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¿es crisis una revista que baja mucha muela?

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Cuando conocimos a Padura en su casa de la periferia habanera, allá por 2012, sabíamos que estábamos ante un escritor consagrado pero no sospechábamos que hallaríamos a un excelso comedor de asados. Desde entonces, sus visitas a Buenos Aires se han tornado regulares y el aviso de arribo llega con semanas de anticipación, no vaya a ser cosa que el suspenso sobrevuele la ceremonia culinaria. En la última de esas animadas comilonas sacamos un set publicitario de la galera. Suscripción o muerte: venceremos.

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Martín Céspedes
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el gran hermano mandarín

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La de China es la épica que nos tocó a la generación posrevolucionaria, criada a la sombra del imperio maduro de los Estados Unidos y la senilidad europea. Es China la que anuda la tragedia revolucionaria, el vértigo del capitalismo joven y la sabiduría de las naciones viejas. Sin embargo siempre sabemos poco de China, siempre hay un dato nuevo que nos descoloca, que hace que nuestra foto del gigante salga movida.

Dos mil millones de ojos. La historia de la Televisión Central de China, editado en Argentina por Gedisa/Eudeba, viene a aportar un pixel más para esa foto. ¿Qué televisión mira y produce esta nación de millones de consumidores angurrientos que todavía usan frases de Mao para sus programas femeninos? El libro, escrito por Ying Zhu, profesora de Cultura de los Medios de la City University of New York, no es exactamente una historia, ni tampoco una antropología geertziana de ”interpretación densa”, tal como promete la Introducción. Los capítulos de Dos mil millones de ojos ordenan temáticamente una buena colección de relatos y testimonios sobre un híbrido mediático y cultural que marca la agenda que discuten los chinos.

”China hizo una particular selección entre mecanismos de mercado, ideales confucianos y principios socialistas para seguir un curso de desarrollo híbrido que hasta ahora mantuvo al Estado de partido único eternizado y a las masas mayoritariamente satisfechas… La cadena televisiva nacional de China, la CCTV, es un ejemplo de este ensayo híbrido, un ejemplo del camino experimental que está tomando China”. Desde el comienzo del libro, Zhu se propone hacer metonimia de la excepcionalidad china a través de la historia de su televisión.

La cosa comienza en 1958 cuando se creó Beijing TV. Luego de tomar el poder en 1949, Mao había hecho uso extensivo de la radio con un sistema de altoparlantes instalados en escuelas y bases militares para conectar a las masas rurales con el Estado. En las ciudades, cada edificio de departamentos tenía un parlante montado en un rincón del techo que comenzaba a transmitir a todo volumen a las seis de la mañana. Ahora era la TV la que heredaba la función de difundir la línea del partido en la hora crítica del suicida Gran Salto Adelante. En 1978, como parte de las reformas de Deng Xiaoping, Beijing TV fue rebautizada Televisión Central de China, CCTV, e introdujo avisos comerciales. Desde entonces el Estado comenzó a reducir su presupuesto hasta suprimirlo en 1997. 

El canal hoy se autofinancia y obtiene ganancias, una parte de las cuales remite al Estado. El Estado retribuye esos aportes consagrando el cuasi monopolio que tiene la CCTV además del must carry, la obligación de la señales de televisión paga de retransmitir parte de los contenidos de la Televisión Central. El gobierno también impuso el chino mandarín a toda la televisión para que los canales regionales no cuenten con ventajas idiomáticas ante sus públicos.  Así, pese a la autofinanciación, el límite entre el interés del Estado y el mercado, en cuanto a propiedad y funcionamiento, se mantuvo borroso. 

El verdadero desarrollo de la televisión china no comenzó sino hasta los años ochenta, cuando potenciaron la producción de insumos televisivos y las horas de trasmisión. En 1985 la CCTV nombró como vicepresidente a Yang Weiguang, un hijo de campesinos formado en el periodismo maoísta y la radio. Yang introdujo un pequeño aviso publicitario de vinos Confucio en el Boletín de noticias nacionales y así abrió el camino para la explotación comercial del noticiero. También salteó a los empleados de planta permanente del canal con un sistema de contratos durante la flexibilización laboral de 1992-1993. Bajo su dirección se produjeron documentales de calidad y telenovelas de éxito en todo el Sudeste Asiático, como Romance de los tres reinos. Yang también produjo la sitcom Una casa con hijos, que trataba el tema de las familias ensambladas. "Bajo la política del hijo único, la gente sobreprotege a los niños o los exige demasiado. Una casa con hijos apunta a cambiar la cultura de la crianza de los hijos en la China actual. Hicimos varios productos derivados, incluyendo Una casa con aliens. Patentamos la marca para el desarrollo de historietas y de juegos de Internet. Y hemos incorporado Una casa con hijos en la currícula de los colegios secundarios”, reflexionó Yang 

En 1999 Yang dejó su cargo a Zhao Huayong quien profundizó la comercialización, creó canales especializados y extendió el sistema de contratación a todos los empleados. En el contexto de endurecimiento ideológico previo al ingreso chino a la OMC, la CCTV recibió el imperativo de llevar a China más allá de las fronteras. Se crearon CCTV-4, el canal internacional para la diáspora china, CCTV-9, el canal chino en inglés, así como otras señales en español, francés, árabe y ruso. La estrella de CCTV-9 es Diálogo, conducido por Yang Rui, un confrontativo periodista que se encarga de defender la imagen china ante los malentendidos y la mala fe occidentales. 

A pesar de la popularidad creciente de Internet, la CCTV fija la agenda pública, accede a información privilegiada, concentra el treinta por ciento de la publicidad televisiva y preside las asociaciones nacionales de profesionales de la TV que fijan normas y reglas para la industria. Todo eso no evitó el surgimiento de competidores satelitales como Hunan STV, el canal juvenil que derrotó al conductor estrella de la CCTV, el payasesco Li Yong, con Super chicas, versión china de American Idol. Pero ninguno de estos canales se asumen como competidores de CCTV y son bastantes pesimistas en cuanto a las posibilidades de negocios. De hecho, el gobierno fue estrangulando a Super chicas con sucesivas prohibiciones de gritos, festejos, chismes, abrazos y peinados extravagantes hasta que el programa perdió toda gracia y rating.

En 1995 el presidente de China Jiang Zemin propuso continuar las reformas pero con una nueva estrategia comunicacional. El concepto que circuló fue el de ”poder blando”, pariente oriental de la hegemonía gramsciana: ”es la capacidad de persuadir a otros para que deseen lo que uno desea”. La CCTV asumió el imperativo con un énfasis en programas como Investigación periodística, creado a imagen y semejanza del norteamericano 60 minutos, el magazine Perspectiva oriental, o En foco, abocado a las investigaciones y denuncias. En foco fue un éxito de mediados de los años noventa pero poco a poco las presiones llevaron a reducir la cantidad de informes críticos y su rating cayó en picada.

Una generación de periodistas más jóvenes, ajenos al reformismo de los ochenta, asimiló el endurecimiento de las condiciones para producir noticias bajo el concepto de ”Ilustración”: un equilibrio entre las presiones del Estado y las de los televidentes que apunta a enseñar a los chinos nociones de ciudadanía, sin contribuir al ”síndrome del mundo cruel” que genera la proliferación de malas noticias. 

Semejante concepto de Ilustración no dejó de hacer ruido, aún para los mismos chinos: ”Yo nunca uso ese término -dice Liu Chun, presidente del competidor canal Phoenix, del grupo Murdoch-. Me suena elitista. ¿Se comparan con Voltaire? Una economía de mercado sin intervenciones del Estado conduciría a un desarrollo sólido. Así que no hay necesidad de unos pocos iluminados que ilustren a la gente. La competencia eliminaría a los programas de mala calidad”.

Pero en el ferviente credo librecambista de esa respuesta reside la pata renga de la ”Ilustración” televisiva china. Jürgen Habermas señala que en el siglo XVIII europeo surgió la ”esfera pública burguesa”, esa instancia de interpelación civil entre el Estado y el mero individuo, poblada de clubes y prensa. No hay tal burguesía en China: cuando Deng fue a buscar a los viejos empresarios expropiados por Mao para motorizar la reforma se encontró con apacibles jubilados. El Estado chino debió crear a su propia burguesía, pero esta nunca olvida esa tutela: es difícil que construyan una esfera pública para interpelar al Estado e ilustrar al común.

Si la burguesía ilustrada falló, es posible encontrar a otros sujetos que se eduquen a través de la CCTV. La mitad del cielo, título inspirado en aquella frase de Mao ”Las mujeres sostienen la mitad del cielo”, es un programa abocado a los problemas de la mujer, que evolucionó de la entrevista a mujeres exitosas al tratamiento de la violencia doméstica, la brecha salarial y la divulgación de estudios de género. Con ratings y horarios cambiantes, el programa se mantiene y es uno de los pocos en contar con total libertad para tratar temas.

En el debate entre el reformismo librecambista y la izquierda conservadora, una mayoría silenciosa de los chinos opta por redescubrir la tradición confuciana. Una forma defensiva de encarar al mundo y tratar de sanar las heridas a la autoestima que sufrió el Celeste Imperio. La CCTV participa de este afán restaurador con programas de divulgación como Sala de conferencias, con exposiciones dinámicas y menos ceñidas a lo académico, a imitación de las TEDx. El primer programa fue una interpretación conspirativa y sexual del clásico de la dinastía Qing, Sueño del pabellón rojo. A eso le siguió otra interpretación, rayana en la autoayuda, de las Analectas de Confucio. En ambos casos, debieron disculparse ante las críticas académicas por la falta de rigor, pero los ingresos por publicidad y merchandising fueron fabulosos. Junto a esa divulgación restauradora campea el interés utilitario por la Historia occidental. En 2006 CCTV-2, el canal de finanzas, estrenó el documental El ascenso de las naciones poderosas, una historia de los imperios occidentales para el uso chino: cómo ser una potencia. Con la participación de Paul Kennedy y Joseph Stiglitz, el programa fue un éxito de rating y entre los internautas y vendedores de DVD piratas de Taiwán. 

La contracara del fallido iluminismo periodístico, la restauración divulgadora y la historia magistra imperiae son los documentales producidos por la CCTV, críticos y revisionistas de la historia oficial. El caso más emblemático fue La elegía del río, de Xia Jun, que criticaba el peso muerto de las tradiciones confucianas en la sociedad china. El programa se estrenó en 1988 y fue un éxito, al punto de inspirar en parte las manifestaciones estudiantiles de 1989. Xia fue radiado por seis años y su legado fue tomado por Chan Xiaoqing, un prestigioso documentalista inspirado por el cinema verité, la escuela historiográfica de Annales y el nuevo historicismo de Lévy-Brühl. Chen describió la vida y miserias de las aldeas chinas en sus documentales, exponiendo ”los hechos sin sermonear” para llegar a un público encallecido por la resistencia a la propaganda estatal.

Sin embargo, estos documentalistas autopercibidos como ”intelectuales críticos” saben que no tienen lugar en el giro mercantil y tecnocrático de la televisión y la sociedad chinas. El resultado de la apuesta fue claro: Xia se transformó en empresario de medios; Chen sigue en la CCTV, diagnosticado con depresión.

Leída a la distancia, la metonimia entre la Televisión Central y la China reformada es transparente: un sistema híbrido, un monstruo desproporcionado, que debe adaptarse al mercado sin abrir el juego político y sobre esa contradicción hace crujir a sus medios de comunicación, que deben lograr hacer propaganda y rating. Sin embargo, esa incapacidad de construir conocimiento e intelectuales en la TV, esa petulancia frustrada de periodistas iluminadores, ese aplanamiento del saber en divulgación nos resultan demasiado conocidos en Occidente. En La cuestión judía de 1843 un Marx casi psicoanalítico señalaba que todos aquellos atributos negativos que la sociedad proyectaba en los judíos eran los rasgos que el capitalismo se negaba a reconocer en sí mismo. Es probable que el interés morboso de Occidente por China, su contaminación y explotación social, su plebeyización estúpida y su falseamiento de la esfera pública busque también la caricatura de sí mismo.

Dos mil millones de ojos. La historia de la Televisión Central de China, de Ying Zhu
Eudeba, 2015, 364 páginas.

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Alejandro Galliano escribe sobre la historia de la televisión central china. 
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Alejandro Galliano
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Frank Vega
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La ciudad del bang bang estás liquidado

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En la medianoche del pasado jueves Kevin Aguirre, de 16 años, y su primo Michael “Micha” Pereira, de 18, tomaban una gaseosa en la intersección de Humberto Primo y San Jerónimo, en el barrio Ludueña, periferia norte de Rosario. Tuvieron una discusión con soldaditos de un búnker cercano que terminó con el asesinato por la espalda de Kevin, mientras se desplazaba en una moto junto a su primo. Le dispararon ocho veces hasta que se desplomó en la calle. Murió mientras lo trasladaban al Hospital de Emergencias Clemente Álvarez.

El transa para el que trabajan los asesinos de Kevin se llama Gustavo y opera en Ludueña. En el día de ayer fue detenido. Su padre, Caracú, ejerce el oficio hace años en Empalme Graneros, barrio popular lindero. Su hermano también es un histórico dealer del barrio, a quien lo apodan Diente, y posee estrechos lazos con la oscura comisaría 20. En el techo de su búnker ultimaron al pequeño Rolando Mansilla, de doce años, el trece de junio de 2015, producto de una balacera con una banda enemiga.

Horas más tarde de su asesinato, amigos de Kevin desvalijaron la casa del narco y la prendieron fuego, en medio de una sospechosa pasividad policial que algunos consideraron una venia. Recién se pobló de efectivos cuando se escucharon las primeras sirenas de los bomberos que se acercaban a apagar el fuego. Hubo corridas, electrodomésticos que se descartaban en los pasillos, y bandas de pibes enfierrados que rastrillaban en sus motos en busca de los responsables de la muerte de Kevin. En las redes sociales, ese otro territorio de disputas feroces, se intercambiaban versiones, acusaciones y amenazas.

cortejo represivo

El velatorio de Kevin comenzó el viernes diez a las dos de la tarde, en la comunidad eclesial de base Sagrada Familia. Entre la muchedumbre se destacaban los familiares directos, amigos y amigas, maestros de la escuela vecina, integrantes de la iglesia salesiana, militantes de organizaciones sociales, niños que correteaban en en ese familiar escenario y al menos una decena de madres que ya habían velado los cuerpos de sus hijos en esa precaria habitación construida a la vera de las vías del tren. En la cancha de enfrente, un grupo despedía a su compadre con vodka y sustancias. El sonido ambiente combinaba los gritos de los familiares, las canciones habituales del catolicismo de base, y murmullos velados que prometían venganza.

El entierro estaba previsto para el día siguiente a las nueve de la mañana. Terminada la misa de despedida llegaron los autos fúnebres. La Municipalidad de Rosario y la institución salesiana, referente comunitaria en el barrio, enviaron dos combis para transportar a los deudos. También había un micro que se cubrió de vecinos y familiares. Pero la mayoría de los pibes optaron por desplazarse en sus motos o en la parte trasera de unas camionetas viejas. El resto de los autos enfilaron al final del cortejo que avanzaba a paso lento hacia el cementerio público La Piedad.          

A las pocas cuadras se escucharon las primeras detonaciones: una combinación singular de disparos al aire ofrendados por los amigos más cercanos, y decenas de motos con sus caños de escapes recortados. Pero el desmadre llegaría minutos más tarde, cuando entre quince y veinte camionetas y patrulleros de la Policía de Acción Táctica (PAT), del Comando Radioeléctrico, y efectivos de la Comisaría 12, emboscaron a la caravana por distintos flancos y empezaron una salvaje represión. La excusa fue que habían reconocido disparos. Algunas motos alcanzaron a huir y dar la vuelta pero se encontraron con más efectivos en la parte trasera de la comitiva. En una de las motos iba un joven llamado Marcelo, junto a Michael “Micha” Pereira, el acompañante de Kevin cuando le perforaron la espalda, único testigo que había prestado declaración en la comisaría. En medio del caos una tercera persona se encaramó al motociclista: Maximiliano, uno de los hermanos de Kevin.

La escena era dantesca: las motos corrían por la vereda y los móviles policiales por la calle. Para entonces no sólo volaban balas de goma. Se escuchaba el nítido fogonazo que emiten los proyectiles de plomo. Uno de ellos impactó en el pie de Micha y otro rozó y lastimó al hermano de Kevin. Cayeron en una esquina. Cuando los efectivos se les abalanzaron, la gente se empezó a bajar de las camionetas, autos, micros y combis para defenderlos. La batalla fue campal. Los testimonios aseguran que tiraban sin miramientos con plomo y balas de goma.

Maximiliano logró zafar porque varios se le colgaron desde atrás al policía que lo tenía retenido contra el suelo. Michael “Micha” Pereira corrió otra suerte: el único testigo del asesinato fue detenido junto a Marcelo, el otro joven que cabalgaba la moto. El saldo de la represión dejó a mujeres y niños golpeados, vecinos y familiares hospitalizados con traumatismos y perdigones en el cuerpo.

redes de detención

En un alto de la agresión policial, la caravana fúnebre retomó la marcha hacia el cementerio La Piedad. Los familiares y vecinos hacían el recuento, de ventanilla a ventanilla, para cerciorarse si faltaban personas. Pero a poco andar los efectivos retomaron la persecución y requisaron la mayor parte de los vehículos. Mientras algunos enterraban el cuerpo, una delegación de militantes sociales se dirigió a la Comisaría 12 en Ludueña, donde les informaron que “Micha” Pereira había sido trasladado al Hospital Carrasco y desde ahí al Hospital de Emergencias Clemente Álvarez (HECA). El comisario de la 12 mostró su desconcierto por lo ocurrido, dando a entender que la orden partió desde más arriba. Para entonces se había dado intervención al Servicio Público Provincial de la Defensa  Penal, al Ministerio de Seguridad provincial, y a la fiscalía de turno.

En la guardia del HECA, la policía utilizó un viejo recurso frente a militantes y familiares: mentir sobre una supuesta condición de incomunicado de Micha. Por la tarde la fiscalía interviniente se ocuparía de aclarar que nunca dictaminó esa medida; y se comprometió a que a partir de ese momento el joven sería incluido en el Programa de Protección a Testigos del Ministerio de Justicia de la Nación. De todos modos, imputó a Pereira por tenencia de arma de fuego, aunque sin privarlo de su libertad. Por el momento Michael “Micha” Pereira continúa internado a raíz de una complicación en la herida que la causó el impacto de una 9mm. Posiblemente requiera ser operado. Al otro joven detenido, lo dejaron en libertad aunque con una imputación judicial similar.

En la noche del domingo, soldaditos volvieron a amenazar a la familia de Kevin. El mensaje fue claro: poner fin a las acusaciones en las redes sociales y en los medios porque lo pagarían con más sangre. Desde el sábado, unos transas maerodean la casa de la madre de Micha Pereira y preguntan por el joven. La tensa calma del barrio parece a punto de volver a quebrarse.

todo el poder a los ratis

Hasta el momento solo hubo un pronunciamiento por parte del gobierno provincial. El Secretario de Seguridad Maximiliano Pullaro dijo "que nuestra policía hizo lo que tenía o lo que debía hacer o lo que la ley le ordena en función de flagrancia latente, teniendo en cuenta que había disparos de arma de fuego en la calle". Cerrar filas en un año electoral parece ser la consigna. Y no obstruir desde la política la acción de la policía, como expresó el dirigente radical en una declaración anterior. En síntesis, un elogio del autogobierno de las fuerzas de seguridad. Hacer de la incapacidad virtud.

El aumento de la violencia institucional se inscribe en la explícita voluntad del gobernador Miguel Lifschitz de dar respuesta a la demandas represivas y punitivistas surgidas en las multitudinarias manifestaciones contra la inseguridad acontecidas a lo largo de 2016 bajo el lema “Rosario Sangra”. Para el socialismo parece jugarse allí sus flacas chances de retener la provincia frente al avance del PRO.

Este mismo fin de semana, en paralelo a los violentos operativos contra el cortejo fúnebre que se disponía a despedir a Kevin, el ex-ministro de gobierno y actual presidente del bloque de diputados del socialismo, Rubén Galassi, ratificó la decisión de reformar el Código Procesal Penal, presentado por el senador radical Lisandro Enricco en el 2016. Entre las principales reformas se encuentra la extensión del plazo de detención sin necesidad de notificar al juez de 48 a 96 horas, la flexibilización de las condiciones para llevar a cabo allanamientos, ampliando los márgenes horarios de ejecución que podrán realizarse durante las 24 horas del día (actualmente es de 8 a 20), y la obligación policial de detener a personas en condición de flagrancia, entre otras.

Mientras tanto, a nivel nacional proliferan las buenas noticias. Según la Ministra de Seguridad Patricia Bullrich, “en Santa Fe los resultados están a la vista. Aunque la gente aún no lo pueda ver, la situación está mejor en la provincia”.

Para los estándares aceptados de la gobernabilidad contemporánea los pibes de los barrios periféricos no son ciudadanos. El Estado no considera una obligación garantizar sus vidas. Por el contrario, los percibe como agudos promotores de peligrosidad pública. En estas condiciones, la predicción propuesta hace cuatro años en el film Ciudad del boom Ciudad del Bang por uno de los referentes sociales del barrio Ludueña, el mismo en el que mataron a Kevin, se convierte hoy en una posibilidad inminente: “el grado de violencia que está creciendo por debajo, en los barrios, en algún momento va a volver, y va a volver lamentablemente de la peor manera”.

Copete: 
Otro pibe fue sepultado por las balas de una conflictividad que penetra las periferias urbanas, desatando una violencia indomable y una naturalización bárbara. La policía no sólo escatima cualquier atisbo de justicia, sino que reprime alevosamente la ceremonia de dolor de una comunidad desmadrada. Y balea al único testigo del crimen. Los medios y las instituciones encubren. Rosario arde.
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el aguante de los inmaduros / barrios estallados / rosario
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Comisión Investigadora de la Violencia en los Territorios
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la cgt de la clase media

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Hace frío. El cielo parece una placa de mármol sobre las calles empedradas de Caballito. Un hombre con un doctorado en París acaricia entre los dedos un cigarrillo apagado y grita conceptos que el viento de este mayo glaciar se lleva entre las torres en construcción de Puán y José Bonifacio. Los estudiantes escuchan con la cara semi hundida en las bufandas, alguno apura la birome, los bancos de caño pintados de beige renguean sobre los adoquines desparejos. En las veredas están los manteros de libros usados y estoy yo, que todavía no sé si tomo el parcial en el aula o en la calle. Ya estuve ahí, ya asistí a una “clase pública”, ya saboreé el frío, la acústica tortuosa, la mirada entre piadosa y fastidiada de los vecinos de avenida Pedro Goyena o del Barrio Inglés que pasan a tomar un cortado de tres euros en el Café Sócrates de la esquina. Fue como alumno, en el año 99 o 2000, ya no me acuerdo. Desde entonces pasó mucho tiempo. 

En aquellos años la Argentina encaraba con cobardía y negación la larga agonía de la convertibilidad. Insistía en darle de comer a esa mascota muerta sacando dinero de cualquier agujero mugroso que encontrara. La Universidad era uno de ellos. Roque Fernández y Machinea se turnaron en congelar las partidas mientras se amontonaban los docentes ad honorem y los edificios reventados. Cuando con eso no bastó, López Murphy decidió reducir el presupuesto e, incluso, arancelarlas. Las universidades se manifestaron con un apagón, los Consejos Directivos de las Facultades de Filosofía y Letras y Ciencias Sociales se acantonaron y comenzaron las tomas. 
Por entonces yo cursaba Historia Medieval a las siete de la mañana, luego de casi dos horas de viaje desde el segundo cordón del conurbano, dos horas recorridas sin saber con qué me iba a encontrar. Persiana verde baja, alumnos apiñados en las veredas y Horacio Botalla, mi profesor, puteando en silencio con las manos en los bolsillos: él también había madrugado para encontrarse con la facultad tomada. Cuando la toma se levantó, llegó el paro del personal no docente, la basura se acumulaba en los rincones mientras Hilda Sábato se quejaba del olor y las agrupaciones trotskistas acusaban a una dirigente maoísta de haber carnereado el paro por pasar un escobillón. Recuerdo entrar a una clase de cinco alumnos a las nueve de la noche mientras tres chicos que pedían limosna por las aulas jugaban en el pasillo con una pelota fabricada con bollos de afiches y volantes. Al salir de la clase vi a uno de los nenes dormir sobre una pila mullida de papeles en un rincón.

•••

Finalmente, el parcial se toma en el pasillo, una salida intermedia entre el frío de la calle y el descompromiso del aula. Repartimos las consignas entre los estudiantes, estamos todos pálidos y ojerosos: ellos tuvieron que estudiar a Hobbes y a Maquiavelo sin saber si iba a haber parcial, si iba a haber clases, si iba a haber aula; nosotros intercambiamos mails febriles hasta último momento para saber qué hacíamos. Ofrecí una alternativa lapidaria: o dar clase con total normalidad para preservar el orden de la cursada o levantar todo el curso por tiempo indeterminado y así obligar al alumnado a unirse a la lucha. Orden total o revuelta y compromiso, Hobbes o Maquiavelo, sin medias tintas. Por supuesto que nadie tomó en serio mi mail, los otros miembros de la cátedra son personas sensatas. 

En medio del parcial llega un emisario corpulento y lacónico del personal no docente a decirnos que nuestra clase de pasillo obstruye al “personal, que quiere pasar a trabajar”. Abrimos un corredor no docente entre la masa dócil de estudiantes en medio del estrés del examen. ¿Cómo verán ellos el conflicto? La mayoría son ingresantes a la carrera. ¿Les preocupa algo más que el parcial, la clase, la nota? ¿Cuántos niveles de responsabilidad está dispuesta a identificar una persona que viaja dos horas para encontrarse con una persiana verde o un incómodo parcial en el pasillo? ¿Cuántos niveles de responsabilidad estaba dispuesto a ver yo en el año 99 o 2000? No lo recuerdo. El gobierno siempre es malo, se sabe. Igual que el capitalismo. Pero verdades tan grandes a veces sirven de poco. Tras el odioso rostro de López Murphy estaba la muerte inminente de un modelo económico.

¿Qué estará muriendo y qué estará naciendo ahora?

¿Y qué hay debajo de ese gobierno? En los años noventa los docentes necesitaban más de un cuatrimestre para arrancarnos de la cabeza el concepto “la gente” que traíamos de nuestras mesas familiares al calor de la TV. Hoy casi no se escucha esa palabra en los pasillos de la facultad, pero no falta el estudiante que pregunta si Solón, el reformador ateniense del siglo VI a. C., estaba “del lado de la oligarquía o del pueblo” (los egresados de colegios católicos a veces prefieren hablar de “las personas”). Dieciséis años no pasan en vano, aunque “el pueblo” no es algo que aparezca con solo invocar su nombre. Varios estudiantes del pueblo preguntan si “se van a recuperar las clases perdidas por el paro”.

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Las tomas del 99 o 2000 quedaron eclipsadas por los años que siguieron. López Murphy debió irse, derrotado, y el año académico de 2001 comenzó con Cavallo al frente del Ministerio de Economía y con los docentes señalando, con un sentido de humor apocalíptico, que la convertibilidad tenía los días contados. Por esos meses mi viejo perdió el laburo en la fábrica y yo alternaba las clases de José E. Burucúa con entrevistas en agencias de trabajo en busca de algún contrato basura. Nunca me llamaron. El 20 de diciembre de 2001 tenía que dar el final de Historia Moderna, había preparado como tema “La burguesía durante la Revolución Francesa”. Al llegar, el edificio estaba previsiblemente tomado. 

En 2002 la facultad me dio una beca de ayuda económica con la que pude terminar de cursar. Al año siguiente terminé de dar mis exámenes y entré a trabajar en la misma UBA como docente ad honorem. A fin de año, el titular de cátedra me llamó para decirme que pasara por la Oficina de Personal a buscar mis recibos de sueldo: había estado cobrando una renta docente todo el año y no lo sabía. Depositaban el sueldo sin avisarme.

Entre 2001 y 2014 el salario promedio de los docentes universitarios se recompuso un 56 por ciento, luego del bajón del 30 por ciento de los años 2001-2002. En ese período se sumaron casi 400 mil estudiantes y la cantidad de egresados subió de 65 mil a 109 mil, un 68 por ciento. Hoy hay 47 universidades nacionales y 1.700.000 estudiantes universitarios, el 4,3 por ciento de la población, un 70 por ciento de los cuales no son hijos de universitarios. 

Finalmente, pude dar el final de Historia Moderna el 26 de diciembre de 2001. Éramos decenas de alumnos y Burucúa los escuchaba dar examen a uno por uno, transpirando el verano del fin del mundo y fumando pipa. Todavía se podía fumar en las aulas. Me saqué un 10 (diez). Presidencia Rodríguez Saa.

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En 2010 volvió a haber tomas en la UBA. Esta vez fueron las agrupaciones estudiantiles de Ciencias Sociales, Filosofía y Letras e Ingeniería. En Filosofía y Letras el conflicto comenzó como una manifestación de solidaridad con los estudiantes secundarios de la Ciudad de Buenos Aires en lucha por los problemas de infraestructura de sus colegios, con miras a confluir en la marcha homenaje a 34 años de La Noche de los Lápices. Luego devino en una protesta por los problemas edilicios de la propia facultad y el reclamo por un nuevo edificio, “ya que el actual de la calle Puán no da abasto para albergar el crecimiento de la matrícula de la carrera, que se triplicó en los últimos años".

La vieja empaquetadora de Nobleza Picardo reconvertida en Facultad de Filosofía y Letras había absorbido el crecimiento vegetativo de estudiantes a su particular manera: proliferaron las cátedras paralelas al tiempo que el espacio interno del edificio fue una y otra vez subdividido con paredes de ladrillo hueco que avanzaban sobre aulas y pasillos para dar origen a nuevas aulas, con una ventana y dos tubos fluorescentes, donde se agolparían los nuevos estudiantes del primer y segundo cordón del conurbano a los que la expansión sojera y las políticas de redistribución del ingreso vía subsidios les habían dado una oportunidad académica.

En Sociales, la agrupación Prisma instaló un comedor estudiantil como “primera victoria en el proceso de lucha” en medio de denuncias de “destrozos” por parte de las autoridades. En Filosofía y Letras, la toma incluyó impedir las sesiones del Consejo Directivo y, entre los reclamos edilicios, figuraba el de “una terraza para los estudiantes, con comedor y guardería”.

Ese 2010 concursé mi cargo docente y, sinceramente, me fastidié con las clases perdidas y la retórica inflamada de las agrupaciones. La toma se levantó, Sociales se mudó a su nuevo edificio único y Filosofía y Letras vio, desde su vieja empaquetadora de cigarrillos, cómo caía la matrícula, en gran medida debido a las nuevas universidades del conurbano, que cobijaban a muchos de esos alumnos que hasta entonces viajaban dos horas hasta Puán 480.

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Durante todos estos años el Consejo Interuniversitario Nacional y el rectorado de la UBA estuvieron en manos de una corporación pluralista, con fuerte presencia de radicales pragmáticos, sin grandes grietas con el gobierno kirchnerista. El triunfo de Macri trajo tanto un reencuentro con los correligionarios radicales a los que Cambiemos les asignó la Secretaría de Políticas Universitarias, como la preocupación por el enfoque tecnocrático del PRO, al que le sobran universidades en su Excel amarillo. Alejandro Grimson, en una columna publicada el 13 de mayo en Página 12, comenta que, a fines de abril, un funcionario del Ministerio de Educación y, ahora, Deporte, habló ante algunos rectores del “crecimiento excesivo”, la “calidad relajada”, la “discrecionalidad en el manejo de recursos” de un “sistema pervertido” en el que “se han creado carreras a troche y moche”, y remató con un estribillo de época: “Hubo fiesta. Hay que apagar la música, arremangarse y ponerse a trabajar”. 

El ajuste por inflación y el aumento de las tarifas recorre la espina dorsal de la sociedad como una descarga eléctrica y la Universidad pública, una de sus vértebras más grandes, viejas y frágiles, siente el shock. El gobierno ejecutó sin cambios los 50.300 millones de pesos que el presupuesto nacional asignó el año pasado a las universidades en medio de aumentos de servicios del 327 por ciento en la luz, 249 por ciento en el agua y 143 por ciento en el gas. Las autoridades de la UBA, por su parte, aprobaron un presupuesto sin aumento alguno: la partida de "gastos operativos", que fue de 651 millones para 2015, preve 660 millones para este año cuando solo en electricidad los gastos pasarán de 19 a 84 millones de pesos. Otro punto de reclamo son los sueldos de los profesores. Como viene pasando desde hace unos años, las paritarias docentes quedan atrás del costo de vida: Esteban Bullrich ofrece un aumento del 31,6 por ciento a pagar en tres tramos, el primero de los cuales rondaría el 15 por ciento y el último se pagaría en enero de 2017.

Cuenta la leyenda que la plaza Houssay, parquizada entre 1975 y 1980 e inaugurada por el brigadier Cacciatore, fue especialmente diseñada “sin centro” espacial para evitar concentraciones estudiantiles. Luego de una semana de paros y tomas, las autoridades, docentes y estudiantes, como desde hace más de treinta años, se congregaron en plaza Houssay y marcharon desde allí hasta la plaza Rodríguez Peña frente al Ministerio de Educación. Los dirigentes de las seis federaciones docentes leyeron allí un documento reclamando recomposición salarial y aumento de presupuesto universitario para recuperar lo perdido por la devaluación, la inflación y los tarifazos, cumplimiento de los convenios colectivos de trabajo, boleto educativo universal y gratuito y más becas estudiantiles.

En medio de las negociaciones el gobierno anunció un partida extraordinaria de 500 millones de pesos, para gastos operativos, bajo promesa de austeridad y con destino incierto que, en el mejor de los casos, permitiría un funcionamiento mínimo hasta mediados de año. El jueves 19 de mayo se anunció con bombos y platillos un acuerdo por un aumento global del 35 por ciento en tres cuotas entre mayo y diciembre, la primera de las cuales será del 18 por ciento.

La política de tanteo, ensayo y marcha atrás del gobierno deja cada número negociado en suspenso, bajo la convicción de que una nueva devaluación puede ajustar todo lo logrado. En el extenso paisaje de una comunidad universitaria que creció sobre el territorio y la sociedad, hay universidades que administran mejor y peor, universidades que negocian mejor y peor, universidades que le caen mejor y peor al gobierno.

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Una semana después del parcial en el pasillo vuelvo a dar clases pero no puedo. No es una toma ni un paro: es una mesa de examen a la que le asignaron mi aula y tiene prioridad sobre la clase. En el Departamento Docente me dicen que no hay más aulas y apelo a la más sincera de las pasiones universitarias: la queja. Digo que ya perdí muchas clases, que los estudiantes viajaron hasta aquí, que la educación pública. Quizá para callarme de una vez me ofrecen una solución de emergencia: dar la clase en la sala del Consejo Directivo, que estaba por desocuparse. 

Entramos con los estudiantes al recinto sagrado y nos acomodamos alrededor de la gran mesa de madera pulida, con las medialunas sobrantes de la última sesión, bajo los retratos al óleo de Miguel Cané y Esteban Echeverría. Hablo sin parar, me interrumpen, me preguntan, pregunto, defendemos a Adam Smith por izquierda, criticamos a Rousseau por derecha. Fue una clase normal, una buena clase. Liquidamos las medialunas y, luego de que los estudiantes desocupan el salón, saludo a Cané por la escena de las sandías robadas en Juvenilia, y a Echeverría por la violación en El Matadero. 

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En el imaginario argentino, la UBA es la CGT de la clase media: una corporación semiautónoma, orgullo de sus representados, monumento de una Argentina inclusiva que alcanzaba con su musculoso abrazo corporativo a casi todas las clases sociales, dolor de cabeza de todos los gobiernos que vinieron a administrar la escasez posterior. La Facultad de Filosofía y Letras, en especial, parece específicamente diseñada para poner a prueba los nervios del meritócrata de mercado: con sus partidas estatales, con sus actividades tan difíciles de medir según la rentabilidad, con su edificio espantoso enclavado en el corazón de un barrio de creciente valoración inmobiliaria, con sus profesores marxistas y sus estudiantes de morral fumando en el patio. 

Con todo, lo que más duele de la Universidad pública, creada por Rivadavia y floreciente bajo Roca y Frondizi, es que se haya consagrado como el palacio derruido del país que nuestras élites soñaron, perdieron y jamás lograron reconstruir, ni con la vuelta al orden del 76 ni con la vuelta al mercado del 91. La mansión art noveau convertida en conventillo, el casco de la estancia fundida y abandonada, la postal de una derrota que los obliga a dar vuelta la cara, pero que está viva, que produce saberes, que consume recursos, que ensucia sus esquinas con huevazos de graduados, posters de Mariano Ferreyra y manteros de libros usados. Que ocupa parte del espacio de hegemonía intelectual que los ganadores de la nueva Argentina aún no pudieron conquistar con sus manuales de management y sus periodistas justicieros. Inútil explicarles que tras el boom sojero está Agronomía; tras el marketing y RRHH, Sociales; tras Nordelta, FADU. Inútil decirles que tras los bastiones de su universo eficientista están los saberes que producen estos edificios deficitarios y vetustos de cemento alisado y algún resto de mármol de años mejores. El modernista for dummies preferiría el mismo saber en otro packaging, más limpio y liviano, blanco e intuitivo como un iPhone, y no esa colección de edificios de todos los estilos desparramada por la ciudad, llena de intelectuales rosqueros y jovencitos soberbios. Esa ciudadela amurallada, autónoma, gratuita y de ingreso irrestricto que, en medio del desierto amarillo de lo real, resguarda lo que quedó de aquella Argentina meritócrata que tenía un lugar para el hijo de un obrero del conurbano que viajara dos horas hasta una clase en Filosofía y Letras.

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crónica universitaria
Autor: 
Alejandro Galliano
Ilustrador: 
Nicolás Daniluk
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la conquista de los océanos azules

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E s un hombre amable, vehemente y de chispeantes ojos verde grisáseos, bautizado alguna vez por el ex secretario de Comercio Guillermo Moreno como “el oligarca bueno que calma a los empresarios”. También se hace llamar “el ingeniero almacenero”. Estamos frente a un empresario que rescató a La Anónima, una centenaria empresa enclenque y fragmentada por la proliferación familiar, asumió el control gerencial con la venia de su padre y, junto a sus hermanos Pablo y Oscar, la convirtió en el segundo supermercado de capitales nacionales más importante del país, al punto que cotizó a la empresa en tres mil millones de dólares cuando quisieron comprársela. Federico nos recibe en un enorme depósito de carga y distribución ubicado en Ituzaingó. Ya en su oficina, nos responde bajo la atenta y acaso orgullosa mirada de un enorme lienzo de su abuelo, Mauricio Braun Hamburger, nacido en Letonia en 1865, casado a los treinta años con Josefina Manuela Menéndez Behety. 

“Cuando yo entré en La Anónima en 1979 la empresa no vendía nada. Eran 265 personas, con once supermercados en nueve ciudades y perdía plata. Hoy somos doce mil, facturamos 150 veces más de lo que facturábamos en ese momento. Yo no me imaginaba para nada haciendo esto. Trabajé desde el 71 al 78 en otras empresas, nada que ver con la familia, o poco que ver. Y un hermano y un cuñado mío me convencieron que era una pena, porque nuestro padre tenía la principal minoría y la empresa tenía una marca y buena gente. Entonces yo dije: bueno, pruebo por un año como asesor de sistemas y si me gusta acepto el desafío”.

Hoy, además de los doce mil empleados, La Anónima tiene diez depósitos regionales, una enorme base de transferencias en el conurbano bonaerense, frigoríficos en Salto y en General Pico, un shopping en Neuquén y una tarjeta propia que, en combinación con el Banco Galicia —del cual los Braun tienen participación accionaria junto a los Ayerza y los Escasany—, emite 150 mil resúmenes por mes.

La sensación general es que el negocio del supermercadismo está muy cartelizado y que ustedes, con prácticas especulativas, contribuyen al crecimiento de la inflación.

—Eso es falso. El rubro no está nada cartelizado, la verdad que no. En ASU —la Asociación de Supermercadistas que congrega a las grandes cadenas nacionales e internacionales, presidida por Alfredo Coto y de la cual Braun es el vice— jamás se acordó un precio, ni siquiera pudimos organizarnos para hacerle frente al cartel de las tarjetas de crédito y débito, que hoy está muy presente, y evitar que nos impusiera sus reglas de juego. Hagamos un ejercicio: vos sacás a todos los supermercados, ¿qué pasa? Los precios van a subir y muchísimo. 

¿Pero están cartelizados o no?

—Primero, hay un montón de cadenas. En ASU estamos las grandes pero en la CAS (Cámara Argentina de Supermercados) están todas las otras. ¿Eso es monopólico? No. Se compite muchísimo más de lo que la gente cree. Un supermercado trabaja ocho mil productos, mínimo tiene dos mil proveedores, ¿me querés decir cómo nos ponemos de acuerdo con un competidor? No, lo que sí podemos es coincidir frente a un enemigo común, como pasa con algún sector de este gobierno. Hay una idea de copiar una ley ecuatoriana que se llama la Ley de la Góndola, un disparate total, entonces ahí sí nos juntamos para ver cómo se desincentiva esta idea. Al final creo que no va a pasar nada porque es un divague total.

¿Y en qué consiste?

—Entre otras cosas, en determinar que le tenes que dar el veinte por ciento de la superficie a productos autóctonos. Y si no, te pueden poner multas de hasta el diez por ciento de tu facturación anual. Pero si te ponen esa multa te vas, tomá las llaves, quedátelo. Es una idea que, dicen, fue de Prat-Gay. Otra cosa es intentar que los supermercados no tengan un poder muy fuerte. Con eso yo estoy de acuerdo. A nosotros nadie nos putea porque pagamos mal, nadie, y en cambio a otros sí.

Decís que el sector no está cartelizado pero hay menos competencia en tu zona fuerte, la Patagonia. Es la teoría de los oceános azules que La Anónima sostiene como modelo de negocios: cubrir amplias zonas de territorio donde la competencia no es tanta. 

—Sí y no. En casi todas las ciudades está Carrefour; en muchas, Walmart. También competimos con Cencosud —la compañía chilena que maneja Plaza Vea, Disco y Jumbo. Coto solamente está en Neuquén, Jumbo está en Neuquén y en Comodoro, pero en muchos casos hay cadenas locales bastante importantes. Yo te juro que esto no lo logré en base a ir a amenazar gente, no, es porque hicimos las inversiones que otros no hacían. En muchas ciudades, por ejemplo en Las Heras de la Provincia de Santa Cruz, pueblo petrolero, nos piden que vayamos porque les cambia la calidad de vida. Hasta ese momento, con un solo local, se hacía lo que hace cualquier comerciante del mundo, no es ser ni bueno ni malo, vende al mejor precio que puede. Como no estaba La Anónima vendían caro. Nuestra llegada le cambia la vida a los pueblos, bajan un diez o quince por ciento los precios, por lo menos, y se accede a un surtido que no existía antes.

las vaquitas voladoras

Libros y películas como La Patagonia rebelde o Los dueños de la tierra se dedicaron a relatar las relaciones de la familia Braun con el genocidio indígena en el siglo XIX. Menos se sabe sobre su historia en el siglo XX. Los hijos de Óscar Elías Braun Menéndez, hijo a su vez de Mauricio y padre de Federico, acompañaron la deriva de un país que se hacía cada vez más complejo y contradictorio. María fue esposa de José Nun; Oscar Jr. fue un economista cuyos análisis estructurales del capitalismo argentino y la conducta de la “burguesía nacional” se transformaron en bibliografía obligatoria de la izquierda peronista revolucionaria, al punto que llegó a pedir parte de su herencia y asesorar a Montoneros. Oscar Jr. murió en 1981, y su hijo Miguel, hoy Secretario de  Comercio y director de la Fundación Pensar, una oenegé de orientación neoliberal, heredó su vocación por la economía. Los hijos de Pablo (murió en 1984), Inés y Pablo Braun Ledesma, conservan participación en La Anónima y desarrollaron sus carreras en el ámbito cinematográfico y editorial. De hecho, Pablo es dueño de la librería y editorial Eterna Cadencia, y alma máter del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires. Los hijos de Federico, confeso admirador de la frugalidad de Sam Walton, fundador de Walmart, también combaron sus trayectorias empresariales: Nicolás ya es Gerente de Planeamiento de La Anónima; Tomás se quedó en el banco Galicia, mientras se coachea en Wall Street. Federico trabajó en el MALBA y en Tate Modern, para luego ser convocado por  Basavilbaso, ahora en la ANSES.

Los pequeños productores dicen que el margen de ganancia de ustedes es altísimo. 

—Que es alto, sí, es alto, pero está bien. Ahora si tu fuente de información es C5N y Navarro, y lo he escuchado, yo soy el tío de Miguel y soy un hijo de puta. Acá —señala unas carpetas anilladas sobre su escritorio— tengo una investigación recién salida del horno que demuestra que nuestra relación con los productores es buenísima, pero la verdad es penoso tener que explicar cosas elementales. 

Hubo una foto, que se viralizó, con el kilo de asado a 199 pesos en La Anónima.

—Sí, te lo explico muy simple, ese es asado con hueso y comprado localmente: la Patagonia es una zona libre de aftosa, o sea que tenés como una barrera sanitaria, que nosotros cumplimos y muchos no cumplen, de noche entran todas las vaquitas y bueno, lo que no puede entrar es el hueso. 

Vos decís que es una cuestión cultural, que la gente prefiere comer asado con hueso antes que lomo.

—Absolutamente. ¿Sabes quién lo entendió bien? Moreno. Lo entendió perfecto: al mismo asado con hueso en la provincia de Buenos Aires, en diciembre, nosotros lo pusimos a 69,90, cuando otras cadenas lo tenían a 140. Esto motivó que algunos funcionarios dijeran que los supermercados son poco menos que asesinos. Entonces la misma compañía que vende asado con hueso en la provincia de Buenos Aires a 79,90, que es lo que sale hoy, a un animal muy parecido lo vende a 220 en la Patagonia. Hay tipos que pasan de noche por la tranquera y se llenan de guita. Por eso te digo, es difícil el asado. En Liniers hoy debe estar a 35 pesos el kilo vivo de novillo. Cuando vos dejás la media res en el frigorífico, que es lo que se llama la faena, ya tuviste que tirar casi la mitad del animal, el 43 por ciento. Tenés que dividir el kilo vivo por 0,57 y te da el precio de la media res, esto es lo que llamamos el kilo gancho. Si el kilo vivo vale 34 pesos el animal y yo tengo que tirar el 43 por ciento, lo que me queda ya tiene que valer el doble: hoy el kilo gancho está a 64 pesos. Después tiene el desposte: la media res la descomponen en tantos cortes como sea posible, es un proceso industrial de envasado. Sumenle el IVA, los impuestos, no se olviden de los impuestos porque Argentina tiene una carga impositiva altísima y los costos laborales lo llevan a un costo de ochenta mangos, suponete. Si lo vendo a cien promedio yo gano el veinte por ciento y tuve que hacer una inversión enorme.

¿Y con las frutas?

—Con la fruta, vos creés que nosotros vamos y le compramos al tipo de la fruta. No, hay lo que se llama galpones de empaque, la fruta la tenés que limpiar, la tenés que pasar, la tenés que transportar, tenés que pagar Ingresos Brutos, que es el impuesto más bruto que hay porque se paga en cada eslabón de la cadena. Cada vez que pasa por mano a otra paga, paga, paga. Nosotros marcamos un cuarenta o cincuenta por ciento, depende del producto. Pero tenés mermas, imaginate una lechuga que se compró en Mendoza o en el Valle y que tiene que ir a Tierra del Fuego, lo que tiene de flete y de merma, de golpe hay cargamentos enteros que los tenés que tirar. Por eso ni siquiera me gusta tener que explicártelo. No soy malo, porque yo si pudiera lo vendería más caro.

En Juguetería trabajan con productos importados.

—¡Juguetería! ¡Buenísimo! Si en Argentina no importás el juguete vas muerto. ¿Vos te creés que el consumidor argentino estaría contento sin juguetes importados? En juguetes somos ineficientes con respecto a China, pero igual conviene el intercambio porque la ganancia está en que cada país exporta donde es más eficiente en términos relativos, exportando vacas por ejemplo, podés comprar muchos juguetes y salís ganando, y China que te exporte juguetes y te importe vacas. En Argentina vos escuchás las voces de los que siempre están afectados por la entrada de cualquier producto y te dicen importar es malo, y esto es una estupidez por lo que te acabo de decir. Eso no es lo mismo que aceptar el dumping, cuando algún país te vende debajo del costo está haciendo dumping y eso termina destruyendo a tu industria injustamente. Ahora, que vos importes un juguete que no se fabrica en Argentina: ¿está mal o está bien?

¿Y China no hace dumping por los costos laborales bajos que tiene?

—Con el acero sí, pero China ya no tiene costos laborales tan bajos, sí Vietnam. Pero lo que te decía al principio: la eficiencia, China es más eficiente. La Organización Mundial del Comercio fija reglas que te permiten saber si alguien está haciendo dumping y poner un arancel, prohibir la importación o lo que sea. Ahora bien cada país tiene que definir un poco las políticas. Teniendo la ineficiencia que tenemos si abrís totalmente la importación, bueno, vas a tener un treinta por ciento de desocupación y eso es inadmisible. La verdad yo también estoy en contra de eso. A mí no me gusta importar, trato de no hacerlo.

Se sabe que las Pymes padecen condiciones de negociación leoninas ante los supermercados. 

—Pero no por eso te pueden obligar a destinar el veinte por ciento de la superficie del supermercado. Nosotros lo hemos hecho a nivel provincias, en la Patagonia lo hemos hecho varias veces. Muchas veces los políticos quieren mostrar iniciativa entonces dicen yo obligo a La Anónima a hacer esto o aquello. En esos casos por lo general llegamos a un acuerdo para que pongamos unas góndolas con productos, en el caso de Chubut por ejemplo con productos textiles, pero al final no pasa nada, si el producto es caro o es malo no se compra. Yo cada vez me he hecho más liberal respecto de que el Estado no tiene que meterse en todo aquello que los privados  pueden hacer mejor. La seguridad tiene que ser monopolio del Estado y nadie discute eso en el mundo. En la Justicia, tiene que estar el monopolio en el Estado, yo no le puedo dar eso a un sector. ¿Pero el supermercado tiene que ser manejado por el Estado?

la distorsión  

China no solo es el país de la eficacia y las camperas baratas. También es, para Braun, una de los mayores responsables de que el "canal moderno" no se haya extendido todo lo que Argentina se merece. Mientras juguetea con sus anteojos y nos explica una y otra vez la ley de la oferta y la demanda, Federico va al grano. 

“Vos cruzás la cordillera y en Chile los grandes supermercados tienen un 70 por ciento del share de ventas, vas a Brasil y tienen 60 por ciento y vas a Ecuador igual. Acá en la década del noventa vinieron todos los grandes supermercados del mundo a competir, y eso fue bastante doloroso para los nacionales, pero ni ellos pudieron con los chinos. Carrefour factura cien veces más que nosotros y Walmart cuatrocientas. Todos mis amigos me decían “boludo vendé porque te van a romper el culo” y acá estoy treinta años después, vivito y entero. ¿Y sabés porqué? Porque ese poder que se supone que tienen los supermercados Walmart lo puede ejercer con una compañía americana pero cuando va a comprar fruta y verdura al Valle, ¿quién tiene más poder de compra? Nosotros. Tenemos los depósitos, porque esto es parte, esto que estás viendo, es una inversión en logística fenomenal, que es lo que nos hace mucho más eficientes que Carrefour y que Walmart, yo no tengo problemas para competir contra ellos.

Esa diferencia entre el 70 por ciento chileno y el 38 por ciento argentino de cartelización, ¿es un rasgo positivo de un mercado porque lo hace más competitivo o es un rasgo de subdesarrollo?

—Es una consecuencia de las malas prácticas de este país y sí, es un rasgo de subdesarrollo. Chile no está más cartelizado, hay más competidores y más grandes.

O sea que para vos que haya más share del mercado en mano de pequeños comerciantes no es un rasgo que ayuda al mercado.

—A ver, no lo ayuda si partimos de la base de que triunfe la eficiencia. Ahora, si no pagás impuestos cambia todo. El 38 por ciento incluye al canal moderno, y el chino no es moderno ni tampoco tradicional, es otra cosa. Por su naturaleza la cadena grande es mucho más eficiente, por el autoservicio, por el todo bajo el mismo techo y por su volumen y poder de compra. Por eso hubo un gran crecimiento en la década del noventa, y quienes perdieron cuando vino toda esa avanzada de supermercadismo fueron los pequeños, porque los supermercados crecían y los que caían eran los almacenes. Ahora, a partir del año 2001, con la crisis, los que emergieron no fueron los pequeños almacenes de nuevo, sino que todo fue influido por los chinos. Andá a Chile, cualquier pueblito perdido en la montaña, si salís y no te llevás la factura, el dueño sale y te dice llévate la factura, porque si cae un inspector y te ve a vos saliendo de acá sin la factura, lo matan. Acá en el interior del país nadie paga nada y acá los chinos no pagan, fíjate los papelitos que te dan, yo lo veo tan obvio. Si yo no pagara impuestos, sabés la guita que gano. Los chinos no pagan impuestos, compran mercadería robada, nosotros hemos visto mercadería con nuestra marca, con una marca nuestra en supermercados chinos. En un evento sobre el retail tuve que soportar a un profesor importante diciendo “ustedes, los supermercados, no han sabido interpretar las necesidades del consumidor de menores ingresos, como sí lo hacen los chinos”. A mí me explotaba la cabeza, pido la palabra y digo: si yo tengo el 21 por ciento de IVA, suponete que salga la mitad, el cinco por ciento de Ingresos Brutos, y ellos no pagan nada. Yo no puedo competir por más que compre bien.  

la verdadera batalla cultural 

El tiempo de la entrevista se agota y Federico Braun nos propone acompañarlo a bordo de su camioneta Volvo. Atravesamos la madeja de escritorios enchapados en melamina donde bullen el comercio y la libre competencia. A lo lejos, los interminables camiones con acoplado maniobran y atraviesan el dispositivo de carga que les permitirá dirigirse a los centros regionales de distribución. El chofer pasa a buscarnos y en pocos minutos estamos en la autopista. Braun dice que sus empleados son gente feliz. “Pagamos los mejores sueldos en cada uno de los lugares y están todos en blanco, lo cual en el interior es rarísimo, rarísimo, rarísimo, entonces los tipos están felices”. Pero él no está feliz con las organizaciones que representan a los empleados. 

O sea que ustedes no pueden vender más barato porque pagan impuestos y sueldos dignos.

—Uno: impuestos. Dos: gremios. Nosotros ahora tenemos dos gremios, Comercio y Camioneros. Todos los tipos que laburan en distribución están en el gremio de camioneros, pero como la ley le da derecho a Cavallieri por lo que se llama actividad principal, tuvimos que contratar una empresa de logística para pasarle nuestra gente para que Comercio no me pueda hacer un juicio. Las leyes acá son terroríficas. Hablo con pasión porque hoy lo llamé al tipo con el que tercerizamos en el año 2005, lo tuvimos que hacer porque si no Moyano nos paraba todo. Pablo Moyano nos dijo: "ustedes con Cavallieri tendrán un problema de carta documento, será un diferendo legal; yo te cruzo dos camiones y te paro la compañía". Empezamos a conversar, sí, porque si no: ¿vos qué creés que hubiera pasado?

Y... te iba a parar.

—Y además probablemente me rompía la cabeza a patadas. El mercado del trabajo es un mercado más. Justamente, cuanto más rígido lo hacés, que es el problema que tiene este país, más improductivo sos. Es un desastre lo que tenemos, no existe en ningún lugar del mundo

¿Por qué?

—¿“Caballo” Suárez te parece que ayuda a los empleados? ¿Que le hace bien al país? 

¿Entonces vos creés que el principal obstáculo para la modernización está en los sindicatos, creés que la principal oposición política son los sindicatos?

—Yo creo que Argentina es de una improductividad que nos va a llevar, que nos está llevando, a la ruina. El problema no es tanto el salario, que además acá ganan muy bien, pero suponete que ganen igual, el problema es que necesitás tres en lugar de uno, entonces si con tres perdés plata, con uno ganás plata. 

¿No quedaría gente sin trabajo?

—Sentate tranquilo sin prejuicios, con datos y papel, hacé la cuenta, una cuentita teórica. El tema es la productividad. Si yo con un obrero hago diez tornillos por hora, y con otro por el mismo sueldo hago veinte, eso es productividad. Argentina tiene que ganar productividad. Para los sindicatos todavía es un problema cuando hablás de productividad. Estamos manteniendo reuniones medio informales y te pasa eso, le decís: "por qué no nos sentamos a hablar de productividad, bajale el ausentismo, bajale el costo en las ART, bajar los feriados, yo no te toco el sueldo". Pero igual te dicen "no, me querés cagar".

¿Y cómo se supera ese gap entre productividad, eficacia y "me querés cagar"?

—No sé, se supera cuando llegás a las crisis terminales, cuando una fábrica cierra. 

Para terminar queríamos preguntarte por el conflicto que hubo en Rosario por el feriado dominical, donde percibimos una fuerte oposición de Coto y de Carrefour.

—¿Ustedes qué harían? ¿Se preguntarían qué quiere el empleado o qué quiere el papa, o se preguntarían por la justicia? Claro, si yo puedo no trabajar y que me paguen igual lo agarro, no soy boludo tampoco. El tema de los hipermercados en Rosario es que la competencia no cierra, otros negocios no cierran, y si entonces cierran los híper es una monstruosidad lo que pierden porque el domingo se consume mucho. 

¿Pero puntualmente del Feriado dominical en Rosario qué pensás?      

—Nosotros en algunos lugares hemos apoyado, porque me conviene a mí. Yo sí voy a vender lo mismo, si todos cierran no me molesta. Supongamos que soy monopólico, no me molesta, al contrario. Pero hay diez mil supermercados chinos que no cierran los domingos. Nosotros competimos mucho más contra los chinos que contra Walmart que es la empresa más grande del mundo. Yo prefiero toda la vida que me digan mañana se cierran los supermercados chinos a que cierre Walmart.

Copete: 
Conoce al dedillo el mundo del retail, cree que los hipermercados son templos de la felicidad del pueblo y que la eficacia de las corporaciones es la madre del progreso. En esta entrevista, Federico Braun, el carismático dueño de los supermercados La Anónima, explica la esencia federal de su negocio, exige mayor productividad a los trabajadores y se entusiasma con un mundo donde la informalidad se haya convertido en una pesadilla pasajera.
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confederación general del consumo  / la ley de la góndola / entrevista a federico braun
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Autor: 
Hernán Vanoli
Alejandro Galliano
Fotógrafo: 
Santiago Cichero
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matar al tirano

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El 18 de febrero de 1977 la historia argentina tambaleó. Y casi hace crack. A las ocho y cuarenta de la mañana el avión presidencial Tango 02 comenzó el carreteo por el aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires. A bordo iban el jefe de estado Jorge Rafael Videla, el ministro de economía José Alfredo Martínez de Hoz, y otros importantes funcionarios de la dictadura militar. En el momento exacto del despegue estalló un potente explosivo ubicado debajo de la pista. La onda expansiva alcanzó a la aeronave que por un segundo titubeó. En ese instante el destino del país estuvo en suspenso.

Imaginemos que el ataque ejecutado por el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) hubiese sido exitoso. ¿Se hubiera desplomado la tiranía? ¿Habríamos tenido un porvenir mejor? ¿O hubieran asumido personajes más siniestros aún, y el saldo sería una mayor represión? ¿La vida de cuantos presos políticos hubiera costado la del grupo de pasajeros que esa mañana se dirigía a Bahía Blanca?

La aeronave prosiguió su vuelo sin sufrir averías de consideración, aunque tuvo que aterrizar minutos después en la base de Morón. Pronto se sabría que una carga explosiva más poderosa no había detonado. Era la última carta que le quedaba a la guerrilla de izquierda más grande de la Argentina. La llamaron Operación Gaviota. Hoy se cumplen cuarenta años de aquella acción que parece haber quedado en el olvido.

la previa

Erica y Pepe vivían juntos en un monoambiente de Recoleta. Calle Austria, cerca del Hospital Fernández. Fingían ser pareja pero eran combatientes del ERP. Ella trabajaba en un taller textil, él militaba a día completo. Ella tenía 26 años, de él no hemos podido conocer la identidad. El Proceso de Reorganización Nacional se encaminaba a cumplir su primer año en el poder. Estaba en su mejor momento. Y ya se sabía que era el gobierno más sangriento del siglo veinte.

Erica percibía que algunas cosas fuera de lo normal ocurrían en la vivienda, pero ambos estaban acostumbrados a no preguntar: “no hacía falta”. Con Pepe se conocían desde hacía bastante. Habían compartido muchas tareas. Pero esta vez ella no estaba involucrada. Un día llegó al departamento y en el baño unas sogas colgaban del toallero, tipo arneses, muy mojadas. “Recuerdo que en ese momento imaginé que Pepe estaba en preparativos de alguna actividad importante, pero nos conocíamos bien y no había necesidad de hablar: no era cuestión de estar curioseando”. Además, Erica sabía que su compañero de piso planificaba hasta el detalle más mínimo. Era introvertido. Hablaba lo justo y necesario. Y pertenecía a la élite obrera metalúrgica, por lo que tenía conocimientos técnicos. “Trabajar con él daba seguridad. En las situaciones más difíciles y de mayores riesgos, donde los nervios carcomian el estómago, a Pepe no se le movía un pelo”.

El 17 de febrero de 1977, el Teniente Martín y un legendario cuadro de la Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez” que aquí llamaremos David, cenaron con Erica y Pepe en el departamento. Durante la comida compartieron una larga conversación. Los cuatro sentados en el suelo, en ronda. Con las cortinas apenas abiertas para observar la calle sin ser vistos desde afuera. Erica había perdido en 1974 a su hermano mayor y en 1975 a su compañero y amor. Ambos secuestrados por las fuerzas de seguridad del estado. Desaparecidos en democracia. Pero esa noche ella se sintió partícipe de una comunidad espiritual. Algo profundo la ligaba a ese trío de tipos fogueados.

Charlaron sobre “pájaros perdidos”. El Teniente Martín disertó sobre música clásica. El tipo conocía. A Pepe le gustaba el tango. Y se habló también de la situacion económica. De lo difícil que se estaba poniendo conseguir el sustento para las y los militantes que aún operaban en territorio argentino. Ni una sola referencia a lo que sucedería al día siguiente. “La única manera de no exponernos era no hablar más que cuando hacia falta hacerlo”, comenta Erica. Por una regla básica de la actividad esa noche no pintó el vino, para tristeza de Pepe que era buen tomador de tinto.

De repente escucharon voces de mando masculinas, gritos y el destello de reflectores. Alguien apagó la luz. Observaron por las rayitas de las persianas a medio cerrar. Justo abajo, en la puerta del edificio, se había instalado una pinza del ejército. Sobre Austria comenzaron a requisar los autos. Los guerrilleros permanecieron en la oscuridad, observando. No había salida de emergencia posible. Si se arrojaban por la una única ventana del departamento, caían dentro del jeep verde. Por suerte, en las arterias secundarias los retenes duraban poco tiempo pues los automovilistas al avisparse tomaban otro camino.

Luego del susto, Martín y David se quedaron a dormir. Aunque en el monoambiente había apenas un sofá con cama rebatible, una mesita, dos sillas, una estantería para libros, una kitchenette y el pequeño baño. A las siete de la mañana salieron los tres combatientes juntos. Se dirigieron a la Costanera.

Erica estaba en el taller cuando escuchó por la radio la noticia. Enseguida ató cabos y supo quiénes habían sido los actores. Deseó que los tres estuvieran a salvo. Pensó en las represalias que pudieran sufrir los miles de presos políticos que poblaban las cárceles de la tiranía. Y se apenó de que no hubiera salido bien la operación. Pero al mismo tiempo tuvo cierta sensación de alegría: aún el recodo más riesgoso del tardío repliegue, conservaban cierta capacidad de respuesta.

Un mes más tarde Rodolfo Walsh publicaría su Carta Abierta a la Junta Militar. En otro tono, y por otros métodos, aquella sí sería la última respuesta.

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idea original

La idea fue del Turco. La venía rumiando unas semanas atrás pero se decidió a proponerla el 19 de julio de 1976. Ese día los tres principales dirigentes del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), entre ellos mi padre que era el máximo referente del ERP, fueron secuestrados en Villa Martelli. Para muchos esa fue la señal de un fin de ciclo: el de la posibilidad de la revolución socialista en Argentina. Para el Turco fue el catalizador de una iniciativa que tal vez iba a modificar el curso de los acontecimientos. Había que sacudir el tablero.

Por una de esas circunstancias que el destino habilita y los conspiradores aprovechan, el Turco consiguió los planos donde se detalla la ubicación de los túneles del arroyo Maldonado que atraviesan en perpendicular al Aeroparque para desembocar en el río de La Plata. También adquirió un dato clave: las bocas de tormenta ubicadas en el perimetro de la estación aérea eran un foco de vulnerabilidad enemiga.

La nueva dirección del PRT, conformada entre otros por Alberto Merbilhá, Luis Mattini y Enrique Gorriarán Merlo, debatió la propuesta del Turco. Se trataba de una modalidad de ataque que no había sido utilizada por la organización en sus siete años de combate. Preferían evitar las maniobras con explosivos y las acciones que pudieran tildarse de terroristas, en las que suelen haber víctimas inocentes. Pero si en otras condiciones aparecían recursos alternativos, en la coyuntura en que se hallaban no había demasiada elección. Y no sería la primera vez que intentaban suplir con una salida militar las penurias en el plano político. Era un manotazo de ahogado.

El antecedente que estudiaron fue el golpe protagonizado por la organización vasca ETA contra el presidente de facto de España, almirante Luis Carrero Blanco, cuyo auto voló por los aires el 20 de diciembre de 1973 en Madrid. Como consecuencia, el régimen de Francisco Franco, quien para ese entonces agonizaba y había cedido el mando a su ala más fascista, profundizó su descomposición. Al mismo tiempo, la resistencia armada contra la dictadura incrementó considerablemente su influencia.

A cargo de la “Unidad Especial Benito Urteaga”, conformada para la ocasión, fue designado el Teniente Martín, un experimentado partisano, excelso pianista y experto en explosivos, a quien todos conocían como “la Tía”. Su nombre verdadero: Eduardo Miguel Streger. Mientras avanzaban los preparativos, se reunía periódicamente con el Turco para intercambiar detalles y criterios logísticos. El espesor de la pista del aeroparque alcanzaba el metro de hormigón extraduro. Para volarlo se requerían aproximadamente entre nueve y doce kilogramos de trotyl. Pero sería necesario mayor potencia para que la onda expansiva alcanzara al avión. La posibilidad de la interferencia eléctrica y radial los persuadió a descartar el uso de detonantes telecomandados y obligó al empleo de una extensa línea de cables resistentes a la humedad, más una fuente de energía, pequeña y portátil, pero de alto voltaje e intensidad.

Una discrepancia surgió cuando la Tía informó que pondrían dos cargas explosivas separadas entre sí por algunos metros. El fardo central tendría treinta kilos de trotyl y 35 de gelamón, incrustados debajo del centro de la pista. El segundo paquete se ubicaría en el borde del túnel, junto a una tapa de alcantarilla, con quince kilos de trotyl y unos cincuenta de gelamón. Las dos cargas estaban conectadas en paralelo a una línea principal de conducción eléctrica, cada una con tres detonantes y varios reforzadores. El Turco insitía en que instalaran sólo una. Le preocupaba que no funcionaran por simpatía. Para llevar a cabo su idea era preciso excavar al costado de uno de los túneles que tenían ocho metros de ancho. No fue posible.

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underground

Durante su larga experiencia en el monte tucumano David se había destacado como un tipo serio, incluso circunspecto, a veces obsesivo. Era de los que no se tomaba el asunto a la ligera. Los tres elegidos para ejecutar la Operación Gaviota compartían similares rasgos. Ninguno quería ser un héroe. Priorizaban la eficacia en la tarea a cualquier otra consideración, por trascendente que fuera. Quizás por eso Gorriarán Merlo seleccionó al trío. Porque no se parecían demasiado a él. “El Pelado” Gorriarán para ese entonces formaba parte del Estado Mayor del ERP y sería el encargado de planificar la acción en sus aspectos logísticos, de inteligencia y también en lo operativo.

Una noche de septiembre del 76, la Tía y David descendieron por primera vez al Arroyo Maldonado, a través de una boca de tormenta ubicada en la zona de Floresta. Para que nadie los pillara utilizaron una furgoneta Citroên 2CV desfondada en su parte trasera. “Bajamos valiéndonos de sogas con nudos de muy difícil manejo —cuenta David. Y nos encontramos con una obra de ingeniería majestuosa. Un paisaje propio de un film de ficción. Lo que más me llamó la atención fue el arroyo: un mísero hilo de agua que no ameritaba semejante construcción faraónica”.

Con la ayuda de los mapas cloacales provistos por el Turco y a través de expediciones periódicas, fueron avanzando en el reconocimiento del arroyo entubado. Pepe hacía las veces de chofer. “A medida que nos internábamos el nivel del agua crecía. También aumentaban los desagües que otorgaban a los fluidos una creciente polución y un olor nauseabundo. Hacia los primeros días de octubre ya andábamos cerca de la Avenida Córdoba, a la altura de Palermo. En las paredes aparecían conductos de diferentes diámetros que se diseminaban en todas direcciones. El agua llegaba al metro de profundidad y la locomoción se hacía muy lenta. Una jornada, cuando emprendíamos el retorno, quedamos asombrados por el brillo de una gran piedra adosada a la pared. Al acercarnos vimos un rayo de luz proveniente del exterior. En realidad, era otra boca de entrada totalmente cubierta por desechos. El descubrimiento facilitaba sensiblemente el traslado de materiales y acortaba las distancias”.

Antes de volver a sumergirse en las bóvedas del Maldonado fueron a una tienda de artículos de buceo. Allí compraron un bote de goma y una linterna sumergible. Estuvieron a punto de aprovicionarse con trajes de vinilo, máscaras y tubos de oxígeno, pero les pareció una exageración. A la noche estrenaron el nuevo acceso con la barca a cuestas. Mientras recuerda, David parece transportado: “Amanecía cuando llegamos a Puente Pacífico. El paso de los trenes era ensordecedor. Para atravesar la Avenida del Libertador tuvimos que remar vigorosamente y atarnos con cuerdas porque la corriente se tornaba amenazante. Finalmente nos asomamos a la Costanera. Ese día determinamos el lugar donde serían instalados los explosivos”. En la próxima penetración iban a comenzar el acarreo de materiales.

Pero cuando se preparaban para regresar fueron sorprendidos por un aguacero. Y cundió la alarma, porque la crecida del arroyo los podía llegar a sepultar en el Río de La Plata. “Hubo que exigir los brazos hasta casi quebrarlos. Contener la angustia. Debíamos llegar de inmediato a la salida de la calle Córdoba. Cuando lo logramos, la boca estaba casi cubierta por el torrente subterráneo. Tal era la urgencia que tuvimos que dejar el bote atado y trepar desesperadamente por entre la marea que se abalanzaba sobre el túnel”. Una vez en la superficie, jadeante, David dijo: “¿te imaginás lo que hubiera sido morir ahogados en una alcantarilla?”. Rieron como hacía rato no reían.

A los pocos días volvieron a bajar. La pequeña embarcación permanecía intacta donde la habían aparcado. Tocaba ingresar con los cables sumergibles. “El rollo era tan largo que debimos realizar tres viajes. Lo fijamos con grampas a las paredes de cemento. En el lugar donde debíamos apostar los explosivos el agua alcanzaba dos metros de profundidad. Por un descuido se me cayó la linterna al fondo del acueducto. La Tía reaccionó inmediatamente y se zambulló en el líquido viscoso. Cuando regresó al bote con la preciada luz su cuerpo estaba íntegramente cubierto de negro aceite”.

En la siguiente jornada descargaron los explosivos. Para garantizar la seguridad de los movimientos fingieron un robo en una propiedad aledaña a la boca de tormenta. Los primeros días de noviembre los casi doscientos kilos de dinamita habían sido ubicados bajo la pista del Aeroparque Jorge Newbery. Para aislarlos de la humedad fueron atados con cuerdas en los techos del Maldonado y envueltos con material sintético. Por esos días el presidente Jorge Rafael Videla regresaba de Mendoza y declaraba que “la crisis no ha terminado todavía”. Esos viajes eran relojeados minuciosamente por la inteligencia guerrillera.

el impasse

¿Por qué, si el dispositivo estuvo listo en noviembre de 1976, la acción fue ejecutada recién a mediados de febrero del año siguiente? Eduardo Sguiglia publicó en 2014 la novela Los cuerpos y las sombras. Una de las tramas que le aporta suspenso a la narración es la Operación Gaviota. En la contratapa dice que el libro está basado en hechos reales.

En una larga velada en torno a una parrilla entre dos setentistas que se reencuentran tres décadas después, el comensal le cuenta al asador los pormenores del atentado contra Videla. Ernesto se llama el sobreviviente, que confiesa haber participado de la acción. Durante sus peripecias militantes se enamoró de la Petisa Raquel, que antes del golpe fue detenida y puesta a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Hacía diez meses que la Petisa pasaba sus días en la cárcel de Devoto, junto a decenas de presas y presos políticos. Cuando los preparativos de la operación ya estaban avanzados, Ernesto fue sorprendido por un íntimo temor: si la intentona resultaba un éxito, su Petisa y tantos otros seres queridos pagarían los platos rotos. Ella estaba en manos de carniceros que no escatimarían crueldad en la venganza.

Siempre según la ficción, el combatiente trató de alejar como pudo el mal presentimiento de su mente, pero una tarde que debió entrar con la Tía y David a tender cables en los pasillos subterráneos, tuvo una extraña visión. Se había hecho de noche y debían esperar algunas horas para regresar al mundo real. “La Tía nos dijo, muy serio, que ascender a la superficie a esa hora podía ser muy peligroso, que era mucho mejor esperar a la mañana siguiente en el sitio donde amurábamos la balsa. El criterio era bastante sensato. Máxime como estaba operando la represión. Sin embargo, sus instrucciones aquella vez me contrariaron más que nunca”. Prosigue: “a esa hora, habrían sido las seis, la corriente del arroyo era firme y rápida y el aspecto del túnel, a medida que desaparecían los últimos chispazos de sol, se volvía tenebroso. Recuerdo que el ruido que hicieron unas maderas al chocar con otras porquerías que corrían por el desague me sobresaltó como si hubiera sido un cañonazo... Una neblina blanca, caliente, pegajosa, más perturbadora que la oscuridad, entró por el lado del río. Un rato más tarde, unas voces, unos quejidos tristes y fuertes, se colaron por algún lado del túnel y llegaron a nosotros. Para mí fue como si la neblina misma hubiese gritado. No me pareció un sueño. Lo sentí como una premonición... En ese momento caí en la cuenta de que estábamos solos, fuera del mundo, en ninguna parte, en ningún lugar. Me sentí ahogado, cansado, pensé que estaba arriesgando la vida de mi compañera y me quedé disgustado por la situación que tenía que vivir”.

Más adelante Ernesto cuenta que “cuando amaneció salí con la cabeza puesta en la Petisa... y nos los vi más. No los quise ver. Me fui a la mierda, pensando que aquellas horas habían sido las peores de mi vida”.

La anécdota le fue referida a Sguiglia por el protagonista de los hechos bajo la expresa solicitud de no revelar su identidad. A pesar de mis ruegos, el escritor se mantuvo leal a su promesa. La intervención de Ernesto en la novela concluye del siguiente modo: “La operación se tuvo que postergar varias semanas porque los compañeros, al no saber nada de mí, temieron que yo hubiese caído y los hubiera delatado. La fueron postergando hasta el límite de la vida útil que tenían los equipos y los cables que habíamos deplegado. Cuando recibieron mis noticias desde España, habían pasado más de dos meses”. 

día d

Habíamos quedado en que la Tía, David y Pepe salieron del departamento de la calle Austria antes del amanecer del 18 de febrero de 1977, rumbo a la Costanera. Allí se sumarían otros camaradas para participar en funciones secundarias.

En los días previos se dieron a conocer una serie de vuelos presidenciales a distintas provincias. Uno se suspende por lluvia y en otro los confabulados reaccionan tarde, perdiendo la ocasión. Cuesta controlar la ansiedad, pero finalmente llega la hora clave. Caía un viernes.

En total, unos diez partisanos intervienen en vivo y en directo de la acción. Pepe se instala en el aeropuerto; David observa desde el Velódromo ubicado en la calle Belisario Roldán, entre Figueroa Alcorta y las vías del ferrocarril Mitre; la Tía se hace cargo del tercer puesto, en los bosques de Palermo, cerca del Planetario. Él sería el encargado de pulsar el botón. Está acompañado por un doble que lo protege y, en caso de urgencia, debería reemplazarlo en la función de disparador. Entre las tres posiciones se comunican a través de walkies talkies. Otros guerrilleros caminan entre los árboles, en tareas de contención. Hay chóferes que están listos para garantizar la huída. A las ocho y cuarto todos están en sus puestos y el observador abre la comunicación con su jefe. La fuente eléctrica es conectada al circuito de disparo.

Meses de preparación, de esfuerzos y confabulaciones, se dirimen en pocos minutos. En las operaciones, dicen los que saben, el tiempo vuela. Lo que en el replay sucede en cámara lenta, en la realidad se escurre en segundos fugaces. El primer aviso es emitido desde Aeroparque a las ocho treinta: el Fokker F-28 ha comenzado a moverse. Cinco minutos más tarde hay una segunda señal: el avión se ubicó en la cabecera norte de la pista para decolar. Poco después llega el alerta definitivo: ha comenzado a carretear y se acerca al punto de referencia. ¡Fuego! Se escucha un estruendo sensacional. Una gran nube de humo y polvo. La nave trastabilla. Pero sigue su rumbo. “¡La puta madre!”, grita la Tía. Algo falló.

Cuando Liliana Teplitzky se enteró del atentado sintió un escalofrío en todo su cuerpo. Liliana, esposa de la Tía Streger, estaba presa en la cárcel de Devoto, a quince kilómetros del lugar de los hechos. “Sentí mucho miedo. Tal vez más que otras veces. ¡Tenía conciencia de rehén! Pero también sentí alegría. Y cierta cosita de orgullo. Y pena porque fallara. Me imaginaba a la Tía renegado y devanándose los sesos para descubrir en qué pudo equivocarse”.

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noticias de ayer

“Un vasto operativo de seguridad se montó después, cerrándose el Aeroparque para todo tipo de vuelos”, dice Clarín el 19 de febrero. El mismo matutino confirma que además de Videla y de José Alfredo Martínez de Hoz, viajaban en la aeronave “el Comandante del V Cuerpo del Ejército, general Osvaldo Azpitarte; el secretario general de la presidencia, general José Villarreal; el jefe de la casa militar, brigadier Oscar Caeiro; el secretario de Energía Guillermo Zubarán, y otros funcionarios”.

Según el informe emitido por el Departamento de Explosivos de la Superintendencia de Bomberos dependiente de la Policía Federal, el artefacto detonó “a unos ocho metros de la pista principal, hacia el lado noroeste, entre los rodajes 2 y 3. Como resultado de la explosión, fue factible comprobar la existencia de una pronunciada oquedad, a modo de cono invertido, de entre tres y cinco metros de diámetro, cuya onda mecánica produjo la rotura de dos vigas, losas, tapa y bóvedas del desague, como así también el levantamiento y remoción de la tierra, materiales estos que fueron proyectados a distancias considerables”.

El mismo reporte policial confirma que “el avión se encontraba a unos quince metros de altura... Se presume que éste pudo haber sido alcanzado por restos de materiales, proyectados a modo de esquirlas que bien pudieron impactar en el tercer tercio del fuselaje de la cubierta laminada”.

La inspección detectó otro artefacto explosivo que “se hallaba empotrado al techo del túnel junto a una columna, a la altura de la parte media la pista, asegurado mediante el empleo de cuatro sunchos de acero que fueron colocados con una pistola especial para fijar clavos en cemento armado”. Hasta hoy no ha sido posible determinar por qué razón esa carga principal no llegó a detonar.

La retirada de los atacantes se realizó sin inconvenientes. Pepe y sus compañeros volvieron a casa como cualquier día normal. David salió del velódromo en bici, como un ciclista más. La dictadura fue tomada por sorpresa y quedó desorientada. Pero la desazón cundió entre los revolucionarios. Para ellos había sido el golpe final.

El mismo 18 de febrero el ERP emitió un “Parte de guerra” reivindicando el atentado y explicitando “el objetivo de destruir el avión presidencial y al asesino Videla”. “Por causas de orden técnico no se logró el objetivo final”, dice la breve esquela.

Diez días más tarde, en la edición número 93 de Estrella Roja, órgano oficial del ERP, apareció una entrevista a un oficial guerrillero que participó de la acción: “el atentado al avión presidencial es seguramente una de las operaciones especiales de mayor complejidad hecha en nuestro país por revolucionarios”. Y agrega: “se operó prácticamente debajo de los bigotes de Videla durante muchos meses, manejándose los problemas de seguridad y enmascaramiento con total éxito”.

En abril, Pepe y el Turco se fueron al exilio. Eduardo Miguel Streger, la Tía, fue secuestrado el doce de mayo y continúa desaparecido. Erica salió del país en julio. David y el Pelado también lograron escapar.

la pregunta

El 20 de julio de 2014 Alemania celebró los setenta años de la Operación Valquiria, un atentado con explosivos organizado por un grupo de militares que quisieron matar a Hitler. En las solemnes recordaciones de aquel intento fallido, el actual presidente teutón, Joachim Gauck, otrora militante anticomunista en Alemania oriental, dijo que la efeméride resultaba significativa para la historia germana porque “fue a partir de ese legado que la nueva República Federal, al reconocer tardíamente el significado de la resistencia, fue capaz de adquirir legitimidad”.

También el campesino y carpintero Georg Elser intentó sin éxito acabar con el Führer, en 1939. De manera solitaria instaló una bomba de relojería en un enorme salón en el que se realizaban mitines políticos y donde Hitler iba a pronunciar un discurso. Pero el fundador del nazismo habló poco y se retiró antes de lo acostumbrado. El artefacto detonó quince minutos tarde y dejó un saldo de ocho muertos y varios heridos. Según un artículo publicado recientemente en Deutsche Welle, “el atentado cometido por ese valiente ciudadano dio lugar a malentendidos e interpretaciones diversas. Algunos opositores al régimen pensaban que habían sido los mismos nazis quienes organizaron el ataque a fin de fortalecer la creencia popular en un Hitler sobrehumano e invulnerable... Durante muchos años, su familia tuvo que defenderse de las acusaciones de que Georg Elser había sido un instrumento del poder nazi. Sólo décadas más tarde su acción fue reconocida como un acto heroico de resistencia individual contra un régimen inhumano. Hoy, Alemania cuenta con biografías, películas, un Premio Georg Elser al coraje civil, y varias calles, plazas y escuelas que llevan su nombre”.

Otro tiranicidio frustrado del siglo veinte tuvo como blanco a Augusto Pincochet. Aconteció el siete de septiembre de 1986 en el Cajón del Maipó, localidad serrana cerca de Santiago de Chile. Estuvo a cargo del comando “Los fusileros” del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Ese día el genocida volvió a nacer. Hace poco se cumplieron treinta años del suceso y el diario La Tercera de Chile difundió un exhaustivo reportaje especial, donde anuncian que está en proceso la filmación de una película sobre el atentado.

En Argentina prácticamente nadie habla de la Operación Gaviota. En uno de los países que más se ha ocupado de la memoria hay omisiones sintomáticas, agujeros negros que no atinamos a iluminar. Quizás sean episodios incómodos, que no proveen argumentos aleccionadores. Están al borde de lo tolerable, fueron protagonizados por héroes anónimos, y se resisten a la reivindicación fácil.

Matar al tirano es un acto que, en sí mismo, condensa los dilemas de la lucha revolucionaria que conmovió al siglo veinte. Hay hechos con tal fuerza expresiva que inhabilitan las valoraciones rápidas. Que se ubican mas allá de la disputa entre aprobación y condena. Y no admiten la repetición. Decisiones éticas que sumen a la moral ordinaria en la perplejidad. Tal vez haya llegado el tiempo de ir en busca de ciertas preguntas esenciales que hasta el momento no han encontrado respuestas.

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Copete: 
Hace cuarenta años Videla estuvo a punto de morir en un atentado. El avión que lo transportaba carreteaba por Aeroparque cuando fue alcanzado por una detonación subterránea. Junto a él iba Martínez de Hoz. La aeronave trastabilló pero logró remontar vuelo. Había fallado una segunda carga explosiva, que hubiera torcido el destino de la dictadura. La acción estuvo a cargo de un comando del ERP que no se daba por vencido ni aún vencido. Esta es la trama secreta de la Operación Gaviota, una historia para Hollywood.
Sección: 
Volanta: 
rescate emotivo / la última carta / operación gaviota
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Autor: 
Mario Santucho
Ilustrador: 
Nicolás Daniluk
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querido monstruo 

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Los malentendidos que componen el simpático encuentro de Beatriz Sarlo con la joven booktuber Juli Ferraro en un video promovido por el Ministerio de Cultura de la Nación, a propósito del treintagésimo aniversario de la muerte de Jorge Luis Borges, confluyen en un acuerdo fundamental: Borges hubiese sido un extraordinario booktuber. El video, y los usos de Borges desplegados por el macrismo, no pueden dejar de ser leídos como el natural corolario de una operación que el campo cultural en su conjunto viene sosteniendo desde hace al menos treinta años: la colocación de Borges en el centro del canon literario nacional de la recuperada democracia. Por medio de este laborioso movimiento, Borges terminó erigiéndose en una contracultura oficial de efectos normalizadores y muchas veces paralizantes para la literatura argentina. Esto no anula que el proyecto literario de Borges haya sido versátil, modesto y genial; más bien habla de las extasiadas y mistificadoras lecturas que Borges padece. 

Borges, un escritor oblicuo, empleado público y periodista por necesidad dado su origen social propio de una aristocracia decadente, pero jamás cultor de la marginalidad ni de la bohemia literaria, fue lentamente llevado al bronce y convertido en un tótem. No fue suficiente cierta veneración de parte del gran público, que sin leerlo se conformaba con sus ”frases geniales” y su figura de bibliotecario ciego, que Borges explotaba con picardía. Este trabajo de consagración institucional lo realizaron revolucionarios arrepentidos que pretendían contribuir a la cultura democrática, marginales seducidos por su retórica (Borges los hubiera despreciado: siempre tuvo una vocación mainstream y una elegancia distante, nada más pequeño burgués que el arte por el arte), formalistas trágicos pero a fin de cuentas confiados en la modernidad (tanto liberales como populistas, o incluso izquierdistas), y, principalmente, en un país subordinado como la Argentina, su consagración internacional. 

Antiborges, la compilación de textos llevada a cabo por Martín Lafforgue, es en este contexto un artefacto fascinante que permite recorrer los momentos de esa consagración: su temprana exaltación por un ala rezagada de la revista Les Temps Modernes en la década del cincuenta, su recuperación a contrapelo del boom de los sesenta por ciertas zonas de la intelectualidad europea que empezaban a cultivar credenciales de distinción y un cosmopolitismo tardío en base al culto a escritores raros de los confines de las ex colonias (este movimiento está cifrado en el Premio Formentor de 1961, que Borges comparte con Samuel Beckett), estructuralistas en los setentas, y postestructuralistas y derrideanos estadounidenses en los ochenta y los noventa. 

Pero el libro es mucho más que eso. También podría ser leído como un espinoso fascículo perdido de una teórica enciclopedia que, en lugar de versar sobre el universo, lo hiciera sobre el mismísimo Borges. Nutrido de un breve ensayo introductorio para cada capítulo donde se logra desarrollar el contexto histórico de las distintas formaciones que de una manera u otra atacaron al autor entre las décadas del veinte y del noventa, el libro funciona no solo como una biografía intelectual alucinada del gran escritor argentino, sino también como una arqueología de las relaciones que diferentes zonas del campo literario establecieron tanto con la poética antirrealista representada por Borges como con sus concepciones sobre la singular tarea que enfrenta un escritor posicionado en la periferia de la periferia literaria. Vale la pena contar el final: ninguno logra superar o trascender, ni por asomo, la programática desplegada en El escritor argentino y la tradición, de 1951. 

Si el lector sacudiera el libro como si se tratase de un mantel lleno de migas, las objeciones al proyecto borgeano podrían clasificarse en dos avenidas principales: aquellos que cuestionan su escritura por aburrida y antihumanista, aquellos que la condenan por razones políticas desde el nacionalismo o desde la izquierda. De estas dos grandes vías surgen todas las combinaciones posibles; es llamativo que casi no hay cuestionamientos a su ”calidad” literaria. De este modo, se da la curiosa paradoja de que Antiborges es una antología en la que nadie tiene razón aunque todos contribuyen con ramalazos de verdad histórica. Un relato policial sobre un asesinato que no se termina de consumar pero muestra una galería de sospechosos igualmente benditos y culpables. 

Muchos, como Adolfo Prieto en un libro de 1954 (Borges y la nueva generación, material proscripto y casi inconseguible), intentan comprenderlo como un producto de su tiempo. No sin cierta condescendencia, Borges tiende a ser leído como un emergente del ocaso de la Argentina alvearista donde cierto populismo pour la gallerie podía convivir con un proyecto económico elitista y agroexportador; esta alianza sería rota en el golpe del 1930 por la irrupción del nacionalismo, que Borges siempre abominó. Con matices e inflexiones la lectura se repite en los textos de Blas Matamoro y de Pedro Orgambide, que sin embargo, y en diferentes niveles y escalas, resaltan la complicidad personal y moral de Borges con las dictaduras militares genocidas, con el antiperonismo furioso y con el racismo. En una conversación desde la banda oriental con Carlos Real de Azúa y Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama toma una actitud más productiva. Sin descartar el lado reaccionario del Borges-personaje mediático, intenta retomar las innegables continuidades entre vida y obra de Borges a partir de la siguiente pregunta ”¿Cómo no ver en la dolorosa ambivalencia de la personalidad de Borges un melancólico reconocimiento de sus limitaciones y una equivocada búsqueda de compensaciones?”.  

En un texto de 1933, y en otra hermosa condensación, Ramón Doll señala que Borges ”habla como un español del siglo XVI que tratara de imitar a un compadrito porteño de 1900”. Esta observación, aunque colocada en las antípodas de la lectura borgeana desplegada en las magistrales clases de Ricardo Piglia, coincide con su hipótesis de que Borges es el mejor escritor argentino del siglo XIX. En ese orden de ideas, otro mito que Antiborges contribuye a derrumbar es aquel del Borges filósofo. Personajes tan opuestos como el padre Castellani y Juan José Sebreli desnudan su irracionalismo, sus limitaciones teóricas, sus parcialidades y sus recurrencias, aunque no dan en el clavo en la faena de caracterizar su particular tipo de antimodernismo. El padre Castellani, que compartiera con Borges un almuerzo junto a Jorge Rafael Videla, señala antes de acusarlo de agorafobia literaria: ”Esteta puro, maneja con misterio tres o cuatro sofismas viejos, siempre los mismos, teniendo habilidad para pulirles ya una, ya otra faceta: el eterno retorno, el problema del tiempo, la objeción de Zenón contra el movimiento, la objeción idealista a la realidad del conocimiento y del ser, la objeción maniquea. Ha sometido a esos sofismas al tratamiento estético, a una química poética. Eso sirve”. 

Pese a la arbitrariedad teológica que lo caracteriza, el nacionalismo popular fue certero al detectar las debilidades en la lectura borgeana del Martín Fierro. Sus escritores no se muestran muy dispuestos a disfrutar de las aporías y contradicciones que Borges instala en la antinomia entre civilización y barbarie, eje fundamental para leer a la literatura argentina (al menos hasta el siglo XXI). Por el contrario, son inclementes al señalar su versión mitrista de la historia. Hernández Arregui señala: "Lo que Borges niega en el Martín Fierro no son sus crímenes, sino su rebeldía social”. Incluso para el ulteriormente liberal Jorge Abelardo Ramos "No se trata de que Borges no sea patriota. Es patriota inglés, francés, alemán”. Para Arturo Jauretche, Borges es directamente el representante estético del Fondo Monetario Internacional. 

Al final, el libro presenta dos perlas. En un brevísimo texto publicado en Página/12 durante 1993, Juan Gelman desactiva toda la virulencia muchas veces moralista que atraviesa al libro recordando que Borges cultivó una particular variante del valor. Para ello evoca un momento en que llegó a desafiar a la dictadura tras firmar un petitorio de las Madres de Plaza de Mayo, y cita también su despedida a Julio Cortázar: ”Julio Cortázar ha sido condenado, o aprobado, por sus opciones políticas. Fuera de la ética, entiendo que las opiniones de un hombre suelen ser superficiales y efímeras”. Aunque Gelman intenta aplicarle el tono de la despedida al propio Borges, queda en claro que Borges ya había hecho esto antes, además de deslizar una valoración sobre Cortázar. En su brillante ”Borges y el nihilismo débil”, que cierra el volumen, Juan José Sebreli, además de leer como una prefiguración del camp a las historias de Bustos Domecq, realiza una impecable disección de la actitud de Borges hacia aquellos que quisieron colgarse de su obra para legitimar el formalismo literario y la experimentación. Sebreli cita a Borges: ”Hablar de experimentos literarios es hablar de ejercicios que han fracasado de una manera más o menos brillante, como las Soledades de Góngora o la obra de Joyce”. Y hay mucho más. 

Suele decirse que Borges ”anticipó” a la Internet, al giro lingüístico en los estudios culturales y a la reproductibilidad digital del arte. Más allá de estas lecturas saturadas de un progresismo que hubiera repugnado a un nostálgico como Borges, más allá de la pobreza de sus ”herederos”, de que su obra solo es leída como parte de cierto acervo universal de literatura kitsch, refinada y pretenciosamente culta para el consumo de suplementos culturales y universidades del occidente hastiado; más allá de su atolondrada y gozosa apropiación por la cultura oficial, su legado no es menor. Además de ”inventar procedimientos metaficcionales” que podrían ser rastreados en otros escritores menos sutiles que él, y de indagar detectivescamente en la fricción entre la realidad y su indeleble ingrediente ficcional, Borges desplegó estrategias de lectura, corte, montaje y confección subversiva (el Borges DJ) que permiten una relación desprejuiciada, iconoclasta y creativa hacia el saturante acervo de bienes culturales globalizados que su propia figura integra. Desgraciadamente o no, la mejor tradición borgeana se prolonga en sus finos hermeneutas políticos (por solo citar dos ejemplos, el trabajo de Beatriz Sarlo y las mencionadas clases de Ricardo Piglia), y se debilita hacia el absurdo en un arco de veneradores que desfilan entre la diletancia caduca del formalismo, la evocación nostálgica del genio y la militancia conservadora en la autonomía del arte. 

Cuando el progresismo y la derecha confluyen nos encontramos ante nudos complejos de creencias, tradiciones y reificaciones que merecen ser desmontados. Antiborges es una contribución fundamental para este trabajo, y también para la reconstrucción de la trayectoria de un autor que leyó la gramática del campo con temple de cirujano, que apostó y, superando sus limitaciones y las de su época, haciendo de necesidad virtud en base al talento, obtuvo, a la manera de los booktubers o de los héroes, una gloriosa victoria pírrica.      

Antiborges, de Martín Lafforgue (compilación y comentarios)

Javier Vergara Editor, 1999, 383 páginas.

Copete: 
Hernán Vanoli escribe sobre Antiborges, una compilación de Martín Lafforgue. 
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Autor: 
Hernán Vanoli
Ilustrador: 
Frank Vega
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el sueño de la patria chica

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El debate alrededor de la reforma de la Ley de Migraciones realizada por el gobierno de Mauricio Macri era innecesario en términos reales porque los datos no avalan la posición del Poder Ejecutivo: no es cierto que hayan aumentado los casos de inmigrantes que delinquen, pero el tema le suma votos en un año en el que aspira a lograr la mayoría parlamentaria.

La ministra de Seguridad Patricia Bullrich manipuló las cifras penitenciarias. Una y otra vez, la funcionaria repitió que, entre los detenidos por delitos vinculados con drogas, el 33 por ciento era extranjero. El CELS mostró que esos datos correspondían únicamente a las cárceles del Servicio Penitenciario Federal, porque si se tomara en cuenta la totalidad de presos en el país, resulta que la cifra de extranjeros detenidos por delitos de drogas se reduce al 17 por ciento. En números absolutos son apenas 1426 personas y, además, es una proporción que se ha mantenido estable en los últimos quince años. Hay que tomar en cuenta, además, que los extranjeros representan únicamente el 4.4 por ciento de la población total en la Argentina.

Si se desglosan los casos, se descubriría que muchos de los acusados o condenados son víctimas de las redes de explotación del narcotráfico: mujeres utilizadas como “mulas” para transportar drogas o pequeños vendedores. Los escalafones más bajos del millonario negocio.

Con su discurso, Bullrich alimentó el prejuicio de que “los extranjeros” vienen a quedarse para delinquir, principalmente en el negocio narco. ¿Cómo negarse a que se les complique el ingreso, la radicación; que se facilite su expulsión? Lo que muy pocos explican es que es una obviedad que en todos los países hay extranjeros detenidos por delitos relacionados con el narcotráfico: es un crimen transfronterizo, pero ¿en realidad es tan grave en Argentina? ¿Ameritaba cambios en la ley? No. Pero en la era de la post verdad, lo importante no son los hechos, los datos concretos, sino ideas basadas en falacias que calan hondo en las sociedades, que dispersan lugares comunes como “la gente quiere seguridad”.

En redes sociales, en los titulares de los medios, en comentarios de lectores, en programas de radio o televisión se pudieron leer o escuchar frases como: “Los inmigrantes delincuentes”, “¿Por qué delinquen los extranjeros?”, Deberían exigirle el triple de requisitos a los bolivianos”, “Hace 30 años Mendoza tenía gente muy hermosa trabajadora, ahora uno camina por el centro de las ciudades mendocinas y solo se ve gente enana, fea, morocha de mal aspecto”, "El paraguayo que viene a trabajar va a ser bien recibido, pero aquel que tiene malos antecedentes, ¿qué puede aportar a la Argentina?", “Seguimos importando extranjeros pobres”, “En otras épocas los inmigrantes venían a trabajar, ahora vienen a delinquir”.

En su gira mediática, la ministra de Seguridad reforzó la discriminación: "acá vienen ciudadanos peruanos y paraguayos y se terminan matando por el control de la droga… muchos ciudadanos paraguayos, bolivianos y peruanos se comprometen tanto sea como capitalistas o como ‘mulas’, como choferes o como parte de una cadena en los temas de narcotráfico".

La respuesta más enérgica provino del gobierno boliviano. El ministro de Gobierno, Carlos Romero, condenó“esta suerte de estigmatización contra nuestros compatriotas bolivianos que coincide con el discurso Trump, que es un discurso xenofóbico, en apariencia exacerbador de sentimientos patrioteros". No se quedó sólo en palabras. El presidente Evo Morales envió luego a Buenos Aires una comisión encabezada por el presidente del Senado, Alberto Gonzáles, para que evaluara los alcances de la reforma migratoria macrista. El senador todavía no informa las conclusiones del viaje, pero sí tuvo tiempo de preguntarse qué harán Juliana Awada y las grandes marcas de ropa en sus talleres si ya no dejan entrar a bolivianos al país. Una ironía directa a la denuncias de trabajo esclavo que sufrió la empresa de uno de los hermanos de la primera dama.

***

Hace quince años que radico en Argentina y uno de los aspectos más gratos de tener documentos oficiales de dos países es la facilidad con la que realizo los trámites migratorios cuando llego a Buenos Aires y a la Ciudad de México. En ambas ciudades entro como local. Cuando tramité la residencia tuve que presentar, como todos los extranjeros, mi comprobante de antecedentes penales. Siempre ha sido un requisito.

El año pasado algo empezó a cambiar y no fue en los aeropuertos. El famoso “por qué no te vas a tu país”, frase que siempre me ha parecido un berrinche y que escuchaba de manera ocasional como respuesta a cualquier comentario crítico que hacía sobre la política argentina, se fue volviendo más recurrente. Jamás me afectó el ánimo. No presto atención a los insultos ni a las descalificaciones, pero sí me di cuenta de que cada vez más personas evidenciaban su xenofobia y racismo. Descalificaban mi opinión por ser extranjera. Y ya no eran sólo casos aislados.

A principios de febrero, a raíz del endurecimiento de la Ley de Migraciones en la Argentina y de la oleada de prejuicios que recorre el mundo escribí en las redes sociales: “Soy una inmigrante mexicana en Argentina pero no soy una delincuente en potencia. Ningún inmigrante lo es. No lo somos aunque así lo quieran hacer creer”.

Hubo comentaristas que coincidieron con el mensaje. Otros intentaron tranquilizarme con posturas egoístas: “si no eres delincuente no tenés por qué preocuparte”. Algunos más justificaron la reforma: “está bien que el que tenga antecedentes penales se tenga que ir”, pero eso ya ocurría.

Una mujer me reclamó: “¿Por qué no contás mejor cómo México discrimina y deporta a migrantes argentinos? Hablo con conocimiento de causa. #Desagradecida”. Como si la discriminación en un país justificara la de otro. Un lector concluyó, en una triste definición, que “todos somos delincuentes en potencia”.

El mensaje más repetido, el que más me sorprendió fue: “ojalá te deporten”.

Así que el “por qué no te vas a tu país” ya pasó de moda.

Me desconcertó que los términos xenófobos se hubieran propagado en la Argentina de una manera tan rápida y sólida como para que, de repente, muchas personas pidieran una de las promesas electorales más exitosas de Donald Trump: deportación.

Por supuesto que ni el presidente de Estados Unidos ni el de Argentina inventaron la discriminación o el racismo. Son factores siempre presentes en las sociedades, más o menos evidentes dependiendo de la época. Lo que sí hacen los dirigentes políticos es validar esas actitudes con sus discursos. Cuando los funcionarios macristas defienden el endurecimiento de las leyes migratorias y asustan a los ciudadanos con los supuestos peligros que representan los extranjeros, cuando políticos de cualquier partido o personajes mediáticos hablan de “delincuentes extranjeros” o acusan directamente a determinadas nacionalidades de problemas internos, los xenófobos se envalentonan, se sienten amparados para atacar, para denostar a “los paraguayos”, “los bolivianos”, los peruanosasí, en general. Para ellos, todos son delincuentes, por lo menos en potencia.

El racismo queda en evidencia, también, porque las acusaciones y el temor siempre están dirigidos a los inmigrantes latinoamericanos, jamás a los europeos.

Los prejuicios ya se habían impulsado el año pasado con debates sobre los extranjeros que se atienden en hospitales públicos o estudian en la Universidad de Buenos Aires, en un discurso con nulo sentido de la solidaridad y que excluye los aportes sociales, culturales y económicos de las comunidades migrantes. Esta idea del “otro” como una amenaza que no es tal.

Uno de sus principales exponentes fue el senador Miguel Ángel Pichetto cuando dijo: “El problema es que nosotros siempre funcionamos como ajuste social de Bolivia, y ajuste delictivo de Perú. Hablando con un médico del Hospital Rivadavia me dijo que todo el mes de noviembre estaba ocupado por ciudadanos que vienen del Paraguay a operarse e intervenirse en distinto tipos de operaciones y no hay ningún tipo de reciprocidad”.

En esa oportunidad, los datos también desmintieron las acusaciones: según el Ministerio de Salud de la Ciudad de Buenos Aires, apenas el 0.1 por ciento de las personas internadas en hospitales públicos residen en otros países. En la UBA pasa algo similar: hay sólo un 4.4 por ciento de estudiantes de extranjeros.

A la construcción de ese discurso se sumaron los operativos para desalojar con violencia a los manteros. Fue usual escuchar críticas hacia “africanosy peruanos” por no pagar impuestos al vender en la calle. En las últimas semanas, la noticia fue que en Misiones le quitaron la jubilación a mil extranjeros, principalmente paraguayos y brasileños, que jamás habían vivido en la Argentina.

Pese a que en ningún caso las cifras son significativas, en un sector de la sociedad pervive el prejuicio de que los extranjeros vienen en masa y aprovechan para atenderse gratis en los hospitales públicos, estudiar gratis en la universidad pública, traficar drogas, trabajar en las calles para no pagar impuestos y cobrar jubilaciones sin haber trabajado. Es una gran mentira que, como bien lo sabe Trump, suma votos.

Copete: 
Con timing, el gobierno aprovechó un crimen en la ciudad de Buenos Aires presuntamente cometido por un extranjero, para podar la ley de Migraciones. La deportación de extranjeros no terminará con los delitos, ni con el mercado de drogas, pero tal vez sirva para alimentar la vocación de limpiar el espacio público.
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Autor: 
Cecilia González
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El día de la madre de Magdalena

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Entraron con escudos, escopetas, perros, palos y gases y les dispararon. Cuando el incendio comenzó a crecer, los dejaron encerrados mientras el fuego se los devoraba. Ignoraron los gritos desesperados que salían del pabellón 16, no hicieron nada para salvarlos y, durante un largo rato, se dedicaron a impedir —a punta de pistola— que el resto de los presos rescataran a los que se estaban muriendo. Los bomberos llegaron tarde con un camión que no tenía agua y no quisieron entrar al pabellón. Entonces, los presos agarraron los cascos, se los pusieron y entraron ellos.

Un detenido del pabellón 15, Camilo GC, declaró que las mangueras tenían telas de araña porque nunca se habían usado y no tenían agua. Los matafuegos tampoco  funcionaban: fueron usados para romper las ventanas y las paredes en busca de salvar a los que se asfixiaban.

Todavía hoy, cada testimonio que cuenta lo que pasó en la Unidad 28 de Magdalena hace once años pega como un mazazo en la cabeza. La voz de los que nadie escucha se ahoga en el lenguaje de la burocracia judicial pero libera esquirlas de la violencia que vivieron los 58 internos del pabellón 16 durante el desastre que consumió la vida de 33 detenidos. Es la masacre más grande desde el regreso de la democracia junto con la de la cárcel de varones de Santiago del Estero en 2007 y flota ahí, en el pasado que Estado y sociedad digieren con el truco repetido del olvido.

33 presos que tenían menos de 26 años y estaban en el pabellón de buena conducta murieron envenenados con el gas de cianuro que despidieron los colchones de poliuretano de la cárcel. Sólo dos estaban condenados. Para los presos, ese Día de la Madre fue el peor de la historia.

El servicio penitenciario argentino es capaz de cosas horrendas que cuentan con un beneficio de inventario: solo una parte de la población las conoce. Los presos, los familiares, los abogados, los estudiantes, algunos periodistas que se interesan por esas historias, algunos actores. Eso explica en parte que el juicio oral por la masacre de Magdalena se postergue de manera indefinida y los quince penitenciarios que estuvieron el 15 y 16 de octubre de 2005 en esa unidad hoy estén procesados pero sigan su vida sin mayores contratiempos. El CELS los denunció por abandono de persona seguido de muerte junto a dos de los responsables jerárquicos del lugar por homicidio culposo: el Director de la Unidad, prefecto mayor —y pastor evangelista— Daniel Tejeda y el Jefe de Seguridad Exterior, Cristián Núñez.

Los 25 testimonios de los internos del Pabellón 16 coinciden con los 45 relatos en sede judicial de los presos del Pabellón 15 en desmentir la versión oficial de los hechos. No hubo motín porque no hubo tampoco petitorio ni reclamo. Lo que existió fue una pelea entre dos presos, entre las diez y media y las once de la noche. ¿Quiénes eran? ¿Por qué estaban ahí? Eso también es parte de una trama que no se termina de reconstruir.

la pelea                         

“Manzanita” es flaco, morocho, de pelo corto y mide 1,80. Tiene tatuajes tipo tumbero en todo el cuerpo, salvo en la cara.

El otro interno es robusto, gordito, bajito y no usa tatuajes. Tiene pelo castaño claro, medio rubio, ni largo ni corto. Hace poco que está en el pabellón, lo apodan el “Gordo Nico” y algunos testigos dicen que viene de la cárcel de Junín.

Manzanita está en cuero y tiene puesto un pantalón corto blanco; el gordito una remera negra.

“Acá no vengas a hacer lío, de otro lado te echaron”, le dice al Gordo Nico.

La descripción de los testimonios que se apilan en el expediente judicial es compartida. Empiezan a tirarse con bancos, hay una pelea sin facas, otros internos intentan separarlos. En ese momento, el jefe de turno del servicio penitenciario, Castro, se asoma por una de las nueve ventanas del pabellón y dispara al aire. Todos los internos se abalanzan contra la reja, “a reprocharle la actitud al personal”, pero Castro sigue tirando desde la ventana.

En un capítulo de su libro Tras los muros, Luis Beldi amplifica la versión del Servicio Penitenciario sobre la masacre de Magdalena. Ahí dice que poco antes de la pelea ingresaron al pabellón 16 dos hermanos que habían sido heridos durante un enfrentamiento en la cárcel de Olmos. Que tenían prontuarios pesados y que alguien decidió mezclarlos en el pabellón de autodisciplina, donde la calificación de la conducta de los internos oscilaba entre “ejemplar” y “muy buena”.

De Olmos venía también el director de la cárcel de Magdalena, Tejeda, un prefecto mayor que exhibía en su CV un dato con el que pretendía entrar al Guiness. Como pastor evangelista, había gobernado la Unidad 25, y la había convertido en la primera cárcel evangélica del mundo. En “Cristo, la única esperanza”, las autoridades y los presos compartían la misma fe. Pero Tejeda no estaba solo: tenía un jefe.

el fuego

Un trabajo de la Comisión Provincial por la Memoria de noviembre de 2005 que se puede ver en YouTube muestra los testimonios de los presos, horas después de la masacre. “Si hubiera sido un intento de motín o un intento de fuga… muchos de los pibes llevaron los cuerpos pasando guardia armada. Pasás todo el perímetro de seguridad, es ideal como para irse pero no: iban y volvían. ¿Entonces qué intento de motín hay?”, dice uno con desesperación.

“Lo único que se veía era un par de pibes contra el vidrio, contra las ventanas gritando, nada más, era todo lo que se veía, y fuego por todos lados. Era un infierno”, dice otro. Otro detenido habla en la ronda ante las cámaras. “La policía vio que no se podía detener el fuego y se tomó el palo. Cerró el candado y arregláte como puedas”.

Mariano Lanziano, uno de los abogados del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) que trabaja en la causa, explica las dos hipótesis sobre el origen del fuego. “Algunos creen que tuvo que ver con los fogonazos de la misma represión y otros dicen que fueron los detenidos los que prendieron fuego algunas mantas ante la represión y después no las pudieron apagar”, afirma.

Juan A llevaba dos meses detenido en Magdalena. Recuerda haber escuchado muchas detonaciones. “Tiraban con escopetas y apuntaban a los internos. Algunos se protegían con colchones y es ahí que, de la desesperación, prendieron fuego un colchón”.

“El dicente no sabe quién lo prendió, pero escuchó que alguien decía ‘prende un colchón que se van’. Ahí el personal del servicio retrocede y cierra la puerta: dejan a los internos encerrados y apagan las luces. Él se tiró al piso por el humo”.

Los internos del pabellón 15 aparecieron diez minutos más tarde para rescatarlos: le pedía que fuera para la puerta de atrás, pero Juan A no podía por el calor y el humo. Todos los presos se habían ido a la puerta de adelante pensando que estaba abierta. Cuando rompieron la reja de la ventana, llegó como pudo y logró que lo sacaran.

Oscar M estaba en la parte de adelante del módulo y fue impactado por una posta de goma en la pierna derecha y en la espalda. Su relato coincide. “Que en un momento y en virtud de que el personal del servicio penitenciario seguía tirando con la escopeta, un grupo de internos prendió fuego para que dejaran de tirar”.

Andrés B estaba en el pabellón 16 desde julio de 2005. Dice que cinco minutos después de la pelea apareció personal del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) con escudos, escopetas, palos y perros. Que los penitenciarios tiraban al cuerpo con postas de goma. “El chico que salió antes que yo tenía un tiro en una de sus piernas”, declaró.

el rescate

Los guardiacárceles sacaron a 22 de los 58 presos del pabellón a un patio interno, esposados y los tuvieron en el piso, apuntados. Adentro quedaron alrededor de 36.

Juan A cree haber sido uno de los primeros en salir. Fue, de hecho, uno de los tres sobrevivientes. Dice que en ningún momento ingresó nadie del servicio a ayudarlos y que no vio a los bomberos. Los empleados del SPB que disparaban tenían cascos.  

Los internos del 15 y 17 antes de romper la reja tiraban agua con baldes y ollas y frazadas mojadas. A Juan lo trasladaron entre varios a Sanidad. Estuvo un rato ahí y no lo atendió nadie; luego lo trasladaron al hospital.

Andrés B declaró que fue el jefe de turno, Castro, el que ordenó que cierren la puerta de entrada. Los internos gritaban que “abran las puertas, que se estaban muriendo todos quemados (sic)”. Pedían a los gritos que los sacaran: “se estaban quemando vivos, corriendo, dándose con las rejas, envueltos en llamas”. Castro se negó y dijo que ya había abierto las puertas del fondo, las de seguridad. “Dichas puertas no estaban abiertas”.

B relata con detalle la escena de horror, muerte y desesperación que vivió en el pabellón 16. Dice que había cuerpos apilados, contra la pared, algunos entre camas, y que no los podían sacar. Que mojaron frazadas y se metieron hasta la mitad del cuerpo, que lograron sacar a la mayoría de los internos, pero que era muy difícil porque estaban muy calientes, hinchados y que la piel se les salía. Que después fueron hacia la parte de adelante, ingresaron a la ducha del módulo y vieron que había otra cantidad de internos todos hinchados: sin vida, quemados, apilados. Que lograron sacar una tanda.

Sebastián G estaba en el pabellón 16 y tenía la tarea de atender a las visitas los sábados y domingos. Fue uno de los que ayudó a sacar gente en mantas mientras la policía miraba sin hacer nada. “Cree que estaban muertos. Primero los llevaban a sanidad y luego los trasladaban a la puerta de salida del penal. Cuando los agarraban se les salía la piel y algunos estaban hinchados”. El fuego se apagó solo, dice Andrés B, consumiendo todo lo que había.

Esteban P estaba detenido en el penal desde junio de 2003. Declaró que no sabía los nombres de los efectivos del servicio, porque eran nuevos. A Ernesto P lo sacaron, lo esposaron y lo tiraron boca abajo en el pasto con otros 21 internos. Sintió el olor a humo, los gritos desesperados de ayuda. Cuando reclamó al Servicio, le ordenaron que se callara y lo trasladaron al patio de máxima seguridad, donde se reciben las visitas. Después le abrieron el portón y se encontraron con que la puerta del pabellón estaba cerrada. Dice que, con los internos de los módulos 15 y 17, rompieron las paredes y accesos para tratar de sacar a los pibes que estaban adentro y tirar baldazos de agua. Dice que los guardias se quedaron afuera y no ayudaron en ningún momento. De los fallecidos, sólo recuerda el nombre de Javi.

la madre                               

Rufina Verón es la madre de César Javier Magallanes, uno de los muertos de la masacre de Magdalena. “Javi”, como lo llama todavía su familia, tenía 25 años —nació en 1979— y estaba preso hacía dos años y medio en una causa caratulada como “robo agravado”.

Entre los familiares de las víctimas del incendio, Rufina es una de las pocas —tal vez la única— que sigue batallando para que los responsables de las 33 muertes sean condenados. Algunos se murieron esperando Justicia, otros quedaron destrozados por la tristeza, muchos perdieron las esperanzas. Ella y su hija Karina estuvieron entre los ocho miembros de la “comisión extrainstitucional dedicada al seguimiento de las condiciones de alojamiento y seguridad de la población penal” que se armó después de la masacre. Un equipo de abogados del CELS le presta asistencia y la acompaña a subir esa cuesta interminable que lleva once años y conduce a un juicio oral que —siempre por alguna razón— se posterga: la fecha es, ahora, el 15 de agosto de 2017.

El entonces gobernador bonaerense Felipe Solá y el jefe del Servicio Penitenciario Fernando Díaz los habían autorizado a recorrer las cárceles. Solá hoy es diputado nacional del Frente Renovador y salió tercero en las elecciones en las que compitió para volver a ser gobernador. Díaz es otra vez el jefe del Servicio en la provincia de Buenos Aires, nombrado por María Eugenia Vidal en diciembre de 2015.

Aquel Día de la Madre, Rufina iba a estar presente como siempre al lado de su hijo. “Algunas madres estaban del día anterior. Yo no porque estaba enferma. Realmente me sentía mal porque de los nervios estaba mal”, recuerda once años después esa mujer que —hoy dice— es otra.

Esa noche, hubo madres que estaban ahí, en la puerta del penal, cuando el incendio se desató. Empezaron a ver el humo, a escuchar los gritos, a ver la llegada de los bomberos, todo.

Rufina iba llegando a Magdalena en un micro de Costera Metropolitana con dos de sus hijas y sus dos yernos, cuando les avisaron que tenían que ir a La Plata. “Ya íbamos llegando y nos hicieron volver, porque él estaba en La Plata. Yo iba pensando. Porque a mí no me dijeron que había fallecido”.

El incendio había sido a la noche pero Rufina no tenía ni televisión ni radio y su única preocupación era estar con su hijo el Día de la Madre.

“Yo no sabía nada. Ahí en La Plata nos dieron la noticia, en una oficina de derechos humanos. Después nos enteramos bien cómo fue, que empezó una pelea, que pusieron el candado, que quedaron ellos adentro. No fue motín”.

Rufina se acuerda bien: cuando le avisaron que su hijo estaba muerto, creyó que le estaban mintiendo. Le dijeron que Javi fue el primero que falleció.

-Lo único que hice yo fue arrodillarme y entregarlo a Dios.

- ¿Qué es entregarlo a Dios?

- Para que Dios lo tenga en sus brazos, que se yo. Ya no estaba acá como para yo cuidarlo.

- ¿Cómo se hace?

- Y… hablás con Dios. ¿Vos no crees en Dios? Yo te digo que Dios existe porque toqué fondo totalmente muchas veces. Y si, Dios me mostró que existe. Sí, me mostró que existe y así como también muchas veces me di cuenta que Dios me protegió de cosas. Te puedo asegurar que existe, yo te lo puedo decir con pruebas. Toqué fondo muchas veces.

Rufina fue bautizada como católica pero después siguió la religión evangélica. No tiene dudas: eso fue lo que la mantuvo en pie. “Si yo no iba a la Iglesia, no iba a estar viva”, dice.

Javier era el tercero de cinco hijos, el único varón entre todas mujeres. “Por eso nos golpeó más fuerte. Él para nosotros era la imagen del hombre. Le hacían mucho caso y lo respetaban las hermanas. Se me fue de las manos porque era varón y yo tenía que trabajar. Por eso me culpaba después. Porque yo tenía que estar más cerca de él”.

Rufina crió sola a sus cinco hijos. El padre de Javier se fue cuando estaba embarazada de tres meses y ella se casó después con un policía federal. “Por eso sé lo que es la policía. Hasta ahí, yo respetaba mucho a la policía, como nos enseñaron nuestros padres. Que cuidaban el orden, que había que respetarlos. A él lo conocí en el 79 y me casé en el 81, cuando iba a nacer Caro. Estaba en la policía montada”, me dice.

La última vez que Rufina habló con su hijo se quedó con una sensación extraña. Dice que algo había pasado en el penal, que Javi no le quiso contar. “‘Ya nos avisaron que no tenemos que hablar’, le dijo mi hijo a otro que estaba detenido con él, delante mío. Se conocían porque eran vecinos de Pontevedra. Mi hijo me dijo que ya iba a salir el juicio y que —como él no tenía nada que ver con lo que se lo acusaba— iba a salir libre. Esa era la esperanza que teníamos”.

cadena de responsabilidades

“Los del Pabellón 15 se llevaron puestos a todos los penitenciarios que estaban ahí. Empiezan a agarrar todos los matafuegos que no funcionaban y empiezan a romper las puertas, las ventanas y la pared misma para poder sacar a la gente. Hicieron un boquete. Convocaron a los pibes del Pabellón 18 y ahí los penitenciarios hablan de descontrol”, explica Eva Asprella, la abogada del CELS que lleva años trabajando para lograr Justicia.

“Cuando vieron que se les desmadraba, los penitenciarios cerraron la puerta de adelante. La gente se apiló. En media hora murieron todos envenenados, algunos a los diez minutos. Fue Cromañon”. Los sobrevivientes recuerdan algunos nombres de los internos que se quemaron: “Puchi” Cáceres, Gamarra Mujica, Abraham Mosqueira Lecler, Cristian “El Pierno”, El Gordo Canejo, “El Chiqui”, “Tubio”, Paulo, Alejandro Cohelo, “El Ardilla”, Rubén Ayala Fiejo, “El Polaco”, Ávila Portillo Sebastián, Juan, “El Mono”, Diego, Vallejos.

Los abogados del CELS anticipan que en el juicio oral no se discutirá quién cerró la puerta sino quién no hizo lo que tenía que hacer. Los uniformados serán juzgados por abandono de persona seguido de muerte y homicidio culposo. Con la obligación de rescatarlos, no los rescataron. La hipótesis más benigna es que, al ser pocos, los guardiácarceles tuvieron miedo de que los internos los tomen de rehenes. La más aberrante: que cerraron la puerta para que los presos se mueran asfixiados.

“Hay dos condiciones que se conjugan en un caso como ese: el odio y el miedo. El Servicio Penitenciario, como parte de la policía, tiene un criterio parecido al del delincuente pero con uniforme”. El que habla es Felipe Solá, el político que era gobernador de la provincia el día de la masacre. Solá se enteró a las cinco de la mañana de lo que había sucedido cerca de la medianoche. Su ministro de Justicia, Eduardo Di Rocco, lo llamó desde Magdalena: “Pasó algo terrible. Esto es un desastre”, le dijo. ¿Hasta dónde llega la cadena de responsabilidades?

El reverendo Juan Zucarelli era suboficial mayor del Servicio Penitenciario Bonaerense, subordinado y al mismo tiempo jefe del prefecto mayor Tejeda, el director de Magdalena. Según el libro de Luis Beldi, lo que pesaba era la jerarquía en la cofradía de los evangelistas. Zucarelli había sido el pionero que llevó la religión a las cárceles en 1983, con una prueba piloto en la Unidad 1 de Olmos. Cuando el abogado quilmeño Fernando Díaz fue nombrado al frente del SPB, sacó a Tejeda de la cárcel de los evangelistas —que tenía una población reducida y muy pocos conflictos— y lo mandó a Magdalena, donde había 1046 presos.

Díaz se enroló en la política de Felipe Solá de construir  “módulos de bajo costo”, ampliaciones edilicias para aumentar la capacidad de las unidades sin servicios adicionales (cocinas, talleres, etc.). Las 240 plazas nuevas de Magdalena implicaron un gasto diez veces menor al del resto de las obras, según los datos que el Ministerio de Justicia entregó a la Corte Suprema. “A pesar de no contar con la habilitación definitiva, las más altas esferas del gobierno provincial decidieron alojar a personas privadas de su libertad en el Pabellón 16 de Magdalena”.

Eva Asprella afirma que Díaz —actual funcionario de María Eugenia Vidal, imputado de administración fraudulenta y vejaciones por su rol en el Servicio Penitenciario Federal— fue uno de los que instaló la teoría de que había un motín para confundir. “El no estaba en el lugar de los hechos pero tiene la responsabilidad política de alojar en ese tipo de lugares. Y es algo que vuelve a discutirse ahora porque la sobrepoblación también es muy grave”.

el oro y el moro

A 111 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, el complejo de Magdalena fue creado en 1953 como Instituto de las Fuerzas Armadas. Por ahí pasaron, hasta 1997, militares como Videla, Massera, Rico y Seineldín, pero también presos políticos como Menem y Lorenzo Miguel. Fue Menem como presidente el que decidió convertirla en una cárcel para presos comunes que se dividió en cuatro: la Unidad 28 de máxima seguridad, la 35 de régimen cerrado, la 51 de mujeres y la 36 de régimen “semiabierto”, rodeada por un alambrado.

Durante los dos años que Javier Magallanes estuvo detenido en Magdalena, Rufina organizaba su vida para poder visitarlo y llevarle todo lo que necesitara. “En mi casa no quedaba un paquete de nada. Yo estaba mal anímicamente. Se ve que el estado de nervios me hacía mal a las piernas, a la espalda, a los brazos, y lo poco que podía trabajar era todo para comprarle cosas para llevarle a él. Artículos de limpieza, comida, ropa, todo, porque ahí adentro era una miseria total. Él me decía lo mismo de siempre: ‘Mamá, no pagués abogados’. Yo apenas podía pagar las cuentas, los impuestos, era la única entrada de mi casa”.

La madre de “Javi” vivía en Pontevedra, partido de Merlo, y tenía cinco horas de viaje hasta la cárcel. El colectivo de línea que la llevaba de Pontevedra a Morón tardaba una hora; ahí se subía al micro de Costera que iba de Morón a Magdalena y tardaba entre tres y cuatro horas. Llegaba de noche, a las cuatro de la mañana, y empezar a hacer cola. “Enormes filas con semejantes cargas hasta llegar allá que no sé cuántas cuadras eran, pasito a pasito. Se presentaba documento, después se hacía otra fila para revisar la mercadería, después se hacía otra fila más para entrar”. Rufina entraba a visitar a su hijo alrededor de las once de la mañana. Eran siete horas de espera para una visita que no duraba más de dos o tres. “A veces yo me quedaba para entrar al otro día otra vez. Si era muy poco tiempo que lo veía y teníamos que hablar algo”.

Una vez adentro, un guardiacárcel podía decirle —como le sucedió una vez— que su hijo no estaba, que lo habían llevado al médico, que vuelva otro día. El llamado módulo 16 tenía una superficie de 20 por 30 y alojaba a 120 internos en la superficie de 600 metros cuadrados de sus dos pabellones. El informe del CELS indica que, restando las áreas destinadas a salas de control, los detenidos disponían de casi cuatro metros cuadrados por persona, menos de la mitad de lo que establecen los estándares internacionales. Para las 58 personas alojadas en el pabellón 16, había únicamente tres letrinas.

En el marco de una política que se esforzaba por multiplicar las cárceles, el pabellón del desastre no tenía la habilitación definitiva de las obras. Hoy Felipe Solá argumenta que el objetivo era sacar a los presos de las comisarías, donde “duermen de parado”. El ex gobernador me dice que, en el marco de la ley de Emergencia Policial y Penitenciaria que dictó en abril 2004, construyó nueve cárceles con 5500 plazas en la provincia. La misión que le encomendó al entonces ministro de Seguridad Juan Pablo Cafiero era reducir la cifra de detenidos en comisarías: pasaron de 7500 a 2500, afirma el diputado del Frente Renovador.

La contracara de la meta que cumplió Solá estalló en Magdalena. Entre las tareas que el mismo SPB observó como faltantes para la habilitación definitiva de las obras de los módulos de bajo costo, estaba la provisión e instalación del equipo de bombas para presión para incendio de arranque automático y la aprobación de la red de incendios por las autoridades de Bomberos de la provincia. “Ese fue el año en el que salió ‘el fallo Verbitsky’ donde la Corte Suprema le dijo al gobierno que no podía alojar más gente en comisarías y tenía que bajar la cantidad de detenidos. El gobierno hizo todo lo contrario: construyó módulos de bajo costo”, dicen desde el CELS.

“El jefe del penal no tenía protocolo de incendio. Nunca me plantearon antes del siniestro que no andaban las bombas o que no funcionaban los matafuegos. Nunca me dijeron que los colchones eran de poliuretano, tuvimos que cambiarlos todos después”, responde Solá.

Rufina Verón llegó a sentarse alrededor de una mesa que tenía en su cabecera al gobernador Solá y al ministro Di Rocco. “Gobernador, usted tendría que salir un poco de su aposento y revisar los penales personalmente. Porque cuando le llegan los informes a usted, ya está todo limpio”, le dijo. Fue en una reunión, en la gobernación de La Plata, con los familiares de los muertos. “Solá nos prometió a nosotros que se iba a hacer justicia, que los culpables iban a ser enjuiciados y que iban a recibir su castigo. Que se iba a poner firme. Nos prometió el oro y el moro y después…son once años que van y nada”.

- ¿Y hoy qué le diría a Solá?

- Que cumpla con lo que prometió, que yo lo creo capaz, el tiene más conocimiento por haber sido gobernador. No como yo, que no sé qué puerta tocar para pedir que haya Justicia. Es algo que él prometió. Si yo prometí algo, tengo que cumplir. Tarde o temprano.

Los penitenciarios que irán a juicio oral —si no hay una nueva dilación— en agosto de 2017 son (además de los jerárquicos Tejeda y Núñez) Jorge Martí, María del Rosario Roma, Marcelo Valdivieso, Reymundo Fernández, Juan Zacheo, Gualberto Molina, Juan Santamaría, Juan César Romano, Carlos Busto, Marcos Sánchez, Rubén Montes de Oca, Eduardo Villarreal, Maximiliano Morcella, Gonzalo Pérez y Mauricio Giannobile.

Rufina los vio a todos hace un año, en el juicio preliminar que se hizo en La Plata, el 16 de octubre de 2015. “Ahí dijeron que el juicio se iba a hacer a los sesenta días y entraron a discutir entre fiscal, juez y la defensa de los acusados. Porque faltaba un testigo que querían que declarara. ¿Por qué la fecha para dos años después? Están todos libres y supuestamente están en actividad. ¿Y si volvieron a matar?”, se pregunta.

El juicio estará a cargo del Tribunal 5 de La Plata, María Isabel Martiarena de Gugliano, Carmen Rosas Palacios Arias y el subrogante Julio Alegre. Por el caso hay además una denuncia ante la CIDH, que el organismo debe decidir si toma o no. Las defensas proponen un juicio abreviado que termina en condena pero sin  exposición de lo que pasó. En ese escenario, las víctimas no pueden hablar. Por eso, la querella lo rechaza. “Tardar diez años en hacer un juicio es lo mejor para impedir la averiguación de la verdad. Es muy difícil que un testigo vuelva a contar lo mismo después de tantos años”, afirma Agustina Lloret, otra de las abogadas del CELS.

Las razones son múltiples pero convergentes. Tienen que ver con el miedo. En el camino hacia el juicio oral, la fiscalía a cargo de Florencia Budiño advirtió un dato escalofriante: nueve de los testigos de la masacre de Magdalena aparecieron muertos en los últimos años. Enrique Augusto Moreno, Alberto Ayala Cajal, Carlos Antonio Acosta Sosa, Aldo Omar Luna, Claudio Marcelo Salvatierra, Walter Diego Salvatierra, Miguel Alejandro Bringas Paradiso, Alejandro López Córdoba y Ángel Andrés Sandez murieron en circunstancias que no están claras.

“Magdalena tiene mucho que ver con la historia y la actualidad del encierro en la provincia de Buenos Aires. No es algo que ocurrió hace diez años, que quedó atrás y que vamos por el juicio porque las víctimas necesitan ese momento de respuesta judicial efectiva. En 2005, la situación del SPB era de colapso absoluto y sigue siendo grave, con altos índices de sobrepoblación”, explica Eva Asprella.

Hoy la provincia tiene el record histórico de cantidad de personas detenidas. Cuando Solá se fue de la gobernación, en 2007, los presos eran 23 mil. Hoy son 33.073, según los últimos datos —agosto 2016— del Ministerio de Justicia bonaerense y 39 mil si se tiene en cuenta también a presos en comisarías. La capacidad es para  24 mil, la sobrepoblación carcelaria es de nueve mil presos.

Asprella dice que hay que replantear el sistema penitenciario: cómo está constituido, cómo se los capacita y también —algo que se discute ahora en la Legislatura de la provincia— cuáles son las sanciones que tienen los uniformados ante el incumplimiento, cuando maltratan, pegan o torturan. Cuando provocan un infierno como el que se vivió hace once años, el Día de la Madre de Magdalena.

Copete: 
La mayor masacre perpetrada por las fuerzas de seguridad del Estado desde el retorno de la democracia sucedió hace 11 años a 111 kilómetros de la capital federal, en el Penal de Magdalena. 33 internos murieron y la justicia, perezosa, retrasa el juicio oral. Rufina Verón, la madre de Javier Magallanes, fallecido aquel 16 de octubre de 2005, no puede olvidar. Mientras tanto, la cárcel sigue siendo un mecanismo de relojería a punto de estallar.
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agujero negro / en el fondo, Dios / el odio y el miedo
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Semidestacado
Autor: 
Diego Genoud
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Belén Grosso
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Sobre Trainspotting 2

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Veintiún años después, llegó el siglo veintiuno

 

Trainspotting 2 empieza con una escena que al principio parece fuera de lugar. Mark Renton -Ewan McGregor- ya no huye por las calles de Leith después de haber robado para comprar heroína, tal como ocurría en la Trainspotting de 1996. Ahora Renton corre en una cinta de uno de esos modernos gimnasios de cadena, diseñados como no lugares. Hasta que de pronto patina y se cae. Más adelante, en algún momento del film, Renton va a confesarle a su amigo Spud -el increíble Ewen Brenmer, que se come la película- que reemplazó al “caballo” -heroína- por las huidas. Una pasión por huir, huir para no pensar, para intensificar la experiencia sin necesidad de drogarse, cambiar una fuente de adenalina por otra. Sin embargo, al inicio de Traispotting 2 Renton ya no tiene de qué huir. Corre en una cinta de gimnasio. Y cae. Ya no lo atropella un auto. ¿Entonces por qué cae? ¿De qué huye? Ese interrogante inicial, que no tiene nada que ver con todo el resto de la película y que jamás va a ser respondido, es sin embargo el lapsus que la organiza.

Recordemos el final de Transpotting, la original: Renton le había robado a sus amigos las 16 mil libras que habían recaudado tras vender un cargamento de droga en Londres. Sua amigos eran el drogadicto Spud, el avivado Sick Boy -Jonny Lee Miller-, el violento Begbie -Robert Carlyle. Renton habia visto la oportunidad y había traicionado. La película terminaba con una declaración antisistema, un largo monólogo donde Renton decía que ahora llevaría una vida burguesa normal, que eligiría la vida, y que esa elección se basaba en realidad en una expropiación originaria, una traición. En un contexto de desempleo brutal como el del Reino Unido a principios de los noventas, sólo era posible elegir la integración si se traicionaba. Su sonrisa sobradora y llena de dientes se pixelaba. Había traicionado a sus amigos. Había ganado a través de una operación de eliminación del pasado.

Fui al cine sin saber de qué iba Trainspotting 2, y sin demasiadas expectativas. Mi vinculación emocional con la obra de Welsh hizo que no quisiera googlear nada. Creía que la película era en realidad una adaptación de Porno, la novela que Irvine Welsh había publicado en 2003 y era la secuela de Trainspotting, donde se retomaban sus personajes diez años después. Si Trainspotting había sido un emblema generacional para aquellos que en la década del noventa y sus adyacencias habían consumido la escena del brit pop otorgándole una lectura en clave punk que en gran medida excedía a aquella escena pero también detectaba muchos de sus nervios sensibles, en Porno los protagonistas seguían tan drogadictos como antes, aunque se habían reconvertido y no sólo en sus gustos musicales. Algo más maduros, en un principio deseaban “gentrificar” el pub del tío de Sick Boy -que tenía tres teléfonos móviles para sus “chanchullos”-, pero al darse cuenta de que esto no era posible intentaban “pegarla” con el negocio del porno y la internet, en una versión plebeya de la dot com bubble. Porno también mostraba la incorporación de la bella y algo bulímica Nikki Fuller Smith, una universitaria de vida licenciosa fascinada con la marginalidad de Sick Boy, y socia suya por un tiempo en el negocio del porno web.

Porno terminaba igual que Trainspotting, y no agregaba nada a la operación que había sido tan exitosa en la novela original: dividir los tensos y contradictorios componentes morales de la conciencia popular en personajes entrañables y hermosos que conformaban una hermandad imposibilitada por la lógica que une tráfico de drogas y el neoliberalismo en territorios periurbanos pauperizados. Spud como el yonki algo tonto, de talento introspectivo y buen corazón; Begbie como un redneck violento e irracional víctima de un padre alcohólico, y Renton y Sick Boy como la conciencia desgajada y en espejo de la ética anti-explotación laboral de los pauperizados, ventajera y siempre apostando por “pegarla y salvarse”, antipolítica y nihilista tras el triunfo del orden neoliberal de Margaret Thatcher y de John Major. En pocas palabras, los protagonistas de Trainspotting encarnaban lo reprimido por los intragables discursos izquierdistas, obreristas y socialdemócratas de clase media, tan necesitados siempre de mistificar a la working class para tolerar sus propios privilegios con más carpa. Porno aggiornaba a Trainspotting, agregaba al personaje fronterizo de la becaria Nikki, un poco prostituta y otro poco burguesa -quizás un retorno de lo reprimido por el progresismo feminista- y jugaba con la hipótesis de que, pese a la tecnología y a la digitalización, el mundo no había cambiado tanto. Su principal innovación era quizás formal: a diferencia de Trainspotting, escrita mayoritariamente en cockney -el lunfardo escocés-, en Porno sólo los parlamentos desquiciados de Spud y de Begbie conservaban ese tono arrabalero y popular, mientras que el lenguaje de Renton y de Sick Boy se había internacionalizado o mostraba el tránsito hacia la “europeización”.

Existe acá un primer hecho destacable: los personajes de Welsh jamás podrían haber sido norteamericanos, un país donde propia identidad nacional impide que alguien que repudie la ética del trabajo y se drogue pueda ser considerado un héroe. A lo sumo, los yankis mandan a estos arquetipos al cajón de los superhéroes, de los beatniks o de las minorías perjudicadas por el sistema. La imaginación norteamericana podría tolerar a un Spud o a un Begbie white trash -Brad Pitt en la película Kalifornia, por ejemplo- pero jamás a un Renton o a un Sick Boy. ¿Pobre, ventajero y héroe? Nunca, a menos que termine mal como Di Caprio en Catch me if you can. Eso puede suceder en las zonas pobres de Inglaterra, en Esocia, en Irlanda. O en Argentina.

 

Una operación con la nostalgia

 

Lo cierto es que Trainspotting 2 tiene poco y nada de Porno. En cambio, la película es un producto totalmente meditado y original, una nueva solución estéticamente impecable y emocionalmente compleja que intenta volver a formular y responder a las preguntas que Trainspotting había formulado pero en el contexto actual, en el siglo XXI. El director Danny Boyle, el guionista John Hodge y el genial Irvine Welsh, que participó además en la película como actor y como productor, demostraron que se puede hacer una secuela de un clásico instalado en el corazón colectivo de una manera amorosa y desafiante, no guiada sólo por el afán corporativo de recaudación que guía a las bazofias de Star Wars o de Marvel o DC, y con una operación productiva sobre la nostalgia.

¿Qué hacer con el pasado? La película no pretende “actualizar” Trainspotting sino que la evoca construyéndola como una memoria activa, donde la historia emocional y la trama social que la originaba están vivas y muertas a la vez, y por eso son capaces de explicar los cambios y el derrotero vital de los personajes. Afortunadamente Trainspotting no es en Trainspotting 2 un monumento ni un lugar donde se puede volver: no se construye como un origen resistente y pauperizado por lo nuevo, sino como una condición de posibilidad. Trainspotting es algo que late dentro de Trainspotting 2. Fragmentos de la película vieja se insertan en la secuela porque se encienden en el alma de los personajes, pero también y principalmente en la geografía. De esta manera, la vieja película complejiza la espacialidad donde se desarrolla la experiencia. Porque, a diferencia de Trainspotting, donde la lucha era por el dinero y por la experiencia, en Trainspotting 2 la lucha es por la dignidad y por el territorio. Este es el tránsito que un régimen de acumulación neoliberal, haya tenido un paréntesis neokeynesiano o no, produce en las sociedades.

La película incorpora la digitalización de la experiencia no sólo a través de procedimientos lineales como aquellos en los cuales los personajes se toman selfies, se hacen los graciosos con apps o utilizan tecnología casera para realizar videos porno con cámaras ocultas. De una manera más fundamental, Boyle logró captar la manera en que los procedimientos narrativos que en 1996 eran novedosos podían entrar en tensión pero al mismo tiempo convivir con lo nuevo: sin barroquismos ni exageraciones, apenas con ciertos toques sensuales y bien ubicados, vuelve a dejar atrás la estética mainstream con la que se “cuenta” la internet (y que en breve podremos ver en The Circle, basada en la novela de Dave Eggers). Este mecanismo queda plasmado en el uso que se hace de la famosa escena de Trainspotting en la cual Renton se sumerge en “el inodoro más mugroso de Escocia” para buscar un supositorio con heroína. La escena es aludida pero no citada, es evocada pero no explotada, tal como sugeriría un abordaje más cercano a lo que Simon Reynolds llamó la retromanía. El acierto de esta opción es que intenta ser fiel al modo en que los protagonistas experimentan el cambio de era, como eternautas que atravesaron diferentes entornos tecnológicos con sus moralidades, se adaptaron como pudieron y lograron sobrevivir.

Quizás el único momento de exageración donde todos estos matices y el uso virtuoso de la nostalgia deja de ser un elemento productivo para interrogar al presente, y en lugar de eso consigue reificar una sensación actual proyectada restrospectivamente de un modo paralizante y llorón, se da en el monólogo que Mark Renton realiza en un restaurante caro cuando cena con Verónika, la actual novia de Sick Boy. A diferencia de la universitaria Nikki de Porno, Verónika es una inmigrante búlgara que se dedica a la prostitución como modo de supervivencia. Mantiene una sociedad para chantajear a sus clientes junto a Sick Boy, que está enamorado de ella aunque es dudoso que hayan consumado alguna vez porque el bueno de Simon es demasiado adicto a la cocaína. Como era de esperarse, Veronika se enamora de Renton. Mientras cenan Renton termina de ganarse a Veronika con un largo monólogo que emula al monólogo del joven Mark al final de Trainspotting. Claro que este monólogo ya no está al final, sino en el medio de la película. No es posterior a la traición a su amigo, sino anterior. De hecho, es su condición de posibilidad. En lugar de caminar por las calles de Londres con el dinero de sus amigos, Mark está en un restaurante caro y desde allí despotrica contra las redes sociales, l@s attention whores de la internet, la necesidad de exposición permanente de la experiencia capturada por las corporaciones que usufructuan el narcisismo haciéndolo redituable para sus propios fines, y un largo etcétera. Es un aggiornamiento de la teoría hipodérmica de la manipulación de masas llevada al plano de la web, y un testimonio de que la nueva moralidad burguesa millenial, el nuevo “choose life”, está en el new media. Sin embargo, y pese a ese momento de verdad, falla. ¿Por qué falla? Falla porque al carecer de ironía, pierde el potencial revulsivo que tenía el anterior monólogo de Renton, y termina pareciéndose más al lamento de un hombre viejo que al desafiante salto al vacío de un joven drogadicto y desempleado.

 

¿Qué les pasó?

 

¿Qué les pasó a los personajes de Trainspotting durante los últimos veinte años? O, en realidad, ¿qué oportunidades les devuelve el nuevo capitalismo de la gentrificación, el emprendedurismo, la alegría y los buenos modales? Básicamente, Spud sigue siendo un drogadicto que logró penetrar con cierta habilidad los mecanismos de la asistencia social posterior al neoliberalismo más hardcore, aunque esto no fue suficiente para que encontrase un sentido a su vida. De hecho, el mismo Spud le reprocha a Renton que, al final de Trainspotting, Renton le haya dejado sus cuatro mil libras, su parte del botín total, porque eso terminó de convertirlo en un adicto. Se trata de una buena parábola sobre las políticas sociales paternalistas. No porque Spud se haya convertido en un drogadicto, sino más bien porque Spud tenía derecho a convertirse en un drogadicto, a no elegir la vida, y en ese marco a realizar un suicidio ético como el que estaba a punto de cometer antes de que, en su regreso, Renton lo rescatase. La opción de Spud condensa las contradicciones de un progresismo que está dispuesto a asistir socialmente a los excluidos pero es incapaz de tolerar aquello que los excluidos deciden hacer con su futuro en tanto objetos de la beneficencia.

Begbie, por su parte, es una “víctima del sistema penal”. De hecho, por triquiñuelas del sistema e ineptitudes de los abogados está preso hace veinte años. Pero, a diferencia de lo que ocurría en Porno, donde era liberado, Franco Begbie escapa. Igual de furioso y de violento, dispuesto a llevar a cabo su venganza, a disciplinar a su hijo y a violar a su mujer. Begbie encarna la irracionalidad violenta, patriarcal, criminal, lumpen y vengativa propia de ciertas zonas de los desharrapados. Es un terminator de la clase obrera que nunca llegó -ni llegará- a serlo. En lugar de convertirse en un patético desnudista e inspirar lástima como en Full Monty, acá Robert Carlyle viene a comerse al mundo. Es un fantasma del pasado y sólo busca sangre porque no sabe lo que realmente desea. Con ese marco, es natural que termine derrotado por el orden.

Las posiciones de Simon y de Mark son un poco más “complejas”. En su huida a Amsterdam, Mark intentó integrarse al capitalismo de servicios (en Porno tenía un club raver), pero la empresa donde trabajaba lo echó tras una fusión corporativa que incorporó mano de obra barata offshore y conservó sólo a los trabajadores con ciudadanía holandesa. Mark se separó de su mujer porque no pudieron tener hijos, y a los cuarenta y cinco años está de nuevo en Escocia, vacío tras un divorcio, como si nada hubiera pasado. Sick Boy, por su parte, es el personaje que no cambió. De hecho, lo único que se modificó en su existencia en esos veinte años durante los cuales Porno aconteció en un universo paralelo es el reemplazo de la heroína por la cocaína. Sigue atendiendo el deprimente bar de su tío, cada vez más menos próspero, ajeno a los circuitos de gentrificación. Sigue intentando pegarla con negocios difusos, en este caso la extorsión junto a Verónika, que por algún motivo aún cree en sus habilildades comerciales. Cuando Renton reaparece en el bar, Sick Boy lo golpea hasta dejarlo inconsciente sobre una mesa de pool. Sin embargo, deja que Verónika lo cure. Luego, alardeará con Verónika de que va a traicionarlo para vengarse, ya que la reparación monetaria que Renton vino a traerle no es suficiente. Cuando se encuentra con Franco Begbie, Sick Boy va a hablarle sobre el regreso de Renton y a darle unas pistas difusas para que Franco vaya a cazarlo. Sin embargo, luego va a ayudar a Mark. Lo que sucede realmente es que Sick Boy y Renton son el mismo personaje. Son hermanos siameses. Y, desde el primer momento, sabemos que Sick Boy reconoce resignada y positivamente el hecho de que Renton les haya robado. Porque esos son los códigos sociales del neoliberalismo que Renton y Sick Boy, adaptativos, internalizaron mucho antes que Spud o que Begbie. Claro que es una cuestión ética, parece decir Welsh, pero antes que eso es una cuestión política.

 

 

Los emprendedores

 

Esta adapatabilidad combinada con emprendedurismo propio de los trabajadores informales y sin representación sindical que encarnan Renton y Sick Boy se había canalizado hasta el momento en la ilegalidad. Tanto en Trainspotting como en Porno. Sin embargo, veinte años después de la primera y diez años después de la segunda, con los personajes en sus cuarenta y pico, la innovación de Trainspotting 2 es que la película es estremecedoramente realista en su representación de la integración de esta potencia social por parte del neoliberalismo progresista. Esta aparente contradicción política fue representada por Hillary Clinton en las últimas elecciones presidenciales estadounidenses, y por el ex banquero Emmanuel Macron en las futuras elecciones de Francia. En Argentina, y en América Latina en general, las nuevas derechas como la gobernante Alianza Cambiemos son una extraña argamasa entre los herederos de un contratismo patrimonialista oligárquico y xenófobo, por lo general intelectualmente indigente y económicamente deshonesto con respecto al erario público (todo el mundo sabe que el Presidente Macri y gran parte de su elenco gobernante participaron en los escándalos de Odebrecht y dedicaron gran parte de su vida a evadir impuestos y a desfalcar al Estado), con jóvenes hijos de la burguesía financiera y de los negocios, de corte más liberal clásico y modernizador, algunos de ellos reconocibles como los idiotas de la familia incapaces de funcionar en el mundo privado, e ideológicamente identificados con el partido demócrata norteamericano. Pero más allá de la divergencia del ordenamiento electoral latinoamericano con la narración propuesta por Trainspotting 2, lo notable es que Renton y Sick Boy, en la película, están a punto de redimirse económicamente haciendo gala de su principal talento: el de la ventriloquia con respecto al discurso de las fuerzas sociales imperantes. Se vuelven emprendedores de la gentrificación.

Gracias a una “reunión de negocios” y a una propuesta de recuperación urbana, incorporación de comida orgánica, festividades al aire libre, hobbys y diletancia adornada como insignia de modernidad, haciendo uso de una emotiva presentación en video que evoca los “orígenes” de Leith y se estructura con el lenguaje de la “integración”, Renton y Sick Boy logran que una ronda de inversores y evaluadores pongan las cien mil libras necesarias para la “puesta en valor” de un antiguo local que, bajo una mascarada de bar, funcionará como sauna y casa de citas. Si los trabajadores de Full Monty elegían desnudarse, los de Trainspotting eligen en cambio mentir, ser más listos que los listos que pretenden engañarlos con el agotador verso del desarrollo, el derrame y el crecimiento económico. Y lo logran; consiguen el dinero.

Pero es en este punto del relato donde la operación ideológica del neoliberalismo progre-desarrollista empieza a crujir. Luego de ganar la licitación, Renton y Sick Boy son abordados por el mafioso que maneja las redes de prostitución en la ciudad. El mafioso, que es escocés pero bien podría ser ruso, que está en una película pero bien podría ser Daniel Angelici, Sergio Massa, Hugo Moyano, Nicolás Caputo, Lázaro Báez o Felipe Solá (personajes recurrentes de la corporación dirigente, empresarial y sindical argentina especializada en beneficiarse y acaparar oportunidades), los caracteriza como unos “perdedores inofensivos” y les aclara que el sueño de su emprendimiento chocará contra sus intereses. Este tipo de relación, que grafica la de los trabajadores informales y los emprendedores un poco más formales con el sistema sistema financiero y las corporaciones que administran los mecanismos de poder social, tiene un sólo final posible: Renton y Sick Boy son perdonados, pero deben antravesar campos y bosques desnudos, en bolas, hasta encontrar resguardo. La “ronda de negocios” no ha funcionado; el emprendedurismo no ha tenido lugar.

 

Las venas abiertas

 

Podría decirse que esta representación poco amigable del ciclo virtuoso de la economía funciona como coartada para adoptar una actitud cínica y paralizante. Después de todo, la vida continúa: hay que disfrutar de las pequeñas cosas y fumar un poco más de porro; a fin de cuentas el capitalismo financiero es necesario y detenerse a pensar en los privilegios es una pérdida de tiempo; el darwinismo social que nuestros gobernantes aman se encargará de acomodar las cosas. De hecho, y otra vez, parte de la prensa europea señaló con respecto a Trainspotting 2 que esta elección de la representación en los conflictos ocultó la problemática del Brexit y el auge de los nuevos nacionalismos xenófobos como verdadero dilema para la vida de los trabajadores europeos. También se señaló que la película se amolda a modelos patriarcales y heteronormativos, desde que las mujeres están subrepresentadas -el cameo de Diane es tribunero- y adquieren roles pasivos.

Sin embargo, el personaje de Verónika es quien termina llevándose el dinero para luego huir a Bulgaria, y Verónika sólo acepta a Renton luego de haberlo visto observando un video donde ella misma penetra a un hombre blanco, fofo y rico con un consolador. Más allá de esto, y de que Irvine Welsh siente su posición con respecto a Inglaterra y al Brexit en la escena donde Renton y Sick Boy les roban a los nacionalistas escoceses pro-británicos, lo que me interesa destacar no es tanto el carácter ficcional y eminentemente ideológico de las premisas de desarrollo económico que sostiene el neoliberalismo progresista. Más bien, y para terminar, me interesa hacer foco en el cambio radical de posición de la película con respecto a la consigna del “No Future” como matriz de subjetivación de los jóvenes adultos occidentales.

Para eso me parece atinado volver a la escena final de ambas películas, y al significado del término Trainspotting. La palabra tiene una doble acepción: por un lado se usa para describir la afición típicamente británica de observar el llegar y el partir de los trenes, y por otro se refiere a la búsqueda de venas para inyectarse heroína. No deja de resultar un hermoso acto de justicia poética el hecho de que en la última escena de Trainspotting 2 tengamos a un Mark Renton que, en lugar de huir de sus amigos y de su familia, y luego de haberse perdido la muerte de su madre, regresa a la casa paterna. Su habitación no fue tocada. Derrotado, sin trabajo, sin fondos para su emprendimiento, y luego de casi haber sido asesinado por Franco Begbie y por la mafia, de regreso en su habitación adolescente, Renton se pone a bailar Lust for life, la cancion de Iggy Pop que en Trainspotting se escuchaba cuando Mark se picaba con heroína. Lointeresante, sin embargo, no es preguntarse porqué baila Renton sino el lugar desde donde la escena de su baile es narrada. Porque la cámara que nos muestra a Renton bailando sólo a los cuarenta y seis años en su habitación adolescente es un tren. Un tren que se aleja por un oscuro y misterioso pasillo, y es ahí donde termina la película.

¿Qué significa esto? ¿Que Renton nunca pudo madurar? ¿Que tendría que haber elegido la vida, el futuro? Ciertamente no. En cada oportunidad que tuvo, Mark Renton actuó en contra del mandato del “No Future”. Traicionó a sus amigos, formó una familia, consiguió un trabajo “digno”. Eligió la vida. El problema es que esa vida terminó tirándolo de la cinta de correr -representación del costado hámster de su choose life-, y de hecho así es como empieza Trainspotting 2. En la escena de la cinta de correr, Renton se cae de una normalidad que en el fondo es falsa y estridente. Pero no se cae por nihilista sino por factores que lo trascienden (una reconfiguración empresaria, la imposibilidad de reproducirse, etcétera), factores que logrará a su vez superar a lo largo de Trainspotting 2, para fracasar de nuevo. Irvine Welsh diría que es la política, estúpido.

¿Qué fue, entonces, lo que cambió? ¿Que enseñanza nos deja Trainspotting 2? ¿Que sigue sin haber futuro? Más bien todo lo contrario. Lo que cambió es que si, en Trainspotting, Renton era el que podía denunciar y contravenir el sinsentido de la historia encarnada en la actividad de mirar trenes, y si el trainspotting era resignificado como buscar venas para meterse “caballo”, en Trainspotting 2 la moraleja parece ser que la propia Historia acelerada vino a mostrarnos el devenir siempre atrasado de sus personajes. Renton no va a cambiar, y por eso es abandonado por la Historia. Su “No Future” es el “No Future” de un condenado, y no tiene vuelta atrás dentro de su lógica de integración pero tampoco dentro de la lógica de la pequeña estafa y el chanchullo. No habrá una Trainspotting 3 salvo que Renton logre subirse a ese tren que se le aleja (de hecho, Welsh decidió escribir Skagboys, una precuela). Y la única manera de subirse a ese tren es que, en lugar de quedarse bailando Lust for life en la casa de sus padres tal como indicaría Alejandro Rozitchner, Renton decida hacer algo más radical, que sin lugar a dudas no tendrá el formato de la sociedad salarial que Renton repudia y que siempre lo repudió. El tren de la Historia, que es la fuerza narrativa de la película, observa a sus adorables personajes. Los exhibe habiendo emulado, adoptado y fracasado en la promesa del neoliberalismo progresista, para luego dejarlos atrás.

Copete: 
La película basada en la saga del escocés Irvine Welsh y estrenada este fin de semana parece haber cumplido su misión en el arco que va desde 1993 (año en que se publicó la novela) hasta 2017. Una lectura desde los procesos de gentrificación, el Brexit, la caducidad del No Future, las astucias del neoliberalismo progresista y los peligros de quedarse bailando solo en la habitación de papá y mamá.
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Políticas de la narración / Emprendedores / Caballos salvajes
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Hernán Vanoli
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¿Ciencia? Adonde vamos no necesitamos ciencia

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La elegía del intelectual profesionalizado

por Andrés Rolandelli (politólogo UNR, docente, autor de Carl Schmitt y la deriva moderna).

 

El proyecto macrista de convertir a Argentina en algo que no ha podido ser desde que emergió el peronismo hace más de 70 años está plagado de dificultades. Con el resquebrajamiento del orden neoliberal a escala global, a su plan maestro le están fallando las variables externas que lo harían sustentable en el mediano plazo. Más allá de estas dificultades, lo cierto es que hay una determinación férrea de la actual gestión por llevar a cabo este programa. Su accionar no se afinca en tradiciones clásicas de discurso. Al asumir que el ejercicio del poder no opera ni se deja performar bajo la rúbrica de ninguno de los esquemas retóricos conocidos, sean laicos o confesionales, el macrismo es profundamente contemporáneo en tanto reconoce la principal fuerza que determina la actualidad del momento: la técnica.

Como una vanguardia desenfrenada sin retaguardia alguna que la contenga, el poder performativo de la técnica es el principal agente de cambio a escala global, y se muestra capaz de dejar sin efecto cualquier discurso ajeno a sus designios ya sea de orden religioso, moral o estético. El avance de la ciencia en todos los campos de la naturaleza desde el siglo XIX hizo de su fundamento gnoseológico, la física newtoniana, el criterio incuestionable de verdad. En términos de su eficacia performativa, poco significó el relevo de esta teoría por parte de la relatividad de Einstein. La física mecánica, así como su aplicación al campo de lo social, siguió rindiendo frutos como ciencia aplicada. De allí la búsqueda de leyes sociales de igual jerarquía que las de la naturaleza. La teoría marginalista de Marshall en economía, la teoría pura del derecho de Kelsen, el darwinismo social de Spencer, la psicología conductual de Pavlov, fueron algunos de sus principales hitos.

El siglo XX se conformó en gran medida a la luz de este movimiento. Sin embargo, para ello debió disputar con otras tendencias que cuestionaban algunos de sus principios. La fenomenología, el existencialismo, el psicoanálisis y el marxismo fueron algunas y no pocos creyeron que el siglo XX sería del marxismo. Como se sabe, la historia demostró lo contrario. A partir del 1989 lo que quedó en pie como proyecto global fue el neoliberalismo. Este, más allá de permitir todas y cada una de las derivas modernas y posmodernas, se sustenta en un cariz neopositivista que opera como su última ratio. Poco importa que en Harvard, Oxford o La Sorbona haya departamentos de estudios marxistas, feministas y culturales. Las ciencias sociales a las que se les reconoce capacidad performativa sobre los diferentes ámbitos de la realidad reportan a un revival positivista. En la actualidad, son los principios gnoseológicos derivados de la biología, más precisamente de la neurociencia, los que marcan la pauta. A diferencia de lo acontecido en el pasado, este neopositivismo no traslada su método a otra entidad diferente de la naturaleza, llamémosle social, humana o del espíritu, en busca de resultados análogos. Sino que, ahora, la mayoría de los ámbitos correspondientes a estos campos son abordados a partir de un fundamento neurobiológico. Este se constituye como su principio apodíctico. El mundo corporativo lo comenzó a usar en el terreno de los recursos humanos, la publicidad y el marketing desde hace más de medio siglo. El coaching fue una de sus principales y más populares inventivas. En política, las llamadas campañas científicas han hecho lo suyo. Apoyándose en encuestas pueden asir, mensurar y eventualmente manipular el comportamiento social con fines electorales. En la economía, no pocas de sus afirmaciones recientes se sustentan en los avances de las neurociencias tal como la tópica de las neuronas espejos. En uno u otro caso la justificación -por ejemplo- del libre mercado o de los comportamientos electorales no radica en fundamentos filosóficos iusnaturalistas, historicistas o de cualquier otra índole, sino en un fundamento biológico que permite explicar una conducta. Aquellas reflexiones que se asuman como científicas, pero no suscriban a este paradigma, quedan como un exotismo o relegadas al lugar de la crítica sin reconocerle gran capacidad explicativa y, mucho menos, performativa.

Macrismo, recorte y neurociencias

El carácter contemporáneo del macrismo radica en el privilegio otorgado al discurso neurocientifico por sobre cualquier otro. Su estela se percibe en las diversas iniciativas de políticas públicas que propugna. La incorporación de técnicas de gestión del mundo empresarial en la administración pública constituye uno de los casos más evidentes. En las áreas de educación y salud se perciben sus ecos. Pero su impacto principal acontece en el área de comunicación. No son pocas las figuras importantes del actual gobierno que públicamente adhieren a este paradigma. Los consejos de Durán Barba fueron en esa dirección y mostró resultados muy concretos: la derrota del otrora imbatible peronismo. Su principal discípulo, el jefe de gabinete Marcos Peña, al igual que el ministro de educación Esteban Bulrich, también lo hacen. Parte de este mosaico es el reconocimiento al laureado neurocientifico, el radical Facundo Manes, funcionario del gobierno del PRO en provincia de Buenos Aires, y los fragmentos entrevistos de este discurso en el planteo económico del socialdemócrata formado en Londres, también radical, actual embajador en Estados Unidos y ex ministro de Economía del primer gobierno de CFK: Martín Lousteau. Aunque el PRO admite la existencia de otros discursos fuera de esta retórica, como las de su filósofo oficial Alejandro Rozitchner, quien dice provenir de la droga y el rock, fuente de su credo en el entusiasmo y el optimismo. Conjuntamente con Marcos Peña, Rozitchner decretó que el pensamiento crítico es un exceso. Como corolario esperado, tal sentencia operó como justificación para el recorte en el principal organismo que financia la investigación científica en Argentina, el CONICET, dentro del cual se incluye el financiamiento a las ciencias sociales y las humanidades.

En este contexto quedó reducida una de las formas por las cuales se profesionaliza la actividad intelectual en la Argentina. Fuera de la institución quedaron un millar de potenciales investigadores de todas las disciplinas, la mitad de ellos correspondientes a las ciencias sociales y humanas. A esta cifra se le irán sumando año a año aquellos que aún son becarios. En todos los casos estamos ante adultos jóvenes que invirtieron en promedio de cinco a siete años más de estudio luego de obtener su título de grado, para lograr doctorados y en algunos casos postdoctorados. Para todos ellos el paso siguiente era la carrera de investigador, la cual fue negada, no en razón de una mala performance sino aduciendo cuestiones presupuestarias. A pesar de lo trágico de la situación para todos los becarios, los que pertenecen a las ciencias duras tienen mayores posibilidades de inserción en el mercado laboral que sus homólogos de las sociales y humanas. Acá no sólo se juega una cuestión vocacional que implicó tiempo y energía, sino la posibilidad de una supervivencia económica.

Una defensa ineficaz

La discusión y el debate en torno al recorte apoyado también por Lino Barañao no se hicieron esperar. Las sociales y las humanidades fueron las disciplinas más raleadas, debido a la supuesta inutilidad de financiar muchas de sus investigaciones. Ante la crítica proveniente de las redes sociales y medios clásicos de comunicación, surgieron diversas voces a contrarrestar el ataque. Entre los argumentos en defensa, hubo cuatro tipos interesantes para destacar: el cultural, el científico natural, el institucional y el comparativista.

Dentro del argumento cultural, cuando se ha tratado de las áreas humanísticas de la literatura y la lingüística, se dejó entrever cierta apelación a la figura de Borges, criterio incuestionable de autoridad, como ejemplo de alguien que en su trayectoria se abocó, entre otras cuestiones, al estudio de las letras nórdicas. Lo que se omite en este argumento es que si Borges hubiera querido formar parte de los actuales sistemas de investigación le habrían exigido requisitos y condiciones que no poseía. Para empezar, un título universitario. Poco hubiera importado que hubiera publicado varias de sus obras más relevantes. Este caso anecdótico ilustra cómo el abordaje científico que la academia establece para las áreas humanísticas y sociales implica un canon que no admite determinados registros discursivos. Formas ensayísticas, literarias o partisanas son instancias de conocimiento no admitidas en la academia a no ser como objeto de estudio. Innumerables tesis e investigaciones son rechazadas o se las somete a reformas porque se considera que su abordaje no reporta a los criterios científicos legitimados. De allí que la apelación a figuras del campo literario es un uso injusto, aunque puedan contrabandearse algunas singulares argumentaciones. Nobleza obliga a reconocerlo.

La estela argumental derivada del campo de las ciencias naturales consistió en refugiarse en los avances que determinados científicos y proyectos de investigación de las ciencias duras han logrado producto del financiamiento del CONICET. En no pocos casos lo que comenzó siendo un proyecto de ciencia pura terminó por convertirse en uno de ciencia aplicada. De allí que se establece una analogía, expuesta de manera no del todo convincente, según la cual algo similar podría ocurrir en las áreas sociales y humanas. En ella también se establecen analogías que intentan descubrir leyes del comportamiento de la dinámica social como acontece en la naturaleza, apelando de esta manera a un argumento de sesgo positivista.

El argumento institucional radica en la excelsa performance de muchos becarios aspirantes a formar parte de la carrera de investigación que, habiendo cumplido con lo que se les pide, tal como la publicación de artículos científicos en revistas especializadas, formar parte de proyectos de investigación, etc, quedaron afuera. En definitiva, un argumento burocrático que cae por la fuerza de su propio peso. El sistema de becas del CONICET fue un sistema que no estipulaba un ingreso seguro a la carrera de investigador, a pesar de que se haya aducido una cuestión presupuestaria, sin contemplar el mérito.

El criterio comparativista alude a la inversión en ciencia y tecnología que determinados países realizan y el lugar que Argentina estaría ocupando en el mundo y cuál es el modelo a seguir. Más allá de la composición de esa inversión en ciencia pura y aplicada, además del sitio que en ella deben ocupar las diversas áreas, lo que se omite en este argumento es que esa inversión depende de una cuestión estratégica: un modelo de desarrollo con consenso político a largo plazo. El que proponía el kirchnerismo, a pesar de las dificultades, desaciertos y la necesidad de rectificarlo, requería de una política pública de ciencia y técnica como uno de sus principales puntales. En dicho marco, el financiamiento a las ciencias sociales y las humanidades corría a la saga de ese proyecto, aunque nunca quedara del todo explicitado el rol que estas debían ocupar. La propuesta del PRO, aún omitiendo la crisis económica y los eufemismos discursivos para no dar cuenta del proyecto que buscan llevar adelante, no la necesita en la misma medida. Las diferencias entre un modelo de acumulación que ponga el énfasis en el desarrollo industrial y otro que solo busque ajustar una economía acorde al presupuesto ortodoxo de las fronteras de la producción tiene su correlato en el impulso que se propugna a la ciencia y la técnica. Y por eso, en no pocos casos se presenta hacia la opinión pública la figura paradójica del cientista o intelectual antisistema que pretende financiamiento del sistema que critica.

El tabú

Ninguno de los casos antes expuestos puede responder cabalmente a la pregunta por la supuesta utilidad de financiar dichas actividades, por el simple hecho de que, medidas en esos términos, las ciencias sociales y las humanidades no la tienen. Que se haya apelado a esa lógica amparados en los cánones de las ciencias naturales no constituye una razón convincente. Más aún, es posible que haya sido el huevo de la serpiente por el cual se construyen las interpelaciones que justifican lo innecesario de financiarlas. En este sentido, lo dicho por Lino Barañao en el 2008 en relación al "carácter teológico" de las ciencias sociales y humanas fue una advertencia a la que pocos de los involucrados prestaron la debida atención. El zeitgeist neopositivista que anima a las neurociencias ya estaba operando, previo a la llegada del macrismo al poder. En este marco, el cuestionamiento a ese centro de imputación según la cual no todo debe ser mensurado acorde a un principio pragmático de utilidades resuta inocuo ya que el sistema se estructuró sobre él. Métodos pragmáticos terminan por exigir resultados de igual índole. Que la gestión kirchnerista no haya exigido tales resultados no significa que la actual no pueda hacerlo. De hecho, es lo que está haciendo cuando orientan en otra dirección una lógica institucional ya establecida, incluso conteniendo a una de sus principales figuras, el ministro de ciencia y técnica del anterior gobierno. Se ha señalado el carácter inoportuno de haber tomado dichas medidas debido al irrisorio costo fiscal que suponían -200 millones de pesos-. Más allá de considerar a esta como uno de los tantos "errores tácticos" del PRO, producto de su inexperiencia, no por ello entra en contradicción con sus fines estratégicos. Un modelo neoliberal en un país periférico como Argentina no requerirá, de consolidarse, una política pública de ciencia y técnica robusta.

Lo que emerge como un tabú del que poco se habla, es que las ciencias sociales y humanas han creado, en la mayoría de los casos, una red burocrática para nada seductora. Quienes la habitan invierten cuantiosas cantidades de tiempo en cumplir con formalismos vacuos, sin poder -en la mayoría de los casos-, estructurar una idea original. No en razón de falta de talento, sino del tiempo y energía que insume estar en la institución académica. Es más importante cumplir con plazos y estructurar un criterio productivista de creación intelectual que generar ideas audaces e innovadoras. Se debe cuidar la forma y la extensión de lo que se cita sin ahondar en excesos barrocos. El paroxismo al que ha arribado esta situación resulta en que es más importante la elaboración de un paper -bajo la premisa del publish or perish-, que un libro. El bien emblemático con el que se augura la tradición humanista moderna ya no vale. Sin poder cumplir con el fin pragmático que impone este modelo, tampoco se permiten desvaríos estéticos. En otras palabras, se produce algo insípido y sin utilidad. A no pocos de estos casos están orientados los dardos retóricos que pretenden desfinanciar las ciencias sociales y las humanidades.

De esta manera, lo que estas tengan para decir respecto de sus áreas de estudio y pueda trascender las fronteras académicas es cada vez más escaso, cuando no nulo. En tanto régimen de mecenazgo, el CONICET estableció pautas que desvirtuaron la naturaleza propia de los estudios sociales y humanos. La posibilidad de dialogar, cuando no interpelar a los sujetos y situaciones se encuentra, por lo menos cercenada.

Desde esta rúbrica, la interpelación al mundo político provino, en no pocos casos, de la adulteración de juicios morales y estéticos presentándolos como científicos, o desde una aparente exterioridad neutral, ignorando crasa y vulgarmente las características propias del fenómeno del cual se dice poseer un saber experto. Los litros de tinta que las diversas disciplinas de las ciencias sociales y humanas han vertido, en su anhelo de que el fenómeno político y social se ajuste a los objetos que ellas han construido, no estaría funcionando. Si antes la excusa era esa anomalía llamada peronismo, que impedía la existencia de un sistema de partidos coherente con ejes bien definidos y acuerdos macros de largo plazo, lógicas institucionales impolutas, una sociedad civil robusta con una ciudadanía empoderada, buenos esquemas de representación no contaminados por el clientelismo y tutti quantti; en la actualidad los hechos de corrupción que comprometen al presidente mismo, las lógicas antirrepublicanas en lo que hace a la designación de jueces de la corte suprema, el deterioro creciente de la economía, las vigencia de lógicas clientelares pero de otro signo, la hipertrofia del Estado, etc, habilitarían a pensar que la alianza CAMBIEMOS también lo sería. Sin embargo, posiblemente haya que reformular el enfoque, considerando que el fenómeno político en la Argentina y en no pocos lugares del mundo rebasa ampliamente los objetos que se han construido para asirlo. A no ser que baste con una imputación moral, válida aunque no científica. Ciertamente que hay excepciones. Existen profesionales de las ciencias sociales y las humanidades que han producido textos que permiten interpelar el pasado y la contemporaneidad, trascendiendo desde esta los confines de la academia, de igual manera que no pocos han asumido compromisos institucionales en el sector público, jerarquizando la función del Estado.

Si los cambios que están aconteciendo en Argentina y el mundo seguirán apelando a un sustrato neopositivista como su última ratio es algo que no se puede saber con certeza. Se requerirá para comprenderlos, habitarlos y performarlos (si es que eso acaso pueda ser mensurado), estrategias más audaces que el solemne alejandrinismo al que fue sometido el pensamiento en las formas académicas institucionales de la Argentina y el mundo.

La elegía del intelectual profesionalizado, comprensible por quedarse sin financiamiento público, como la de todas las víctimas de la actual coyuntura económico y social, no debe cesar si se encuentran nuevos modos de financiamiento. Su letanía debería realizar una autocrítica respecto de las formas académicas institucionales a las que fue sometida la dignidad del pensamiento en las últimas décadas. En no pocos casos es desde estas que se lo interpela.Tengamos la honradez de reconocerlo. La política, las sociedades y sobre todo la técnica deben ser repensadas a la luz de paradigmas más sagaces. No es poco lo que está en juego.

        

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Cambiemos al CONICET: la política científica de Macri 

Por Daniel Jones (Investigador Adjunto del CONICET, Docente UBA)

 

El conflicto desatado en diciembre de 2016 por el no ingreso a la Carrera de Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de alrededor de 500 investigadores/as, recomendados (por todas las instancias correspondientes de evaluación) pero no seleccionados, desató interesantes debates dentro y fuera de la comunidad científica.

A las históricas (y nunca saldadas) discusiones sobre los criterios de evaluación de antecedentes y de edad para el ingreso a (y la promoción en) la Carrera de Investigador, se sumaron polémicas sobre el valor, la utilidad y la relevancia del conocimiento científico producido con dineros públicos. Lejos de limitarse al mundo académico, comunicadores, funcionarios y “gente de a pie” (a través de las redes sociales) ofrecieron sus puntos de vista, no exentos de intencionalidad política.

Aunque claramente no fue el propósito del gobierno de Cambiemos generar dichos debates, a ellos colaboraron su campaña sistemática de desprestigio a ciertos temas de indagación en humanidades y ciencias sociales (vía trolls y periodistas afines al gobierno) y los cuestionamientos sobre el tamaño del sistema científico argentino y la orientación de la investigación desarrollada (vía el raid mediático del ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao).

Las declaraciones del Ministro enmarcan las medidas tomadas por el actual gobierno nacional. De manera esquemática, su política científica apunta a: a) reducir significativamente el presupuesto global destinado a Ciencia y Técnica (CyT), tanto en su porcentaje del PBI como en términos absolutos en dólares (considerando los incrementos de gastos interanuales necesarios por mayor personal, jerarquización, inflación y devaluación); b) disminuir a la mitad la cantidad de nuevas becas de investigación e ingresos a la Carrera de Investigador del CONICET, en relación tanto a los años previos como a las metas del Plan Argentina Innovadora 2020 (elaborado bajo la gestión de Barañao, en el gobierno previo); c) reducir los fondos destinados a subsidios de investigación, vía saltearse convocatorias de proyectos (otrora, anuales), recortar el monto disponible para cada subsidio y declarar nuevas incompatibilidades para investigadores o equipos ya financiados; y d) reorientar los fondos restantes (luego de estos sensibles ajustes) hacia “temas estratégicos”.

Los primeros tres puntos suponen un indudable recorte en el área de CyT, reconocido por el mismo Barañao en octubre de 2016 en la discusión del Presupuesto Nacional de 2017. En dicha instancia, la comunidad científica hizo una intensa y creativa campaña ante la opinión pública y los legisladores, advirtiendo sobre las consecuencias del ajuste (de alrededor de 300 millones de dólares) que suponía el proyecto de Presupuesto enviado por el Poder Ejecutivo y, con leves modificaciones en esta área, aprobado por el Poder Legislativo.

Ahora bien, ¿este conflicto sólo se trata de un ajuste presupuestario? Varios elementos demuestran que, además de un recorte muy significativo, existe una decisión de reorientar los fondos destinados a CyT, reconfigurando el perfil de la política científica del país. En términos institucionales, durante el conflicto en diciembre, las autoridades del Ministerio manifestaron en la mesa de negociación que no era una cuestión principalmente fiscal, sino de la voluntad política de ir “achicando” (SIC) el CONICET, el organismo de investigación de mayor tamaño, autonomía y prestigio del sistema científico argentino. Un buen indicador de esta direccionalidad política es que la propuesta original de las autoridades contemplaba diversos destinos para los ingresantes recomendados no seleccionados (Universidades Nacionales, agencias estatales, empresas privadas, entre otros), pero excluía al CONICET (algo que se logró modificar en la versión final del acta acuerdo por exigencia de las organizaciones de trabajadores de CyT).

Esta voluntad de achicar al CONICET, que comenzó manifestarse en la discusión del Presupuesto 2017, encuentra en el Ministro Barañao su principal adalid mediático, quien la justifica señalando que incorporar investigadores sería un lujo para un país como Argentina (“Ningún país con 30% de pobres aumenta la cantidad de investigadores”) o que realizarlo al ritmo que venía haciéndolo y se había planificado –bajo su propia gestión en el gobierno previo- tornaría inviable al organismo (“Si el Conicet incorporara mil investigadores por año, en tres años tendríamos que cerrar el ingreso por seis años”).

Sin embargo, estos argumentos no explican el cuarto punto de la política científica del Gobierno actual: orientar una creciente proporción de los fondos restantes hacia “temas estratégicos” (una decisión que se vio reflejada, por ejemplo, en la inédita asignación a estos temas del 50% de las vacantes del llamado 2017 a la Carrera de Investigador del CONICET). Una reorientación temática de una porción significativa de las investigaciones financiadas por el Estado (vía becas, puestos de investigador o subsidios para proyectos), podría darse en el marco de una amplia, potente y necesaria discusión sobre la relevancia y la pertinencia del conocimiento científico (sobre todo, aquel producido con fondos públicos en países en desarrollo).

Lejos de abrir estas discusiones en el seno de la comunidad científica y en diálogo con otros actores sociales en un marco institucional, heterogéneo y necesariamente pluralista, por el momento la justificación pública de esta reorientación queda reducida a una posición, como define Federico Kukso, “utilitarista, tecnofílico cortoplacista, de desprecio al pensamiento crítico”, cuyo principal vocero es el propio Barañao. Las declaraciones del Ministro acerca de que “no alcanza con tener más investigadores, sino que se dediquen a desarrollos productivos y a la solución de problemas sociales” o que el objetivo de su gestión es “tener más investigadores, pero con un perfil diferente, más insertos en las necesidades del país” o “más involucrados en los problemas de generación de trabajo” son, en principio, casi irrefutables por la vaguedad y buenas intenciones que parecen expresar. Con todo, suponen un reduccionismo sobre los múltiples criterios existentes para evaluar el valor y el impacto de una investigación (de las diferentes disciplinas y estilos) en un sentido que excede (aunque incluye) el desarrollo productivo o la transferencia tecnológica. A modo de ejemplo de conmovedora actualidad, sin los estudios de género y las investigaciones feministas, los asesinatos de mujeres por sus parejas serían aún meros “crímenes pasionales” a cubrir por crónicas policiales, y no “femicidios” a prevenir mediante políticas públicas.

Este tipo de intervenciones del Ministro en medios masivos de comunicación posiblemente impacten en un sector de la opinión pública para la cual, como sintetizo Alejandro Katz, “el estudio y la investigación son formas privilegiadas de la holgazanería”. Para pelear contra el uso político de ese sentido común por parte del gobierno nacional (y su ejército de trolls) para justificar los recortes en CyT, un sector de la comunidad científica optó por salir a demostrar “la utilidad” práctica de lo que hace. Si bien esa táctica quizás haya sido correcta en un momento defensivo y para el corto plazo (por ejemplo, durante el conflicto en diciembre), dejó fuera de juego a buena parte de las ciencias sociales y humanidades (ni hablar de la física teórica o las matemáticas, pero sobre ellas muchos comunicadores no sabrían cómo hacer afirmaciones temerarias para desprestigiarlas).

En este escenario adverso para la comunidad científica en Argentina, resulta imperante dar una discusión amplia y profunda sobre la importancia del conocimiento científico en un proyecto de país. Por un lado, los llamados imprecisos y presuntamente bienintencionados a una “ciencia aplicada” (en detrimento de la imprescindible ciencia básica) o a una “ciencia útil” deben ser desmontados inteligente e inteligiblemente explicando la relevancia de una multiplicidad de temas y estilos de investigación (algo que muchos colegas ya están haciendo en medios periodísticos y redes sociales). Por otro lado, vale la pena caracterizar el contexto en que se propone esta reorientación de las políticas científicas, que impulsarían una “transformación cultural” hacia la tecnología vía “temas estratégicos”. Como se pregunta Diego Hurtado, ¿“qué tipo de tecnología debería producirse en la Argentina para acompañar el proyecto de desarrollo del presidente Mauricio Macri” (un proyecto que no conocemos), “en un contexto de desindustrialización, desmantelamiento de los proyectos tecnológicos y recorte al sector científico”? Finalmente, vale la pena discutir si, incluso siguiendo una noción estrecha de “utilidad”, el modelo de país que está produciendo el gobierno actual requiere de Ciencia y Técnica, y en tal caso, en beneficio de qué sectores sociales y actores económicos se delinea esa demanda de conocimiento.

Lejos quedaron las promesas de campaña del presidente Macri de continuidad en las políticas científicas y aumento presupuestario. En un escenario de ajuste fiscal, redistribución regresiva de la riqueza y empobrecimiento de las grandes mayorías, esta comunidad científica acechada enfrenta el desafío de seguir produciendo conocimiento riguroso y, a su vez, asumir la responsabilidad política de lugar de relativo privilegio que ocupa.

 

Copete: 
Tras las luchas navideñas, y en un marco de enfrentamiento con los docentes, el gobierno traficó un ajuste brutal en el presupuesto de Ciencia y Técnica. Los ingresos a Conicet se restringieron y, pese a lo magro que implica el recorte en términos económicos, la ideología se impuso con la venia de Barañao, un ministro Monsanto-friendly. Presentamos dos lecturas cruzadas del conflicto: una crítica de Andrés Rollandelli a los argumentos desde los que resistió al ataque, y un informe sobre la dimensión global del recorte, de parte de Daniel Jones.
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Joaquín Álvaro Valdés
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Los centuriones de la memoria completa

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—En treinta y tres años de democracia se contó una sola historia: nadie nunca se ocupó de las víctimas de los grupos terroristas.

Victoria Villarruel le habla a Santiago del Moro desde la pantalla de Intratables, el gran escenario del debate político en la Argentina. Está invitada para que el público conozca “la otra cara de la historia que no fue escuchada”, dice el conductor del programa. Villarruel dirige el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV), una de la docena de organizaciones que integran familiares de víctimas de la guerrilla y familiares de militares acusados o condenados por delitos de lesa humanidad.

¿Será Villarruel la vocera que la cruzada por la “memoria completa” nunca tuvo? La abogada de 41 años habla tranquila, no se enoja, esquiva con cierta habilidad los temas más espinosos y repite como un mantra los tres puntos por los que, dice, lucha el CELTYV desde hace más de diez años: “Saber quiénes fueron los responsables de los atentados, lograr que se los juzgue y sancionar una ley para reparar los crímenes”. Además da bien en cámara. “La opinión pública ya sabe que sos la voz de los que esperan justicia”, la elogió en un tuit el periodista Beto Valdez.

Villarruel parece condensar todo lo que no lograron Cecilia Pando y Karina Mujica, las cabecillas de otras agrupaciones que lograron cierto reconocimiento público. Líder de la Asociación Argentinos por la Memoria Completa, Mujica tuvo sus quince minutos de fama diez años atrás. Tenía buenos vínculos con uniformados retirados, había sido novia del multicondenado marino Alfredo Astiz y fue oradora en los primeros actos del “día de los muertos por la subversión”, surgidos a mitad del primer gobierno kirchnerista, cuando sectores militares empezaron a presionar por las políticas de derechos humanos. Su luz se apagó cuando una cámara oculta la mostró –presuntamente- ofreciendo servicios sexuales en un prostíbulo de Mar del Plata, su ciudad natal.

Pando es la titular de la Asociación de Familiares y Amigos de Presos Políticos de la Argentina (AFyAPPA). No es una buena polemista (llegó a defender la apropiación de bebés) y no puede domar su ira: es recordada su amenaza de muerte, en 2009 y en medio de un juicio de lesa, al entonces secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde. Y ya desde el nombre de su agrupación tiene una postura: defender a represores, a los que llama “presos políticos”. Según otra de las agrupaciones, Abogados por la Justicia y la Concordia, dirigida por Alberto Solanet, hay más de dos mil “presos políticos” en las cárceles del país. Encarcelados injustamente por “haber ganado la guerra contra la subversión” en los setenta. Se refiere a represores condenados o procesados, claro. Villarruel, Pando y Solanet fueron recibidos el año pasado por autoridades del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. Pando y Solanet, por el ministro Germán Garavano. Villarruel, por el secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj.

—Esto arrancó en enero de 2016, cuando el secretario Claudio Avruj nos recibió por primera vez. Y responde a que hay mayor libertad de expresión y menos temor para hablar de estos temas —dice Villarruel, consultada por crisis.

Esos primeros encuentros generaron un alerta en los organismos de derechos humanos. El Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) advirtió en su último informe anual sobre una “avanzada contra las políticas de memoria, verdad y justicia”. E identificó algunos ejes: instalar el paradigma de “la reconciliación” como alternativa superadora de los juicios; estigmatización del proceso de justicia como ejercicio de venganza y secuela de una lógica de enfrentamiento; convertir a los condenados, procesados e imputados en víctimas; relativizar al terrorismo de Estado e instalar una agenda de “verdad completa”.

Las declaraciones de Juan José Gómez Centurión abrieron una puerta para visibilizar a estas agrupaciones: el titular de la Aduana, ex militar y ex carapintada, relativizó la cifra de desaparecidos (“No es lo mismo ocho mil verdades que veintidós mil mentiras”) y negó una verdad histórica confirmada por la justicia (“No creo que el gobierno de facto haya sido un plan sistemático”).

el CELS de los militares

El CELTYV nació en 2006, como hijo de una agrupación mayor: la Asociación Unidad Argentina (AUNAR). Había sido creada una década atrás, en 1993, por el general Fernando Exequiel Verplaetsen, ex jefe de Inteligencia de Campo de Mayo y ex jefe de la Bonaerense en la última etapa de la dictadura. Detenido en 2008 por los asesinatos de dos militantes montoneros, fue enjuiciado y condenado y, finalmente, murió en 2015. Forman parte de AUNAR militares, marinos y oficiales retirados de la policía. En 1998, hasta el diario La Nación señalaba que la postura de la agrupación era “directamente procesista”. En su última publicación de diciembre pasado, AUNAR declara: “La actitud de ‘recalcular’ deberá ser muy tenida en cuenta por nuestras instituciones armadas y de seguridad, que han sufrido y sufren la venganza de los cobardes. La actitud del reclamo por justicia a los presos políticos, o de ‘lesa humanidad’, denominados despectivamente por el enemigo derrotado, debe ser más imperativo y enérgico, dentro de los cauces de la disciplina militar”.

Desde 2008 el CELTYV posee personería jurídica: Villarruel se jacta de que es la única entidad de este tipo que la tiene. La ONG se financia “como cualquier asociación civil de la Argentina, con socios y donaciones”, cuenta Villarruel y aclara que no reciben fondos estatales. “Los reclamos son verdad, justicia y reparación. Que los terroristas sean juzgados y condenados, que las víctimas y el pueblo argentino conozcan la verdad de los hechos y que las víctimas sean reparadas económica y moralmente, que es como se repara a las víctimas en todo el mundo”.

Detrás del pedido de reconocimiento de las víctimas de la guerrilla parece haber siempre una reivindicación, más o menos velada, de la última dictadura.

Mi objetivo es que las víctimas del terrorismo sean reconocidas en sus derechos humanos. Me focalizo en que cambie su realidad, tan injusta. Jamás hemos intentado justificar los delitos cometidos desde el Estado, sea por la Triple A antes del 24 de marzo de 1976, o después. De lo realizado por el Estado se ha hablado por décadas. Es hora de que las víctimas del terrorismo sean reconocidas y se termine la impunidad de los responsables.

—El CELTYV declaró varias veces que los juicios de lesa humanidad no deberían hacerse.

Desde el momento en que el Estado abrió esa vía en 2003, corresponde hacerlo con todas las víctimas y no solo con algunas. El Estado no puede discriminar entre víctimas, ni darles a algunas todos los derechos y a otras negárselos sistemáticamente, configurando nuevas violaciones de derechos humanos y por ende delitos de lesa humanidad.

Clase 75, Villarruel nació once meses antes del golpe. Es hija de Eduardo Marcelo Villarruel, un teniente coronel retirado, y nieta del contralmirante Laurio Hedelvio Destáfani. El abuelo, que falleció en enero, fue un reconocido historiador de la Marina, autor de diez tomos de la Historia Marítima Argentina.

—¿Su padre o su abuelo fueron blancos de algún ataque guerrillero?

—Montoneros intentó atentar con bombas contra mi abuelo, pero afortunadamente salió ileso.

Villarruel dice que dedica la mayor parte de su tiempo al CELTYV. En las oficinas de la entidad trabaja detrás de una puerta blindada y de ventanas enrejadas. “He sido amenazada de muerte varias veces”, explica. “Inicié acciones legales –dice- pero el fiscal a cargo consideró que yo misma debía proveerle información de quién era el autor de las amenazas, y desestimó la denuncia”. También militó como abogada: se presentó a las elecciones en el Colegio Público de Abogados de la Capital Federal (CPACF) y también en el Consejo de la Magistratura. Lo hizo con Bloque Constitucional, un espacio en el que compartió lista con Ricardo Mihura Estrada. El año pasado la Procuraduría de Criminalidad y Lavado de Activos (Procelac) informó que Mihura Estrada y su esposa fueron dos de los principales donantes a la campaña de Mauricio Macri a la presidencia: gatillaron 1.500.000 y 1.481.215 pesos. La Procelac calificó esos aportes como “sospechosos”.

El estrellato incipiente de Villarruel en la tele ya tiene un correlato en las redes. Decenas de cuentas le dan apoyo y ánimo desde Facebook y Twitter. Ella misma tuiteó el 1 de marzo, tras la apertura de la Asamblea Legislativa: “Presidente @mauriciomacri q quien fue terrorista, mató, puso bombas, secuestró, no quede impune! Q el terrorismo pague su deuda”. Desde esa red social hay un operativo clamor para que Mirtha Legrand la invite a sus almuerzos. Al parecer funcionó: en un tuit de la cuenta del programa la incluyen en una terna con una modelo y una ex Gran Hermano: “Muy queridas y pedidas desde las redes. Llegarán este año a la #mesaza? Ustedes qué opinan?” El pedido para que la diva se meta con el tema es de larga data. Ya en 2007, después de un almuerzo con Estela de Carlotto, un título de la revista B1 reclamaba: “Mirtha: ¿Cuándo invitás a las víctimas del terrorismo en la Argentina”? La publicación, editada por Cecilia Pando, empezó a salir a fines de 2006, con un tono satírico poco eficaz. El lema publicitario era: “Fortalece la memoria y hace crecer los huevitos”.

Como cada vez que las redes se engolosinan con algún tema, hubo rebote en change.org, una plataforma en la que se reclama cualquier cosa. En las últimas semanas aparecieron dos peticiones: una para “apoyar en forma incondicional” a Villarruel, “una patriota del temple del padre de la patria”. Todo escrito con muchos signos de admiración que acá no reproducimos por buen gusto. La otra junta firmas para que “el Estado argentino declare imprescriptibles los delitos cometidos por el terrorismo de la década del setenta, y posibilite así su correspondiente juicio y reparación a las víctimas”.

pensá, pensá, dice la tele

Nunca como en las últimas semanas la tevé abierta le dio tantos minutos de aire al reclamo del CELTYV. En una semana Villarruel estuvo dos veces en el piso de Intratables. ¿Por qué es interesante hoy para un programa que vive del impacto un debate sobre “las heridas de la última dictadura”, tal como se leía en un graph? Carlos Campolongo, profesor universitario, periodista y panelista del programa, tiene una hipótesis: “El acontecimiento en sí es muy complejo y surge ahora por muchas causas. Una, entre otras, porque se generó una corriente contracultural opuesta a lo establecido por la mayoría de la sociedad. En muchos casos, con argumentos falaces que no distinguen métodos y fines, sobre todo cuando el Estado a través de su plan admitió el asesinato, tortura, desaparición y robos de bebés, por ejemplo. Aniquilar no es piedra libre para violar derechos humanos”.

Campolongo sostiene que estaba latente la discusión, por eso no cree que sea azarosa la aparición de personajes como Darío Lopérfido, Gómez Centurión o Villarruel. “No quiero caer en una suerte de teoría conspirativa, pero parece haber un interés de tipo político que, consciente o inconscientemente, exacerba las tensiones dentro de la sociedad. Hay una estrategia electoral maniquea del macrismo que tiene que ver con 'la grieta’, con atizar una confrontación de buenos-malos, peronistas-antiperonistas, puros-impuros. Como hacía el gobierno anterior”, dice.

A la televisión le interesa un debate de este tipo siempre y cuando cumpla con los “elementos del ritual televisivo en directo”, dice Campolongo. Aunque admite que hay una “imposibilidad del decir”: “No se puede argumentar desde una perspectiva de análisis político —aunque sea rudimentaria, porque es televisión— frente a las comprensibles emocionalidades de quienes han sido víctimas o tienen algún familiar asesinado”. “Intratables es una tribuna apetecible: no se puede profundizar nada, todo se simplifica, y lo que vale es el grito y el impacto”, dice Germán Ferrari, historiador, docente universitario y autor de Símbolos y fantasmas. Las víctimas de la guerrilla: de la amnistía a la “justicia para todos”.

Un productor de Intratables, en la confianza del off, acepta que algunos debates no tienen la densidad que merecen pero, se justifica, “hacemos un show de televisión”. Y ejemplifica: “Es como un Titanes en el Ring. Hay personajes buenos y malos, los invitados o panelistas a veces se creen sus personajes y eso lleva a la sobreactuación de las posiciones en conflicto”. El rating acompañó: los días de debate estuvo por encima del promedio del programa. Confirmado: para la tele “garpa” debatir sobre el fenómeno sintetizado como “los setenta”. Hoy. Mañana vemos. Días después La Nación se refirió al programa de América. “Conducido con corrección y mesura por Santiago del Moro, pudieron apreciarse allí intervenciones que representaron el sonido de las dos campanas”, dice el editorial “Debates esclarecedores”.

Después de Villarruel, en Intratables invitaron a Silvia Ibarzábal. Una de las hijas de Jorge Ibarzábal, teniente coronel secuestrado por el ERP en enero de 1974, durante el fallido ataque al cuartel de Azul. Cautivo por diez meses, lo mataron en un traslado. Su hija pide que el crimen sea declarado de lesa humanidad. Lo hace como titular de AFAVITA, la Asociación de Familiares y Amigos de Víctimas del Terrorismo en la Argentina. También busca que se consideren imprescriptibles las causas por las muertes de José Ignacio Rucci, en 1973, y de Argentino del Valle Larrabure, en 1975. Uno de sus hijos, Arturo Larrabure, es el vice del CELTYV.

“Acá hubo una guerra. Ha habido un uso y abuso de los derechos humanos”, dijo Ibarzábal. La escuchaba el periodista Eduardo Anguita, ex miembro del ERP, que pasó once años en prisión. Hubo después entre los dos un ida y vuelta, con ciertas dosis de tensión.

Hace ocho años, consultada por el periodista Guido Braslavsky para el libro Enemigos íntimos. Los militares y Kirchner, Ibarzábal se quejó de que su “mensaje” no llegaba a la sociedad y reconoció que con otros familiares habían pensado hasta en contratar a una agencia de publicidad.

es la memoria, estúpido

El antecedente más remoto de estas agrupaciones es Familiares y Amigos de los Muertos por la Subversión (FAMUS). Creada en 1984, estaba integrada por madres, esposas y hermanas de militares muertos en acciones contra grupos guerrilleros. Es más: sus dos principales impulsoras y directoras fueron mujeres. Las misas de FAMUS eran una apología de la dictadura y de la represión ilegal y significaron un gran problema para el primer tramo del gobierno de Raúl Alfonsín. La agrupación terminó por disolverse en 1991, cuando los indultos de Carlos Menem prometieron paz y tranquilidad para las FFAA.

En un paper sobre Tributo, la publicación que editaba FAMUS, los investigadores Sandra Gayol y Gabriel Kessler sostienen que la búsqueda de legitimidad en el espacio público de esta organización se estructuró “en torno a una serie de operaciones discursivas cuyo elemento común es la muerte”. “No es la muerte en sentido general –explican- sino formas particulares de matar y morir a partir de las cuales se establece una oposición radical entre los muertos propios y los del campo opuesto”. Cualquier similitud con lo que pasa hoy no es mera coincidencia.

También Hugo Vezzetti, investigador del Conicet y miembro histórico de la ya desaparecida revista Punto de Vista, abordó el rol de FAMUS en los ochenta. En Conflictos de la memoria en la Argentina sostiene que la agrupación se interesaba menos por sus familiares caídos que por una amplia denuncia del “enemigo subversivo”. Y es terminante al analizar lo “irrisorio” de la argumentación de esos grupos, y de la derecha política en general. “Repiten que los caídos por la acción de la guerrilla también tenían derechos humanos que no habían sido reconocidos ni defendidos. Aunque esto sea cierto, nunca asociaron sus demandas a la causa por la justicia y los derechos, sino que se sostuvieron en las condiciones excepcionales que habrían justificado el modo criminal en que se había desarrollado la ‘guerra’ contra la guerrilla y la disidencia política”.

Villarruel escribió los libros Los llaman jóvenes idealistas y Los otros muertos, este último en coautoría con Carlos Manfroni. Este señor tuvo a fines de 2015 un brevísimo paso por el Ministerio de Seguridad, con cargo de subsecretario y convocado por Patricia Bullrich. Tuvo que renunciar cuando Horacio Verbitsky recordó su pasado: que escribió para la revista Cabildo –que estaba a la derecha de la dictadura- y que objetó “el criterio de la Corte Suprema sobre los crímenes de lesa humanidad”. En el libro, Villarruel y Manfroni aseguran que, entre 1969 y 1979, más de 17 mil personas fueron víctimas de atentados, y 1094 de ellas asesinadas por la guerrilla. Las cifras surgen, dicen, de relevar 16 mil noticias publicadas en diarios y revistas de la época. Hace unos años intentó reeditar Los llaman jóvenes idealistas a través de idea.me, un sitio de financiación colectiva. No tuvo éxito: sólo puso plata una persona.

La Corte Suprema de Justicia y la Cámara Federal ya dictaminaron que los crímenes cometidos por las organizaciones armadas no son imprescriptibles. “Las ‘víctimas del terrorismo’ no pueden tener el mismo trato que las víctimas del terrorismo de Estado. La Argentina perdería mucho en calidad institucional y democrática si se consagra que todos los hechos son iguales, porque no lo son”, remarca Rodolfo Yanzón, abogado especializado en derechos humanos, miembro de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y querellante en muchos juicios de lesa humanidad.

Antes que Gómez Centurión, Macri mencionó en una entrevista el término “guerra sucia” para referirse al terrorismo de Estado y no supo responder si eran nueve mil o treinta mil los desaparecidos. Esa “duda” le costó el puesto a Lopérfido: de secretario de Cultura porteño pasó a ser director del Teatro Colón, y de ahí, hace pocos días, voló a la estratósfera: la definitiva salida, con un carguito en Berlín. ¿Lo que piensa y dice Macri representa a su partido? “Más allá de la opinión de algunos integrantes del gobierno, no pareciera que haya una política para retroceder en temas de derechos humanos. Son conscientes de que es un tema sensible que puede generar debates que no necesitan”, opina Yanzón. Y agrega: “Tipos como Lopérfido o Gómez Centurión no son peores que César Milani o Aldo Rico, que formaron parte del gobierno anterior”.

Ferrari se pregunta qué decisión tomará la Corte Suprema cuando tenga que resolver casos vinculados a derechos humanos: “¿Seguirá con la postura mantenida hasta el momento? ¿O fallará de acuerdo con los tiempos macristas?”. Y cree que el cambio en el escenario político facilitará a organizaciones como el CELTYV hacer todo lo posible para ir “horadando valores instalados en la sociedad sobre derechos humanos”. “Mientras el gobierno les dé señales a favor, van a aprovechar para imponer su relato”, dice.

Un comentario de Larrabure en el muro de Facebook de Villarruel parece darle la razón: “Se ha abierto una gran puerta que parecía cerrada para siempre”.

Copete: 
Aunque construyó su marca vendiendo posideología, el macrismo patrocinó la reapertura del debate sobre “los setenta”, que en verdad nunca se había aquietado. Hoy, el agite para que la violencia revolucionaria sea castigada a la par que la represión estatal trepó a la cima del rating. Detrás de ese empuje hay una profusa red de ONG que parasita el lenguaje de derechos humanos construido por las víctimas de la dictadura.
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Raúl Arcomano
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si no hay derrame, hay desborde

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A penas tres días de marzo bastaron para develar un misterio que permanecía cuidadosamente disimulado por el sistema político y mediático dominante. Para mayor ironía, fueron el 6, 7 y 8 del mes con el que arranca el año. Desde entonces, un remolino de movilizaciones sucesivas convocaron a multitudes que nadie esperaba tan pero tan masivas. No es cierto que la única verdad sea la realidad, pero hay acontecimientos que valen más que mil imágenes. Y, sin embargo, los hechos requieren ser interpretados. ¿Cuál es el significado de esta conflictividad cuya envergadura no se veía al menos desde 2008, y que se expande como una mancha de aceite, en cortes de rutas, convocatorias como las del 24 de marzo y la concreción el seis de abril, finalmente, del más demorado paro nacional que recordemos?

Ante todo, se terminó la ilusión macrista de que el ánimo popular puede manipularse con promesas que se dilatan. La tolerancia de la gente ante el empeoramiento de sus condiciones materiales de vida ha tocado un límite. Cuando el malestar se convierte en cuestionamiento organizado y la calle toma la palabra, el montaje de la representación cruje, se pone a prueba. Y el tinglado político hoy no ofrece alternativas que estén a la altura del desafío de época. Dicen que la política teme al vacío. La película que viene, entonces, puede ser de terror.

Aunque de modos muy distintos, los conflictos a que nos referimos formularon un mismo y crucial dilema: el de las mediaciones democráticas para resolver los diferendos de intereses sociales. La gobernabilidad que ensaya la administración de Cambiemos, a tono con las tendencias globales, convierte al diálogo en simulacro, y a la negociación en una emboscada. Incapaces de reconocer la aguda crisis que atraviesa su estrategia económica, el gobierno nacional hace gala de un pragmatismo sin brújula ni horizonte. Y comienza a mostrar el látigo para atemorizar una realidad que se le insubordina.

La lucha de los docentes es un caso testigo de hasta dónde será posible empujar hacia abajo el salario de los argentinos. Los protagonistas de esta pelea cuentan con la solidaridad de quienes perciben en la educación pública un recurso de ascenso social e integración ciudadana, pero encarnan una demanda defensiva y enfrentan la hostilidad de los funcionarios. De hecho, la candidata top en todas las encuestas, la gobernadora María Eugenia Vidal, se propuso quebrar la resistencia del gremio de maestros más importante del país. Si lo logra sería un gol de media cancha para las pretensiones de disciplinar la protesta, al propinar una derrota ejemplar a los inconformistas.

La última marcha organizada por la CGT fue histórica, por la imbatible concurrencia y por su sensacional desenlace. En el acto, la conducción de la central obrera dilapidó la oportunidad de encauzar la ola de reclamos que, más allá de los desacuerdos, confluían en agregación centrípeta hacia su convocatoria. Estamos ante un sindicalismo posvandorista, que ya ni siquiera pega para negociar sino que ahora hace negocios para negociar. Mientras permanece sometido a la extorsión de funcionarios que provienen del mundo empresarial y saben cómo lidiar con gremialistas sin espesor ético ni autonomía conceptual. Es un hecho que la mayoría de los laburantes tomaron nota de la aguda crisis que perfora a sus instancias de representación sectorial. En el caso de que la conflictividad se intensifique y no encuentre instancias coherentes de dirección, la protesta podría adquirir un carácter salvaje.

En tal sentido, la impresionante movilización de mujeres a Plaza de Mayo y el paro que lanzó la colectiva Ni Una Menos concitando el apoyo transversal de muchísimos actores, anticipa aspectos de lo que está por venir. Una de las particularidades de este movimiento es que sus exigencias atraviesan el repertorio de respuestas que puede ofrecer la democracia formalmente existente. Conmueve las bases de sustentación de la sociedad salarial y las estructuras familiares correspondientes, al tiempo que desafía con un grito de rebelión la violencia sobre el cuerpo de las mujeres. Y, sin embargo, contra la lógica del progresismo humanista, mientras más fuerte es ese aullido de dolor mayor resulta la reacción y el ensañamiento. La historia enseña que los privilegiados se niegan, a veces con ferocidad, a ceder su poder de mando. La brutal razzia desplegada por la policía porteña con participación de la Federal al término de la marcha del 8M y su siniestra reivindicación por parte de los ministros de Seguridad de ambas jurisdicciones son una señal inequívoca de la disposición gubernamental a reprimir sin miramientos.

2017 será un año turbio e intenso, inmune a las predicciones. Asistimos al resquebrajamiento de un gobierno atrapado entre el gradualismo y su propia incapacidad para imaginar una solución innovadora a la crisis. Sin embargo, la inexistencia de alternativas superadoras convierten la coyuntura en un atolladero. El resultado de las elecciones en la provincia de Buenos Aires será decisivo para consolidar el repliegue de las aspiraciones de Cambiemos o para relanzar sus pretenciones hegemónicas. Pero hay que animarse a discutir allí donde la supremacía del PRO echó raíces, para fundar los contenidos de un proyecto emancipador que no se contente con mirar al futuro por el espejito retrovisor. El número 28 de la revista crisis apunta en esa dirección y se sumerge en las cavernas políticas de “la ciudad gaturra”.

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Colectivo Editorial
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Sebastían Pani
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un chaparrón sobre la promesa digital

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Que el siglo XX fue el siglo de las ideologías, los extremos, el pasaje al acto de ideas políticas y sociales largamente incubadas en el seno de la Ilustración y sus consecuentes derivas igualmente heroicas y horripilantes es un asunto sobre el que se ha llegado a un consenso casi unánime. En espejo, el siglo XXI parecería, habiendo nacido bajo el signo del fin –otro lugar común– de los grandes relatos, una época caracterizada por la confusión y el reacomodamiento de lo nuevo, por una marea de novedades tecnológicas que se sobreimprimen sobre los movimientos tectónicos de las placas geopolíticas que la Guerra Fría había congelado, por un incesante flujo de información que desdibuja las fronteras de lo conocido y nos arroja a la incertidumbre de lo desconocido. Como en el siglo anterior, en este hay guerras, crisis del capitalismo, catástrofes, movimientos de desahuciados globales, organizaciones terroristas clandestinas, países que se hunden y países que experimentan súbitos booms. Pero aún las imágenes que recibimos no calzan del todo en una narrativa que le proporcione un sentido que sea, más o menos, aproximadamente, compartido por aquellos que se interesan en racionalizar la Historia en términos de algún sentido racionalizable, como una flecha oscilante que, no obstante, avanza. 

Sin embargo, quizás el siglo XXI sí tenga una narrativa histórica que permea las discusiones contemporáneas, aunque se trate de una narrativa que se niega a decir su nombre, que rehúye identificarse políticamente. Un gran relato que no se asume como tal: después del fukuyamismo de los neoconservadores que pretendieron darle la espalda, aliviados, al siglo de los totalitarismos, los proyectos utópicos trascendentales y los genocidios ideológicos, el nuevo discurso que ordena los acontecimientos de este siglo se vuelve hacia las máquinas y hacia la promesa de la conectividad virtual como horizonte de resolución de los problemas de la humanidad. La secuencia histórica es elocuente e irónica: la caída de los últimos regímenes comunistas es contemporánea a la expansión comercial de internet, con su salida al mundo después de abandonar los estrechos límites de las universidades y dependencias militares en que se había desarrollado. Primero fueron los gurús de Silicon Valley, esos antiguos nerds de los años setenta que con la expansión de las computadoras personales se convirtieron en millonarios de la vanguardia tecnológica, los que anunciaron la llegada de la nueva y gloriosa “Era de la Información”. Y a ellos le siguieron periodistas, académicos, intelectuales y asesores políticos que dispersaron la noticia de que habíamos, al fin, dejado atrás las sombras de la prehistoria para entrar a una época en la que la solución de los más persistentes problemas públicos estaría cerca gracias a las nuevas tecnologías del mundo digital. Y por supuesto, ese entusiasmo tenía bases concretas en qué sostenerse: no se trataba de una prédica cientificista desligada de la realidad de todos los días, las nuevas máquinas, las nuevas redes, los nuevos dispositivos y medios de comunicación se popularizaron geométricamente y detrás de ellos estaban empresas que redefinían el perfil del capitalismo del siglo XXI con una producción aparentemente inmaterial, disruptiva, amigable con los consumidores y que se postulaba al servicio de un mundo mejor. ¿Qué puede ser más atractivo?

A ese tipo de ideología que considera a internet como una fuerza de la naturaleza que no puede ser cuestionada, a riesgo de militar en las filas de la reacción, Evgeny Morozov la denomina internet-centrismo. Las más de 400 páginas de La locura del solucionismo tecnológico, un libro que puede ser leído como un ensayo contra las ambiciones culturales, contra las premisas fundamentales de gran parte del pensamiento mainstream contemporáneo y contra las ilusiones de la tecnocracia, cargan contra el discurso que erige a los desarrollos de las nuevas tecnologías asociadas a la conexión de dispositivos que permiten un flujo incesante de información de sus usuarios en una revolución histórica. Si el internet-centrismo piensa a las nuevas tecnologías como un quiebre de paradigma sólo comparable a la invención de la imprenta y, antes, de la escritura alfabética, cualquier cuestionamiento que se eleve contra algunos de sus efectos cae inmediatamente en la acusación de retardar el progreso inevitable, de ser un irredento ludita que no acepta que la red ha llegado para siempre a cambiar nuestras formas de vida. Por eso, y este es el objeto central del libro de Morozov, internet aparece como una fuerza ahistórica, caída de los cielos, una fuerza disruptiva que se lleva por delante cualquier obstáculo. No es para nada extraño ni casual que el discurso de los gurús de internet, o de los intelectuales y periodistas que divulgan su relato, suene tan parecido al de los economistas liberales que propugnan al mercado como instrumento para solucionar todas las patologías sociales. La red y el mercado no sólo funcionan análogamente en la realidad (después de todo las empresas tecnológicas forman parte del sector que más inversiones y más valor producen) sino que también comparten ese tono milenarista que se imagina como una revolución virtuosa que habrá de sacar a la humanidad de las sombras. 

Con estas premisas, el solucionismo consiste en la aplicación de los principios de internet, de sus lógicas y sus potencialidades, a ámbitos de la vida cotidiana que hasta hoy habían permanecido más o menos distantes de los paradigmas de la red. Así la política electoral, por ejemplo, con sus opacidades y sus hipocresías, podría ser “solucionada” aplicando el modelo colaborativo de Wikipedia, con los ciudadanos convertidos en usuarios de plataformas online en la que se discuten y se votan los proyectos de ley. O las agencias estatales de promoción cultural pueden ser reformadas según el modelo de crowdfunding en el que los aportantes anónimos deciden qué obras merecen ser financiadas y cuáles carecen de mérito para realizarse. También el periodismo y la industria editorial pueden ser (y lo están siendo, de hecho) revolucionados gracias a la enorme masa de datos personales que los usuarios entregan a la red para, por ejemplo, lograr una personalización completa de las noticias y los contenidos editoriales que cada persona recibe: medios diseñados a medida de cada uno, sólo con las noticias que, gracias a los algoritmos, la red “sabe” que nos interesan. Y lo mismo vale para los avances sobre campos mucho menos plásticos como el sistema de transporte (el ejemplo de Uber es conocido, pero casi nadie sabe qué hace Uber con el flujo de datos que consigue de sus usuarios), o el sistema de salud (ahí están los dispositivos inteligentes que monitorean las 24 horas los indicadores físicos y disparan alertas para inducir conductas más “saludables”), o la prevención del delito con sus cámaras provistas de software de reconocimiento facial o de análisis de la conducta en base a los perfiles publicados en las redes sociales. La promesa es esa: transparencia, apertura, colaboración, información, la tecnología al servicio de un mundo mejor. 

Las objeciones de Morozov a esta ideología, y esto lo distingue de la mayor parte de los críticos de internet, es que no apuntan a algún tipo de nostalgia del mundo analógico, a un cierto romanticismo que añora la vitalidad del “mundo real” frente a la supuesta palidez de lo “virtual”, a alguna clase de heideggeriano temor a la deshumanización que traerían las nuevas tecnologías. Sus objeciones, más bien, tienen que ver con un cuestionamiento al fetichismo que envuelve toda la discusión pública sobre las nuevas tecnologías digitales. En medio de toda la retórica optimista sobre los impactos benéficos de internet lo que en realidad hay es una ausencia completa de complejidad sobre las relaciones entre la tecnología y la sociedad. En vez de pensar internet como un complejo constructo social en el que se intersectan la economía, la política y la larga historia moderna de la técnica y la ideología, los solucionistas la piensan como un entorno natural que no puede ser cuestionado. En vez de preguntarse por las consecuencias concretas que cada aplicación tecnológica tiene sobre las motivaciones de los individuos, sobre sus conductas, sobre el tipo de finalidad deseable que se querría alcanzar, los solucionistas colocan a internet como premisa inicial de la que se desprende que todo lo que tenga algún parecido con la nebulosa imaginería digital (todo lo que sea wiki- algo, e- algo, smart- algo) es automáticamente considerado como positivo. Las objeciones de Morozov se dirigen a poner en cuestión la naturalización invisible que rodea a internet y a poner en duda que muchos de los problemas que los solucionistas identifican y quieren reparar en realidad no constituyen problemas en absoluto. 

Así, la opacidad de la política real, su ambigüedad y sus compromisos oscuros son parte de la complejidad inherente a una actividad constituida por el conflicto de intereses y valores y no una “falla” de un sistema analógico envejecido que debe ser reemplazado por la transparencia de las redes sociales. Lo mismo vale para un periodismo que no se restrinja a la publicación de contenidos elegidos en base al número de clics, dejando de lado noticias menos monetizables pero más importantes para la vida pública, aunque eso sea visto desde la perspectiva del internet-centrismo como una resistencia a amoldarse al gusto de los usuarios. Al igual que otras ideologías basadas en un concepto todopoderoso (como el mercado), el internet-centrismo es antielitista y sólo confía en la verdad que emana del mayor número. De ahí que sueñe con un mundo sin intermediarios, sin mediaciones entre los usuarios y las empresas que generosamente ponen a disposición sus innovadoras aplicaciones. Adiós a los críticos de arte o de gastronomía o de libros, reemplazados por los rankings elaborados por los usuarios; adiós a los sindicatos siempre empeñados en obstruir el contacto directo entre los consumidores; adiós a las editoriales y las discográficas con sus elitistas decisiones sobre qué es digno de ser publicado, bienvenida la autopublicación y la aspiración al reconocimiento entre desconocidos. 

A pesar de su edad (apenas 32 años) Morozov tiene una biografía que lo pone en guardia contra los sueños utópicos de cambio social sustentados en proclamados quiebres históricos. Nacido en 1984 en la entonces República Soviética de Bielorrusia, en una ciudad industrial llamada Saligorsk, donde la mitad de la población trabajaba en una mina de potasio, Morozov emigró a finales de los noventa a Berlín para trabajar como activista en una ONG dedicada a fomentar el periodismo online en Europa del Este. Fue un joven creyente en el potencial emancipador de las nuevas tecnologías y creyó ver ahí las nuevas armas de la época para derrotar a los regímenes postcomunistas que sucedieron a la URSS. Años después, desengañado, se convirtió en un crítico aguafiestas del tipo de discurso eficientista y tecnocrático que tanto entusiasmo produce en eventos como las charlas TED. No es arriesgado pensar que esa infancia en el agonizante experimento soviético lo haya puesto para siempre en guardia contra la ambivalencia neurótica de las utopías sociales que, al mismo tiempo que se proclaman como una fuerza de la historia imparable, ven a sus disidentes como peligrosas amenazas y se piensan como respuesta única, incuestionable, a todos los problemas que ellas mismas crean. Como el viejo sueño ya olvidado del socialismo científico, como en el sueño todavía activo del libre mercado, la ideología de internet explica todo y es la solución para todo. Resulta un poco irónico estar otra vez en el mismo lugar. 

La locura del solucionismo tecnológico, de Evgeny Morozov 

Capital Intelectual + Katz, 2016, 441 páginas.

Copete: 
Mariano Canal escribe sobre La locura del solucionismo tecnológico, de Evgeny Morozov 
Número: 
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Semidestacado
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Mariano Canal
Ilustrador: 
Pedro Mancini
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La vigencia de un corsario

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I. Antes y después (y después y antes) de la política

Entre el antes y el después de la incursión más formal de Jorge Asís en la política, una vez concluido con éxitos y con catástrofes el Ciclo Canguros (Flores robadas en los jardines de Quilmes, Carne picada, La calle de los caballos muertos y Canguros) y cerrado también el Ciclo Rivarola (Diario de la Argentina, El pretexto de París / Rescate en Managua y Cuaderno del acostado), se produjo un cambio también formal en la escritura literaria de Jorge Asís. El salto se registra con precisión entre las novelas El cineasta y la partera (y el sociólogo marxista que murió de amor), publicada en 1989, y La línea Hamlet o la ética de la traición, que en 1995 significó el retorno de Asís de su propia exoneración editorial (“Me dije: saco los libros del mercado y fomento la necesidad de leerme, hago pesar la falta. Y a nadie, en el fondo, le importó un carajo”). Desde ya, el impulso narrativo y el ánimo visceral del novelista son los habituales. Pero lo que cambia en ese lapso es la maquinaria a gran escala del procedimiento narrativo. La manera en que las palabras, las ideas y las imágenes se fabrican en la escritura.

A partir de La línea Hamlet o la ética de la traición (“había publicado la novela sobre el menemismo, que me reclamaban. Pero estaba escrita en clave. Fue tan alegórica que nadie entendió nada”) podría decirse entonces que es la escritura, en su más transparente dimensión material, lo que absorbe y transfigura una experiencia radical en la vida del escritor. Ahí está, por lo tanto, el territorio fundamental de estas Memorias tergiversadas: las huellas más evidentes de las funciones oficiales ante la UNESCO en París, la fugaz vida ministerial en Buenos Aires (con los “choripaneros del lenguaje” y los “hurgadores de sueldos” que lo rodearon en la Secretaría de Cultura de la Nación), las múltiples batallas sordas con “el frente cultural”, el retorno a Europa como embajador “Artículo Quinto” y, por supuesto, las consabidas roscas políticas, el ocaso informal del menemismo (con la fórmula presidencial utilitaria Rodríguez Saá - Asís) y el retorno triunfal al periodismo (“de pronto el naufragio personal encontraba una playa. Para pesar, para pisar fuerte, debía escribir periodismo”). ¿Cómo, entonces, leer estas Memorias tergiversadas? El énfasis del propio Asís en que este libro es una “novela” es engañoso: si sus memorias son una novela, entonces todas sus novelas siempre han sido memorias (y quienes hayan leído las novelas no solo saben que esta paradoja es cierta, sino que esas memorias avanzan bastante más allá de la estricta autobiografía individual para zambullirse en la gran escala de lo generacional). Tal vez Memorias tergiversadas tenga que leerse como lo que es: la explicación, la reconstrucción, la narración pendiente de “olvidos selectivos” que, si por un lado, da sentido al notable hiato estético entre 1989 y 1995, por otro lado ajusta las coordenadas entre un frustrado exilio madrileño en los años ochenta y la penúltima resurrección, treinta años más tarde, como columnista estrella en televisión y en internet y, sobre todo, como uno de los más agudos objetores ideológicos y políticos de la Alianza Cambiemos (“el Tercer Gobierno Radical”, en la nomenclatura de Asís).

II. El largo giro aristocrático

Las trampas máximas, en todo caso, son todavía las filiaciones presuntas. Y si la necesidad compulsiva (y casi policial) de identificar (y encapsular) a Jorge Asís como algo más que un cruento novelista tiene poco de novedoso ‒fue “comunista”, en los setenta; “colaboracionista”, en los ochenta; “menemista”, en los noventa, “antikirchnerista”, en la década pasada, ¿“peronista” hoy?‒, tampoco es nueva la compulsión de Asís por desmarcarse, reconstruirse y avanzar. Si de algo trata su literatura es precisamente de eso: el giro aristocrático‒y sin dudas balzaciano‒ que se desentiende de las convenciones generales y de las conveniencias ajenas para concentrarse en las propias. En ese sentido, y tal como se narra en Memorias tergiversadas, la necesidad coyuntural de convertirse en el secretario de Cultura en 1994 (“Te pasaste cinco años en París, no podés quejarte, Turco, te pagamos bien. Vení a poner un poco el hombro acá”) refleja que es Asís quien mejor sabe que tiene, como escribe, “experiencia para controlar las contradicciones”. Pero esa misma experiencia es la que vislumbra, también, que el problema recurrente alrededor de cómo representar lo que otro espera que sea representado ‒en especial si tal petición la formula el Poder‒ puede alcanzar escalas tan elevadas ‒y distintas a las literarias‒ que puede volverse ingobernable. En el plano de las más refinadas lecturas crítico-literarias, la cuestión podría expandirse: donde sea que resurge el interés por la desheredación y el nuevo comienzo, ¿no estamos siempre en el suelo de la modernidad auténtica? Están quienes, para hacer estallar la masa hereditaria de lo que se dice dado, recurren a la dinamita, a la utopía, a las drogas y a la genética. Desde Buenos Aires, y desde hace muchos libros, Asís recurre a su propia vida.

“Representar oficialmente, en el máximo nivel institucional, a la cultura que no podía asimilarlo”, como escribe sobre la experiencia como fugaz secretario de Cultura, es el tipo de paradoja estética y política que podría trasladarse, sin mayores interferencias, a las condiciones iniciales de la vida literaria de Asís como best-seller o al intento de dar un salto editorial internacional (algo que chocó con la rentabilidad asegurada de una literatura sudaca aún rentable y limitada a zonas específicas de la victimización y el exotismo, una literatura sin mayores conflictos ideal para la exportación). Si se esquivan otras cuestiones (tal vez más interesantes), la misma paradoja de lo irrepresentable sirve, de hecho, para aterrizar sobre la incomodidad ideológica hoy presente en los poros mentales de Twitter entre kirchneristas melancólicos, cristinistas desplazados, macristas rentados y massistas expectantes cuando, por ejemplo, Jorge Asís habla sobre Cambiemos delante de Alejandro Fantino.

III. El joven empresario Mauricio Macri

Hay un vínculo que, en todo caso, vale la pena establecer en Memorias tergiversadas. Un hilo que atraviesa el ocaso de aquella videopolítica de la que hablaba Giovanni Sartori en los noventa y el “gobierno light” ‒como lo llama Asís‒ de Mauricio Macri. “Esta es la nueva política. Solo palabras y marketing. Paja total. Es el triunfo póstumo de la mala literatura”, le dice Asís a Hamid, “el biógrafo de Tánger”, hacia la mitad del libro. Es 1999 y los principales estrategas de Carlos Menem, dispuestos a entorpecer la avanzada definitiva de Eduardo Duhalde ‒que va a perder ante Fernando De la Rúa‒, acaban de anunciar la fórmula Rodríguez Saá - Asís (las palabras telefónicas del “ministro Cozarinsky” son directas: “Pronto te llamará el Adolfo, para proponerte que lo acompañes en la fórmula presidencial. Y aceptá, no seas pajarón y aceptá. No te hagas el importante, ni vayas a decirle que tenés que pensarlo. Decile directamente que sí, que lo vas a acompañar, chau”). “Solo palabras y marketing” define bastante de lo que, hasta el momento, “la nueva política” se las ha arreglado para sostener como modelo privilegiado de gestión (“paja total” y “triunfo póstumo de la mala literatura”, probablemente, sirvan para describir esa otra noción concomitante de la “nueva política” que es la comunicación estratégica). Es en ese contexto de transición entre la vieja y la nueva política que, en la red de estas memorias, el actual presidente Mauricio Macri tiene una única aparición estelar: “Por intermedio de Ramón, su amigo Puerta, se trató que el joven Mauricio Macri financiara el diario”. ¿Qué diario? Es el período 2002/2004, época en la que abundan los escraches ‒“movidas fascistoides del 2002”‒ y Asís “planifica en medio del naufragio personal”. Néstor Kirchner, al mismo tiempo, circunvala la Presidencia de la Nación y es ahí cuando surge “el proyecto” de “un diario opositor al flamante fenómeno que generaba el nuevo presidente” (la definición que Asís, en ese período, hace de Kirchner en el libro pero también por fuera de la literatura es sintética, conocida y precisa: “Líder de culto y fenómeno delictivo”). Macri, entonces, “el joven empresario inquieto que preparaba su proyecto político”, después de comer en su casa de Barrio Parque, escucha la propuesta. “La atractiva esposa de entonces se mostraba infinitamente inteligente. Se la notaba muy informada. A ella, bella Isabel, el proyecto del diario le sonaba fascinante. Pero nada”. Entre los inversores que tampoco quisieron invertir se menciona a otro meteorito fugaz de la “nueva política”, Francisco de Narváez, y a “un grupo editor” de España. “Pero no podían avanzar en la patria por los obstáculos que presentaba el Grupo Clarín”.

En este punto la pregunta es hipotética pero inaugura también un margen para la ironía. ¿Qué habría pasado si “el joven empresario inquieto” hubiera efectivamente invertido en ese potencial “diario opositor”? Lo que establece Memorias tergiversadas, en tal caso, es lo que sí pasó: el proyecto ampuloso de editar un diario “derivó finalmente en un blog digital, que prefirió denominarlo portal. La salvación era internet”. Fue entre bytes y redes sociales, entonces, como iba a consolidarse la flamante resurrección triunfal de Jorge Asís entre las voces que se hacen oír por sí mismas en Argentina. Una relevancia por la cual llegó a conocerlo toda una nueva generación que ni siquiera lo había leído como novelista. “Pronto experimentó que influía, que su información con interpretación penetraba”, recuerda Asís. Con las investigaciones publicadas en “el portal” ‒con primicias hoy masticadas y regurgitadas y vueltas a masticar con un espíritu justiciero ya algo ridículo por múltiples periodistas corporativos, donde se incluyen, entre otras, el zigzagueo jurídico de Amado Boudou, el “Fort Knox” de los Kirchner (“El Furia”) en Santa Cruz y la ahora hiperremanida carrera económica de Lázaro Báez‒, Asís volvió, además, a las listas de best-sellers. Hasta el Grupo Clarín iba a terminar por aceptarlo de nuevo como interlocutor y Penguin Random House Mondadori iba a dedicarle una colección completa con la edición renovada de toda su obra literaria (con presentación estelar en la Feria del Libro de Buenos Aires). Si aquella negativa financiera del “joven empresario inquieto” puede leerse, a la distancia, y con ciertas licencias, como uno más ‒apenas uno más‒ entre los muchos pasos políticos en falso del macrismo, es algo que queda apenas en manos del lector. Como síntoma en el aire del presente, al menos, lo que en Twitter supuran los trolls macristas cada vez que @AsisOberdan abre la boca es, en principio, el más puro y desesperado pavor.

Copete: 
Repudiado y glorificado, acusado y celebrado, el siempre esquivo Jorge Asís escribió sus "Memorias Tergiversadas", otra novela donde se encarga de llenar los espacios vacíos de su sistema biográfico-ficcional. La vigencia de un escritor que, siempre ajeno a las taras del sistema cultural, puso a Clarín de rodillas, no hizo silencio ante la corrupción kirchnerista y hoy hace temblar a los trolls de Cambiemos a través de su trinchera web.
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Nicolás Mavrakis
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los rizos del camaleón

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L a ambigüedad es el ethos de Martín Lousteau, un camaleón posmoderno con un esqueleto hecho en la más pura y oscura cepa de la vieja política. Se trata de una ambigüedad fríamente calculada:  así es el comportamiento de este funcionario nacional que juega al opositor vecinalista y también de su bancada de seis legisladores, autodenominada Suma+, que se dice aliada de Horacio Rodríguez Larreta pero que solo apoyó los proyectos oficiales cuando la recompensaron con cargos. El constante ir y venir les sirvió a él y a sus mentores para colonizar en un par de años casilleros poco conocidos para el público pero claves para la burocracia estatal capitalina. Gracias a esa táctica, Lousteau dejó de ser apenas un candidato joven, canchero y aparentemente inmaculado para devenir garante a la distancia del cogobierno que aspiran a ejercer, aunque sea en minoría, los últimos radicales con vocación de poder.

Si bien hay encuestas para todos los gustos y para el suyo también, nadie apostaría el pellejo al aventurar la intención de voto que mantiene Guga, como le gusta hacerse llamar en honor al también rizado brasileño Gustavo Kuerten, el ídolo tenístico que arrastra desde cuando daba clases de ese deporte. En aquella explosión de la segunda vuelta de 2015 sumó a los suyos todos los votos del kirchnerismo, que creyó ver en él una oportunidad de asestarle a Macri una derrota irremontable. En la primera apenas había cosechado un 25,4 por ciento. Solo tres puntos y medio más que Mariano Recalde, a quien nadie asigna hoy chances serias de suceder a Horacio Rodríguez Larreta. 

¿Qué convierte a Lousteau en la esperanza blanca del establishment socialdemócrata, antiperonista pero a la vez antiempresario de la reina del Plata? ¿Por qué tanto profesional progre educado en la UBA percibe como una especie de rendentor a un candidato sintetizado en probeta por burócratas radicales a los que vieron con sus propios ojos ordeñar inescrupulosamente durante más de dos décadas los recursos de la universidad? ¿Cómo seduce a la vez a quienes leen bestsellers sobre impresoras 3D y neurociencias y a los peatones hartos de tanta bicicleta plegable y tanta impostación disruptiva?
Lo atractivo es su plasticidad. Su condición de significante vacío. La misma que a la vez lo convierte en el vehículo perfecto para el nosiglismo del siglo XXI, una viscosa amalgama de veteranos empresarios de la política con dirigentes de su edad que hicieron de la UBA su refugio inexpugnable, su botín y su trampolín. Guga es apenas el portaestandarte de esa patrulla perdida de radicales enfrentados con su propia conducción nacional, dispuestos a todo con tal de recuperar lo que consideran propio casi por mandato de la Constitución surgida del Pacto de Olivos: la Ciudad. El lugar que la tripulación del helicóptero delarruista nunca toleró haber perdido. 

el pato criollo 

Otro talento no menos formidable, el mismo que durante años ejerció el incombustible Daniel Scioli y que parece haber heredado la cándida María Eugenia Vidal, es la capacidad de “Guga” para evadir el pago de costos políticos y cagadas administrativas. Un Houdini del error. La cadena de traiciones, tropiezos y fracasos que enhebró Lousteau en todos los cargos que alcanzó a ocupar no hacen mella alguna en su proyección política. En la campaña casi no se le enrostró haber sido el autor de la fallida resolución 125, que desencadenó por un mal cálculo la peor crisis política de toda la década kirchnerista. Tampoco salió a relucir el decreto mediante el cual autorizó los fondos para el quimérico tren bala de Julio De Vido y Ricardo Jaime (que se habían negado a firmar los dos ministros de Economía anteriores) ni las resoluciones mediante las cuales contrajo la deuda más cara de la historia argentina: los Boden 2012 al 15 por ciento anual en dólares con Venezuela.

Su gestión como embajador no fue más exitosa que su paso por el Ministerio de Economía. El exilio dorado con el que Macri lo tentó para que se tomara un año sabático de la política porteña arrojó como saldo una legación con su sede deteriorada, la residencia en venta, ninguna nueva inversión norteamericana en el país y la única conquista comercial de 2016 en la relación bilateral (el levantamiento de las barreras contra el ingreso de limones) finalmente sin efecto. El amateurismo del que hizo gala al criticar la “campaña de reality show” de Donald Trump y al admitir por radio que al Gobierno le preocupaba su triunfo, pocos días antes de que finalmente se produjera, lo inutilizaron para siempre como una herramienta de lobby en los pasillos de Washington. Aunque no perdió oportunidad para presentarse como “un político con futuro”, tirando agua hacia su propio molino, traicionando de la misma manera que había traicionado a sus votantes al gobierno que lo había designado para un cargo en el cual no había mostrado ninguna calificación mayor que la de Miguel Del Sel.

En Buenos Aires, en cambio, su escudería no perdió el tiempo. En el toma y daca del ex Concejo Deliberante ya habían logrado conquistar una silla en el directorio del Banco Ciudad (para su discípulo Gastón Rossi), un adjunto en la Defensoría del Pueblo, una adjunta en la Auditoría General porteña y la presidencia del Consejo Económico y Social. En 2016 sumaron sendos directores en la Agencia de Bienes porteña (la “inmobiliaria” de Larreta, que venderá más de dos mil inmuebles de la Ciudad incluyendo parte del Tiro Federal) y en Facturación y Cobranza de los Efectores Públicos S.E. (FACOEP S.E.), un ente creado para cobrarle a las obras sociales y prepagas lo que gastan los hospitales porteños en atender a sus afiliados. Son decenas de millones de pesos en presupuestos discrecionales, cientos de contratos para asesores y militantes y una infinidad de recovecos en la gestión que los habilitan a recaudar fondos para el siempre sucio financiamiento de sus futuras campañas. 

buenos muchachos

Son muestras, además, de que el proyecto Lousteau no se agota en octubre. Lo apuntala un tupido entramado de terminales políticas y mecenas que empuñan un nada desdeñable poder económico, territorial y operativo. Y que no paran de acrecentarlo. Entre ellos brillan su verdadero jefe político, Emiliano Yacobitti, el histórico operador devenido empresario de la salud Enrique Nosiglia, la exfuncionaria menemista condenada por corrupción Matilde Menéndez y el financista retirado Chrystian Colombo. Fue el Vikingo, como todavía le dicen al jefe de gabinete de Fernando De la Rúa, quien lo acercó al Coti, con cuya hermana Catalina estuvo casado años atrás. Así fue como se disfrazó de radical para las elecciones de 2013, en las que fue electo diputado nacional por UNEN, pese a haber sido funcionario de distintos gobiernos peronistas casi ininterrumpidamente durante toda la década previa.

Yacobitti, su titiritero, está obsesionado con limpiar su nombre y ocupar por fin un casillero legítimo en el ajedrez del poder, como Michael Corleone en El Padrino III. Con 41 años cumplidos el último 15 de diciembre, el secretario de Hacienda de la UBA y presidente de la UCR porteña precisa enterrar en el olvido su sórdida trayectoria sin soltarse de los andamios aceitosos a los que trepó para armarse del patrimonio y las lealtades que a la vez lo convierten en un dirigente con proyección nacional. Conquistó esa posición al galope de añejos trucos gremiales como el robo de boletas, la saturación de listas fantasma para confundir al votante o la instalación de mesas de votación en lugares inhóspitos y difíciles de fiscalizar, e introdujo métodos más novedosos para el ambiente académico como las batallas campales para dirimir internas, las golpizas, las amenazas y el amedrentamiento de opositores con barrabravas. Ya de adulto, más diversificado, fue imputado y luego sobreseído en Comodoro Py por administración fraudulenta del Hospital de Clínicas. Aún lo investiga el juez Sebastián Casanello por presuntos desvíos de subsidios del Ministerio de Industria. 

“Yaco” opera en combinación con el dispositivo judicial y de espionaje capitaneado por Jaime Stiuso, Javier Fernández y Darío Richarte, exvicerrector de la UBA. Trasiega los pasillos del Palacio de Tribunales y fue invitado a la asunción del supremo Carlos Rosenkrantz. Sus métodos de intervención y de financiamiento, por llamarlos de alguna manera, son repudiados por buena parte del comité nacional, al punto de que Ernesto Sanz optó por no respaldarlo en la disputa porteña con el PRO. En el radicalismo porteño, no obstante, solo se le opone Facundo Suárez Lastra. Y Silvana Giudici, una de las pocas correligionarias que condenó su juicio-mordaza contra el autor de estas líneas por haber publicado datos y denuncias en redes sociales sobre su manejo de los fondos de la UBA.

El cursus honorum de Guga en la política se nutrió además de su amistad con Andy Kusnetzoff, de los contactos que se llevó de la Universidad de San Andrés y de los que heredó de su padre, lobbista todoterreno y funcionario de la última dictadura militar. Sus columnas en “Perros de la Calle” lo popularizaron como un economista cool entre los jóvenes porteños cuando ya había hecho sus primeros palotes ejecutivos de la mano de Felipe Solá y su entonces ministro de la Producción, el actual vicejefe de gabinete macrista Gustavo Lopetegui, a quien a la postre traicionaría para presidir el Banco Provincia. Durante aquel primer kirchnerismo también compartía largas tardes con Javier González Fraga en Unidos del Sud, el think tank que financiaba Francisco De Narváez. El hoy jefe del Nación fue su segundo referente profesional después del eyectado Alfonso Prat-Gay, quien llegó a llevarlo como asesor junior en su breve paso por el Banco Central.

relaciones carnales

La habilidad para el escándalo farandulero soft y la bien calibrada exposición mediática también debe anotarse entre sus activos. Su relación convenientemente documentada con la actriz Juanita Viale, nieta de Mirtha Legrand, le dio horas de aire chimenteril y mejoró sus niveles de conocimiento entre los más despolitizados, allí donde más les cuesta entrar a los políticos. Era la siempre festejada profanación de un lecho noble por parte de un plebeyo y a la vez una forma saludable de visibilizar el tabú de la sexualidad durante el embarazo. Un yerno simpático, un amigo que se levanta a la más deseada, un chongo atractivo: votos y más votos. Después formó familia con una actriz como Carla Peterson, querida por el gran público, carismática y hasta imaginable como contrafigura de María Eugenia Vidal. Otra vez, todo ganancia.

Poco se ha escrito sobre su padre, Guillermo Lousteau Heguy, secretario de Turismo de la última dictadura militar entre 1981 y 1982, quien siguió cobrando ilegalmente una jubilación de privilegio al menos hasta mediados del año pasado, según denunció en junio la Unidad Fiscal de Delitos Relativos a la Seguridad Social (Ufises). Radicado en Miami, Lousteau padre dedicó la última década a pilotear el Instituto Interamericano por la Democracia (IID), una ONG desde la que torpedeó todo lo que pudo a gobiernos como los de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa. Y que bautizó así sin sonrojarse, pese a haber sido funcionario de un régimen de facto. En una entrevista con infobae.com antes de las elecciones presidenciales de 2015, el veterano abogado dijo que no encontraba “grandes diferencias” entre los tres candidatos mayoritarios y se mostró desilusionado por Macri, a quien no consideraba suficientemente “liberal”. Pero una vez que su hijo fue ungido al frente de la legación en Washington, se lo vio frecuentarla como abrepuertas de inversores. Seguramente lo hizo todo ad honorem. 

¿Cómo gestionaron los funcionarios que logró hacer designar Lousteau en la Ciudad? También ambiguamente. La adjunta Mariela Coletta, por ejemplo, se opuso a que la Auditoría General de la Ciudad revisara los controles oficiales porteños previos a la fiesta Time Warp, donde murieron cinco jóvenes por sobredosis. Fue el voto que necesitaba Larreta para bloquear un proyecto de otro adjunto, Facundo Del Gaiso (Coalición Cívica), quien había propuesto que se auditaran todas las inspecciones y actuaciones previas, como se hizo con Cromañón. En la segunda mitad de 2016, cuando Yacobitti empezó a presionar al jefe de Gobierno para que le cediera más espacios, Coletta se puso más estricta. 

Este año, sin embargo, a Lousteau no lo ayuda su ambigüedad. En una elección nacional, en la que se eligen diputados que integrarán luego el mismo bloque de Cambiemos, no le resultará sencillo llamar a votar una lista de radicales encabezados por él y a darle la espalda al PRO, cuyas políticas nacionales evitó criticar, lógicamente, en su rol de embajador. Los operadores de Horacio Rodríguez Larreta perciben y prevén explotar esa contradicción. Por eso aceptaron la oferta salomónica que Macri extendió a ambos: que este año la lista de legisladores porteños del PRO incluya a algunos recomendados del marido de Carla Peterson, que él evite postularse por fuera, y que en 2019 ambos diriman una interna dentro de Cambiemos. La respuesta recién se conocerá cuando se acerque el cierre de listas, en junio. Pero su renuncia a la embajada en Washington es un indicio más que elocuente. Hasta entonces habrá ráfagas de fuego amigo.

Copete: 
Los 806.057 votos que cosechó en el balotaje porteño de julio de 2015 sorprendieron a propios y extraños. Aquel 48,3 por ciento puso en jaque la campaña de Macri cuando faltaban tres meses para los comicios presidenciales. Casi dos años después, y pese a ser un producto de lo más opaco del entramado político nosiglista, Martín Lousteau aún intenta venderse como la llave para perforar la hegemonía del PRO. Un langa especializado en maquillar errores y hacer negocios con la ambigüedad. Su última jugada: renunciar a la embajada en Washington, con el afán de sacarle provecho al desencanto.
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Alejandro Bercovich
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los bordes de la autoficción

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¿Por qué la crítica no lee a Pablo Ramos? Mi impresión es que los críticos académicos no escriben artículos sobre su obra, que en los congresos y coloquios y en las reuniones de eruditos la obra de Ramos pasa completamente desapercibida. Me gustaría saber si hubo alguna intervención sobre él en el último congreso de literatura autobiográfica en Rosario, pero sospecho que no. ¿Hay algo en la suciedad formal de su literatura, en sus clichés, en el exhibicionismo, en el personaje aluvional que se ubica en el centro de sus libros, que irrita las narices de la crítica argentina?

Si uno se deja llevar por su primer libro de cuentos, Cuando lo peor haya pasado, tiene que reconocer que una cierta impericia hace difícil tomarlo del todo en serio: “mínima furia contenida” (38); “hizo milagros que nunca van a permitir que pueda olvidarla” (41); “como si toda la tristeza que hasta ese momento habíamos esperado hubiera descendido para siempre sobre nosotros” (98). En el marco de unos cuentos convencionales y confesionales, en las que en general el protagonista es un hombre culposo y violento, con problemas de adicciones y de manejo de la ira (hay alguna excepción en el chico florista que se enamora beatíficamente de una prostituta), casi nada hacía esperar los dos libros siguientes.

trilogía furiosa

El primero es El origen de la tristeza (EODLT), una novela corta dividida en tres partes, que corresponden a aventuras muy diferentes entre sí. Las torpezas estilísticas de Ramos están ahí, el costumbrismo indigerido está ahí también, y sin embargo hay tanta sensibilidad en el manejo de esos materiales que el libro se inviste de una gracia impura pero innegable. No abundan los niños en la literatura argentina, pero el Gabriel que narra en EODLT remite directamente al Silvio de Artl por su condición marginal, por la opción por la ilegalidad, aunque hay un resto de ligazón social que le impide transformarse en un juguete rabioso: Sarandí, unos padres que existen densamente (a diferencia de la madre de Astier, que existe solo para representar un aspecto opresivo), la posibilidad de la amistad. A pesar de que los sucesos narrados son oscurísimos, hay luz en todos los rincones del Viaducto. En Fernando, el músico gay que encuentra a Gabriel después de que la madre ha intentado suicidarse con pastillas; en Marisa, la amiguita a la que le da su primer beso; en la alegría con la que roban el vino de los contrabandistas con el propósito de debutar con las prostitutas de la villa; en el alcohol mismo. Es difícil saber, como en todos los libros de Ramos, si el momento en que una banda de menores se emborrachan con vino robado es un pasaje jubiloso o un síntoma de peligro, lo cual constituye una enorme virtud literaria reñida con los arrebatos aleccionadores del narrador.

Todo el universo de la obra de Ramos aparece acá, y tiene uno de sus fundamentos morales en Rolando: un personaje presentado en EODLT como cuidador del cementerio, conquistador de su soledad en su propia ley: una rigurosa ética de alcohólico y del trabajo bien hecho, del respeto mutuo y del respeto por la propia persona. Un romántico con el corazón roto a cada paso. Un espejo para un niño riguroso y maltratado.

Eso es lo que late detrás de la tristeza: la pobreza, un padre descendiente de sicilianos, terco y desapegado, y una madre frágil que se quiebra en el episodio final. El tríptico hace equilibrio en ese eje narrativo. En el primer relato, con ayuda de Ronaldo, Gabriel desafía al padre para juntar plata destinada al regalo de cumpleaños de María, su madre, embarazada de su hermana. En el último, todas las fuerzas del mal alcanzan a la familia en el centro: la pobreza obliga al cierre del taller de bobinado de su padre, que termina aceptando la muerte en vida que significa para él un trabajo asalariado en la municipalidad de Avellaneda; la madre queda convaleciente de su autoagresión; y uno de los amigos de la aventura central, el Tumbeta, como consecuencia de su relación con delincuentes menores de la zona.

La descripción a vuelo de pájaro la hace parecer una simple novelita realista, pero omite un detalle: hay algo en la prosa de Ramos que transfigura, en este caso, la realidad. Todo ese mundo de clase media baja se ha transformado en un territorio mítico que hace pensar un poco en Los Goonies, con el arroyo que se prende fuego y al que hay que combatir con una explosión; con los caños por los que roban el vino; por la cueva del contrabandista y el cementerio, por la inundación. Apenas cargando las tintas de su ya recargado costumbrismo, Sarandí se vuelve mítico.

Y entonces aparece La ley de la ferocidad (LLDLF), que es un libro odioso, con un protagonista odioso, y del cual no soy el lector ideal, o sí: mi vida es casi un calco de la de Ramos con resultados distintos. Soy descendiente de sicilianos, y entiendo bien esa ferocidad de la que habla el libro y que en parte atribuye al origen familiar del personaje, que explica por qué no usa su apellido de origen y sí el Ramos/Reyes con el que firma sus libros el escritor real y el escritor de ficción. Ramos deforma materiales autobiográficos para contar una verdad personal que se dispara con la muerte del padre de Gabriel Reyes. La novela cuenta eso: los preparativos del velorio y el velorio de un padre odiado a los gritos y amado en secreto, del cual se recibió algo parecido: un resquemor visible y un amor oculto, siempre reservado al punto de ser imperceptible. Hacia el final de la novela eso se vuelve explícito: “en su sonrisa tan pocas veces derramada sobre nosotros (…). Tropezando siempre contra la muralla descomunal de su miedo a amar”. ¿Cómo es el hijo de un hombre que vive en la ferocidad? ¿De un padre incapaz de brindar el plafón de amor que hace falta para imaginarle a la vida una dirección, una ficción de sentido? De un tipo capaz de encontrar en el mínimo roce con un desconocido la razón para romperle la cabeza a trompadas, dejando a los hijos tirados en la calle.

Gabriel hace pensar en esa escena de Bojack Horseman (el clásico animado instantáneo de Netflix) en que su madre le dice al caballo actor: vas a tener minitas, vas a tener millones, pero estás roto y nada va a curarte. El pequeño Gabriel de EODLT se ha vuelto un empresario poderoso que se maneja con la ley del dinero como colchón entre un yo quebrado y las consecuencias de sus desmanes: paga para humillar a los demás (al pobre empleado gay de la funeraria), para anestesiar el dolor de una circunstancia que lo sobrepasa, para comprar cocaína y afecto al paso, pero nada evita su transformación en monstruo. Alan Pauls (quizás la antípoda estética de Ramos) dice en algún lugar que no puede escribir a partir de materiales autobiográficos si no se ha transformado previa (y literariamente) en un monstruo. Bueno, Ramos lo hace. En una escena de LLDLF, el personaje de Ramos le da pan con vidrios y veneno a unas palomas (está al borde de dárselo a la mujer que le alquila una pieza en un hotel cochambroso), y todo se vuelve una orgía de plumas y sangre. Se la pasa arruinando, en la medida de lo posible, el velorio: como un demonio furioso, coge con la “azafata” de la cochería, va a los tumbos comprando cocaína e internándose en prostíbulos amigos, tratando de ajustar cuentas con la figura del muerto mientras nos muestra, en segundo plano, cómo su vocación de escritor es en parte un legado paterno: vos vas a escribir la historia de la familia.

Hay que repetir que el derrotero de Gabriel lo hace odioso. A pesar de que no las sostiene, de que se desdice, está lleno de opiniones oscuras y misantrópicas que estarían pasadas de moda si creyéramos que el odio y el resentimiento pasan de moda. Escribe Ramos: “estos barrios fueron obreros pero ahora están de moda. Viven turistas, políticos, artistas, la crema de la crema. Musiquitos que vienen a estudiar desde el interior y que odian a sus padres gendarmes excepto a la hora de comprar los billetes que reciben por el alquiler de las picanas. Bailarines de tango que empezaron de grandes, gente de teatro vocacional, poetas que titulan sus libros de edición de autor como Poemario I, Poemario II, como si hubieran llegado del futuro y escribieran copiando desde los cuarenta y siete tomos de sus obras completas. Gusanos. Verdaderos ególatras que lo único que hacen de verdad son fiestas para chuparse los genitales unos a otros”. Y así. Hasta llegar a una pregunta casi lógica: “¿De dónde saco tanto odio?”.

El personaje es insoportable. Todo ese rencor no termina de ser un odio a sí mismo, oscila entre ese matiz y la autocompasión, pasando por momentos de autocelebración encubierta. Los problemas existenciales están mezclados con un poder autoafirmativo cuya manifestación parece un acto de exhibicionismo ególatra que hace empequeñecer, mientras leemos, a nuestro propio ego, al punto que no podemos coexistir con el del personaje del libro en la misma habitación. Y sin embargo, esa pelea (que también se mezcla, al menos en mi caso, con atisbos de reconocimiento y con la envidia por la libertad con la que habla Ramos, en el medio de una era de escritores que encubren lo que piensan y se disfrazan de cínicos y escriben libros que no mueven un pelo) hace que el LLDLF no pueda sernos indiferente, a pesar de que el mecanismo del flashback sea un poco torpe, de que chorree costumbrismo en sus remiseros que fueron amigos de la infancia, en sus putas que son como ángeles guarangos. Y al final, la reconciliación con la vida, con la paternidad propia y la de su padre, que siempre parecía estar pensando en los suyos de una manera silenciosa. Una tentativa de comprensión que aligera la seguidilla de golpes bajos, todos muy bien pegados, en una pelea callejera donde casi no hay reglas.

Sin embargo, En cinco minutos levántate, María (ECMLM) es una máquina construida casi exclusivamente en base a reglas. La primera: habla la madre, el personaje omitido en ese universo de colosal contienda masculina que es el libro anterior. El libro es el monólogo de la madre de Gabriel en el tiempo entre que se despierta y se levanta, siempre intuyendo que su marido yace muerto a su lado. Las otras reglas son llamar a su marido “este hombre” y el latiguillo “Será”, con el que María comienza muchos de sus párrafos, que va jalonando la narración ligeramente deshilvanada. Con respecto a los dos anteriores, ECMLM es un libro menos interesante. Las reglas con las que reconstruye la cabeza de la madre parecen impedirle a Ramos cruzar la línea de la impiedad. Esta es la misma madre que ha tomado pastillas para suicidarse, tema que está tomado de costado en el libro. El personaje que construye parece a resguardo de una imaginación de lo femenino, que incluye un necesario componente benéfico. La madre, con sus propios problemas para asumir una vida que, como todas, está marcada por el error, es el centro de amor de la familia Reyes. Ramos lo hace explícito: “si mi madre hubiera sido otra, yo estaría muerto hace rato”, le dice Gabriel por teléfono. ¿Qué puede reprocharle uno al libro, de todos modos? Es un tour de force inesperado en Ramos: parecía incapaz de ver el mundo desde fuera de su cabeza, y ha escrito desde la madre de su alter ego, construyendo una sensibilidad femenina verosímil. Algo inusual, de paso, en una literatura que en general hace de las mujeres una condensación alegórica.

los últimos pasos

El último libro publicado traza una especie de línea. Es la confesión de un autor que se saca la máscara y se asume como quien es, Pablo Ramos: un adicto con un talento para la epifanía cotidiana, para el hallazgo de gente perdida. Hasta que puedas quererte solo apela al principio formal de desplegar en crónicas los doce pasos de Narcóticos Anónimos para contar historias que oscilan entre la desesperación y la esperanza, entre la oscuridad de la adicción y la luz del amor y la bondad. De nuevo hay aluviones de golpes bajos, lugares comunes, costumbrismo a paladas y una tendencia de Ramos a explicar su ficción que desautorizaría cualquier profesor de taller literario, pero el libro funciona como todo lo suyo: como un aluvión de barro y Yo. De nuevo Ramos es poderosísimo y al mismo tiempo un mendigo, de nuevo encuentra una galería de suicidas que se vuelven encantadores: el verdadero Rolando, un alcohólico que, como los personajes de Pynchon, habla su idioma como un profesor; el extraordinario Willy, un inadaptado que se apaga como Bartleby frente al espectáculo decadente de los adaptados.

Cuando uno termina de leerlo entiende algo: a veces, contra nuestro propio cinismo, contra una educación de anestesia y formalismo y contra la inmunidad que nos fue inoculada y que nos hace vomitar frente a la grasa, cuando alguien se enfrenta a su demonio (incluso a pesar de las defensas de su propio encanto) la lectura no nos deja indiferentes.

Hace poco, un amigo escritor le reprochó a Ramos la imposibilidad de salir de sí mismo. “Su obra se agota en su vida”, dijo. Pero su obra ya llega a la decena de libros. Entonces: ¿por qué nadie parece haber leído a Pablo Ramos?

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Flavio Lo Presti escribió sobre la obra de Pablo Ramos.
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Políticas de la literatura / Sagat / Costumbrismo hard
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Flavio Lo Presti
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Gastón (Sémola) Souto
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panargea

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En la primera entrega de esta novela gráfica, un padre busca remediar la muerte de la mascota de su hijo con la ayuda de un extraño vecino en el country club del Riachuelo Bidú Cola. Arte de Ezequiel García. Guión de Hernán Vanoli.

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posperonismo nuclear
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Hernán Vanoli
Ezequiel García
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Ezequiel García
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Capítulo 1
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La gran apuesta de Byung Chul Han

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Podría pensarse que Byung-Chul Han, filósofo coreano radicado en Alemania y especialista en Heidegger, es antes que nada un filósofo del padecimiento. En sus obras, La sociedad del cansancio (2012), La sociedad de la transparencia (2013), y posteriormente en La agonía del eros (2014), Byung-Chul caracteriza a un sujeto contemporáneo que, al estar expuesto como mercancía en las redes sociales del hedonismo de control, se encuentra deserotizado, cansado y víctima gozosa del vértigo que le impone a su curriculum la sociedad del rendimiento, tardo moderna, sistémica y autorreferencial al palo. Según mi interpretación de su obra, resulta notable que Byung confluye con algunas de las teorías del sociólogo alemán Niklas Luhmann.

En La sociedad del cansancio Byung relata que el individuo es un entorno del sistema, un sistema que un día cansado se puso a ladrar –me permito articular, en una interpretación sintética del texto citado, a Luhmann con nuestro poeta Santos Discépolo. Considero entonces que Byung-Chul Han puede ayudar a comprender el lugar del sujeto en los sistemas de control y así, con su filosofía, sentar las bases subjetivistas de una Teoría Sistémica de la Sociedad que oportunamente presentara Luhmann. Con esta intención digo que los escritos de Han están signados por la desesperanza de un presente flojo de sentido cuando describen por entrega, en libros breves de bolsillo, lo que llamo un mundo feliz de ilusión y desilusión encadenadas: el instante que viene llegará con la promesa de sacarnos de la desilusión que nos dejó el anterior, del que sabíamos que tampoco iba a cumplir con su palabra.

Así es como en este tiempo de lo efímero, andamos a los tumbos del sinsentido, otarios a sabiendas. Sostenidos, pienso, por la regimentación ortopédica del diseño curricular de la vida en la sociedad del rendimiento. Este concepto es desarrollado en La agonía del eros, y me permito interpretarlo en sede marxiana: somos nosotros mismos los amos de nuestra propia esclavitud, porque ya no se trata de una condición de explotación típica en donde el dueño de los medios de producción se apropia de ese valor por encima del dinero que se nos paga por nuestra fuerza de trabajo, sino que a la extracción de esta plusvalía se le agrega una disponibilidad plena de nuestro tiempo en los espacios de superposición del trabajo con el ocio y así, a tiempo completo, nos extraemos a nosotros mismos un tipo de plusvalía absoluta. De este modo reproducimos nuestra fuerza de trabajo para continuar en la cadena de montaje existencial de una situación de autoexplotación y cuyas manifestaciones patológicas son las enfermedades neuronales de este siglo: la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, el trastorno límite de la personalidad o el síndrome de desgaste ocupacional, como bien se manifiesta en el padecimiento de Sandra, heroína empastillada de Dos días y una noche (la película de los franceses Jean-Pierre y Luc Dardenne), cuando todo lo que afecta a su situación laboral ella lo vive bajo las múltiples formas de la culpa.

Pienso que estos males expresan al fin los síntomas de una experiencia de la libertad paradójica, cuando la autoalienación de la sociedad del rendimiento se vive como autorrealización verificada en la proletarización de nuestro curriculum vitae, bajo un régimen totalitario, hedonista, en donde la felicidad es una mercancía. Al fin nosotros mismos, expuestos en las redes sociales de la pornografía de masas bajo la dictadura del “me gusta” y metidos en la tormenta de mierda (shit storm) que trajo la revolución digital, Internet, las redes sociales, plataformas que según Byung hacen de nosotros, los seres humanos, individuos aislados. Esto puede rastrearse en Enjambre (2014): una reflexión sobre la imposibilidad objetiva de construir alternativas de poder, porque cuando aquellas se expresan, interpreto, quedan neutralizadas por la misma lógica autorreferencial de los sistemas donde estimulados por las drogas, despiertos siempre, hemos logrado al fin quitarnos el sueño de la revolución. Por eso solo una catástrofe, una invasión extraterrestre, una distopía grosa podrían acabar con nuestro mundo paradójico donde no nos queda más que gozar gracias al desarrollo tecnológico del capitalismo.

multitasking

El poder ha mutado de la opresión a la seducción de la especie que, encantada, se somete al stress. Según el filósofo coreano, a ese individuo que de acuerdo a los términos luhmannianos era un entorno del sistema, solo le quedaría la alternativa liberadora de la estupidez. Pero únicamente cuando esta, según leo desde los hombros de Marx, sea la forma que en la modernidad tardía tome, degradada, la conciencia de clase en sí y para sí. Mientras tanto, por alienado, el individuo se siente libre cuando al aplicar en la red de control y vigilancia siente estar en todo y todo el tiempo. En este contexto el multitasking no significa necesariamente una evolución progresiva en el desarrollo de la civilización, ya que no se trata de una habilidad exclusiva del ser humano en la modernidad tardía del trabajo y de la información. Por el contrario se trata de una regresión, una capacidad extendida entre los animales salvajes en la lucha por la supervivencia, obligados a distribuir su atención en diversas actividades simultáneas como alimentarse, proteger el botín, cuidar las parejas sexuales y la cría.

Dicho de otro modo, nuestra especie vive en una sociedad sostenida en la ideología de la supervivencia, intolerante al hastío y al aburrimiento profundo del que hablaba Benjamin, una sensación a la que no tiene acceso el ego hiperactivo y destructor de todo vestigio de la contemplación. Nuestra existencia está cada vez más cerca del salvajismo: la sociedad humana, aunque esté fuertemente integrada tal como se desprende de los diagnósticos de Byung, ya no es una sociedad cuyo lazo social mantiene su factura normativa por moral, sino que articula su orden en la inmunidad comunicativa de la autorreferencialidad radical de los sistemas. Esto es, en términos de vivencia: comunicados pero sin comprenderse, los humanos piensan, luego aplican y refieren a un universo que cierra en el disfrute del sí mismo consigo. En síntesis: el “1984” del goce autorreferido.

los mil nombres y la solución aburrida

En el transcurso de su obra (ya traducida al español) Byung-Chul Han ensaya un diagnóstico filosófico de nuestro tiempo, para el cual elige un derrotero de nombres. La llamada sociedad del rendimiento presenta sujetos ya no sujetados a la obediencia disciplinaria del pasado que presentara Foucault, munida de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas, ni al posterior control “económico” del hombre endeudado de Deleuze, sino una más actual que pulula en los gimnasios, los bancos, los centros comerciales, las torres de oficinas y los aviones. Con el nombre de “sociedad positiva” Byung pondrá el acento en que, producto de la falta de sentido, ella se despide de la dialéctica porque carece de la negatividad de la distinción y de la hermenéutica, precisamente, por su falta de sentido, a saber: la muerte de la comprensión que hace humana a nuestra condición (verstehen).

Luego Byung habla también de la sociedad de la exposición, un aspecto del orden en el que todas las cosas, por su propia necesidad de mostrarse, son mercancías. Cuando el filósofo nos habla de la sociedad de la evidencia señala el disfrute instalado en la inmediatez y sin lugar para el rodeo narrativo, lo que da lugar a la sociedad porno, gracias a la maximización del valor de la mercancía exhibida. La sociedad de la aceleración indica la actividad que la caracteriza, hiperactiva, hiperproductiva e hiperacelerada. También la llama sociedad íntima, por la falta de distancia y el consecuente narcisismo; sociedad de la información, la que reemplaza a los signos rituales por la hiperrealidad de los hechos al desnudo; la sociedad de la revelación, en la que el viento digital de la comunicación e información lo penetra todo y lo hace transparente, y por último la sociedad de control, pero ya no por el “endeudamiento” deleuzeiano sino por moradores de un panóptico digital, una dialéctica de la libertad que se pone como control, una estética que al exhibir online nuestra intimidad es un eficaz mecanismo de control pornográfico digital que bajo las formas de la libertad individual des-limita la vigilancia y la democratiza, ya que cada uno controla y es controlado por cada uno.

Ante esta pasión desenfrenada de la condición humana en aras de evitar el insoportable aburrimiento del tiempo pleno, Byung propone entonces el cultivo del arte de la demora, cuando no es la velocidad del mundo contemporáneo el que atenta contra el sentido, sino su falta, la responsable de haber apretado el acelerador espacio-temporal de este momento de la modernidad. Y que bajo la perspectiva de Simmel es la búsqueda perpetua de la novedad lo que constituye al fin el “sino espacio temporal” del tiempo que nos ha tocado. El vértigo de la vida actual al fin no sería para nosotros otra cosa que la convicción absoluta de que el instante que viene será mejor que el anterior, lo que al tiempo hace que todo sea vetusto y perecedero apenas un momento después. Una forma al fin de luchar contra un fantasma: el del aburrimiento. No obstante, en El aroma del tiempo (2014), Byung no nos deja prisioneros en la desesperanza y en el desasosiego como la única posibilidad de la existencia. Celebro la idea de que estamos dotados como especie para rescatar a la vita contemplativa de las telarañas sistémicas del desuso. Solo así en la utópica sociedad del cansancio curativo, al fin del ocio, el tiempo será olido y recobrado, ahora al servicio de nosotros mismos como lo fue cuando Proust, al mojar en el té la magdalena, desencadenó la bella inutilidad de la humana memoria involuntaria.

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Miguel Angel Forte, eminencia de la sociología, escribió sobre la obra de Byung Chul Han
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neo-heideggerianismo / colmena coreano-germana / queremos a byung chul
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la villa es bella

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S e viene preparando para mandar casi desde que nació. Su primera experiencia de gestión fue como gerente general en la ANSES menemista. Creó un think tank llamado Sofía para formular la solución neoliberal a los problemas de los porteños. Fue el brazo operativo de Macri durante ocho años, en la gestión que catapultó al hijo de Franco a la presidencia. Le daban pocas chances en la interna contra Gabriela Michetti, pero derrotó al honestismo apelando a la astucia política. Cultiva junto a su hermano Augusto buenos oficios con megaempresas inmobiliarias como IRSA, y ahora se dedica a urbanizar las villas de la ciudad con una ambición que no se recuerda en la democracia argentina. La pregunta es: ¿se puede congeniar especulación inmobiliaria e integración urbana sin despeinairse?
“En realidad a mí no me gusta o no coincido con el término urbanización de las villas”, se florea Larreta en el primero de los dos encuentros que tuvimos para este reportaje. “Porque vos podrías urbanizar en términos físicos sin generar lazos o relaciones con el resto de la sociedad. Yo creo que es tan importante el desarrollo del barrio en sí mismo como su relación con la ciudad. Eso es lo que llamo integración. Porque se puede urbanizar sin integrar. Hoy, hablando de la 31, si vos estás parado en Callao y Libertador y trazás una línea recta estás a ochenta metros de la villa, pero para llegar tenés que dar la vuelta al mundo. Es un rodeo largo y hostil, porque hay que pasar por la entrada de los colectivos de larga distancia. O lo mismo al revés: el chiquito que vive en la 31 y tiene que ir a la escuela, porque la mayoría de ellos van a una escuela fuera del barrio, para llegar tienen que dar una vuelta increíble. Por otra parte hay que darle razones a la gente del resto de la ciudad para ir a la villa. Por eso para mí es tan importante mudar el Ministerio de Educación, no solo por lo simbólico sino además porque con esa movida vas a llevar dos mil personas a trabajar ahí. Hay que acostumbrar a la ciudad a concebirlo como un barrio más”.

La cita es en el bar Las Luces, ubicado en el hall del hotel Intercontinental, propiedad de IRSA. La TV oferta CNN. El jefe de Gobierno se mueve sin custodios. Se lo nota cómodo. No establece distancias formales al hablar, aunque cuida en extremo la consistencia de su relato. En una hora de conversación amena y sin rodeos, no pudimos arrancarle una sola frase fuera de libreto. En ese sentido, nada que ver con el Guasón.

Ustedes vienen gobernando la ciudad hace ocho años y en las villas a lo sumo habían hecho maquillaje. ¿Por qué ese cambio ahora?

—Ahora podemos por la relación con el gobierno nacional. Antes no podíamos construir ni un cuartito, por el tema de los títulos de propiedad de la tierra, que son nacionales. Tampoco podíamos acceder a créditos de los programas de vivienda federales, ni a créditos internacionales. Buena parte de la integración de la 31 la financiamos con un crédito del Banco Mundial. Antes yo no podía acceder, porque la Nación no nos daba el cupo. Y, si querés, mi impronta es darle prioridad a eso.

¿Esa impronta es lo que te diferencia de Macri?

—No. Antes ni siquiera se planteaba el tema, no había chance. En cambio ahora yo tengo la posibilidad. Una de las primeras cosas que firmó Macri cuando asumió fue un comodato para empezar a construir en la 31, mientras hacemos los trámites de formalización catastral. Este año dedicamos el mayor tiempo a crear consenso. Hubo muchísimas reuniones de diálogo para consensuar el proyecto en general, lo cual no significa unanimidad. Nuestro objetivo es respetar el lugar donde vive la gente, y ayudarlos a mejorar su vivienda. Porque el arraigo es un valor. Las experiencias de desarraigo en la Ciudad son muy duras. La mudanza de vecinos que vivían sobre el Riachuelo en la 21-24 hacia el complejo de las Madres en la General Paz fue un desastre. Hubo gente que se volvió a vivir al costado del Riachuelo, por el colegio del hijo y por un tema de arraigo. Salvo que haya una decisión voluntaria de la gente, yo creo que hay que respetar eso.

¿El financiamiento es íntegro del Banco Mundial?
—Tiene tres fuentes: una parte importante es del Banco Mundial, otra porción es de la venta de los terrenos del Tiro Federal (el treinta por ciento de ese ingreso está destinado específicamente a la urbanización de la 31) y el resto sale de Rentas Generales. En definitiva, todo es presupuesto de la Ciudad pero solo una porción menor, si todo sale como planeamos, va a provenir del presupuesto. 

Mucha gente de clase media reacciona mal ante el hecho de que se gaste tanto dinero en urbanizar la villa, sobre todo por cómo aumentaron el ABL, los servicios y el subte.

—No creo que la gente haga una cuenta puramente matemática. Yo no tengo dudas que la integración de las villas es un gran beneficio para toda la ciudad. Y que la gran mayoría de la gente eso lo ve. Algunos por un tema de sensibilidad social y otros por conveniencia. Creo que es muy excepcional aquel que prioriza una mirada tan extrema como la que vos decís.

la preciada herencia

La estrategia de desarrollo urbano propuesta por el PRO es su principal arma en la construcción de una hegemonía duradera y envolvente en la Ciudad de Buenos Aires. En ese sentido, la cercanía de funcionarios clave con ciertos grupos contratistas no es un mero dato de color, como lo ejemplifican el tándem Larreta–IRSA y la buena performance en licitaciones públicas de las empresas de Nicolás Caputo, amigo íntimo del presidente. Sin embargo, la ciudad no es una empresa, y el macrismo lo sabe. Por eso ha desplegado una eficiente política de consensos en la Legislatura porteña, basada en la persuasión y la billetera. Tanto el Frente Para la Victoria como el bloque de SUMA+, del otrora opositor Martín Lousteau, apoyaron casi todas las iniciativas privatistas del oficialismo, incluso cuando hubo grandes controversias con los vecinos, como el caso de la urbanización del asentamiento de Fraga en Chacarita. Pero no parece cosa fácil agujerear el arrollador relato de la especulación inmobiliaria.

Junto a la urbanización de las villas ustedes lanzaron varios megaproyectos inmobiliarios, que contribuyen al encarecimiento del suelo y de la vivienda en la ciudad.

—Son emprendimientos muy distintos. Hay que ver caso por caso. El Tiro Federal, por ejemplo, es propiedad de la Ciudad de Buenos Aires. Hoy lo utilizan cien tiradores y una parte para el estacionamiento de la cancha de River. Creo que es mucho mejor que el cuarenta por ciento de ese predio se convierta en espacio público, libre y gratuito. Y los fondos que genere su venta van a contribuir a desarrollar la villa 31. Además se va a generar un polo de investigación que aporta empleo, en coordinación con la UBA, integrando ese espacio a la Ciudad Universitaria, un lugar que hoy está muy aislado. Es todo ganancia.

El problema es precisamente la idea de ganancia, cuando quienes la ejecutan son las grandes desarrolladoras inmobiliarias. Como en el proyecto de los Solares de Santa María, del grupo IRSA.

—Los terrenos donde se van a construir Los Solares no son del gobierno, son propiedad privada. Es un terreno que IRSA le compró a Boca Juniors hace añares. Ellos hicieron una propuesta porque querían un cambio en las zonificaciones. Yo les dije que la única posibilidad de cambiar la zonificación es que nos den un cuarenta por ciento de espacio público libre abierto a la gente, y que el cambio no implique aumento del fondo, o sea de los metros cuadrados a construir.

¿Es cierto que la urbanización de Rodrigo Bueno depende de la aprobación de los Solares de Santa María?

—No. Solares, de hecho, no se aprobó. Y nunca estuvo condicionado. Los primeros que vinieron a pedir a la Legislatura que se aprueben los Solares son los vecinos de Rodrigo Bueno. ¿Sabés la cantidad de puestos de trabajo que se generarían ahí para la gente de la villa? Pero una cosa no está atada a la otra. Rodrigo Bueno se aprobó, con su financiamiento independiente de los Solares.

Si el proyecto de los Solares se aprueba como ustedes proponen, no solo es un negoción para IRSA el emprendimiento inmobiliario en sí, sino que además los terrenos que poseen se valorizan enormemente. En otras ciudades el Estado suele cobrar impuestos a esa plusvalía. ¿Por qué la Ciudad de Buenos Aires hace la vista gorda?

—Le estamos pidiendo una contraparte. Primero, tienen que financiar obra en Rodrigo Bueno que el gobierno aportaría en el caso de que no se apruebe. Más la construcción de un puente. Y sin metros cuadrados adicionales. Esas son mis condiciones para la negociación, de un terreno que, repito, es privado. No cobramos plusvalía porque les estoy pidiendo setenta millones de dólares. Vos podés discutirme si le tengo que pedir 72 o 65. El gobierno anterior, al nacional me refiero, tenía un borrador de convenio firmado con IRSA, que no se aprobó y quizás puedan decir que no existe, en el cual la contraparte eran cinco millones de dólares. Yo les estoy pidiendo setenta.

¿Y cómo te sentís como jefe de Gobierno sabiendo que un cuarto de las viviendas de la Ciudad están vacías?

—Ese dato a mí me lo decían los urbanistas, y yo nunca pude verificar que sea así.

Figura en la Encuesta Permanente de Hogares que realizó el INDEC en 2010.

—Lo que ha sucedido claramente es que han aumentado en promedio los metros cuadrados por persona. Que estén vacíos no es muy verificable. Pero más allá de que sea un cuarto, un décimo o un octavo, la falta de crédito hipotecario es la causa de que la gente no pueda comprar. En ningún lugar del mundo la gente compra sin crédito hipotecario. O sea, las viviendas ya están, por eso la política no pasa por construir más viviendas. Si es como vos decís, ponele que haya un diez por ciento de viviendas libres, lo que tenemos que facilitar es el acceso a la gente a las viviendas que ya existen. El desafío con el espacio que aún queda en la Ciudad es construir espacios públicos y espacios verdes.

¿Por qué no gravar esos inmuebles vacíos?

—Es muy difícil comprobar qué es un inmueble vacío. Vos vivís en una casa y tenés un consultorio donde atendés una vez por semana: ¿eso es vacío? Tenés tu casa y además tenés otro departamento al que vienen tus padres que viven en Córdoba, tres veces por año. Y reservás para ellos ese espacio: ¿es una vivienda libre?

En Puerto Madero hay casi un setenta por ciento de viviendas libres y no parece ser una zona propicia para poner un consultorio.

—Lo que te quiero decir es que la definición de inmueble vacío es difícil de comprobar.

¿Y si el problema es la especulación inmobiliaria que encarece el metro cuadrado y lo torna inaccesible?

—Yo creo que el problema hay que ubicarlo del lado de la demanda. Esos edificios no se venden porque no hay nadie que los compre. Porque durante años, en la Argentina, con la política del cepo y de la falta de crédito hipotecario, muy poca gente pudo comprar cash.

Los grandes negocios inmobiliarios de las metrópolis contemporáneas son utilizados para lavar dinero, por eso la clase media no tiene acceso a la vivienda.

—No tiene por qué ser así, si alguno es para lavar dinero hay que denunciarlo. Partir de la premisa de que todos los emprendimientos son para lavar dinero me parece una generalización ilegítima. A mí me cuesta cuando queremos inventar de vuelta la rueda, cuando queremos ponernos en argentinos demasiado originales. En cualquier país del mundo, el más liberal, el más progresista, la gente compra sus viviendas con créditos hipotecarios. En Noruega y en Suecia, en Estados Unidos, en Chile y en todos lados. Entonces, no tratemos de inventar lo que en el mundo ya está desarrollado. Eso es lo que necesita la Argentina y esa es la solución: crédito hipotecario accesible.

Pero también podríamos aprender de los países más importantes del planeta y sus enormes burbujas inmobiliarias, que eran precisamente créditos hipotecarios totalmente penetrados por lógicas financieras. Y tenemos, en las principales ciudades del mundo, el problema de la gentrificación.

—¡Saben lo lejos que estamos de la gentrificación! Tenemos zonas enteras de la ciudad que se pueden desarrollar. Para que algún día llegue el mercado ahí y desplace a los habitantes tienen que pasar cincuenta años. Me parece que la gentrificación es un fenómeno que se da en las ciudades desarrolladas y ricas, cuando ya no hay más para dónde crecer. Nosotros tenemos 250 mil personas viviendo en las villas de la ciudad y si en vez de mejorarle la calidad de vida a esa gente nos ponemos a especular con la gentrificación, entonces no hacemos nada. “No le mejores la vivienda porque el día de mañana alguien va a venir a comprarle la casa”. Si nosotros mejoramos la calidad de vida de mucha gente durante treinta años, es un logro enorme. Quizás dentro de cuarenta años empieza en Buenos Aires un proceso de gentrificación, que no te puedo negar que pueda pasar. Pero mientras tanto hay chicos que no pueden ir a la escuela porque cuando llueve tienen barro en las rodillas. O que no tienen cloaca a diez minutos de donde estamos acá nosotros tomando cómodamente un café. Entonces, a mí me asusta el tema de la gentrificación como argumento para no hacer lo que estamos haciendo. Porque mientras tanto vamos a tener dos o tres generaciones que van a seguir igual.

descanso territorial

Topadora Larry parece tener respuestas para todo. Se lo nota convencido, incluso fascinado, cuando habla de su utopía plebeya. “¿Seguimos la entrevista en mi despacho de la villa?”, propone. Y se manda la parte: “instalamos una oficina en lo que era el boliche de Tarzán, uno de los principales narcos del barrio”. La segunda reunión, en efecto, tiene lugar un miércoles al mediodía en la 31. A una cuadra del lugar cruzamos a decenas de funcionarios caminando muy campantes hacia la salida de la villa. Todos rubios y rubias, con sus camisas y blusas claritas de mangas largas, aunque el calor arrecie. Una imagen francamente insólita. Venían de una reunión de Gabinete. Entre ellos los ministros de Hacienda y Seguridad, rodeados de colaboradores.

La edificación del gobierno en el medio de la villa está hecha con materiales posmodernos y parece incrustada a presión. En la planta baja hay una sala de atención al público donde se asesora a los vecinos sobre cómo mejorar su empleabilidad o regularizar sus emprendimientos. La puerta permanece cerrada con llave. Hay que golpear y un empleado te abre.  Arriba, la luminosa oficina del jefe y una sala de reuniones con aire acondicionado y todos los chiches tecnológicos. Pero el anfitrión invita a caminar el barrio. Junto a Diego Fernández, secretario de Integración Social y Urbana (“fijate que primero decimos social y después urbana”, apunta), y Marcelo Nachón, Secretario de Medios, salimos de recorrida. Una cuadra y la camisa reglamentaria del Alcalde estalla en sudor. Los vecinos parecen acostumbrados a las visitas oficiales porque no hay alboroto, pero se acercan dos jóvenes borrachos y lo abrazan, le piden plata, “no tengo” responde, y un poco lo descansan. Entrecortada, la entrevista sigue.

Durante estos años de gestión ustedes se preocuparon por tener referentes y organizaciones en los barrios.

—Sí, le damos mucha importancia a la política territorial. Yo personalmente le doy muchísima importancia al contacto directo con la gente, le dedico larguísimas horas de la semana a estar en la calle. Hablo con los vecinos, voy a tomar un café a la casa de alguno que llama. Le dedico mucho tiempo porque creo en eso. El espacio público es lo más democrático del mundo, la plaza, el parque, porque se encuentran todos. Nosotros tenemos que desarrollar espacio público de calidad. Los espacios verdes de la Ciudad están en su mejor momento, la gente los cuida, son gratuitos y abiertos. Es impresionante cómo la gente usa las plazas. Y vamos a tratar de meterle 110 hectáreas verdes nuevas a la ciudad de acá al 2019. Es un montón.

¿Y por qué cerrar las plazas a la noche?

—Hay un dato que dice que las plazas cerradas se mantienen mejor que las plazas abiertas. Si vos me preguntás a mí, personalmente no me gustan las rejas en la Ciudad. Pero en muchos lugares es una realidad y en eso escuchamos bastante lo que dicen los vecinos. Nunca hay unanimidad. En Parque Lezama había un grupo grande que no quería rejas, y yo dije “bueno, arranquemos así: si se mantiene vamos a bancarla”.  Y se está manteniendo bastante bien, está terminada hace un año y medio y está divina. Hay otros lugares que parece que con la reja se mantiene mejor, por ejemplo Parque Centenario, que debe ser el parque más lindo del país. Lo arreglamos hace cuatro años y se mantiene perfectamente. Parque Rivadavia lo mismo. Parque Chacabuco lo estamos mejorando un poco más. Parque Avellaneda está lindo sin rejas. Yo no soy partidario de la reja per se.

El que no parece estar divino es el Indoamericano. Pero volviendo al tema de los actores en los barrios, hay personajes como Maximiliano Sahonero que representan bien lo que ustedes pretenden, pero también hay casos como el de Rodolfo Corso, que tiene muy poco de “nueva política”.

—A Corso no lo tengo registrado, a Sahonero sí.

Corso es un muñeco de la Boca que estuvo repartiendo sillazos y cuchilladas en la audiencia pública por lo de Casa Amarilla.

—Ah sí, el hijo está preso por una denuncia nuestra.

Ahora lo largaron, pero el padre es el referente de la banda y todavía es empleado municipal. Los familiares de una de las personas que fue salvajemente golpeada ese día nos dijeron que les prometiste tomar medidas al respecto.

—Sí, yo hablé con ellos, me reuní con algunos de los golpeados ahí. Pero tenés que hacer un sumario, es un caso que está siendo investigado por la justicia. Y si la investigación judicial no determina que el tipo es culpable, es un empleado público y tiene estabilidad. No puedo echar a alguien que la justicia no me diga que es culpable de un delito.

Eso es una excusa.

—Pero es así, la Constitución habla de la estabilidad del empleado público. Nosotros colaboramos con la investigación en todo lo que podemos. Pero si la justicia no dice que el tipo es culpable, tiene estabilidad. Al tipo no lo conozco, nunca lo vi en mi vida, pero te aseguro que no es uno de nuestros referentes en el barrio.

Dirige una banda que hace trabajos para ustedes en la Boca.

—No tiene nada que ver eso con la integración de las villas. Sahonero es un dirigente de verdad. En la villa 20 están sentados en la mesa de diálogo representantes de todos los sectores, de todas las ideologías políticas y afiliados a todos los partidos. Eso es realmente un ejemplo. Por eso allí vamos más rápido. Porque es mucho más fácil trabajar en una villa donde tenés un nivel de organización como en la 20, o como en la Rodrigo Bueno.

¿Vos dirías que tu gobierno es progresista?

—Es un gobierno que está apostando por la integración de las villas en la ciudad. Un gobierno que prioriza al transporte público y a los peatones. Un gobierno que le da prioridad a la agenda verde. No sé cómo se llama, pero eso es lo que estamos haciendo.

¿Vos cómo lo llamarías? ¿Un gobierno moderno? ¿Progresista? ¿Populista?

—Yo entiendo que mucha gente lo llamaría progresista. A mí los rótulos no me interesan. Yo hago lo que yo creo que es mejor para la gente, en el marco de una democracia, en el marco de las reglas institucionales. Jamás tuvimos mayoría en la Legislatura, todo lo que hablamos requiere de un proyecto de ley, incluso el de la peatonalización de Tribunales. Todo sale con votos.

¿Dirías que la gestión económica del gobierno nacional es positiva?

—Si tenemos en cuenta de dónde veníamos sí, porque sinceró una cantidad de variables que estaban tapando el sol con la mano. Una cosa es que la situación en lo económico y en lo social esté difícil, no tengo ninguna duda de eso. Y Macri coincide primero que nadie. Pero también creo que tomaron las decisiones que sientan las bases para recuperarse.

¿Y tu relación con Angelici cómo es?

—Lo conozco, pero no tengo más relación que esa. Él es muy amigo de Mauricio. Me dejó con la sangre en el ojo en el último clásico que nos ganó Boca.

Copete: 
Horacio Rodríguez Larreta sueña con ser “la pata progre del PRO”. Y aunque le pone el hombro al scrum represivo, su libido apunta allí donde Macri nunca quiso pispear. En busca del lejano pero firme anhelo de la sucesión, mixtura faraónicos planes de infraestructura, una intensa publicidad favorable a los espacios verdes, el fomento de la peatonalización y la frutilla del postre: la integración de las villas al flujo urbano, comenzando por la emblemática y codiciada villa 31. Si ya tenemos al Papa, ¿llegó el turno del CEO peronista?
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Mario Santucho
Hernán Vanoli
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Sebastían Pani
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