales que en los últimos años empezaron a disputar su espacio en el mercado global. De hecho, entre 1980 y el 2000 el share (proporción del mercado dominada) de ganancia de las empresas de países periféricos pasó de ser del 5 al 26 por ciento. Este chamuyo de las transnacionales del tercer mundo está muy de moda y engloba bajo el mismo paraguas a casos tan distintos –pero reales– como Xiaomi, la productora china de smartphones plásticos que supuestamente está rompiendo la Internet; Al Jazeera, el complejo de telecomunicaciones árabe, o –un favorito de muchos– el grupo peruano Ajé, que domina el mercado de bebidas sin alcohol (NABS en el lenguaje del capitalismo) en su país de origen y se está expandiendo con buenos resultados en mercados importantes de la región como México y con mejores resultados todavía en el sudeste asiático.

El segundo factor que mina el período de auge de la corporación occidental es la expansión de la tecnología que permite acceder al mercado global de consumidores sin excesivos esfuerzos. Con Facebook podés publicitar potencialmente tus productos a una cantidad de personas similar a la población china: 1.4 billones. Los gigantes del e-commerce como Amazon o Alibaba, Tencent o JD.com ofrecen servicios financieros y una plataforma para venderle y facturarle al mundo.

Y el tercer factor (esto no lo dice el informe de MGI pero yo sí) es la consolidación de nuevos movimientos de populismos en muchas zonas del mundo (desde el kirchnerismo en Argentina hasta el ascenso de Jacob Zuma en Sudáfrica) que generaron una ola de hostilidad hacia la clásica codicia corporativa occidental y hacia los productos y símbolos del bussiness global.

 

la resaca 

El tema es que si el artículo de The Economist y el informe del MGI están en lo cierto es necesario empezar a pensar cómo será la resaca posterior a la crisis de los grandes relatos corporativos. Las marcas multinacionales son la principal usina de sentido en nuestras sociedades avanzadas, la matriz sentimental sobre la que experimentamos nuestra vida, aprehendemos las categorías de clasificación social, definimos nuestras expectativas y nuestras ideas sobre todo lo que nos rodea. Se trata de un rol que en otras épocas ocuparon con mayor o menor éxito instituciones fuertes de la vida humana como la Iglesia o el Estado –rol que todavía ocupan desde posiciones subsumidas–. Las nociones hegemónicas y compartidas de amor, intensidad, nutrición, pasión, novedad, vanguardia, excepción, expectativa, feminidad, entre otras, que son provistas todos los días por los relatos coporativos de McDonalds, Anheuser-Busch, Unilever, Electronic Arts, Mondelez, Nestlé, Bayer, Procter, Pfizer, Ford, Disney, IBM, Apple, Pepsico, BBVA, L’Oreal, Dior, Philip Morris, Carrefour.

Por eso me interesa plantear dos preguntas fundamentales que la última crisis anunciada del capitalismo nos deja picando: ¿Cómo sabremos si somos felices en un mundo donde Coca-Cola ha sido reemplazada por un equilibrio volátil y multipolar de organizaciones yihadistas, redes sociales y bancos de células madres? ¿Cómo reconoceremos que estamos progresando profesionalmente, amando a nuestros hijos de forma adecuada o respetando a nuestras parejas, en un mercado donde los productos de Pampers, Dove, Skip y Axe son distribuidos en un packaging neutro a través de una red de drones cuyo dueño es una firma de nombre impronunciable con headquarters en una ciudad lejana y abstracta de la China comunista?

 

la revolución 

En un gran libro de nuestra época llamado La conquista de lo cool. El negocio de la cultura y la contracultura y el nacimiento del consumismo moderno el periodista e historiador Thomas Frank narra el proceso de transformación de la imaginación colectiva occidental más fuerte de la historia moderna: la consolidación de la malla contracultural como matriz de pensamiento y cosmovisión dominante a partir de la década de 1960, y su impacto definitorio en la modernización última del capitalismo y la globalización.

Hacia mediados de la década del cincuenta el american way of life –su verdadera expresión cultural: la arrolladora sociedad de masas– entró en un ciclo de crisis generalizada promovida desde diversas zonas de la sociedad civil, entre Elvis Presley y la Escuela de Frankfurt. Uno de esos hitos fue el ensayo The White Negro, de Norman Mailer, que fijó para siempre el mito sentimental de la revolución contracultural al elaborar el esquema de opuestos: conformismo contra inconformismo, seguridad contra experiencia, racionalidad científica contra sensibilidad artística, square versus hip.

Esta narración mágica sobre el surgimiento de la contracultura se integró rápidamente al proceso más general de crítica a la sociedad de masas (y todavía nos lo estamos fumando). En su forma básica sería algo así: cansados del clima aplastante, tedioso y embrutecedor que había impuesto la dinámica cultural de la posguerra norteamericana, con sus aspiraciones sociales normalizantes, un grupo de jóvenes inconformistas recuperaron tradiciones subterráneas del pensamiento occidental vinculadas al flaneurismo urbano, las vanguardias artísticas y la vagancia, e iniciaron un movimiento que intentaría destruir al establishment y reemplazar el conformismo y el consumismo por la libertad, y la autorrealización individual. 

Por supuesto, esta es una elaboración tipificada de algo que jamás existió. Lo que sí pasó, en cambio, es que la emergencia contracultural de los años sesenta fue la forma en que resonó al nivel de la cultura un cambio material de la economía global: la expansión final del capitalismo norteamericano hacia la periferia requirió un complejo simbólico capaz de integrar en un mismo sistema de referencias las nuevas formas más versátiles y flexibles de management, la libre circulación del capital global y la incorporación de nuevos segmentos de población consumo –como las mujeres, los negros y, en general, todo el tercer mundo.

Tanto es así que una de las instancias de este proceso de apertura y flexibilización fue el nacimiento de la doctrina del marketing llamada “market segmentation” o segmentación de mercados, la torsión intelectual mediante la cual se identifica no ya un solo consumidor con creencias, expectativas e ideas promedio al que se le tira objetos de consumo exasperantemente iguales, producidos en una línea fordista por obreros alienados, sino un amplio espectro de formas de ser y estar-en-el-mundo que demandan bienes de consumo customizados y, en su forma más sofisticada, inmateriales. Richard S. Tedlow, un tipo que historiza muy bien estas transformaciones dice que la segmentación de mercado es un estadio de desarrollo de la teoría del marketing en donde a la hora de pensar la competencia se reemplazan las variables demográficas por conceptos más sutiles como imagen de marca o el consumer identity, que en los umbrales del siglo XXI actualizaría el relevante libro de Al Ries y Jack Trout Positioning: The Battle for Your Mind.

Bajo esta perspectiva, resulta curioso el solapamiento entre los movimientos de reivindicación de minorías y algunas tendencias del pensamiento anticonsumista o anticapitalista. Estas unidades artificiales y candorosas no son más que la forma en que el capitalismo enmascara los requerimientos culturales de la nueva subfase de ordenamiento de los negocios globales. Hoy resulta claro y contundente la simbiosis entre el movimiento de liberación femenina y la serie de publicidades de Virginia Slims (Philip Morris International) que en los 60 mostraban a los arquetipos femeninos de su época: mujeres liberales, divertidas, empoderadas, todas fumando bajo el lema “you’ve come a long way”. O entre la integración de la juventud como nuevo segmento de consumo y la Pepsi Generation. Como antecedente poderoso de estos procesos baste simplemente mencionar el vínculo para nada sutil entre el nacimiento de la soap opera, el formato radial y posteriormente televisivo al que nosotros hacemos referencia bajo el nombre de “novela” y que en inglés se llama así porque las auspiciaba la marca de jabones de Procter & Gamble, y la legalización del sufragio femenino en Estados Unidos en 1920, vínculo que narra de forma precisa el libro Soap Opera: The Inside Story of Procter & Gamble, de Alecia Swasy.

Esta constatación frecuentemente olvidada por la crítica literaria y las disciplinas del pensamiento nos devuelve a la pregunta inicial: si fue la empresa occidental la gran organizadora material y simbólica de nuestras sociedades avanzadas, ¿cuál será el status futuro de la imaginación colectiva en el escenario de su crisis promovida por la hiperfragmentación de los mercados y la emergencia de nuevos actores con idioscincracias periféricas y tercer mundistas?

 

el termómetro

Existe una industria que a lo largo de los años se ha mostrado extremadamente sensible a las transformaciones del capitalismo: la de la cerveza. Y de entre todas las empresas que hacen birra hay una especialmente relevante para la iconografía occidental: Anheuser-Busch.

Anheuser-Busch fue un símbolo de la inmigración europea a los Estados Unidos primero, de la penetración cultural norteamericana en el mundo después y finalmente de la colonización del centro por la periferia en el delicado equilibrio de los negocios globales. Fundada en 1852 por alemanes en la ciudad de Saint Louis, Anheuser-Busch es famosa entre otras cosas por manufacturar la Budweiser, el paradigma de la cerveza ligera y refrescante norteamericana y durante muchos años la marca más vendida del mundo (el segundo puesto lo ocupaba la Bud Light, que ahora es la primera). También es un exponente de la transnacionalización del mercado durante las últimas cuatro décadas del siglo XX. Involucrada en la vida cultural del país a tal punto que durante gran parte de su historia fue propietaria de los Saint Louis Cardinals, uno de los equipos más ganadores de la Major Baseball League y clásico amargo de los New York Yankees y los Boston Red Sox. Las sucesivas generaciones de Busch que presidieron la empresa forman parte cabal de la mitología estadounidense: Adolphus Busch, (1861-1945), Gussie Busch (1946-1975), August Busch III, alias The Third (1975-2002), y finalmente August Busch IV, alias The Fourth (2003-2008).

Una muy buena historia sobre estos relevos generacionales es el libro de William Knoedelseder, Bitter Brew: The Rise and Fall of Anheuser-Busch and America’s Kings of Beer. La historia es reconocible y dramática: Adolphus la fundó; Gussie la transformó en una de las empresas norteamericanas más grandes del país, The Third, en una de las empresas norteamericanas más grandes del mundo y, en el 2008, The Fourth la malvendió a los capitales brasileros que controlaban InBev en uno de los casos más célebres de hostile takeover de la historia. InBev, a su vez, era ya una transnacional importante surgida en 2006 de la convergencia entre Interbrew, una cervecera belga cuyas raíces se remontan al siglo XIV, y AmBev, antes Companhia de Bebidas das Americas nacida en 1999 de otra fusión entre Antárctica y Brahma en Brasil.

La venta de Anheuser-Busch al megamonstruo de capitales latinoamericanos fue, por supuesto, un golpe para el orgullo y la autoestima norteamericanos. De hecho el deseo de mantener a AB como una empresa estadounidense unió al gobernador republicano del estado de Missouri Matthew R. Blunt con el entonces senador por Illinois, Barack Obama. Sin embargo. los esfuerzos del Estado de la Unión fueron inútiles –el Estado siempre es inútil frente a las multinacionales. La nueva empresa, AB InBev, se transformó automáticamente en la más grande cervecera del mundo, siendo su principal competidora SAB Miller; a su vez la unión de Miller, otra clásica cervecera norteamericana de origen irlandés, afincada en Milwakee, competidora histórica de Anheuser-Busch, con South African Breweries (SAB), una transnacional fundada en 1895 en Johannesburgo.

La operación financiera que permitió que InBev se quedase con AB fue ideada por Carlos Brito, un ingeniero mecánico nacido en Río de Janeiro en 1960, poseedor de un MBA en la Stanford University Business School y conocido por ser una especie de villano de comics, el arquetipo del international business man, despiadado a la hora de lograr la máxima eficiencia en sus empresas por la vía del recorte de costos. Brito quedó como CEO de la nueva megacervecera y promovió una estrategia de unificación del portfolio tras sus marcas globales Stella Artois, Budweiser y Corona, que introdujo en todos los mercados a la vez que adquiría y destruía a propósito las marcas locales que concentraban el consumo y el orgullo nacional en los mercados domésticos de casi todo el mundo –como en Argentina fue la cerveza Quilmes.

El caso de AmBev comprando Interbrew y más tarde Anheuser-Busch es interesante porque nos muestra no solo los nuevos movimientos de “colonización” del capital proveniente de economías emergentes en fuerte proceso de expansión sobre los núcleos centrales del capitalismo norteamericano y europeo sino, más todavía, porque implica el avance de un nuevo tipo de capital que, despojado de la carga pesada de una historia centenaria, se mueve bajo la lógica despersonalizada y aséptica de los intercambios globales puros y, por eso, tiende a no reconocer las tradiciones nacionales específicas de los mercados a los que llega, homogeneizándolos en nombre de la racionalidad abstracta y la eficiencia de costos.

En un artículo de 2012 de la revista Bloomberg Business llamado “The Plot to Destroy America’s Beer”, el periodista Devin Leonard comenta cómo el capital brasilero está libre de nostalgia: apenas constituida InBev Carlos Brito cerró una fábrica en Manchester fundada en 1779, 224 años antes, donde se producía la cerveza Boddintons, una de las más tradicionales del viejo continente, dejando en la calle a trabajadores que en algunos casos eran tercera o cuarta generación de empleados.

Además, apenas adquirida por Brito, la Boddintons cayó estrepitosamente en ventas: los consumidores tradicionales, un pequeño nicho que valoraba el sabor extra amargo de la cerveza, comenzaron a quejarse que el gusto no era el mismo. La birra estaba más chirle y era menos sabrosa. En el afán de cortar costos, Carlos Brito impulsó la compra de materias primas de menor calidad, cosa que obviamente la empresa jamás admitió oficialmente pero que es fácilmente comprobable. El último mojón de esta historia se produjo en octubre de este año: AB InBev hizo una oferta exitosa para comprar SAB Miller por 107 mil millones de dólares. La nueva empresa resultante de la operación será una de las transnacionales más grandes de la historia, produciendo cerca de 60 mil millones de litros al año y controlando el 30 por ciento de las ventas en el mundo. Heineken, su principal competidora, quedaría segunda con apenas el 9 por ciento de market share.

En el contexto de reducción de las ganancias hay dos elementos que se vuelven inviables para el nuevo orden global: la tradición y la competencia. De lejos se escuchan los ecos de la futura liberación.

 

el mito 

La contracara del sesgo de sobreinterpretación institucional que padecen tanto las ciencias sociales como la historia de las ideas y la crítica literaria es el absoluto déficit de comprensión de las formas probablemente más relevantes en que las empresas y, en especial, la pedagogía de las marcas, nos enseñan a pensar, desear y elaborar la idea que tenemos de nosotros mismos y de lo que deberíamos ser. Este silencio –solo roto esporádicamente por clásico de 1999 El nuevo espíritu del capitalismo, de Luc Boltanski y Eve Chiapello o, desde otro lugar, en el No Logo de Naomi Klein–, ha dejado un espacio vacío que colonizaron las más pragmáticas disciplinas del pensamiento vinculadas al management, el marketing y las teorías del comportamiento del consumidor. Por algún motivo hay dos grandes temas a los que renunciamos por esnobismo o incapacidad: la historia de las corporaciones y cómo han construido las poderosas narraciones que dieron forma al espíritu de nuestra época, y la manera en que los CEO de esas grandes corporaciones han concebido sus planes de negocios y han colonizado el mundo.

En el umbral de un cambio de paradigma, cuando se anuncia la gran transformación en la forma en que las corporaciones disputan el dominio de los mercados y nuevos jugadores se suman a la guerra por las ganancias que se generan en la economía mundial, construir un corpus literario que tienda a cerrar el gap resulta particularmente urgente si pretendemos pensar cómo será la resaca de la crisis de los grandes relatos corporativos. En efecto, si comprendemos que son las multinacionales occidentales las que nos han provisto las matrices de sentido a partir de las cuales procesamos la experiencia sensible de vivir en nuestras sociedades, esta crisis no será gratuita para las almas sencillas en busca de la gratificación espiritual que solo puede ofrecer el consumo.

Copete: 
La caída de las tasas de beneficio de las grandes corporaciones y el crecimiento de jugadores globales provenientes de países pobres se suma a la emergencia de megamonopolios mundiales. El relato de las grandes marcas, en este contexto, tendería a modificarse. ¿Surgirán otros aún más potentes o viviremos en la anomia? ¿Tenemos herramientas para leer este cambio? El ocaso de las ciencias humanas y el auge del marketing hipersegmentado.
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políticas de la narración / las corpos también lloran / cerveza Duff
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Semidestacado
Autor: 
Diego Vecino
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Mariano Grassi
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malvinas: el mito de la caverna

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E l relato que propone el Museo de Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur tiene dos objetivos. Por un lado exponer el concepto de soberanía en torno a objetos de orden natural como la flora y la fauna, los accidentes geográficos y los recursos naturales. Por otro, mostrar la activa presencia del kirchnerismo en el conflicto con Gran Bretaña por la recuperación de las Islas Malvinas, mediante la confección de un relato heroico con el Gaucho Rivero como personaje. A lo largo de sus salones aflora una pedagogía de la soberanía natural que se sirve de argumentos biológicos, mapas conceptuales, líneas de tiempo, mini biografías y guías que mantienen el eje de su discurso. Y por eso es que en la confección de los períodos históricos de las Islas Malvinas aparece de forma notoria la del kirchnerismo como el gobierno político que más presente tuvo a las Islas después de la guerra. Dos verdades obvias que sin embargo es necesario remarcarlas. La pregunta que flota es: ¿Por qué con estas dos verdades las Islas no volvieron a ser argentinas? Y podría ser reformulada: ¿En qué zonas, en qué puntos los vectores del capital financiero se cruzan con los intereses argentinos y cuáles son sus consecuencias? Es inevitable establecer relaciones con el juez Griesa, los fondos de inversión de riesgo y el default. Quizás no sea una casualidad que se haya inaugurado el museo en pleno conflicto con la corte suprema estadounidense. 

el recorrido

El museo tiene una parte edilicia de tres niveles, y otra al aire libre, a modo de un pequeño parque que contiene unas siluetas de acero que simulan escénicamente el hundimiento del Crucero General Belgrano, unas pequeñas montañas artificiales que imitan la topografía de las Malvinas, un espejo de agua con la silueta de las Islas en relieve en el centro y un mástil desproporcionadamente grande con la bandera argentina. Puede que esta descripción suene a algo improvisado o hecho con mal gusto pero en realidad es todo lo contrario. 

La espacialidad del edificio se estructura de un modo estacional: verano (vida), otoño (pasión), invierno (muerte) y primavera (resurrección). En la planta baja está la sala PakaPaka para niños (el museo recibió más de 700.000 visitas desde su inauguración) y otra que es el prólogo de la muestra. En esta sala, cuatro cañones sincronizados proyectan sobre una superficie circular un video de 15 minutos, como anticipo de todo lo que se va a ver durante el recorrido. Alrededor de esta Sala Prólogo se depliega una línea de tiempo desde el descubrimiento de las Islas Malvinas hasta la actualidad. En el primer piso, la estación Verano incluye todo lo relativo a la flora, fauna, geografía y recursos minerales del archipiélago. Hay animales embalsamados, animaciones y recreaciones a escala. En la misma planta, la estación Otoño está dedicada a las biografías de personajes vinculados a las Islas: Raymundo Gleyzer, el primer cineasta argentino que viaja a filmar las Malvinas; Luis Vernet el primer comandante político de Malvinas; el gaucho Antonio Rivero que encabezó una revuelta en 1833 contra los ingleses que habían tomado las Islas; Manuel Fitzgerald, el primer piloto civil en volar hasta Malvinas a bordo de un Cessna185 (avión que cuelga del techo del museo). 

En la segunda planta encontramos datos bibliográficos sobre las diferentes interpretaciones históricas de la “problemática” Malvinas. Las estaciones Invierno y Primavera conviven en un mismo nivel. Invierno, obviamente, se ocupa de la última dictadura militar y de la Guerra de Malvinas trazando un paralelismo interesante: “las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también”. Y por último la Primavera que se ocupa del retorno de la democracia y específicamente del período de tiempo llamado “la década ganada”, desde el año 2003 hasta la actualidad. Aquí se muestra al ex presidente Néstor Kirchner como el primer jefe de Estado en viajar hasta Inglaterra para reclamar la soberanía de las Islas Malvinas, las denuncias frente a la ONU, el apoyo de los demás países latinoamericanos que hacen del conflicto con Gran Bretaña una causa anticolonialista. El recorrido del museo termina con la mediateca que cuenta con tecnología futurista. Tres leds touchscreen interactivos del tamaño de una mesa exponen información sobre los últimos enclaves coloniales, el devenir del imperio británico a lo largo de los siglos y la historia de las Islas Malvinas, Georgias del sur y Sandwich del sur.

las tres plazas 

En el discurso inaugural del museo, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner habló específicamente del colonialismo. De forma didáctica y anecdotaria hizo una lectura original sobre la problemática de la Guerra de Malvinas en la historia argentina desde la clase política, y desde los ciudadanos. Se refirió a tres momentos emblemáticos en la Plaza de Mayo: las tres plazas de 1982. La del 30 de marzo, convocada por la CGT de Ubaldini con la consigna “basta a este Proceso que ha logrado hambrear al pueblo, sumiendo a miles de trabajadores en la indigencia y la desesperación”, fue reprimida y terminó con enfrentamientos entre la policía militar y los manifestantes. Luego citó las movilizaciones del 2 y el 10 de abril, plazas en las que la ciudadanía brindó su apoyo masivo al desembarco de las Fuerzas Armadas argentinas en Malvinas mientras Galtieri pronunciaba su frase “si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”. Por último, lo sucedido los días 14 y 15 de junio cuando, según el relato de la presidenta, los manifestantes congregados quemaron los diarios demostrando su enojo por la manipulación mediática. 

Esta teoría de “las tres plazas” ensaya una clasificación de la ciudadanía y una genealogía de la construcción del enemigo más peligroso, el enemigo silencioso que unas elecciones vota a favor y la siguiente en contra: la clase media no militante. El revisionismo presidencial insistió en diferenciar entre los argentinos que apoyaron la dictadura de un modo patriótico y elemental, como en el automático apoyo a una guerra, y los ciudadanos que siempre priorizaron la defensa de la democracia desde una perspectiva militante. 

Pinochet mantuvo una dictadura de 17 años, Franco una de 40. Para que una dictadura se mantenga en el poder debe contar con el apoyo de una ciudadanía que permanece pasiva ante la historia. Lo que la presidenta quiere decir con su evocación a las tres plazas es, en definitiva, que no enfrentar al enemigo es lo mismo que apoyarlo. 

el relato

El kirchnerismo supo intervenir la construcción discursiva de la realidad como una herramienta muy potente. Lo hizo en el 2008 contra el lock out del campo y la está usando ahora frente a la corte suprema estadounidense, el juez Griesa y el financista Paul Singer. A su vez, propuso un ejercicio revisionista de la historia liberal, en la búsqueda constante de nuevos mitos , héroes y monumentos. 

Desde ese punto de vista nada es inocente en el kirchnerismo. Ninguna palabra, ningún gesto alegórico, se mantiene al margen de una intencionalidad política. El concepto de “relato kirchnerista” está ejemplarmente plasmado en el guión museológico de las tres plantas del museo y en las guías que organizan la visita. Si fuera interesante pensar esta categoría de relato, seguramente el museo de Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur es, sino el mejor ejemplo, el más completo.

Incluye la invención de un héroe, el gaucho Rivero, que figura en los libros de historia pero cuyo sustento documental podría ser calificado de dudoso. El objetivo es demostrar de forma inapelable la soberanía histórica, política, social y natural. Hay un sector en el primer piso que muestra cómo se ven las constelaciones de estrellas en Londres, en Buenos Aires y en Malvinas. Obviamente el cielo porteño es igual al cielo malvinense, en tanto el firmamento londinense es totalmente diferente. La guía dice en voz alta “compartimos la misma plataforma y el mismo cielo. La territorialidad también es soberanía”. 

Las críticas que podríamos hacerle al museo apuntan a esa construcción discursiva que exacerba lo ideológico. Toda esta arquitectura simbólica podría hacer agua si la propuesta fuera de mala calidad, a medio acabar, o dicho de forma más frontal: berreta. Sin embargo, recorrer el museo configura una experiencia intensa y conmovedora porque es, probablemente, el más moderno de la República Argentina.

Y al mismo tiempo el único que trata sobre la crisis del concepto de nación desde una perspectiva más cercana o presente, ya que si bien el museo busca representar una historia natural de las Islas Malvinas, secretamente o en silencio, todo el tiempo, no hace más que hablar de la guerra. ¿Y se puede hablar de la guerra de una forma neutral?

Copete: 
El Museo de Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur propone una recorrida por su historia natural vinculada a la pregunta sobre los mecanismos de construcción de la memoria bélica. La idea de una soberanía biológica y los avatares de la relación entre ciudadanía y democracia se despliegan en una edificación hipermoderna, en plena ex Esma. Con el rumor de la puja entre intereses financieros como telón de fondo emerge una pregunta: ¿existe la neutralidad frente a la guerra?
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un tatuaje del gaucho rivero / smithsonian en la ESMA / tercera posición
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Autor: 
Carlos Godoy
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Martin Felipe
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la lengua madre

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Faltan minutos para que se apaguen las luces y salgan al escenario, la manija es insoportable: motorizada por la espera de una década (“¡Diez años es mucho tiempo!”, dirá Mick saludando en el segundo recital) o de toda una vida. Desde diferentes puntos del Estadio Único arrancan las oleadas del vamo’ los stoooooon y la garganta se encoge esperando el llanto. En el campo se alternan tatuajes descoloridos, viejas remeras de la gira Voodoo Lounge del 95’ (que lucen orgullosos cuarentones y cuarentonas) y del Olé tour 2016 (nombre que homenajea la palabra-insignia para el aliento que tanto se usa en Argentina y que conmocionó a Jagger en su primera visita. Se sabe, Argentina is the best crowd of the world, como se titulan los videos en Youtube, y tan apreciado es el “commoditieespiritual” que para estos recitales viajaron Stones de diferentes lugares del mundo). A pesar de que el promedio del público oscila entre los 25 y los 35 años (a medida que se avanza en la franja etaria se ve cómo las canas y las entradas reemplazan a los flequillos) hay varios viejos roquers de anteojos mostrando sus astillas del palo Stone (algunos con hijas que parecen importadas de un recital de Justin Biebers, pero todo sea por el bautismo o la redención), algunos chetos que claramente no dejarían salir a su hija con un Rolling Stone, grupos de amigos que engañan la ansiedad abusando de las selfies, otros que hablan de una stratocaster inalcansable, alguién que identifica a un clon de Heisenberg (el héroe de Breaking Bad) y arranca una carcajada generalizada, “Che, cocinate algo para los pibes, pelado”; hay varias banderas de palo con lenguas y piojitos que se agitan y la presencia de una estética barrial (de negros y de white negros, como diría Mailer) inédita para un recital en precio dolar y de una banda de “afuera” (la vagancia que puebla el campo desmiente sin embargo esa extranjería), más inglés de fonética que de First aprobado. En estas fechas, sin duda, se rememoró el congreso de esquinas;una invocación potente, porque es más una puesta en acto de esas intensidades que una puesta en escena de la nostalgia de lo ya-vivido. Rememoración que es también un homenaje al nosotros, a la gran mayoría de la patria-Stone que escuchó a Sus Majestades por contagio y no por filiación.

A los Stones –como a todas las bandas “fundadoras” de la movida barrial del rock– los escuchamos por primera vez en una esquina, en un Kiosko, en la calle, en un bar, por algún amigo o amiga, por hermanos o primos mayores, en menor medida en MTV o en la Rock and Pop. Música proveniente del inconciente huérfano de las generaciones curtidas a cielo abierto. Pero todas esas discusiones volverán luego de la conmoción, cuando nos llevemos los bises a nuestra vida ordinaria. Ahora se apagan las luces, el Vamo los estooooon es ensordecedor, en minutos se escucharán los acordes de Star me up y el estallido libidinal de la inmensa olla humana.

el tiempo está de su lado

Los Rolling Stones se le escaparon al siglo XX. Se terminan los golden sixties (y el mandato de morir antes de cumplir los 30 años) y ellos siguen (no sin pérdidas, claro, pero siguen, insisten); pasan los setenta, las grandes bandas se disuelven y ellos siguen (intoxicados, pero siguen); los aplanadores, conservadores y vacíos ochentas casi se los comen en su epílogo (con las peleas internas), pero siguen insistiendo, encaran los noventa con grandes giras y pasan más de quince años del siglo XXI para que los podamos ver tocar Paint it black, Jumpin’ Jack Flash o Brown Sugar. Los Stones no sobrevivieron al siglo XX; lo excedieron. Por eso cuando todos sus protagonistas más célebres murieron (personas y discursos), estos la siguen agitando. Quizás sean los testigos –y custodios– más longevos del misterio que escapa por conductos impercetibles de una época a otra. Sus Majestades Satánicas se armaron hace más de cinco décadas unas buenas líneas de fuga, y se las tomaron muy en serio. El tiempo entendido como duración, las intesidades que se desatan y conquistan mundos ignoran por completo al calendario. Solo perdura lo que está vivo.

patria Stone

En la primera visita que realizan al país en 1995, Mick y Keith estaban sorprendidos porque decían que no habían visto una euforía y un fanatismo similar desde la década del sesenta. En Argentina estaban viviendo la remake aggionarda de sus años de mayor efervecencia social. En los comentarios a una nota de La Nación sobre la llegada de los Stones, se lee “Banda inglesa, multimillonarios, entradas a 300 usd, se hospedan en los hoteles mas caros y se voltean a las modelos mas lindas... Sin embargo el ‘rolinga argento’ está convencido que ‘los rolin’ son populares y nacieron en La Matanza. En ningún lado del mundo Los Rolling Stones generaron semejante creencia popular totalmente distorsionada y basada en la nada misma”. En la catarsis racista anida una verdad: en el mejor malentendido histórico que celebró por estas tierras el agonizante siglo XX, secuestramos a unos vejetes ingleses y los hicimos parte del nosotros; se borraron las diferencias geográficas, culturales, etarias, se desplegó capilarmente una simpatía por Sus Majestades de carácter inédita; una traducción que no necesitó de diccionarios bilingues ni de intérpretes ilustrados; un gesto arbitrario, azaroso, extraño (aquí no tiene nada para decir el verso sociológico que siempre intenta explicar los “errores” de masas; y tampoco sirve la historiografía roquera).

No hubo re-interpreación argenta del fenómeno Stone. Acá, como Stones, fuimos –y somos– “primeros escuchas”. No hay original a resignificar, no hay experiencia menor, no hay plagio o imitación: hay solo la significación primera que se re-produce en cada escucha. Quizá la simpatía por Sus Majestades fue expresión –y causa– del encuentro con las fuerzas desconocidas, paganas, inéditas que habitaban en nosotros: las fuerzas necesarias para rechazar familiarismos, morales oxidadas y caretas, modos oficiales de valorizar la vida. Como sea, el encuentro es del orden de lo misterioso, tan indescrifrable como lo que sentimos durante estas tres noches cuando sonó Midnight Rambler o Can’t you hear me knoking y la historía del rocanrol nos atravesó el cuerpo. Mick juega con estas fuerzas de abajo y pregunta risueño, “¿son acaso el país más Stone del mundo?”. No quedan dudas.

escuela de rock y educación sensible

Por eso no se trata de sacudir a los Rolling Stones para buscar (im)posturas políticas, manifiestos militantes, críticas a los mandatarios por el calentamiento global, o línea ideológica para los movimientos globalifóbicos. “Visitaron a Menem en la quinta de Olivos”, “Son multimillonarios”, “son ingleses”, bla, bla, bla... No hay que buscar gestos políticos en la superficie (para eso los argentinos tenemos al Papa Francisco o a la Princesa Máxima), con Los Stones supimos del lado afectivo, deseante, sensible que funda lo político de la vida de los cualquiera. Con Sus Majestades aprendimos que “primero hay que saber vivir”; primero hay que inocular la vida de preguntas hasta lastimarla, y es desde ahí, desde ese umbral corporal, íntimo pero no personal, desde donde se incia todo lenguaje político. Con Sus Majestades aprendimos que las intensidades se conquistan siempre contra la rígidez de los cuerpos que crea el Poder, y que en la expresión pública de esas rapacidades ganadas se juega una lucha por los modos en que queremos vivir. Los Stones nos sirvieron para la verdadera y primordial batalla cultural (en el lenguaje/cuerpo) que necesita toda política que quiera transformar el mundo. Con los Stones aprendimos que en el pliegue más profundo, las vidas no se determinan por coyunturas políticas, económicas o sociales: una vida “feliz” (felicidad: llegar a ser lo que uno es) no es la expresión del mundo que la rodea, sino la capacidad de hacer mundo. Con los Stones aprendimos a fundir Vida y Política. De los Stones no se sale necesariamente crítico o militante; pero sí se sale con ganas de vivir (como salimos después de cada escucha solitaria o en banda, en un fiesta con amigos, en un bar nocturno y embriagado o en un cuarto adolescente o en un living adulto o en un celular que nos aísla de la ciudad, como salimos después de los trances de cada uno de los shows). Claro, despúes cada uno verá qué hace con esas ganas: negativizarlas como insatisfacción e inquietud para estallar una forma de vida que apriosiona, volverla nafta anímica para emprender planes colectivos y agites comunes, o usarla como recurso para –únicamente– retornar de buen semblante a gestionar exitosamente la vida laboral y social.

Mientras escribimos estas líneas circulan por las redes sociales las imágenes de los Stones con la familia Macri acompañadas de algunas críticas “progres” de muchos comentaristas que probablemente sigan creyendo que los escenarios sociales se erosionan a pura pedagogía política, ignorando el plano de los afectos y las sensibilidades. La lengua de los Stones es un logo, pero un logo encarnado; un logo que sigue teniendo adherido en sus bordes vitalidad y energía. Una lengua íntima pero también social, una lengua aliada, disponible para el agite. Sacar esa lengua a la sociedad es también expresar públicamente (políticamente) un nivel afectivo-íntimo desde el que se piensa y se vive. Con esa lengua roquera aprendimos que todo lenguaje calienta o no, y punto. No hay mucho más que hacer.

viendo a los niños jugar

Una langosta verde se posa en la guitarra, recorre el mastil, se detiene en el clavijero. Keith la mira encantado y sonríe, le hace un gesto a Ronnie que se acerca y contempla la escena. Luego se suma Mick que parece no comprender, con una mueca Keith le señala al bichito y los tres se ríen sin dejar de tocar. Parecen niños, en ese gesto hay inocencia, asombro y juego. La escena proyectada en las pantallas recuerda al homenaje que Werner Herzog le hace a Kinski en Mi enemigo íntimo, cuando lo retrata jugando encantando con una mariposa que revolotea a su alrededor. En la escena también se puede percibir la misma sustancia vital que derrama Richards en su documental (Keith Richards: Under the Influence, 2015), cuando sostiene que “la adultez llega cuando te entierran”. Ni forever young ni adultez agilada de final de juego. Se subraya el verdadero límite, el viejo y conocido final, pero para empujarlo al fondo del pasillo, hay fade out, pero aún quedan intensidades por desatar y noches enteras por bailar.

La mayoría de las coberturas periodístas acentuaron el atletismo, la buena salud de los vejetes, y lo mágico de las performances (magia entendida como detención del tiempo, por la vigencia de lo que debería haberse degenerado, para usar un término con el que se los impugnó en sus inicios desde la sociedad pacata). Sí, hay magia y salud, pero por otros motivos. La vigorosa salud es la que alimenta la intensidad (no la capacidad de los pulmones y los músculos) y la magia es hacer con lo que hay otra cosa: magia es tocar un millón de veces los acordes de Satisfaction y gozarlo con la alegría de la primera vez. Magia es hechizar a más de 50 mil personas de un modo inolvidable. Sus Majestades Satánicas hicieron de la juventud una estética vital y no un mandato estético –como logró trampear el mercado y las publicidades. Una estética que sabe sensiblemente que es mentira el cuento de la maduración: nadie madura, simplemente se cansan. Lo azaroso de la langosta en la guitarra de Keith y las risas complices con Mick actualizan –como infinidad de veces a lo largo de estos 54 años, más allá de las peleas y los quilombos– aquel viejo choque fundante en la estación de trenes, cuando ambos llevaban un disco bajo el brazo y el rostro lleno de acné. Lo mejor y más perdurable del rocanrol nació en ese tren en marcha, en ese momento infinito y eterno (por ausencia de fines) que aún hoy seguimos recreando: un tren en movimiento, un auténtico rocanrol que sigue sonando, cuerpos que siguen girando, la vida entendida como duración e intensidad, tan simple y encantador; Like a Rolling Stone.

Copete: 
Los Rolling Stones volvieron a la Argentina y en el Estadio Único de La Plata se armó un festival dionisíaco de la nostalgia. La apropiación nacional de sus majestades satánicas y geriátricas contradijo, otra vez, las miradas horrorizadas del legitimismo. Una mirada posible sobre cómo fabricar felicidad.
Imágenes: 
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commoditie espiritual / vamos las canas / volver al futuro
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Autor: 
Ignacio Gago
Leandro Barttolotta
Fotógrafo: 
Julián Rulli
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Steve Jobs, el padre de la criatura

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Steve Jobs es un huérfano. Steve Jobs empezó su carrera en un garaje. Steve Jobs es un visionario. Steve Jobs nos enseñó que las computadoras tienen alma, y que ese alma es hermosa, y que los usuarios de las computadoras hermosas, son hermosos por extensión.

Siempre supimos que Steve Jobs era el héroe en un mundo de máquinas imperfectas, y que sus propias imperfecciones lo convertirían en nuestro salvador. Somos hijos predilectos de aquel padre que triunfó contra la opresiva realidad de los feos, de los que buscan el precio más bajo, de los que utilizan la magia del proceso computacional para fines abyectos, como correr video juegos, o instalar software de dudosa procedencia.

Por eso amamos contar una y otra vez que Steve Jobs era un mal padre. Porque ella, su hija biológica, con sus necesidades reales, interrumpía el flujo sagrado del creador. Ella, con sus reclamos mundanos como el dinero, o la paternidad, buscaba anclar a nuestro héroe en el tipo de problemas que corresponden a una vida no iluminada, nuestro tipo de vida. Aunque en la superficie juzguemos estas actitudes mezquinas -y realmente amamos esta dulce, tan dulce actividad moral- ver al hombre detrás del sacerdote nos hace creer más en su noble origen. Cuanto más nos hablan de sus defectos, más evidente se hace su virtud. Cuando ponemos el foco en lo patético de la vida de Steve Jobs, lo que iluminamos es nuestro deseo de contemplar lo divino.

En el documental “Steve Jobs: The man in the machine”, en una corta secuencia nos presentan con una situación imposible de hilar dentro del relato magnifico y espiritual que es la historia de Steve Jobs, un dato que siempre cae fuera de las tantas biopics que se han construido alrededor de su historia: vemos cómo responde a una pregunta muy directa respecto del altísimo número de suicidios en una planta en China que fabrica productos para Apple (entre otras tantas compañías tecnológicas que reclaman la baratísima mano de obra del asiático Leviatán).

Esta pregunta pone en evidencia que Steve Jobs no sólo trae de Oriente una filosofía sobre la belleza minimalista; también importa la cultura de lo que nosotros llamamos “trabajo chino”. Un “trabajo chino” es algo muy costoso de realizar, no por su complejidad intelectual, si no por su cualidad de ser sumamente hincha pelotas, repetitivo, no digno de nuestro valioso tiempo. Algo similar a la “tortura china”, que no es insoportable por el alto impacto inmediato sobre nuestras redes sensoriales, como puede ser la tortura predilecta de los yanquis, el waterboarding. Si en esta último se arroja sobre las fauces respiratorias de los llamados “terroristas” más agua de la que sus fisionomías tradicionalmente árabes pueden soportar, en la tortura china se utiliza una sola gota, que cae repetitivamente sobre nuestra cabeza hasta empujarnos a la locura. Un chiste viejo: “¿Cómo le dicen los Chinos a la comida China? (pausa) Comida”. A esto podría agregarse, ¿cómo le dicen los Chinos al “trabajo chino”? Trabajo.

En el notable caso de los obreros-suicidas de la fábrica que produce artículos tecnológicos por los que al otro lado del mundo hacen colas los hipsters, la solución a la que llegaron los patrones de dicha fábrica es también notable, por horrenda: pusieron redes alrededor del edificio para desanimar a quienes tuvieran el impulso de saltar por la ventana a fines de escapar de la tortura china a la que los Chinos llaman trabajo.

En “Steve Jobs: the man in the machine”, vemos la respuesta de Steve Jobs (en este caso interpretado por Steve Jobs) a la pregunta por dicha fábrica en toda su magnífica y perversa ingenuidad: él dice que si tomamos una muestra de habitantes de E.E.U.U. de igual tamaño a la cantidad de obreros de la fábrica del horror, la tasa de suicidios es más alta entre los pobladores norteamericanos. “Pero todas estas muertes por suicidio ocurren en un mismo lugar”, responde la entrevistadora con una sonrisa, como si el gurú de la belleza informática hubiera dicho algo gracioso. “Sí, pero estamos hablando de números”, responde el padre que perdió su juicio de paternidad.

En “Steve Jobs”, la última biopic de una larga lista de ídems, dirigida por el Danny Boyle de “Trainspotting”, le toca el turno a Michael Fassbender de encarnar al empresario más cool de la historia, luego de que Ashton Kutcher lo hiciera en “Jobs”, y Anthony Michael Hall en la ya olvidada “Pirates of Silicon Valley” (película añeja pero relevante, que incluye una hermosa caricatura de otra figura de esta Historia: el tradicional villano Bill Gates, a quien vemos patinando como un nerd e intentando levantarse chicas, sin éxito, a pesar de que acaba de venderle un humo llamado MS-DOS a IBM como el más campeón de los campeones).

Esta última versión de “Steve Jobs” toma por centro la relación del antedicho con su hija, agregando a la tradicional mezcla un recurso refrescante: la película sucede en los minutos previos a varias presentaciones de productos, de Apple y de Next, la compañía que Jobs fundó cuando lo echaron de su propia empresa. Aquí, una vez más, la particular visión de Jobs respecto de los números corre al personaje de su dominio espiritual: en el juicio que confirmó genéticamente su relación con Lisa, la hija que comparte con Chrisann Brennan (la prueba de ADN había dado un 95% -o algún número semejante, ridículamente alto- de compatibilidad genética), Steve Jobs dijo que ese 95% en verdad quería decir que un 28% de todos los hombres de E.E.U.U. podrían ser el padre de la criatura. Numerología absurda en base a un hecho que reclama consecuencias éticas y morales.

Steve Jobs” no evita otro de los temas clásicos de la biografía del magnate: la primera computadora que vemos lanzar a la ya poderosa compañía Apple lleva el mismo nombre que la hija en disputa, Lisa. Esto fortalece la idea de un vínculo espiritual complejo eternizado en los circuitos de una máquina que viene a funcionar como reemplazo de una figura de padre perdida en asuntos legales, incapaz de vincularse en el mundo real de los problemas cotidianos, pero capaz de transformar a ese mismo mundo mediante la belleza de un futuro donde todos somos hijos de un gurú que imagina para nosotros tecnología a la vez inclusiva y excluyente.

La “i” minúscula de los productos Apple es uno de los grandes inventos de la historia. Otorga humildad al egocentrismo. La “I” que siempre es mayúscula en el idioma inglés, la que denomina al “Yo”, entrega su capitalidad en un acto de estoica grandeza, e inaugura -o legitima- la falsa modestia del que no tiene ideología, del que sólo busca la simple verdad de la iluminación. El “yo” que no tiene soberbia, que no necesita que otros le dicten su grandeza, que hace las cosas a su modo, porque es rebelde. Probablemente la antítesis de todo lo que Apple verdaderamente representa, y voy a justificar esta afirmación con un solo hecho: el espacio de tech support de Apple lleva el nombre de Genius Bar. Y sí, el chaboncito que te atiende para arreglar tu máquina, es denominado por la empresa misma como un “Genius”.

Las grandes corporaciones persiguen la egomanía del “Yo”; pero Apple, con su “yo”, refuerza una idea de verdad esencial, que no es compatible con el mundo vasto y variado de las competencias de mercado, que no necesita de la sucia ética hacker del código abierto, que no busca ahorrar unos dólares mugrosos porque la mística experiencia está más allá de tales consideraciones materiales. “yo” busco el diseño perfecto que borra mis imperfecciones, la manzana mordida que me expulsa del Edén capitalista, el zumbido erótico de un futuro que me incluye como hijo real de un padre que niega a sus propios hijos.

Richard Stallman, otro gurú, en este caso del software libre, con muchas menos películas a su nombre, tuvo esto para decir de la muerte del fundador de Apple: “Steve Jobs, el pionero de las computadoras convertidas en cárceles cool, diseñadas para separar a los tontos de su libertad, ha muerto”. Pero “yo”, en lo personal, prefiero quedarme con una frase de Bill Murray: “Se murió Johnny Cash y nos quedamos sin efectivo, se murió Bob Hope, y nos quedamos sin esperanza. Se murió Steve Jobs, y nos quedamos sin trabajos. Que no se muera Kevin Bacon.”

Copete: 
Aún bajo las secuelas mediáticas de la matanza de San Bernardino, el precandidato a presidente de los Estados Unidos Donald Trump llamó a un boicot hacia los productos Apple, porque la empresa se negó a colaborar con el FBI en el desbloqueo de los aparatos para casos de terrorismo. Esto se suma a un debate sobre las fronteras entre estado, corporaciones y derechos individuales a la hora de tener acceso a las telecomunicaciones. Pero antes, una serie de películas intentaron reconstruir la trayectoria vital de Steve Jobs, el Odiseo del capitalismo inmaterial. El escritor y guionista Julián Urman nos invita a un recorrido.
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Autor: 
Julián Urman
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geografía del gran mercado

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L a estructura arquitectónica de grandes naves y galpones, calles amplias, islas para descarga por encima del nivel del piso, tiene el aspecto de una guarnición militar. Es que el Mercado Central fue pensado desde la logística bélica, algo característico en la mentalidad de quienes lo proyectaron. Ubicado sobre la Autopista Ricchieri, a la altura de Tapiales (del peaje de la Av. General Paz, primera bajada), tiene asignadas alrededor de 500 hectáreas de las que 300 se encuentran en uso. Allí se concentran las frutas, hortalizas, carnes, pescados, bebidas y almacén (Diarco posee un centro de venta), para más de 14 millones de personas que implican los 24 distritos del Conurbano y los habitantes de la renombrada C.A.B.A. Más de 14.000 camiones ingresan por mes los productos, y de él migran hacia otros mercados zonales, supermercados, ferias y minoristas. Concentración y distribución. Toma y daca en una red de trabajo febril, las 24 horas, de lunes a lunes, en distintos volúmenes. Porque no sólo compran supermercados, distribuidores, restaurants y comerciantes: existe un espacio de abaratamiento, donde el público accede a infinidad de productos a precio casi mayorista, con diferencias de precios que van de 35 al 80% menos respecto de los precios corrientes. Hay diferencias significativas, como en el azúcar, que se puede comprar a $ 3 el kilo cuando en cualquier góndola “china” se consigue a $ 6.50. 

A casi diez años de la crisis 2001-2002, la diferencia de clases se acentuó no sólo en el ascenso del poder adquisitivo de la clase trabajadora sindicalizada, sino en la acumulación de riqueza líquida en ciertos sectores productivos privilegiados por el tipo de cambio y los precios internacionales. En lo real, el consumo aumentó tanto que algunas zonas turísticas se ven invadidas por inversiones inmobiliarias y dejan ver contrastes comparativos. Un ejemplo: en Miramar funcionan dos cajeros automáticos. En Necochea, a un centenar de kilómetros, existen más de catorce cajeros, pujantes centros comerciales y el puerto cercano de Quequén, hipervigilado, repleto de barcos y contenedores que cargan el grano producido en la región de manera incesante (en épocas del caudillo riojano, el puerto sólo contaba con cuatro barcos abandonados por la ex URSS, y su lago era usado para la práctica de windsurf). Diferencias: de un lado el servicio espectacular (turismo), del otro el poder real de la producción agrícola. En el Mercado Central dicho contraste existe. Y alcanza con observar la diversidad de vehículos estacionados: del Falcon remís descascarado al Audi o BMW Z5. En todos se carga el producto de la compra. Unos llevando bolsas, carritos de feria o bolsones; los otros con un carro de estibaje contratado a tal efecto, empujado por un flaquito siempre dispuesto. Leyes del mercado, ley de la nobleza comprando en el zoco. 

Es aquí que ingresa la pregunta: ¿por qué la coqueta señora con perrito a upa, taconeando sus zapatos Sarkany, secundada por una empleada doméstica, pregunta por precios de la misma forma que una vecina paraguaya que camina diez cuadras, ingresando por una de las puertas informales abiertas en la pared este del Central? No, no se trata de igualdad y fraternidad a raíz de un mismo fin, sino por distintas motivaciones. La vecina llega por necesidad; la señora de blackberry amoroso lo hace por lucir el poder del gusto: ella compra porque sabe comprar lo mejor en donde corresponde, con la calidad
determinada por su elección, sin intermediarios que tienden a engañarla. Sin ostentar, pero no menos consumistas, los orientales argentinos concurren a la nave de pescados los sábados por la mañana, y arrastran kilos y kilos de producto (entre ellos ostras, cangrejos, o sea lo mejor, que a veces incluye centolla) hacia sus Honda, Suzuki o Toyota. No deja de ser gracioso: si nos tapamos los oídos, parece una escena típica de un documental de FoxLife, donde un gourmet explica en New York como cocinan los nipones. Salvo... salvo que en el Mercado Central existe la mayor pluralidad cultural, etaria y social de la que se pueda dar cuenta (ni en el fútbol ni en los grandes recitales de música), porque allí, en el enorme y amplio territorio de circulación de mercancías, también se da la diversidad zoológica: los perros, cientos, de todos los colores, vagando en grupos o solitarios. Grandes, pequeños, gordos y flacos, viejos y cachorros. Al sol o refugiados de la lluvia entre galpones. Excepto en el pabellón de los pescados, ahí los gatos guardan cierta autonomía, por una cuestión de gusto y regusto.

 

mito y experiencia

Desde su inauguración el Mercado Central tuvo etapas de fulgor periodístico: sede del patoterismo noventoso, fuente de corruptela con barrabravas, negocios de intermediación e inmobiliarios; nada que no se haya dicho de ferrocarriles, represas, aerolíneas, cesión de terrenos, sistemas informáticos en bancos nacionales... 

No podía escapar, como nadie lo hizo, al sistema de prebendas y remate del menemismo más furibundo. Y sin embargo sigue funcionando, como lo demás. Algunos informes amarillos, televisivos, subieron el tono y en su momento hablaron de explotación y prostitución infantil, mercadería robada, cuestiones que no dejan de ser probables pero ameritan una puesta en escena judicial, con investigación y condenados. Si hay deuda, por ahí tenemos una necesidad de reparación. Pero, aún así, la sensación social que ronda al supuesto “ir a comprar al Central” tanto para sectores alejados, sin medio de transporte propio, como para aquellos que lo tienen y se resisten a concurrir, es que la zona es muy peligrosa. Dicho temor –consecuencia de las políticas mediáticas respecto a la inseguridad en la Ciudad y el Conurbano–  desactiva el interés por la concurrencia del mismo modo que la frecuente ausencia del Estado inhibe la participación ciudadana en distintos frentes de la vida pública. 

Existen líneas de colectivos que llegan al lugar, además algunos convoys salen desde municipios (Quilmes, por ejemplo), repletos de personas de sectores medios-bajos. Luego están los grupos barriales que organizan compras comunitarias. Un grupo delegado hace la compra para varias familias. Modos de operación solidaria, básicos, pero sin un sustento planeado desde la continuidad. Para abastecerse en un mercado de semejantes características, hay que poseer la fortaleza anímica e ideológica basada en la puesta en juego de una canasta de hogar donde es prioridad la variedad y calidad de nutrientes. Y donde, también, la cocina (y el acto de cocinar) son sinónimo de una actividad valorada, indispensable, como la limpieza o sanidad. Voluntad y conciencia, con ello puede desarrollarse el mínimo saber de compra para abaratar costos y elevar la calidad de alimentación. 

Ahora bien, hay otra forma de ingresar al mercado evitando Ricchieri, su parte frontal. La alternativa es tomar General Paz, navegar la colectora del lado provincia desde el Autódromo (bajada Cnel. Roca) hacia el Riachuelo. En el cruce de la colectora con Ramón Carrillo (que sale a derecha) se encuentra la novísima planta embotelladora de Coca-Cola, inaugurada hace un año por la Presidenta. Por esa avenida, a unos 2,5 kilómetros, nuevamente a derecha, nace la Avenida Circunvalación del Mercado Central (en diagonal, a izquierda). Ahí ya se divisan las cabinas de peaje-control abandonadas. Antes, semiescondido, siempre hay un patrullero vigilando con el sigilo clásico de las rutas argentinas: un agente duerme en el asiento trasero, el otro lee el diario sentado al volante. Por esa avenida lateral se llega hasta la primera gran intersección: a izquierda la nave de pescados (abierta al público los días sábados desde el amanecer). Siguiendo por la Circunvalación, en la segunda gran intersección, está la carnicería de Quickfood, que los fines de semana cuenta con ofertas en determinados cortes (largas colas y números para la espera, confirman los buenos precios y calidad). Siguiendo más aún, llegando al frente que da a Ricchieri, la avenida dobla a izquierda hasta dar con el elevado monte donde se divisa el que fuera casco de estancia del Dr. Ramos Mejía. Bordeando, se llega a la rotonda de ingreso sobre la que se vuelve a doblar a izquierda –ahí está Diarco, a mano derecha, el mayorista–, y al cabo de 400 metros desemboca al ingreso al Paseo de Compras (centro de abaratamiento). Se puede estacionar donde uno quiera, los trapitos guían las maniobras, vigilan, y lo hacen a voluntad del visitante. He visto a una Toyota Hilux 2011 apurar el escape para no pagar. Eso demuestra que El Avaro de Molière (1668) sigue tan actual como siempre.

El paisaje difiere según el día en que uno concurre. Los miércoles funciona la feria minorista de hortalizas y frutas, bajo un techo altísimo de una estructura tubular de 100 por 45 metros de ancho, al frente del Paseo de Compras. Con un pasillo central de 4 metros de ancho, a todo lo largo se disponen los puestos de los feriantes. Desde mandioca y kiwi, hasta papa, cebolla, ajíes, lechugas varias, en cajones armados como exhibidores. Toda la mercadería ofrece dos alfombras multicolor, paralelas, entre gritos de las ofertas, atención rápida y vuelo de dinero de aquí para allá. El Paseo es ancho, cerrado, con cuatro pasillos (dos centrales), repletos de comercios que van desde fiambres a pastas, artículos de limpieza a pollerías, carnes de vaca y cerdo, panadería (con el kilo de baguette a $ 2,5 y la docena de medialunas a $ 8), almacén y lácteos (quesos, leche, dulces). Entre el Paseo y el tinglado, se disponen los puestos de la feria polirrubro, con todo tipo de ropa, herramientas, juguetes, calzado. La misma continúa en otra nave cubierta, que se extiende hacia el norte, en el tinglado que sigue al de hortalizas. La actividad de un miércoles es numerosa: mucha gente en los pasillos, con sus bolsas y carritos. Pero el término mucho es relativo: calculemos unas 20 personas cada 3 metros lineales. Van y vienen, cada uno en lo suyo, lo que crea una marea en tránsito de entre 500 y 1000 personas, de manera constante. 

La relatividad numérica se altera durante un sábado o domingo. Desde antes de las siete hay colas de gente esperando ingresar al Paseo (abre a las 8 hs.). Los puestos del polirrubro se extienden más allá del tinglado original, sobre los estacionamientos. La feria de hortalizas también, hacia la zona este, lindante al Paseo. Llegando al mediodía de un sábado, la marea humana transita lenta, en el orden del tránsito automotor, a dos manos. Filas y filas llevando sus cosas, eligiendo, al ritmo del curioseo. Es ahí donde el temple debe superar la fobia: el mercado es para comprar, y hacerlo es una tarea de suma paciencia. Si bien el movimiento, la espera y el tránsito cansan, en tres años nunca fui testigo de robo o falta que produzca discusión alguna. Hay un código en el aire, común: todos vamos a lo mismo, y todos llevarán lo suyo, es cuestión de asumir el espacio que genera el recorrido. Porque un mercado también obliga a caminar, buscar, pero con precios que no dejan lugar al regateo. Lo que está ahí vale tanto, lo lleva o lo deja. Así de simple.

 

de hormigas y abejas

Ser testigo de la comunidad organizada en la compra de alimento para llevarlo al nido remite a la entomología. Pero a la vez da testimonio del movimiento de masas desmediatizado, en un volumen que resignifica la presencia humana en la expresión “caudal”. Pese al exceso presencial, hay otro límite social, que no está ahí sino en el nido de la especie: cultura gastronómica mínima, vivienda y nociones de administración. Es donde el centro de abastecimiento minorista encuentra su frontera, más allá de la distancia. Cocinar es un arte para el consumo ritual de la escena festiva burguesa, pero también una necesidad existencial popular que garantiza previsión básica de la salud, que rescata sabores y actividades históricas: la receta como herencia, sabiduría ad-hoc de una cultura horizontal. De replicarse mercados de abaratamiento como éste en distintos puntos del Conurbano bonaerense, también deben mejorar las condiciones de vida de los hogares: que tengan cocinas con horno, un freezer o heladera apropiada, gas natural y electricidad suficientes, agua y condiciones de higiene para la preparación e ingesta. Y también, cursos entre los jefes y jefas de hogar para que puedan administrar la dieta en base a compras semanales, aprender a cocinar y así evitar intoxicaciones y enfermedades. ¿Será el paso siguiente del Estado después de las computadoras y los decodificadores para televisión? El escenario de inflación extiende sus márgenes afectando siempre a los más desposeídos, así el consumo sea cuantioso, la desmesura en la falta de planificación puede llevar a que la balanza de la desnutrición sea un lastre social que detenga el proceso de mejora inclusiva, frase pretensiosa, que necesita de luchas contra los intereses reales de la intermediación y el lobby supermercadista. Repensar el consumo popular, articular sus intereses por fuera de las marcas, también es una forma de instalar el debate sobre de quién es el mercado: si del que acumula o de quien consume. Porque ya vivimos las secuelas en el mandato del primero, sería interesante que el derecho al consumo equitativo cambie las reglas de un juego perverso que acrecienta la deuda interna argentina, esa madeja invisible de injusticias.

Copete: 
Los fines de semana el Mercado Central concentra casi un millón de personas. Inaugurado en 1984, hoy se presenta como epicentro policlasista en la eterna lucha contra la inflación. Un fiel cliente desde hace tres años mapea sus dimensiones, mientras se pregunta por la articulación entre este modelo de compra y distribución y el consumo popular a gran escala. Quizás se haga la hora de volver.
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Volanta: 
morfi para todos  / naves del consumo  / necesidad y centolla
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Semidestacado
Autor: 
Omar Genovese
Ilustrador: 
Nicolás Bai
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